El beneficio de la duda

Que el sector vitivinícola necesita el apoyo de la administración para salir del embrollo en el que este maldito Covid-19 le ha metido es una realidad que apenas requiere más ejercicio que el de imaginar el momento por el que están pasando bares y restaurantes. Calibrar el peso de este consumo en Horeca es un poco más sencillo gracias al estudio de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) sobre el consumo de vino en nuestro país, en el que se le estima un valor de 3.710,8 M€ (54’5%) y un volumen 3.167 Mhl (31,4%) anuales.

Cuánto de esta parte de la tarta hemos perdido irremediablemente y cuánto seremos capaces de recuperar en lo que nos queda de año, es una incógnita cuya repuesta dependerá, especialmente, de si se produce algún rebrote del virus o de cuál acabe siendo la capacidad de gasto que deje en la población la profunda recesión que nos auguran.

En exportación, a las ya de por si grandes dificultades que encuentran nuestras bodegas por hacerse con un hueco en el mercado y mejorar el mix de su producto, los operadores del sector deben enfrentase a una pandemia cuyas primeras consecuencias ya se han puesto de manifiesto en los datos del primer trimestre. Periodo en el que, hablando de vino (sin vino aromatizado, mosto ni vinagre), hemos perdido 34,17 M€, con respecto al primer trimestre del año anterior, alcanzando 603,22 M€ (-5,4%). Cifras mucho mejores que las referidas al volumen, en el que la cantidad perdida asciende a 59,17 millones de litros, al haber pasado a exportar 472,82 Mltr (-11,1%). Datos que, en cualquier otra circunstancia, hubieran hecho saltar todas las alarmas, dada la importancia que en nuestro mapa de utilizaciones tiene el mercado exterior. Y que, en cambio, ha sido asumido por el sector como algo irremediable e incluso menos grave de lo que inicialmente pudiera preverse. Claro que, estamos hablando de que el estado de alarma en España se dictó el 14 de marzo y en el resto de países europeos, cinco días arriba o abajo.

Y como si esto no fuera lo suficientemente importante para tomar medidas urgentes y contundentes que nos ayudaran a devolver el equilibrio al mercado, la climatología, que hasta entonces se había mostrado condescendiente con el sector, con escasas lluvias y temperaturas más elevadas de lo habitual, decidió dar un giro de 180º con precipitaciones muy por encima de los valores medios y una bajada brusca de la temperatura. Otorgándole a la viña un chute de recursos con los que transformar la preocupación por una cosecha corta, en la inquietud por los anuncios de algunas bodegas sobre su decisión de no comprar uva este año, o las de algunas otras mostrándose preocupadas por no saber si dispondrán de depósitos donde fermentar los mostos y almacenar los vinos.

Un panorama en el que convendría no olvidar que, en ningún momento, se está cuestionando la calidad de los vinos, ni de los de esta campaña, ni de los que pudieran surgir de la nueva vendimia. Tratándose de un problema de cantidad circunstancial y del que, ¿quién sabe?, podríamos vernos beneficiados.

La cuestión está en si sabremos aprovechar esta nueva oportunidad.

Hasta el momento, el Ministerio no ha hecho público todavía el RD definitivo con las medidas extraordinarias, jugamos en inferioridad de condiciones con respecto franceses e italianos que ya han anunciado un mayor apoyo de sus gobiernos nacionales. Y aunque las presiones están siendo muchas para que esto cambie; también están muy esquilmadas las arcas públicas como para pensar en ello. Pero habrá que darles el beneficio de la duda.

Medidas extraordinarias

A pesar de la gravedad del asunto, y de las últimas noticias que van en sentido de imponer mayores restricciones de las indicadas para cada fase de la desescalada en algunas zonas atendiendo a razones de alta movilidad; la “normalidad” va volviendo, poco a poco, a la sociedad, sus empresas y colectivos.

Noticias como la evolución del viñedo, con sus enfermedades y posibles estimaciones de cosecha, van recuperando el protagonismo que merecen, tomando gran importancia todas aquellas noticias relacionadas con las medidas que, desde el Gobierno de España, pudieran tomarse a fin de evitar que, en octubre o noviembre, el sector del vino acabe enfrentándose a un problema mucho mayor.

