Una producción contenida para un consumo estabilizado

Aunque se esperaba y estaba agendada, la toma de posesión del cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha causado un gran impacto mediático. Sus continuas amenazas sobre la implantación de altos aranceles a los productos procedentes de la Unión Europea y sus palabras, digamos que poco cariñosas, hacia nuestro país han disparado las alarmas. Y, aunque, con gran prudencia, el sector vitivinícola (uno de los productos que más negativamente pudiera verse afectado por sus políticas), sin alzar la voz, sí comienza a mostrar su preocupación, poniendo en valor los grandes esfuerzos que llevan haciendo nuestras bodegas por abrirse un hueco en ese mercado esencial. Trabajo que podría verse truncado, especialmente si la administración americana decidiese aplicar aranceles diferentes atendiendo al país de procedencia.

Pero, como bien destacan algunos expertos en cuestiones políticas, dejemos que el tiempo nos muestre hasta dónde llegan sus amenazas y trabajemos, desde la Unión Europea, como “dicen” estar haciendo desde que ganara las elecciones en el mes de noviembre, por estar preparados para afrontar cualquier contratiempo.

Mucho más cercano se nos presentan los datos de cosecha que se extraen de las declaraciones ampliadas del Infovi de noviembre. Según las cuales, se habrían vendimiado 4.945 millones de kilos de uva, de los que el cuarenta por ciento lo fueron de tintas y el sesenta de blancas. Volumen que se transformó en 35.803.148 hectolitros, de los que 31.026.486 se fermentaron como vino, el 42 por ciento en tintos y rosados y el resto en blanco. Mientras que 4.776.662 hl siguieron como mosto, siendo casi el setenta y ocho por ciento blanco.

Cifras que, si entramos en el detalle por CC.AA. nos permiten presumir que sufrirán modificaciones en los próximos informes, conforme se vayan conociendo con mayor exactitud unas declaraciones que, en esta ocasión, han ido más lentas de lo que debían. Una variación que, si bien algunas organizaciones llegan a cifrar en un millón más de producción mosto, hasta alcanzar una cosecha de 36’949 millones de hectolitros; no parece que pudiera ser suficiente para reactivar un mercado en el que amenazas comerciales y estancamiento del consumo pesan mucho más que unas producciones que según este Infovi aumentan un 9’9% en vino y 12’2% si incluimos el mosto.

Con una disminución en existencias del 0’5% hasta cuantificarlas en 58’237 Mhl: 6’589 de mosto, 22’956 de vino blanco y 28’692 de tinto. Lo que vendría a ayudar a entender lo que está sucediendo en el mercado, donde las bodegas están rebajando sus existencias en envasados, con descensos del 5’5% las de blancos y del 4’3% de los tintos. Mientras que en graneles, el stock de blancos resulta un 11’1% superior al del año pasado, como consecuencia de haber aumentado la producción de este tipo de vino un 20’5%. Mientras que la disminución en la producción de vinos tintos del 1’4% permite reducir sus existencias un 10’2%.

Todo ello con un consumo aparente que se mantiene estabilizado en los 9’78 Mhl (19’97 litros per cápita), con una ligera mejoría en tintos sostenida desde el mes de mayo.

¿Se puede solucionar la falta de relevo generacional con la actual rentabilidad del viñedo?

Sin entrar en discusiones sobre si es el principal reto al que debe enfrentarse el sector o, por el contrario, son más acuciantes aquellos desafíos relacionados con el consumo y todas las limitaciones que los políticos están luchando por imponerle por su contenido alcohólico; resulta incuestionable que la falta de relevo generacional en el sector primario es desafío apremiante, y de él, no sólo no escapa el vitivinícola, sino que puede ser uno en los que más acusada sea la situación.

¿Consecuencia de la dificultad del acceso a la tierra, de los problemas para encontrar financiación adecuada y la necesidad de formación y conocimiento, del trabajo que requiere, de lo reducido de sus explotaciones, de sus condiciones de cultivo, especialmente aquellas relacionadas con la gestión de los recursos hídricos, en muchas ocasiones estrictamente de secano? Incluso, por qué no, ¿de las trabas administrativas y fiscales que se encuentran a la hora de sucesión?

