2016, un buen año

El año toca a su fin y parece que va siendo hora de hacer un repaso de lo que ha sido el 2016 para el sector vitivinícola español. Hablar del sector sin considerar el conjunto de la economía española sería incomprensible, ya que la propia concepción del vino como producto hedonista y social, alejado de valores ampliamente superados ligados a la alimentación, dificultaría mucho la comprensión de lo sucedido.

Disponer de una mayor cantidad de renta disponible gracias a datos macroeconómicos referidos a la tasa de inflación, paro, crecimiento económico, balanza comercial, tipos de cambio… que han hecho posible levantar la pesada losa de una crisis económica que amenazaba el consumo interno ha sido, sin duda, el primero de todos los argumentos que nos permiten mirar al futuro con una gran dosis de optimismo.

Y aunque de los escasos datos del consumo interno de los que disponemos no puede decirse que esta recuperación resulte muy notable, sí existen indicios suficientes que nos permiten albergar la esperanza de que pudiéramos haber entrado en una recuperación del consumo en el mercado nacional. Tampoco hace falta que se me alarmen, que somos bastante dados a ello. Cuando hablo de recuperación lo hago en términos moderados, de rotura de tendencia, muy lejos de crecimientos que vayan más allá del dos o tres por ciento.

La calidad, por parte, es un tema ampliamente superado para la mayoría de nuestras bodegas, ya que son muy pocas las que todavía hoy no han comprendido, y asimilado que, lejos de ser un factor diferenciador con el que abordar el mercado, la calidad es un requisito mínimo exigible a todo aquel que aspire a comercializar un vino. Calidad siempre ligada, lógicamente, al precio del producto, pero que en términos generales bien podríamos definir como aquel producto exento de cualquier defecto.

A pesar de ello, el excelente estado sanitario en el que han llegado las uvas a los lagares de las bodegas han propiciado que términos generales podamos decir que disponemos de una cosecha 2016 excelente, quizás algo más corta de grado de lo que sería lo normal, pero con parámetros que anuncian las máximas calificaciones en un gran número de nuestras denominaciones de origen.

Calidad que ha venido acompañada de cantidad. Pues si bien en las primeras semanas de vendimia las excelentes estimaciones de cosecha que se barajaban cuando la uva todavía no había llegado al envero y que apuntaban a que pudiéramos tener que enfrentarnos a una cosecha histórica se vinieron abajo, llegando a situarla por debajo de la del pasado año; los datos de las declaraciones realizadas en el INFOVI señalan que no solo esto no se ha producido, sino que incluso ha resultado superior, y aunque no es posible conocer con exactitud todavía de cuánto volumen estamos hablando, cuarenta y seis, incluso cuarenta y siete millones de hectolitros, podría ser una buena referencia sobre la que nuestras bodegas están planificando sus campañas.

La entrada en producción de un importante número de hectáreas, especialmente en Castilla-La Mancha pilló completamente descolocados a los mismos viticultores que se mostraron sorprendidos por la cantidad que finalmente llegaba a las bodegas.

Pero si imprescindible es recuperar el consumo interno para una rehabilitación del sector, lo que nos ha salvado (y seguirá haciéndolo) es el mercado exterior, donde la globalización del comercio vinícola juega a nuestro favor y en el que tenemos grandes posibilidades. Pequeños cambios en el mix de producto que nos permitan disfrutar de una pequeña parte del valor añadido de nuestros vinos serían suficientes para abordar la gran asignatura pendiente que tiene el sector y que se llama “precio de la uva”. Si queremos contar con un sector potente es ineludible aumentar sus precios y eso solo es posible hacerlo si vendemos más caro.

Así es que aquí va nuestro deseo para 2017.

Felices Fiestas.

El vino se globaliza

Sabíamos, o al menos así lo intuíamos hasta ahora, que la producción y el consumo de vino en el mundo se estaban desplazando desde la “vieja Europa” hacia los “nuevos” países productores.

Eran muchos los expertos que ya en sus análisis de mercado nos avisaban de que mientras en Francia, Italia y España, donde se concentra alrededor del ochenta por ciento de la producción mundial, el consumo de vino disminuía de manera preocupante, eran otros países como Estados Unidos o plazas de Asia donde aumentaba.

Pues bien, ahora es la Unión Europea quien, a través de DG Agri ha presentado su informe: “EU Agricultural Outlook. Prospects for EU agricultural markets and income 2016-2026”, quien avala estas previsiones y advierte de que en el periodo analizado el consumo decrecerá en la UE a un ritmo del 0,5% anual, que la producción lo hará al 0,4%, las importaciones está previsto que crezcan al 1% y las exportaciones mantengan la tasa del 2,3% de crecimiento anualizado. Destacando que el consumo se polarizará, por una parte, hacia vinos relativamente simples y cada vez más frescos y dulces, también particularmente vinos espumosos, a precios bajos; y, por otra parte, un segmento más pequeño de vinos ‘premium’, en botella, a precios relativamente más altos. Advirtiendo que cada vez más tendrá lugar el embotellado en el mercado de destino, después de viajar de forma masiva a granel, para el grueso de los vinos de menor precio y mayor volumen.

