Ya están aquí

Las vendimias, y todo lo que con ellas está relacionado, son uno de los temas que más interés despierta en el sector, no ya solo el productor (que se juega una parte muy importante de la campaña en estas semanas con la fijación de los precios de las uvas y sus fuertes condicionantes sobre los que acaben fijándose para los primeros meses de campaña de los mostos y vinos); sino también para la distribución, cuyas plantillas anuales deberán confeccionarse atendiendo a estas previsiones de mercado.

Además, en este año, como consecuencia del cambio climático, dicen algunos, las tareas de vendimia se están viendo adelantadas de manera espectacular. Tres, incluso cuatro, semanas sobre las del año pasado son muchos días como para poder pensar que detrás de esta circunstancia se esconde solo un efecto estacional.

Y aunque este adelanto no es en sí mismo ni bueno, ni malo; solo una alteración importante en los calendarios de trabajo marcados por las bodegas (nada que no se solucione con un reajuste). El hecho de no darle a la planta la oportunidad de que lleguen las lluvias necesarias con las que paliar los importantes efectos negativos que están teniendo sobre la cantidad de la cosecha, la fuerte sequía vivida en la práctica generalidad de España, pero de manera muy marcada en el tercio norte peninsular; tendrá importantes consecuencias.

La primera, y de la que ya venimos informando hace ya varias ediciones, está siendo la evolución de los precios en origen. Con una propiedad que actúa como si se fuera a acabar el mundo y no fuéramos a ser capaces de contar con la producción suficiente como para cubrir las necesidades comerciales que se nos fueran presentando, y que ha provocado una retirada de la oferta prácticamente absoluta. Desde la creencia firme de que los precios experimentarán mayores crecimientos en las próximas semanas y que las bodegas pueden verse obligadas a tener que asumir incrementos que vayan mucho más allá de los que ya hoy reflejan los contratos. Los que todavía cuentan con alguna partida la retienen, sin mostrar el más mínimo interés por las ofertas que les puedan llegar.

Los que estuvieron atentos a la evolución y los acontecimientos han ido cerrando operaciones con las que garantizarse sus necesidades de las primeras semanas de campaña. Las suficientes para darle tiempo al mercado a normalizarse y superar la vorágine desmesurada que se considera que pudiera marcar los inicios de la campaña.

Estimaciones muy poco por debajo de los treinta y nueve millones de hectolitros no son cifras que en sí mismo pudieran hacer pensar en importantes problemas de abastecimiento que justifiquen este proceder, pero imagino que experiencias de años anteriores (como la que tuvieron grandes operadores el pasado año, y en el que los incrementos en el precio de las uvas por ellos marcados difícilmente se vieron correspondidos con la evolución de la campaña); así como las noticias que nos llegan de estimaciones de cosecha en Francia e Italia y que van en la misma dirección que la nuestra hacia una caída de cierta importancia, un diecisiete en el caso de Francia según la recientemente publicada por Agreste hace escasos días; digamos que no son un llamamiento a la calma y el mantenimiento de una prudencia en un sector, que por otro lado, ha dado sobradas muestras de que la estabilidad o el mantenimiento de un crecimiento moderado y sostenido, no figura entre sus cualidades.

No así en todo lo relacionado con la calidad. Parámetro que no solo resulta muy elevado para el conjunto de la cosecha, sino que cada año va un paso más allá, haciendo posible contar con los vinos y mostos más competitivos del mercado internacional por su relación calidad/precio.

Valor que, por otra parte, no es suficiente para asegurarnos una mayor presencia en los mercados internacionales con productos de mayor valor añadido.

En busca de rentabilidad en el viñedo

Resulta bastante habitual escuchar, cuando se habla de los problemas de excedentes a los que se enfrenta España y los bajos precios a los que vende sus vinos, que una parte muy importante del asunto se encuentra en una sola región española, donde se concentra alrededor de la mitad de la superficie total del viñedo y en la que se produce un porcentaje bastante similar de vino.

