Un círculo vicioso del que hay que salir cuanto antes

Si en algo podemos decir que coincidimos, todos los que, de una manera u otra, estamos relacionados con el sector vitivinícola, es en destacar la pesadumbre que se respira. Desde las más grandes bodegas a las de menor tamaño, sin olvidarnos de las cooperativas, viticultores o distribuidores… Todos hablan del presente del sector como uno de los peores tiempos, como un momento en el que corre peligro la misma supervivencia del propio vino.

Y, muy posiblemente, si todos opinan lo mismo, será porque es verdad, pero yo sigo sin entenderlo muy bien y, desde luego, sin compartirlo.

Puedo estar de acuerdo en que las amenazas que se ciernen sobre el vino como producto por su contenido alcohólico son importantes y de consecuencias imprevisibles. Que la climatología nos ha conducido a niveles de producción mundiales que creíamos altamente superados, devolviéndonos a cifras de hace más de sesenta años. Incluso que el mal momento por el que atraviesan algunas de las zonas más afamadas del mundo, con niveles de stocks importantes generados durante la pandemia, y a los que no han conseguido darle salida en estos años, está generando un efecto contagio.

Hasta puedo entender que los gustos de los consumidores, su cultura, los momentos de consumo, la renta disponible para productos perfectamente prescindibles como es el vino… han cambiado.

Todo cuestiones cualitativas e intangibles que resultan difícilmente cuantificables.

Pero no puedo estar de acuerdo en justificar esta situación con los datos estadísticos de los que disponemos.

La bajada de producción es un efecto directo de cuestiones que poco o nada tienen que ver con el sector. Sequías seguidas de episodios de lluvia intensa, heladas tardías o espectaculares tormentas de granizo; nada tiene que ver con la vitivinicultura y sí con el Cambio Climático.

La reducción de la renta disponible como consecuencia de la caída en las principales economías mundiales. La alteración de un mapa geopolítico. La implantación de políticas ultraconservadoras… Nada tienen que ver con el sector y muy poco, o nada, se puede hacer desde él por cambiarlo. Pero afectan al ánimo del consumidor y reducen su capacidad de gasto.

Y, aunque no estoy cualificado para saber cómo se vence este círculo vicioso de negatividad en la que nos hemos metido. Sí sé cómo no lo conseguiremos. Y es, siguiendo sin tomar más medidas que la lamentación colectiva.

Aunque tímidos, datos positivos del sector

Si bien en 2024 las ventas de vino español aumentaron un 38% en Italia, Japón un 9%, Países Bajos el 8% y Estados Unidos 8%. Según el informe ‘Análisis de las exportaciones agroalimentarias’, publicado por Cajamar, las exportaciones españolas de vino alcanzaron los 3.136 millones de euros en 2024, lo que supone un incremento del 2% respecto al año anterior. Un aumento que rompe la tendencia negativa del año anterior, en el que cayeron el 3%; pero no es suficiente para revertir el estancamiento del sector que pierde peso en el comercio exterior agroalimentario español. Como indica el descenso que ha experimentado en la última década que ha pasado del 7% que representaba en el 2014 al 4% del 2024.

Mientras esto sucede en nuestro país, Portugal mejora un 4% e Italia un 5%. No así ni Francia ni Alemania que descienden un 2% y 4%, respectivamente.

Tampoco en precio mejoramos nuestro posicionamiento, ya que seguimos siendo el país que tiene un precio medio del vino más bajo: 1,49 euros por litro (+7% s/2023), pero a años luz de los 8,69 euros/litro a los que exporta Francia o los 3,66 euros/litro de Italia.

Mientras tanto, según los datos que se desprenden del Infovi correspondiente al mes de marzo, el consumo aparente de vino en nuestro país se sitúa en los 9.736.850 hectolitros de vino, en dato interanual, apenas cuatro mil cuatrocientos hectolitros más que el mes anterior y ocho mil novecientos que el mismo periodo del año anterior.

Dato que, dado el profundo pesimismo en que se lleva desenvolviendo el sector vitivinícola (en el que parecemos haber asumido que nos enfrentamos a un descenso del consumo que seremos incapaces de revertir), supone un hálito de esperanza. Las cifras muestran una tendencia creciente, muy tímida, desde octubre de 2022.

