El valor bruto de la producción

Los últimos datos publicados por el Ministerio de Agricultura referidos al valor bruto de la producción vitivinícola española del 2017 la sitúan en 1.561,1 millones de euros, frente los 1.182,4 M€ de la del 2016, lo que representa un crecimiento de algo más del treinta y dos por ciento. Un excelente dato que encuentra su principal explicación en el descenso de la producción al que se vio abocado el sector a nivel mundial, y de forma muy especial la Unión Europea, donde apenas se alcanzaron los ciento cincuenta y cinco millones de hectolitros frente los ciento setenta y cinco del año anterior.

Situación que, en términos generales, y siendo conscientes de que no son extrapolables a otras campañas, ni los datos pueden ser considerados de manera individualizada por países ya que el comercio exterior desempeña un papel transcendental en todo este asunto; debería hacernos reflexionar sobre dónde se encuentra el verdadero valor de la producción. Y yendo un poco más allá, cuál sería la estrategia que España, como país, y todas sus regiones, como núcleos de producción con características muy variopintas, deberíamos adoptar de cara a establecer una planificación común.

Claro que también los hay que consideran que eso de tener una estrategia común es imposible sin antes adoptar medidas dirigidas a alcanzar una cierta armonización que atiendan los diferentes modelos productivos. Tema que deberemos abordar con cierta responsabilidad y coherencia, ya que no resulta muy entendible que nos estemos lamentando de precios ruinosos y estemos con  superproducciones que difícilmente encuentran acomodo en el mercado sin una rebaja de precios hasta niveles insostenibles por aquellos que están fuera de esos rendimientos.

Complicado, sin duda, el asunto. Pero que más tarde o más temprano deberemos abordar ante el peligro de que se hagan insostenibles los modelos tradicionales del sector vitivinícola de nuestro país.

Mantener nuestra cuota

Si tenemos en consideración nuestra cuota de mercado en el sudeste asiático, que apenas representa el 2,5%, podríamos llegar a la falsa conclusión de que el acuerdo firmado entre la Unión Europea y Vietnam, o el recientemente firmado con Singapur, resulta insignificante para nuestros intereses.

Si en lugar de centrarnos en la actualidad somos capaces de ir un poco más allá y considerar que no será hasta dentro de siete años cuando haya finalizado ese periodo transitorio que se ha establecido, o que ambos países son una entrada estratégica para toda la zona de esa parte del mundo; deberíamos congratularnos de la noticia y confiar en que nuestras bodegas dirijan una parte del esfuerzo al desarrollo de estos mercados.

Sabemos, o al menos eso es lo que nos dicen todos los estudios que se han publicado, que el aumento del consumo mundial de vino es un objetivo muy complicado, que sus tasas de crecimiento apenas podríamos a apenas unos pocos millones de hectolitros. Pero también sabemos que llevamos muchos años constatando una traslación desde los países tradicionalmente productores y consumidores, hacia aquellos que no lo son. Lo que debería señalar a esa parte del mundo como un objetivo prioritario.

Es mucha la tarea de formación que hay que hacer en estos países dada su escaso conocimiento del vino. Otros países productores como Francia e Italia nos vuelven a llevar la delantera, lo que es un inconveniente más a la hora de que nuestras bodegas desarrollen su trabajo. Pero se abre una gran oportunidad que no debemos dejar pasar.

Exportamos más de dos veces y media lo que consumimos en nuestro país. Realizamos campañas encaminadas hacia la recuperación de ese consumo. Somos conscientes de que esto, ni es tarea de un día, ni barata. Dos grandes inconvenientes para un sector que debe hacer frente a notables desequilibrios, campaña tras campaña, entre oferta y demanda. Pero si no empezamos y perseveramos en esta tarea, nunca lo conseguiremos.

Dentro de escasamente un mes tendrá lugar la tercera intentona para la elección del nuevo Director General de la OIV en Uruguay, situación inédita y que, en mi opinión, va mucho más allá de una manifiesta necesidad de modificación de los sistemas de elección que ese organismo internacional mantiene. Y es que está poniéndose de manifiesto un claro enfrentamiento entre los dos modelos vitivinícolas imperantes. Poniendo en relieve que lo de la comercialización de vino en el mundo, hasta hace unos años prácticamente un reducto exclusivo de los países europeos; ya no lo es. Y lo que todavía resulta más interesante, los nuevos productores no están dispuestos a que lo siga siendo, ni a que impongan sus reglas de juego.

