Una falta de rigor inadmisible

Todos aquellos que nos dedicamos al sector vitivinícola, pensábamos que España tenía un serio problema con el consumo doméstico, tanto en lo referido al hogar como al canal extradoméstico. Lo que no sabíamos (o pensábamos que ya habíamos superado) es que las informaciones publicadas al respecto por los medios escritos, en los que contrastar las informaciones es su mayor hecho diferenciador frente los online, en los que cualquier tiene la posibilidad de publicar cualquier cosa sin más referencia que el autor; también era un problema.

Que alguna empresa, por rimbombante nombre que tenga, se permita publicar un estudio propio, cuyos datos difieren radicalmente de los que maneja el sector (y es contrastable con un sencillo estudio de las estadísticas oficiales) es grave y totalmente inadmisible. Que esta empresa tenga por objeto la enseñanza de los que en un futuro deberán ser los máximos responsables de grandes empresas, dice mucho de la calidad de la enseñanza en nuestro país y el futuro que podemos esperar de nuestros dirigentes, en este caso empresariales, pero que podríamos hacer extensivo a otros colectivos.

Pero es preocupante que el mismo Ministerio de Agricultura, último responsable de velar porque la información que se publique del sector sea fidedigna y actualizada; así como por el futuro de un sector, que todavía hoy (no sabemos por cuanto tiempo), sigue siendo considerado agrícola y alimentario, dos de sus funciones según reza el título de su Ministerio, no haga nada, aunque solo sea sacar una nota de prensa dando una información desmintiendo aquella y aportando datos reales. Algo tan sencillo como pudiera ser la información que se desprendería de sus datos publicados sobre el consumo en los hogares en el mes de julio 2019 y que cuantifica en 436,58 millones de litros en consumo interanual de vinos y derivados, 359,58 de vinos. Lo que dividiendo por 46.934.632 personas que es la población española a 1 de enero de 2019 según el Instituto Nacional de Estadística (INE) daría un consumo en hogares de 9,30 litros por persona y año de vinos y derivados y de 7,66 solo de vino. Que podría complementarse con los datos de años naturales a los que se refiere dicho estudio y que cifra el consumo de vino en España durante el año 2018 en 433,15 millones de litros de vinos y derivados, 361,08 de vino; frente los 445,57 y 370 respectivamente del 2017. Que en datos per cápita representaban 7,78 y 7,93 litros; mientras que el gasto se quedaba en 22,5 euros por persona y año en el 2019 de vino y 21,58 en el 2017.

Por si todos estos datos no fueran suficientemente elocuentes para poner en evidencia la falta de rigor de ese estudio al que nos referimos, ya que en ellos solo está el consumo en los hogares y, por consiguiente, una parte muy importante de ese consumo en España, todo aquel que se realiza fuera del hogar o se compra fuera del canal de alimentación como pudiera ser compra directa o por internet, queda fuera. Podrían haber acudido a la propia Interprofesional del Vino en España en cuyo boletín encontramos los datos del consumo interno que cifra en septiembre 2019, último publicado, en 10.991.243 litros en dato interanual y que arrojaría un consumo de 23’42 litros por persona año. Cantidad suficientemente dispar con la obtenida en su estudio como para al menos indagar un poco más y ser prudente en lo publicado.

Sea como fuere, desde las organizaciones representativas del sector vitivinícola: MAPA, OIVE, OEMV, organizaciones agrarias, FEV, Cooperativas,… deberían tomarse de una vez por todas este tipo de información en serio y llegar a algún tipo de acuerdo por el que elaborar una estimación seria y actualizada de algunas macromagnitudes, especialmente la referida al consumo, que evitase la publicación de informaciones especialmente perjudiciales para el sector productor que con su contribución en la Extensión de Norma está haciendo un gran esfuerzo por recuperar el consumo de vino en España.

Innovación y comunicación

Aun cuando la opinión más generalizada (dentro y fuera del sector) es que el futuro de la viticultura es muy prometedor, presentando grandes oportunidades; también, para la mayoría de los expertos será necesario hacer grandes esfuerzos en buscar soluciones innovadoras y creativas con las que adaptarse a un mercado cada vez más global y volátil.

