Una gran oportunidad

Independientemente de que consideremos el vino como un alimento o no, y de las batallas a las que debamos enfrentarnos con aquellos colectivos que lo consideran un producto “tóxico” por su contenido alcohólico y solo vean en él un importante nicho de recaudación. Lo cierto es que el vino es un producto que forma parte de nuestra Dieta Mediterránea, que como tal es parte de nuestra alimentación y hábitos de consumo y que, desde hace ya algún, es utilizado por todos los operadores de alimentación como un producto reclamo. Una forma de atraer al consumidor hasta su establecimiento para, una vez allí, venderle otros muchos productos de alimentación o limpieza.

El último gran ejemplo de este “atractivo” del vino ha sido la puesta en marcha por Amazon.es de su tienda de alimentación online, donde podemos encontrar alimentos no perecederos y productos de limpieza, así como (a día de hoy) 114 vinos tintos, 51 blancos y 24 rosados. Iniciativa que junto con su “Marketplace” (plataforma para puesta a disposición de los productores para la venta directa de sus productos sin tener que convertirse en proveedores de Amazon) modificará el modelo de la distribución española, afectando notablemente a su modelo de negocio y las relaciones con las bodegas.

Sabemos, y eso no es un secreto para nadie, que el modelo de la distribución en España ha sufrido profundos cambios en los últimos años. Unos llevados por las condiciones de la evolución natural del mercado; y otros acentuados o acelerados por las circunstancias económicas de los últimos años. El caso es que hoy, ni los objetivos de las bodegas son los mismos, ni el cliente al que quieren llegar lo encuentran en los mismos sitios, ni los medios y el mensaje con el que pretenden llegar hasta él puede ser el mismo de hace años. Adaptarse a todos estos cambios ha sido una ardua tarea, no siempre bien entendida por muchas bodegas. Pero no solo por ellas, también por una distribución que ha debido afrontar estos cambios en un escenario de graves dificultades económicas, peligrosa inestabilidad financiera y un elevado índice de morosidad.

La fidelidad se ha convertido en uno de los bienes más escasos y, por ende, codiciados por todos. El consumidor quiere probar vinos nuevos que le sorprendan. Las bodegas, encontrar la forma más directa de llegar hasta el consumidor. El restaurador, el modo de combinar cocina y vinoteca en un justo equilibrio que lo haga interesante y no desproporcionado en el precio. La distribución, optimizar costes, concentrando pedidos que respeten las exigencias de sus compradores, pero sin incurrir en costes logísticos desorbitados y porfolios inmanejables. Y todo ello dominado por un consumidor más exigente, caprichoso, infiel, consciente de su posición dominante y poco dispuesto a renunciar o pagar un sobreprecio por ello.

Sin entrar en disquisiciones sobre si la competencia es buena o no para la economía y eficiencia de las empresas (cuestiones que me quedan muy lejos). Lo que es evidente es que la llegada de las grandes empresas de comercio online al mundo del vino (aunque ya hubieran hecho sus pinitos) es una excelente noticia para los vinos españoles, de mucho menor precio que sus competidores y una gran calidad.

Intuimos, porque datos concretos no hay, que el comercio online en este sector ha crecido exponencialmente en los últimos años, y que lo va a seguir haciendo. Tenemos bodegas en nuestro país que disfrutan de una dilatada experiencia, con resultados muy buenos, quizá no al ritmo que les hubiese gustado o planteaban en sus planes de negocio, pero, sin duda, con una gran proyección.

Una excelente oportunidad para recorrer ese largo y tortuoso camino de la valoración de un producto de gran calidad, pero escasamente reconocido.

Las vendimias en España

Con la suma de Rioja y Ribera, amén de otras denominaciones de origen caracterizadas por su tardía incorporación a las labores de vendimia, podría decirse que España hierve en mosto y las previsiones van ajustándose con los datos de balanzas y refractómetros.

Aspecto en el que las diferencias no están siendo tantas como en años anteriores. No sé muy bien si por la concienciación de los operadores de contar con una información ajustada que les permita programar adecuadamente la campaña, o porque la propia evolución de la cosecha no ha presentado grandes incidencias que justificaran semejantes discrepancias como las habidas en años anteriores. El hecho es que, prácticamente desde el primer momento en el que comenzaron a descargar los remolques, allá por mediados de agosto, las estimaciones manejadas han coincidido en una estrecha horquilla de apenas dos millones de hectolitros que ha encontrado en los cuarenta y un millones de hectolitros su epicentro.

