Es mucho lo que en estos momentos nos jugamos (nada menos que la producción con la que deberemos trabajar toda la campaña), como para no detenernos en la información de vendimia y analizar lo que está sucediendo con los precios a los que se están cerrando los primeros contratos y las estimaciones de producción que se están barajando.
Dicho lo cual, insistimos en la necesidad de poner en valor la provisionalidad de la información con la que estamos trabajando. Si siempre resulta importante resaltarlo ya que hablamos en potencial y no se puede concretar hasta que es pesado el remolque en la bodega y descargada en la tolva sus uvas. En esta ocasión, los efectos que la climatología ha tenido sobre la producción han ido, o eso parece, mucho más allá de lo que cualquiera pudiera haberse imaginado en el peor de los casos. Y la pérdida puede ser de tal magnitud como para hacer girar la cosecha, de una valoración positiva y optimista, tendente a recuperar la normalidad, tras la pérdida como consecuencia de la pertinaz sequía de los años anteriores; a sumarse a ese lamentable elenco de campañas de producción históricamente cortas.
Una intensa ola de calor que ha afectado a toda España, sin excepción, prolongándose durante 16 días (entre el 3 y el 18 de agosto) y calificada por la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) como la más intensa registrada de la historia. Agravada por la quema en incendios de más de cuatrocientas mil hectáreas, más de dos mil cien de viñedo, según los datos facilitados por el Ministerio de Agricultura. Y unos efectos sobre la producción que deberíamos calificar de históricos y que no hacían sino sumarse a los provocados por los granizos o los de una enfermedad criptogámica, perfectamente conocida y controlable, como es el mildiu. Pero que, en esta ocasión su estado larvado ha complicado mucho su tratamiento y acentuado, de manera muy significativa, los efectos sobre el estado de los racimos.
Aunque, quizás lo más preocupante lo podamos encontrar en las cotizaciones a las que están siendo comprometidas las uvas. Con incrementos exiguos, en aquellos casos en los que resulta vergonzosa su propia mención, dado lo bajos que son. O con reducciones que superan los dos dígitos de variación porcentual sobre los de la campaña pasada, en aquellos lugares y variedades para los que se contaba con cotizaciones interesantes.
Tampoco los datos de existencias, en niveles históricamente bajos, es que expliquen una situación que parece marcada por un pesimismo arraigado sobre el consumo y la incapacidad del sector para hacerle frente. Al menos en el corto plazo.
De momento, la herramienta con la que disponemos para hacerle frente a tendencias de mercado cambiantes, realidades geopolíticas que dificultan el acceso a mercados terceros y el cambio climático que genera incertidumbre en las cosechas; es el paquete de medidas, conocidas como “Paquete Vino”.
Que, presentadas por la Comisión Europea a finales de marzo y tras contar, en el mes de junio, con el acuerdo del Consejo de Europa. Sólo resta el acuerdo del Parlamento Europeo, donde se están discutiendo las enmiendas y estima pueda dar su aprobación antes de que acabe el año, para que puedan ser aplicables en la próxima campaña.
Esta situación va mucho más allá de producciones y efectos climáticos, antojándose necesarias medidas estructurales.