¡Basta ya!

Han tenido que salir a la calle agricultores y ganaderos con sus tractores y pancartas reclamando un trato justo para sus productos para que el Gobierno se haya puesto manos a la obra y adoptado una serie de medidas encaminadas a evitar la venta a pérdidas y garantizar la existencia y cumplimiento de los contratos.

La tan cacareada cadena de valor, con la formación teórica de los precios, desde el origen hasta el consumidor, se sabe, desde el primer momento de su puesta en marcha, que no era más que una falacia. Una aspiración con la que los diferentes gobiernos han querido justificar su inoperancia en el camino a la ruina de nuestros agricultores y ganaderos y el consecuente vaciado de nuestra España rural.

Ahora, “aseguran” que con esta reforma no se realizará venta alguna en origen que no vaya acompañada de su correspondiente contrato en el que, figure, entre otras, el precio al que es adquirido el producto por el comprador; cosa que, por otro lado, ya era obligatorio en nuestro sector. Y que este no podrá ser inferior a los costes propios de producción. Sin concretar muy bien cuál será la fórmula para fijar esos costes, ya que todos sabemos, y aquí sí que ya me estoy refiriendo solo al sector vitivinícola, que no son los mismos, ni en todas las regiones españolas, ni para todas las variedades, ni para todos los tamaños y grado de mecanización. Establecer un mínimo puede llegar a suponer un importante agravio comparativo entre diferentes explotaciones.

Preocupado y ocupado como está el sector por este asunto, ya en los principios fundacionales de la Interprofesional figuraba la obligación de realizar un estudio independiente que aportara cifras concretas que permitieran fijar ese umbral de rentabilidad. El estudio está hecho y presentado. En él se fijan diferentes precios en función de zona, sistema de cultivo y disponibilidad de agua para riego. Confiemos en que sea un primer paso al que sumar la nueva iniciativa legislativa en este tortuoso camino de la dignificación del campo. Pero, cuidado con las expectativas que nos formemos, porque una de las interprofesionales que “mejor” ha funcionado y más años viene existiendo es la del aceite de oliva; y han sido, precisamente, los olivicultores los que han protagonizado las principales protestas que nos han traído hasta aquí.

La unión nos hace fuertes

Ni es la primera vez, ni seguramente será la última, que los agricultores y ganaderos españoles toman la decisión de salir a la calle para mostrar su hartazgo por una situación de precios que califican de insostenible y ante la que exigen soluciones que van mucho más allá de ayudas y subvenciones. Dotar de contenido a la cadena de valor más allá de discursos bonitos con los que defender su supervivencia, pero carentes de contenido ante la evidencia del empobrecimiento de la parte más débil de la cadena, parece haber llegado a un punto de no retorno.

Aprovechar el momento político actual y valerse de la gran preocupación social que la actual coyuntura rural está teniendo sobre el abandono de muchos de nuestros pueblos entre la ciudadanía; hace que las posibilidades de que en esta ocasión consigan algo más concreto que vagas promesas y discursos grandilocuentes con los que acudir a los mítines pidiendo el voto se multipliquen, hasta poder rozar el sueño de hacerlo realidad, rompiendo la barrera de la demagogia.

Hace unas semanas, hacía referencia, precisamente en estas mismas páginas, a la necesidad imperiosa de que el sector vitivinícola alcanzara acuerdos con los que afrontar de manera conjunta y solidaria los grandes retos que el nuevo mercado exige y ante los que nuestra gran competitividad podría tornarlos en una enorme oportunidad. Pero, para conseguirlo, es necesaria una corresponsabilidad que, hasta ahora, apenas ha traspasado la barrera de lo teórico para acabar chocando con el muro de una realidad en la que cada una de las partes que integran esa cadena de valor con la que deben formarse los precios intenta conseguir sus metas a costa de las otras. La idea de que solo es posible crecer a costa de alguien y que solo cuando alguien pierde yo gano es una realidad ante la que nadie está en poder de señalar a los otros. Solo las circunstancias de cada momento hacen que sean unos u otros los que acaben imponiendo sus condiciones.

