Cambio en el modelo productivo

Son muchos ya los meses en los que nos venimos refiriendo a la actual situación como un momento de cambio. Es muy posible que las cifras de contagio, consecuencias económicas y restricciones, puedan hacernos perder un tanto el sentido de la realidad. Pero lo cierto es que el sector requiere acciones que van mucho más allá de medidas coyunturales con las que hacer frente a circunstancias concretas y ocasionales que, con mayores o menores secuelas acabarán pasando. Los problemas de continuos excedentes y la necesidad de acudir a los mercados exteriores como única tabla de salvación de una producción voluminosa y peligrosamente en aumento, hace que nos debamos plantear la necesidad de adoptar medidas sobre el modelo de sector que queremos para los próximos veinte o treinta años, y cuáles son las acciones que deberíamos adoptar al respecto.

Hemos venido demandando del sector vitícola una mayor profesionalización, al igual que ya sucediera con el enológico, en el que no solo se produjo una considerable tecnificación de las bodegas, sino también un notabilísimo cambio en el personal técnico, responsables de mejorar la calidad de nuestros elaborados, aprovechando esas herramientas. Y, aunque también aquí es posible que se corriera más de la cuenta abriendo escuelas de grado o especialización en prácticamente todas las comunidades autónomas (en algunas incluso más de una), que luego se han demostrado incompetentes por la falta de salidas profesionales para sus alumnos; es innegable que dimos pasos de gigante en la calidad de nuestros vinos.

Ya hace algún tiempo, fue la viticultura la que tomó el relevo y, a la necesidad de adaptar la producción a los mercados y mejorar la rentabilidad de los cultivos, de tal forma que pudiera vivirse dignamente de ellos, sin necesidad de tener que desarrollarla como una actividad secundaria, se unieron importantes fondos procedentes de la Unión Europea para poder reconvertir y reestructurar nuestros viñedos. No solo los españoles, pero principalmente. Lamentablemente, lo digo porque no siempre el objetivo se alcanzó, más que una adaptación al mercado, lo que se ha conseguido ha sido ser mucho más productivo. Especialmente en aquellos lugares donde, los problemas eran más notables por la falta de rentabilidad. Lo que más que solucionar el problema, ha agravado otro el de excedentes, al que todavía no se le ha encontrado como solucionarlo.

Y si la prudencia siempre es fundamental mantenerla en cualquier valoración, si esta es generalista como resulta hablar del sector vitivinícola español, como si todo lo que producimos fuera igual o los modelos se parecieran, se hace imprescindible entender que las soluciones para una zona no tienen necesariamente que resultar indicadas para otras y que su aplicación indiscriminada pudiera conducirnos a nuevos problemas más difíciles de solventar.

Es bastante evidente, o al menos a mí me lo parece, que es cada empresa (vitícola o vinícola) la que debe definir y apostar por un modelo de negocio, definiendo bien qué produzco, para quién y a qué precio lo debo vender. Pero también es igualmente evidente que necesitamos la ayuda de fondos con los que poner en marcha esos cambios.

Nos enfrentamos a una situación histórica, que confiemos en que no vuelva a producirse en muchos lustros y que, en consecuencia, son necesarias medidas para abordar el problema de excedentes que ha generado en las bodegas y que, de demorarse los efectos de la vacunación amenaza con tener efectos, mucho más profundos en la próxima vendimia. Por lo que, nos guste más o menos, habrá que poner en marcha medidas extraordinarias y dedicar una buena parte de los fondos que tenemos para dotarlas económicamente. Pero nada de todo eso nos debería hacer perder el horizonte de nuestro sector y la oportunidad que representa esta convulsión de los mercados para abordarla con valentía.

El vino, “droga legal” según el Ministerio de Sanidad

Tal y como tenemos el país, con una segunda oleada por el Covid-19 que lleva camino de resultar peor que la primera y la antesala de una tercera con resultados inciertos; una gestión que es cuestionada por la práctica totalidad de los colectivos, especialmente el más cualificado que es el sanitario; y una economía hecha unos zorros, en la que solo la ayuda proveniente de la Unión Europea nos puede salvar de hundirnos en una profunda recesión con el cierre de miles y miles de empresas y la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo; mejor haría el Ministerio de Sanidad y, su titular, Salvador Illa, en preocuparse de evitar que seamos el país del mundo con mayor número de sanitarios (su responsabilidad) afectados por Covid y controlar lo que debe, no permitiendo que en las encuestas de adicciones (EDADES y ESDAM) se califique al vino como “droga legal” por su contenido alcohólico.