Hasta ahora, con sus naturales reticencias, Europa era la que iba imponiendo esas normas sobre las que se desarrollaba la producción y comercialización en el sector vitivinícola. Hoy, aquellos productores abogan por una mayor apertura de los mercados, mayor liberalización y un cambio de cierta profundidad en las reglas que lo deben regular.

La elección de un candidato u otro va mucho más allá de cuestiones personalistas o países de procedencia. Ambos representan un modelo y una concepción del sector vitivinícola que nos incumbe.

A España se le presenta un panorama muy interesante en los próximos años, al mantenimiento de una actividad exportadora y la recuperación de su consumo se le presenta un invitado inesperado que es el lobby de aquellos países que reclaman mayor cuota de protagonismo, y debemos luchar por no ser la que cedamos esa pequeña parte de la que disfrutamos. Contar con un español en un puesto internacional de esa importancia puede sernos de gran ayuda.

Evolución de las vendimias

Las estimaciones siempre resultan peligrosas, especialmente aquellas que se realizan desde un medio de comunicación al que se le presupone imparcialidad, olvidándose que son eso: estimaciones. No obstante, y siguiendo nuestra costumbre, las venimos publicando desde la primera semana de septiembre, actualizándolas al menos dos veces por semana y nos confirmamos en que nos enfrentamos a una vendimia abultada, muy abultada, y cuyas consecuencias en el mercado están pendientes de conocerse hasta dónde pueden llegar.

Enfrentarse a una producción por encima de los cuarenta y ocho millones de hectolitros es, en sí mismo, una complicación en nuestras aspiraciones de aumentar el valor de nuestros productos. Hacerlo en un panorama de recuperación general de las cosechas en aquellos países a los que tradicionalmente les vendemos, un hecho que, del mismo modo que cuando el año pasado se argumentaba como un hecho incuestionable que haría subir las cotizaciones de nuestros vinos; está siendo utilizado en esta campaña para tirar de los precios hacia abajo, sin piedad, desconociéndose dónde puede estar su suelo.

Al principio de esta campaña, 1 de agosto, las organizaciones agrarias esgrimían la reducción de existencias como hecho incuestionable que debía permitir mantener las cotizaciones de las uvas en los niveles del año anterior. Los acontecimientos han demostrado que una recuperación del veinte por ciento (cantidad que se estimaba por aquel entonces de recuperación de la producción) lo hacía imposible. Y aunque las diferencias son considerables y hablar en términos tan generales de un país siempre resulta complicado, podríamos decir que en esta campaña hemos avanzado un poco más en esa revalorización de nuestra materia prima. Pues aunque es mucho el camino que nos resta por recorrer, especialmente aquel relacionado con la propia concepción de que sin valorizar el origen de un producto es imposible valorizar el producto en sí. Vender la uva a precios un 20% inferiores a los del año pasado y obtener un treinta y cinco por ciento más de producción, incluso un cuarenta por ciento que es el caso en el que puede acabar encontrándose en zonas de Castilla-La Mancha; es positivo.

Pero con todo y con ello, no es lo que más destacaría de esta vendimia, y sí la concienciación existente entre todos los operadores: viticultores, bodegueros y comerciantes sobre la necesidad de segmentar muy claramente los productos por calidad y asumir todo lo que de control supone esto.

Las condiciones meteorológicas bajo las que transcurrieron los meses de agosto y septiembre han provocado que en algunas zonas de España los brotes de podredumbre llegarán a suponer un “problema”, acentuando más si cabe las penalizaciones impuestas por las bodegas en sus cotizaciones en base al glucónico que presentaban las uvas. Pero gracias a esa profesionalización de sus técnicos y bodegueros, ante lo que en otra época hubiese sido un grave problema, en esta ocasión han hecho de la necesidad virtud, y han seleccionado y diferenciado con gran pulcritud unas partidas de otras, y han conseguido una muy buena calidad en los mostos con un grado inferior a los de los últimos años.

