La reforma de la PAC abre un horizonte esperanzador

Es posible que algunos consideren que las medidas a las que se destinan pudieran ser otras, o que su eficiencia estaría más justificada atendiendo a criterios diferentes de los que se utilizan. Pero pocos, o muy pocos, se atreverían a decir que los fondos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE, en el caso de España) no son una herramienta necesaria y eficaz para poner en el horizonte mundial a los vinos de la Unión Europea.

Convendría recordar que estos fondos nacieron de la necesidad de mejorar la competitividad de los vinos de la Unión Europea en un mercado que se globalizaba a marchas forzadas y donde los excedentes crecían de manera preocupante en los países que concentraban dos tercios de la producción mundial. Dilema ante el cual solo cabían dos respuestas: reducir el potencial de producción mediante el arranque de viñedo, o aumentar la demanda con medidas encaminadas a hacer más competitivo nuestro sector. Afortunadamente para todos, pero muy especialmente para el medioambiente, se optó por la segunda opción. Y, aunque son muchas las cosas que todavía nos quedan por hacer en este largo camino de la competitividad de la mayoría de los vinos europeos, donde el Covid-19 ha supuesto una piedra (esperemos que pequeña) en el camino, podemos asegurar que lo estamos consiguiendo y que fue una decisión acertada.

Y así lo deben considerar también los responsables de gestionar los fondos europeos con los que se financian esas medidas, pues, en un escenario de recortes, amenazas económicas y arancelarias, la reforma de la Política Agrícola Común, en la que se integra la vitivinícola, ha optado por mantener la ficha presupuestaria. Es más, incluso ha llegado a definirla como “clave en la transición de este sector hacia una mayor competitividad, innovación y calidad”.

Esa es una de las principales conclusiones a las que ha llegado la Comisión Europea a través de su informe “Evaluación de las medidas de la PAC aplicables al sector vitivinícola”. Destacando que han contribuido a aumentar la competitividad de los productores, acelerado la modernización del sector y asegurado su viabilidad y competitividad, fomentado el uso de nuevas tecnologías y mejorado las condiciones de comercialización.

Medidas coherentes con los objetivos medioambientales de la Unión Europea para los próximos años y que vienen a marcar los pasos a seguir en un mercado en el que los vinos con Indicación de Calidad Geográfica, rosados y espumosos, junto con los elaborados al amparo del cultivo ecológico y los de menor graduación alcohólica marcan la demanda mundial.

Origen, diferenciación y respeto al medio ambiente, son tres valores sobre los que podríamos decir se sustenta el futuro del sector y que, junto con la digitalización, marcarán el camino por el que deberán transcurrir todos los esfuerzos en que viticultores y bodegueros se empeñen. Afortunadamente, la búsqueda de la calidad ya ha superado la barrera de lo característico para afianzarse en el terreno de lo fundamental y eso abre todo un nuevo escenario en el que las nuevas tecnologías deberían conducirnos a mejorar el valor de nuestros vinos, mediante la mejora en la percepción de los consumidores.

Circunstancias como las actuales nos han demostrado que contar con medidas como la destilación, inmovilización o eliminación parcial de la producción, pueden ser muy necesarias para hacer frente a un problema puntual. Pero nuestro esfuerzo debe desarrollarse en aquellas otras de carácter estructural como reconversión, inversiones e innovación que nos proporcionen vinos de calidad y adaptados a los gustos de los consumidores, capaces de aprovechar las medidas de promoción.

Las Vendimias en España

Por encima de volúmenes, calidades y precios, dos acontecimientos marcarán esta cosecha para el resto de la historia. Uno, confiemos en que totalmente excepcional y al que no tengamos que referirnos nunca más, ha sido la pandemia del coronavirus Covid-19 que nos asola y que lleva cambiándonos la vida de forma inimaginable desde marzo, amenazando con seguir haciéndolo hasta principios de mayo. Esta situación ha supuesto la puesta en marcha de unos protocolos sanitarios jamás vistos y ha condicionado la vendimia con un sobrecoste que, de una forma directa, teniendo que hacerle frente cada bodega, o indirecta, a través de los Consejos Reguladores o Consejerías, han llegado en el momento más delicado que viven nuestras bodegas, con una pérdida sustancial de sus ventas y un futuro totalmente incierto.