Tradicionalmente, el sector ha luchado por abrirse un hueco en los mercados de proximidad y fidelizar a un cliente cercano, haciendo valer su cultura y tradiciones. La globalización de los mercados, cambios sociales, logísticos, tecnológicos, etc., dieron un giro, que no siempre fue muy bien entendido, con plantaciones masivas de variedades foráneas, la inmensa mayoría de veces poco adaptadas al terreno, y llevaron la vista hacia consumidores lejanos a los que había que explicarles cosas tan sencillas como dónde radicaba el propio origen de esos vinos.

Afortunadamente, en estos momentos parece que estamos asistiendo a una vuelta a lo natural, aumentando notablemente la preocupación por el medio ambiente y todo lo que esté relacionado con una vida más sana. Valores todos ellos identitarios de nuestro sector, si no fuera por el contenido alcohólico que acompaña a nuestros vinos. Y aunque se están realizando exitosas experiencias en reducirlo, no siempre el producto desalcoholizado resultante mantiene el mínimo exigible de respeto al producto original.

Las posibilidades de cara a un futuro medianamente cercano podrían calificarse de innumerables, tanto a nivel mundial para el sector, como a nivel nacional para nuestros vinos y productos derivados. Pero la sociedad ha cambiado. Y, de la misma manera que nos desplazamos al otro lado del mundo con una gran comodidad y velocidad, del mismo modo que acontecimientos históricos que marcaron el cambio de una era se han sucedido en el plazo de apenas unos años; el sector debe trabajar por buscar la forma de hacerlo y, lo que todavía es mucho más importante, comunicarlo.

En una era en la que la información domina la sociedad, no es posible imaginar el desarrollo de un sector, o la simple venta de una botella de vino, sin una adecuada campaña de comunicación que no solo traslade al consumidor aquellos valores que busca, sino que le emocione lo suficiente como para elegir esa y no la marca de al lado. Y todo sabiendo que en la próxima ocasión habrá que volver a convencerlo, porque su fidelidad no existe.

El papel de las existencias en el mercado

Aunque a 30 de septiembre, fecha a la que están referidos los últimos datos extraídos el 30 de octubre y publicados por el Sistema de Información del Mercado del Vino (Infovi) no son representativos de la situación del sector, pues las vendimias se encontraban en pleno apogeo y eran muchas las bodegas y regiones que todavía andaban en plena recolección; es de destacar el fuerte incremento que experimentaron las existencias con respecto a las mismas fechas del año anterior, 57.120.442 hl, de los que 51,76 Mhl y 5,36 Mhl de mosto sin concentrar. Cifras que, hablando de vino, suponen un estocaje un 16% superior al que había en España a 30 de septiembre de 2018, con variaciones que se elevan al 21% en el caso del tinto/rosado a granel.

En cuanto a la entrada de uva en los dos primeros meses de campaña se habían alcanzado los 3.433 millones de kilos de los que 1.272 lo fueron de tintas y 2.161 de blancas. Lo que supuso la transformación en vino de 22.027.456 hl, 9,59 Mhl de tinto y rosado y 12,44 de blanco. Una producción en viñedo que representó un incremento de solo el 0,3% con respecto a la uva que había entrado en bodega la campaña anterior en esta fecha y una producción en vino un 1% inferior.

Variaciones que en absoluto tienen nada que ver con los datos finales que acabaríamos teniendo y que no conoceremos con algo más de concreción hasta disponer de los datos referidos, cuanto menos, al mes de octubre y con mucha más exactitud con los que recojan la información de noviembre.