Muy probablemente haya de todo un poco, aunque, en mi opinión, no creo que ninguna de todas esas razones, ni tan siquiera de todas ellas en su conjunto, sean más determinantes a la hora de echar atrás a las nuevas generaciones del cultivo del viñedo como la baja o nula rentabilidad que prevén obtener.

Al mismo tiempo que nos quejamos frecuentemente de que los jóvenes no se encuentran comprometidos con el cultivo del viñedo, reconocemos que tienen una sensibilidad especial hacia todos aquellos temas relacionados con el cuidado del medio ambiente.

Recientemente Begoña García Bernal, secretaria de Estado de Agricultura y Alimentación, señalaba que el relevo generacional, más bien la falta de éste, es “uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos como país, al mismo nivel que la transición ecológica”, y que necesita para afrontarlo “la implicación de las instituciones, las organizaciones agrarias y el sector”.

“Sencillamente, nos va la vida en ello”, afirmó.

Toda la razón, en un bello discurso. Pero, yo me pregunto: ¿qué han hecho y están haciendo nuestros responsables políticos, de antes y de ahora, para remediarlo?

Podemos crear “grupos de trabajo de tierras agrarias infrautilizadas”, que estudien alternativas y soluciones para avanzar en la recuperación de la tierra abandonada y promover su aprovechamiento agrario. Elaborar una ley de Agricultura Familiar, en la que se aborde el relevo generacional necesario para atajar el envejecimiento de la población agraria. Publicar guías como “Tierra Firme”, para que “la juventud tenga referencias a la hora de incorporarse” …

Pero, ¿es posible solucionar este problema sin una rentabilidad adecuada que permita vivir dignamente del viñedo?

Un 2025 con grandes retos por delante

Sin datos definitivos sobre la cosecha 2024/25, el Ministerio va cerrando la horquilla sobre la que, previsiblemente, deberá encontrarse nuestra producción. Franja que, a diferencia de lo que ha venido sucediendo en años anteriores, no difiere mucho de la presentada por otras organizaciones sectoriales. Si bien, es previsible que algunas regiones, como la Región de Murcia o la Comunidad Valenciana, vean disminuida su producción con respecto a estas previsiones, si los efectos que la sequía haya podido acabar teniendo son más cuantiosos de lo inicialmente estimado.

Así, el servicio de Estadística del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en su última previsión, con datos a 31 de octubre, la situó en 36.393.317 hectolitros, rebajándola en algo más de seiscientos mil hectolitros respecto a la realizada un mes antes. Lo que, en uva de vinificación, supone una producción de 4.932.878 toneladas.

De las estimaciones hasta ahora conocidas, y que no deberían diferir mucho en términos generales, llama especialmente la atención el peso que adquiere Castilla-La Mancha. Región que tradicionalmente venía representando el cincuenta por ciento del total nacional y que esta ocasión se sitúa en el sesenta. O la fuerte caída del tercio norte, con comunidades de la importancia de Cataluña, que sigue sufriendo los efectos de la grave sequía de años anteriores, donde caería un 22,49%, o Aragón, Navarra y Baleares; todas ellas con mermas por encima del veinte por ciento con respecto a la cosecha del año anterior.

Datos que, como nos referíamos al inicio de este comentario no deberían alejarse mucho de los recogidos por las declaraciones de producción y que conoceremos en fechas ya próximas. Y que (y he aquí lo más importante), en un entorno de bajas producciones a nivel mundial, están siendo totalmente incapaces de levantar los precios en un mercado que limita sus operaciones, marcado por fuertes amenazas legislativas sobre el consumo de alcohol o acontecimientos geopolíticos como la guerra de Ucrania, la estanflación en países de peso como Alemania, el control de la inflación en las principales economías o los efectos que pudiera tener para Europa la llegada de Trump a la presidencia de EE.UU., primer país del mundo por consumo.

Como así demuestran los datos de nuestras exportaciones, que si bien, con datos acumulados del mes de octubre   mantienen el tipo en valor, con aumentos del 5% para total de productos vitivinícolas (reducidos al 2,4% si nos referimos sólo a vino), no sucede lo mismo con el volumen, donde mantenemos un crecimiento del 3,3% para el total de productos, pero perdemos el 4,5% en vinos.

