La cuadratura del círculo

Que tenemos un problema de comercialización, especialmente marcado en tintos, es un hecho que una ligera mirada hacia las cotizaciones y la operatividad del mercado de estos últimos meses evidencia.

Que algunas denominaciones de origen de gran prestigio han hecho públicos sus preocupantes existencias y alertado al sector con el anuncio de unas medidas profilácticas por lo que pudiera depararles el futuro. Que han generado bastante revuelo en el sector.

Que los fondos de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE) provenientes de Europa, no contemplan entre sus medidas una destilación de crisis, con independencia de que fuera de carácter voluntario u obligatorio; y, consecuentemente, su aplicación requiera de la autorización de la Comisión Europea y su dotación de los Fondos del PASVE estaría limitada al 15% (30 millones de euros aproximadamente), es conocido por todos: organizaciones sectoriales y políticos.

Que estamos a menos de dos meses de celebrarse elecciones a ayuntamientos y la mayoría de comunidades autónomas; nos lo recuerdan constantemente nuestros políticos.

Que en la Unión Europea tenemos problemas, no sé si más importantes (porque para cada uno el más importante es el suyo) a los que dedicar unos fondos que se antojan insuficientes para hacer frente a planes de resiliencia, guerras, crisis bancarias, tensiones nacionales, inflación incontrolada…

Que el hecho de que una bebida alcohólica (lo que es sólo el vino para muchos de los que tienen la posibilidad de aprobar estas medidas) tenga dificultades por haberse reducido su comercialización y lo que ello supone, la caída de su consumo; es más motivo de satisfacción para algunos (aunque no lo digan) que de preocupación.

Que la pertinaz y contundente sequía vivida en España hace muy complicada, aunque no imposible, que la próxima cosecha pueda estar en niveles superiores a las de las dos últimas, que bien podrían calificarse de “contenidas”.

Que las existencias, por preocupantes que resulten en algunas comunidades autónomas, a nivel nacional están en cantidades muy similares a las de otras campañas en las que, ni tan siquiera, se ha planteado la posibilidad de adoptar medidas extraordinarias.

Que este problema no es exclusivo de nuestro país, afectando a todos los países productores. Con Francia tomando la iniciativa con su anuncio de solicitar a Bruselas la autorización para una destilación de crisis, que todavía no ha efectuado.

Que todo esto genera un marco extraordinariamente complicado en el que urge tomar medidas.

Explica la decisión que han adoptado las cooperativas españolas de solicitarle al Ministerio una destilación de 3 millones de hectolitros. Divididos en dos momentos, uno de 1’5 Mhl lo antes posible y el otro millón y medio para cuando haya dado comienzo la próxima campaña.

Horizonte de preocupación

Llevamos ya un cierto tiempo en el que el sector, a través de sus diferentes agentes, viene reclamando la adopción de medidas que vengan a poner freno a la situación de desequilibrio del mercado. La que califican de profunda y de la que consideran que es imposible salir, sin implementar acciones extraordinarias.

Y algo así debe pensar nuestro Ministro de Agricultura, Luis Planas, a juzgar por las declaraciones efectuadas el pasado 16 de marzo a ‘Canal Extremadura’ en las que recomendaba que el sector vitivinícola español “no debe entrar en pánico por la situación que atraviesa”. Justificándola al considerar que el “desajuste entre la oferta y la demanda y el descenso de los precios (entre un 5 y un 7%) no se debe a una gran crisis”, aunque sí reconozca un horizonte de preocupación.

Sin duda, valoraciones fundamentadas y tranquilizadoras, como deben ser todas las que emanan de quienes tienen, entre sus muchas funciones, evitar que pueda cundir el pánico. Pero que fueron acompañadas de un total apoyo a la solicitud de una destilación de crisis (medida extraordinaria) presentada por Francia ante Bruselas y que, como ya hemos comentado en estas mismas páginas, estaría dotada de un presupuesto de 160 M€ cofinanciada con fondos de su Plan de Apoyo Nacional y el Ministerio de Agricultura. Toda una declaración de intenciones sobre la conveniencia de buscar alguna forma de acelerar la resolución de un problema que el tiempo no acaba de resolver.

Aunque hay que reconocer que, en temas relacionados con su Ministerio, hay un factor que lo puede cambiar todo de manera repentina. Un componente que ya fue utilizado la semana pasada por el Gabinete al que pertenece Luis Planas para justificar la subida de los precios y el mantenimiento de la inflación subyacentes. Me estoy refiriendo a la climatología.

