Sabemos lo que tenemos que hacer, o al menos damos la sensación de que así es con nuestras declaraciones de intenciones y denuncia de los problemas más graves que nos rodean. Alertamos de la falta de profesionalización del sector, los bajos precios a los que se adquieren las uvas y el escasísimo valor añadido que nos dejan los vinos. Pedimos mayor firmeza en los operadores a la hora de defender en los mercados la calidad del producto con unos precios adecuados y señalamos a los grandes distribuidores o importadores como los culpables de que no podamos vender más caros nuestros vinos.
Llegamos a exigir medidas de intervención en los mercados como si de tiempos pasados se tratara y nos negamos a asumir que solo desde el sector y las empresas que lo conforman es posible el cambio.
Hasta nos permitimos el señalar a los demás (poco importa quiénes sean, o qué sea) como los culpables de todo lo malo que nos sucede. Si baja el consumo, es culpa de la Administración y sus campañas de tráfico. Si el precio desciende, son los consejos reguladores que no defienden la calidad del producto con controles más estrictos. Y si otra bebida nos come el terreno, nos permitimos señalarlos como enemigos acérrimos a los que perseguir por haber conseguido lo que nosotros hemos sido incapaces. Por no hablar de esos inmisericordes compradores extranjeros que nos compran el vino a granel para envasarlo con sus marcas y dejar en sus países el valor añadido y la clientela del producto.
Estamos en tiempos de buenos deseos y gran generosidad. Hasta las Loterías del Estado nos dicen que lo mejor es compartir. Pues hagámoslo. Y como no todos vamos a poder hacerlo con el Gordo de Navidad, se me ocurre que podríamos hacerlo con la responsabilidad de lo que nos sucede, asumiendo la parte de culpa que cada uno tenemos en esta larga cadena de valor que compone el vino y adoptando conciencia colectiva de sector.
Me gustaría pensar que el hecho de haber alcanzado un acuerdo sobre la renovación de la extensión de norma para la Interprofesional de Vino es un paso hacia adelante en este camino colectivo de recuperar el sector. Que el nuevo récord alcanzado en el valor bruto en origen de la producción de vino y mosto en 2018 de 1.751 M€ (+12,2%) es una muestra de que vamos por el buen camino. O que las conclusiones alcanzadas por la Conferencia de Cooperativas Agro-alimentarias de España en su jornada sobre la “comercializar mejor para liquidar mejor” de abogar por la calidad y profesionalización como claves para mejorar la posición comercial de las bodegas cooperativas españolas (que concentran algo más del sesenta por ciento de la producción) serán una realidad a corto y medio plazo.
Me gustaría que esos sueños que todos tenemos en estos días se hicieran realidad y que el viñedo pudiera ser ese cultivo rentable, además de resaltar su papel medioambiental y elemento de fijación de la población.
Que el consumo aumentase ligeramente sus datos, gracias a la recuperación de frecuencia y no tanto en la cantidad diaria. Y que los nuevos consumidores tuvieran la oportunidad de acercarse a la cultura del vino de forma sencilla y desenfadada, exenta de estereotipos y prejuicios que los asustan.
Me gustaría que las administraciones no tuvieran que hacer más que dejar trabajar al sector, dotándolo de las herramientas y recursos necesarios.
No sé muy bien si algo de todo esto lo acabaremos consiguiendo este año que pronto estrenaremos. Pero en ello van todas mis esperanzas y animo a todo el mundo a que haga lo mismo. Uno solo no lo conseguirá. Entre todos sí. Apartar intereses personales en aras de la colectividad puede ser una inversión mucho más rentable a medio y largo plazo que la ceguera del cortoplacismo.
Feliz 2019 y ¡a trabajar por conseguirlo!