Por colores, los datos también se muestran testarudos ante la idea de una fuerte recuperación del blanco a costa de los tintos y rosados. En el TAM a marzo de 2025, estos vinos de color registran un incremento estadístico del 6,3% en su consumo, hasta los 5,81 Mhl. Un dinamismo que sirve para compensar el retroceso de los vinos blancos (que sigue acelerándose). En el interanual a marzo los blancos suman 3,92 Mhl, lo que supone un 7,8% de caída respecto a un año antes.

Cifras, todas ellas, muy tímidas, pero que debieran aportarnos un halo de optimismo ante un futuro en el que los vinos españoles deberían dar un importante salto cualitativo en cuanto a posicionamiento internacional.

Un camino hacia la revalorización de los vinos

Si bien es cierto que, con el Infovi, la información estadística vitivinícola de la que dispone el sector ha mejorado sustancialmente. Al menos tenemos información (puntual y verificada) de lo que viene sucediendo con la producción y las salidas de vino según sus diferentes utilizaciones. Todavía son muchos los temas, algunos de ellos de vital importancia, de los que apenas tenemos datos o, sencillamente, no sabemos nada.

Uno de ellos es, sin ningún género de dudas, el relacionado con el valor. Para hablar de producción tenemos que esperar un año para que el Ministerio de Agricultura publique su estadística. En el caso de las utilizaciones, para las salidas a exportación: la información obtenida por la Interprofesional del Vino de España, con datos de Aduanas, disponemos de ellos con poco más de medio y medio de retraso. Pero, si hablamos del valor del consumo en el mercado interior, esa información, ni se la tiene, ni se la espera de fuente oficial en un tiempo “prudente”. Y sólo conocemos la elaborada por consultoras privadas y que consideran interesante publicar los datos desglosados del vino.

En esta ocasión ha sido Circana, quien, en su análisis anual del mercado de gran consumo en distribución moderna en España, ha dado a conocer las cifras interanuales a marzo de 2025, relativas a las ventas de vino (sin contar espumosos) y que cifra en 1.754,6 M€, con un incremento del 2,04% respecto al año precedente. El 65% de esas ventas corresponden a vinos españoles con D.O.P., liderados por la D.O.Ca. Rioja con 345,3 M€ aunque con apenas un 0,95% de crecimiento. Que es significativamente fuerte el que presentan los vinos amparados por la D.O.P. Rías Baixas, que se sitúa en un 10,76%.

Lo mismo se podría de decir de Ribera del Duero y Rueda que de las Top 5 indicaciones de calidad españolas son las que más crecen con un 4,43% y un 4,10% respectivamente. Crecimientos similares a los que experimentan los vinos aromatizados (vermuts) con un 4,48%, la sangría y tintos de verano (productos elaborados a base de vino) con un 3,78% y los vinos de aguja con bajo contenido alcohólico que lo hacen un 2,66%.

Datos que vienen a corroborar lo que ya barruntábamos que estaba sucediendo y que ha llevado a muchas bodegas a dirigir su mirada hacia la elaboración de productos a base de vino (algunos de ellos ni tan siquiera es posible definirlo como tal) y cuyo consumo en está adquiriendo protagonismo en momentos diferentes y por parte de un público más joven del que, hasta ahora, venía siendo habitual.

Y, aunque pudiera parecer un tanto aventurado decir que este tipo de consumo podría ser la puerta de acceso a la cultura del vino que lleve a categorías de producto de mayor complejidad, calidad y precio. Cuando menos es una forma de dar salida a una producción que a las bodegas lleva mucho tiempo (desde la pandemia) atragantándosele y que está generando muchos problemas de futuro.

Tampoco es desdeñable la cifra de crecimiento de la categoría de vinos generosos y de licor del 3,57%. Especialmente por tratarse de un tipo de vino de bajo consumo, reducida frecuencia y exigente en un mínimo de formación.

Cifras que, en términos generales, no podríamos decir que son para sentirnos satisfechos, pero que, ante tanto pesimismo como el que parece haberse adueñado del sector, son una pequeña luz al fondo de un túnel que nos ha de conducir, de manera irremediable, a la revalorización de nuestros vinos.

Palo y zanahoria para un burro al que le flaquean las fuerzas

Ya sea porque no importa el país de origen, ni la calidad del producto, ni la tipología del mismo, ni siquiera el precio… todo el sector coincide en calificar el momento actual que vivimos como muy preocupante.

Porque regiones vitivinícolas de gran prestigio han sido las que han enarbolado la bandera de adoptar medidas estructurales para hacer frente al futuro, sin dudar en solicitar la más traumática de todas las posibles: el arranque del viñedo.