Podemos aplicar la regla de la proporcionalidad a la hora de explicar el número de hectáreas reestructuradas en el total del periodo ejecutado 2001-2016 y que ascendió a 375.093 ha, de las que Castilla-La Mancha participó con 183.614 (48,89%). Aunque no sea la que ha tenido que modificar un mayor porcentaje de su superficie, tan solo el 38,79% mientras que otras regiones como Extremadura, Aragón o Cataluña lo han debido hacer en un sesenta y cuatro, cincuenta y seis y cincuenta y dos por ciento, respectivamente. Siendo Galicia, Madrid y Cantabria, 14,35%, 11,39% y 7,37% respectivamente, las que menos lo han hecho.

Y sin ánimo de restar ni un solo ápice de importancia de la que tiene esta región en el ámbito nacional vitivinícola, algo no debemos estar haciendo muy bien en el resto de regiones cuando Castilla-La Mancha ha sido la autonomía a la que mayor superficie se ha concedido de nuevas plantaciones, con 1.910 solicitantes, sobre un total de 4.408 y 2.428 hectáreas de las 4.989 concedidas para 2017. Lo que nos podría llevar a pensar que si el noventa y tres por ciento de esas superficies ha sido concedida a viticultores ya activos, encuadrados en el grupo 2 “Buen comportamiento, sin viñedo abandonado y/o ilegal”, el porvenir del sector y la rentabilidad de mismo es bastante buena y existe futuro.

¿Cambiando variedades o producciones? Pues sí, hay futuro. El problema lo tendrán aquellos otros que no habiendo hecho nada por adaptarse a estas nuevas condiciones que impone el mercado, bien porque no han sabido verlo; bien porque no han podido ya que sus disponibilidades de agua (el riego se impone como imprescindible) o económicas, (la ayuda solo cubre una parte de la inversión necesaria) no se lo han permitido; y que tendrán que competir con los que sí lo han hecho.

De momento, esto se palía bastante con la elevada edad de muchos de estos viticultores, pero llegará un momento en el que deberán ser sustituidos, e incluso es posible que ese momento coincida con una liberalización de plantación. Y cuando ese momento llegase ¿qué estamos haciendo para evitar que una buena parte de esa cubierta vegetal desaparezca, con el consiguiente problema medioambiental y de población que generaría?

El vino se populariza

Sabemos que el comercio online está llamado a ser uno de los grandes revulsivos de este sector en las próximas décadas, y así lo hemos expuesto en numerosas ocasiones. Lo que no sabíamos es a la velocidad a lo que lo haría y su cuota de penetración. Hoy, podemos asegurar que ya es una realidad y que, acorde a la evolución de los acontecimientos cuando hablamos de temas online, su progresión va a ser explosiva.

Las razones las podemos encontrar en dos aspectos bien diferentes. Uno sería las grandes necesidades que tienen las bodegas por llegar a los consumidores de la manera más directa posible. Esto, que hasta hace muy pocos años solo estaba al alcance de unas pocas bodegas que manejaban impresionantes capítulos presupuestarios en marketing y campañas comerciales; con la llegada de las redes sociales y el comercio electrónico está al alcance de la más pequeña y humilde de las bodegas, ya que la inversión que requiere está al alcance de cualquiera. El otro sería la necesidad de las bodegas por vender, y aunque las hay que apuestan por estrategias más tradicionales, como podría ser el comercio de proximidad, la inmensa mayoría del comercio se rige por normas donde la globalización se impone.

Pero para el desarrollo de este mercado eran necesarias superar algunas barreras legislativas relacionadas con el tratamiento fiscal que mantienen algunos países potencialmente muy interesantes, y otras vinculadas con aspectos logísticos centrados, principalmente, en el transporte y almacenamiento del producto.

Estas dos cuestiones, y otras no menos baladís, como la comunicación y concentración de la oferta, han encontrado excelentes aliados en las grandes plataformas de comercio electrónico (e-commerce) mundiales, que han visto en el vino un producto altamente atractivo con el que desarrollar su negocio y atraerse un perfil de cliente que hasta ahora se ha mostrado reacio a su utilización. Amazon, que no solo ha decidido apostar por desarrollar el comercio de la alimentación, en la que incluye el vino, sino que ha ido un paso más allá elaborando sus propias referencias enológicas. Alibaba, el gigante asiático junto con JD, también ha puesto la mirada en el sector vinícola desarrollando una línea de comercio específica. Y como si esto no fuera suficiente Lidl consigue situar su espumoso de marca propia como uno de los mejores del mundo gracias a la repercusión que ha tenido en los medios de comunicación la medalla conseguida en un reputado concurso mundial.