Ir de la mano es posible. Hacerlo sin señalar a un colectivo al que convertir en chivo expiatorio, cuya dilapidación pública solucione un problema estructural sectorial, básico. La unión nos hace fuertes. La sensibilidad entre los consumidores nos pone en una situación apropiada y la capacidad de nuestros dirigentes es sobrada. Ya solo falta que los intereses colectivos se impongan a los particulares y no permitamos que quienes son parte del problema no den un paso atrás y eviten erigirse como los grandes salvadores.

Para poder tomar alguna decisión sectorial que ponga fin a esta diabólica espiral es necesario conocer en profundidad los costes de producción de la uva, transformación, comercialización y distribución. Afortunadamente, entre los objetivos de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) figuraba precisamente la redacción de un estudio independiente que permitiera conocer los costes de producción de un kilo de uva. Por lo que sabemos, esto ya es mucho más que una intención, el estudio está hecho y en su planteamiento se han analizado diferentes sistemas de cultivo: secano en vaso, secano en espaldera, espaldera en riego…, así como diferentes zonas de producción.

Confiemos en que esta información podamos conocerla y poner fin, de una vez por todas (con cifras contrastadas), a las numerosas dudas que surgen cuando las organizaciones agrarias denuncian que están produciendo a pérdidas, pero la situación se repite año tras año sin que nadie le ponga remedio. Con este estudio sabremos a ciencia cierta cuál es el punto de partida desde el que debe comenzar a formarse la cadena de valor que arroje el precio de nuestros vinos. Lo que, por otro lado, tampoco garantiza nada en una economía de libre mercado, en la que cada uno es libre de vender o comprar al precio que acuerden libremente las partes; y siempre y cuando no se produzcan situaciones de dominio. Pero es un paso importante a partir del cual alcanzar esa fuerza necesaria.

Vino y Dieta Mediterránea, simbiosis perfecta

Sabemos, porque así nos lo hacen saber las empresas que se dedican a estudiar los hábitos de los consumidores y sus criterios en la elección del producto, que las características técnicas han pasado a un segundo plano de importancia en la elección, en beneficio de aquellas relacionadas con las experiencias y emociones. Ya no es imprescindible saber de vino para comprar una botella y sí, en cambio, tener la certeza de que su degustación me va a proporcionar un momento emocionalmente satisfactorio o que quedará en mi recuerdo como un momento inolvidable.

Esto, que dicho así parece muy fácil y sencillo, ni ha estado exento de dificultades a la hora de elevarlo como conclusión, ni han sido pocos los estudios, colectivos y tipos de consumidores a los que ha sido necesario analizar. Como tampoco lo está siendo para las bodegas y organizaciones que las agrupan ser capaces de trasladarlo a hechos y mensajes concretos.

Pero no se han quedado aquí los cambios a los que las bodegas han tenido que amoldarse en los últimos años. La proliferación de canales de comunicación que poco o nada tienen que ver con los tradicionales, los lenguajes a utilizar, el peso de la imagen, incluso una cierta resistencia a admitir que me digan lo que debo hacer… Han hecho que la comunicación en el vino haya sufrido una transformación brutal, imponiéndose mensajes subliminales o recomendaciones de compra.

Encontrar elementos atractivos que transformen las amenazas en oportunidades se ha convertido en el objetivo prioritario de cualquier sector relacionado con el consumo de bienes y servicios. Y el vino no ha sido ajeno a esta circunstancia.

De entre los valores que más peso han adquirido entre los consumidores en sus decisiones de compra está la sensibilidad por las cuestiones relacionadas con el medioambiente y la salud. Dos valores en los que el sector vitivinícola lleva mucho tiempo invirtiendo, al considerarlos una parte intrínseca de su razón de ser, tanto por sus efectos ecológicos en el cultivo o fijación de la población rural, como por los posibles beneficios de un consumo moderado.

Y aquí es donde entra con fuerza la figura de lo que conocemos como Dieta Mediterránea, no tanto como concepto de una pauta nutricional, como en su acepción mucho más amplia y que está relacionada con un estilo de vida más equilibrado en el que se combinan recetas, formas de cocinar, productos, costumbres… incluso actividades diversas como el ejercicio.