Volviendo al escenario nacional, destacar que, según los datos publicados por la Encuesta de Superficies y Rendimientos de Cultivos (Esyrce) hasta el pasado 30 de noviembre, el rendimiento del viñedo de uva de transformación en secano fue 5.058 kg/ha, un 15% más que en el año anterior (4.416 kg/ha). Mientras que el de regadío se situó en 8.705 kg/ha, un 4% por encima del rendimiento medio (8.361kg/ha) alcanzado en 2023.

Un 2025 que, según todo parece indicar, no va resultar fácil y en el que deberemos afrontar problemas de gran calado. Pero del que, dada la resiliencia de la que ha venido haciendo gala el sector a lo largo de su historia, conseguiremos salir fortalecidos.

El legislativo hace guiños al sector

Por fin, el Gobierno admite que también el viñedo y olivar deben poder acogerse a las ayudas extraordinarias para compensar las pérdidas de ingresos causadas por la guerra en Ucrania y la sequía; y, según una disposición adicional incluida en el proyecto de Ley de las pérdidas y el desperdicio alimentario, “establecerá en un plazo máximo de dos meses una ayuda”

En este mismo proyecto de ley, se modifica la Ley 24/2003, de 10 de julio, de la Viña y del Vino. En concreto, al valorar como infracción leve “la no utilización de una autorización de nueva plantación, de replantación o de conversión concedida, salvo en los casos fijados en la normativa nacional o de la Unión Europea”.

Asimismo, el Senado instaba recientemente al Gobierno a defender “de forma decidida al vino, a todo el sector vitivinícola que lo compone, y a nuestra rica tradición vitivinícola, reconociendo sus beneficios para la salud cuando se consume con moderación, su importancia económica y cultural, mientras se fomenta un consumo responsable y educado”. Así como a “apoyar medidas que protejan y promuevan la cultura del vino, garantizando al mismo tiempo la salud pública y el bienestar de nuestra sociedad, para lo cual proponemos, entre otras medidas culturales, sociales, saludables y sectoriales, implementar campañas divulgativas, que promuevan el conocimiento sobre la cultura e historia del vino; la comprensión de los beneficios y riesgos asociados al consumo de alcohol, y la promoción de hábitos de consumo responsable”.

En el ámbito comunitario, la Comisión Europea abrió el pasado 11 de diciembre y hasta el próximo 8 de enero una consulta pública sobre la ampliación del periodo de solicitud para obtener una autorización de replantación de viñedo, tras el arranque. El objetivo es que los viticultores cuenten con más tiempo para decidir la replantación, analizando si pueden replantar viñedo con una variedad diferente, por ejemplo, que sea más resistente a las enfermedades y mejor adaptada a la evolución de las condiciones climáticas y de la demanda de unos mercados cambiantes.

Mientras que, en términos estadísticos, el MAPA ha recortado considerablemente su previsión de producción de vino y mosto de la actual campaña 2024/25, rebajándola, con datos hasta el 31 de octubre, de los 37 millones de hectolitros de su estimación de finales de septiembre a 36.393.300 hectolitros; es decir, en algo más de 600.000 hectolitros respecto a entonces. La vendimia alcanzó algo más de 4,93 millones de toneladas de uva para transformación, con un aumento del 10,1% y 451.400 toneladas más con relación a la anterior (4.481.500 t), muy afectada por la sequía y por los episodios de exceso de calor.

Un círculo vicioso que es necesario romper

Estoy firmemente convencido de que uno de los principales problemas que tiene este sector es el pesimismo que impera entre sus operadores. Un círculo vicioso que es posible romper y ese es el deseo que guarda mi petición navideña.

La creencia de que el futuro de una comercialización adecuada de los productos vitivinícolas sólo está al alcance de unos pocos privilegiados y que el “común de los mortales” debe sobrevivir con escasas esperanzas de salir del pozo de bajos precios y baja o nula rentabilidad es predominante en el sector.

