Adaptarse o morir

Ya comprendo que cada Denominación de Origen o colectividad es muy libre de elegir cuáles son las reglas con las que quiere jugar en el mercado; y sus empresas de acatarlas y adherirse a ellas. El problema viene cuando muchas de esas normas tienen su propia razón de ser en argumentos denostados y trastocados.
No vamos a descubrir nada nuevo si les digo que el vitivinícola puede ser uno de los sectores productivos en los que los cambios son más difíciles de realizar, precisamente por la gran carga de tradicionalidad que lleva implícita el propio vino. Aunque, a lo mejor, sí podría hacerlo si les digo que mientras nosotros seguimos mirándonos el ombligo, nuestros competidores se adaptan a los gustos y demandas de los consumidores. Pero tampoco esto es novedad. No al menos en estas páginas.
En las más de doscientas páginas que siguen a esta, van a tener ocasión de estudiar con detalle lo que ha sucedido con nuestro mercado exterior, sabrán cómo han evolucionado nuestras exportaciones por Denominaciones de Origen, pero también tendrán una visión más generalizada del conjunto que complementa a la perfección el caso particular de cada país de destino.
Si analizan con un poco de detalle una mínima parte de la información que les facilitamos en este número comprobarán que la situación va desde tipos de vino y mercados en los que apenas ha habido cambios con respecto a lo que ha venido sucediendo en años anteriores, a aquellos otros en los que prácticamente lo hemos perdido todo.
Desafortunadamente todavía hoy la gran mayoría de nuestras ventas son de vino a granel, por lo que hablar de presentaciones o tipos de envases podría sonarnos extraño o demasiado lejano. Pero algún día sustituiremos esa cisterna o contenedor por un envase con su presentación propia de la marca, generaremos valor añadido en el producto que nos permita la fidelización de los consumidores.
Los mercados evolucionan muy deprisa, las realidades de hoy son pasado en apenas cinco años. La distribución y canales de venta del vino pueden ser un buen ejemplo de lo que les estoy diciendo. Pero nosotros seguimos empeñados en manejar organizaciones con estructuras pesadas y excesivamente burocratizadas.

Mirando al mercado

Les aseguro que mi último comentario sobre la demora con la que aparecen las estadísticas en nuestro país no ha tenido nada que ver con la publicación, el pasado lunes 15, por parte del Fega de las declaraciones de producción de la campaña 2012/13. Me gustaría decir que sí, que desde el Ministerio se nos lee (algo que sí podemos afirmar con rotundidad) y se nos escucha (lo que sin duda estaría mucho más cerca de la soberbia que de la realidad). Pero no, esto no ha sido más que una pura coincidencia que nos permite disponer de una cifra que va más allá de rumores y comentarios.
¿Sirve de mucho a estas alturas de campaña tener el “primer” dato oficial de la cosecha que se inició el 1 de agosto (hace ocho meses y medio)?
A esa pregunta mejor no voy a responder y si hay alguien a quien desde el Ministerio escuchen, o desde las comunidades autónomas, o delegaciones de agricultura, que también ellos tienen una buen parte de responsabilidad en este tema; pues si quiere hacerlo, que lo haga. Que exijan de una vez disponer de información fidedigna y actualizada de la situación de las cosechas que les permita planificar campañas y establecer precios acordes al mercado.
El caso es que la cosecha ha sido de 30.391.216,14 hectolitros de vino y 3.850.011,87 de mosto; lo que representa una pérdida con respecto a la declaración del año anterior del 6,37% y 18,77% respectivamente. Merma que, sin duda importante, no explicaría por sí misma el aumento que experimentaron los precios de las uvas que se incrementaban día a día, de los mostos o de los vinos. Para lo que tendríamos que considerar otros factores, a mi entender mucho más importantes, como serían lo sucedido con las cosechas de los países de nuestro entorno en aquellos momentos o los del hemisferio sur en estas últimas semanas.
¿Qué va a pasar a partir de ahora? Pues, muy posiblemente, lo mismo que si no hubiésemos tenido esta información hasta dentro de un tiempo. Que el sector irá amoldando sus cotizaciones a las condiciones del mercado e intentará aliviar parte de las pérdidas que cotizaciones anteriores, imposibles de repercutir en los productos envasados, les han obligado a soportar en sus estrechos márgenes.
Ya que mucho más importante que lo que ésta sucediendo en nuestro país, o incluso en los países de nuestro entorno geográfico, es lo que está ocurriendo en Argentina o Chile, donde los precios de las uvas han caído una media del 30% en Argentina y del 23% en Chile. Pero más destacable resulta el precio de sus vinos que van desde los 2,71 €/hgdo del vino País, a los 5,09 €/hgdo de los Cabernet Sauvignon, los 4,44 €/hgdo de los Semillón o los 3,05 €/hgdo de los tintos genéricos.
Cotizaciones que podrían ayudar a entender mejor lo que está sucediendo con los precios de nuestros vinos y el cumplimiento de los contratos: unos cayendo y otros viéndose incumplidos. Pues aunque preguntadas las bodegas no son tantos los plazos de retirada y pago que no están viéndose satisfechos; y menos todavía las partidas que restan en las bodegas disponibles para su venta, la sensación que tiene, al menos una parte de la demanda, es que esta situación puede estar sosteniéndose de una forma artificial y que, más tarde o temprano, las cotizaciones deberán ir al entorno de los cuatro euros por hectogrado para el tinto y sobre los cuatro cincuenta para los blancos. Precios que ya en alguna operación es posible encontrar, pero que, de momento, sigue resultando conveniente no dar por generalizados.
Sin duda, habrá que esperar próximos acontecimiento y estar muy pendiente del mercado, ya que se avecinan tiempos en los que nos tengamos que arrepentir de algunas cosas que nos han hecho perder mercado externo sin ganar valor. Aunque, de momento, el precio unitario del vino haya crecido de manera espectacular.