La segunda, mucho más “normal”, pero no por ello habitual, afortunadamente, han sido las enfermedades criptogámicas, porque han sido dos: mildiu y oídio. Dos hongos que, cada cierto tiempo, y, siempre que las condiciones de humedad y temperatura les sean favorables, atacan a la viña de manera continuada y acaban haciendo muy difícil y costoso su tratamiento. Con efectos sobre la cantidad y calidad del fruto que pueden ser, desde apenas considerable, a suponer la pérdida de la totalidad de la cosecha.

Ambos acontecimientos se han unido en una campaña para formar una tormenta perfecta en la que las necesidades del mercado aconsejaban una producción corta que permitiera aliviar las importantes existencias almacenadas como consecuencia de la paralización de la hostelería, pero que, en algunos lugares, se ha visto fuertemente superada, afectando a la calidad del fruto. Estar confinado durante los meses de marzo, abril y mayo, cuando el hongo se cebaba con la viña y no poder ir al viñedo a tratarlo preventivamente, han representado un quebranto para muchos viticultores.

Y, a pesar de ello, los precios de las uvas han vuelto a adquirir el protagonismo de otras campañas ante la denuncia de las organizaciones agrarias de resultar insuficientes para hacer frente a los propios costes Politécnica de Valencia para la Interprofesional del Vino sobre la determinación de los costes de producción en las diferentes comunidades autónomas, según diferentes sistemas de conducción y disposición de regadío o no. Cuyo objetivo era dotar al sector de un modelo con el que facilitar que cada viticultor pudiera acceder a un conocimiento preciso de sus costes de producción y que ha sido utilizado como referencia del precio mínimo que debiera pagarse por las uvas. Acusando a las bodegas de estar obligando a los viticultores de vender a pérdidas. Lo que resultaría totalmente inaceptable, al impedir la Ley de la Cadena de Valor que esto pueda producirse.

Aún con todo y con ello, la cosecha ha seguido su ritmo y las vendimias han acabado por llevar hasta los lagares un volumen que, según nuestras estimaciones, se situará entre los cuarenta y dos millones y medio de hectolitros y los cuarenta y cuatro, con un fruto de gran calidad. Una producción un quince por ciento superior a la del pasado año y que será la que mayor crecimiento presente de todos los grandes países productores.

Por regiones, destaca, de manera muy especial, Castilla-La Mancha, no ya solo por el hecho de que ella sola suponga más de la mitad de toda la producción española, sino porque junto con Navarra es la que mayor variación positiva presenta. Justo lo contrario que Cataluña, que con una pérdida de un tercio de la cosecha del año pasado es la que más va a ver menguada su producción, debido a la alta concentración de viñedo ecológico que presenta y que los tratamientos sin sistémicos han resultado insuficientes para dominar los hongos y evitar pérdidas que llegan a superar la mitad de la uva en algunos casos.

Paciencia y trabajo. No queda otra

Se hace muy complicado, con toda la que está cayendo, pensar en el sector vitivinícola como una isla en medio de un océano de incertidumbre y malas noticias, en la que se disfrute de una vida placentera exenta de problemas. Máxime cuando la recuperación en forma de “V” que muchas bodegas han experimentado en sus ventas en los meses estivales, a pesar del bajo número de turistas extranjeros, puede verse transformada en una “W” cuando, llegados el último trimestre, con su fundamental campaña navideña. presenten resultados.

Por más que sepamos, porque para eso los coach en sus cursos de desarrollo profesional insisten en ello, que hay que mantener una actitud positiva ante los problemas. Bajo el firme convencimiento de que seremos capaces de superarlos y salir fortalecidos aprovechando las oportunidades que toda crisis nos ofrece. Estar constantemente oyendo cifras de contagiados, hospitalizados, muertos, parados, caídas de PIB… previsiones para los próximos meses y amenazas de constantes confinamientos y cierres de la actividad hostelera o toques de queda… no ayuda mucho.

