¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad?

Según se desprende de los últimos datos publicados referidos a las exportaciones vitivinícolas del mes de noviembre, nuestras ventas exteriores evolucionan muy favorablemente. A diferencia de lo que indicaban diferentes rumores que circulaban por el mercado y que señalaban que las buenas cosechas de Francia o Italia habían restado un notable volumen en las exportaciones, cuya consecuencia más inmediata habían sido precios estancados.

Crecer un 10,8% en valor en el mes de noviembre con respecto al mismo mes del pasado 2014; o un 14,1% en volumen, no se puede decir que sean malos datos. Que en los vinos a granel el crecimiento en valor haya sido del 15,5% y en volumen del 17,6%, tampoco se antojan cifras que justifiquen esa impresión que parecía inundar el mercado de paralización y escaso interés de franceses e italianos, a la postre nuestros principales compradores, por nuestros vinos.

Es verdad que si tuviéramos que ponerle alguna pega a estas cifras es que el precio medio ha bajado; pero en el caso de los graneles lo ha hecho un 1,7% frente al 2,9% en el que lo han hecho todos los vinos.

Mantener cifras por encima de los veintisiete millones y medio de hectolitros de exportación, incluyendo mostos y vinagres, o si lo prefieren de cerca de veinticuatro (23,987 Mhl) de vinos, como recogen los datos interanuales, no es tarea fácil y es algo que debería hacernos sentir satisfechos.

Claro que seguimos teniendo el problema del bajo valor, apenas 1,09 euros litro para el interanual en vinos, pero es que solucionar este asunto no es una cuestión que pueda hacerse de la noche a la mañana. No basta con que se nos diga que somos “la bodega de Europa”, de dónde se abastecen aquellos que tienen los mercados y obtienen el valor añadido. O que tenemos que desviar producción del granel (0,36 €/litro) al envasado (2,01 €/litro). Ya lo sabemos, todos, sin excepción. El problema es que para ello hay que llevar a cabo algo más que contundentes declaraciones de intenciones. Hay que definir programas y actuaciones que coordinen estrategias colectivas conjuntas. Y eso, hasta el momento, lo más cerca que hemos estado de ello ha sido en el plano teórico, pero nada, ni tan siquiera, puesto negro sobre blanco en un documento que comprometa a todos.

Estamos asistiendo a una situación política en España inédita. Venimos de un periodo en el que se han ido al traste cuestiones tan fundamentales para nuestra economía como el valor de los bienes raíces o las fuentes de crédito. Nos asomamos a un panorama imprevisible, con fuertes caídas en el precio del petróleo (en crisis anteriores había sido precisamente la subida del petróleo lo que las había ocasionado), que vienen acompañadas de desplomes en las bolsas mundiales.

¿Y nos sorprende lo que está pasando en nuestro sector? Pero si somos de los más “normales”.

Cuestiones políticas aparte, debemos asumir de una vez por todas que nos enfrentamos a un cambio de época. Que lo que está sucediendo supera con creces a crisis económicas, políticas o institucionales. La sociedad ha cambiado, sus necesidades también y las reglas de juego no pueden seguir como si nada hubiese pasado.

Podemos mantener la postura del avestruz, como hemos hecho hasta ahora, y esperar a que sean otros los que nos den la solución a nuestros problemas. O, por el contrario, tomar la iniciativa, poner en marcha esos mecanismos de control, transparencia e información que se nos vienen anunciando desde hace meses y dar un giro en nuestro comercio. Podemos plantearnos qué esperan los consumidores de nuestro modelo de Indicaciones de Calidad y hacer las reformas necesarias para ofrecérselo. Podemos entender que el mercado se ha hecho muy grande (lo que es fantástico) y que ello requiere de muchos más recursos, que exigen unidad y coordinación. Podemos… pero no hacemos nada.

