Escasa operatividad para un mercado en el que se confirma una corta cosecha

No por menos esperada dejan de ser una importante noticia para el sector las estimaciones provisionales presentadas por John Barker, director general de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), sobre la producción mundial de vino (sin mosto) y que, con una horquilla comprendida entre los 227 y los 235 (231 millones de hectolitros en su centro), la sitúa por debajo de la del pasado año un dos por ciento y un trece inferior a la media de los últimos diez años; resultando la más baja desde 1961.

Quizá lo más relevante de esta estimación no lo sea tanto el hecho de contar con una producción inferior a la del año pasado, como el hecho de que los fenómenos meteorológicos que afectan a la cosecha estén ocasionando un bajo volumen de producción en la Unión Europea. Con una Francia que sería el país que presentaría el mayor descenso (-23%) con respecto al pasado año, una Italia que apenas recuperaría el 7% de lo cosechado el año anterior y una España que, aun siendo el país que mayor incremento presenta (18%), seguiría situando su cosecha entre las más cortas de su historia. A pesar de que, según el Ministerio de Agricultura el rendimiento del viñedo de secano (5.204 kg/ha) se sitúo un 14% por encima del 2023.

Sólo Portugal y Hungría registraron volúmenes de cosecha medios o superiores a la media en la Unión Europea que alcanzaría un volumen de 139 Mhl (-3%).

Por su parte, las primeras previsiones de EE.UU. indican un volumen de producción medio para 2024, ligeramente inferior a los niveles de 2023. Al igual que en el Hemisferio Sur, donde se espera que los volúmenes de producción sigan siendo bajos, debido principalmente a las condiciones climáticas, marcando la producción más baja en dos décadas. En el que se registraría una producción de 46 Mhl (-2%). Según la OIV, ha sido una añada “difícil”. Después de una cosecha récord en 2021, la producción de vino ha disminuido durante tres años consecutivos. De hecho, el volumen estimado para 2024 se sitúa un 12% por debajo de la media quinquenal, lo que supone la producción más baja desde 2004 en el Hemisferio Sur. Esta producción históricamente baja se debe a fenómenos climáticos significativos en las principales regiones productoras de vino. En conjunto, la producción de vino del Hemisferio Sur en 2024 representa el 20% del total mundial, en consonancia con la media de la última década.

Veinte años para volver al punto de inicio

A los más viejos del lugar, si les digo Mariann Fischer Boel, Elena Espinosa, arranque de viñedo, reforma de la OCM… sabrán enseguida de lo que les hablo.

Para aquellos más jóvenes, o de memoria más selectiva, les diré que, allá por el año 2006, la entonces comisaria de Agricultura, Mariann Fischer, bajo el argumento de “evitar una crisis más profunda y plantar cara al Nuevo Mundo”, propuso una reforma de la Organización Común del Mercado (OCM) del sector vitivinícola basada en buscar el equilibrio entre producción y comercialización.

Si bien su planteamiento iba acompañado de otras medidas como la nacionalización de los fondos sectoriales o la autorización de indicar variedad y añada en el etiquetado de los vinos sin indicación geográfica, así como prohibir la chaptalización de los vinos… Este objetivo de equilibrio encontraba su piedra angular en el arranque de 400.000 hectáreas de viñedo, en un periodo de cinco años y con la ayuda de 2.400 millones de euros. Eso sí, de una forma voluntaria, pero con una prima que resultara lo suficientemente atractiva para los viticultores como para incentivar a aquellos no competitivos a abandonar el sector.

Con no pocas dificultades, la reforma de la OCM del sector vitivinícola vio la luz y con ella algunas de las medidas más utilizadas por nuestras bodegas, como pudiera ser la destilación de alcohol de uso de boca, las restituciones a la exportación, el almacenamiento privado… El arranque de viñedo no fue aceptado.

De hecho, esta modificación y la consideración de que el vino destinado a la destilación para la obtención de alcohol de uso de boca no era una utilización sino una forma de eliminar excedentes nos ocasionó un importante problema de desequilibrios al que tardamos varios años en acomodarnos.