Después de este pataleo, contenido y, espero que, educado. Gracias a respirar profunda y pausadamente, después de ver la noticia emitida por Televisión Española en su Telediario de las tres de la tarde del pasado día 14 de diciembre. Esa que pagamos todos con nuestros impuestos. Su imprudencia ha conseguido, en apenas un minuto, tirar por tierra todo el esfuerzo y recursos que desde el sector y, con recursos del sector, se han hecho por recuperar un consumo moderado del vino. No me queda otra que decir que ¡se veía venir! Y que la utilización en la confección de ese reportaje de un señor de avanzada edad declarándose bebedor de un vaso de vino al día en las comidas es el mejor ejemplo de la política llevada a cabo por nuestro Gobierno.

Poco importa que la Ley de la Viña y el Vino española reconozca al Vino como alimento, o los programas capitaneados por el propio sector, como el Wine in Moderation, dirigidos a promover un consumo moderado. La parte intrínseca que de nuestra cultura tiene la vitivinicultura. Por no hablar de su valor socioeconómico, precisamente puesto de relevancia hace escasos días. O la misma consideración de alimento que hace la Dieta Mediterránea, incluyéndolo dentro del patrón recomendable. Hay que reconocer que nos enfrentamos, desde hace mucho tiempo, a un ataque frontal contra el Vino por parte del Ministerio de Sanidad de los Gobiernos socialistas. ¿O ya no nos acordamos de nuestra querida y afable Ministra Elena Salgado?

La propia creación de la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN), financiada por algunas (muchas menos de lo que sería necesario, a la vista de lo sucedido) empresas del sector tiene por objetivo demostrar científicamente y divulgar los efectos beneficiosos de un consumo moderado y responsable del vino sobre la salud.

Resulta insuficiente.

Aunque, ya que les gustan tanto las estadísticas, no estaría de más que analizaran qué, por quién, cuándo y cómo se consume el vino, antes de utilizarlo como referente de “droga legal”. Porque si hay alguien que luche más para evitar que el consumo de vino no sea nunca excesivo y la parte de alcohol que contiene acabe superando lo mucho de bueno que tiene como alimento, ese es el propio sector vitivinícola. Y, eso, el Ministerio de Agricultura, tampoco debería olvidarlo.

Necesitamos líderes

Que no vivimos unas circunstancias normales, es algo que resulta insultante hasta decirlo, con todo lo que está sucediendo. Por consiguiente, intentar comprender lo que están viviendo nuestras bodegas supone un ejercicio baldío e, incluso, contraproducente, como lo fue en su momento entender la situación que afectó a los viticultores y toda la polémica generada en torno al precio de la uva. Lo que no nos puede conducir más que a conclusiones equivocadas, que tengan como resultado la toma de decisiones erróneas y enfrentamientos estériles que enrarezcan, un poco más, las ya delicadas relaciones existentes entre los dos principales actores de este sector como son producción e industria.

Asumir que nos encontramos frente a una campaña que estará repleta de cifras negativas, como nunca antes hemos vivido, podría ser el primer paso en la carrera de fondo que nos deberá conducir hacia una recuperación paulatina de una normalidad que, seguro, nunca volverá a ser la de antes. Sin embargo, estamos obligados a confiar en que en ella el papel del vino en el hogar recupere el protagonismo que otros cambios sociales le usurparon en las décadas de los ochenta y noventa.

El que las existencias a finales de octubre, según datos del Infovi, aumentasen en 8,6 millones de hectolitros, seis millones setecientos mil hectolitros de vino más que en el mismo mes del año anterior, podría tener una explicación tan sencilla como que la vendimia este año hubiese venido un poco más adelantada que el año pasado. Pero todos sabemos que no estaríamos haciendo nada más que engañarnos y no querer asumir que un parte muy importante de ese incremento encuentra su explicación en una disminución de las salidas al consumo, tanto interno como externo, y que dichos volúmenes difícilmente los podremos recuperar a lo largo de la campaña.

Las cosas podrán mejorar, la vacuna ser una realidad y la inmunidad de grupo ir alcanzándola poco a poco, junto con la recuperación de las principales magnitudes macroeconómicas. Pero sabemos que nada de todo eso va a evitar que el vino no bebido sea un vino excedente al que habrá que buscarle una solución definitiva para poder recuperar el equilibrio en el mercado.