En definitiva, una campaña marcada por una abultada producción, precios en descenso y una notable necesidad de exportación.

Las estimaciones importan

Cuando el Ministerio de Agricultura, auspiciado por el propio sector, decidió comenzar con la publicación de los datos del Infovi, muchos pensamos que era una excelente noticia de cara a mejorar la información y transparencia que debía imperar en un sector que aspiraba a profesionalizarse, mejorando la imagen y precio de sus elaborados.

Decir que esta información no ha servido, sería faltar gravemente a la verdad, porque conocer, aunque sea con mes y medio de retraso, los datos de producción y existencias, ha sido una información fundamental y de gran utilidad para nuestras bodegas. Y eso que desde el julio del 2016 en el que empezaron a elaborarse no nos hemos tenido que enfrentar a ninguna cosecha de gran volumen.

Situación bien diferente a la que nos enfrentamos este año, en el que las previsiones de cosecha (siendo importante resaltar lo de previsiones), sitúan el volumen en el entorno de los cuarenta y ocho millones de hectolitros, han generado una reducción de gran magnitud en el volumen de la comercialización, y eso a pesar de los precios han descendido de forma brusca en aras de encontrar un acomodo en el mercado que no ha llegado.

Del mismo modo que el año pasado, con una cosecha muy corta y una situación internacional de falta de producto, disponer de información fidedigna, era fundamental para establecer la estrategia comercial que cada bodega quisiera desarrollar. Cuando las variaciones son hacia el exceso de producción, con descensos en los precios, la situación adquiere tintes dramáticos, generando un gran alboroto y haciendo, más necesaria que nunca, esa información actualizada de la situación. Conocer con mes y medio de retraso los datos reales de producción y movimientos, podríamos considerar que es un período aceptable; esperarnos a tener que disponer de los datos sin contar con una previsión seria e independiente; inaceptable.

Todos los países a los que les vendemos una buena parte de nuestra cosecha, cuentan con estimaciones más o menos oficiales, algunos, como el caso de Italia, con dos: Ismea y enólogos (Assoenologi); nosotros a lo que más aspiramos es a conocer la de las cooperativas y regionalmente las de alguna organización agraria. ¿Dónde está esa agilidad, concreción y cercanía de nuestro sistema autonómico?

El Ministerio alega que sus competencias están transferidas, las Comunidades que no cuentan con recursos con los que hacerlo, y el sector teniendo que trabajar sin más información que la ofrecida por medios de comunicación como el nuestro, que con gran esfuerzo venimos elaborando nuestra propia previsión dos veces por semana y sirve para incluso que, en alguna ocasión, nos hayan culpado de querer manipular el mercado. Como si tuviéramos algún interés en que el precio suba o baje, cuando no vendemos ni compramos un solo litro de vino o kilo de uva.

Conocer los datos es muy importante, y el Infovi ha supuesto un gran paso hacia delante, pero utilizarlo como excusa para dejar de elaborar avances de producción mensuales, estadísticas de consumo, etc. solo pone en evidencia el escaso peso de este sector.

Evolución de las vendimias

Ya van quedando pocos lugares donde las tareas de vendimias no vayan tocando a su fin, o lo vayan a hacer en los próximos días.

A pesar de ello, hablar de cuál ha sido el volumen cosechado o la calidad obtenida en sus mostos, se hace harto complicado, ya que la información de la que se dispone es aquella que cada uno ha conseguido ir elaborándose gracias a los medios y contactos con los que cuenta. Superada la primera quincena de octubre el Ministerio de Agricultura sigue sin decir esta boca es mía y permitiendo que el sector deba ir construyéndose sus estrategias comerciales en base a noticias oficiosas y notas de prensa no exentas de intereses particulares.

Insistir sobre el escaso papel que juega en el sector vitivinícola el Ministerio y, lo que todavía es mucho peor, la falta de interés que se demuestra, no nos lleva más que a generarnos mala sangre. Pero dado que es un mal común que afecta a los gobiernos de uno y otro signo político, habiéndose convertido en un mal estructural, la denuncia, y la exigencia de un cambio de actitud aconseja (en mi opinión) insistir hasta conseguir que si no es posible un cambio de actitud, al menos una explicación de esa desidia hacia un sector relevante en la agricultura y la cultura de nuestro país.