La nacionalización de los fondos europeos destinados al sector, alrededor de mil trescientos millones de euros, entre los diferentes Estados Miembros en función de su histórico, supuso la creación de los Programas de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASV), centrados inicialmente en el Pago Único para, tras un breve periodo, hacerlo en la reconversión y reestructuración de nuestro viñedo hacia variedades más adaptadas a los gustos de los consumidores y que dieron en llamar “mejorantes”.

Pues bien, casi veinte años después, nos encontramos que hemos perdido más de ciento sesenta y cinco mil hectáreas; hemos reestructurado y reconvertido hacia esas “variedades mejorantes”, más de cuatrocientas ochenta mil hectáreas; y mantenido la producción por encima de los cuarenta y tres millones de hectolitros (sólo contenida por los calamitosos efectos propiciados por un Cambio Climático que nos ha traído largos y prolongados periodos de sequía).

Y, ¿todo esto para qué?

Pues para que el desánimo se apodere de nuestros viticultores ante la falta de rentabilidad de sus explotaciones y se acentúe el problema del relevo generacional. Propiciando la solicitud por aquellos mismos que lucharon por que no se produjera, del abandono definitivo del viñedo. Un escenario mundial de consumo a la baja y una seria amenaza de las autoridades sanitarias hacia el consumo de vino.

La importancia de la relatividad

Gracias al Infovi, el sector dispone de una información estadística actualizada y desglosada. Datos que permiten adoptar medidas y planificar campañas con cierto criterio. Y, aunque esto no ha impedido que las cosas en los mercados no hayan mejorado y los problemas para comercializar la producción sigan siendo muchos, ha supuesto un paso adelante muy importante. Asunto en el que el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) ha desarrollado y, seguirá haciéndolo, un papel fundamental en todo lo relacionado con el análisis de datos.

En otros temas, como los relacionados con la cosecha y sus estimaciones, aunque siguen pendientes de herramientas que incrementen su operatividad, lo cierto es que el avance de producción elaborado por el Ministerio de Agricultura ha mejorado mucho. O al menos, sus datos (bastante más ágiles ahora en el tiempo) han estado mucho más acordes a los de otros organismos que, sin la relevancia del Ministerio, elaboran sus previsiones con cierta fiabilidad y un nivel de acierto más que aceptable.

Y, aunque estoy convencido de que esta cuestión de análisis estadístico y previsiones tiene que dar un cambio radical cuando se complemente con la Inteligencia Artificial, hasta el momento, para saber lo que está sucediendo y lo que pudiera suceder en el corto y medio plazo habrá que seguir contando con un alto grado de intuición.

Una creencia que no podemos decir que sea muy alentadora, pues no hay colectivo relacionado con el sector vitivinícola que no pronostique tiempos complicados para una bebida que no sólo encuentra importantes problemas en su consumo, sino que cada vez aglutina más operadores y exige cambios propios de sectores industriales cuando se trata de una actividad agrícola.

Hablar de traslaciones en el consumo de vino tinto hacia el blanco, preferencias por menores graduaciones o características más frescas y fáciles, pero sin olvidar la atractiva complejidad de una crianza; pudiera ser alcanzable si habláramos de una fabricación. Pero estamos hablando de un cultivo que debe superar, al menos tres años, para obtener su primer racimo viable y esperar, en determinados casos, por encima de los diez para que tenga cierto grado de calidad. Cuyas elaboraciones están sujetas a factores intrínsecos de las características con las que llega la uva a la bodega. Una uva que, por si no fuera ya bastante complicado, cada vez está viéndose más afectada por las consecuencias de un Cambio Climático que igual nos hace enfrentarnos a largos y profundos periodos de severa sequía, como a episodios en los que en un día cae más del doble de lo que lo hacía en un año; provocando graves inundaciones como las recientemente ocurridas.

