Son buenos tiempos

Son tiempos de buenos deseos, en los que afrontamos el futuro cargados de optimismo y con inmensas ilusiones sobre proyectos que deberán aportarnos grandes satisfacciones. Días en los que, como por arte de magia, pasamos página ante los problemas que nos han venido agobiando en los últimos meses, planteándonos el porvenir con un optimismo, que solo el paso de las semanas nos devolverá a la cruda realidad de unos datos que evidencian la lenta evolución de un sector que parece tener más voluntad que hechos en sus aspiraciones.

Los datos referentes al consumo interno, exportaciones, financiación de nuevos proyectos de inversiones, existencias, balance,… que vamos conociendo son esperanzadores e indican que vamos en la buena dirección. Las herramientas con las que aspira a contar el sector para abordar su futuro de manera colectiva y alcanzar sinergias (hasta la fecha inexistentes), se mantienen intactas, aunque su evolución esté siendo mucho más lenta de la que sería deseable.

Y lo que todavía es más importante: viticultores y bodegas toman conciencia de su condición empresarial y asumen un panorama para los próximos años de importantes cambios en todo lo referido a ayudas y subvenciones. El mercado va imponiéndose y sus leyes, aplastando voluntades políticas que no viven sus mejores momentos.

Conocemos lo que queremos ser de mayores. Sabemos que las aspiraciones colectivas no siempre tienen por qué coincidir con las individuales y hemos determinado nítidamente esas líneas rojas que no pueden traspasarse y en las que todos coinciden. Tenemos potencial y contamos con medios para ir tomando decisiones que nos dirijan por el camino adecuado.

¿Será el 2016? Es posible. Cuando menos deseable.

Lo que sí parece bastante claro es que la transformación de nuestro sector hacia la adaptación a los nuevos mercados, consumidores y hábitos de consumo es un camino sin retorno, y solo la voluntad de recorrerlo de manera individual o colectiva será la que marque la diferencia en lo que tardemos en transitarlo.

Feliz 2016.

¡Por un año lleno de buenos deseos!

Todo parece indicar que las exportaciones españolas vitivinícolas se encaraman hacia un nuevo récord histórico en este año que toca a su fin. Los tres mil millones se antojan una cifra alcanzable. Tres mil millones de euros, por tres mil millones de litros. Cantidad nada despreciable para un sector que apenas alcanza los mil millones de litros en su consumo interno.

No obstante hay que ser prudente con estas estimaciones, ya que el comportamiento en estos dos últimos meses (los datos más actualizados están referidos a septiembre) no ha sido tan bueno como cabía esperar. Mayores producciones (+13%) en Italia, el tercer país más importante por volumen; y una cosecha más o menos similar en Francia, el país al que más vino vendemos, son un serio inconveniente para que se cumpla este alentador vaticinio. Como así lo están poniendo de manifiesto las escasas operaciones comerciales, muy por debajo de las cerradas en las últimas campañas, a tenor de lo manifestado por los operadores. Situación que está conteniendo unas cotizaciones que la producción califica de insuficientes para cubrir los costes de elaboración y los compradores de poco atractivas para abordar los mercados internacionales de granel.

Lo que nos llevaría de nuevo a la repetida conclusión de que tenemos que ser capaces de ir dotando de valor a nuestros vinos si queremos disfrutar de un mercado más estable, además de rentable.

Los últimos datos de producción hechos públicos por la Dirección General Agri y que están fechados el pasado día 9 de diciembre elevan la producción de la Unión Europea un 2,9% hasta cifrarla en 171,1 millones de hectolitros. Lo que no parece que fuera mucho incremento, si no fuera porque se da la circunstancia de que los dos principales países productores (Italia 50,34 y Francia 47,7 Mhl) son al mismo tiempo, nuestros principales clientes.

