Menos cosecha y precios más bajos

Dejando a un lado cuál vaya a ser la afección que sobre la cosecha acabe teniendo, sin duda importante, pero todavía por determinar y, sobre la que encontrarán una información mucho más amplia en la sección de Vendimias, el hecho es que el resultado no está siendo el que todos esperábamos (al menos al inicio de la recogida).

Sus cifras van a acabar estando muy lejos de las primeras previsiones y los efectos de esta reducción de producción en el reflejo que se supondría debería haber tenido en las cotizaciones, también.

Y aunque es entendible que todo esto esté generando cierto desánimo en el sector y un innegable sentimiento de “tristeza y desasosiego” que lo está impregnando todo; no deberíamos dejarnos llevar por el desánimo, cuando tenemos grandes oportunidades.

Sin duda, posibilidades que pasan directamente por mejorar nuestro mix de producto y dotar a nuestra producción de un mayor valor que poder redistribuir en toda la cadena, especialmente en nuestros viticultores. Que, como parte más débil, acaban siendo la cola de un látigo que los está expulsando y cuyas consecuencias, cuando queramos darnos cuenta, serán irreversibles.

Aunque tampoco nos podemos olvidar de los propios efectos que el cambio climático está teniendo en las cosechas. Que se están viendo mermadas año tras año. Cuando no es por una causa (sequía especialmente), lo es por otra, (mildiu y otras enfermedades criptogámicas, o plagas como la del mosquito verde). Por no hablar de ese extraño brote de filoxera, totalmente impensable y que está teniendo un comportamiento un tanto insólito al reflejarse en la hoja y no en la raíz.

Situaciones que acaban desesperándonos y obligándonos a tomar decisiones no siempre lo suficientemente meditadas y que acaban afectando constantemente al precio.

Vender más barato es posible que pueda servirnos para sacarnos de una situación puntual. Para hacer líquidas unas existencias que se nos han enquistado y conseguir una tesorería que las entidades financieras nos escatiman. Pero nunca nos ayudará a salir del atolladero y mirar hacia el futuro con la esperanza de salir fortalecidos.

Nos enfrentamos a un momento delicado para el sector. Se nos cuestiona por nuestro contenido alcohólico. Por las ayudas que recibimos de la Unión Europea. Por nuestra forma de comunicar y la falta de empatía con los nuevos consumidores. Por la fuerte rigidez que hemos demostrado en nuestra adaptación a los cambios sociales. Hasta incluso se nos cuestiona la capacidad de control y vigilancia que llevan cabo los Consejos Reguladores de las Denominaciones de Origen en aras de una mayor competencia.

Pero se ignora que esta bebida, el Vino, viene acompañando a nuestra civilización desde hace más de ocho mil años y que lo va a seguir haciendo, sin ninguna duda. Aunque, es cierto que deberemos adaptarnos y tomar medidas.

Quizás, la primera de todas, tomar conciencia de colectividad y de que los problemas a los que nos enfrentamos exceden el de la competitividad de cada una de nuestras bodegas, o incluso países productores. Son cuestiones que exceden el ámbito de lo particular y que sólo pueden solucionarse con un enfoque global.

La pregunta es: ¿estamos dispuestos a ceder parte de nuestros intereses por ese bien común?

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