Calidad y coraje

Con la profunda consternación que han causado los efectos de las inundaciones, llega el momento de ir recuperando poco a poco la normalidad. También en el sector vitivinícola. En el que viticultores y bodegueros, tras las labores de limpieza, se afanan en evaluar daños, poner en marcha máquinas y cargar camiones y barcos que, a pesar de los graves daños sufridos en las infraestructuras, trasladan los vinos destinados a la vital campaña navideña. Para un poco más adelante ha quedado el levantamiento de algunas espalderas dañadas o la recuperación de las capas superficiales y orgánicas arrastradas en varias parcelas.

Ha sido mucho el daño, pero mayor si cabe la solidaridad de miles de voluntarios y de todo tipo de cuerpos llegados desde el más recóndito lugar. Y, aunque, salvo lamentables excepciones, no ha sido el sector vitivinícola uno de los que mayores daños ha tenido que soportar, esto requerirá de muchos recursos, de todo tipo: económicos, materiales y humanos; durante mucho tiempo. En un horizonte temporal que se extiende mucho más allá de al que los medios de comunicación le puedan estar prestando una atención prioritaria.

Sus efectos sobre la economía local se dejarán notar, el consumo verá menguado su gasto y la alegría contenida. Pero nada de todo esto doblegará la voluntad de superación que nos caracteriza.

Igual de complicado será hacer frente a las consecuencias que la elección de Donald Trump como presidente del primer país del mundo por volumen de vino consumido pudiera acabar teniendo para nuestro sector. Vamos a decir, por hacerlo suavemente, que no pinta bien. La política proteccionista desarrollada durante su última etapa al frente de los EE.UU., junto a los anuncios en su campaña electoral de aumentar los aranceles a los productos europeos, con mención específica del vino, no auguran nada bueno.

Y, aunque todavía está por llegar el momento en el que se tenga que negociar y asistir al lamentable espectáculo de “intercambio de cromos” sobre qué productos y en qué cuantía se ven modificados sus aranceles, son pocos los que confían en que el vino no acabe siendo uno de los productos más perjudicados.

En el ámbito nacional, tampoco es que el informe favorable emitido por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) al anteproyecto de ley de prevención del consumo de alcohol y sus efectos en las personas menores de edad nos lo esté poniendo muy fácil.

El hecho de que la CNMC considere que el anteproyecto se adecua a los principios de buena regulación, sin que se aprecien restricciones injustificadas a la competencia, es un paso más hacia la demonización del consumo de vino.

Todas las mejoras y aclaraciones planteadas son de segundo nivel y suponen, de facto, un paso adelante en la aprobación de una Ley que explícitamente prohíbe en la publicidad o comunicaciones de tipo comercial términos “equívocos o ambiguos”, que puedan confundir fácilmente a las personas menores de edad, como “consumo responsable” o “moderado”. Un horizonte poco alentador, pero nada diferente a lo que cabía esperar, si no fuera por estos desastres naturales. Por ello, estamos preparados y sabremos encontrar el mejor acomodo que nos permita seguir produciendo y vendiendo cada vez mejores vinos.

El abandono comienza ser una demanda sectorial

Aunque aseverar algo siempre resulta muy complicado, especialmente en este sector, podemos asegurar que los resultados de esta campaña van a dejar huella. No lo van a hacer las bajas producciones, por más que se encuentren bastante alejadas de lo que podríamos consensuar como algo “normal” atendiendo a nuestro potencial de producción. Tampoco su calidad, que ha estado amenazada continuamente por la climatología: lluvias torrenciales, episodios de granizo, sequía, desarrollo de enfermedades criptogámicas, etc. Como así lo demuestra el importe de las primas por siniestros al que va a tener que hacer frente Agroseguro. Ni los siempre controvertidos precios de las uvas fijados por las bodegas que, bajo la certeza de situarse por encima de los del año pasado, han levantado ampollas en la mayoría de las zonas de producción.

