Asegurando la cosecha

Por definición, la agricultura está sujeta a la climatología y su producción oscila en función de ella cosecha tras cosecha. Una evidencia que el hombre ha intentado corregir desde el inicio de los tiempos mediante el control del agua. Obviedad que adquiere especial relevancia en campañas como esta, en las que el déficit hídrico se sitúa en cifras récord y los temores sobre cuáles pudieran ser sus consecuencias de cara a la cosecha comienzan a preocupar.

Todavía queda tiempo y son muchos los accidentes meteorológicos a los que deberán enfrentarse los viticultores antes de entrar la uva en la bodega. Pero dos más, amén de la pertinaz sequía asustan: heladas y granizo. Las altas temperaturas, con oscilaciones térmicas de más de veinte grados en algunos días y lugares, pero del orden de los quince en la práctica totalidad de nuestra geografía y durante varios días, han tenido consecuencias en el desarrollo de un viñedo que presenta un cierto adelanto sobre sus fechas habituales. Nada que no pueda verse compensado, o que por si solo sea malo, pero que haciendo caso del refranero español tiene a todo el sector con las orejas tiesas por si se cumple eso de que “cuando marzo mayea, mayo marcea”. Los efectos que una helada tiene en la planta y sus consecuencias de cara a su producción, esta y las siguientes, no son las mismas sea cual sea el estado de desarrollo de sus brotes. Soportar temperaturas por debajo de cero en las últimas semanas de abril o principio de mayo podría ser desastroso para la cosecha.

Pero seamos positivos y no aventuremos problemas donde no los hay. De momento nuestros viticultores siguen apostando por la implantación del riego en aquellas parcelas en las que es posible para luchar contra los episodios de sequía y poder darle a la planta los recursos que demanda en cada momento. Lo que sin duda nos da una notable estabilidad en la producción. Aún así, según los últimos datos del Esyrce referidos a 2018 de las 960.758 de viñedo de transformación que tenía España, solo el 39,35% estaba en regadío, mayoritariamente (96,5%) localizado. Siendo Baleares y Navarra las regiones que mayor porcentaje de su viñedo lo tienen en riego, 76,8% y 61% respectivamente, pero destacando de manera importante, por el peso que en la producción nacional tiene, Castilla-La Mancha con un 49% situándose en tercer lugar.

Significa eso que…

Ese ejercicio lo dejo para cada uno.

Por un producto identificado

Comparar 25,39 millones de hectolitros, que ha sido el volumen de lo exportado por nuestro país durante el año 2018 de total de productos vitivinícolas (incluidos vinos aromatizados, mostos y vinagres), con lo importado en el mismo periodo y para las mismas categorías y cuyo volumen apenas supera los 1,5 millones de hectolitros resultaría, sencillamente, absurdo. Pero sí nos ayudaría a entender, o al menos en eso confiamos, un poco mejor qué consumimos y qué buscan los compradores de vino.

Lamentablemente, disponemos de poca y mala información sobre el consumo de vino en España y, por enclenque que pueda resultar cualquier conclusión que obtuviésemos de las estadísticas, siempre es mucho más que nada de cara a plantear posibles estrategias de recuperación incentivación del consumo.

Aunque no sea necesario, sí conviene recordar que somos el primer país del mundo en superficie, que ocupamos el tercer puesto (creciendo) en producción, que nuestra viticultura ha experimentado un cambio espectacular en los últimos lustros aumentando rendimientos y apostando por reestructuraciones a variedades internacionales o simplemente más productivas. Que nuestro consumo interno se mantiene estable en el entorno de los diez millones y medio de hectolitros, que cada uno decida si quiere tomarlo como estimado, aproximado, per cápita o cómo quiera calcularlo. Y que el comercio exterior no deja de crecer desde hace más de veinticinco años, habiéndonos convertido en el primer país del mundo en volumen de exportación.