Pero no debemos preocuparnos en exceso. El consumo interno en España está dando claras muestras de recuperación. Las ventas navideñas presentan incrementos cercanos al ocho por ciento en la mayoría de productos, y aunque no disponemos de cifras referidas a la venta de vinos y cavas, todo parece indicar que no será muy diferente de los manejados por los fabricantes de turrones y polvorones, jugueteros o asociaciones de comerciantes y gran distribución. Beberemos más vino, mejoraremos su imagen y recuperaremos la presencia en las mesas y celebraciones en estos días.

El sector, por su parte, ha tomado consciencia de la necesidad de apostar seriamente por el mercado interior, acercándose a los consumidores y haciéndoles partícipes de los grandes cambios entre estos vinos y los de hace unas décadas. Presentaciones, tipologías, envases y etiquetas, incluso tamaños y cierres; ponen de manifiesto que el vino de nuestros padres tiene muy poco en común con el que beben, o por el que se interesan nuestros hijos.

Lamentablemente, todavía nos queda mucho por hacer. No acabamos de encontrar la forma de llegar hasta ellos y nos resistimos a adaptarnos a sus exigencias. Pero tenemos lo más importante: su interés, su curiosidad, su predisposición a escuchar…

Afrontamos un nuevo año 2016 lleno de cambios y proyectos encaminados a adaptarnos mejor a una sociedad del siglo XXI que nos exige más y a menor precio. La profesionalidad se va apoderando de nuestro sector a pasos agigantados, las subvenciones van dejando paso a la eficiencia y competitividad y los políticos, ¡ay los políticos!, estos y los que vengan tomando consciencia de que su trabajo está en facilitar la labor de las empresas, no en convertirse en ellas, ni en ponerles obstáculos para que se desarrollen y creen empleo.

¿Se les ocurre mejor deseo para el nuevo año?

Feliz 2016

Nuestro futuro es una cuestión de velocidad

La lógica parece indicar que cualquier solución que quiera adoptarse a la hora de abordar el problema de excedentes que presenta el sector vitivinícola español debe ser analizada con la mirada puesta en Castilla-La Mancha. La alta concentración de superficie, de casi el cuarenta y siete por ciento del total del viñedo plantado, o el más del cincuenta y cinco por ciento que supone su producción; así lo hacen presumir.

Los precios a los que son pagados sus uvas, mostos y vinos, tampoco es que parezcan quitarle la razón a aquellos que ante cualquier análisis señalan a la región castellanomanchega como la “responsable de todos sus males”.

Claro que si consideramos que la profesionalización del sector es la mejor vía para hacer un sector competitivo y acoplado al mercado; y que esta llegada de profesionales lleva aparejada la existencia de un capital económico que sea gestionado con el principal objetivo de maximizar los beneficios, podría hacernos cambiar la perspectiva del problema y llegar a cuestionarnos algunas premisas bajo las que parecen pivotar la mayoría de los análisis que sobre el futuro del sector vitivinícola se elaboran.

No es discutible que ante la pregunta de qué queremos, la respuesta sea unánime: vender más y mejor. Y solo cuando entramos a definir qué, cómo, dónde y a quién, nacen las discrepancias. Complicando sobremanera la posibilidad de ponernos de acuerdo en la elaboración de un Plan Estratégico que nos conduzca hasta tan anhelado objetivo.

Vender más y mejor es hacerlo envasado y con indicación geográfica protegida, nos indican profesionales de reputado prestigio. Y es verdad, pero eso no significa que todo deba ser elaborado y vendido así, y que una buena parte de nuestra producción no podamos seguir vendiéndola a granel y sin I.G.P.

En precios unitarios, son los vinos con D.O.P. y envasados los que más caros vendemos, y los graneles de mesa (permítanme utilizar esta nomenclatura aunque ya no esté en uso) los más baratos. Pero ¿están seguros de que son las bodegas que más ganan las que venden los primeros vinos y las que venden el segundo tipo de vino las que más pierden?