Esta actitud es, en muchas ocasiones, consecuencia de la escasa autoconfianza en la calidad de nuestros productos y los complejos con los que acudimos a los mercados. Más acuciados por la necesidad de vender, que con la esperanza de posicionarnos en el lugar que nos correspondería por calidad, tradición y peso en el sector.

Situación que nos lleva a perder ese positivismo que es imprescindible para salir de una mala situación.

Cierto es que con una producción que fácilmente cuadriplica lo que consumimos en España (donde tampoco es que seamos capaces de defender el verdadero valor de nuestras producciones) y un mercado exterior en el que nos enfrentamos a inquebrantables barreras de dominio de los otros grandes productores (competidores) mundiales; no ya sólo tradicionales, como franceses o italianos, sino al que cada vez más se van incorporando californianos, australianos, chilenos, sudafricanos…, se hace muy complicado hablar de futuro.

Más aún con un relevo generacional cuestionado y una profesionalización en entredicho, tanto en viticultores como elaboradores (con un peso muy especial de las cooperativas), que no alcanza los niveles suficientes para impedir ventas en cuyos costes de producción no se han tenido en cuenta los costes de mano de obra.

Claro que, si esto no fuese suficiente, el panorama mundial no es que pinte muy esperanzador. Los datos de las dos últimas campañas publicados por la Organización Mundial de la Viña y el Vino (OIV) nos indican que estamos en niveles mínimos históricos de producción. Con los datos de consumo mundial disminuyendo y las perspectivas de futuro manteniendo estas tendencias.

Las organizaciones sectoriales, no sólo agrarias, pues también en ese planteamiento se han sumado otras, abogando por el abandono del viñedo subvencionado.

Y, para más inri, una Unión Europea, previendo unl horizonte sectorial bastante negativo.

Como el que se interpreta de la publicación del Informe de Perspectivas Agrícolas de la UE al horizonte 2035 en el que, para el sector vitivinícola, prevé que continúe disminuyendo el consumo de vino, consecuencia de una menor incorporación de los jóvenes, que rechazan su contenido alcohólico por motivos de salud. Argumento que encuentra un potente refuerzo en los gobiernos con políticas claramente antialcohólicas y en las que apuntan al vino directamente. Así como una traslación del consumo de los países tradicionalmente elaboradores y consumidores hacia otros con latitudes más norteñas (Chequia, Polonia y Suecia). Consecuencia de lo cual contempla como probable una pérdida de la producción impulsada por la disminución de la superficie.

¿Cambios estructurales a la vista?

No hay foro dedicado al sector vitivinícola en el que no evidencie el delicado momento que atravesamos y las numerosas amenazas qué sobre él y su futuro se ciernen. Especialmente por su condición de bebida alcohólica y, por extensión, percibida como perjudicial para la salud. Haciendo necesario, en opinión de nuestros políticos (hasta no sabemos muy bien qué nivel) disminuir su consumo.

La escasa, y en ocasiones inexistente, rentabilidad de su cultivo tampoco contribuye a combatir la falta de relevo generacional y la necesidad de avanzar hacia un sector más profesionalizado.

Esto ocurre pese a los estudios científicos sobre el cálculo de costes de producción, que deberían servir como base para construir una cadena de valor sólida. Sin embargo, esa cadena sigue siendo inexistente debido al desproporcionado poder de las partes: una oferta fragmentada y, en muchos casos, enfrentada; una distribución todopoderosa que, con absoluta falta de compromiso, no contribuye a aumentar el valor de nuestros vinos; y leyes de comercialización esperanzadoras, pero utópicas, que no logran establecer condiciones efectivas para aplicar medidas de intervención en el mercado que sostengan los precios.

Tampoco están funcionando, si entendemos por funcionar aumentar el consumo de vino en nuestro país, las campañas que a tal efecto se están llevando a cabo. Los nuevos consumidores muestran poca permeabilidad a mensajes que, en algunos casos, parecen desfasados y se centran en una bebida alcohólica dominada por tópicos “viejunos”, lo que resulta ineficaz para captar su atención.