Y digo que no conviene olvidar estos datos, porque si nuestra producción aumenta y el consumo se mantiene estable; no cabe otra que vender fuera lo que no somos capaces de vender dentro. Y que solo cuando las cosechas se ven afectadas por los envites de la naturaleza y descienden bruscamente, aumentando los precios, que tengamos que importar encuentra explicación.

Bajo este paraguas se puede entender más fácilmente que durante 2018 el primer país del que nos hayamos abastecido sea Argentina con el 24,5% del total de vino y que su precio medio haya sido de 0,51 €/litro cuando el precio medio de lo importando ha sido de 2,35 €/litro. Pero aún hay más y es que si nos fijamos en que los vinos más importados de Argentina han sido los “sin D.O.P. y a granel” y su precio medio ha sido de 0,42 €/litro, el más bajo de todos, podríamos aseverar que el motivo de la importación de más de un cuarto del volumen total no lo ha sido porque los consumidores españoles están deseosos de vinos argentinos, sino porque han sido utilizados por los operadores para presionar sobre los precios.

Especial mención merecen los casos de Francia, primero en precio medio con 12,08 €/litro; e Italia, segundo en volumen (solo después de Argentina) con 22,8 millones de litros. Ambos casos con los vinos espumosos como principal objeto de deseo. Champagne con un alto valor en el caso de Francia y una gran estabilidad que pone de manifiesto la fidelidad de los consumidores de este vino. Así como el gran interés que están despertando en el mercado español los espumosos italianos, ocupando el primer puesto entre los proveedores de vino espumoso a España con un precio medio de 2,38 €/litro.

Recibir y consumir vinos de otros países y estilos es enriquecedor y favorece el consumo de vino. Es un requisito básico para adquirir esa cultura vitivinícola necesaria para que el consumo sea sostenido, moderado y enriquecedor. Si estos vinos nos llegan a granel y son empleados por nuestras bodegas para abaratar el coste medio de sus comercializados, la gran mayoría de esa riqueza se pierde.

Incrementar la comercialización del vino envasado

De la múltiple información que se puede obtener de los datos del Infovi, quizá lo más destacable de las últimas cifras publicadas, correspondientes al mes de enero y con fecha de extracción a 28 de febrero; sea constatar con números la opinión que todo el sector tiene, pero que, hasta ahora, era imposible corroborar con datos concretos. Que no es otra que el mercado se encuentra ralentizado y que las bodegas, ante la abultada cosecha 2018, han visto reducida su operatividad, con caídas en el comercio que les han llevado a situar sus existencias de vino y mosto a 31 de enero en 59,4 Mhl de las que 54,7 corresponderían a vino.

Si comparamos esas existencias con las del mismo periodo del año pasado (44,8 Mhl) tendríamos 9,9 Mhl más (+22,1%), que por tipo de vino nos llevarían al blanco a granel como el mayor responsable de ese incremento con 5,5 Mhl y un 34,6%, seguido del tinto y rosado a granel que aumenta un 18,1% situándose en 28 Mhl (+4,3 Mhl).

Cifras que ponen en evidencia cómo las condiciones del mercado, incluidas las propias de la cosecha, afectan de manera muy desigual a los vinos a granel y a aquellos otros que son comercializados con marca: los envasados; los cuales disfrutan de una estabilidad mucho mayor. Pues si bien también crecen un 3,7% y un 4% respectivamente sus existencias, estos porcentajes apenas suponen cien mil hectolitros en cada una de las categorías con respecto al mismo momento del año pasado.

Dejando a un lado cuestiones nada baladís relacionadas con los mayores precios de los vinos envasados, podríamos concluir con cierta dosis de certeza que el consumo, tanto interior como exterior, mantiene unas cifras bastante estabilizadas, haciendo posible que las variaciones en los precios de venta al público sean asumidas con bastante normalidad por todos los integrantes de la cadena: bodegas, distribuidores y consumidores.

