Tras la confirmación por parte del Comisario de Agricultura de la negativa a habilitar nuevos fondos con los que poner en marcha las medidas extraordinarias que, a juicio del sector, serían necesarias para equilibrar el mercado y devolver la actividad necesaria con la que poder dar salida a una producción que se está empezando a atragantar ante la cercanía de la próxima vendimia. Y, a pesar de que todos los colectivos no cesan en su empeño de seguir demandándolas y exigen al ministro Planas que defienda nuestros intereses en Bruselas y alcance un acuerdo satisfactorio, por más que sepan que sus posibilidades son mucho menores que la de tener un trombo al inyectarte la vacuna (perdón por la referencia, pero, al fin y al cabo, este “bicho” es el que nos está ocasionando semejante problemón en un sector que comenzaba a ver cómo recuperaba su consumo). Convendría comenzar a pensar en cómo salir de esta y analizar cuáles son las razones que nos han conducido hasta aquí.
Perdón, ya sé que lo que acabo de decir parece una tontería, pero es que se me antoja necesario reflexionar sobre algunos pequeños matices, muy seguramente equivocados y, efectivamente, tontos, pero que, al menos, confío sirvan para que todos pensemos sobre ello.
Según el estudio publicado por la Interprofesional sobre el consumo de vino en España realizado por el OEMV y referido a 2018, últimos datos disponibles con ese detalle, España concentraba prácticamente un tercio de su consumo interno, hablamos en términos de volumen, en el canal Horeca (31,4%), exactamente 3,17 millones de hectolitros, al del hogar (alimentación) 3,57 millones de hectolitros, que representaba el 35,4%; y al resto de canales otro tercio (33,2%) distribuido en venta directa (1,81 Mhl), vinotecas (0,59 Mhl), internet no retail (0,08 Mhl), clubs de vinos (0,04 Mhl), turistas (0,58 Mhl) y Canarias (0,26 Mhl). Total 3,35 millones de hectolitros.
Cifra la de los 10,08 millones de hectolitros que se aproxima mucho a los 10,31 que daba como consumo aparente estimado la propia Interprofesional en su informe de diciembre de 2018. Así es que, aunque solo sea por aquello de trabajar sobre cifras concretas, vamos a creernos estos datos.
Del mismo modo que vamos a dar por cierto que ese consumo aparente en febrero de 2021 era de 8,81 Mhl, (-1,50 millones de hl) y que el principal motivo de tan aberrante caída ha sido el cierre intermitente de la hostelería y la pérdida de más del ochenta y tres por ciento de los turistas.
O, dicho de otra manera, que las consecuencias naturales sobre el sector vitivinícola de que todo esto haya sucedido habrían sido que hemos perdido alrededor de la mitad del consumo del que tenemos en el canal Horeca y la práctica totalidad de los turistas. Curiosamente una cifra muy parecida a ese millón y medio de hectolitros en los que ha bajado el consumo interno.
Luego, no parece tan descabellado pensar que, superada esta situación tan extraordinaria que vivimos y devueltos a unas condiciones de “normalidad” que nos permitan recuperar los hábitos de consumo que nos son propios, no nos debería costar mucho volver a los once millones cien mil hectolitros de consumo que alcanzamos en febrero de 2020.
¿Suficiente para un sector que ha producido casi cuarenta y seis millones de hectolitros entre vino y mosto?
Evidentemente, no. Y habrá que seguir trabajando con más empeño si cabe por atraer a nuevos consumidores e incrementar la frecuencia de consumo. Pero andamos por el buen camino y no deberíamos dejarnos cegar por un momento puntual, aunque la solución de eliminar el excedente generado ni vaya a ser fácil ni asumible por todos.
Seria conveniente que todas las Denominaciones de Origen cumpliesen su deber de garantizar vinos con identidad.