La recuperación en una tormenta perfecta

De todas las cosas que ha traído consigo este maldito virus llamado Covid-19, la mayoría de ellas han sido malas. ¡Que digo malas!, horrorosas. Nos ha costado una ingente cantidad de dinero y hemos perdido derechos que nunca antes nos hubiéramos siquiera planteado la posibilidad de que se vieran recortados. Pero ha sucedido y, con más o menos resignación, podríamos decir que lo hemos superado.

Todavía es pronto para hablar en pretérito de esta situación y, muy posiblemente seguirá siéndolo todavía un tiempo, en tanto en cuanto las autoridades sanitarias no acaben declarándolo como una enfermedad endémica y asumiendo que, del mismo modo que otro coronavirus, el de la gripe, causó estragos en la población en el siglo XIX, este los ha causado en el XXI, pasando a formar parte de nuestras vidas. Pero esto llegará, muy posiblemente dentro de no muchos meses y, ahora, tenemos la obligación, entre todos, de aprovechar lo que nos pueda dejar de bueno.

Los cambios sociales han sido brutales, acelerándose de manera exponencial acontecimientos que preveíamos en el horizonte de una década. Se ha demostrado el valor de la cohesión y la importancia que ha tenido la Unión Europea en la gestión de la situación, a pesar de todos los borrones que presenta su hoja de ruta. Se han establecido mecanismos y dotado fondos que, por nosotros mismos, hubiese sido imposible abordar. Y, por si esto fuese poco, la misma naturaleza se ha encargado de regular la producción y ofrecernos una de las cosechas más cortas y con ello facilitarnos la salida de los excedentes y recuperación de las cotizaciones.

En nuestro caso, incluso han sido las exportaciones las que, una vez más, han venido en nuestro auxilio y, lejos de lo que hubiese sido previsible en un ambiente de caída del consumo, nuestras bodegas han aumentado sus ventas y reducido sus existencias a un volumen de fin de campaña más que aceptable.

El comercio electrónico se ha multiplicado, el consumo de vino en los hogares aumentado su frecuencia y el precio medio del vino consumido también ha crecido. Hemos asumido que el vino forma parte de nuestra forma de vivir y hemos querido seguir teniéndolo a nuestro lado. No podemos permitirnos perder lo conseguido.

Aun así, como nunca nada es perfecto, nos encontramos inmersos en una verdadera “tormenta perfecta” en lo relacionado con el movimiento de mercancías y precio de las materias primas energéticas. Reino Unido no es capaz de hacer llegar a las gasolineras el carburante por falta de transportistas, los fletes navieros se han multiplicado por cuatro, igual que el precio del gas. De la electricidad no vamos a hablar, ya es imposible empezar un día sin un nuevo récord en el precio del kilovatio y el petróleo roza los ochenta euros por barril y crece más del cincuenta por ciento. Consecuencia de todo ello: el IPC disparado y con grandes amenazas de acabar con la estabilidad de la última década, lo que, nos generará grandes tensiones sociales.

Por si todo esto fuera poco, los fondos de la UE están sujetos a reformas socioeconómicas tan importantes como las políticas de empleo o las pensiones.

El sector tiene grandes oportunidades que debe aprovechar, esperemos que los árboles no nos impidan ver el bosque.

Las vendimias en España

De lo sucedido esta última semana, sin duda lo más importante ha sido la aparición de tormentas, en algunos casos acompañadas de granizo, que se han venido sucediendo en gran parte de la geografía española. Sus efectos, aunque a priori irrelevantes, han supuesto un quebranto en la planificación de muchas bodegas, que se han visto obligadas a paralizar los trabajos de recogida de la uva.

Sus consecuencias sobre la calidad del fruto, aunque están por verse, no parece, siempre en términos generales, que vayan a ser considerables, sin que el volumen y la calidad esté previsto que cambien, salvo en localidades y parcelas muy concretas.

Hablando en términos generales, la estimación de cosecha realizada por la Junta Directiva de la Interprofesional del Vino de España celebrada el pasado 17 de septiembre y dada a conocer el pasado día 23, viene a sumarse a las anteriormente publicadas por Cooperativas y algunas organizaciones agrarias como Asaja o UPA. Coincidiendo en una cantidad que rondaría los 39 y los 40 millones de hectolitros. Un 15% por debajo de la del pasado año, siguiendo la estela de lo sucedido en el resto de los grandes países productores europeos. Y en línea con lo vaticinado inicialmente por el resto de las organizaciones.