Sobrepuestos a esta falta de información oficial y haciendo uso de esa relevancia y respeto que nos proporcionan más de setenta años proporcionando una información fiable y actual del sector, digamos que nos reafirmamos en nuestra estimación de una cosecha cercana a los cuarenta y ocho millones de hectolitros, con incrementos muy importantes en zonas como Ribera del Duero o Rioja, donde las heladas del pasado año dejaron la cosecha en la mínima expresión, o aquellas otras como Castilla-La Mancha donde no solo un periodo de lluvias importante, sino especialmente la entrada en producción de miles de hectáreas con su correspondiente sistema de riego, llevarán la producción por encima de los veinticinco millones de hectolitros.

Volumen que aunque muy alejado de los 53.549.841 hectolitros de la histórica campaña 2013 o de los 35.467.447 de la pasada, supondrá un importante reto en su comercialización y la liquidación que de ella obtengan viticultores y bodegueros.

Los precios, en términos generales, y salvedad hecha de aquellas partidas especiales o provenientes de acuerdos plurianuales, podríamos decir que han descendido en torno a un veinte por ciento en las uvas, incluso algo más si hablamos de mostos. Si a ello le añadimos el descenso entre medio y un grado de los mostos, podríamos concluir que, gracias al aumento productivo, el importe total que percibirán será más o menos el mismo que el del año pasado.

Otra cosa será el que consigan obtener nuestros bodegueros por los vinos ya que considerando el cariz que está tomando el mercado nacional, la falta de operatividad, el descenso en las principales plazas internacionales y la falta de recuperación del consumo mundial permiten pensar en un comercio tremendamente complicado y competitivo para los próximos meses.

Quizá debiéramos plantearnos qué hacer

Más pronto que tarde deberemos abordar el tema de la ordenación del sector de una forma seria, responsable y siendo conscientes de la importancia que ello representa para el futuro de nuestros viticultores y bodegueros. Mantener precios que no permiten obtener una renta digna, es inasumible por un sector que quiera tener una cierta proyección. Solo cuando la viticultura se desarrolla como actividad secundaria a la que se obtiene la renta vital es posible enfrentarnos a esta situación, pero ni es factible desarrollar un sector basándonos en esta estructura productiva, ni imaginable que el relevo generacional no lleve parejo una profesionalización del sector que acabe con estas aberraciones comerciales.

Para cuando esta situación se haya dado la vuelta, será imposible mantener los actuales precios de las uvas en una parte muy importante de nuestra producción, los vinos deberán ser exportados a precios muy encima de lo que lo estamos haciendo, viéndose mermada de manera muy importante nuestra competitividad, y la producción tendrá que ser ajustada de manera imperativa.

Esta reconversión industrial, para la que hemos gastado insultantes cantidades de fondos en la reestructuración y reconversión de nuestro viñedo, inversiones en bodegas y desarrollo de mercados; expulsará del mercado a la gente que no haya sido capaz de ajustarse y cuando esto llegue las protestas de las organizaciones agrarias clamarán por la intervención de las administraciones que hagan menos dolorosa la situación.

Y yo me pregunto: ¿y si este proceso ya estuviéramos viviéndolo?

Sin querer hacer comparaciones, siempre odiosas y poco acertadas, hace unos años cuando hablábamos de los peligros del cambio climático y sus posibles efectos sobre la agricultura concluíamos que la viticultura encontraría la forma de adaptarse a estos cambios y amoldarse a los nuevos episodios de calor y ausencia de agua. Pero olvidábamos, o pasábamos por alto, que estos efectos no son inmediatos, y que vendrían acompañados de alteraciones en los periodos de lluvias y ciclos de temperaturas.

Este año hemos vuelto a las fechas en las que “tradicionalmente” tenían lugar las vendimias. Lo que en un principio no debería sorprendernos, pero las características del fruto no están resultando las mismas con las que vendimiábamos en aquellos años. Haciéndonos recordar aquellos vaticinios que auguraban episodios de sequía más largos y lluvias torrenciales, llevándonos a situaciones cada vez más extremas.

