Un momento histórico

De semana intensa y transcendental podríamos calificar lo acontecido en estos últimos días. Pues, si bien se han registrado dos acontecimientos que no están relacionados directamente con el sector vitivinícola, su alcance es tal que sus consecuencias se deberán hacer notar de forma considerable, también en el sector vitivinícola.

La formación de un Gobierno estable, tras seis meses “en funciones” desde aquellas Elecciones Generales del 20 de diciembre de 2015 que pusieron de manifiesto la escasa altura moral de nuestra clase política, que antepuso los intereses particulares de sus cargos o partidos políticos a los de la nación, tuvieron su segunda vuelta el pasado domingo. Con un resultado que volverá a darles la oportunidad de demostrar lo que han aprendido de todo lo sucedido, llegando a un acuerdo que permita disfrutar de un Gobierno estable, capaz de hacer frente a situaciones históricas y de grandes consecuencias como es la salida clara y definitiva (esperemos) de la crisis económica y financiera; y el “Brexit” aprobado por el Reino Unido.

De momento, todo lo que podamos aventurar sobre los efectos que vaya a tener el “Brexit” en el sector vitivinícola español, es pura especulación. Ya que al hecho histórico que supone ser la primera vez que un país miembro de la UE solicita su salida voluntaria, hay que añadir la postura encontrada del resto de países miembros, entre los que los hay que apuestan por una salida rápida y con graves consecuencias para las relaciones entre ingleses y europeos con las que frenar los brotes a favor de algún referéndum similar en otros países; y aquellos otros que consideran que esta nueva situación, a largo plazo, no debería ir más allá del establecimiento de acuerdos comerciales preferenciales que permita mantener el importante mercado que para la Unión Europea representa el Reino Unido.

La importancia que para nuestra economía tienen los británicos apenas requiere ser mencionada. Es el tercer país en valor de nuestro sector vitivinícola en exportación y el cuarto en volumen. El más importante para los vinos de Jerez y pagan un precio medio que está un setenta y cinco por ciento, aproximadamente, por encima del precio medio al que exportamos.

Está bastante claro que esta “extraña decisión” está teniendo consecuencias inmediatas, como es la devaluación de la libra o la caída de los mercados bursátiles; que en el corto y medio plazo repercutirán sobre el turismo y la gran población inglesa residente en nuestro país. Pero la propia reacción que está habiendo dentro del mismo país, con los escoceses pidiendo un nuevo referéndum porque ellos no quieren salirse, o incluso las declaraciones de algunos de los dirigentes que apoyaron la salida, mostrando sus dudas sobre si hicieron lo correcto; incrementa la incertidumbre sobre lo que pudiera acabar sucediendo y permite albergar la esperanza de que a medio y largo plazo ambas partes encontrarán la forma de minimizar los daños.

Un falso debate

Es habitual encontrarnos con debates en los que se cuestiona qué debe prevalecer, si la calidad o la cantidad, ¡como si ello fuera posible!

Desde hace muchos lustros, el consumo de vino ha cambiado. Pero no solo en España, en el mundo entero. Es verdad que en nuestro país ese cambio ha resultado más importante, entre otros motivos porque ya no lo necesitamos para alimentarnos. Pero también en Francia o Italia, por hablar de países productores (podríamos hacer lo mismo de los consumidores), ha sucedido algo parecido. Los objetivos que deben cumplirse con la degustación de una botella de vino distan mucho de los que buscaban nuestros antepasados y se encuentran a años luz de factores cuantitativos. Aquí, más que nunca, se hace realidad que no es importante la cantidad sino la calidad.

Y es precisamente este aspecto y la confusión de algunos de nuestros administradores políticos y funcionarios (que de todo ha habido), donde se ha producido un falso debate sobre si lo que debe prevalecer es la calidad frente la cantidad.