El caso es que, por una razón u otra, los cambios en el sector se hacen necesarios y las consecuencias que tienen sobre sus estructuras productivas, tanto en el lado vitícola como vinícola, llevan preocupando un tiempo y encendiendo todo tipo de alarmas sobre las derivadas que pudiera acabar teniendo. Especialmente en una Unión Europea caracterizada por su escasa flexibilidad y exceso intervencionismo. Lo que hace más preocupante la traslación del todopoderoso poder europeo hacia otras latitudes, tanto en producción como en consumo.

Medir la salud de un sector es siempre complicado. De cualquiera, pero especialmente de los agrícolas, a cuyas circunstancias de producción se suman los imponderables de una naturaleza cuyo comportamiento es cada vez más errático, y que, en los últimos tiempos, está siendo menos previsible que nunca y con efectos más incisivos. Largos periodos de sequía, a los que suceden lluvias abundantes, heladas en periodos hasta ahora imposibles o devastadoras tormentas de granizo. Episodios climáticos a los que estamos habituados, pero no así a su virulencia actual.

Y, aunque la experiencia nos dice que la pérdida de hectáreas no es sinónimo de disminución de la producción (más bien todo lo contrario), bien podría ser un catalizador del futuro del sector. Y los resultados, aunque provisionales, del avance de la Esyrce del 2024, en los que perdemos casi un 1,9% de la superficie con respecto al pasado año que ya fue malo, con especial incidencia en las hectáreas de regadío que pierde casi el doble, hasta llegar al 3,56%, unido a la solicitud de primas por abandono de viñedo; anuncian posibles cambios estructurales de calado.

Escasa operatividad para un mercado en el que se confirma una corta cosecha

No por menos esperada dejan de ser una importante noticia para el sector las estimaciones provisionales presentadas por John Barker, director general de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), sobre la producción mundial de vino (sin mosto) y que, con una horquilla comprendida entre los 227 y los 235 (231 millones de hectolitros en su centro), la sitúa por debajo de la del pasado año un dos por ciento y un trece inferior a la media de los últimos diez años; resultando la más baja desde 1961.

Quizá lo más relevante de esta estimación no lo sea tanto el hecho de contar con una producción inferior a la del año pasado, como el hecho de que los fenómenos meteorológicos que afectan a la cosecha estén ocasionando un bajo volumen de producción en la Unión Europea. Con una Francia que sería el país que presentaría el mayor descenso (-23%) con respecto al pasado año, una Italia que apenas recuperaría el 7% de lo cosechado el año anterior y una España que, aun siendo el país que mayor incremento presenta (18%), seguiría situando su cosecha entre las más cortas de su historia. A pesar de que, según el Ministerio de Agricultura el rendimiento del viñedo de secano (5.204 kg/ha) se sitúo un 14% por encima del 2023.

Sólo Portugal y Hungría registraron volúmenes de cosecha medios o superiores a la media en la Unión Europea que alcanzaría un volumen de 139 Mhl (-3%).

Por su parte, las primeras previsiones de EE.UU. indican un volumen de producción medio para 2024, ligeramente inferior a los niveles de 2023. Al igual que en el Hemisferio Sur, donde se espera que los volúmenes de producción sigan siendo bajos, debido principalmente a las condiciones climáticas, marcando la producción más baja en dos décadas. En el que se registraría una producción de 46 Mhl (-2%). Según la OIV, ha sido una añada “difícil”. Después de una cosecha récord en 2021, la producción de vino ha disminuido durante tres años consecutivos. De hecho, el volumen estimado para 2024 se sitúa un 12% por debajo de la media quinquenal, lo que supone la producción más baja desde 2004 en el Hemisferio Sur. Esta producción históricamente baja se debe a fenómenos climáticos significativos en las principales regiones productoras de vino. En conjunto, la producción de vino del Hemisferio Sur en 2024 representa el 20% del total mundial, en consonancia con la media de la última década.

Veinte años para volver al punto de inicio

A los más viejos del lugar, si les digo Mariann Fischer Boel, Elena Espinosa, arranque de viñedo, reforma de la OCM… sabrán enseguida de lo que les hablo.