Otros de los datos que nos han preocupado mucho en los primeros meses de campaña han sido aquellos que hacían referencia a las existencias con las que partían el resto de países productores de la UE, pues se consideraba que podían tener gran transcendencia en la operatividad del mercado en los primeros compases de la campaña. Para ello publicábamos en la edición 3.551 de SeVi, de fecha 28 septiembre, una infografía con aquellos datos que desde La Semana Vitivinícola estimamos que tendrían y que, en el caso de las existencias, han acabado siendo, según datos de la Comisión Europea, de 176,6 Mhl, veintidós millones más (+14,23%) que en la campaña anterior, superando ampliamente los 165 Mhl (110 en producción y 55 en el comercio) que podríamos considerar como valor “normal” si como tal se entiende el más repetido en los últimos diez años.

La OIV prevé un 10% menos de vino en el mundo

De las múltiples estimaciones de cosecha que se publican, la de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) era la que faltaba para poder completar este puzle que debe conducirnos a la composición del lienzo sobre el que cada bodega y organización dibujar su estrategia para esta campaña y definir los pasos a seguir en aspectos que van desde la propia segmentación de volúmenes por categorías y precios, hasta aquellas decisiones propias de nuevos productos o modificación de los existentes.

Sabíamos que la campaña 2019 no iba a ser muy grande, como así lo confirman los 263 millones de hectolitros estimados por la OIV. Pero faltaba saber hasta dónde podía llegar ese descenso y si las mayores existencias de las que disponía el sector para enlazar la campaña compensarían esta pérdida.

Conociendo que la cosecha a nivel mundial es un diez por ciento inferior a la del pasado año, podríamos asegurar, sin mucho riesgo a equivocarnos, que las declaraciones de existencias en la UE se acercarán lo suficiente a la pérdida de cosecha como para poder afirmar que las disponibilidades serán muy similares a las de la campaña anterior.

Además, las previsiones de la OIV también constatan otro dato que veníamos adelantando hace semanas: España será, de entre los principales productores, el que más cosecha pierda respecto a la abultada vendimia de 2018. En concreto, y según el informe de estimación del organismo internacional, con un retroceso del 24%, frente a las mermas del 15% que deberían experimentar en sus producciones de vino italianos y franceses, a la sazón primeros y segundos productores mundiales en 2019, respectivamente.

Otra cosa es lo que pueda suceder con los precios y las transacciones internacionales. Cotizaciones que, tras el primer tirón del inicio de la vendimia, han experimentado un frenazo bastante importante, con precios que mantienen sus valores, pero cuya nominalidad les resta la robustez suficiente para asegurar que seguirán así cuando los operadores decidan retornar al mercado recuperando una actividad comercial, que en estos momentos podríamos definir como de “extrañamente” paralizada.

Es posible que a la incertidumbre propia de los primeros momentos de la campaña se unan aquellos aspectos derivados de asuntos políticos, como pudieran ser el Brexit o la guerra comercial emprendida por Estados Unidos y que ya nos ha afectado de lleno con el incremento arancelario a nuestros vinos. Pero el caso es que la actividad de operadores internacionales en nuestro mercado, tan importante para nuestro sector, está siendo más escasa de lo que una cosecha tan corta como esta hacía presagiar.

Tampoco es que ayude mucho el hecho de que los grandes operadores del mercado interior estén presionando fuertemente a la baja en la aceptación de ofertas para sus lineales, obligando a los productores a aceptar descuentos, ya sea en nominales o promociones, que están tirando hacia abajo de sus exiguas rentabilidades.

Al contrario que la medida puesta en marcha por el FEGA que, enmarcada dentro de la “Hoja de Ruta” de medidas para la estabilidad y la calidad del sector del vino, aprobada por el Ministerio, se encuadra en el nuevo Plan Nacional dentro de la medida de destilación de subproductos y con la que se pretende evitar que el alcohol contenido en los subproductos pueda ser vinificado para su consumo. La medida, consistente en intensificar y reforzar los controles sobre el terreno en las destilerías autorizadas, pretende detectar posibles fraudes y constatar que realmente se entregan a las destilerías los subproductos para su destilación y que estos no son utilizados para producir vino. Verificar que los subproductos entregados tienen el mínimo de alcohol exigido: 2,8% en el caso de los orujos y 4% en el de las lías.