En el consumo se nos ha insistido hasta la saciedad en que bebíamos menos vino, pero de mayor calidad, como si eso estuviera relacionado en un país con unos precios medios en la exportación (son los únicos datos existentes) de un euro el litro. En el terreno técnico se ha destacado que nuestros viticultores han hecho un importante esfuerzo por mejorar la calidad del viñedo, orientándose hacia variedades “mejorantes”, cuando precisamente ahora se está evidenciando la vuelta hacia variedades blancas y autóctonas (las que habían sido arrancadas años antes). En lo que respecta a nuestros enólogos e instalaciones de elaboración y crianza, las inversiones en bodega ha sido de tal magnitud que algunas (muchas) han tenido que cerrar sus puertas ante lo inadecuado de sus proyectos; y algunas otras se han visto obligadas a fusionarse para optimizar recursos, pudiéndose asegurar que somos uno de los países productores mejor equipados tecnológicamente.

Y aunque, si en algún el tema ha cambiado nuestro sector es en la comercialización, donde la concentración ha sido tal que apenas cuatro empresas concentran cifras muy superiores al cincuenta por ciento del consumo interno; ni tan siquiera esta circunstancias justifican el debate cantidad vs. calidad.

El rendimiento medio del viñedo en España ha aumentado en 9,3 hectolitros en quince años, pasando de los 35 de la campaña 2000/01 a los 45 hectolitros por hectárea que tuvimos en la 2014/15, siendo Castilla-La Mancha y Extremadura dos de las regiones que presentan mayores cifras con 54,7 y 50,1 hl/ha respectivamente. Y a pesar de ello, no hay nadie que pueda siquiera imaginar que la calidad de lo producido hoy es menor que lo de hace quince años.

Razones muchas, principalmente aquellas relacionadas con los planes de reconversión y reestructuración del viñedo que nos han permitido no solo cambiar el mapa vitícola de nuestro país con la entrada de variedades foráneas reconocidas internacionalmente, sino emplazar los viñedos en terrenos más productivos, dotarlos de riego y utilizar la espaldera. Pero, por encima de todas ellas dos: una la adaptación de las producciones a las demandas del mercado (donde la globalización se impone a marchas forzadas) y, la otra, la necesidad de mejorar la rentabilidad de sus producciones.

Hablamos del sector con mucha ligereza, pensando en puntuaciones y medallas y pasando por alto que la gran mayoría de lo que se consume dista mucho de grandes premios y emblemáticas bodegas. Olvidamos que se tratan de negocios, unidades productivas que deben ser rentables por sí mismas y que para ello el primer requisito es que sean competitivas.

Hoy cualquier debate sobre calidad vs. cantidad es pura demagogia. La calidad se ha convertido en un requisito mínimo indispensable y la cantidad en una necesidad para la supervivencia.

Un sector con grandes proyecciones

Con los datos de las solicitudes de nuevas plantaciones de viñedo en España e Italia, podemos asegurar que el sector vitivinícola goza de una excelente salud. ¿Cómo si no se entiende que en España se haya pedido autorización para nueve mil hectáreas, cuando el límite que estableció el Gobierno español fue de 4.173 hectáreas? ¿O que en Italia se hayan solicitado en torno a las sesenta y siete mil, cuando la superficie fijada por el gobierno transalpino fue de 6.376 hectáreas?

Solo un sector que apuesta decididamente por su expansión y competitividad es capaz de superar con estas ratios las limitaciones impuestas por los propios Estados Miembros en la fijación de nuevas superficies, que estableció Bruselas en un máximo del uno por ciento de la superficie plantada en la campaña anterior. Que en el caso de España quedó reducido a un 0,44% por decisión del Gobierno. No así en el de Italia que ha autorizado el uno por ciento máximo al que tenía derecho.

Claro que, si consideramos la distribución geográfica de esas solicitudes, entenderemos un poco mejor cuáles son las zonas por las que apuestan sus empresarios y el perfil de los vinos a los que van encaminadas esas nuevas plantaciones. Veneto y Friuli Venecia Julia en Italia y Rioja en España, son las zonas geográficas protagonistas de esta situación, ya que casi dos tercios de las hectáreas italianas solicitadas se concentran en estas regiones y en el caso de España poco menos de la mitad.