Fenómenos como la sequía; fuertes lluvias en forma de Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), lo que anteriormente se conocía como Gota fría; brotes de enfermedades criptogámicas, con especial incidencia de mildiu; incluso en algunas zonas incendios forestales que han acabo afectando a los viñedos; explicarían esta pérdida de producción, que se situaría (recordemos) entre el veintinueve por ciento de Francia, el nueve por ciento de Italia y el quince que a España también le augura el COPA-Cogeca en su estimación de vendimia. Fijando la horquilla de la cosecha europea entre los 140 y los 145 millones de hectolitros, una producción históricamente baja, muy similar a la del 2019/20 y lejos de los 174 millones de hectolitros elaborados en la 2018/19.

Y, al igual que sucediera con el resto de vaticinios, tampoco en esta ocasión, ha querido la Interprofesional dejar de poner en valor el gran trabajo realizado por nuestros viticultores que han conseguido hacer frente a todas estas inclemencias y llegar a la vendimia 2021 con un fruto sano y de una buena calidad.

Sobre los precios a los que están cerrando las bodegas sus contratos y la imposibilidad de cubrir sus costes de producción los viticultores, se han limitado a valorar la plurianualidad de los contratos homologados, que debieran otorgar estabilidad a sus operadores y dotar de mayor trasparencia a la cadena.

Prudencia en un sector desconfiado

Según las últimas estimaciones realizadas por el COPA-Cogeca, la producción comunitaria de la campaña 2021/22 se situará en el entorno de los 140-145 millones de hectolitros, lo que supondrá una de las campañas más cortas de la historia. Francia con un descenso estimado del 29% y una cosecha que no superaría los 33,3 millones de hectolitros encabeza este triste ránking, seguida de España, cuyas estimaciones sitúan su vendimia en los 39,5 millones de hectolitros (-15%) e Italia, cuya pérdida no será tan escandalosa como en un primer momento se pensaba y quedaría reducida a un 9% de merma, entre 43,7 y 45 millones de hectolitros. Mucho más lejos quedan los vaticinios del resto de países productores, entre los que destaca por su importancia Alemania, para la que las estimaciones sitúan su cosecha en el entorno de los nueve millones, seis millones y medio para Portugal y entre dos y medio y tres para Hungría.

Esta notable reducción y la reapertura del canal Horeca, junto con la eliminación de los aranceles por parte de Estados Unidos, le permite mirar al horizonte próximo con cierto optimismo a Luca Rigotti, su presidente. Confiando en recuperar precios y demandando de las autoridades comunitarias una reforma que dote al sector de instrumentos de gestión adecuados con los que hacer frente a estas perturbaciones del mercado.

La reciente propuesta sobre la modificación de la normativa que regula el Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) para adaptarla a las flexibilidades que permite la Comisión Europea, aunque importantes, se consideran totalmente insuficientes para hacer frente a las consecuencias que el Covid-19 ha tenido sobre el sector y sus precios.

El pago de las ayudas, la exención de determinadas penalizaciones o la modificación de los plazos, en la aplicación de las medidas de reestructuración y reconversión, inversiones, cosecha en verde y promoción en terceros países. Está muy bien y son bien recibidas por el sector, pero se han demostrado totalmente ineficientes para recuperar el precio de la uva. Que, sorprendentemente, presente cifras muy similares a las del año pasado en muchas variedades y regiones de nuestra geografía, sin que parezca tener ninguna consecuencia esta fuerte caída de la producción, generalizada en la Unión Europea y las buenas expectativas que se barajan y que vienen avaladas por el buen comportamiento de nuestras exportaciones en los meses precedentes.

En función de la actitud adoptada, parece bien claro que las bodegas han optado por no elaborar más de lo estrictamente necesario, trasladar a las cooperativas, obligadas a ello con la producción de sus socios, a su transformación y pagar precios más altos por los mostos e incluso vinos viejos, pero hacerlo solo con aquellas partidas que consideran estratégicas para su política de venta y por las que están pagando hasta un cincuenta por ciento más de lo que lo hicieron el año pasado. Caso de los mostos de Chardonnay, por ejemplo, cuyo precio actual roza, en algunas plazas los ocho euros hectogrado, cuando el año pasado cotizaba alrededor de los cinco setenta y cinco.

