Veinte años para volver al punto de inicio

A los más viejos del lugar, si les digo Mariann Fischer Boel, Elena Espinosa, arranque de viñedo, reforma de la OCM… sabrán enseguida de lo que les hablo.

Para aquellos más jóvenes, o de memoria más selectiva, les diré que, allá por el año 2006, la entonces comisaria de Agricultura, Mariann Fischer, bajo el argumento de “evitar una crisis más profunda y plantar cara al Nuevo Mundo”, propuso una reforma de la Organización Común del Mercado (OCM) del sector vitivinícola basada en buscar el equilibrio entre producción y comercialización.

Si bien su planteamiento iba acompañado de otras medidas como la nacionalización de los fondos sectoriales o la autorización de indicar variedad y añada en el etiquetado de los vinos sin indicación geográfica, así como prohibir la chaptalización de los vinos… Este objetivo de equilibrio encontraba su piedra angular en el arranque de 400.000 hectáreas de viñedo, en un periodo de cinco años y con la ayuda de 2.400 millones de euros. Eso sí, de una forma voluntaria, pero con una prima que resultara lo suficientemente atractiva para los viticultores como para incentivar a aquellos no competitivos a abandonar el sector.

Con no pocas dificultades, la reforma de la OCM del sector vitivinícola vio la luz y con ella algunas de las medidas más utilizadas por nuestras bodegas, como pudiera ser la destilación de alcohol de uso de boca, las restituciones a la exportación, el almacenamiento privado… El arranque de viñedo no fue aceptado.

De hecho, esta modificación y la consideración de que el vino destinado a la destilación para la obtención de alcohol de uso de boca no era una utilización sino una forma de eliminar excedentes nos ocasionó un importante problema de desequilibrios al que tardamos varios años en acomodarnos.

La nacionalización de los fondos europeos destinados al sector, alrededor de mil trescientos millones de euros, entre los diferentes Estados Miembros en función de su histórico, supuso la creación de los Programas de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASV), centrados inicialmente en el Pago Único para, tras un breve periodo, hacerlo en la reconversión y reestructuración de nuestro viñedo hacia variedades más adaptadas a los gustos de los consumidores y que dieron en llamar “mejorantes”.

Pues bien, casi veinte años después, nos encontramos que hemos perdido más de ciento sesenta y cinco mil hectáreas; hemos reestructurado y reconvertido hacia esas “variedades mejorantes”, más de cuatrocientas ochenta mil hectáreas; y mantenido la producción por encima de los cuarenta y tres millones de hectolitros (sólo contenida por los calamitosos efectos propiciados por un Cambio Climático que nos ha traído largos y prolongados periodos de sequía).

Y, ¿todo esto para qué?

Pues para que el desánimo se apodere de nuestros viticultores ante la falta de rentabilidad de sus explotaciones y se acentúe el problema del relevo generacional. Propiciando la solicitud por aquellos mismos que lucharon por que no se produjera, del abandono definitivo del viñedo. Un escenario mundial de consumo a la baja y una seria amenaza de las autoridades sanitarias hacia el consumo de vino.

La importancia de la relatividad

Gracias al Infovi, el sector dispone de una información estadística actualizada y desglosada. Datos que permiten adoptar medidas y planificar campañas con cierto criterio. Y, aunque esto no ha impedido que las cosas en los mercados no hayan mejorado y los problemas para comercializar la producción sigan siendo muchos, ha supuesto un paso adelante muy importante. Asunto en el que el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) ha desarrollado y, seguirá haciéndolo, un papel fundamental en todo lo relacionado con el análisis de datos.

En otros temas, como los relacionados con la cosecha y sus estimaciones, aunque siguen pendientes de herramientas que incrementen su operatividad, lo cierto es que el avance de producción elaborado por el Ministerio de Agricultura ha mejorado mucho. O al menos, sus datos (bastante más ágiles ahora en el tiempo) han estado mucho más acordes a los de otros organismos que, sin la relevancia del Ministerio, elaboran sus previsiones con cierta fiabilidad y un nivel de acierto más que aceptable.

Y, aunque estoy convencido de que esta cuestión de análisis estadístico y previsiones tiene que dar un cambio radical cuando se complemente con la Inteligencia Artificial, hasta el momento, para saber lo que está sucediendo y lo que pudiera suceder en el corto y medio plazo habrá que seguir contando con un alto grado de intuición.

Una creencia que no podemos decir que sea muy alentadora, pues no hay colectivo relacionado con el sector vitivinícola que no pronostique tiempos complicados para una bebida que no sólo encuentra importantes problemas en su consumo, sino que cada vez aglutina más operadores y exige cambios propios de sectores industriales cuando se trata de una actividad agrícola.

Hablar de traslaciones en el consumo de vino tinto hacia el blanco, preferencias por menores graduaciones o características más frescas y fáciles, pero sin olvidar la atractiva complejidad de una crianza; pudiera ser alcanzable si habláramos de una fabricación. Pero estamos hablando de un cultivo que debe superar, al menos tres años, para obtener su primer racimo viable y esperar, en determinados casos, por encima de los diez para que tenga cierto grado de calidad. Cuyas elaboraciones están sujetas a factores intrínsecos de las características con las que llega la uva a la bodega. Una uva que, por si no fuera ya bastante complicado, cada vez está viéndose más afectada por las consecuencias de un Cambio Climático que igual nos hace enfrentarnos a largos y profundos periodos de severa sequía, como a episodios en los que en un día cae más del doble de lo que lo hacía en un año; provocando graves inundaciones como las recientemente ocurridas.