Para aquellos más jóvenes, o de memoria más selectiva, les diré que, allá por el año 2006, la entonces comisaria de Agricultura, Mariann Fischer, bajo el argumento de “evitar una crisis más profunda y plantar cara al Nuevo Mundo”, propuso una reforma de la Organización Común del Mercado (OCM) del sector vitivinícola basada en buscar el equilibrio entre producción y comercialización.

Si bien su planteamiento iba acompañado de otras medidas como la nacionalización de los fondos sectoriales o la autorización de indicar variedad y añada en el etiquetado de los vinos sin indicación geográfica, así como prohibir la chaptalización de los vinos… Este objetivo de equilibrio encontraba su piedra angular en el arranque de 400.000 hectáreas de viñedo, en un periodo de cinco años y con la ayuda de 2.400 millones de euros. Eso sí, de una forma voluntaria, pero con una prima que resultara lo suficientemente atractiva para los viticultores como para incentivar a aquellos no competitivos a abandonar el sector.

Con no pocas dificultades, la reforma de la OCM del sector vitivinícola vio la luz y con ella algunas de las medidas más utilizadas por nuestras bodegas, como pudiera ser la destilación de alcohol de uso de boca, las restituciones a la exportación, el almacenamiento privado… El arranque de viñedo no fue aceptado.

De hecho, esta modificación y la consideración de que el vino destinado a la destilación para la obtención de alcohol de uso de boca no era una utilización sino una forma de eliminar excedentes nos ocasionó un importante problema de desequilibrios al que tardamos varios años en acomodarnos.

La nacionalización de los fondos europeos destinados al sector, alrededor de mil trescientos millones de euros, entre los diferentes Estados Miembros en función de su histórico, supuso la creación de los Programas de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASV), centrados inicialmente en el Pago Único para, tras un breve periodo, hacerlo en la reconversión y reestructuración de nuestro viñedo hacia variedades más adaptadas a los gustos de los consumidores y que dieron en llamar “mejorantes”.

Pues bien, casi veinte años después, nos encontramos que hemos perdido más de ciento sesenta y cinco mil hectáreas; hemos reestructurado y reconvertido hacia esas “variedades mejorantes”, más de cuatrocientas ochenta mil hectáreas; y mantenido la producción por encima de los cuarenta y tres millones de hectolitros (sólo contenida por los calamitosos efectos propiciados por un Cambio Climático que nos ha traído largos y prolongados periodos de sequía).

Y, ¿todo esto para qué?

Pues para que el desánimo se apodere de nuestros viticultores ante la falta de rentabilidad de sus explotaciones y se acentúe el problema del relevo generacional. Propiciando la solicitud por aquellos mismos que lucharon por que no se produjera, del abandono definitivo del viñedo. Un escenario mundial de consumo a la baja y una seria amenaza de las autoridades sanitarias hacia el consumo de vino.

La importancia de la relatividad

Gracias al Infovi, el sector dispone de una información estadística actualizada y desglosada. Datos que permiten adoptar medidas y planificar campañas con cierto criterio. Y, aunque esto no ha impedido que las cosas en los mercados no hayan mejorado y los problemas para comercializar la producción sigan siendo muchos, ha supuesto un paso adelante muy importante. Asunto en el que el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) ha desarrollado y, seguirá haciéndolo, un papel fundamental en todo lo relacionado con el análisis de datos.

En otros temas, como los relacionados con la cosecha y sus estimaciones, aunque siguen pendientes de herramientas que incrementen su operatividad, lo cierto es que el avance de producción elaborado por el Ministerio de Agricultura ha mejorado mucho. O al menos, sus datos (bastante más ágiles ahora en el tiempo) han estado mucho más acordes a los de otros organismos que, sin la relevancia del Ministerio, elaboran sus previsiones con cierta fiabilidad y un nivel de acierto más que aceptable.

Y, aunque estoy convencido de que esta cuestión de análisis estadístico y previsiones tiene que dar un cambio radical cuando se complemente con la Inteligencia Artificial, hasta el momento, para saber lo que está sucediendo y lo que pudiera suceder en el corto y medio plazo habrá que seguir contando con un alto grado de intuición.

