Iniciamos el mes de septiembre y la atención del sector vitivinícola debe ir dirigida, obligatoriamente, hacia las vendimias. Asunto capital del que dependerá no solo la evolución de sus cotizaciones, tanto las referidas a las uvas, como mostos y vinos; sino la misma política empresarial que deberán desarrollar sus operadores de cara a establecer la estrategia de sus operaciones comerciales.
Y aunque ya llevamos, todos, muchas vendimias encima como para saber que cualquier previsión de la evolución del mercado no es más que ejercicios de imaginación, cuyo grado está mucho más cercano a los de los juegos de azar que la ciencia, nada de ello nos anima a no seguir haciéndolas y, jugando a las adivinanzas, intentar adelantarnos a lo que va a suceder.
Sabemos con un alto grado de certeza que el volumen de la cosecha va a ser muy superior a la anterior, prácticamente garantizado un veinte por ciento. Casi con la misma seguridad podríamos afirmar que los precios “sufrirán”, aunque en este sentido no podamos ser mucho más concretos, de momento, dado que no se han fijado prácticamente en ninguna bodega. E incluso podemos imaginar que la comercialización va a resultar mucho más complicada de lo que lo ha sido el pasado año como consecuencia de nuestra mayor oferta y la recuperación en las producciones de nuestros principales clientes: Francia e Italia.
Hasta la estabilidad que han demostrado las cotizaciones en origen de las escasas existencias podría resultarnos una pista válida para adivinar la horquilla posible sobre la que oscilarán las primeras partidas de mosto que se cierren. Pero todo esto no serían más especulaciones, que mejor dejar para la imaginación de cada uno.
Lo que sí sabemos es que nuestra producción está muy lejos de su potencial real. La fuerte reestructuración de nuestro viñedo hacia rendimientos que en muchos casos llegan a doblar los que tenían las parcelas que ocupan y la necesidad de obtener una rentabilidad que no somos capaces de alcanzar con los precios, nos obligan a plantearnos un escenario que va mucho más allá de los cuarenta y tres millones de hectolitros que estuviésemos manejando para este año.
Las grandes dificultades a las que nos enfrentamos de cara a la recuperación del consumo o la incorporación de nuevos consumidores, a pesar de los notables esfuerzos que se están realizando, dado lo complicado del asunto y lo lento que resulta obtener el resultado de esos esfuerzos; junto con la reducida capacidad del sector en contar con los recursos que serían necesarios para emprender campañas o las discrepancias que están mostrando algunas bodegas en los mecanismos establecidos hasta ahora con los que recabar esos fondos con los que poder llevarlas a cabo; es otro problema añadido a tener muy en consideración a la hora de intentar calibrar las posibles consecuencias que vayan a tener sobre el mercado las cifras de producción.
Y aunque excepciones las habrá, como no puede ser de otra manera, al menos la calidad podríamos decir que no solo no está en duda, sino que todo apunta a que resultará de unos niveles muy por encima de lo que podríamos definir como mínimo exigible.
Luego, si la producción estará por debajo de nuestro potencial, la calidad lo estará por encima de lo exigible y los precios no experimentarán cambios sustanciales, ¿de qué preocuparnos?
De momento vamos a contestarnos que de nada. Vamos a asumir que todo va a ir sobre lo previsto y según se vayan desarrollando los acontecimientos actualizando nuestra estrategia comercial y negociando con las grandes cadenas de distribución los acuerdos que nos hagan posible la colocación de la producción a precios más cercanos a su valor.