Asumir la inclinación de los consumidores

Resulta bastante evidente que el sector requiere de acciones que vayan encaminadas a frenar la sangría en el consumo, única y verdadera razón de los problemas de rentabilidad que está sufriendo el sector vitivinícola mundial y del que derivan otros, no menos importantes, pero colaterales, como el relevo generacional, la lucha contra la implantación de parques fotovoltaicos, o la propia supervivencia de una parte importante del patrimonio vitícola.

La presentación de la Declaración VITÆVINO, un documento que busca unir a la amplia comunidad vitivinícola europea y a los consumidores, buscando disfrutar del vino con moderación y reivindicando y perseverando en la cultura del vino, contó con la participación de políticos de la mayoría de nuestro arco parlamentario.

En ella se defiende el vino como algo más que un alimento: como un símbolo de convivencia y disfrute compartido, con una cultura milenaria y un papel determinante en la configuración de nuestra historia, nuestra economía, nuestros territorios y comunidades rurales.

Con tres objetivos primordiales: proteger el papel del vino como parte inherente de la cultura, la historia y la gastronomía en Europa y su patrimonio cultural; valorar y reconocer su impacto socioeconómico; y darle voz a la moderación y a aquellos que lo disfrutan de manera responsable en todo el mundo, evitando el abuso y los excesos, en el contexto de un estilo de vida saludable y equilibrado y a través del disfrute compartido del vino en las comidas con amigos y familia.

Sin duda, planteamiento que compartimos y asumimos todos los que nos relacionamos con el sector, pero que ya no tengo tan claro que podamos hacer extensivo a la mayoría de la población, llevada por algunos de esos “otros” políticos que se empeñan en demonizar al vino, ignorando todo su acervo cultural.

Afortunadamente, el máximo representante sectorial, el ministro de agricultura, Luis Planas, se lo cree y lo defiende. Como así lo hizo en días pasados, descartando que España vaya a optar por el arranque de viñedo, como ha hecho Francia, dando respuesta al descenso del consumo mundial de vino, en la reunión de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV).

Aunque reconociera que “el que manda es el consumidor, y si el consumidor se inclina hacia un lado, los productores tienen que inclinarse hacia esa misma orientación”. Debiendo asumir su responsabilidad a la hora de dar respuestas a los cambios de la demanda de las generaciones más jóvenes hacia vinos con menor contenido alcohólico, blancos y espumosos, así como vinos desalcoholizados.

Momento de reflexionar sobre el futuro del mercado europeo del vino

Con los datos del Infovi de julio (>1.000 hl y almacenistas) en la mano, podemos asegurar que estamos ante la campaña con menos existencias iniciales de vino y mosto desde que tenemos registros. Para ser precisos, 27.571.336 hl de vino y 935.757 de mosto. Un total de 28.507.093 que representa un 22,82% menos que la campaña anterior.

También podemos tener la plena certeza de que la cosecha de 2024 no será abundante. Así, según los datos facilitados por Agroseguro, a fecha de 31 de agosto, la superficie asegurada de viñedo de uva de transformación afectada por diversas inclemencias meteorológicas alcanza las 205.963 ha, en lo que va de año; lo que representa el 22,2% de la superficie plantada en nuestro país.

Heladas en abril y mayo, tormentas de pedrisco desde el mes de abril hasta hace pocos días, con especial mención a las que tuvieron lugar durante el mes de julio, afectando sustancialmente a Aragón, La Rioja, Navarra, Castilla-La Mancha y Comunidad Valenciana. Calor extremo y escasas lluvias, en agosto, que se suma a la sequía de años anteriores en algunas zonas. Daños por “marchitez fisiológica”, en especial en la variedad de uva Bobal en Castilla-La Mancha y la Comunidad Valenciana, episodios puntuales de mildiu y oídio en algunas parcelas…

La viña ha venido sufriendo siniestros desde sus fases iniciales de brotación. Por un lado, las temperaturas extremas de agosto, con la ausencia de precipitaciones en ámbitos donde la sequía ya era recurrente, mermando de forma muy importante las expectativas de cosecha, principalmente en zonas de producción vitícola de Cataluña y de la Región de Murcia. Por otro, lluvias torrenciales que traerán aparejados importantes problemas de podredumbre allá donde las vendimias presentaban retrasos entre diez y quince días sobre las de años anteriores.