¿Cuántas de estas solicitudes acabarán convirtiéndose en autorizaciones? Y ¿qué parte de estas solicitudes responden al criterio de distribución y la amenaza real que existía de quedarse fuera del reparto, incitando a solicitar mucho más de lo que realmente se está dispuesto a plantar? Para responder a estas cuestiones todavía habrá que esperar algún tiempo. En el caso de España, a que se disponga de “toda” la información (todavía faltan algunas CC.AA. por facilitar los datos) y se proceda a analizar la información para aplicarles los criterios de prioridad en la concesión. En Italia, sin embargo, al haber optado por un prorrateo lineal, será mucho más sencillo, aunque haya quienes piensen que se ha solicitado mucho más de lo que en realidad se deseaba, ante la creencia de que acabaría produciéndose, como así será, un fuerte prorrateo.

Echando un vistazo al inventario vitícola español 2015 (todavía parcial) observamos cómo son las variedades blancas las que han tomado la iniciativa y, prácticamente las únicas, excepción hecha de la Garnacha Tintorera, que aumentan su superficie con respecto a los datos del 2014. ¿Consecuencia de que la diferencia de los precio entre blancos y tintos está muy lejos de los que auguraban? ¿Recuperación del consumo en blancos y rosados? ¿Valorización de estos vinos frente estabilidad o bajadas en los tintos?

Una receta sencilla para triunfar

Aunque dar por superada una primera etapa, en la que asumir que el Vino es el que debe adaptarse a los mercados y encontrar el hecho diferenciador que le permita ser atractivo al consumidor, podría sonar demasiado pretencioso (especialmente considerando la evolución de muchas de nuestras bodegas y la escasa estructura comercial, tanto en el mercado nacional como de exportación); son pocas las que todavía hoy mantienen que deben producir lo que tradicionalmente han venido elaborando y descargar en los “comerciales” toda la responsabilidad de encontrar compradores que reconozcan su calidad y estén dispuestos a pagar por sus elaborados.

Y aunque los hay que consideran la globalización como una gran amenaza a la que es muy difícil hacer frente con nuestras condiciones de cultivo, la insistencia de todos los estudios que se publican y la validación que supone la experiencia de un notable número de bodegas españolas, de todo tamaño, estructura y localización geográfica, permiten asegurar que mantener la personalidad del origen, su terruño, variedades autóctonas, prácticas tradicionales…, lejos de ser un hándicap para darse a conocer por el mundo, suele ser un valor añadido mucho más preciado allende nuestras fronteras que en los mercados locales o de cercanía.

A pesar de los numerosos e interesantes estudios realizados por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), algunos elaborados por la consultora Nielsen, los de Rabobank, y alguna otra fuente que estoy dejándome fuera de manera totalmente involuntaria, el sector vitivinícola español sigue estando necesitado de estudios que pongan en negro sobre blanco lo que una gran mayoría de nuestras bodegas ya conocen, y las que no, lo intuyen. Para eso son necesarios fondos, muy cuantiosos si quienes deben hacer frente son bodegas de manera individual, de cierta importancia para organizaciones empresariales o profesionales, pero totalmente asumibles para el total del colectivo vitivinícola español, representado (como esperemos que así sea) por su Organización Interprofesional del Vino Español (OIVE), cuya próxima extensión de norma le dotará de recursos financieros suficientes para abordarlos.

Vinos fáciles, sencillos, “para todas las ocasiones”, en los que predominen los aromas frutales y frescos. Presentaciones joviales, desenfadas y elegantes en tamaños adecuados a una sociedad en la que abundan los hogares monoparentales y en la que el consumo está prácticamente limitado a una o dos copas al día. Con una clara concienciación medioambiental de sus bodegas y viticultores por dejar a sus hijos un planeta mejor del que encontraron. Sin perder de vista que el vino debe ser una bebida que nos haga disfrutar, emocionarnos y sacar lo mejor que de cada momento seamos capaces. Sin más parafernalia de servicio o términos en su descripción que los estrictamente necesarios para disfrutar de sus cualidades con plenitud. Incluso la elaboración de productos dirigidos a mercados muy concretos y campañas de comunicación acordes a estos valores. Son cuestiones en las que, estoy seguro, coincidirán todos conmigo y por cuya puesta en marcha están trabajando muchas bodegas y viticultores, algunas organizaciones y unas pocas instituciones que bajo el lema de “mínima intervención” mantienen posturas expectantes ante las necesidades del sector.