Lo que tampoco ha diferido mucho de lo sucedido con el otro gran tema, el precio de la uva, en el que la obligación de la formalización de los contratos ha supuesto, en muchos casos, un cambio sustancial sobre la forma de operar de algunas bodegas que acostumbradas a recepcionar las uvas sin precio, ni plazos de pago, han tenido que asumir la obligatoriedad de que no podía entrar ni un solo kilo de uva en la bodega sin el correspondiente contrato en el que figurara el precio al que iba a ser pagada, y el plazo, nunca mayor de 30 días, en el que debía ser liquidado su pago.

Mención aparte merecen las tradicionales tensiones que han vivido viticultores y bodegas por el precio de la uva y que, con mayor o menor celeridad, se han ido superando. Utilizando el criterio de la pérdida de cosecha con respecto a la del pasado año, o la buena evolución de las exportaciones, para justificar algunas organizaciones agrarias el abuso que, para ellos, supone el bajo incremento que ha experimentado el precio de la uva.

Las condiciones meteorológicas de este año han sido beneficiosas para la vid y la uva. Las bajas temperaturas nocturnas y las cálidas diurnas han mejorado la calidad del fruto. Además, la sequía de esta campaña ha disminuido el número de plagas y enfermedades en las viñas, ocasionando un ligero adelanto en el norte sobre las fechas tradicionales de vendimia, que en el centro se vieron sometidas a alguna interrupción ante parámetros analíticos que no alcanzaban los valores requeridos y una evolución mucho más lenta de la maduración del fruto de la esperada como consecuencia, principalmente, de la escasez de precipitaciones.

Aunque no ha sido este el único efecto que la falta de agua en los meses estivales ha ocasionado en la cosecha, cuya producción de secano, que ocupa el centro y sur peninsulares, y que las últimas tormentas estivales han afectado gravemente a las viñas de zonas concretas, reflejará pérdidas de producción. Que en algún caso se verá suplida por la procedente de los viñedos regadíos, pero que en ningún caso alcanzará a compensarla por completo.

Asignaturas pendientes

Sin duda alguna, la asignatura pendiente de nuestro sector es la comercialización, y, especialmente la lucha por llegar al consumidor que es el objetivo prioritario de cualquier bodega; y aquí importa poco el tamaño o su ubicación. Desde las más humildes que tienen que combinar las parcelas del mercado con las propias de la elaboración, hasta las que disponen de un mollar presupuesto para un departamento exclusivo de marketing; todas tienen la misma necesidad. Todas tienen en el consumidor su objeto de deseo.

Encontrar la manera de llegar a él, de ofertarle los productos que mejor se adaptan a sus pretensiones y ofrecérselos con una presentación adecuada y a un precio que le sea interesante, son cuestiones analizadas (cada uno a su manera) por todos. Lo que, considerando el desprecio al que han sido sometidos en otras épocas algunos canales de distribución, que eran ignorados por las grandes bodegas de renombre, o despreciados por las de menor tamaño ante la creencia, no siempre errada, de que no estaban a su alcance, ha sido un gran avance en el acercamiento hacia el consumidor, ante la necesidad de recuperar un consumo que se ha demostrado fundamental en la generación de valor.

Porque la experiencia nos ha demostrado que podemos vender nuestros vinos en la tienda de la calle de al lado, o en la mayor vinoteca o centro comercial del otro lado del mundo, pero que si queremos tener futuro, este pasa, irremediablemente, por generar valor y mejorar la imagen que transmitimos.

Estos últimos diez años nos han dado grandes lecciones, unas muy positivas y otras no tanto, pero todas, muy enriquecedoras que nos han obligado a cambiar la forma de trabajar, redefiniendo nuestros objetivos. Hemos pasado de tener la percepción de la calidad como un hecho diferenciador, a considerarlo un requisito mínimo, imprescindible. De recibir ofertas para comprar nuestros vinos, mostos y derivados, a tener que salir a buscar a quiénes somos capaces de vendérselos. De dirigirnos al canal Horeca o a la distribución especializada, a luchar por hacernos un hueco en la gran distribución o realizar acciones casi individualizadas para cada uno de nuestros clientes. Hemos pasado de la globalización a la especialización, buscando ese hecho diferenciador que nos proporcione la ansiada competitividad.

Y todo esto lo hemos tenido que hacer casi, casi, de forma individual, con grandes restricciones crediticias e importantes problemas de competencia, provocados también por la llegada en masa de todas las bodegas a mercados saturados, obligadas a buscar nuevos clientes con los que suplir los desaparecidos.