El sector, un poco más allá de esta campaña

Doctores tiene la Iglesia, y sesudos expertos el sector (casi tantos como bodegas), por lo que no vamos a descubrir ahora que la subida de los precios tendría una repercusión, más o menos acorde a la importancia del aumento, en las cifras de exportación. Como tampoco que gracias a la reducida cosecha de Francia o Italia, principalmente, ha sido posible sostener esas exportaciones y que sus repercusiones sobre el valor y volumen han resultado menos perjudiciales de lo que en un principio cabría esperar, vista la virulencia con la que se ha producido.

Datos que, a pesar de lo que podamos pensar a tenor de las declaraciones de algunos importantes bodegueros, preocupan menos que el simple hecho de simplemente imaginarse la posibilidad de que después de haber comprometido una parte importante de las compras para esta campaña, sufrieran un derrumbe sus cotizaciones que pusiera en jaque esas operaciones.

Incluso el simple hecho de tener que hacer frente a las necesidades de financiación de las bodegas llegada la fecha de retirada ya supone un problema que cada una está solucionando como sus arcas le permiten y dando cumplimiento a los contratos en un grado que podríamos calificar de bastante aceptable.

Quizá sea porque Argentina o Chile, países a los que se mira como posible punto de procedencia de esa producción alternativa no lo están siendo tanto hasta ahora y Brasil o Sudáfrica cuentan con unas producciones muy limitadas.

Sabemos que nuestro futuro, pero especialmente nuestro presente, pasa sí o sí por el mercado exterior, por el mantenimiento de las cuotas de exportación alcanzadas en estos últimos años y por el aumento de unos precios que nos sitúan a la cola del vagón de cola de los países productores. Llevamos muchos años haciendo grandes esfuerzos por conseguir mejorar la imagen de nuestros vinos en los mercados internacionales, por trasladar graneles con escaso valor añadido y reducida fidelización en el consumidor, hacia embotellados con mayor margen y conocimiento por parte del comprador; invirtiendo enormes cantidades de dinero que no podíamos ni imaginar fuéramos capaces de hacer en esta tarea. Y, sencillamente, no podemos permitir que se vaya todo al garete porque los precios en origen se disparen y hagan insostenible los mercados. Con un claro ejemplo en Rusia.

Cuidado con lanzar las campanas al vuelo

Si de algo podemos presumir desde este sector, es de exportar. Unas veces por miras de futuro y, otras más, por necesidad, la verdad es que las bodegas españolas llevan muchos años dedicando grandes esfuerzos, de todo tipo, a abrir nuevos mercados y consolidar los ya existentes.

Por primera vez en la historia, durante el primer trimestre de este año nuestro saldo comercial general (diferencia entre los bienes y servicios que vendemos y los que compramos) ha registrado un dato positivo de 600 millones de euros. Consolidando así las previsiones formuladas por la Comisión Europea, en el pasado mes de febrero, en el que le auguraba a nuestro país ocupar la cabeza en el crecimiento de sus exportaciones, dando por válidas las previsiones del Ejecutivo que prevé este año se cierre con un saldo positivo.

Dicho así no parecería una mala noticia, si no fuera porque frente al aumento de la competitividad de nuestras empresas, que les ha permitido aguantar el chaparrón mucho mejor que Francia (-2,3%) o Reino Unido (-3,1%) en febrero (los datos de marzo no se conocerán hasta el viernes), se encuentra la caída del consumo e inversión de nuestras mercantiles.

Las cifras de nuestras exportaciones ponen en evidencia el gran esfuerzo realizado por el conjunto del sector, pero no solo eso. También sacan al aire algunas de nuestras miserias, como la gran rigidez de los mercados ante el crecimiento de los precios y que ha provocado un descenso notable en su volumen.

Dejando a un lado cuestiones de índole macroeconómico, convendría no olvidar que no es lo mismo productividad que competitividad, o que los datos de crecimiento no siempre son positivos, especialmente si estos encuentran su razón de ser en la caída del consumo interno.

Ya sé que dicho bajo este panorama puede sonar un tanto cicatero, pero es que es fundamental recuperar el consumo interno, de vino y de los demás bienes y servicios. Los aires que hoy nos son favorables pueden volverse contra nosotros y no podemos olvidarnos de que nuestro futuro está en los jóvenes y que estos necesitan una educación y formación en el consumo, también de vino.