La verdad es que me declaro totalmente incapacitado para ni siquiera imaginar a lo que nos estamos enfrentando y si se trata de episodios aislados o es algo más transcendente y son las consecuencias de un cambio al que deberemos acostumbrarnos haciéndole frente.

Pero de una manera muy similar, me pregunto si no deberíamos utilizar esta alerta del clima e ir un poco más deprisa en este otro tema de la ordenación del sector.

Esta campaña tiene pinta de que va a ser muy complicada. Los incrementos en la producción se sitúan en porcentajes muy superiores a los que se han pactado de bajada en las cotizaciones de las uvas. Los mostos están reflejando esta disonancia y están cerrándose operaciones con importantes caídas en sus precios, no sabiéndose muy bien dónde se encuentra el suelo de las mismas. Y, de la misma manera que los vinos exportados de bajo precio a granel fueron los que más beneficiados salieron de una situación internacional de baja cosecha, es previsible que en esta campaña sean los que peor parte se lleven, devolviéndonos a cotizaciones que creíamos superadas.

Quizá, lo sucedido con las lluvias torrenciales de esta semana en Mallorca, Cataluña o la Costa del Sol no sean más que episodios extraordinarios. Quizá la cosecha y la caída de los precios, también lo sea. Pero igual deberíamos plantearnos qué hacer.

Evolución de las vendimias

Sin que debamos asustarnos, al menos de momento, sería conveniente ir planteándonos la posibilidad de que la cosecha esté muy por encima de los cuarenta y cuatro millones de hectolitros que se barajaban al inicio de vendimia.

El transcurrir de estas semanas no ha sido fácil, primeras lluvias generalizadas que ponían en peligro la calidad de muchos de los abundantes racimos con los que se presentaba la cosecha, y luego unas temperaturas que no acababan de subir; nos hacían temer lo peor en cuanto a la calidad de fruto, con importantes y generalizados brotes de podredumbre. Afortunadamente, las últimas semanas permitieron que los apretados y numerosos racimos que presentaba la cepa, se secaran, haciendo posible que, en aquellos casos donde los brotes no habían superado la barrera de la amenaza, se transformasen en sólidas esperanzas de una abultada cosecha de una calidad mucho más que aceptable.

En aquellos casos donde el tiempo resultó menos generoso, o simplemente la propia evolución no permitió superar la aparición de los brotes, el trabajo de los enólogos y la actual tecnología con la que cuentan nuestras bodegas, es previsible que permita pasar por alto estos incidentes, sin más reflejo en la producción que la elaboración de productos muy diferentes.

Cuarenta y ocho millones de hectolitros, cantidad que consideramos puede ser una cifra válida sobre la que elaborar nuestras previsiones para esta cosecha en España, dan para todo: para elaborar vinos de excelente calidad, también de calidad media con la que cubrir las necesidades de los primeros precios de entrada y de no tanta con la que elaborar otros productos.

Otra de las cuestiones que llama profundamente la atención de esta cosecha, o de los dos tercios que finalizaron las tareas de vendimia la pasada semana; ha sido el bajo grado que presentaba el fruto, con descensos que llegaban a superar el 1,5% vol. y que llevaron en Castilla-La Mancha a solicitar la autorización de un aumento de grado empleando mosto concentrado rectificado.

En lo referente a los precios de las uvas y mostos a los que están formalizándose las primeras operaciones, podríamos concluir que no hay grandes sorpresas y que, en términos generales, están respondiendo a una reducción en torno al veinte por ciento con respecto a las cotizaciones pagadas el año pasado. Si bien en aquellos casos en los que se habían firmados contratos plurianuales, estos se están respetando sin ningún problema y, en aquellos otros en los que no existían, las tablillas están cumpliéndose tal y como aparecieron al inicio de campaña, con las consabidas penalizaciones atendiendo al grado de glucónico que pudiera presentar el fruto.

Una campaña 2018/19 a la que todavía le restan muchas incógnitas por resolver, especialmente aquellas que hacen referencia a la colocación de un volumen que, sin ser excesivamente importante, ha venido a coincidir con importantes recuperaciones de cosecha en los países de nuestro entorno.

¿Qué estamos dispuestos a hacer?