Calidad y coraje

Con la profunda consternación que han causado los efectos de las inundaciones, llega el momento de ir recuperando poco a poco la normalidad. También en el sector vitivinícola. En el que viticultores y bodegueros, tras las labores de limpieza, se afanan en evaluar daños, poner en marcha máquinas y cargar camiones y barcos que, a pesar de los graves daños sufridos en las infraestructuras, trasladan los vinos destinados a la vital campaña navideña. Para un poco más adelante ha quedado el levantamiento de algunas espalderas dañadas o la recuperación de las capas superficiales y orgánicas arrastradas en varias parcelas.

Ha sido mucho el daño, pero mayor si cabe la solidaridad de miles de voluntarios y de todo tipo de cuerpos llegados desde el más recóndito lugar. Y, aunque, salvo lamentables excepciones, no ha sido el sector vitivinícola uno de los que mayores daños ha tenido que soportar, esto requerirá de muchos recursos, de todo tipo: económicos, materiales y humanos; durante mucho tiempo. En un horizonte temporal que se extiende mucho más allá de al que los medios de comunicación le puedan estar prestando una atención prioritaria.

Sus efectos sobre la economía local se dejarán notar, el consumo verá menguado su gasto y la alegría contenida. Pero nada de todo esto doblegará la voluntad de superación que nos caracteriza.

Igual de complicado será hacer frente a las consecuencias que la elección de Donald Trump como presidente del primer país del mundo por volumen de vino consumido pudiera acabar teniendo para nuestro sector. Vamos a decir, por hacerlo suavemente, que no pinta bien. La política proteccionista desarrollada durante su última etapa al frente de los EE.UU., junto a los anuncios en su campaña electoral de aumentar los aranceles a los productos europeos, con mención específica del vino, no auguran nada bueno.

Y, aunque todavía está por llegar el momento en el que se tenga que negociar y asistir al lamentable espectáculo de “intercambio de cromos” sobre qué productos y en qué cuantía se ven modificados sus aranceles, son pocos los que confían en que el vino no acabe siendo uno de los productos más perjudicados.

En el ámbito nacional, tampoco es que el informe favorable emitido por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) al anteproyecto de ley de prevención del consumo de alcohol y sus efectos en las personas menores de edad nos lo esté poniendo muy fácil.

El hecho de que la CNMC considere que el anteproyecto se adecua a los principios de buena regulación, sin que se aprecien restricciones injustificadas a la competencia, es un paso más hacia la demonización del consumo de vino.

Todas las mejoras y aclaraciones planteadas son de segundo nivel y suponen, de facto, un paso adelante en la aprobación de una Ley que explícitamente prohíbe en la publicidad o comunicaciones de tipo comercial términos “equívocos o ambiguos”, que puedan confundir fácilmente a las personas menores de edad, como “consumo responsable” o “moderado”. Un horizonte poco alentador, pero nada diferente a lo que cabía esperar, si no fuera por estos desastres naturales. Por ello, estamos preparados y sabremos encontrar el mejor acomodo que nos permita seguir produciendo y vendiendo cada vez mejores vinos.

El abandono comienza ser una demanda sectorial

Aunque aseverar algo siempre resulta muy complicado, especialmente en este sector, podemos asegurar que los resultados de esta campaña van a dejar huella. No lo van a hacer las bajas producciones, por más que se encuentren bastante alejadas de lo que podríamos consensuar como algo “normal” atendiendo a nuestro potencial de producción. Tampoco su calidad, que ha estado amenazada continuamente por la climatología: lluvias torrenciales, episodios de granizo, sequía, desarrollo de enfermedades criptogámicas, etc. Como así lo demuestra el importe de las primas por siniestros al que va a tener que hacer frente Agroseguro. Ni los siempre controvertidos precios de las uvas fijados por las bodegas que, bajo la certeza de situarse por encima de los del año pasado, han levantado ampollas en la mayoría de las zonas de producción.

Lo va a hacer por el cansancio de un sector vitícola que, ante las perspectivas de futuro que se le plantean para su producción, ha optado por tirar la toalla y exigir al Ministerio que parte de esas ayudas destinadas a hacer más competitivo el sector sirvan para compensarles una parte de lo que durante muchos años han estado perdiendo; demandando una salida digna a su abandono definitivo del viñedo.

Llevamos varios años, tres de forma muy acusada, con producciones ridículas. Un consumo, por debajo de los diez millones de hectolitros, inaceptable para un país que enarbola la bandera de ser líder en superficie. Unas exportaciones sostenidas en volumen en el entorno de los veintiocho. Y unos rendimientos medios, según el Esyrce de septiembre, para la uva de secano (4.889 kg/ha) que, si bien mejora la cifra del año pasado, no hace sino reducirse si lo comparamos con el de los últimos cuatro, cinco o diez años. Situación a la que no es ajeno el cultivo en regadío, para el que el rendimiento es de 8.698 kg/ha, similar al del año anterior, pero también inferior a la media de los 4, 5 y 10 últimos años.

Todo ello en un entorno en el que de los 202,15 millones de euros asignados a la ISV durante la pasada campaña PAC, comprendida del 16 de octubre 23 a 15 de octubre 2024, se han quedado sin ejecutar 23,3 M€.