Y, aunque las estimaciones de cosecha las hay para todos los gustos, lo cierto es que el rango en el que se desenvuelven todas no es tan amplio como en otras campañas. Prácticamente, podríamos decir que en la horquilla de los 38 y los 40 millones de hectolitros se encuentran todas las previsiones de producción de vino y mostos para España en esta campaña.

Francia, mantiene una estimación de cosecha muy por debajo de la del pasado año, cifrándola en 39,28 Mhl (-17,97%) e Italia, siempre más complicada, la sitúa en los cuarenta y uno, ligeramente por encima (+7,07%) de los 38,29 del año pasado.

Datos que no justifican, desde ningún punto de vista, lo que está sucediendo con los precios de las uvas, mostos u operatividad del mercado.

Es irrefutable que el consumo mundial de vino decrece. Que los gustos de los consumidores han cambiado y que pueden existir desajustes entre los diferentes tipos de vino (blanco y espumosos vs. tinto y rosados) que hagan posibles, cotizaciones de blanco por encima de las de los tintos. Pero, ¿hasta esta paralización?

La nueva Comisión Europea parece estar dispuesta a abordar el futuro del sector, el propio director general de la DG Agri, Wolfgang Burstscher, ha declarado que “ha llegado el momento de reflexionar en profundidad sobre el futuro del mercado europeo del vino”.

Confiemos en que no sean sólo palabras.

¿El arranque como solución?

Calificar de malos los momentos que nos están tocando vivir sería tanto como reconocer que los hemos tenido mejores. Y aunque posiblemente pueda ser así, lo cierto es que nos costaría encontrarlos. Pues, si no ha sido por una cuestión, ha sido por otra, el caso es que este sector anda en constantes problemas. Situaciones en las que nunca llega la sangre al río, pero que lo van minando poco a poco.

Un buen ejemplo de este desgaste que sufre, bien podría ser la superficie de uva de vinificación, que, si bien, año a año, pudieran parecer irrelevantes las mermas, cuando cogemos un histórico de veinticinco o cincuenta años, observamos una pérdida brutal de masa vegetal. Tanto como inadmisible para un país como el nuestro, en el que los cultivos alternativos a la viña no son muchos en gran parte de su geografía.

A la falta de rentabilidad que lo viene caracterizando y que se ha convertido en un mal endémico del sector, del que todos son conscientes que hay que salir (pero nadie sabe muy bien cómo), se unen ahora las posibles alternativas económicas que se le presentan a unos viticultores cansados de confiar en que las cosas cambiarán y cuyas nuevas generaciones van apretándoles sin más interés por las tierras que encontrarles una utilidad más acorde a lo que requeriría cualquier actividad empresarial.

Los tiempos en los que se cultivaba el viñedo como un pequeño jardín familiar han cambiado. El cultivo de la viña debe ser rentable por sí solo y generar, aunque sea mínimo, un beneficio sobre unos costes en los que deben estar incluidos los salarios de la dedicación del propietario.

Con las vendimias y la obligatoriedad de firmar los oportunos contratos de compra venta de la uva en los que figure claramente el importe pactado, retorna la polémica de los bajos precios y se pone de manifiesto la imposibilidad, en muchos de los casos, de cumplir con una Ley de la Cadena de Valor que exige un precio mínimo por encima de los costes de producción, pero que difícilmente puede ser aplicada ante la “necesidad” de muchos viticultores de quitarse la producción de encima.

Y ante esta falta de rentabilidad aparece el fantasma de la carencia de relevo generacional. Y, tras él, volvemos a tiempos, que creíamos pasados, de solicitar ayudas por el arranque definitivo del viñedo como compensación de esa especie de “deuda histórica” que tiene el sector con sus viticultores.