Porque producciones mundiales históricamente bajas, que nos sitúan en niveles de hace más de sesenta años, no han conseguido dotar a los mercados de la alegría comercial que cabría esperar.

O, quizás, porque todos los agentes implicados, incluidas las organizaciones que representan los diferentes colectivos de los que se conforma el sector, coinciden en el diagnóstico del problema, señalando a la caída del consumo como el único responsable de la situación.

Incluso, quién sabe si por un efecto contagio de la clase política, que ha asumido como suyo ese diagnóstico pesimista ante futuro más inmediato.

El caso es que, por todas estas razones y muchas más, todos los que tienen algo que decir en este tema coinciden en sus apreciaciones e incluso, en la mayoría de los casos, en las medidas que requeriría su tratamiento.

Las muestras de solidaridad con el sector se suceden, el apoyo institucional es unánime y la percepción de que hay que actuar con cierta celeridad, unísono.

Pero claro, todas esas buenas palabras y sensibilidades hay que llevarlas a negro sobre blanco, definirlas en acciones concretas, dotarlas de los recursos necesarios y, lo que es todavía más difícil, compaginarlas con otras de carácter comercial y, especialmente, de consumo.

Y, así, nos encontramos que, mientras con una mano nos animan a mantener la ilusión en el futuro; con la otra, nos imponen medidas que dificultan el consumo, ponen barreras a la difusión de la cultura vitivinícola o contestan a la imposición de barreras arancelarias con mensajes propios de la más férrea política proteccionista.

Leves caídas en datos macro que deberemos seguir con atención

El segundo avance de las Cuentas Económicas del Sector Agrario (CEA) que elabora el Ministerio de Agricultura, correspondiente a 31 de diciembre de 2024, incrementa el valor bruto de la producción en origen de vino y mosto del pasado año (campaña 2024/25), hasta los 1.353,9 millones de euros. Cifras que reflejan el valor bruto inicial a precios básicos corrientes de la producción de vino y mosto por las explotaciones vitivinícolas, desde la entrada de la cosecha de uva en bodega hasta la primera venta, mayormente a granel y sin incorporar más valor añadido.

Valores que nos situarían un 17,6% y 202,2 millones por encima de 2023/24. Y que encontrarían su explicación, básicamente, en el aumento de la producción vitivinícola en la pasada campaña, que, según los últimos datos estadísticos del MAPA (a 30 de noviembre de 2024), quedaría en poco más de 36,9 millones de hectolitros, frente a los casi 32,4 Mhl de la precedente. No obstante, con unos precios unitarios pagados en origen (salida de bodega a granel) a precios básicos (percibidos por el agricultor, al que se añaden en su caso las subvenciones directas al producto y se le restan los impuestos al producto y el IVA) que descienden un 3,8% respecto a la campaña precedente.

Datos que vendrían a corroborar la evolución de un mercado en el que las transacciones comerciales han evolucionado con cierta pesadez. Con volúmenes reducidos y precios muy contenidos, especialmente si nos referimos a los vinos tintos. Si bien es de destacar la recuperación que en estas últimas semanas están experimentando en cuanto a su valor.

Otro apunte que vendría a avalar esta errática evolución la podríamos encontrar en la cifra de consumo aparente del mes de febrero, último dato disponible del Infovi y que lo sitúa en 9.732.446 hectolitros, rompiendo la tendencia alcista de los últimos meses menos, aunque apenas represente un -0.16% sobre el del mismo mes del año anterior y un 1,52% si lo comparamos con el mes de enero. Cifra que, de momento, carece de importancia. Habrá que esperar a conocer la evolución de los meses venideros para poder sacar conclusiones sobre si esta pérdida de consumo se debe a los ajustes naturales de cualquier mercado o responde a cuestiones de desconfianza y temor a la posible caída del consumo mundial que provocaría la entrada en recesión de un gran número de las principales economías mundial por la guerra arancelaria iniciada por la Administración Trump.

Respeto, generosidad, colectividad…

Nada hay peor para la economía que la incertidumbre. Y, aunque es peligroso aseverar tajantemente cualquier cosa, creo que, hablando en términos económicos, es posible hacerlo. Por más que quien haya tomado la iniciativa de hacer volar los puentes y generar el caos en la economía mundial haya sido el presidente de la que, todavía hoy, es la primera economía del mundo.