Podemos, y estamos en nuestro derecho de ello, pensar que para esas fechas el problema del Covid-19 será una situación que hayamos superado con éxito. Pero también podemos (y debemos), ser mucho más realistas y asumir que eso no va a suceder. Que a finales de año es posible que no dispongamos de una vacuna y que nos hayamos tenido que enfrentar a algún rebrote (confiemos que la experiencia haya servido para algo y resulte mucho mejor gestionado). Pero, sobre todo, que las secuelas que en la economía, empleo y hábitos sociales sean profundas y, altamente dañinas. Adoptar medidas que superen la barrera de lo soñado para situarnos en la de la realidad es obligación de quienes, voluntariamente, nos han pedido nuestra confianza.

El espectáculo al que estamos asistiendo en la definición, dotación y aplicación de medidas urgentes con las que hacer frente a un problema que dura ya más de dos meses, resulta totalmente inaceptable.

Somos un sector privilegiado. Contamos con 210,332 M€ de fondos europeos este año, y otros tantos el que viene, y el otro, hasta el 2023 para el desarrollo de un Programa de Apoyo al Sector (PASVE). Sabemos, con total seguridad, que una buena parte de esos recursos, destinados a medidas de promoción, reestructuración o inversiones, no se van a ejecutar. Somos conscientes, porque lo estamos sufriendo en el ámbito sanitario, que las medidas que se adoptan en los primeros momentos de un problema resultan menos traumáticas y mucho más efectivas. Y, a pesar de ello, llevamos más de dos meses y un viñedo que apunta amenazador con su cosecha 2020, sin tomar ninguna decisión. Asistiendo a una bochornosa subasta, que si 57,75, ahora 84,9 M€… para destilar 2 Mhl (0,5 de vinos con D.O.P. y 1,5 sin indicación de calidad), almacenar durante 6, 9 y 12 meses dos millones y poner en práctica una medida que, y esto es una opinión estrictamente personal, debiera estar en marcha desde el principio como es la cosecha en verde, así como la limitación de rendimientos o el mismo aumento de alcohol exigido en los subproductos.

Sería deseable que, en lugar de pensar qué hacemos con lo que no vendemos, pensáramos en cómo recuperar las ventas. Pero, si eso no es posible, al menos que tengamos unas reglas, lo más parecidas posible en toda la Unión Europea.

Un negro presente para un futuro esperanzador

Superado el primer shock que supuso para todos la pandemia de Covid-19 en el aspecto sanitario, con miles de muertos y servicios hospitalarios desbordados, llega el momento de hacerle frente a las consecuencias que las medidas adoptadas para frenar la pandemia tendrán sobre la sociedad, sus gentes y sus economías.

Todas las previsiones, con una triste unanimidad, coinciden en que nos enfrentamos a consecuencias nunca antes vividas. Lo que hará necesarias soluciones que escapan a la capacidad de un Gobierno, haciendo, más necesaria que nunca, la unión y coordinación en las medidas que cada uno de los Estados vayamos adoptando dentro de la economía mundial, pero, muy especialmente, de una Unión Europea que ha dejado ver una parte muy importante de sus profundas diferencias desde los primeros momentos de esta crisis.

Sin duda alguna, toda esta situación acabará teniendo consecuencias sobre el consumo. También sobre el de un sector tan conservador como es el del vino. Su alcance está por determinar, pero en estos dos primeros meses ya hemos tenido la oportunidad de evidenciar que apuestas decidas por el comercio online (que tanto se resistían) se han convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en una realidad. Algo, sin ninguna duda, muy positivo y cuyas consecuencias sobre el comercio mundial, sus trabas arancelarias y su forma de operar está todavía por ver, pero, que, sin duda, ha venido para quedarse.

Tampoco están muy claras cuáles serán las consecuencias que sobre el consumo mundial acabará teniendo, sus canales de venta, tamaño de los envases, precios de los productos, tiendas de proximidad… muchas cuestiones que, a buen seguro, se van a ver afectadas por esta situación a la que el sector debería estar adaptándose ya, previendo posibles escenarios que representan una excelente oportunidad para nuestras bodegas.

La cruz de esto es que, para poder tomar esta iniciativa, además de la imaginación, son necesarios recursos. Unos medios escasos y fuertemente diezmados que vienen a comprar mucho el futuro de un gran número de nuestras más de cuatro mil bodegas. Pero lo más positivo de todo es que esa oportunidad está ahí, y que deberíamos aprovecharla para conseguir romper, de una vez, con ese penoso mantra de la relación calidad/precio para situarnos en la franja de valor que por calidad nos corresponde.