De hecho, y por aquello de corroborar lo dicho hasta ahora, son las cotizaciones de los vinos sin indicación de origen, ni varietal y comercializados a granel las que están llevándose la peor parte en el comercio en estos meses que llevamos de campaña, con caídas pronunciadas en sus cotizaciones y reducción considerable de sus volúmenes operados.

El vino español se analiza fuera

La Comunidad Europea parece dispuesta a afrontar de manera más eficaz la volatilidad de los mercados y garantizar una mayor transparencia en la información del sector del Vino. Para ello acaba de anunciar que antes de finalizar el presente año habrá puesto en marcha un Observatorio del Mercado del Vino en la UE, que estará disponible online, proporcionando una amplia variedad de datos estadísticos de mercado, complementado con análisis de mercado e informes de perspectivas a corto y medio plazo.

Por otro lado, el ICEX ha decidido poner en marcha una campaña de comunicación de los vinos españoles en China, consistente en transmitir un mensaje de calidad y diversidad del vino español. Su gran potencial de crecimiento, el gran interés que están demostrando los chinos por la cultura del vino, convirtiéndolo en una bebida de moda, especialmente entre la gente joven y la clase media-alta. La situación de estudios como el desarrollado por la consultoría Wine Intelligence que lo sitúa como el cuarto mercado vitivinícola más interesante donde invertir (por aquello de valorar en su justa medida la información, digamos que España ocupa el puesto 21º, cinco menos que en el 2017); o el nada desdeñable dato de una bajada total en 2018 con respecto al año anterior de la exportación española del cuarenta y ocho por ciento, cifra que se eleva hasta el 86,3% de pérdida si nos referimos a los vinos a granel… Pueden ser algunas de las razones que hayan llevado a este organismo español a desarrollar una campaña cofinanciada con fondos procedentes de la Unión Europea en este país. Lástima que Chile y Australia, países con los que China tiene firmados tratados de libre comercio para el vino, hayan sabido aprovechar el fuerte incremento de nuestros precios hasta los 15,96 €/litro (+63’9%) para hacerse con una buena parte de esta categoría de vinos.

Y es que, tal y como era de esperar, las exportaciones españolas de vino en el 2018 han caído en volumen (-13,6%) y aumentado en valor (+1,9%) elevando el precio medio un 17,9% hasta situarlo en 1,47 €/litro. Nada que no previésemos, dado el reducido volumen que, en términos generales, presentaba la cosecha 2017 y lo abultada de la 2018.

Como siempre pasa en estos casos, opiniones las hay para todos los gustos y mientras algunos expertos valoran la evolución de nuestro mercado exterior de manera positiva, dadas las circunstancias; no podemos pasar por alto aquellos otros que ven una gran oportunidad perdida de abrir un hueco en el mercado y hacernos con una pequeña parte de esos clientes que compran vino español pero con marcas francesas o italianas.

Y aunque en las páginas interiores encontrarán una amplia y desglosada información de nuestras exportaciones, convendría retener algunos datos que nos ayudaran a comprender mejor la gran oportunidad perdida, y es que mientras en la categoría de vino tranquilo en la que mayor precio vendemos: tintos y rosados con D.O.P. envasados (3,80 €/litro), hemos crecido un 6,7%; en la de precio más bajo: blancos sin indicación a granel (0,50 €/litro) el crecimiento en el precio ha sido del 30,4%

¿Podemos concluir con esta información que somos un país del que abastecerse de vino barato y que mejorar nuestro posicionamiento en aquellas categorías de mayor valor añadido nos resulta muy complicado? Pues muy posiblemente sería una de las conclusiones que podríamos extraer de la experiencia de este año.

¿Se soluciona con campañas como la realizada por el ICEX en China para el 2019? Seguramente no, porque llegamos tarde, cuando todos los demás países se han hecho un hueco en un mercado potencialmente tan interesante. Pero también es cierto que si nunca hacemos nada, si seguimos manteniendo la misma política comercial (como país), nunca tendremos la posibilidad de mejorar.