Comercio internacional

Entre Estados Unidos y Rusia se han propuesto generarnos un fuerte dolor de cabeza y un nuevo problema a nuestras exportaciones. Uno porque considera que el vino puede ser un producto con el hacerse fuerte en su política de proteccionismo y vender ante sus votantes que mantiene una política de mano dura frente los estados que se “aprovechan” de la generosidad de los Estados Unidos; y el otro porque el sector vitivinícola de ese país le presiona para que endurezca la importación de vinos alegando la necesidad de apoyar económicamente al sector que se encuentro en clara expansión y requiere de recursos económicos para poder hacerlo. Además en este caso, no solo piden un nuevo impuesto al vino importado, sino que se generen también barreras arancelarias a modo de endurecimiento de los controles de calidad y la exigencia de análisis de los vinos cuando están en los comercios; así como el establecimiento de un precio mínimo como el que ya existe para los vinos espumosos que es de 2,25€ por botella.

Las repercusiones que para nuestro sector pudieran tener estas políticas de marcha atrás en la globalización y apertura de los mercados y que cada vez más parecen estar tomando fuerza, amenazando la misma base filosófica sobre la que se fundó la Unión Europea, son impredecibles.

Pero sí podemos, al menos, cuantificar cuál es el volumen y valor de las exportaciones a ambos países en 2017, que fueron para el caso de Estados Unidos de 12,089 Mhl por un valor de 5.914,8 M$, de los que España aportó 0,792 Mhl por un valor de 359,5 M$, muy lejos de los 3,349 Mhl de Italia o los 1,417 Mhl de Francia cuyos valores fueron de 1.867,6 y 1.858 M$ respectivamente.

Para el caso ruso las cifras todavía son mucho más bajas, ya que su volumen fue de 4,472 Mhl y su valor de 58.550 millones de rublos (803,26 M€) siendo España, eso sí, el primer país en volumen con 1.207.155,74 Mhl, seguido de Italia con 815.707,1 y Francia 399.199,9; y en valor 9.570,66 Mrublos (131,30 M€), 17.008,04 (233,34 M€) y 10.580,54 (145,16 M€) respectivamente.

Dos casos bien diferentes ya que el propio mix de producto que nos adquieren los hace completamente incomparables, incluso sus propias perspectivas e interés para nuestras bodegas. Pero que deberían ser una clara llamada de atención sobre la posibilidad de modificar unas reglas de juego en el comercio internacional.

¿Cómo vender el vino?

A mí me da la sensación que, desde el momento en el que nos tenemos que plantear cómo vender un producto, la cosa no va demasiado bien. Es algo así como asumir que no es lo suficientemente bueno en sí mismo y requiere de una serie de argumentos y comparaciones que venzan las importantes reticencias que genera su consumo.

Reconocer que venderlo como si fuese un refresco es contraproducente es explicarlo mucho mejor y de una forma muy directa y se consigue no ofender a nadie. Pero claro esas declaraciones las ha hecho Pedro Ballesteros, una de las personas que más conoce y predica en el sector vitivinícola y cualquiera de sus valoraciones son asumidas como una crítica constructiva sobre la que reflexionar y asumir como una cuestión sobre la que habrá que adoptar algún tipo de cambio.

Lo que en un sector tan endogámico como este, y en el que la autocrítica resulta tan extrañamente frecuente, no es mala cosa. Además su gran formación intelectual y visión global del mundo de vino le permite acercarse mucho más a la realidad de unos consumidores de lo que la mayoría de nosotros jamás soñaremos en alcanzar.

Dicho esto y sin restarle ni un solo ápice de razón a sus declaraciones realizadas con motivo de la celebración el pasado fin de semana en Logroño el IX Congreso Mundial del Vino Master of Wine, está claro que en el mundo, pero especialmente en esa parte de los llamados países tradicionalmente productores, tenemos un importante problema con la pérdida de consumo y la incorporación de nuevos consumidores. Llegar hasta ellos resulta muy complicado cuando la educación en su consumo que tenía lugar antaño en los hogares ha desaparecido y su consumo ha pasado de considerarse un alimento a un elemento de lujo. Con todas las consideraciones que esta transformación supone de cara a las características que se persiguen en su comercialización, el peso de los mensajes que se trasladan en su packaging, los estilos empleados en la comunicación o en el mismo canal de compra y ocasiones de consumo.

Efectivamente mi amigo Pedro Ballesteros, creo que me puedo permitir el lujo de considerarlo así, tiene razón en que es un error olvidar el contenido alcohólico del vino y que es necesario beberlo con “madurez, inteligencia, alegría y evitando malos efectos”, luchar porque los “jóvenes tengan más oportunidades, ganar más dinero, vivir mejor y sentirse mejor” y “cuando sean menos jóvenes, si a algunos les encanta el vino, lo consuman con inteligencia y responsabilidad”. Pero todos los que a través de grandes envases, pequeños o medianos venden vino saben que no es fácil. Que los mercados están saturados, que cada país y región tiene una imagen en los mercados con unas características de precio, calidad y valor diferentes; y que resultan extraordinariamente difíciles de cambiar.

Tenemos que asumir que, de manera muy similar a lo que ha pasado en la sociedad, en la que los cambios se han sucedido a velocidades de vértigo y valores fundamentales arraigados en su cultura han sido desplazados por otros apenas relevantes hace dos generaciones; en el consumo de vino, el aprendizaje que se adquiría en el hogar con la presencia diaria del vino y la gaseosa en la mesa ha desaparecido y empresas con importantes recursos en estudios del consumidor quieren llenar ese hueco, carro al que (de manera no siempre muy afortunada) muchas bodegas han querido subirse, viendo en esta tipología de producto una puerta de entrada a los jóvenes; nuevos consumidores por definición.