Excepción hecha de campañas que promuevan el consumo de vino entre la población, totalmente impensables en España, que vayan en detrimento de bebidas de mayor graduación. Como hacen en otros países con una grave problema de alcoholismo entre su población y donde están utilizando al vino como producto alternativo con el que combatirlo. Campañas que solo pueden tener una orientación formativa, frente aquellas otras de incitación al consumo desbocado de cinco o más bebidas alcohólicas en una día, el “binge drinking”.

Críticas todas, pero con fundamento

Ni yo soy Raphael Minder, ni La Semana Vitivinícola el ‘The New York Times’. Pero, una vez hecha esa aclaración, convendría poner en valor algunas de las cosas que ese prestigioso diario neoyorkino sostiene de la industria del vino española en el reportaje que publicó el pasado 28 de mayo.

No se asusten que no voy a empezar a criticar al mensajero, acusándolo de poco informado o con una visión parcial y muy poco profesional del sector vitivinícola español. Eso sería lo más probable que hubiese sucedido si el bueno de Minder hubiese atrevido a hacer estas declaraciones en una conferencia o cualquier acto público. Una buen parte de los asistentes, de toda pluma y pelaje, hubieran llegado a la conclusión de que este “americano” (es suizo, en realidad) no tiene ni idea de nuestro sector y mejor debiera haber dedicado su espacio en el prestigioso diario a ensalzar las virtudes de nuestros vinos; “sus lectores se lo habrían agradecido”.

¿Autocrítica? ¿Qué es eso? Una visión parcial y condicionada de la realidad de un sector que no ha sabido comprender.

Es verdad que yo no estoy muy de acuerdo con lo que dice sobre que España, y sobre todo Castilla-La Mancha, hayan apostado por la producción de grandes cantidades en detrimento de la calidad. Pues, aunque en términos estadísticos la primera cuestión numérica es incuestionable, habría que recomendarle que estudiara las razones que han llevado a este incremento, los datos de rendimientos, rentabilidad de las explotaciones o la reestructuración y reconversión a la que se ha visto sujeto nuestro viñedo,… para que entendiese mejor lo que ha sucedido y su razón de ser.

En cuanto al tema subjetivo de la calidad, para opiniones cada uno tiene la suya, pero un simple vistazo a las críticas de sus colegas de los vinos españoles (también los castellano-manchegos) quizás le pudiera hacer cambiar de opinión.

No le falta razón al hacerse eco de las evidencias que nosotros, el propio sector reconoce, sobre que nos hemos convertido en la bodega mundial y que nuestros competidores utilizan nuestros vinos para llegar a los mercados que nosotros con nuestra marca no conseguimos. Como tampoco en el reconocimiento de otras zonas o denominaciones de origen al apostar por la creación de marca en el mercado mundial.

Muy posiblemente estemos ante un caso más de no saber muy bien que es primero si el huevo o la gallina. Y el Sr. Minder y yo estemos de acuerdo en que el sector vitivinícola español está inmerso en una revolución que cuestiona el modelo actual. En que hay que dotarle de mayor valor añadido a nuestros vinos, en que hay que apostar por la calidad antes que por la cantidad, o que mejorar la imagen de nuestros vinos se hace imprescindible. Pero de ahí, a que las bodegas deberían ser “viñedos románticos con barriles y cuevas” y criticar las tuberías o grandes depósitos de alguna de nuestras cooperativas solo merece una recomendación: que viaje más, que vaya a Australia, por ejemplo, y se atreva luego a juzgar la calidad de sus vinos por el número de tuberías o depósitos en medio de un patio.