Unirse, crear asociaciones en las que concentrar recursos y aprovechar sinergias se antoja fundamental en este nuevo escenario en el que se desarrollo el comercio mundial. Hace unos días en Haro, con el Barrio de la Estación como argumento, tuvimos un buen ejemplo de lo interesante que pueden ser este tipo de iniciativas colectivas. Solo me queda felicitar a sus promotores y animar a que cunda el ejemplo.

Las vendimias en España

Superado el episodio de ciclogénesis explosiva que anunciaban para prácticamente la mitad norte de nuestra península y que ponía en peligro la buena evolución de una parte muy importante de nuestra cosecha, podemos sentirnos satisfechos con los resultados. Ya que, si bien el viento y lluvia que anunciaban llegaron, sus efectos sobre el viñedo apenas se dejaron notar. O expresado con mayor precisión: las temperaturas moderadas de los días siguientes permitieron evitar peligrosos episodios de podredumbre.

Casi lo mismo que lo sucedido con los precios de las uvas y mostos, cuyos primeros arranques se vieron fuertemente contestados con huelgas y movilizaciones que ponían en serio peligro la cosecha, y a los que acabaron imponiéndose la cordura a través de acuerdos (nunca enteramente satisfactorios para nadie, de ahí su eficacia) que han permitido recuperar el normal desarrollo de la vendimia. Queda para más adelante la resolución de un problema que se repite campaña tras campaña y que va mucho más allá de una horquilla de precios, antojándose necesarios acuerdos mucho más globales que hagan posible esa corresponsabilidad en los resultados conseguidos por los elaboradores.

Lo que sí parece que está funcionando bien, y de ello se están encargando organizaciones sindicales y administraciones competentes, es lo relativo al cumplimiento de la exigencia legal de un contrato previo a la descarga de los remolques, la cumplimentación del precio al que serán retribuidas sus uvas, y el pago a los treinta días. Y en esta situación, todo parece indicar que se ha encontrado la forma (o formas) de superar los problemas anunciados por las bodegas para poder hacer frente al plazo de pago en 30 días.

Ahora ya solo falta que el tiempo cumpla con sus previsiones, que nos respete y que la gran calidad que presenta la uva tenga su traslación a unos vinos y mostos que deberán encontrar acomodo en mercados exteriores donde nuestros principales compradores vaticinan cosechas similares para el caso de Francia y ligeramente superiores, un diez por ciento, en el de Italia.

No solo de vendimias vive el sector

Aunque hay que reconocer que la palma de la actualidad informativa se la llevan las vendimias, con sus estimaciones de producción y los precios de sus uvas y mostos; el sector sigue evolucionando y poniendo en marcha aquellas medidas diseñadas y aprobadas para fortalecerlo, hacerlo más trasparente y recuperar el consumo perdido.

La disposición pública de información estadística sobre producciones y existencias con una periodicidad mensual y la implantación de los contratos obligatorios, con la consiguiente necesidad de fijar precios desde el primer remolque que descarga en la bodega, y plazos de pago que no pueden ir más allá de los treinta días desde la descarga del último remolque de cada viticultor. Son dos cuestiones (mucho más la segunda que la primera) que han levantado muchas ampollas y generado graves tensiones, con amenazas incluidas, que, afortunadamente, la propia evolución de la vendimia ha ido relajando y que se convierten casi en costumbre. Otra cosa son los niveles de precios a los que las bodegas, de prácticamente todas las zonas de España, pretenden comprar las uvas y las protestas que ello ha generado entre un sector viticultor que no ve recompensado su trabajo, se siente vilipendiado y considera que aquella corresponsabilidad que debiera existir entre productores de uva y vino tan solo les es aplicable cuando es el lado de su tostada el que cae boca abajo.

Mucha menos controversia ha generado la obligatoriedad a la que se van a ver sometidos los operadores (productores y almacenistas mayoristas) el próximo 30 de septiembre (diez días más allá de lo que inicialmente estaba previsto), cuando de forma online deban formular la primera declaración mensual obligatoria. Tras ellas llegará el momento de conocer esos datos y comenzar a analizar las repercusiones que pudieran tener en la evolución de los mercados y sus cotizaciones.

En cuanto a la puesta en marcha de la extensión de norma acordada por la Organización Interprofesional del Vino en España (OIVE) y que obliga a los operadores a contribuir económicamente, la organización pretende que aquellos vinos envasados importados y que en la actualidad están exentos de las declaraciones y contribución, se incluyan como comercializadores en el mercado doméstico de vino de origen no español y paguen la correspondiente cuota de 0,23 €/hl a la que está sujeto el vino envasado.