Lo va a hacer por el cansancio de un sector vitícola que, ante las perspectivas de futuro que se le plantean para su producción, ha optado por tirar la toalla y exigir al Ministerio que parte de esas ayudas destinadas a hacer más competitivo el sector sirvan para compensarles una parte de lo que durante muchos años han estado perdiendo; demandando una salida digna a su abandono definitivo del viñedo.

Llevamos varios años, tres de forma muy acusada, con producciones ridículas. Un consumo, por debajo de los diez millones de hectolitros, inaceptable para un país que enarbola la bandera de ser líder en superficie. Unas exportaciones sostenidas en volumen en el entorno de los veintiocho. Y unos rendimientos medios, según el Esyrce de septiembre, para la uva de secano (4.889 kg/ha) que, si bien mejora la cifra del año pasado, no hace sino reducirse si lo comparamos con el de los últimos cuatro, cinco o diez años. Situación a la que no es ajeno el cultivo en regadío, para el que el rendimiento es de 8.698 kg/ha, similar al del año anterior, pero también inferior a la media de los 4, 5 y 10 últimos años.

Todo ello en un entorno en el que de los 202,15 millones de euros asignados a la ISV durante la pasada campaña PAC, comprendida del 16 de octubre 23 a 15 de octubre 2024, se han quedado sin ejecutar 23,3 M€.

Afrontar los retos de futuro (más allá del clima)

Ya nos hemos referido a los datos de Agroseguro en alguna otra ocasión para justificar lo sucedido con la cosecha. Una vendimia que, a priori se presentaba buena, a pesar de las incidencias primaverales y que ha debido acabar a toda prisa y con un gran trabajo de selección por asegurar la calidad.

Un buen dato para cuantificar los daños ocasionados por estas inclemencias podría ser el importe de las indemnizaciones que estima la entidad aseguradora abonará en este año, superará los 110 millones y que corresponden a 221.977 hectáreas con algún tipo de siniestro, cerca de un cuarto de la superficie de uva de transformación y sobre la que hay que considerar que no todos los viticultores tienen suscrita la póliza.

Una campaña, de enero a septiembre, que se ha visto marcada por las graves heladas durante abril y mayo en Castilla y León, Castilla-La Mancha y valle del Ebro. Además, las tormentas de pedrisco se dejaron sentir durante todo el verano en todas las zonas productoras del centro e interior peninsular, valle del Ebro y área mediterránea. En el viñedo de secano, la falta de precipitaciones y los golpes de calor incidieron en aquellas áreas que ya registraban déficit hídrico desde el invierno, especialmente en Cataluña.

Si bien es de destacar que, por perjudiciales que pudieran resultar, en algunos casos, las últimas lluvias, han sido recibidas con los brazos abiertos por unos viticultores que ya sufrieron el año pasado los efectos de una sequía que no permitió desarrollarse a la viña, afectando gravemente a su capacidad de producción y que ponía en serio riesgo de supervivencia a la planta.

Bajo este panorama las expectativas que se presentan para la campaña 24/25 son muy buenas, manteniendo intacta la esperanza de volver a una cierta normalidad en la producción.

Consecuencia de esta anormalidad en la producción y los bajos precios de los vinos y que ha tenido su reflejo en los de las uvas de la campaña 24/25, el potencial vitícola español se redujo en 9.208 hectáreas, quedando fijado a 31 de julio en 951.965 ha de las 913.695 se encuentran plantadas en derechos no ejecutados.

Así como los bajos precios en el valor bruto de la producción, que bajó un 18% hasta situarse en 1.151,7 M€ en 2023, según el último avance de las Cuentas Económicas del Sector Agrario (CEA) del Ministerio de Agricultura, publicado en este mes de octubre; devolviéndonos a cifras de 2016. Estimando un valor de 525,12 millones, un 45,6% del total, con un descenso del 26,2% y de 186,5 millones sobre el dato de 2022 (711,6 M€) para el vino sin indicación (mesa), mientras que el valor del vino de calidad es de 626,55 millones de euros, un 54,4% del total, con un recorte del 9,32% y de 64,4 millones sobre el dato de 2022 (690,95 M€).