Mirando hacia otro lado

Hace apenas unos días, me preguntaba en este mismo espacio cuál debe ser el papel que han de jugar en un futuro nuestras denominaciones de origen, y si lo sucedido en varias de ellas no era más que la consecuencia evidente de que el modelo necesita un cambio, una adaptación a los nuevos tiempos, consumidores y mercados que encuentren en este patrimonio vitivinícola un elemento diferenciador y clarificador de calidad, superando viejas barreras de conceptos que apenas entienden y no acaban sino generando la confusión en los compradores y el malestar en la producción.

Mentiría si dijera que me ha sorprendido la cantidad de firmas autorizadas del sector que en estas últimas semanas han coincidido con esta apreciación. Incluso podría llegar a decir que me satisface encontrarme con algunas iniciativas que emanan desde el mismo sector, como la del Club Matador, pronunciándose en estos mismos términos.

Pero todavía lo haría más, lo de mentir digo, si dijera que me ha dejado atónito la impasibilidad con la que el tema está siendo abordado por los propios consejos reguladores. He de confesar que me sorprende que organizaciones como la misma Confederación de Consejos Reguladores no haya reaccionado organizado reuniones públicas (quiero pensar que de manera privada sí lo han hecho), en las que debatir este asunto. Tomando la iniciativa sobre un tema que les atañe de manera directa y que, en mi humilde opinión, abordado de mala manera puede llegar a poner en peligro a más de una de ellas y dañar seriamente la imagen de todo el modelo.

La campaña 2015/2016 se iniciaba allá por el mes de agosto repleto de nuevas iniciativas y proyectos que prometían poner al sector español en la senda de la mejora de su posición en los mercados internacionales y el aumento del valor añadido de sus vinos. Se anunciaba la creación de organizaciones transversales dirigidas a aprovechar las sinergias de todo el sector. Se contaba con las administraciones para coordinar y dotar de argumento legal estas iniciativas.

Y, no vamos a decir que todo esto se ha quedado en agua de borrajas, porque ni es verdad, ni me quiero imaginar, si quiera, esta posibilidad; pero lo cierto es que van pasando los meses, los problemas nos van saltando a la cara y el sector sigue haciendo lo mismo de siempre: mirar hacia otro lado, señalar como culpables a todos menos a él y desgastándose en apagar fuegos, en lugar de construir una base sólida sobre la que crecer.

Un sector que intenta adaptarse

A estas alturas, es poco discutible que el sector vitivinícola europeo es un sector claramente intervenido, en el que todavía hoy son muchos los aspectos, algunos de ellos de gran importancia, que están regulados, dificultando seriamente la ley de la oferta y la demanda, y la aplicación del principio básico de la competencia. Pero no por poco discutible la cuestión deja de tener su importancia y generar conflictos entre quienes optan por querer mantener esta situación y quienes aspiran a una liberalización total del sector.

Un buen ejemplo de esta situación la encontramos en la prohibición de plantación de viñedo, regulada anteriormente con los derechos de plantación, transformados desde el pasado 1 de enero en autorizaciones administrativas.

Y es que una de las primeras decisiones que debe adoptar el Ministerio presidido por la ministra en funciones, Isabel García Tejerina, es la fijación del porcentaje de nuevas plantaciones en España para el 2016.

Para ello el Magrama ha abierto las negociaciones con los representantes del sector, especialmente organizaciones agrarias y empresariales, con una propuesta de 6.000 hectáreas, un 0,6% de nuestra superficie y con el que pretende contentar a aquellos que aspiran a la liberalización y, consecuentemente, optan por acogerse al máximo posible, y aquellos otros que, con su limitación al 0,001% pretenden regular la oferta favoreciendo el aumento de los precios en origen de las uvas y vinos, ninguno de los dos productos en sus mejores momentos. Unas porque los precios a los que se han pagado las uvas han resultado insuficientes para cubrir los costes de producción en muchas de regiones vitícolas españolas, y otros (los mostos y vinos) porque, a pesar de una producción “moderada”, no consiguen levantar sus cotizaciones ni hacer del mercado una lonja con gran actividad, limitándose las operaciones a adquisiciones muy concretas de vinos con especificaciones muy precisas.