Aun así, es fundamental entender que de esta situación saldremos y que, de una manera u otra, en el bar o restaurante, o en casa, el consumo de vino seguirá existiendo y situaciones como el teletrabajo, el comercio electrónico o el protagonismo del vino en la cesta de la compra resultarán muy beneficiosas para nosotros en el medio y largo plazo.

Sinceramente, no soy de la opinión de que esto vaya a solucionarse en un plazo de tres o cuatro meses con la llegada de una vacuna. Ni que las restricciones a la libre circulación y consumo sean cosa de una ciudad o comunidad, porque más tarde o más temprano acabarán llegándonos a todos. Pero sí estoy, totalmente convencido de que el consumo de vino en España acabará aumentando.

No mucho (tampoco nos vengamos arriba), que los cambios sociales que explican la evolución del consumo en el canal de alimentación son muy profundos y difíciles de corregir. Por más histórica que resulte una pandemia mundial que ha supuesto la paralización de la economía de todos los países de manera voluntaria. Y, aun así, estoy seguro de que acabará creciendo el consumo en el hogar, sin que ello suponga un perjuicio para el extradoméstico.

Mientras esto llega, no nos queda otra que paciencia. Mucha paciencia y confianza en que esta situación puede servirnos para poner en valor la calidad de nuestros vinos en el ámbito internacional y convertir en realidad esa excelente relación “calidad-precio” que con tanta ligereza utilizamos cuando queremos justificar los bajos precios de nuestros vinos.

Picasso decía que la inspiración le tenía que encontrar trabajando. Que así sea. Y, si es posible, juntos, con un plan sectorial.

Las Vendimias en España

Este año no ocurre como en otros, en los que la superación del Día del Pilar suponía la disposición de una información relativa a las vendimias en España, mucho más precisa. La conclusión de los trabajos en la gran mayoría de los territorios permitía acercarse a la cifra de la cosecha con mucha más precisión de aquellos primeros vaticinios de las primeras semanas de septiembre en las que los aforos realizados en los viñedos o las notas de prensa de los operadores, contenían un alto grado de provisionalidad que, por más que en nuestras estimaciones procurásemos conjugar para acercarnos lo máximo posible a la realidad del momento, no siempre era fácil superar.

Quizá por las medidas puestas en marcha en las últimas semanas de la pasada campaña, referentes a la destilación de crisis, la inmovilización mediante los contratos de almacenamiento a largo plazo, o la vendimia en verde. Así como la limitación de rendimientos que muchas (que no todas) de nuestras indicaciones de calidad incluyeron en sus normas de campaña, hayan contribuido a este cierto descontrol.

Quizá haya sido el motivo el gran temor con el que desde el sector productor se mira la campaña 2020/21, plagada de grandes incertidumbres sobre cuál será la evolución del mercado y las verdaderas posibilidades de darle salida a sus existencias que, con no ser tan diferentes a las de los últimos cinco años, cifra en la que se encuentra el volumen a partir del cual es posible establecer medidas excepcionales, preocupa mucho a los operadores.

Quizá la enorme provisionalidad que envuelve cualquier decisión, en cualquier ámbito de nuestra vida, que se ha visto fuertemente afectada por una situación nunca antes vivida y sobre la que cada día nos sorprenden quienes tienen la capacidad de imponer medidas, con nuevas restricciones que siempre tienen el efecto de disminuir el consumo en bares y restaurantes ante el mantra de que hay que controlar la vida social.

Quizá por tratarse de un sector con escasos recursos, que lo hace altamente vulnerable a la inestabilidad y limitadamente capacitado para tomar medidas que vayan en la dirección de autorregularse.

Quizá porque unos y otros intentan forzar la situación y aprovechar este momento de incertidumbre para salir lo menos perjudicados posibles.

El caso es que, ahora mismo, todavía no podemos decir si estamos hablando de una cosecha de cuarenta y dos millones de hectolitros, o de cuarenta seis. Muchos millones de diferencia para un año en el que con las medidas excepcionales a las que antes hacía referencia, dedicamos cerca de noventa millones de euros para retirar, definitiva y temporalmente del mercado cuatro millones de hectolitros. en nuestro país y 305 millones de euros en el conjunto de la Unión Europea.