Una creencia que no podemos decir que sea muy alentadora, pues no hay colectivo relacionado con el sector vitivinícola que no pronostique tiempos complicados para una bebida que no sólo encuentra importantes problemas en su consumo, sino que cada vez aglutina más operadores y exige cambios propios de sectores industriales cuando se trata de una actividad agrícola.

Hablar de traslaciones en el consumo de vino tinto hacia el blanco, preferencias por menores graduaciones o características más frescas y fáciles, pero sin olvidar la atractiva complejidad de una crianza; pudiera ser alcanzable si habláramos de una fabricación. Pero estamos hablando de un cultivo que debe superar, al menos tres años, para obtener su primer racimo viable y esperar, en determinados casos, por encima de los diez para que tenga cierto grado de calidad. Cuyas elaboraciones están sujetas a factores intrínsecos de las características con las que llega la uva a la bodega. Una uva que, por si no fuera ya bastante complicado, cada vez está viéndose más afectada por las consecuencias de un Cambio Climático que igual nos hace enfrentarnos a largos y profundos periodos de severa sequía, como a episodios en los que en un día cae más del doble de lo que lo hacía en un año; provocando graves inundaciones como las recientemente ocurridas.

Calidad y coraje

Con la profunda consternación que han causado los efectos de las inundaciones, llega el momento de ir recuperando poco a poco la normalidad. También en el sector vitivinícola. En el que viticultores y bodegueros, tras las labores de limpieza, se afanan en evaluar daños, poner en marcha máquinas y cargar camiones y barcos que, a pesar de los graves daños sufridos en las infraestructuras, trasladan los vinos destinados a la vital campaña navideña. Para un poco más adelante ha quedado el levantamiento de algunas espalderas dañadas o la recuperación de las capas superficiales y orgánicas arrastradas en varias parcelas.

Ha sido mucho el daño, pero mayor si cabe la solidaridad de miles de voluntarios y de todo tipo de cuerpos llegados desde el más recóndito lugar. Y, aunque, salvo lamentables excepciones, no ha sido el sector vitivinícola uno de los que mayores daños ha tenido que soportar, esto requerirá de muchos recursos, de todo tipo: económicos, materiales y humanos; durante mucho tiempo. En un horizonte temporal que se extiende mucho más allá de al que los medios de comunicación le puedan estar prestando una atención prioritaria.

Sus efectos sobre la economía local se dejarán notar, el consumo verá menguado su gasto y la alegría contenida. Pero nada de todo esto doblegará la voluntad de superación que nos caracteriza.

Igual de complicado será hacer frente a las consecuencias que la elección de Donald Trump como presidente del primer país del mundo por volumen de vino consumido pudiera acabar teniendo para nuestro sector. Vamos a decir, por hacerlo suavemente, que no pinta bien. La política proteccionista desarrollada durante su última etapa al frente de los EE.UU., junto a los anuncios en su campaña electoral de aumentar los aranceles a los productos europeos, con mención específica del vino, no auguran nada bueno.

Y, aunque todavía está por llegar el momento en el que se tenga que negociar y asistir al lamentable espectáculo de “intercambio de cromos” sobre qué productos y en qué cuantía se ven modificados sus aranceles, son pocos los que confían en que el vino no acabe siendo uno de los productos más perjudicados.

En el ámbito nacional, tampoco es que el informe favorable emitido por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) al anteproyecto de ley de prevención del consumo de alcohol y sus efectos en las personas menores de edad nos lo esté poniendo muy fácil.

El hecho de que la CNMC considere que el anteproyecto se adecua a los principios de buena regulación, sin que se aprecien restricciones injustificadas a la competencia, es un paso más hacia la demonización del consumo de vino.

Todas las mejoras y aclaraciones planteadas son de segundo nivel y suponen, de facto, un paso adelante en la aprobación de una Ley que explícitamente prohíbe en la publicidad o comunicaciones de tipo comercial términos “equívocos o ambiguos”, que puedan confundir fácilmente a las personas menores de edad, como “consumo responsable” o “moderado”. Un horizonte poco alentador, pero nada diferente a lo que cabía esperar, si no fuera por estos desastres naturales. Por ello, estamos preparados y sabremos encontrar el mejor acomodo que nos permita seguir produciendo y vendiendo cada vez mejores vinos.