Bajo este panorama, al que podríamos añadir las numerosas comunidades autónomas que han puesto en marcha mecanismos para la eliminación de producción, ya sea mediante una destilación o la cosecha en verde; no puede sorprendernos que algunas organizaciones agrarias defiendan, en contra de la postura mantenida por el ministro Planas, la recuperación de la prima de arranque ante la seguridad de que algunos de sus viticultores opten por el abandono definitivo de su actividad. Así como que reclamen a una ordenación de las medidas aplicadas (reestructuración, promoción e inversión) en aras a afrontar los retos del futuro.

Asumir la inclinación de los consumidores

Resulta bastante evidente que el sector requiere de acciones que vayan encaminadas a frenar la sangría en el consumo, única y verdadera razón de los problemas de rentabilidad que está sufriendo el sector vitivinícola mundial y del que derivan otros, no menos importantes, pero colaterales, como el relevo generacional, la lucha contra la implantación de parques fotovoltaicos, o la propia supervivencia de una parte importante del patrimonio vitícola.

La presentación de la Declaración VITÆVINO, un documento que busca unir a la amplia comunidad vitivinícola europea y a los consumidores, buscando disfrutar del vino con moderación y reivindicando y perseverando en la cultura del vino, contó con la participación de políticos de la mayoría de nuestro arco parlamentario.

En ella se defiende el vino como algo más que un alimento: como un símbolo de convivencia y disfrute compartido, con una cultura milenaria y un papel determinante en la configuración de nuestra historia, nuestra economía, nuestros territorios y comunidades rurales.

Con tres objetivos primordiales: proteger el papel del vino como parte inherente de la cultura, la historia y la gastronomía en Europa y su patrimonio cultural; valorar y reconocer su impacto socioeconómico; y darle voz a la moderación y a aquellos que lo disfrutan de manera responsable en todo el mundo, evitando el abuso y los excesos, en el contexto de un estilo de vida saludable y equilibrado y a través del disfrute compartido del vino en las comidas con amigos y familia.

Sin duda, planteamiento que compartimos y asumimos todos los que nos relacionamos con el sector, pero que ya no tengo tan claro que podamos hacer extensivo a la mayoría de la población, llevada por algunos de esos “otros” políticos que se empeñan en demonizar al vino, ignorando todo su acervo cultural.

Afortunadamente, el máximo representante sectorial, el ministro de agricultura, Luis Planas, se lo cree y lo defiende. Como así lo hizo en días pasados, descartando que España vaya a optar por el arranque de viñedo, como ha hecho Francia, dando respuesta al descenso del consumo mundial de vino, en la reunión de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV).

Aunque reconociera que “el que manda es el consumidor, y si el consumidor se inclina hacia un lado, los productores tienen que inclinarse hacia esa misma orientación”. Debiendo asumir su responsabilidad a la hora de dar respuestas a los cambios de la demanda de las generaciones más jóvenes hacia vinos con menor contenido alcohólico, blancos y espumosos, así como vinos desalcoholizados.

Momento de reflexionar sobre el futuro del mercado europeo del vino

Con los datos del Infovi de julio (>1.000 hl y almacenistas) en la mano, podemos asegurar que estamos ante la campaña con menos existencias iniciales de vino y mosto desde que tenemos registros. Para ser precisos, 27.571.336 hl de vino y 935.757 de mosto. Un total de 28.507.093 que representa un 22,82% menos que la campaña anterior.

También podemos tener la plena certeza de que la cosecha de 2024 no será abundante. Así, según los datos facilitados por Agroseguro, a fecha de 31 de agosto, la superficie asegurada de viñedo de uva de transformación afectada por diversas inclemencias meteorológicas alcanza las 205.963 ha, en lo que va de año; lo que representa el 22,2% de la superficie plantada en nuestro país.