Natural, posiblemente. Lógico, seguramente. Pero, eficaz para resolver el problema, no parece que lo sea. Y podría abrirse una grieta muy peligrosa por la que no sabemos cuánto podríamos perder.

Un sector que demanda cambios sin saber cuáles

En condiciones normales, o quizá debiéramos decir en otras campañas, porque actualmente se hace muy complicado definir que es la “normalidad” en el sector vitivinícola; con las estimaciones de producción que manejamos a nivel europeo, deberíamos estar hablando de precios al alza y un mercado de vinos y mostos con una alta actividad comercial. Deberíamos estar avisando del peligro que supone comprometer producciones o plazos de retirada y pago a seis meses y el estrangulamiento que ello producía en el mercado, elevando sus cotizaciones de una forma un tanto artificial, pues no siempre acababan llegando a buen término esos compromisos.

En cambio, todas las noticias que nos vamos encontrando van en el sentido contrario. En aquel mucho más propio de cosechas excedentarias que auguraban importantes problemas de comercialización y retraimiento en los compradores ante la certeza de encontrar el producto cuando lo necesitasen a precios similares o incluso más bajos.

Los datos de existencias no alientan una situación de preocupación, más bien al contrario, se sitúan en mínimos históricos. Los referidos al consumo interno estimado, apenas presentan pequeñísimas variaciones, irrelevantes en su conjunto sobre una cifra estable en el entorno de los diez millones de hectolitros. Y las exportaciones con datos acumulados a junio 2024 crecen un 5,3% en valor y un 11,7% en volumen, aunque si hablamos sólo de vino esos porcentajes disminuyan considerablemente hasta el 1,5% y 0,3% respectivamente. Pero manteniendo el signo positivo.

¿Qué pasa entonces para que reine tanto pesimismo en el sector?

Sabemos que la situación geoestratégica en el mundo no pasa por sus mejores momentos. Conflictos como los de Ucrania e Israel generan muchos temores y sus consecuencias son impredecibles. Que los tipos de interés siguen altos, lo que resta capacidad de gasto a las familias, pero también se atisba en un horizonte más o menos próximo una relajación de las tensiones monetarias. La posibilidad de la vuelta a una política autárquica en Estados Unidos con el regreso de Trump pierde fuelle, aunque siga siendo una fuerte amenaza. Por citar sólo algunos de los más importantes asuntos que, según todos los teóricos, explicarían la macroeconomía mundial.

Pero, ¿qué pasa con la micro, con esa economía doméstica?

El equilibrio entre oferta y demanda parece haber dejado de ser válido para fijar precios. Incluso criterios teóricos de calidad como las Denominaciones de Origen parecen haber perdido valor en la parte baja de sus portfolios.

Nos dicen que los gustos y hábitos de los consumidores han cambiado desde la pandemia. Que los efectos del Cambio Climático se están dejando notar en la tipología de los vinos.

Con una ausencia tal de referentes, ¿cómo poder planificar, firmar plantillas, elaborar planes de comunicación y estrategias comerciales? Incluso definir plantaciones, variedades, productos… con los que a medio y largo plazo atacar el mercado.

Esta situación deberá provocar cambios que van más allá de destilaciones o medidas coyunturales. Pero, ¿cuáles y por quién?

Una campaña difícil de prever

El volumen comercializado, tanto a nivel interno como exterior, siempre resulta de gran importancia, si bien, momentos como en el que nos encontramos, cuando las bodegas deben realizar sus programaciones y (lo que es mucho más importante) fijar el precio al que firmar los contratos de uva, convierten esa información en esencial.

Lamentablemente, y digo lamentablemente porque, para lo bueno y lo malo, lo ideal sería que hubiese una cierta coherencia en el mercado entre lo que producimos y lo que vendemos; la ley de la oferta y la demanda no siempre se ha cumplido en este sector. No en vano, siempre hemos defendido que se trata de una commodity que reacciona más por futuribles que por realidades concretas. Pero es que llevamos unos años, desde la pandemia, en los que, o bien porque no hemos sabido sobreponernos a las graves consecuencias que tuvo en el consumo mundial; bien porque los hábitos de consumo han cambiado, adecuar nuestra producción a esas nuevas realidades ni es fácil, ni rápido. Además de que no tenemos la certeza de que hayan venido para quedarse. El caso es que no levantamos cabeza.