O lo que sucede con las uvas destinadas a la elaboración de cava, cuyas cotizaciones oscilan entre los veinticuatro y los veintiocho céntimos de euro por kilo, con apenas cinco céntimos sobre las del pasado año, mientras que los mostos presentan aumentos mucho mayores.

Sea como fuere, el caso es que el sector anda temeroso. Después de una situación tan extraña como la que hemos vivido estos últimos dieciocho meses, ya nadie se atreve a vaticinar lo que puede suceder con el consumo o las exportaciones. Y, ante eso, lo mejor es esperar.

Las vendimias en España

Pasan las semanas y con ellas las vendimias se van generalizando, y eso que, a diferencia de otros años, las condiciones meteorológicas, pero especialmente las previsiones para los próximos días, aconsejarían su recogida inmediata. Pero, si se quiere poder elaborar vinos con la calidad demandada por el mercado, es necesario esperar a alcanzar los coeficientes de madurez óptimos, aunque en ello vaya inmerso una buena cantidad de miedo a que una granizada o lluvias torrenciales den al traste con el trabajo de todo el año.

Han sido cuantiosos los tratamientos que los viticultores han tenido que darle a la viña para luchar contra las enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Mucho el trabajo que han tenido que hacer por conducir la viña hasta estos niveles de calidad y, aunque los precios no estén respondiendo, al menos como era de esperar ante el panorama general de la cosecha a nivel europeo, la profesionalidad de nuestros viticultores ha vuelto a ponerse de manifiesto con un total y absoluto compromiso con su trabajo.

Las cantidades recogidas confirman las previsiones de una cosecha mucho más corta que la anterior, las existencias publicadas por el último Infovi con datos hasta el 31 de julio las sitúan ligeramente por encima de las del año precedente, y eso a pesar de todo lo que el mercado ha sufrido con el cierre de la hostelería. Y, pese ello, lo que no acaban de arrancar son los precios de la uva.

Incrementos que apenas suponen un pequeño porcentaje de mejora con respecto a las del año anterior, si es que se producen y no son las mismas cotizaciones, no consiguen compensar la pérdida de producción, alejándose más si cabe de ese umbral de rentabilidad mínima exigida por las organizaciones agrarias. Los precios de los mostos, más elevados que los del pasado año, tampoco resultan coherentes con esta situación. Y, aunque una buena parte de la producción (se calcula sobre dos tercios) se encuentre en manos de cooperativas, cuyo pago de la uva estará relacionado con el precio al que consigan vender sus vinos a lo largo de la campaña; aquellos viticultores que venden sus uvas en el mercado libre se muestran estupefactos por una situación que ha encontrado uno de sus máximos exponentes en la demora con la que algunos de los principales elaboradores han tardado en hacer públicas sus tablillas, especialmente las referida a la variedad Airén.

Sin duda, el retraso en la maduración del fruto y la tardanza en el inicio de las tareas de vendimia que anteriormente comentábamos han propiciado esta coyuntura, pero se barrunta que no solo en estas cuestiones pudiera estar la explicación de la situación, y sí en esa especie de guerra declarada que mantienen desde hace años entre ellos.

Disponibilidades contendias para una campaña esperanzadora

Conocidos los datos del Infovi correspondientes al mes de julio, ya podemos afirmar, con total rotundidad, que las cosas no nos han ido tan mal como las circunstancias nos hacían suponer. Aumentar nuestras existencias a final de campaña 2’469 millones de hectolitros (7’0%), hasta alcanzar los 37’651 frente los 35’182 Mhl del pasado año, no está nada mal. Que de esos stocks 35’936 Mhl lo sean de vino y 1’715 de mostos versus 33’135 y 2’047 respectivamente del año pasado, tampoco es mala cosa. Y si eso lo comparamos con lo sucedido con la producción que pasó de 33’676 millones de hectolitros a 40’949 de vino y 3’628 a 5’076 de mosto de una campaña a otra respectivamente, podemos sentirnos muy satisfechos y sacar pecho por el excelente trabajo realizado durante la campaña.

Y, aunque el mérito vuelven a tenerlo nuestras exportaciones, con un volumen de 23’357 Mhl vs. 20’640; el vino destinado a la destilación (3’043 frente los 2’949 del año pasado) o los 0’414 Mhl que elaboramos de vinagre sobre los 0’311 del año anterior, tampoco han estado nada mal. Incluso lo sucedido con el consumo aparente, que baja de los 10’221 del año anterior a los 9’218 de este, podrían considerarse buenos datos teniendo en cuenta que la hostelería ha permanecido cerrada un buen número de meses y con fuertes restricciones cuando les han permitido abrir.