Heladas en abril y mayo, tormentas de pedrisco desde el mes de abril hasta hace pocos días, con especial mención a las que tuvieron lugar durante el mes de julio, afectando sustancialmente a Aragón, La Rioja, Navarra, Castilla-La Mancha y Comunidad Valenciana. Calor extremo y escasas lluvias, en agosto, que se suma a la sequía de años anteriores en algunas zonas. Daños por “marchitez fisiológica”, en especial en la variedad de uva Bobal en Castilla-La Mancha y la Comunidad Valenciana, episodios puntuales de mildiu y oídio en algunas parcelas…

La viña ha venido sufriendo siniestros desde sus fases iniciales de brotación. Por un lado, las temperaturas extremas de agosto, con la ausencia de precipitaciones en ámbitos donde la sequía ya era recurrente, mermando de forma muy importante las expectativas de cosecha, principalmente en zonas de producción vitícola de Cataluña y de la Región de Murcia. Por otro, lluvias torrenciales que traerán aparejados importantes problemas de podredumbre allá donde las vendimias presentaban retrasos entre diez y quince días sobre las de años anteriores.

Y, aunque las estimaciones de cosecha las hay para todos los gustos, lo cierto es que el rango en el que se desenvuelven todas no es tan amplio como en otras campañas. Prácticamente, podríamos decir que en la horquilla de los 38 y los 40 millones de hectolitros se encuentran todas las previsiones de producción de vino y mostos para España en esta campaña.

Francia, mantiene una estimación de cosecha muy por debajo de la del pasado año, cifrándola en 39,28 Mhl (-17,97%) e Italia, siempre más complicada, la sitúa en los cuarenta y uno, ligeramente por encima (+7,07%) de los 38,29 del año pasado.

Datos que no justifican, desde ningún punto de vista, lo que está sucediendo con los precios de las uvas, mostos u operatividad del mercado.

Es irrefutable que el consumo mundial de vino decrece. Que los gustos de los consumidores han cambiado y que pueden existir desajustes entre los diferentes tipos de vino (blanco y espumosos vs. tinto y rosados) que hagan posibles, cotizaciones de blanco por encima de las de los tintos. Pero, ¿hasta esta paralización?

La nueva Comisión Europea parece estar dispuesta a abordar el futuro del sector, el propio director general de la DG Agri, Wolfgang Burstscher, ha declarado que “ha llegado el momento de reflexionar en profundidad sobre el futuro del mercado europeo del vino”.

Confiemos en que no sean sólo palabras.

¿El arranque como solución?

Calificar de malos los momentos que nos están tocando vivir sería tanto como reconocer que los hemos tenido mejores. Y aunque posiblemente pueda ser así, lo cierto es que nos costaría encontrarlos. Pues, si no ha sido por una cuestión, ha sido por otra, el caso es que este sector anda en constantes problemas. Situaciones en las que nunca llega la sangre al río, pero que lo van minando poco a poco.

Un buen ejemplo de este desgaste que sufre, bien podría ser la superficie de uva de vinificación, que, si bien, año a año, pudieran parecer irrelevantes las mermas, cuando cogemos un histórico de veinticinco o cincuenta años, observamos una pérdida brutal de masa vegetal. Tanto como inadmisible para un país como el nuestro, en el que los cultivos alternativos a la viña no son muchos en gran parte de su geografía.

A la falta de rentabilidad que lo viene caracterizando y que se ha convertido en un mal endémico del sector, del que todos son conscientes que hay que salir (pero nadie sabe muy bien cómo), se unen ahora las posibles alternativas económicas que se le presentan a unos viticultores cansados de confiar en que las cosas cambiarán y cuyas nuevas generaciones van apretándoles sin más interés por las tierras que encontrarles una utilidad más acorde a lo que requeriría cualquier actividad empresarial.

Los tiempos en los que se cultivaba el viñedo como un pequeño jardín familiar han cambiado. El cultivo de la viña debe ser rentable por sí solo y generar, aunque sea mínimo, un beneficio sobre unos costes en los que deben estar incluidos los salarios de la dedicación del propietario.