Sea por lo que fuere, parece, cada vez más claro, que nos enfrentamos a una campaña extraña, en la que las cifras tendrán un carácter más orientativo que nunca sobre lo sucedido y menos premonitorio sobre lo que nos enfrentamos.

Unas ayudas que nunca llegarán

Sin ni tan siquiera tener una información concisa de cuál es el volumen de la producción española, o la del resto de los principales países productores del planeta, cada día se pone más de manifiesto lo pequeño que es el mundo. Se hace muy complicado poder, ni siquiera imaginar, cuál puede ser la evolución del mercado, las muchas o pocas dificultades con las que nuestras bodegas se van a enfrentar en su difícil tarea de comercializar sus producciones y las repercusiones que esta incertidumbre acabará teniendo sobre las cotizaciones de sus distintos elaborados.

Porque, si una cosa hay clara es que toda esta situación se verá reflejada en las cotizaciones y, lo que todavía es mucho peor, en las negociaciones con los grandes operadores del canal de la alimentación.

Si algo podemos aseverar, sin ningún riesgo a equivocarnos, es que el consumo de vino en el mundo se ha visto afectado de manera importante por el Covid-19. Y, efectivamente, podemos decir que, como todos, pero no son los demás los que nos preocupan y ocupan. El vino, en todas sus facetas, desde los canales de comercialización a los tipos de productos, precios y preferencias se ha visto afectado por un cambio radical en un mercado que, si ya de por sí su alta competencia hacía muy complicado, en la actualidad podemos decir que lo hace casi imposible.

Producimos para vender, no para almacenar, ni para obtener alcoholes con los que elaborar productos industriales como geles hidroalcohólicos. Buscamos la calidad y excelencia en cada uno de los niveles, de su escala de valor, de su cliente. Y cuando circunstancias totalmente exógenas al sector trastocan de tal forma el mercado, los cimientos de muchas de las micro empresas que lo componen, tiemblan y ven tambalearse sus propios pilares.

Podemos pensar en una recuperación del consumo inmediata, pero en mi opinión no estaríamos más que engañándonos y negándonos a asumir que se trata de un problema de tan difícil resolución que cualquier cambio se producirá a una velocidad muchísimo más lenta de la que la clase política (en esto no hay diferencia entre unos países o partidos políticos y otros) nos ha querido hacer ver.

La esperanza es que la vacuna nos devolverá de manera inmediata a la situación anterior a la declaración de la pandemia y la paralización de la economía a nivel mundial. Y eso es totalmente imposible. Ni con vacuna, ni sin ella, volveremos a una tasa de consumo como la que teníamos, hasta mucho después de que la hayan conseguido y aplicado, que no es cuestión de un día.

Sin duda, traerá consecuencias. Ya muchos expertos nos insisten en que hay determinados comportamientos y hábitos que ya son su resultado: el teletrabajo, “han llegado para quedarse” o el desarrollo del comercio electrónico. Pero también el consumo de vino se verá afectado. Sea por el medio y la forma de adquisición, los precios, los tamaños de los envases, la proximidad y todo lo relacionado con el medio ambiente… quién sabe.

Partir de una posición baja tiene muchos problemas, pero una gran ventaja: que solo podemos mejorar.

Mejor haríamos en analizar cuáles son esas oportunidades que se presentan y estudiar cómo aprovecharlas que en preocuparnos de seguir mendigando ayudas que sabemos que nunca llegarán.

Las vendimias en España

Al contrario de lo que sería lógico pensar, los últimos coletazos de las vendimias están provocando más dudas y desconcierto, que certeza y seguridad, en un sector que, con la mirada puesta en el Covid-19 y sus posibles repercusiones sobre el mercado, contempla cómo se está haciendo bueno aquel dicho que advertía de que, cuando se habla de estimaciones al alza, las cosechas terminan por ser más voluminosas de lo previsto.

Hasta la fecha, lo cierto es que no podemos decir que las cantidades que nos llegan de las diferentes comarcas vitivinícolas españolas difieran cuantitativamente mucho de las cifras que manejábamos hace una semana. Si bien es de destacar la sensación, cada vez más extendida, de que el volumen pudiera acabar resultando muy superior al inicialmente previsto.