Tampoco deberíamos, en mi opinión, ser más ambiciosos de lo estrictamente necesario, ya que corremos el riesgo de que, como siempre nos ha sucedido, acabemos por no hacer nada y dejar pasar la oportunidad de afrontar el futuro del sector de una manera conjunta y con corresponsabilidad.

Sabemos, con pandemia al margen, que nuestro sector presenta importantes desequilibrios estructurales. Que sin solucionar estos es imposible encontrar la paz que todo mercado requiere. Y que ese equilibrio pasa por aumentar el consumo, mejorar nuestras exportaciones a las que le queda poco recorrido de volumen y sí mucho por hacer en el valor, reducir la producción, permitir disfrutar a nuestros viticultores de una renta digna que garantice el relevo generacional y la profesionalización del campo, etc. Y que todo esto es imposible hacerlo de otra forma que no sea colectivamente.

También sabemos que para poder hacerlo hacen faltan planes concretos que especifiquen medidas y objetivos cuantificables. Pero tan importante como esto es que exista alguien (física o jurídicamente hablando) que sea quien comande todo este proceso. Un líder capaz de generar confianza e ilusión cuando se planteen restricciones, recortes o sacrificios.

En otros tiempos hubiera sido deseable que hubiese sido el Ministerio quien abanderase esta transformación. Hoy esto es imposible ya que debe ser el propio sector el que lo haga. ¿Estamos capacitados para hacerlo?

Orgullosos de lo que somos

Son muchas las ocasiones en las que me he referido a la gran diferencia existente entre cómo nos ven desde fuera y cuál es la realidad de las empresas y personas que centramos nuestra actividad en el sector vitivinícola. Discrepancia que, en muchas ocasiones, nos lleva a complicarnos mucho la comunicación con los clientes que, al fin y al cabo, es lo que son los consumidores.

Contar miserias y lamentaciones es algo que no debería hacerse nunca. Al fin y al cabo, todos tenemos las nuestras. Pero si, además, a los que se lo estamos contando se enfrentan a una realidad en la que cada día hay más referencias en el mercado, los precios suben (aunque solo sea porque con estas nuevas etiquetas las bodegas buscan mejorar su posicionamiento en el precio que les es negado con las existentes); si cada día son más las bodegas que invierten en enoturismo, mejorando sus instalaciones y haciendo recintos atractivos que sacien el sentimiento aspiracional que le es propio al vino; o, simplemente, ha cambiado la forma de consumirlo, permaneciendo el consumo que se realiza fuera del hogar, donde la imagen es un factor clave, y perdiéndose aquel destinado al ámbito doméstico, en el que no existían cuestiones que le otorgasen valores más allá de los estrictamente relacionados con el producto y su precio… Resulta muy fácil comprender esa gran brecha que se ha abierto entre la imagen proyectada y la realidad de los operadores del sector.

Pero no es esta la dicotomía a la que quería referirme esta semana, y sí a la que tiene lugar entre las cifras macroeconómicas que representa el sector vitivinícola español y la falsa sensación de valor con la que lo defendemos ante las administraciones.

Y, como para hacerlo no hay nada mejor que sean “otros” los que, con su reputación, den valor a las cifras, la Interprofesional de Vino daba a conocer el pasado lunes, en streaming (obligados por la actual circunstancia de pandemia) el trabajo elaborado por Analistas Financieros Internacionales (AFI) bajo el título “Importancia económica y social del sector vitivinícola en España”. Su presidente, el reconocido economista Emilio Ontiveros, intentó ponerlo en valor y comenzar a generar ese “orgullo de colectividad” que tanta falta nos hace.

Somos una gran potencia mundial, nuestra superficie, producción y exportación así lo justificaban, pero, a partir de ahora también lo hará nuestro peso en la economía nacional (VAB por encima de los 23.700 M€), aportación a las arcas públicas (3.800 M€) y sus empleos directos e indirectos (427.700). Por no mencionar la adaptación a una producción más respetuosa con el medio ambiente que hace frente al cambio climático.

Su efecto reclamo y tractor para otros sectores como el turístico, donde, al menos hasta hace seis meses, éramos una potencia mundial. O el papel que juega en la fijación de población en el medio rural. Son valores de los que todos nos deberíamos sentir orgullosos.

Y el que desde la Organización Interprofesional que nos representa a todos, nos lo recuerden y le pongan cifras concretas, debería hacernos sentir orgulloso de sentir que #somosvino2020.