Deseo que va mucho más allá de lo estrictamente económico, ya que las importaciones en nuestro país han sido históricamente muy bajas y, en consecuencia, su aportación económica apenas será testimonial en el total de los 5,7 millones de euros que la OIVE calcula recaudar anualmente; pero supondrá un ejercicio de justicia social de tal forma que todos los operadores se vean sujetos a las mismas obligaciones.

Momentos históricos los que está viviendo un sector vitivinícola español que parece haber asumido el papel protagonista que debe jugar en todo lo relacionado con su futuro y que está dando muestras de una madurez que, más tarde o más temprano, deberá tener su reflejo en el valor de nuestras exportaciones y la recuperación del consumo en el mercado interior. Efectos ambos que, sin duda, deberán redundar en la imagen que en los mercados (especialmente exteriores) tienen nuestros elaborados, de vinos de muy buena calidad y de muy bajo precio. Situación que nosotros tendemos a justificar esgrimiendo una inmejorable relación calidad/precio, y que en la mayoría de los casos no hace sino esconder nuestra incapacidad para valorizar nuestros vinos en mercados saturados a los que hemos llegado tarde y solo podemos entrar por el nivel más bajo de precio, dejando para el resto de categorías unas pocas referencias de muy escasas bodegas y denominaciones de origen.

Las vendimias en España

Cooperativas acaba de hacer pública una nueva estimación de cosecha en la que rebaja sus expectativas iniciales en casi medio millón de hectolitros, cifrándola ahora en 41,13 como consecuencia de los calores que han venido imperando en este último mes de agosto y septiembre, así como las lluvias que han ido marcando este periodo y que, en algunos casos, han llegado acompañadas de granizo o fuertes inundaciones.

No es una variación de producción que deba tener mucha transcendencia en el mercado, especialmente cuando las cotizaciones que se van conociendo se sitúan, en el peor de los casos, en el mismo nivel que las del año pasado, y en otros muchos por encima, aunque no tanto y, especialmente en las principales variedades, como demandan las organizaciones agrarias, que exigen que los precios cubran, al menos, los costes de producción.

Las estimaciones que manejan las organizaciones agrarias, siguiendo la tónica de otros años, se sitúan ligeramente por debajo de estas. Así la Asociación de Jóvenes Agricultores (Asaja) ha realizado una previsión de vinos y mostos entre un 10 y un 15 por ciento menor que el pasado año, hasta situarse entre los treinta y ocho millones de hectolitros en el lado más conservador de una horquilla que llega hasta los 40 Mhl.

Por su parte, las cotizaciones de la uva que se van conociendo, confirman la tendencia de un ligero repunte sobre las del año pasado, algo más notable en aquellas variedades foráneas residuales y de apenas un cinco o diez por ciento para las de mayor implantación.

Momentos transcendentales

No es muy difícil entender que en estas semanas nos estamos jugando mucho. Casi tanto que podemos decir que de lo que suceda en estos próximos días dependerá una buen parte de la evolución de nuestros mercados, las ventas de nuestras bodegas y las posibilidades que tengamos de cara a ir trasladando graneles a envasados en nuestras exportaciones.

Podemos, ¿por qué no?, argumentar que el mercado funciona de una manera perfecta, que en él imperan las leyes de la oferta y la demanda que lo hacen justo y predecible que la fijación de los precios responde a ese equilibrio. Incluso podemos llegar a pensar que, en el súmmum de virtuosismo, el excelente comportamiento que están teniendo nuestras exportaciones se lo debemos, en buena parte, a la gran calidad de nuestros elaborados, el excelente trabajo de nuestras bodegas por abrir y consolidar los mercados, y al gran conocimiento que tienen los compradores que saben encontrar vinos de gran calidad a los mejores precios.

Para estos, la campaña 2015/16, de momento, se presenta extraordinaria. Una cantidad similar a la del pasado año, un consumo interno estable o con ligeras muestras de una tímida recuperación, exportaciones que baten récords y, aunque los viticultores quieren cobrar más por sus uvas de lo que lo hicieron en campañas anteriores, los precios de los vinos y mostos se mantienen, todavía, en horquillas aceptables. ¡Vamos, que dentro de unos meses el precio se dispara porque las existencias flaquean y tenemos que ir pensando en mayores rendimientos y mayor número de hectáreas!