Pocas lluvias, temperaturas inusualmente altas y unos antecedentes de cosecha corta y “poca madera” en la viña, permiten albergar la esperanza de que la ecuación del mercado encuentre su equilibrio por la parte de la oferta con una cosecha 2023 corta, más corta que los dos precedentes.

Aunque, mucho me temo que la solución al desequilibrio que presenta el sector vitivinícola español no esté, ni en la posible destilación de crisis que autorizase Bruselas, ni en una cosecha reducida. Efectivamente, ambos factores, junto a otras medidas como la cosecha verde, ayudarán a solucionar la falta de operatividad, mucho más pronunciada en tintos que blancos, del mercado; a recuperar sus precios y mirar al horizonte con algo menos de preocupación de la que conflictos bélicos, quiebras bancarias, barreras arancelarias, pandemias y un largo etcétera de acontecimientos históricos nos permiten.

Pero seguirían sin servir de nada si a lo que nos estuviésemos enfrentando se tratase de un problema estructural, con origen en una reducción del consumo y un desplazamiento de la producción y reducción de la competitividad de los vinos europeos y, en la franja baja del producto y más sensibles a los cambios, los españoles.

Los datos de existencias de enero no parecen indicar niveles preocupantes y mucho menos para la paralización que estamos sufriendo. Sólo confío en que el Ministro no se equivoque y no nos estemos enfrentando a una gran crisis.

Algo estamos haciendo mal

Sin entrar en una discusión profunda sobre el futuro de la intervención del sector y las posibles consecuencias que, ante los nuevos retos se le presentan a la Unión Europea pudiera tener sobre la política vitivinícola. Lo que difícilmente aguanta una discusión es que, la mayoría de medidas aplicadas en el sector para “adaptarnos al mercado” han servido a duras penas al propósito (aunque es cierto que siempre nos quedará la duda de qué hubiese sucedido de no aplicarse).

Hemos perdido superficie de viñedo, sin que ello haya afectado a la producción. La ingente cantidad de dinero destinada a la reestructuración y reconversión del viñedo ha permitido aumentar los rendimientos y sostener, aunque de manera muy irregular, nuestras producciones.

La mejora de la calidad de los vinos, pudiera ser calificada de notable. Si bien ello apenas ha tenido traslación al mercado. Donde nuestras exportaciones consiguen alcanzar en años recientes cifras récord de volumen, pero manteniendo precios medios claramente insuficientes para garantizar la rentabilidad de muchas de nuestras explotaciones.

El mercado interior, evidenciando la categorización del producto como un bien de lujo (que no es otro que aquel producto o servicio para el cual aumenta la demanda a medida que se incrementa el nivel de ingresos del consumidor); está pasando por un verdadero calvario en estos últimos ejercicios, con pérdidas prácticamente constantes en el último año.

Y, mientras tanto seguimos padeciendo el relevo generacional, el arranque de viñedos viejos, la desertización de muchas comarcas donde el viñedo suponía la única masa vegetal existente, el abandono de la población o la ineficacia de la concentración como elemento vertebrador que asegurase el porvenir. Somos el país que más superficie de viñedo de transformación tenemos. También el que más perdemos. El que más ha exportado y el que más barato lo ha hecho. El que más ha reestructurado y el que menos competitivo se muestra. El más atomizado y el que menos inversiones de grandes compañías mundiales recibe.

Son muchas cuestiones para que sean fruto del azar o cuestión sólo de unos pocos. Algo estamos haciendo mal como colectivo. Nos falta planificación, conciencia sectorial, humildad que evite personalismos y orgullo de marca nacional.

Las crisis son, por pura definición, momentos de grandes oportunidades. Llevamos inmersos, por unas cosas u otras, quince años en una continua crisis y no conseguimos mejorar. Algo no estamos haciendo bien.

Hasta dónde tendremos que llegar para que el MAPA actúe

Qué duda cabe que no corren buenos tiempos para el sector.

Ya no es una cuestión de que las producciones hayan sido unas u otras. Que la calidad de los vinos sea la que es y su capacidad para la elaboración de vinos con gran longevidad se encuentre más o menos mermada. Que las cosechas en Francia e Italia se hayan situado en volúmenes que podríamos cuantificar como “normales” y las previsiones de vendimia 2023 en Argentina, (especialmente), pero también Chile o Uruguay prevean mermas importantes.