¿Está preparado el sector vitivinícola español para esta evolución?

En un principio todo parece indicar que sí, que nuestras bodegas son conocedoras y conscientes de la situación ante la que se enfrentan y están tomando las medidas necesarias para adaptarse a estas circunstancias y mejorar sus oportunidades. Ahora bien, ¿mejoraremos nuestra competitividad?

Y aquí la impresión es que no todos piensan igual. Mientras los hay que consideran que España es un país tradicionalmente vitivinícola y que esa tradición le va a permitir adecuar sus estructuras productivas a los nuevos tiempos y sostener la tasa de crecimiento de sus exportaciones que le ha permitido soslayar el grave problema al que se enfrenta con su consumo interno. Los hay que opinan que no basta con vender mucho fuera, que para que el sector sea sostenible hay que mejorar la renta nuestros viticultores y para ello no solo hay que contar con explotaciones más competitivas, sino que por encima de eso está el subir el precio al que se les paga las uvas.

Afortunadamente, desde el sector ya se comienza a entender que los graneles no son los culpables de nuestros males. Y que la forma en que viajan nuestros vinos no es tanto la culpable de nuestros bajos precios, como el perfil de nuestros clientes y la escasa capacidad que tenemos de llegar hasta el consumidor final.

Muy posiblemente algo que nos servirá para medir esa evolución será la nueva nomenclatura combinada que crea la subpartida 2204.22 para identificar los vinos tranquilos comercializados en bag in box, en envases de capacidad comprendida entre dos y diez litros, así como una línea específica en la 2204.10 para el cava y otra para el prosecco italiano.

La gran calidad de nuestros vinos no está en duda. La imagen y el concepto que de ellos se tienen por parte de muchos mercados es una asignatura que todavía debemos superar.

La globalización de los mercados es una excelente oportunidad que deberemos aprovechar para cambiar ese mix de producto con el que mejorar nuestra competitividad y sostenibilidad que nos permitan salir reforzados de esta próxima década. Pero para tener éxito deberemos abordarla de manera conjunta y, muy posiblemente, regulando la producción.

Ni cultura, ni nada. Recaudación, recaudación y recaudación

Alegrarnos de que la “anunciada” subida de los Impuestos Especiales al vino se haya visto limitada a los productos intermedios (productos con un grado alcohólico volumétrico adquirido superior a 1,2% vol., e inferior o igual a 22% vol.), manteniendo al resto de productos vitivinícolas con un impuesto cero, es algo que no deberíamos hacer por varias razones.       La primera bien podría ser porque se trata de vinos que comprenden prácticamente todos los generosos (excepto los elaborados en algunas indicaciones de origen) afectando muy especialmente a los de Jerez, vinos de licor, moscateles o vinos aromatizados. Los cuales no están atravesando uno de sus mejores momentos de consumo.

La segunda, porque el patrimonio vitivinícola español se encuentra altamente ligado a estos vinos, con escaso consumo (es verdad) pero excelente reputación. Y no parece muy normal que si estamos aludiendo (desde el sector) a que debemos mejorar sustancialmente la cultura vitivinícola de los consumidores (especialmente españoles) vayamos contra una de las piedras sobre la que se sustenta.

Y aunque esto no tenga mucho con ver con cargas impositivas y cultura, permítanme que les haga una pequeña observación. Cojan un palmarés de los concursos más prestigiados del mundo, el que quieran, y analicen quiénes ocupan los primeros puestos. Verán como son siempre los vinos generosos los que se alzan con los premios especiales. Son joyas, verdaderos baluartes de la enología y la tradición vitivinícola española. Deseo de los más refinados paladares que han dominado (pacíficamente, con la adquisición de sus bodegas) su producción y comercialización.

Aunque para nuestra Hacienda no hayan sido más que objeto de deseo impositivo con los que llenar sus arcas. Se estima, por el propio Ministerio, que el incremento del 5% del gravamen impositivo sobre los productos intermedios será de cincuenta millones de euros, cantidad ridículamente pequeña en el ajuste de ocho mil millones de euros que Bruselas exige al gobierno de España.

Y la tercera razón y última, en mi opinión la peor de todas: porque pone en evidencia que cuando los gobiernos quieren tomar medidas que no sean muy impopulares, el vino siempre es considerado como una bebida alcohólica y, en consecuencia, motivo de análisis. Hasta ahora nos hemos librado, excepto los productos intermedios, pero esto puede cambiar algún día y para ello tan solo será necesaria una orden ministerial que modifique el tipo impositivo.