Si con los números en la mano, los cuarenta y dos millones de hectolitros podrían ser un volumen muy indicado para centrar la estimación de producción. La sensación que nos transmiten algunos operadores es que cuarenta y cinco millones podrían no quedar lejos de la realidad de la cosecha cuando se conozcan las declaraciones de producción.

Es cierto que solo Cataluña y Andalucía presentan datos claramente inferiores a los del año pasado. Tanto como que Castilla y León, Navarra o Aragón estarán con total seguridad por encima de la producción de 2019. El problema está en que en ese grupo de cabeza también se encuentra la comunidad que concentra más de la mitad de toda la producción española, Castilla-La Mancha y el hecho de que su variación sea cinco puntos arriba o abajo representa millón y medio de hectolitros. Si a eso le añadimos lo que está sucediendo en la Comunidad Valenciana (tercer productor tras Extremadura), donde las uvas que están entrando en los lagares están siendo muy superiores a las estimadas en un primer momento, podríamos tener una explicación a ese baile tan importante de cifras al que nos enfrentamos.

Y aunque, a juzgar por los graves problemas que nos acechan con el tema de la pandemia y los efectos que los confinamientos y limitación de la actividad de bares y restaurantes, que ocupan el primer puesto entre nuestros dolores de cabeza, dejando en un muy segundo plano el volumen de la cosecha; su importancia no es menor, como así lo han reflejado las tensiones generadas por los bajos precios de la uva. Desde los mismos problemas para almacenar lo que quedaba de la pasada campaña y darle cabida a la nueva. Hasta las alternativas que podrían quedarnos ante la posibilidad de que el consumo tarde más de lo esperado en recuperar una actividad adecuada, que nunca será suficiente para digerir lo que el mercado exterior previsiblemente tarde más en normalizar. Todo ello le confiere a este baile de números una importancia que va mucho más allá de cifras absolutas.

Momentos difíciles para un cambio de modelo

Entre las consecuencias que sobre el consumo mundial de vino está teniendo, y previsiblemente seguirá teniendo en el corto plazo, el Covid-19. La escasa voluntad de los máximos dirigentes británicos por llegar a un acuerdo con la Unión Europea que impida el cierre de fronteras que provocaría un “Brexit duro”. La prepotencia del presidente de los Estados Unidos, mostrándose dispuesto a seguir utilizando al vino como moneda de cambio con la que presionar el comercio mundial de productos industriales. O la disposición de los viticultores rusos por producir vinos de alta calidad que reemplacen la mayoría de las importaciones que en los últimos años han realizado. Por no seguir con otros asuntos que, no por menos notorios, no resultan tanto o más importantes para nuestro comercio… El panorama que se nos presenta para la colocación de esta vendimia 2020 presenta grandes retos que, en muchas ocasiones, traspasan las competencias de muchas de nuestras organizaciones y cuya resolución se antoja complicada y difícilmente solucionable en el corto plazo.
Y es que, sin querer insistir más que lo justo en estos temas, el mayor problema al que se enfrenta el sector vitivinícola mundialmente no es un problema de producción, tanto como de consumo. Asuntos todos ellos que, efectivamente, no son nuevos de esta campaña, ni tan siquiera el del coronavirus, que nos viene acompañando ya desde marzo, pero que se han juntado para provocar una “ciclogénesis explosiva” que amenaza con trastocar el mercado mundial y su débil equilibro del que hasta ahora disfrutábamos
Los problemas exceden con mucho la circunstancialidad de una cosecha o una campaña y su resolución requiere del esfuerzo colectivo de muchos más agentes que los estrictamente relacionados con el vitivinícola. Hablamos de asuntos internacionales de gran calado que bien poco tienen que ver con el vino, pero que lo han tomado como rehén de conflictos de los que, si nada lo remedia, podría salir muy mal parado en el corto plazo.
Lo que, lejos de desilusionarnos, debería servirnos de acicate y animarnos a encontrar aquellos elementos positivos y ser capaces de, utilizándolos inteligentemente, salir fortalecidos de una situación que, a priori, parece pintar todo en negativo, pero que puede resultar muy interesante para el sector.
Sin ningún ánimo de decir lo que se puede hacer (sencillamente no estoy capacitado para ello), sí hay temas que parecen más o menos evidentes que podrían abordarse desde la necesidad que imponen momentos como los actuales.
Uno de ellos sería asumir que estamos hablando de UN sector y que las soluciones deben venir de todos y beneficiar a todos. Lo que nos llevaría a la necesidad de adoptar acuerdos plurianuales de todo tipo sobre precios, producciones, clases de vino… de tal forma que disfrutáramos de una estabilidad durante unos años que nos permitiera adoptar todas aquellas medidas como las relacionadas con el consumo interno, promoción de país, exportaciones, imagen… que nos dieran la estabilidad a largo plazo.
Otro, el relacionado con asumir que las respuestas a nuestros problemas deben venir de nosotros mismos y que cada vez más los recursos se demuestran más escasos (y todo apunta a que serán todavía más reducidos en el futuro).
Aprovechar el desarrollo del comercio digital, modificar los tamaños de los envases adecuándolos a las necesidades de los hogares, elaborar vinos para momentos diferentes de consumo, utilizar un lenguaje más sencillo y comprensible, asumir que nunca volverá a formar parte de nuestra dieta diaria o que no es una medicina pero que juega un papel medioambiental fundamental o en la fijación de población… Y, de manera muy especial, asumir que hablamos de una actividad profesional que debe regirse por criterios empresariales. Son solo algunas de las premisas que deberíamos asumir.