El mercado es libre y sus operadores, desde el viticultor hasta el distribuidor, pasando por la bodega, tienen derecho a actuar de la mejor manera que consideren para defender sus intereses. Esa al menos es la teoría que todos exigimos. Aunque llegado el momento de ser la parte que sufre las consecuencias ya no estemos tan de acuerdo con esta libertad y lleguemos a exigir cierto grado de intervencionismo.

De esta manera, cada parte busca lo mejor para ella, alcanzando un punto de equilibrio en el que los intereses del conjunto pueden operar. Esa es la teoría del libre mercado y la forma en la se desarrollan económicamente las sociedades capitalistas.

Lo que provoca que no siempre valor y precio coincidan, generando distorsiones en su sintonía, que pueden llegar a resultar chirriantes e incluso inasumibles, poniendo en peligro la propia supervivencia de aquellas empresas que no alcanzan el nivel de competencia exigido.

En el sector vitivinícola sabemos bastante de esto. Nuestros viticultores se quejan de que los precios a los que son adquiridas sus uvas no permiten obtener una renta digna. Las bodegas, de que los precios a los que pueden vender sus elaborados no les dejan margen para incrementar sus costes de elaboración. Y los distribuidores, de que el consumidor no está dispuesto a pagar un mayor precio por unos productos que tiene catalogados como de “calidad muy aceptable y bajo precio”.

La forma de romper este círculo vicioso, yo la desconozco. A pesar de lo cual, y si me lo permiten, lo que sí creo es saber la forma en la que no se soluciona. Y es bajando y bajando los precios.

Muy posiblemente, como nos dicen los que “de verdad saben de esto”, necesitemos más bodegas que vendan vinos caros, más vinos de alto precio y mayores separaciones de productos, generando barreras muy claras y marcadas entre lo que serían las diferentes categorías de vinos. Contamos con ayudas para hacerlo, e incluso con bodegas que están empeñadas en llevarlo a cabo; hasta con administraciones involucradas que se suman a la idea de “ordenar por ley el sector”. Pero nada de todo esto es ni eficaz en el corto plazo, ni fácil. Requiere de una conciencia colectiva, de un plan estratégico y de unos actores líderes. Pero lo más importante, y lo que no parece que tengamos tanto, es consciencia de que si quiero que algo cambie, no puedo seguir haciendo lo mismo.

Campañas como la que iniciábamos el pasado uno de agosto con grandes ilusiones por la recuperación de la cosecha, tras años nefastos, pudieran ser un buen momento para hacerlo. O para agravar más la situación.

¿Qué queremos que sea? Y lo que todavía es mucho más importante, ¿qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo?

Evolución sobre las vendimias

Las estimaciones de cosecha se van hacia arriba como si de vino espumoso se tratara. La generalización de las vendimias en el tercio norte de la península está permitiendo obtener una idea más aproximada de lo que ya en la viña pintaba como una buena cosecha.

Entrar a describir lo que el calificativo de “buena” supone es ya otro cantar. Pues si, en un principio, el recuperar producción y acercarnos al potencial que ofrece nuestra superficie de viñedo debe ser considerado como algo positivo. Lo sucedido con los precios de la uva, con caídas generalizadas que están en el entorno del veinte por ciento con respecto a los pagados en la campaña anterior. La misma recuperación de la que están disfrutando nuestros principales países importadores. Incluso las muchas complicaciones que están ocasionando los constantes episodios de tormentas en la calidad de la uva, con claras muestras de podredumbre en algunas partidas que están obligando a un control muy severo en la recepción y selección del fruto a su llegada a bodega. Son algunas de las circunstancias que podrían ensombrecer lo que, “a priori”, podríamos valorar como una muy buena cosecha.

Los precios, en términos generales, serán compensados por el aumento de producción. Las partidas que pudieran llegar a bodega con índices de glucónico altos, elaboradas aparte y destinadas a la obtención de productos que no vayan dirigidas al consumo. E incluso los aumentos de producción podrían ser una buena noticia al permitirnos destinar parte de ella a la obtención de vinagres, destilados y mostos; productos sin duda a potenciar; e incluso nos permitiría diferenciar más los precios por calidades dándole valor a las partidas que así lo merecen.

Ahora habrá que esperar que todo esto se haga realidad. Pero de momento, y es lo más importante, mimbres para una buena campaña tenemos.