Claro que, también podemos pensar que la principal razón por la que nos compran es el precio, que cualquier modificación sustancial en el mismo tendrá como consecuencia la perdida automática de un volumen considerable de venta. Que los mercados a los que nuestras bodegas y organizaciones están dedicando sus enormes recursos económicos y humanos van dirigidos a una categoría de vinos que todavía hoy (confiemos en que esto cambie en un futuro a medio y largo plazo) es testimonial ante el grueso de lo exportado. O que las muestras de recuperación del consumo interno todavía son muy débiles y son otros los intereses (políticos, electorales, etc.) los que los engrandecen.

¿Quién acabarán acertando en su predicción? Es una pregunta que no podemos responder, pero sí, al menos, alertar sobre la conveniencia de mantener cierta prudencia que nos permita no tener que lamentarnos luego de las decisiones que adoptemos.

Las Vendimias en España

Pocas veces antes una frase ha tenido tanto sentido como en esta campaña. Los que nos dedicamos a publicar estimaciones de producción vitivinícola sabemos que toda la información está supeditada a la climatología. O, dicho con algo más de propiedad, a la evolución del fruto, que depende directamente de cuál sea el comportamiento de la climatología en las últimas tres-cuatro semanas. Sabemos que una tormenta puede ser suficiente para dar al traste con una parte muy importante de la cosecha, que una borrasca perseverante puede tener efectos notables sobre la calidad y la cantidad, o que incluso un anticiclón (aunque cada vez menos con la proliferación de las vendimiadoras) puede afectar a la sanidad del fruto.

Esta campaña, si por algo se ha caracterizado ha sido por el excelente estado sanitario del fruto, el cual ha ido madurando sin apenas verse afectado por brotes de enfermedades y tratamientos con los que combatirlos. Aunque, también podríamos hablar de los fuertes calores de este verano que ocasionaron que se temiera por un adelanto de hasta dos semanas en las fechas de inicio de la vendimia. Situación que en la mayoría de los casos se ha ido corrigiendo hasta prácticamente dejarlo en apenas dos o tres días sobre las fechas tradicionales.

La cantidad, lógicamente, no ha permanecido ajena a estos vaivenes, y donde al principio del verano se temía una cosecha que pudiera devolvernos a situaciones no muy lejanas de producciones por encima de los cincuenta millones de hectolitros, poco a poco se han ido rebajando hasta prácticamente situarlas en los niveles de la del pasado año.

Lo que, siguiendo con lo esperado, ha llevado a las organizaciones agrarias a reclamar a las bodegas un aumento sustancial en el precio. Esgrimiendo para ello la pérdida que vienen soportando los viticultores, desde hace varias campañas; la insostenibilidad del cultivo con esos precios y la necesidad de trasladar al resto del sector la buena evolución de las exportaciones que ha tenido como consecuencia una reducciónde cierta importancia en las existencias disponibles. Al menos en la zona centro y especialmente en la D.O.P. Valdepeñas donde desde el pasado fin de semana han obligado a cerrar la bodega a Félix Solís y posponer su apertura a Vinartis.

Entre el cielo y la viña

Dentro de la actualidad e importancia que tiene la vendimia sobre la campaña, destaca de forma preponderante el papel de las cooperativas. Unas veces porque el papel de bodeguero/viticultor que juegan no siempre es bien entendido por todos y se les señala como favorecidas en la implantación por imperativo legal de unos contratos que obligan a las bodegas, y en los que, además de fijar el precio al que se compra la uva, se exige el pago en treinta días al tratarse de un producto perecedero; consideración sobre la que algunas bodegas tampoco estaban muy de acuerdo.

Sea como fuere, esa cuestión debiera ser un asunto superado y llevarnos a centrar nuestros esfuerzos en cumplir la ley, obtener excelentes mostos y vinos, y ser capaces de mantener las exportaciones e iniciar la recuperación del mercado interior, como así ha sucedido con otros muchos bienes y servicios. Y todo ello con un solo objetivo: obtener productos competitivos que resulten rentables para “todos”.

Y es que, a tenor de las declaraciones leídas y escuchadas los últimos días, sobre el precio de la uva y los criterios que debieran emplearse para su fijación, parecemos olvidar la libre competencia que es exigible en una economía abierta y el papel dominante de un mercado y sus consumidores, únicos con cierta capacidad de conseguir tan loables objetivos.