Consciente de ello, el sector lleva años apoyándose en la Fundación que lleva su nombre para realizar actividades encaminadas a acercar al consumidor a esa realidad. La última: el Foro que, de la mano de la D.O.P. Cava organizó en el marco de la Barcelona Wine Week y en el que reunieron en dos mesas a lo más representativo del sector. Excelente iniciativa a la que hay que darle continuidad.

Conocimiento e interés por el vino

Uno de los mantras a los que el sector del vino se enfrenta constantemente es el de la “Cultura del Vino”. Parece (o eso al menos se nos hace pensar desde los organismos que desarrollan estudios al respecto) que, si alguna vez conseguimos recuperar una parte del consumo del vino que nos hemos dejado con las dos últimas generaciones, esto vendrá de la mano de un mayor conocimiento global del alimento. O dicho de una manera mucho más coloquial: de mano de la Cultura del Vino.

Su complejidad y las barreras de acceso a su consumo que presenta lo erigen como un producto de complicado acceso, regido por múltiples paradigmas y variables sujetos al estilo de vida y tendencias de consumo.

Lo que contrasta directamente con algunas de las cuestiones planteadas por el estudio “Global trends in wine”, publicado por la consultora Wine Intelligence y en el que se concluye que “los consumidores, muy probablemente, tienen una menor necesidad de retener información sobre el vino, a causa de una mayor accesibilidad de la información inmediata y a mano a través de los dispositivos inteligentes”. Induciendo a pensar que los consumidores “pueden ser más aventureros sin tanta investigación previa”.

Lo que no debería ser necesariamente negativo para nuestros intereses, sino fuera por la escasa inversión realizada por el sector en las nuevas tecnologías y que, según exponía el vicepresidente de Ogilvy España, Jordi Urbea, recientemente en la 2ª Conferencia Catalana de la Comunicación del Vino, nuestras bodegas tienen pendiente “sacarle todo el jugo posible al Big Data con el que poder hacer comunicaciones específicas dirigidas a cada usuario”. Provocando que la elección de los vinos procedentes de países tradicionales como el nuestro, pueda ser percibido de manera negativa por unos consumidores que ni entienden, ni a los que les interesa el pasado más allá de cuestiones muy concretas y solo las experiencias y emociones que aspiran a obtener con cada botella de vino les motivan.

También podría resultar contraproducente para nuestros elaborados el hecho de cómo es percibido el vino por parte de los jóvenes, ya que lo encuadran como una bebida propia de gente mayor, donde la tradición podría no ser siempre un valor positivo y que podría ser una explicación al porqué de la gran evolución, especialmente de las etiquetas, pero también en todo lo que tiene que ver con el packaging.

Claro que, si consideramos otro de los grandes dogmas bajo los que se ha desarrollado la comunicación del vino en estos últimos lustros y que no es otro que el de la sencillez en los mensajes bajo el slogan “me gusta o no me gusta” a la hora de valorar los conocimientos y prejuicios con los que debe enfrentarse un consumidor a la elección de un vino; que los consumidores sepan cada vez menos de vino debería satisfacernos si, como afirma el estudio aludido, en cambio, se interesan más por él.

La conclusión de todo esto parece bastante sencilla y sería algo así como preguntarnos qué queremos desde el sector vitivinícola español: ¿Qué los consumidores cada vez sepan más de nuestros vinos, regiones, denominaciones, marcas o bodegas; o que se beba más y se vendan mejor nuestros vinos?

Como todo en esta vida, no creo que la respuesta sea tan sencilla como a simple vista parece. Está claro que todos queremos vender más y mejor, pero tampoco podemos olvidar que, sin un argumento de elección en el producto escogido que vaya más allá del precio o la novedad, es muy difícil generar la fidelidad suficiente con la que construir la masa crítica necesaria con la que hacer sostenible un negocio.

Muy posiblemente la solución esté en la combinación de estas dos visiones: conocimiento e interés. Definir qué, cómo, cuándo, dónde y quién es lo más difícil, pero hacerlo de una forma solidaria, con un objetivo claro y una estrategia de la que participen y se beneficien todos los integrantes de la cadena de valor es una necesidad cada vez más acuciante.