El consumo mundial se resiente y las producciones se ven fuertemente afectadas por accidentes meteorológicos intensos que acentúan la sequía y agravan los episodios de lluvia con inundaciones.

Lo cierto es que, ya sea por una cosa u otra, fijar una correlación entre disponibilidad (producción, o estimación de lo que vamos a elaborar y existencias con las que hemos iniciado la campaña) y utilidades (consumo interno y exportaciones, vinagres, mostos y destilación para alcohol de uso boca) bajo la que establecer los precios de las uvas y su traslado a los mostos y vinos resulta imposible.

Así, encontramos que en zonas en las que se estiman incrementos en la producción, los precios de las uvas crecen, y otras en las que tendrán menos volúmenes, las cotizaciones bajan o incluso sus viticultores encuentran importantes dificultades para su colocación. Amén de la diferenciación entre blancos y tintos que todos palpan, pero nadie acaba de explicarse del todo.

No parece que esta nueva campaña 2024/2025 vaya a ser una campaña sencilla ni cómoda. Pero, ¿cuándo lo ha sido?

Si no es por una cosa es por otra. El caso es que siempre tenemos alguna circunstancia que complica mucho cualquier predicción. No en balde, aquellas operaciones especulativas que marcaban el inicio de campaña, prácticamente podríamos decir que o han desaparecido o, al menos, se han reducido considerablemente.

Una vendimia con la mirada en el consumo

Aunque con un grado de actividad muy diferente, las vendimias en el Hemisferio Norte son una realidad y sus estimaciones de producción, bastante diferentes unas de otras. Si bien, prácticamente podríamos decir que es España el único de los grandes elaboradores mundiales que tiene asegurada una producción muy por encima de la del pasado año.

Y es que, si bien la climatología ha presentado episodios de lluvias torrenciales en todos los países, focos de enfermedades criptogámicas, pedriscos y heladas. Accidentes meteorológicos que el Cambio Climático parece haber incorporado a nuestra realidad cotidiana. Quizá fuera nuestro el país que partía de una peor situación, con una cosecha 2023 que bien podríamos calificar de catastrófica.

Si bien a nivel mundial la producción de 237 millones de hectolitros fue la más corta desde 1961. En nuestro caso nos tenemos que remontar hasta 1995 para encontrar una cosecha más escasa que los 32’4 millones de hectolitros que se declararon.

Importante matiz si queremos entender cómo es posible que, en un año en el que Agroseguro estima que la mitad de la superficie asegurada ha presentado algún parte de siniestro, estemos barajando incrementos de producción cercanos al veinte por ciento. Máxime cuando nuestros vecinos portugueses estiman que perderán en el entorno de un ocho por ciento y los franceses sobre el catorce. De los italianos sabemos que tienen importantes problemas, pero no disponemos de estimación todavía.

A fecha de 31 de julio, la superficie de este cultivo leñoso afectada por diversas adversidades meteorológicas, representaba un 11,35% de toda la superficie agrícola siniestrada con seguro agrario (1.245.503 ha), así como un 15,23% de toda la superficie plantada de viñedo de vinificación al final de la campaña 2022/23 (928.000 ha). La superficie de viñedo con siniestros declarados por los riesgos acaecidos en los siete primeros meses de 2024 alcanzó las 141.354 hectáreas aseguradas, con unas indemnizaciones previstas hasta el 31 de dicho mes de 92,55 millones de euros.

Situación que podría ayudarnos a entender cómo mientras el año pasado, con previsiones de una cosecha muy corta, los precios de las uvas apenas conseguían mantenerse; en esta campaña, con previsiones al alza, con los que se conocen hasta ahora, la generalidad está por encima, aunque sea tímidamente.