La globalización y el e-commerce han popularizado el consumo, los grandes distribuidores mundiales, lo han favorecido. Y ahora, el vino, busca subirse con entidad propia a esta nueva línea de comercio donde tiene excelentes posibilidades de progresar y dar un vuelco radical al concepto mismo de consumo.

Una copa de vino para satisfacer el alma

Aunque el incremento de la superficie regada de viñedo de transformación apenas ha sido de un diecisiete por ciento con respecto a la que existía en 2006, es de destacar que según los últimos datos publicados por el Mapama en su análisis de los regadíos españoles en 2016, algo más de un tercio (el 36,7%) del viñedo español de transformación cuenta con algún sistema de riego que permita controlar mejor el desarrollo de la planta, aportándole en cada momento los recursos hídricos necesarios. De hecho, el noventa y siete por ciento del regadío emplea el riego localizado, permitiendo, además sistemas de fertirrigación.

Si bien ello no evita las heladas, a pesar de que puede minimizar considerablemente sus efectos, ni la aparición de enfermedades criptogámicas; su existencia supone un importante avance en el control del viñedo y la estabilidad de la producción en un país como el nuestro donde el agua se ha convertido en uno de los bienes más preciados.

Hasta ahora, cuando escuchamos hablar del cambio climático y sus posibles efectos sobre la producción vitícola tendemos todavía a relacionarlo con las temperaturas, especialmente las olas de calor, obviando o pasando muy de puntillas sobre una cuestión como es la sequía. De hecho, aunque todavía son pocas las bodegas españolas que identifican sus vinos con la emisión de dióxido de carbono (CO2) y las que han implementado sistemas de control para su medición. Son muchísimas más de las que lo han hecho sobre el control del agua y su identificación mediante la llamada huella hídrica. Ya sea porque su control resulta mucho más complicado, o porque en dos tercios de la superficie no existe posibilidad alguna de actuar sobre ella al encontrarse en secano, o porque la inclusión de un nuevo imagotipo en la etiqueta no haría más que aumentar el desasosiego de un consumidor que ya comienza a comparar la etiqueta de un vino con la de un prospecto de un producto farmacéutico. El caso es que no es tema que parezca preocupar mucho a la industria vitivinícola. Y debería hacerlo.

Quién sabe si tanto la huella hídrica como la de carbono pudieran ser una ayuda en ese camino que nos acabe conduciendo al 2025 exitosamente. Momento para el que el Observatorio Español del Mercado del Vino considera que España se acercaría a la primera posición del mundo a nivel exportador, no ya solo en volumen (que ya lo somos), sino también en valor, alcanzado cifras de 32 millones de hectolitros y 4.700 millones de euros.

Cifras que fueron presentadas recientemente en su jornada de internacionalización y complementadas perfectamente por el análisis efectuado por la MW Sarah Janes Evans en el que ponía de relieve dos de los grandes problemas que tiene nuestro sector para mejorar su posicionamiento internacional de los vinos finos: pocas referencias y volúmenes insuficientes para garantizar los suministros.

Vender la mitad de referencias en este tipo de vinos súper icónicos que Australia o diez veces menos que Italia, es un importante problema al desarrollo de esa vía con la que tanto soñamos desde el sector de mejorar el precio medio de nuestras exportaciones. Pues aunque cuando hablemos de exportaciones nos estemos refiriendo a volúmenes y esto sea en sí mismo una contradicción con la misma definición de este tipo de vinos “finos”, la percepción de valor que pueda existir en el mercado de origen está muy relacionada con el número y variedad que acabe ofertándose de estos vinos emblemáticos.

Y aunque las estrategias por las que desarrollarlos y comunicarlos nada tienen que ver con las que puedan ser convenientes para recuperar el consumo interno, no estaría de más que nos preguntáramos si lo que se busca al consumir una copa de vino es saciar la sed o satisfacer el alma.