Sea como fuere, el caso es que el sector debe acoplarse a un mercado mucho más competitivo del que actualmente disfruta por cuestiones de índole internacional, económica y de oportunidad para nosotros. Somos el país con mayor extensión de viñedo y con precios más bajos, pero también uno con una calidad media más elevada. Somos extraordinariamente competitivos y cuanto antes nos lo creamos y vayamos en esa dirección, más rápidamente alcanzaremos precios dignos y rentables para nuestras uvas, mostos, vinos y alcoholes.

La indicación de calidad ¿cuestionada?

¿Cuánto hay de decisión política, cuánto de estrategia empresarial y cuánto de responsabilidad por parte del Consejo Regulador? Es la pregunta que todos en el sector vitivinícola español se hacen tras la decisión adoptada por Bodegas Artadi de abandonar la D.O.Ca. Rioja. Por más que su propietario, Juan Carlos López de Lacalle, haya intentado quitarle hierro al asunto declarando que su decisión está basada en cuestiones “estrictamente empresariales”, son muchos los rumores que la sitúan como la punta de lanza de un movimiento rupturista de un grupo de bodegas alavesas que apuestan por la creación de una denominación propia para “Rioja Alavesa”.

A lo que no está ayudando mucho el Gobierno vasco, quién en lugar de dejar en manos de las bodegas y viticultores sus propias decisiones, se ha apresurado a decir que “por responsabilidad” escuchará y atenderá las iniciativas que procedan del sector, entre las que podría encontrarse la diferenciación que acabara con la creación de una denominación propia.

Claro que el respeto institucional mostrado por el propio Consejo Regulador a la decisión empresarial, no ha hecho más que poner de manifiesto su incapacidad de darle solución a un problema que viene arrastrándose desde hace varios años y que nace de la exigencia de un grupo de bodegas por una mayor diferenciación de sus vinos, atendiendo a las zonas de producción y características de sus vinos de “terroir” o de finca.

Para algunos, este asunto, como el de otras bodegas que ni siquiera han querido integrarse nunca en una denominación de origen, son decisiones que responden a estrategias puramente empresariales. Aunque, en mi opinión, el modelo de denominaciones de origen es un gran patrimonio cultural a proteger y una excelente herramienta comercial que nos ha permitido llegar a muchos mercados, a los que, de otra manera, hubiese sido completamente imposible acceder. Pero, de igual manera que han cambiado los hábitos de consumo, evolucionado los tipos de vinos, trasladada la carga de compra de unos canales a otros, o transformadas las mismas cualidades hacia las aspiraciones de los consumidores; no parece descabellado pensar que el mismo modelo de las indicaciones geográficas protegidas requiere una revisión profunda, que lo adapte mejor a los actuales tiempos. Hacerlo de una forma inteligente y dialogada parece lo más indicado para un sector que se caracteriza por su inmovilismo y su escasa capacidad de adaptarse a los cambios.

A mi juicio, olvidamos con demasiada frecuencia la gran diferencia existente entre la realidad del sector y la percepción (y conocimiento) que del mismo tienen los consumidores; tendiendo a confundirlo con frecuencia, sin considerar que, en muchas ocasiones, su respuesta es la indiferencia o la elección de otro producto “más sencillo”. Está claro que cada denominación, bodega y marca tiene su propio consumidor más o menos avezado en la cultura vitivinícola, pero ni para los más adelantados resultan positivas este tipo de noticias que no hacen sino generar desconfianza y confusión.

El nuevo aplazamiento hasta el 31 de enero de la presentación telemática de las declaraciones de producción y existencias, tampoco es que venga a ayudar mucho a la imagen del vino español. Un vino que aspira a elevar el valor añadido de su producción con la potenciación del envasado y que se está viendo incapaz de poner en marcha mecanismos técnicos con los que ofrecer una información fiable y actualizada.

Para vender más, pero, sobre todo, mejor, es necesario mucho trabajo, una gran perseverancia y una calidad acorde al precio. Pero por encima de todas estas cualidades está la seriedad que proporciona un Estado, una denominación o una bodega.