Un buen momento que aprovechar

Visto lo sucedido en las últimas elecciones andaluzas, y considerando la sensibilidad con la que los partidos políticos deben afrontar el futuro a medio plazo, con un calendario electoral bastante apretado; convendría comenzar a poner un poco de orden en las prioridades del sector, a fin de poder demandarles a nuestros electos candidatos un compromiso concreto con la vitivinicultura.

Se me ocurre que podría ser un buen momento para dar el empujón final a la Interprofesional del Vino, que no termina de arrancar, haciendo realidad unos objetivos que, escasos y realistas, se están antojando complicados, dadas las grandes dificultades que están encontrado a la hora de dotarse con los recursos necesarios con los que disponer de una mínima infraestructura para poder empezar a trabajar por esas metas de transparencia, información, unas relaciones contractuales basadas en la determinación de unas recomendaciones mínimas en todos los contratos o en su homologación y la recuperación del consumo interno que propugnaban sus estatutos.

O que, tal y como parece, se ponga en marcha un nuevo sistema de declaraciones mensuales obligatorias que nos permitan conocer con exactitud la realidad de nuestras producciones y existencias, con las que poder tomar decisiones empresariales y definir estrategias encaminadas a poner en valor la producción mediante mecanismos de regulación que posibiliten ajustar la oferta a la demanda.

Incluso que la Ley de Prevención del Consumo de Alcohol por Menores acabe por reconocer la diferenciación del vino del resto de bebidas alcohólicas, y sea considerado como un alimento de nuestra Dieta Mediterránea, y el propio sector pueda extender el código de autorregulación que lleva aplicando desde hace varios años con su campaña Wine in Moderation, permitiéndosele seguir apostando por la información y la formación, frente a la prohibición y la persecución.

Ellos, nuestros políticos, saben hacerlo. Y lo han demostrado recientemente con la aprobación, sin ningún voto en contra, del Proyecto de Ley sobre las Denominaciones de Origen e Indicaciones Geográficas de ámbito territorial supraautonómico que afecta a Cava, Jumilla y Rioja en el sector vitivinícola. Con la que se persigue garantizar al consumidor una información adecuada y veraz, consolidando la separación entre los organismos de representación y gestión, frente los de control. Siendo el modelo de vino de pago calificado el gran damnificado de este acuerdo.

No obstante, tanto estas como aquellas otras denominaciones e indicaciones de calidad de ámbito autonómico tienen por delante un arduo trabajo en el que deberán hacer grandes ejercicios de autocrítica que acaben por concretar aspectos tan fundamentales como la propia definición de lo que es una indicación de calidad y lo que percibe y aspira a encontrar el consumidor cuando compra un producto amparado por alguno de estos sellos.

Diferenciar entre control y gestión es un paso importante en la garantía que se le ofrece al consumidor. Pero concretar la función que debe desempeñar un Consejo Regulador, como garante de unos parámetros comunes, con lo que ello representa de restricciones para sus bodegas, o elemento comercializador mediante el que acceder a los mercados de manera colectiva permitiendo aprovechar sinergias y recursos que puedan ser desarrollados por sus bodegas para la consolidación de sus marcas; es una definición en la que no todas las bodegas coinciden y sobre la que cada una de nuestras “labels” de calidad tienen una opinión diferente.

Unos principios cuestionados

El Magrama parece haberse tomado en serio el tema de la necesidad de información estadística que desde el sector le demandan, la última a través de la recién creada Interprofesional (OIVE), al menos a tenor del borrador de Real Decreto por el que se creará el Registro General de Operadores del Sector Vitivinícola (REOVI) y al que obligará a la presentación mensual de declaraciones de producción, entradas, salidas y existencias de vinos y mostos; mediante la creación de un Sistema de Información (INFOVI).

Dejando a un lado si su creación está más cerca del hecho de que hayan visto que sin esta información es imposible sacar adelante la Extensión de Norma con la que poder financiar la Interprofesional, o por la conciencia real de la necesidad que tienen los operadores del sector de contar con información actualizada de cuál es la situación del mercado; lo más importante es que avanzamos en el camino correcto. Aunque falte por ver cuál será la respuesta de las Comunidades Autónomas, entidades competentes en la tarea de recabar información y que la experiencia nos dice que no todas se han mostrado igual de diligentes. ¿Cabe la posibilidad de que el Ministerio se muestre firme en este tema? ¿Prevalecerán los intereses de la colectividad sobre los de unos pocos? ¿Cuál será la contraprestación que tendremos que pagar?