Y es que, cada vez resulta más evidente, el sector vitivinícola dejó de tener un problema de oferta y concentra sus retos en un consumo a la baja amenazado por políticas antialcohol, cambios demográficos y evolución de las preferencias del consumidor.

Y para muestra, un botón. El consumo en nuestro país se encuentra estancado desde noviembre de 2022. Más allá de las dinámicas lógicas de mercado, las cifras de consumo aparente calculadas con los datos del Infovi, sitúan el consumo de vino en el entorno de los 9,6 a los 9,8 millones de hectolitros.

En los 12 meses transcurridos entre julio de 2023 y junio de 2024, el dato mensual ha tenido signo positivo sólo en seis de ellos (julio, septiembre, noviembre, enero, febrero y abril).

Por colores el tinto/rosado registra una caída del 1,7%, hasta los 5,55 Mhl aparentes, frente a los blancos crecen un 4% y su cifra de consumo supera ya los 4,24 millones de hectolitros.

Reclaman ayudas para hacer más sostenible nuestro viñedo

Las organizaciones profesionales agrarias Asaja, COAG y UPA han reclamado al Ministerio de Agricultura que dentro de la Intervención Sectorial del Vino (ISV) se establezca una medida destinada a la financiación de inversiones de mejora de la sostenibilidad de las explotaciones vitivinícolas, ampliando así la existente a inversiones en instalaciones e infraestructuras de las bodegas.

Si bien es cierto que, vista la distribución de los fondos de la ISV, donde la reestructuración y reconversión del viñedo, medida destinada al sector primario, acapara algo más de una cuarta parte, con 44,827 M€, el 26,1% de los 171,722 M€ gastados en el ejercicio 2023; podría justificar que el resto de medidas, entre las que se encuentra la de inversiones, fuera dirigido sólo al sector transformador de las bodegas.

El resto de medidas, como las inversiones, han ido adquiriendo peso y en este año ha alcanzado los 46,496 M€ (el 27,08%), o la promoción en terceros países (el 21,75%) con 37,345 M€

No podemos olvidar que una buena parte de nuestra competitividad debería venir por la eficacia de nuestras explotaciones mejorando el uso y la gestión del agua; la conversión a la producción ecológica, la introducción de técnicas de producción integrada, la adquisición de equipos para métodos de producción de precisión o digitalización, la contribución a la conservación del suelo y la mejora de la retención del carbono del suelo, la creación o preservación de hábitats favorables a la biodiversidad o el mantenimiento del paisaje, incluida la conservación de sus características históricas o la reducción de la generación de residuos y la mejora de la gestión de esos desechos. Como exponen en su solicitud las OPAs en base al Reglamento UE 2021/2115.

Pero, hacer más competitivas nuestras explotaciones vitícolas servirá de poco si no somos capaces de conseguir una redistribución equitativa de la riqueza.

Se aproximan las vendimias, de hecho, ya son, en estos momentos, una realidad en algunas zonas de nuestra geografía, y con ellas adquiere protagonismo el precio de la uva.

Conocer los costes de producción es una excelente herramienta para saber la competitividad de cada viticultor y obtener una visión teórica global del sector productor. Pero se aleja mucho de la realidad de un sector que presenta un fuerte estrangulamiento en la demanda.

Producir, bien o mal, a un precio u otro, carece de importancia si no somos capaces de vender o, como parece que demuestran las estadísticas, cualquier intento de mejorar nuestros precios en el mercado exterior es contestando de manera automática con una disminución del volumen.

Sabemos que nuestro futuro, no sólo el vitivinícola, también el social y medioambiental, por el papel que juega en la fijación de población o el mantenimiento de masa vegetal que evite la desertificación; pasa por valorizar nuestros productos vitivinícolas generando la riqueza suficiente en todos los eslabones de la cadena que garantice el relevo generacional. Pero también sabemos que ni es sencillo, ni nos lo están poniendo fácil nuestros competidores. Que luchan por mantener unos consumidores en retroceso y cuya pérdida de ventas comienza a generar problemas que van mucho más allá de los circunstanciales de una cosecha.