Ni tan si quiera que la lluvia de millones que nos llegan de Bruselas, con los llamados fondos del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, 69.528 millones de euros en transferencias no reembolsables y otros 70.000 millones de euros más a los que se podría acceder mediante préstamos del Mecanismo Europeo de Recuperación y Resiliencia (MRR), que potencialmente pueden movilizarse hasta 2026… Más los más de 12.400 millones de euros de REACT-EU, los más de 35.000 millones de euros de los fondos estructurales, FEDER y Fondo Social Europeo+ (FSE+) previstos en el marco financiero plurianual 2021-2027, o programas comunitarios como Horizonte Europa, en el que las empresas españolas tienen un buen retorno, así como los 47.700 millones de euros de la Política Agrícola Común para el mismo periodo…

“Volumen de inversión superior al de cualquier otro momento de nuestra historia, y que puede suponer un salto cuantitativo y cualitativo similar al que condujeron los fondos estructurales en los años ochenta y noventa”, según cita el propio Gobierno de España; pasen como una exhalación por el sector vitivinícola, sin más fondos que los directamente provenientes de su Plan de Apoyo (PASVE) para hacer frente a los graves desequilibrios que presenta entre oferta y demanda.

Es que, además, hay una guerra a las puertas de la Unión Europea. Un conflicto en el que el hecho de que no estemos presentes con soldados, o se bombardeen nuestras ciudades, no significa que no le debamos dedicar una buena parte de recursos económicos y esté generando graves crisis energéticas, que han elevado los costes de elaboración, disparado la inflación; subida del precio del dinero que resta capacidad crediticia para empresas y ciudadanos y afecta directamente a nuestra renta disponible.

Un panorama horribilis que está teniendo una grave incidencia en nuestro sector.

El comercio exterior, vital para nuestra supervivencia alcanza cifra récord de facturación en productos vitivinícolas 3.422’83 (+3’5%) millones de euros, pero a costa de dejarse el 11’9% en volumen (2.744’10 millones de litros). El consumo interno mantiene la “caída libre” iniciada en el mes de febrero y ya está en los 959 millones de litros, y con perspectivas nada halagüeñas para los datos que deberán ser publicados en estos días correspondientes a enero’23.

¿Qué más tiene que pasar para que el Ministerio de Agricultura atienda al sector?

Llegan fondos de la UE como nunca en la historia, el consumo cae a cifras cercanas a la pandemia, las exportaciones pierden volumen, las organizaciones agrarias solicitan medidas de intervención, los consejos reguladores anuncian reducción de rendimientos… Y, a pesar de dos citas electorales en este año, no actúan.

Es necesario tomar medidas

En España cada día surgen nuevas voces solicitado la aplicación de una destilación de crisis. ¿Hasta cuándo el Ministerio hará oídos sordos?

Aunque no todos los vinos de calidad llevan el sello de Bordeaux y hay reputadísimos vinos elaborados en otras zonas de Francia y el resto del mundo. Llama la atención la noticia de que hayan surgido voces pidiendo un arranque de una pequeña parte (diez por ciento) de la superficie para devolver el equilibrio a esta zona de referencia.

También hay vida mucho más allá de las afamadas Indicaciones de Calidad Españolas, entre las que, sin ningún género de dudas, ocupa el lugar preponderante, la Denominación de Origen Calificada Rioja. En la que, también, se está demandando, si no un arranque de parte de su superficie, sí una destilación que permita eliminar unos excedentes que están lastrando sus precios y sirviendo de justificación a algunas bodegas para romper acuerdos plurianuales de adquisición de uva, que dotan (o al menos debería) de estabilidad a los operadores de la Denominación de Origen.

Y digo esto, porque, atendiendo a estas noticias y con el consiguiente aderezo de aquellas otras relacionadas con la pérdida de volumen en nuestras exportaciones, la caída del consumo interno, una descontrolada inflación… parecería que nos asomamos al abismo más profundo del sector vitivinícola mundial.

Muy seguramente, todas estas informaciones no sean más que la reacción a cambios, de cierto calado, que se están produciendo en el consumo y comercialización de los productos vitivinícolas. Acontecimientos cíclicos de cualquier actividad económica que sufre sus propios dientes de sierra y que, sí es posible que, en esta ocasión, se vean agravados por las circunstancias extraordinarias de las crisis motivadas por la falta de materias primas, problemas logísticos que permitan una normal circulación de mercancías, crisis energéticas; y lo que ha sido mucho más excepcional: una pandemia mundial que supuso la paralización global de la economía y una guerra en la que el hecho de que no suframos los bombardeos en nuestras ciudades, no significa que no estemos involucrados y nos afecten, de lleno, los “bombardeos” económicos.

A diferencia de otros momentos en los que desde la Unión Europea se ha intentado soslayar esta situación con medidas drásticas, como fuera la de arranques masivos. En esta ocasión, Bruselas ha preferido que sean sus Estados Miembros los que, utilizando sus fondos del Plan de Apoyo al Sector Vitivinícola, busquen la solución más apropiada a sus circunstancias.