Hablando de futuro, las perspectivas tampoco son nada negativas, con una estimación de cosecha que rondaría, según nuestra valoración, los treinta y ocho millones y medio de hectolitros, contar con unas disponibilidades que se situarían en 76,147 millones de hectolitros cuando el año pasado fueron 81’675 Mhl, es una sustancial reducción que debiera permitirnos disfrutar de una campaña 2021/22 con no demasiados problemas y unos precios en recuperación.

Situación que, considerando las expectativas de los otros países productores europeos nos permitirían albergar la esperanza de mejorar, también, el precio medio de nuestros productos vitivinícolas, excesivamente bajos y que hacen muy complicado contar con una rentabilidad suficiente que haga interesante el relevo generacional, especialmente en la viticultura.

Y es que, si buenas son las expectativas para esta campaña para el vino, no lo están siendo tanto en lo que se refiere al precio de la uva. En muchos casos similares a los pagados el año anterior y otros, los menos, con ligeros incrementos que distan mucho de compensar la pérdida de cosecha, incidiendo sobre la nula rentabilidad de su actividad.

Las vendimias en España

Poco a poco van generalizándose unas vendimias caracterizadas por un ligero retraso sobre las fechas de los últimos años. Lluvias y la sucesión de días de altas temperaturas con otros de un calor contenido, han provocado que las primeras labores de vendimia estén resultando bastante heterogéneas, encontrándose los consejos reguladores con más complicaciones de las que eran habituales en años precedentes a la hora de poder fijar la fecha oficial de inicio.

Uno de los aspectos que más preocupaba, los numerosos y generalizados focos de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu, que estaban teniendo lugar en prácticamente toda la geografía, parecen haberse frenado a tiempo. Y, si bien la cantidad no podrá ser recuperada y generará pérdidas sustanciales de cosecha, al menos, lo que sí parece estar a salvo es la calidad de la vendimia. En términos generales, muy buena.

Cosecha que, considerando las grandes dudas que todavía pesan sobre cuál será la evolución del mercado durante los próximos meses y si la normalidad deberá aplicarse con algún que otro condicionante que acabe afectando a la tradicional forma de consumir en nuestro país; se presenta bastante equilibrada y suficiente para facilitar la salida ordenada de los excedentes que las bodegas tienen almacenados.

Mucho menos equilibrado parece estar siendo el mercado de las uvas. Para el que estas incertidumbres están pesando mucho y llevando a las bodegas a sostener posiciones comerciales extraordinariamente prudentes en la fijación de sus cotizaciones. Todos valoran la cosecha de “suficiente” como para no ir a provocar tensiones en el mercado y trasladar las incertidumbres al del vino, abasteciéndose de uva en estos primeros compases de campaña, lo que explicaría que precios de uvas y vinos no resulten muy coherentes. Con una recuperación en los vinos, más o menos, importante y unos precios contenidos en las uvas.

Situación que está poniendo en evidencia la escasa utilidad de algunas de las leyes aprobadas y en base a las que los viticultores confiaban en desterrar precios por debajo de los costes de producción y que la realidad está demostrando mucho más complicado que la mera fijación de los mismos por parte de unos expertos.

Caídas en la producción que se confirman en los principales países, con estimaciones de cosecha que dejarían la cosecha italiana en los 44’546 millones de hectolitros (-9’21%) según la Asociación de Enólogos, la UIV  y el Ismea. Siendo de destacar lo sucedido en la Toscana o Lombardía, con pérdidas del 25’31% y 19’99% respectivamente, mientras que Sicilia aumentaría el 8’91% y la Puglia apenas perdería el 5%.

Mientras que la agencia ministerial francesa Agreste sitúa la suya en los 33’328 Mhl (-28’97%) con una fuerte caída en los vinos sin indicación de calidad (antiguos vinos de mesa) que elevarían la pérdida hasta un 30’48% con respecto el año pasado.