Primeras estimaciones de cosecha

Nos acercamos a toda prisa a una nueva campaña, de hecho, cuando estén leyendo estas líneas ya estaremos inmersos en ella y, como viene sucediendo, el sector la afronta con poca o nula información sobre cuál pudiera ser el umbral sobre el que se situará la producción. Los constantes llamamientos hechos por los operadores, lejos de ser suficientes para hacer actuar al Ministerio y las diferentes Administraciones regionales (que para eso tienen transferidas las competencias) sólo han servido para empeorar la, ya de por sí, deficiente información publicada.

Bajo el pretexto de contar con la proporcionada por el Sistema de Información (Infovi) y la elaborada por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), la publicación de las estadísticas del Ministerio se demora más allá de lo que lo hacía y la calidad de los avances de producción sigue siendo fácilmente mejorable.

Insistir en la importancia que tiene esta información para planificar la campaña sería reiterarnos sobre lo repetido en los últimos años y, considerando el éxito conseguido, será mejor que nos centremos en lo publicado por la Sectorial Vitivinícola de Cooperativas Agro-alimentarias de Castilla-La Mancha, única organización, al cierre de este número, en haber confeccionado una estimación sobre el nivel de su cosecha y que la ha situado en 23-24 Mhl de vino y mosto. Cantidad que resultaría cerca de un tercio superior a la del pasado año y elevaría la nacional hasta la horquilla de 38-40 millones. Volumen con el que nos encontramos bastante cómodos, ya que nuestras primeras impresiones la situarían también en el entorno de los cuarenta millones.

Sea como fuere y atendiendo a lo que vaya sucediendo en este mes que resta para que podamos hablar del inicio de la vendimia, lo bien cierto es que el problema, lejos de estar en la producción, seguimos teniéndolo en la comercialización. Unas ventas que no consiguen recuperarse y que, cada vez, van dando más señales de agotamiento en zonas de producción donde, hasta ahora, resultaba impensable imaginar que sucediera. Si primero fue Burdeos quien alarmó al sector con la solicitud de arranque o Rioja con la apertura de destilaciones y cosecha en verde, ahora se ha sumado Champagne con la solicitud de reducir la cosecha tras el aumento de existencias consecuencia de la caída en un 15% de las ventas durante el primer semestre del año.

Tampoco las organizaciones sectoriales se muestran más optimistas sobre el futuro más próximo del sector y algunas de ellas, pertenecientes al comité mixto de vino hispano-francés-italiano han traslado a la Unión Europea sus preocupaciones y solicitado un Plan de choque que les permita garantizar, nada menos, que la sostenibilidad y futuro del sector vitivinícola europeo.

Para ello, reclaman ayudas encaminadas a hacer frente a la reducción del consumo a nivel mundial, la influencia de los movimientos antialcohol en las políticas públicas, el impacto del cambio climático o la sucesión de crisis económicas y sanitarias.

Las herramientas con las que esperan conseguirlo sus metas se basan en mayor dotación y flexibilidad en aquellas medidas destinadas a apoyar la competitividad, gestionar la inestabilidad de los mercados y apoyo en la promoción y recuperación de los consumidores.

Más de lo mismo para una campaña que, más que probablemente, recuperará producción en un entorno incierto.

Se acercan las fechas de vendimia y acucian los problemas

Ser el país de la Unión Europea con el mayor índice de paro entre los jóvenes no nos exime de los graves problemas a los que, desde el sector vitivinícola, nos enfrentamos de falta de mano de obra. Una de las cuestiones que mejor define la falta de relevo generacional en sus dos vertientes. La de no encontrar trabajadores dispuestos a desempeñar los trabajos que realizaban sus padres o abuelos en el campo. Y aquella otra que desanima a los propietarios de viñedos a continuar con la labor agraria y empresarial de sus antepasados.

