A primera vista, que nuestras importaciones de productos vitivinícolas durante el pasado año crecieran un 68,6% en volumen y un 17,6% en valor podría parecer una mala noticia. Podría entenderse que cada vez somos más permeables a los productos de fuera, mientras que el consumo interno de nuestro vino se mantiene estabilizado. Y son verdad ambas cosas. No así la valoración de que sean malas noticias.
Abrirse al mercado es fundamental. Conocer y consumir lo que producen otros, esencial para poder desarrollar un sector de valor, competitivo y fuerte. Si queremos que nuestros productos vitivinícolas (vinos, mostos, vinagres, etc.) vayan creciendo en cuota de mercado en los mercados internacionales y aumentando su valor, es imprescindible que nuestras importaciones crezcan.
El consumo del vino en nuestro país necesita de muchas medidas y muy diversas. Requiere de una reorientación en los mensajes, de la utilización de un nuevo lenguaje, de nuevos mensajeros, de una mayor facilidad de acceso al producto. E incluso de un mayor conocimiento global que nos permita comparar y valorar lo nuestro.
Porque solo desde el conocimiento es posible aspirar a recuperar un consumo, que no ha de venir tanto por el aumento en volúmenes de los que ya lo consumen, como de la incorporación de nuevos consumidores que se sientan atraídos primero por vinos fáciles, sencillos, frescos y sin muchos adornos. Que les sirvan para vencer esa invisible barrera inicial y entrar en un mundo, el del vino, que acabará atrayéndolos.
Atrás quedaron los vinos que eran vistos como alimento y cuyo máximo valor residía en la proximidad y el precio. Incluso aquellos que intentaron enamorarnos con variedades exóticas o presentaciones transgresoras. Hoy el consumidor busca el recuerdo de la emoción vivida en una experiencia. Importa poco que esa reminiscencia la generara un vino u otro, lo importante es que sirvió para entrar en este maravilloso mundo del vino.