El camino hacia la excelencia

Hablar de sensibilidad o compromiso podría resultar un tanto frívolo para un sector que está acostumbrado a hacer la guerra cada uno por su cuenta y en el que se aspira a crecer a costa del otro. No obstante, voluntariamente o de una forma impuesta, la realidad nos está llevando hacia unas condiciones de producción que nos resultan muy favorables. Con una clara implicación con la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y la valoración del origen como sumo elemento representativo de todos estos valores.

La recién aprobada reforma de la PAC con sus nuevos requisitos para el acceso a ayudas o el papel principal que debe desarrollar el consumidor, nos obligará a hacer cambios, a plantearnos el futuro sectorial de una forma diferente a la que lo hemos hecho hasta ahora. Aumentando el cultivo acogido a la certificación ecológica, elaborando más vinos sin sulfuroso y disminuyendo el nivel en todos los demás, recuperando variedades ancestrales, adquiriendo notoriedad en conceptos como biodiversidad… pero, por encima de todo, mejorando la certificación de cara al consumidor sobre el producto que consume, potenciando la seguridad alimentaria.

Y todo esto, justo al contrario de lo que podría parecer, requiere de un gran esfuerzo tecnológico, inversor y de conocimiento. Pilares sobre los que habrá que construir el futuro de nuestro sector. Aspirar a que todo esto se pueda hacer de una manera colegiada, comprometida y correspondida por todos podría sonar a quimera, pero me atrevo a decir que resulta imprescindible en el mensaje ético que debemos hacer llegar al consumidor.

De igual forma que somos conscientes del peligro que representa un consumo excesivo de alcohol y que el vino contiene un porcentaje considerable, y luchamos todos los días por transmitir que es el propio conocimiento del vino el que te conduce hacia su cultura como mejor herramienta con la que luchar contra el alcoholismo. Tenemos que ser capaces de transmitir el resto de valores de los que somos garantes.

No es posible obtener buenos vinos sin un respeto al medioambiente, sin estar cerca de la tierra, sin mantener las tradicionales o velar por la trazabilidad del producto Y solo desde esa atalaya de valores es posible plantearse la rentabilidad de sus operadores.

Nuestra sociedad ha cambiado, la especialización se impone y convierte la profesionalización en el elemento básico sobre el que poder desarrollarla, en detrimento de la concepción de la agricultura como actividad secundaria. Lo que exige recursos y una gestión de la que hasta ahora, en muchos casos, hemos carecido.

De la misma forma que la calidad pasó de ser un hecho diferenciador a convertirse en un requisito sobre el que construir los mensajes que le dan valor al resto de intangibles; tenemos que ser capaces de entender que la excelencia es el único camino que nos queda para satisfacer a los consumidores.

El mercado es universal, sus posibilidades casi infinitas, la diversidad de consumidores, hábitos, canales de venta y destinos, convierten sus posibles combinaciones en interminables. Abanderar esas exigencias y valorar el papel que cada uno de los integrantes de la cadena de valor tiene, siendo capaces de construirla verdaderamente desde abajo, puede sonar como un brindis al sol, pero no nos olvidemos que, queramos o no, los controles han venido para quedarse, que cada día contaremos con mejores herramientas y la honestidad no dejará resquicio por el que escapar.

Las vendimias en España

Los frecuentes episodios climatológicos sucedidos durante la pasada semana en la geografía española, especialmente relacionados con fuertes lluvias y algún que otro de granizo, no han hecho sino confirmar las estimaciones a la baja con la que venían trabajando las diferentes organizaciones agrarias y cooperativas. Previsiones que, millón arriba o abajo, dejarían la cosecha en el entorno de los treinta y nueve millones de hectolitros. Muy próxima a la que obtuvimos en el año prepandémico del 2019 cuando nos quedamos en los 37,728 Mhl pero muy lejos de los 42,853 que sería la media de los últimos cinco cosechas o los 46,493 de la anterior.

Sea como fuere, lo que sí marca una diferencia clara con respecto a cualquier año es la fuerte caída que deberán soportar nuestros socios italianos, cuyas primeras estimaciones sitúan la cosecha en el entorno de los cuarenta y cinco millones de hectolitros, muy lejos de los más de cuarenta y nueve en los que está la media de las últimas cinco. O lo que todavía es mucho peor, de nuestros vecinos franceses, cuya segunda estimación publicada por Agreste y referida al primero de septiembre, apenas la sitúa por encima de los treinta y tres millones de hectolitros (33,328), cuando el pasado año rozaban los cuarenta y siete (46,923) y su media está por encima de los cuarenta y cuatro (44,210).