Las exportaciones, por lo que sabemos de la información facilitada por el OEMV, han ido excelentemente durante el primer semestre del año. Por primera vez desde hace mucho tiempo no solo hemos conseguido mantener en términos de crecimiento nuestro volumen en todas las categorías de vinos (excepto en los vinos de aguja), sino que también lo hemos hecho en valor. Aunque en este apartado hayamos crecido menos y como consecuencia de esta diferencia los precios medios presenten tasas negativas prácticamente en todas las categorías. Asignatura que seguimos teniendo pendiente pero que se antoja harto complicada de cambiar en el corto plazo de tiempo y la cual requiere de un esfuerzo que va mucho más allá de cuestiones numéricas y se orienta más hacia otras intangibles como valor de la marca, percepción de los consumidores o incluso perfil de nuestros compradores.

Aunque más preocupante, por lo que de accesible resultaba, es la decisión adoptada por las cuatro cooperativas manchegas que anunciaron la puesta en marcha de un pago de la uva por calidad, y que llegado el momento de hacerlo han decidido que solo lo llevaran a cabo de manera experimental para concienciar a sus socios de las bondades de ese modelo cuyos parámetros han baremado sus enólogos de manera consensuada; fijándose para la vendimia del 2016 la puesta en marcha este sistema de forma fehaciente.

La experiencia de otras muchas cooperativas españolas que llevan años de implantación de este sistema de diferenciación de precios, con curtida experiencia en métodos y baremos empleados. El buen estado sanitario que presenta el fruto esta campaña, que permitiría que las diferencias no fueran excesivamente perjudiciales evitando las consiguientes tensiones sociales que ello generaría y de las que también tenemos buenos ejemplos de los que aprender para no caer en los mismos errores. La misma necesidad de ir asumiendo que los grandes cambios a los que se va a someter al sector en esta campaña con los contratos, declaraciones, Interprofesional,… tienen su razón de ser en la necesidad de mejorar la competitividad de nuestros elaborados y que esto solo se obtiene con calidad, transparencia e información. Se me antojan razones suficientes para calificar esta decisión de una ocasión perdida para una región y un colectivo trascendental para el futuro de nuestro sector.

Las vendimias en España

Con las vendimias prácticamente acabadas en Jerez y a más de una semana para que se generalicen definitivamente en el resto de las regiones españolas, la climatología se está comportando caprichosamente, haciendo variar las previsiones de un día para otro, y con escaso margen de éxito.

Lo que hasta hace bien poco era una campaña dominada por el adelanto de dos semanas de un fruto, eso sí, de una sanidad envidiable; los fuertes calores, la ausencia de agua (antes) y las tormentas (ahora), han ido ocasionando modificaciones sustanciales en las previsiones cuantitativas de una cosecha marcada por los cambios.

Obligar a las bodegas a formalizar un contrato en el que se especifique precio de la uva y fecha de pago (que no podrá ir más allá de los treinta días trascurridos desde la descarga del último remolque), es una cuestión que, por extraño que pudiera parecer, está obligando a las bodegas (a las cooperativas no les afecta, siempre y cuando se trate del fruto de sus socios) a modificar su modus operandi y generando protestas (cada vez menos) por lo que consideran un grave perjuicio comparativo que les está obligando a asumir unos costes financieros para los que no tienen margen.

Afortunadamente, Dios aprieta pero no ahoga, y esas iniciales previsiones que apuntaban hacia los cincuenta millones de hectolitros, con algunos que incluso iban más allá, se han ido quedando trasnochadas e imponiéndose aquellas otras que, adelantándose a los efectos que esos calores y la falta de agua pudieran acabar teniendo en el viñedo, la cifraban en un entorno de los cuarenta y cuatro millones obtenidos el pasado año.

Sobre lo que no parece haber muchas dudas, a juzgar por la unanimidad existente entre todos los implicados, es sobre la calidad del fruto. Sano como no se recuerda, apenas necesitado de tratamientos contra las enfermedades fúngicas y con un desarrollo ligeramente inferior al habitual, lo que incrementa la siempre buscada relación pulpa/hollejo y permite unos racimos más sueltos y mejor aireados.

Los precios a los que acaben arrancando las uvas siguen siendo una incógnita. Si bien los comentarios, que hasta ahora circulan, los sitúan en unos niveles muy similares a los del pasado año.

Circunstancias todas ellas: cosecha, calidad y precios, que unidas a las previsiones de nuestros socios comunitarios, permiten albergar la esperanza de una cosecha tranquila, precios estables y unas exportaciones que se mantendrán como la única vía de darle salida a nuestra producción.