Un círculo vicioso de pesimismo que hay que romper

Resulta muy complicado mirar al futuro en un ambiente tan enrarecido como el que pesa sobre el sector. Máxime cuando desde todas las organizaciones se trasladan continuos mensajes de pesimismo sobre su futuro y se destacan los graves problemas que lo acechan.

Y, aunque es cierto que, bajo este panorama, se hace muy difícil encontrar un halo de optimismo bajo el que desarrollar nuevos proyectos, si algo caracteriza al sector vitivinícola es su resiliencia.

No obstante, convendría recordar, ahora más que nunca, que de la misma forma que la percepción que tenía el consumidor en los primeros años de este siglo: cuando las bodegas florecían ante la llegada de poderosos empresarios que habían hecho fortuna con otras actividades de negocio y aspiraban a hacer lo propio en el vino, se inundaban las vinotecas de nuevas referencias y los lineales aumentaban sus precios… Poco o nada tenía que ver con la realidad de un sector que tenía sumido su consumo en una profunda crisis, el abandono del viñedo resultaba alarmante y los jóvenes no se planteaban seguir los pasos de sus ancestros.

Tampoco ahora, cuando todo parece negativo y el futuro de la vitivinicultura parece estar seriamente cuestionado, la realidad resulta tan perversa.

Claro que tenemos problemas con el consumo, las producciones, la rentabilidad, el relevo generacional, la despoblación del ámbito rural, los momentos de consumo, cambio climático… y así podríamos elaborar una lista, tan larga como interminable. Pero ninguno al que el sector no esté capacitado para hacerle frente.

La ventaja que ahora tenemos respecto a lo que sucedía hace un cuarto de siglo es que la información es más precisa, la transmisión del conocimiento más universal y rápida y la profesionalización de sus operadores mucho más especializada.

A pesar de ello, es verdad. No son problemas fáciles de solucionar. Como tampoco hay una solución universal que aplicar a todo el sector. Cada caso requiere su propio análisis y su estrategia. Pero hay grandes oportunidades.

Y así lo deben pensar los viticultores, o eso al menos se podría desprender de los últimos datos de la Esyrce y que corresponden a la superficie de viñedo de uva de transformación al 1 de agosto de 2024.

Según estos datos la superficie total de viñedo de uva de transformación en España era de 910.971 has, lo que supone un 3,63% menos que el año anterior cuando, sorpresivamente aumentó hasta los 945.315, alejando de los novecientos once mil de media de los años veinte, veintiuno y veintidós.

Y, aunque los motivos pueden ser miles, mirando el detalle de regadío y secano junto con lo sucedido en las diferentes comunidades autónomas. Todo parece indicar que los motivos de esta disminución están más ligados a problemas climáticos, especialmente los relacionados con la disponibilidad de recursos hídricos, que a una verdadera huida del sector.

Así nos encontramos con que la superficie de secano desciende el 1,22%, mientras que la de regadío lo hace un 6,94%, siendo las regiones del Levante español (C. Valenciana, Murcia y Andalucía) las que concentran las mayores pérdidas de superficie.

Adiós a la campaña de la “normalidad”

Con el permiso de impresionantes (y repetidas) granizadas que han afectado severamente a viñedos distribuidos por toda España, el mildiu sigue siendo la mayor preocupación del sector productor. La virulencia con la que se ha manifestado el hongo, con efectos que podríamos asegurar de gran importancia en la cosecha venidera, junto con su generalización geográfica, sin que haya región que se libre de sus consecuencias (con muy diferentes rangos de afectación, eso sí), está marcando una campaña que estaba llamada a ser la de la “normalidad” y que, al paso que vamos, puede pasar a ser de esas históricas, que quedan en nuestra memoria.

Según los últimos datos ofrecidos por Agroseguro, la superficie declarada y asegurada de viñedo de uva de vinificación con daños, principalmente por pedrisco, en las parcelas hasta el pasado 31 de mayo se elevó a 38.924 hectáreas… Sin contabilizar, por tanto, los siniestros acaecidos en junio.

La previsión de indemnizaciones se situó hasta esa fecha en 20,87 millones de euros, de los cuales, casi un 41,7% y 8,70 millones corresponden a viñedos damnificados en Castilla-La Mancha; otro 24% y 5 millones a La Rioja; un 11,5% y 2,40 millones a la Comunidad Valenciana; un 10,5% y 2,2 millones a Castilla y León; un 5,3% y 1,1 millones a la Región de Murcia, y otros 1,47 millones de euros a viñedos del resto de regiones.

La sensación de que el mercado se encuentra sumido en la paralización, con un consumo a la baja y un cambio en las preferencias desde los tintos a blancos y espumosos, hace más llevadera una situación en el viñedo que, en otras condiciones, hubiese generado un importante alarmismo ante los elevados costes que esta afectación criptogámica está generando y los efectos de reducción de vendimias que pudiera acabar teniendo.

Con el objetivo de paliar esta situación, el Consejo de Ministros de Agricultura de la UE podría alcanzar en estos días un primer acuerdo político sobre el paquete de medidas de flexibilización y simplificación en apoyo del sector vitivinícola comunitario “Paquete Vino”.

En términos generales, las medidas planteadas para la promoción en terceros países, el apoyo las medidas destinadas a la prevención de la flavescencia dorada u otro tipo de plagas que afectan al cultivo del viñedo. La posibilidad de eximir a los vinos destinados a la exportación de la obligación de tener que indicar la lista de ingredientes y la declaración nutricional en la etiqueta. Que la terminología que se vaya a utilizar para los vinos de baja graduación alcohólica sea mucho más precisa, con el fin de evitar fraude o confusión a los consumidores.