Efectivamente, cuando dejan de ser jóvenes, una parte importante de esos consumidores se interesa por el vino, viéndose atrapados por su cultura y ese consumo moderado e inteligente y responsable. Pero me pregunto ¿cómo llegamos a romper esa barrera de entrada que tiene el vino?

La UE profundiza en el acercamiento a los consumidores

A pesar de los múltiples mensajes que nos llegaban desde Bruselas desmintiendo posibles consecuencias en los Planes Nacionales de Apoyo al Sector Vitivinícola a partir del 2021 como resultado de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el comisario de Agricultura Phil Hogan presentaba el pasado 1 de junio unas previsiones de un recorte de 43 M€. Al igual que sucederá con el resto de la PAC el sector vitivinícola se verá afectado con cerca de 8,2 millones menos cada año con respecto al actual, que en el caso de nuestro país, pasa de los 210,332 a 202,147 millones de euros. Recorte del 3,89% que le ha sido aplicado a todos los Estados miembros por igual, con independencia de cuál sea el importe de su ficha financiera.

El cambio también afectará a las medidas incluidas en los planes, a las que se unen a las nueve existentes (promoción en terceros países, reestructuración de viñedo, vendimia en verde, fondos mutuales, seguro de cosecha, inversiones, innovación, destilación de subproductos, destilación de uso de boca) las de información que fomenten el consumo responsable o que promuevan los regímenes de calidad que regulan las denominaciones de origen e indicaciones geográficas.

De forma voluntaria los Estados miembros podrán establecer un porcentaje mínimo de gastos para actuaciones destinadas a la protección del medio ambiente, adaptación al cambio climático, mejora de la sostenibilidad, reducción del impacto ambiental, ahorro energético y mejora de la eficiencia energética.

Como pueden ver, cambios que no solo incumplen el anuncio reiterado del mantenimiento de los fondos, sino que van mucho más allá dándole cabida a nuevas medias con las que darle solución a problemas económicos, ambientales y climáticos que han aparecido desde la aprobación de la actual OCM; así como apostar por un sistema de Indicaciones Geográficas más sencillo, y eficaz que permita un registro más rápido en la aprobación de las modificaciones de los pliegos de condiciones. Todo ello con el fin de hacerlo más comprensible para los consumidores, más fácil de promocionar y eficiente en la reducción de costes administrativos.

¿Mapa, Mapama, Magrama,…?

Con todo lo importante que pueda resultar conocer que Luis Planas es el nuevo ministro de Agricultura; mucho más relevante será conocer la estructura del próximo Gobierno. Ya que la separación del Medio Ambiente parece un hecho, la gestión del Agua, supuestamente se irá con él, y no sabemos muy bien qué pasará con la Alimentación. Por lo que el peso de esta cartera se verá fuertemente aligerado.

Aunque mucho más trascendente para el sector vitivinícola que sus competencias, será conocer la sensibilidad que tiene hacia el vino. La experiencia de otros Ejecutivos socialistas nos hace pensar que no siempre ha existido esa sensibilidad y aunque una buena parte de las decisiones que nos afecten vengan impuestas desde Bruselas, son muchas las decisiones que el Gobierno nacional debe tomar y mucho lo que nos puede complicar las cosas.

Sin duda, la próxima ley de menores y el consumo de alcohol, o la modificación de la carga impositiva al vino y al sector, serán temas fundamentales a los que, de una u otra manera, deberá hacer frente. La defensa en Bruselas de la PAC y con ella los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola para todo el cuatrienio, otro asunto nada baladí. Incluso la próxima elección del director de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) a la que, por primera vez en la historia aspiramos con serias posibilidades, podría verse afectada a menos de un mes de que se produzca su elección.

Contar con un Ejecutivo en cuya política progresiva y social encaje el Vino es un asunto que en las próximas horas tendremos la ocasión de ir intuyendo y en los próximos días podremos hacernos una idea mucho más precisa con el nombramiento del segundo y tercer escalón del Ministerio.

Entre tanto, la climatología, o las lluvias y el granizo deberíamos decir porque llevamos más de un mes en el que solo han habido dos días en los que no se han producido alguno de estos episodios en algún punto de nuestra geografía; es el tema que más preocupa. Superado ese primer episodio de los meses otoñales en los que la ausencia generalizada de lluvias hacía tener un año hidrológico nefasto y muy preocupante para las propias necesidades de consumo humano. Ahora la preocupación está en que no ha dejado de caer agua, y en las últimas semanas de manera torrencial. Situación que, al margen de inundaciones ante la cantidad caída en espacios de tiempo muy cortos, está generando una enorme preocupación entre nuestros viticultores ante el excelente caldo de cultivo que ello resulta para la proliferación de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu.

Y es que, a diferencia de los granizos, que se dice ni quitan ni dan cosecha, las enfermedades pueden llegar a suponer un serio problema más allá de lo que ya en sí suponen de gastos los tratamientos con los que hacerles frente; ya que episodios constantes de lluvias suponen tener que repetirlos.

Esta situación también está siendo aprovechada por el mercado, donde las cotizaciones están más o menos contenidas, más en tintos que en blancos, ante la imposibilidad de concretar cuáles serán los efectos que acaben teniendo en la próxima cosecha. De momento parece que todo indica que los efectos de la climatología serán muy positivos, manejándose estimaciones de cosecha claramente por encima de las del pasado año, y de una buena calidad.