Jóvenes que buscan trabajos menos exigentes físicamente a como pueda ser la poda o la vendimia, menor temporalidad, horarios más flexibles y, por qué no decirlo, mayor retribución. Con la gran dificultad que representa la despoblación de nuestros pueblos y que limita considerablemente la oferta de gente susceptible de trabajar en el campo.

Situación que se vuelve más acuciante en momentos como en el que nos encontramos, con una vendimia en las puertas y un volumen que, aunque no marcará un récord histórico, requerirá de un importante número de cuadrillas, que cada año resulta más complicado encontrar.

Todo para un sector en el que el consumo nacional va creciendo muy lentamente desde octubre del año pasado en el que los 9’534 Mhl consumidos parecen haberse convertido en el suelo de nuestro consumo interno. Ya que, desde entonces, mantenemos un crecimiento constante que nos ha llevado a situarnos, según los propios datos sobre el consumo aparente del Infovi del mes de mayo, en 9’829 Mhl. Lo que, considerado lo perdido desde que se declarara la pandemia en marzo del 2020, con cifra récord de 11’088 en febrero de ese mismo año, podría parecer muy poco para una producción que este año bien podría superar, con cierta consistencia, la barrera de los cuarenta millones. Y que, aún así nos situaría muy lejos de los cuarenta y seis y medio de la campaña 2020/21, los 50’335 de la 18/19 o la récord de 13/14 en la que se elaboraron 53’55 millones de hectolitros. Cifras que, si bien en estos momentos resulta totalmente inimaginables alcanzar, sí nos ofrecen una idea bastante precisa de cuál es nuestro potencial de producción y las graves consecuencias que una recuperación de la producción hacia volúmenes más “normales” podría tener sobre un mercado paralizado.

Hoy tocan zanahorias

Aunque no vayamos a ser nosotros, los que conformamos el sector vitivinícola, quienes pongamos ni un solo “pero” a la actitud de la Comisión Europea. No deja de ser sorprendente esta especie de juego del palo y la zanahoria al que nos tienen acostumbrados.

Por un lado, nos apoyan y dotan de fichas financieras con las que apuntalar al sector y mejorar su comercialización. Y, por otro, nos amenazan con etiquetados “warning” (advertencias sanitarias), señalando lo perjudicial que resulta el consumo de vino o la posibilidad de aumentar el tipo del impuesto al que está sujeto el vino…

Esta semana ha tocado la zanahoria. Así la Comisión Europea acaba de anunciar que, durante el próximo mes de septiembre, reunirá a los representantes de los Estados Miembros, junto con aquellas organizaciones que estuviesen interesadas, a fin de analizar la situación y las perspectivas del sector vitivinícola de la UE.

Este Grupo de Alto nivel sobre Política Vitivinícola, que fuera creado el 27 de mayo, como respuesta a las protestas de los viticultores europeos, tiene el objetivo de convertirse en un foro en el que abordar los desafíos a los que se enfrenta el sector (y posibles soluciones) y del que obtener conclusiones y recomendaciones bajo las que desarrollar las futuras políticas vitivinícolas.

Con él se reconoce al sector como uno de los pilares de su patrimonio cultural, así como la importancia que tiene su contribución económica para la sociedad en muchas zonas rurales.

Los cambios sociales y demográficos están afectando a la cantidad, encontrándonos en su nivel más bajo de las últimas tres décadas; así como a los tipos de vino consumidos. Viéndose reemplazados los vinos tintos por otros más frescos y ligeros, o incluso por otras bebidas que se adaptan más fácilmente a los nuevos gustos.

Los mercados de exportación tradicionales de los vinos de la UE se ven también afectados por una combinación de factores geopolíticos y de menor consumo, lo que da lugar a patrones de importación más erráticos por parte de terceros países.

Además, la CE considera que la producción vitivinícola se está volviendo “impredecible”, dada la extrema vulnerabilidad de este sector frente al cambio climático y, en este sentido, está trabajando con los Estados Miembros para ayudar al sector vitivinícola a adaptarse a estas nuevas y complejas realidades.