Más allá de los simples datos

Después de lo que sucedió en enero y vista la situación de los mercados, a bien pocos habrán sorprendido los últimos datos de nuestro comercio exterior, referidos al mes de febrero y hechos públicos días atrás por el Observatorio Español del Mercado del Vino. Y digo poco, pues si en el mes de enero el volumen de nuestras exportaciones disminuía en un 27,9%, en febrero esa caída se situaba en el 15,6% para el total de productos vitícolas (incluyendo mostos y vinagres), elevándose el precio medio hasta 1,37 euros/litro (+33,7%).

Aunque, en mi opinión, el problema no está tanto en lo que sucede con el volumen, valor o precio medio, como en la situación de lo que está pasando destino por destino. Sabemos, porque lo hemos dicho muchas veces y demostrado otras tantas, que una parte importantísima de nuestras exportaciones van a Francia e Italia a granel y sin marca, para ser reexpedidas desee allí a los mercados con sus propias marcas.

Lo que ya no sé si es tan conocido es lo que en algunos de los mercados emergentes está sucediendo con nuestras exportaciones y que, a mi entender, es mucho más preocupante. No nos puede traer al pairo que en Rusia hayamos perdido en lo que llevamos de año (dos meses) el 69,1%, o que en China ese porcentaje sea del casi cincuenta y siete por ciento. Por más que Estados Unidos, destino estrella de nuestros vinos, la pérdida solo represente un cinco por ciento menos.

Vista semejante falta de elasticidad en la curva de demanda, convendría preguntarse por la rentabilidad de nuestro sector. Pues si resulta que cuando el precio de la materia prima hace rentable una explotación, el precio al que se coloca el producto acabado (vino) en el mercado es mal digerido por los compradores que se muestran reacios a pagar semejantes cotizaciones; habrá que plantearse si somos capaces de producir más barato. Y para ello solo se me ocurren dos caminos: o bajamos los costes, a saber, tratamientos, cuidados del viñedo, vendimia,… y poco más; o aumentamos la producción para que en ratio disminuya. ¿Es posible?

Lo que me lleva de cabeza a dos asuntos de gran relevancia, por un lado la insuficiente asistencia al 8º Encuentro Enológico que organizó la Fundación para la Cultura del Vino y que tenía por objeto analizar la mejora de la rentabilidad de los cultivos mediante la viticultura de precisión, ya que la sala tendría que haber estado abarrotada, resultando insuficientes el más de un centenar de asistentes.

Y el otro, y más importante en el plazo inmediato, la importante bajada de temperaturas que hemos padecido durante el pasado fin de semana, que viene a suponer un nuevo quebradero de cabeza para nuestros viticultores.

¿Qué más ha de suceder?

Es difícil hablar del sector en tono positivo con los últimos datos de exportación referidos al mes de enero en la mano. Perder un 27,9% del volumen de lo vendido el mismo mes del pasado año, o el 12,0% del interanual, no pueden hacernos sentirnos tranquilos. Por más que el precio medio haya subido un 42,9% y un 25,3% en el anual e interanual respectivamente, situándose en 1,30 euros y 1,25 €/litro. Según los datos facilitados por el OeMV.

Pasar, como hemos pasado de 0,91 €/litro, precio al que vendimos en enero de 2012, a 1,30 solo puede calificarse de espectacular y de muy positivo para el sector, ya que va en la línea de lo que necesitamos: valorizar nuestros vinos y romper esa barrera a la que se enfrentan cotidianamente nuestras bodegas en las operaciones de exportación de encasillamiento en la imagen de vinos de buena calidad pero muy bajo precio. Debiendo soportar (yo calificaría que estoicamente) que el importador les diga que el vino está muy bien, pero que por ese precio sus compradores prefieren los de otros países.

Pero, como casi todo lo que se hace con cambios muy bruscos, como ha sucedido en esta campaña con los precios de las uvas, primero, y del vino, después; puede traernos consecuencias muy negativas para nuestro futuro. Perder volumen de exportación, única salida para nuestras bodegas y vía de colocación de unos excedentes totalmente imposibles de absorber por un mercado interno enclenque puede llegar a suponer tener que enfrentarnos a desorbitados excedentes que nos devuelvan incluso por debajo de los noventa céntimos.

Parece bastante claro que al sector no le quedan muchas alternativas a la unidad y el desarrollo de una política nacional con unos objetivos claros y concisos que nos permitan avanzar juntos, optimizando unos recursos escasos. Aun así, cuestiones que yo no acierto a entender, hacen que cada uno haga la guerra por su cuenta, que se destinen medios y recursos económicos en los mismos países y dirigidos a los mismos colectivos sin la más elemental de las coordinaciones. Y lo que todavía es mucho peor, que no parezca existir ni el más tímido atisbo de cambio para el corto plazo.

Es posible que esta política beneficie a alguna bodega, o alguna denominación de origen, o… ¿quién sabe a quién? Pero, seguro que, a quien no beneficia es al sector: viticultores, bodegas, organizaciones interprofesionales o colectivas.