Circunstancia que nos permite asegurar que nos enfrentamos a una de las vendimias más cortas en la Unión Europea de su historia y que debería permitirnos albergar alguna esperanza de un mercado ágil en sus operaciones, favorable para nuestras exportaciones y de precios más altos de los ruinosos con los que hemos tenido que ir transitando sobre una campaña 20/21 y que la han convertido en una verdadera pesadilla, a olvidar lo más rápidamente posible.

Aun así, de lo que conocemos hasta ahora, no podemos decir que vayan mucho mejor las cosas. Pues si bien las bodegas que han publicado sus tablillas en Castilla-La Mancha lo han hecho anunciando subidas considerables sobre las del pasado año, la realidad dista bastante. Puesto que para encontrar ese gran aumento en los precios deberíamos irnos a las primeras publicadas, sin considerar las sucesivas correcciones que a lo largo de las vendimias se fueron produciendo y que reducen, muy considerablemente, esos incrementos de los que presumen en sus notas de prensa.

Algo más interesante se presenta el mercado de vinos y mostos, donde, efectivamente, sí están cotizando a precios notablemente por encima de los del pasado año y en el que se respira un cierto aire de optimismo ante la posibilidad de sostener en el tiempo esa tendencia alcista y llevar sus precios a niveles que hagan rentable la actividad. Cosa que tendrán muy difícil los viticultores, cuyas pérdidas de producción exceden en mucho los posibles incrementos en precios y cuyos costes se han visto fuertemente incrementados por un número mucho mayor de tratamientos con los que poder hacer frente a las enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Gracias a los cuales ha sido posible llegar a este momento con un fruto sano y de calidad.

Por una acción común

Unas estimaciones claramente a la baja en toda la Unión Europa, con muchas posibilidades de que nos enfrentemos a una de las campañas más reducidas de su historia, están permitiendo recuperar la ilusión en el sector y la esperanza de que sus cotizaciones superen ese penoso umbral de rentabilidad que marca el ingreso con el que cubrir los costes de producción.

Hasta el momento, precios de uva y mostos marcan una tendencia claramente positiva de la que se están contagiando los vinos viejos y poniendo en evidencia, una vez más, el gran problema de estabilidad que tiene este sector y lo difícil que, bajo estas circunstancias, se hace contar con un verdadero plan estratégico y las políticas necesarias que lleven a nuestro sector a la posición que, por todos deseada, es escasamente perseguida.

Unos años por otros, bien porque la cosecha es corta y los precios altos o, porque hay mucha producción y los precios bajan. El caso es que no hay forma de poder acudir a la distribución con la estabilidad que necesita en los precios de sus productos finales. Lo que no solo dificulta mucho la operatividad de nuestras bodegas, sino que también impide una gestión efectiva y eficiente de los medios de producción, especialmente del cultivo de la viña.

Ya puede haber leyes y organismos encargados de vigilar la libre competencia del mercado que nada de todo eso será, en sí mismo, suficiente para que el sector vitivinícola consiga ser un sector próspero. Está claro que no acabamos de entender que esa prosperidad solo es posible si resulta colectiva, que crecer a costa de otro no tiene futuro y solo genera enfrentamientos que minan las escasas posibilidades que presenta un mercado maduro y altamente competitivo. Y, aunque los viticultores tienen todo su derecho a reclamar que no sea cuando las condiciones les son favorables cuando deban realizarse los esfuerzos en pro de la colectividad; igualmente cierto es que en algún momento hay que hacerlo.

Disponer de contratos homologados es un gran primer paso que no hace sino poner en evidencia la gran precariedad y el enorme retraso que presenta nuestro sector cuando nos referimos a él como actividad empresarial. Pero resulta totalmente insuficiente. Son necesarios acuerdos plurianuales que vayan más allá de precios fijos y reconozcan que, tanto en lo bueno, como en lo malo, viticultores e industria, van de la mano, haciendo realidad esa corresponsabilidad a la que tan acostumbrados nos han dejado las ayudas del PASVE y que tan incapaces somos de asumir en algo más básico y sencillo como son las relaciones entre sus operadores.

Evidentemente no será esta campaña, en la que la actividad ya es una realidad, cuando se pueda aspirar a disfrutar de esa complejidad. Pero sería interesante (y necesario), bajo estas circunstancias, recapacitar sobre el asunto.