Las vendimias en España

Próximo el Día del Pilar, las vendimias 2020 van tocando a su fin y, aunque todavía son muchas las zonas que mantienen abiertos sus lagares, recepcionando las uvas que se convertirán en la añada 2020, poco a poco, se van dando por concluidas las labores de recogida en muchos de nuestros pueblos.

Los resultados, todavía pendientes de agregar, apuntan hacia una cosecha en el entorno de los cuarenta y un millones de hectolitros. Si bien, todavía es muy pronto para poder establecer una cifra tan precisa, ya que, dado el fuerte crecimiento de la cosecha que ha experimentado Castilla-La Mancha, con respecto al año anterior y, considerando que en ella se concentra la mitad de la vendimia de todo nuestro país, cualquier pequeña desviación en algunos de sus grandes pueblos vitivinícolas podría hacerla variar, casi seguro al alza, en una cantidad importante sin muchos problemas.

Algunas noticias publicadas días atrás y que no han tenido mucho eco, ni seguimiento por parte de los diferentes colectivos que tienen algo que decir al respecto, apuntaban hacia un volumen considerablemente mayor, casi cinco millones de hectolitros más. Aunque nuestra impresión, publicada semanalmente en estas páginas, se mantenga en el entorno de lo que ya hicieron Cooperativas, Ministerio y algunas organizaciones agrarias.

En cuanto a la calidad y, a pesar de los grandes problemas a los que han tenido que enfrentarse nuestros viticultores para hacer frente a enfermedades criptogámicas como mildiu y oídio, es muy buena y no se espera que las afecciones tengan ningún reflejo en la calidad de unos vinos que presentarán unos valores de grado y acidez muy adecuados a las demandas del mercado.

Lo que nos lleva de lleno al gran problema de esta campaña que, como ya sucediera en años anteriores, no es ni la cantidad, ni la calidad y sí los precios a los que están entregando los viticultores sus cosechas. Insuficientes para hacer frente a sus costes de producción y muy por debajo de los publicados en el estudio encargado por la Interprofesional y que lejos de su cometido, que no era otro que servir de modelo de cálculo, para que cada viticultor pudiera concretar sus costes; los datos publicados de diferentes condiciones de cultivo y zonas de producción, más que para generar tranquilidad en el sector, para lo único que han servido ha sido para enrarecer más los ánimos y ser utilizados como aval en el enfrentamiento crónico que mantienen bodegueros y viticultores en un claro ejemplo de su incapacidad para ponerse de acuerdo en alcanzar acuerdos plurianuales que resulten beneficiosos para todos y doten de la estabilidad necesaria que requieren los mercados.