Con las vendimias y la obligatoriedad de firmar los oportunos contratos de compra venta de la uva en los que figure claramente el importe pactado, retorna la polémica de los bajos precios y se pone de manifiesto la imposibilidad, en muchos de los casos, de cumplir con una Ley de la Cadena de Valor que exige un precio mínimo por encima de los costes de producción, pero que difícilmente puede ser aplicada ante la “necesidad” de muchos viticultores de quitarse la producción de encima.

Y ante esta falta de rentabilidad aparece el fantasma de la carencia de relevo generacional. Y, tras él, volvemos a tiempos, que creíamos pasados, de solicitar ayudas por el arranque definitivo del viñedo como compensación de esa especie de “deuda histórica” que tiene el sector con sus viticultores.

Natural, posiblemente. Lógico, seguramente. Pero, eficaz para resolver el problema, no parece que lo sea. Y podría abrirse una grieta muy peligrosa por la que no sabemos cuánto podríamos perder.

Un sector que demanda cambios sin saber cuáles

En condiciones normales, o quizá debiéramos decir en otras campañas, porque actualmente se hace muy complicado definir que es la “normalidad” en el sector vitivinícola; con las estimaciones de producción que manejamos a nivel europeo, deberíamos estar hablando de precios al alza y un mercado de vinos y mostos con una alta actividad comercial. Deberíamos estar avisando del peligro que supone comprometer producciones o plazos de retirada y pago a seis meses y el estrangulamiento que ello producía en el mercado, elevando sus cotizaciones de una forma un tanto artificial, pues no siempre acababan llegando a buen término esos compromisos.

En cambio, todas las noticias que nos vamos encontrando van en el sentido contrario. En aquel mucho más propio de cosechas excedentarias que auguraban importantes problemas de comercialización y retraimiento en los compradores ante la certeza de encontrar el producto cuando lo necesitasen a precios similares o incluso más bajos.

Los datos de existencias no alientan una situación de preocupación, más bien al contrario, se sitúan en mínimos históricos. Los referidos al consumo interno estimado, apenas presentan pequeñísimas variaciones, irrelevantes en su conjunto sobre una cifra estable en el entorno de los diez millones de hectolitros. Y las exportaciones con datos acumulados a junio 2024 crecen un 5,3% en valor y un 11,7% en volumen, aunque si hablamos sólo de vino esos porcentajes disminuyan considerablemente hasta el 1,5% y 0,3% respectivamente. Pero manteniendo el signo positivo.

¿Qué pasa entonces para que reine tanto pesimismo en el sector?

Sabemos que la situación geoestratégica en el mundo no pasa por sus mejores momentos. Conflictos como los de Ucrania e Israel generan muchos temores y sus consecuencias son impredecibles. Que los tipos de interés siguen altos, lo que resta capacidad de gasto a las familias, pero también se atisba en un horizonte más o menos próximo una relajación de las tensiones monetarias. La posibilidad de la vuelta a una política autárquica en Estados Unidos con el regreso de Trump pierde fuelle, aunque siga siendo una fuerte amenaza. Por citar sólo algunos de los más importantes asuntos que, según todos los teóricos, explicarían la macroeconomía mundial.

Pero, ¿qué pasa con la micro, con esa economía doméstica?

El equilibrio entre oferta y demanda parece haber dejado de ser válido para fijar precios. Incluso criterios teóricos de calidad como las Denominaciones de Origen parecen haber perdido valor en la parte baja de sus portfolios.

Nos dicen que los gustos y hábitos de los consumidores han cambiado desde la pandemia. Que los efectos del Cambio Climático se están dejando notar en la tipología de los vinos.

Con una ausencia tal de referentes, ¿cómo poder planificar, firmar plantillas, elaborar planes de comunicación y estrategias comerciales? Incluso definir plantaciones, variedades, productos… con los que a medio y largo plazo atacar el mercado.

Esta situación deberá provocar cambios que van más allá de destilaciones o medidas coyunturales. Pero, ¿cuáles y por quién?