De momento, y según el borrador de proyecto presentado, a estos datos volcados informáticamente por los operadores, solo tendrán acceso el Magrama, las CC.AA. y cada uno de los operadores a sus propios datos. Lo que, en mi opinión, es bastante peligroso, ya que esta información nace más con un espíritu fiscalizador, que de utilidad y transparencia para el sector. No obstante, mejor no adelantemos acontecimientos. Confiemos en que esta información agregada pueda ser pública y consultada en la web del Ministerio o del organismo al que quede adscrita: FEGA o AICA.

Así, igual no tenemos que esperar hasta marzo para conocer las primeras declaraciones “provisionales” de producción de vinos y mostos de la campaña 2014/15 y llevarnos la sorpresa (si es que todavía podemos sorprendernos de algo) de que la cosecha ha sido de 43,4 millones de hectolitros, 38,2 de vino y 5,15 de mostos. Cifra muy alejada de aquellos 39,4 de la primera estimación de junio, pero incluso con una considerable diferencia sobre los 41,6 de la última estimación publicada por el Magrama y que se corresponde con la de noviembre.

Quince años y apenas hemos cambiado

Sin entrar en muchos detalles, que encontrarán en las páginas siguientes, parece que 26,56 millones de hectolitros vendidos en exportación es una cifra más que considerable que debería hacernos sentir muy felices. Con total independencia de si superaremos o no a Italia y logremos ocupar el primer puesto mundial. El mero hecho de vender más de dos veces y media lo que consumimos dentro de nuestras fronteras y recuperar, con creces, lo que perdimos el año anterior, es una excelente noticia.

Quizá mucho más de lo que en realidad representa; puesto que, sin quitarle ni un ápice de importancia al dato, deberíamos fijarnos también en lo sucedido con los precios, que han caído prácticamente en el mismo porcentaje en el que hemos incrementado nuestro volumen. Vamos que, hemos vendido un 25,5% más por prácticamente (-3,2%) el mismo importe. Pero nada de todo esto es nuevo, ¿o sí?

Sabíamos que las exportaciones, desde que bajamos los precios, iban como una moto (perdón por la expresión) y que Francia y Portugal habían vuelto a ver en España la bodega de la que abastecerse. Que Rusia también había vuelto a comprar en España, hasta que Estados Unidos comenzaba a dar síntomas de agotamiento con variaciones de un 0,6% en valor, pero una pérdida del 4,9% en volumen; eso sí, situándose a la cabeza de los países por precio unitario con 3,44 euros el litro.

Aquí la duda está en saber si seremos capaces de darle la vuelta a esta situación consiguiendo vender lo mismo e ir incrementando la facturación. Por lo visto hasta ahora, esto va a ser mucho más complicado de lo que desde algunas grandes bodegas nos cuentan. Tomando los datos de los últimos quince años, y aunque hemos llegado a los 1,44 y caído hasta el 1,00, el precio de 1,14 €/litro parece ser el que marca nuestras exportaciones de vinos. Con las salvedades propias que surgen de la gran diferencia existente entre el precio medio de los vinos con D.O.P. y envasados, que en 2014 fueron vendidos a 3,20 €/l; y el de los vinos sin indicación geográfica y a granel que fueron vendidos a 0,38 €/litro.

Y ahora, con estos datos en la mano podemos comenzar a discutir sobre las posibilidades que tenemos de cara a los próximos años. A valorar si lo sucedido en quince años es o no representativo de un sector que, a pesar de las cuantiosas inversiones de las que ha sido objeto, no parece que haya conseguido más (ni menos) que vender una mayor cantidad fuera de un mercado interior en el que cada vez se consume menos.

Claro que también podríamos centrarnos en los precios a los que se venden los vinos en el mercado interior (si los tuviésemos) y exterior y analizar si no es mucho más rentable vender fuera que dentro. O las posibilidades que presentan mercados muy concretos de cara a ir sustituyendo los vinos de menor precio por los de mayor valor añadido.

Incluso hasta podríamos llegar a plantearnos si lo que sucede con las exportaciones no es más que la única salida que le queda a un sector que abandonó su mercado más cercano y con el que le resulta muy complicado entenderse ahora.

Hasta los hay que consideran que del mismo modo que hay que ir tomando medidas para adaptarnos al cambio climático, habrá que ir asumiendo que hay que ir cambiando la mentalidad de subir más el precio por el de bajar más los costes de producción.

No sé, la verdad. Es posible que la solución no esté en una sola idea y que más bien sea el conjunto de todas ellas donde encuentre cada bodega, viticultor, zona de producción o tipo de vino, la solución. Pero a mí me parece que quince años son una buena muestra de tiempo como para pensar que las cosas vayan a cambiar a corto plazo.