Pretender tener un modelo único es algo más propio de economías dirigidas y países con un bajo nivel de libertad. Definir oportunidades y profundizar en el conocimiento de nuestro potencial productivo y los mercados parecen herramientas más acordes a la sociedad actual.

Valorizar el vino es fundamental, sea cual sea y lo vendamos en el formato en el que lo vendamos. Pero eso pasa por hacerlo nosotros mismos. Por conseguir que la población española lo considere un producto de calidad y por el que esté dispuesto a pagar un mayor precio. Somos el país del mundo en el que más barato se vende el vino, y en cambio somos de los que presentamos un consumo per cápita más reducido. Luego nuestro problema podría no estar tanto en el precio y sí mucho más en la educación y conocimiento de la población. Invertir en formación, educar en un consumo responsable, pueden ser dos de los ejes sobre los que deban desarrollarse nuestras estrategias de desarrollo.

En las siguientes páginas podrán encontrar gran detalle datos de superficie, producción, consumo, y exportaciones. Y todos ellos, analizados con algo más de miras que las de querer hacer grandes brindis al sol, vienen a demostrar que el sector vitivinícola español tiene un gran potencial, como así lo demuestran las grandes inversiones que importantes grupos financieros están haciendo. Que tenemos una deuda histórica con nuestros jóvenes a la hora de formarlos como enófilos. O que son precisamente las bodegas de las zonas más “deprimidas” las que más aumentan sus beneficios, donde más crece la superficie o más mejoran sus rendimientos.

La velocidad con la que aprovechemos estas oportunidades dependerá de nuestra capacidad de trabajar juntos.

¿Cómo queremos que nos tomen en serio?

Si no fuese porque es un tema demasiado serio como para poder pensar que se trata de una tomadura de pelo, diría que lo que está sucediendo con el nuevo sistema de declaraciones obligatorias mensuales que debe poner en marcha la Agencia de Información y Control Alimentarios (AICA) es totalmente incomprensible e inadmisible.

Que algunas Comunidades Autónomas no hayan volcado todavía los datos de los operadores en el REOVI es una flagrante falta de autoridad del Ministerio, organismo que debiera velar por el cumplimiento de las normas y permitir que los operadores españoles, pertenezcan a la Comunidad que pertenezcan, se sientan iguales ante la Ley.

Parece lógico y natural que la puesta en marcha de un nuevo sistema de declaraciones presente complicaciones en su puesta en marcha: rodaje de la aplicación informática, dudas, cuestiones no contempladas, matices que concretar… ¡Pero que quienes están obligados a cumplir la Ley no lo hagan! Eso lo único que demuestra es la ausencia de autoridad.

No es un problema de que las declaraciones se vayan a realizar cuatro meses más tarde, hasta el 31 de diciembre, de lo que estaba previsto. Y que el sector, consecuencia de esto, deba operar un año más sin más información para fijar sus estrategias comerciales que las estimaciones realizadas por diferentes organismos y asociaciones más o menos cualificadas. Al fin y al cabo es como llevan haciéndolo toda la vida (deben pensar). El problema es que ese mismo principio de autoridad podría hacer plantearse el cumplimiento de otras cuestiones. Como la obligatoriedad de que cualquier entrega de uva en la pasada vendimia vaya acompañada de su correspondiente contrato en el que figure el precio y compromiso de pago a los treinta días.

Afortunadamente el sector es bastante más serio que sus responsables políticos, y aunque no disponemos de datos concretos, parece que solo una pequeña parte de los viticultores, no más de un diez o quince por ciento, entregaron las uvas sin contrato escrito. Lo que hace presumir que tampoco haya sido mucha la incidencia que pudiera haberse producido en el pago de los mismos. Cuestión ante la que las bodegas se opusieron frontalmente y que, una vez cerrado el asunto con firmeza por el Magrama considerando la uva como un producto fresco perecedero, han cumplido sin rechistar.