El mildiu pone en peligro la cosecha

De preocupante podría calificarse el momento que vive el sector productor. Pues si las abundantes lluvias caídas en la práctica totalidad de nuestra geografía permitían pasar página a los nefastos efectos que la pertinaz sequía había ocasionado en nuestras producciones. Ahora era la presencia de esta, la que ocasionaba daños de consideración.

Daños por inundaciones, como los ocasionados en la provincia de Valencia, aparte. Digamos que los niveles de precipitaciones no debieran haber ocasionado ningún perjuicio en las cosechas. Más bien, todo lo contrario. Fueron recibidas por los viticultores con los brazos abiertos y la esperanza de poder dar por superado un episodio que duraba varios años y que había llegado a poner en peligro de supervivencia la propia planta; era plena.

Pero como la dicha nunca es completa, a estas lluvias le sucedieron altas temperaturas que trajeron un idílico escenario para el desarrollo de enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Cuya virulencia puso de manifiesto lo que ya algunos viticultores, los más viejos del lugar, preveían. Y es que la sequía de los años atrás, había favorecido el desarrollo larvado de la enfermedad que, cuando se han dado las condiciones adecuadas, ha aflorado con gran celeridad. Haciendo prácticamente inútil los primeros tratamientos y obligando a repetirlos con una alta frecuencia.

Con lo que de coste supone, lo que ya de por sí es un alto inconveniente para muchos viticultores que rozan la nula rentabilidad al precio al que venden sus uvas. Pero que, además, tendrá sus efectos sobre el conjunto de la producción al encontrarse la vid en un estado fenológico muy delicado como es la floración-cuajado, cuando la viña es especialmente sensible. Siendo bastante generalizado que la enfermedad haya traspasado las hojas al racimo.

Afortunadamente esta situación se ha dado antes de que, en aquellas regiones donde vaya a aplicar la vendimia en verde, haya tenido lugar y provocará que muchos de esos miles de viticultores que lo hubieran solicitado, se vuelvan atrás y no tiren ningún racimo al suelo.

Mientras la viña evoluciona, el mercado parece mantener cierta inapetencia. Con operaciones de escaso volumen y cotizaciones que se mantienen bastante estables.

Manteniéndose esa extraña sensación que llevamos meses y meses soportando, de unas salidas desde bodega con tendencia positiva para los tintos y rosados, mientras los blancos caen. Situación que se compagina con una demanda por los operadores que parecen estar más interesados en los blancos que tintos.

Con los últimos datos del Infovi, correspondientes al mes de abril, en la mano. Podemos asegurar que el consumo aparente de vino blanco cae, con respecto al mismo mes del año anterior, un 10’0%, mientras que el de tintos y rosados, aumenta el 6’9%.

O que las existencias de vino blanco son un 15’53% superiores, en tanto que las de tintos se sitúan un 12’19% por debajo. Aunque, en este caso, hay que reconocer que desconocemos la cantidad de vino que, con uvas tintas pudiera haberse vinificado en blanco.

La desalcoholización, ¿una forma de conectar con nuevos consumidores?

No hay ninguna duda de que uno de los temas que más preocupa al sector vitivinícola es el consumo de vino, especialmente entre los jóvenes. Resulta bastante habitual escuchar que “los clientes se nos están muriendo”, en referencia a la escasa tasa de reposición que encuentra nuestro sector entre los jóvenes.

Y, aunque muy posiblemente no todo sea cuestión de reposición, pudiendo haber una parte de esa recuperación del consumo que debamos buscarla en aumentar la frecuencia de consumo (actualmente cifrada en tres copas a la semana, concentradas en fines de semana); es incuestionable que la incorporación de nuevos consumidores resulta vital para nuestro futuro.

Encontrar la forma de llegar a ellos con un mensaje, presentación y tipología de vinos adecuados lleva años convertido en el principal objetivo de cualquier país productor, colectivo sectorial o bodega individual. Y, aunque cada uno ha tomado, toma y tomará su propia estrategia, todos coinciden en señalar que, en esta batalla, la incorporación de vinos de bajo (o nulo) contenido alcohólico resulta primordial.

Gracias a diferentes estudios realizados con anterioridad, sabemos que los jóvenes a la hora de elegir un vino tienen en cuenta cuestiones que van allá de las características del vino, que argumentos relacionados con la salud, sostenibilidad y autenticidad juegan un papel importante en esa decisión.

Sensible ante estas cuestiones se lleva años trabajando desde la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) en todo lo vinculado con las prácticas enológicas relacionas con la desalcoholización total o parcial de los vinos. Desde la Comisión Europea, en autorizarlas y modificar el etiquetado de los vinos permitiendo las menciones de “alcohol cero”, si el % vol no supera el 0,1; “sin alcohol” cuando sea superior a 0,1% e inferior al 0,5% vol, o “bajo contenido alcohólico” para aquellos de graduación superior al 0,5% vol e inferior al grado alcohólico anterior a la desalcoholización.

Y, por último, pero no menos importante, las bodegas por elaborar un producto que cumpla con unos mínimos de calidad y organolépticos para poder ser considerado “vino”.

Gracias a un estudio realizado por dos profesores de la Universidad de León, Rosana Fuentes y José Luis del Campos, hoy podemos confirmar, con cierto rigor científico, que la mayoría de los consumidores, cerca del ochenta por ciento, estarían dispuestos a probarlos. Porcentaje que sube hasta más del ochenta y siete, si hablamos de los jóvenes.