Aunque la realidad de los hechos nos devuelva a un escenario en el que las decisiones tardan en tomarse, la escasez de los recursos económicos que debieran prevenir del Ministerio acaban dando con ellas al traste y la miseria provocada por los desplomes de los mercados, engullendo ilusiones y minando nuestro futuro.

Hacia una Europa de mayores acomodados

Es verdad que no son necesarias pandemias mundiales para evidenciar la pesadez con la que se desenvuelve la Unión Europea. Por todos es conocida, aunque, de manera muy especial, por aquellos relacionados con el sector vitivinícola y cuyas competencias emanan, en su gran mayoría, del acervo legislativo comunitario.

Y aunque, ocasiones de gran importancia hemos tenido para poder comprobarlo de primera mano, todo parece indicar que el Covid-19 no va a ser ni una excepción, ni un ejemplo de eficiencia.

En cuatro medidas podríamos concretar lo que está pidiéndole el sector a la Comisión: destilación, retirada temporal de producción, vendimia en verde y flexibilidad en los programas de promoción. Hasta la fecha ninguna de ellas puesta en marcha. Ya que, si bien existen ya los reglamentos por parte de la Comisión, que pueden consultar íntegros en www.sevi.net, su concreción y ejecución están todavía pendiente de ser trasladadas a los Estados miembros. Parece que las consecuencias que está teniendo la situación sobre bodegas y viticultores no están resultando lo suficientemente graves ya, como para tomar medidas de inmediato.

El viñedo evoluciona, inexorablemente y el tiempo para la vendimia en verde pasa, independientemente de protocolos administrativos, haciendo que esta lentitud suponga un retraimiento en su eficacia.

Es entendible que cuestiones sanitarias, sociales y económicas sean mucho más importantes y requieran mayor atención que un pequeño sector como el vitivinícola por parte de la Unión Europea, pero, ¿es tan difícil hacer dos cosas al mismo tiempo?

Nunca antes, una situación había puesto tan de manifiesto la importancia que en la toma de decisiones tiene el tiempo; así como las grandes diferencias que tiene en su grado de efectividad y coste el ser ágil en esa toma de decisiones, como con el Covid-19. Y, aun así, la celeridad con la que son resueltos los asuntos está brillando por su ausencia.

No tengo ni la más mínima duda de que solo unidos seremos capaces de afrontar los retos que nos presenta el siglo XXI, con la deslocalización de la economía hacia otros continentes y el valor residual en el que Europa se ha asumido como un continente de “mayores acomodados”. Creo en la moneda única y la libre circulación de bienes y servicios. Pero mucho me temo que es esta falta de eficiencia lo que más está poniendo en peligro la propia supervivencia de lo que hemos tardado más de sesenta años en construir. Con un notable debilitamiento de países, sectores y ciudadanos.

Dentro de muy poco asistiremos a campañas de todo tipo incentivándonos al consumo, con especial atención hacia los productos locales o regionales. Incluso apelarán a nuestros sentimientos para convencernos de que nuestra colaboración, como consumidores, es fundamental para hacer de esta “uve asimétrica”, en la que se debiera convertir la crisis económica a la que nos enfrentamos y su recuperación, lo más simétrica posible. Es decir, perder muy deprisa y recuperarlo también muy deprisa. Y hasta es muy posible que así tenga que ser, nos guste o no, porque la restricción en la libertad de movimientos de personas nos privará de la llegada de millones y millones de turistas que hacían de nuestras playas y ciudades la primera industria del país.

Pero es, precisamente, esa misma razón la que nos debiera percibir mejor la gran importancia que para nuestro país tiene la apertura de fronteras y la circulación fluida de mercancías. Específicamente en nuestro sector, en el que podemos afirmar, categóricamente, que vivimos de los de fuera. Como así demuestra el hecho de que vendamos dos veces y media más allá de nuestras fronteras lo que consumimos dentro (27,099 Mhl), de los que dos terceras partes lo fueron intra-UE. Recibimos más de ochenta y seis millones de turistas y la industria turística representa más del 12% de nuestro PIB.