Dejando a un lado su evidente falta de “saber estar” y el desprecio con el que trata al resto de mandatarios mundiales. Resulta mucho más preocupante sus delirios de grandeza que le llevan a tomar decisiones, cuyas consecuencias hubieran sido fácilmente cuestionables si las hubiera llegado a analizar con la profundidad que su cargo requeriría.

Actuar como el “matón de la clase” (una figura en la que el poder físico rara vez va de la mano con el intelectual) supone imponerse por la fuerza y sembrar el miedo. Pero nunca es una solución válida, ni desde el punto de vista moral ni desde el práctico. Porque tarde o temprano alguien encontrará la manera de que ese poder se vuelva en su contra. Pero, mientras tanto, siembra el pánico, genera zozobra y resta capacidad de evolución necesaria para el desarrollo.

De esta forma tan zafia y grotesca está desarrollándose la política y, lo que es mucho peor, se está educando a nuestros jóvenes.

Con un acuerdo entre Estados Unidos y el resto de países del mundo (aunque éste sea el mero asentimiento). Esta guerra arancelaria acabará, pero la forma en la que se ha gestionado dejará huella en nuestros jóvenes, no lo olvidemos: los dirigentes del futuro.

Esos mismos a los que desde el sector nos rompemos la cabeza por llegar y hacerles entender que sólo bajo el conocimiento y responsabilidad es posible el consumo y disfrute pleno de una bebida alcohólica como es el vino. A los que intentamos educar en la concienciación de que el consumo de alcohol tiene sus riesgos y que sólo ellos tienen la capacidad del control de lo que beben, para no sobrepasar esa línea, a partir de la que se pierde todo lo que de positivo habían tenido hasta entonces.

Conceptos, los de prudencia y moderación, que se encuentran en las antípodas de cómo están viendo comportarse a los hombres más poderosos del mundo.

En este contexto, que tampoco es que sea nuevo, sino más bien que se ha visto engrandecido por el poder de quien está actuando de esta manera, es posible entender que los políticos, los nuestros, los más cercanos, se hayan perdido el respeto, abandonado la cortesía parlamentaria que exige una mayor inteligencia; propiciando las ideas de “césares” y “salvapatrias”. Imponiendo la crispación ante el consenso.

El vino no va a conseguir parar este declive. No está capacitado para imponer criterios del bien común frente intereses particulares. Ni de devolver la generosidad de quienes más tienen hacia aquellos que más lo necesitan. O imponer el desarrollo frente al dominio.

Están por ver las consecuencias que este nuevo “orden mundial” y esa “geopolítica” nos traigan, pero no será más que un reto al que enfrentarnos y del que saldremos fortalecidos, seguro.

Sin embargo, habrán quedado cicatrices en la sociedad mucho más profundas y que, desde nuestro sector, deberemos seguir trabajando por superar.

Incertidumbre en un escenario inimaginable

Una de las pocas cosas que ha conseguido la Administración Trump, con la imposición de aranceles a la práctica totalidad de los países del mundo, pero también con sus políticas de defensa o participación en organismos internacionales, ha sido generar el pánico, sembrar de incertidumbre el futuro, empobrecernos a todos, asegurar la entrada en recesión de un buen número de las mayores economías del mundo (incluida la suya propia) y un largo etcétera para el que necesitaríamos mucho más que el espacio de esta editorial.

Pero, también ha logrado algo que, quizás ahora sea muy difícil de apreciar y ponderar correctamente, y que podría suponer el revulsivo que la “Vieja Europa” necesita. Con la brusquedad de quien no tiene modales, el Sr. Trump nos ha quitado la venda de los ojos y ha hecho evidente, en apenas dos semanas, nuestra gran dependencia de los demás y la necesidad de cambiarlo.

Acuerdos que se consideraban inviolables han saltado por los aires. La posición política de defensa, hecha añicos y los acuerdos de comercio, pulverizados. Demasiado si no fuera porque no estamos hablando de una novela.

Primero lo fue en el territorio de la defensa y el gasto que a este concepto destinábamos. Luego lo ha sido en el económico y la importancia que, para la gran mayoría de sector, representa el mercado norteamericano. Tampoco nos olvidemos de la política migratoria. Y luego, ¿quién sabe lo que vendrá luego?

El caso es que, más que nunca, se ha puesto en valor la importancia que, desde la Unión Europea, tiene mantenerse unidos y actuar como un Estado. La respuesta en esta primera etapa de la negociación dada por la Comisión ha sido la de tender la mano. Una mano que seguramente será ignorada y menospreciada, pero que, lejos de los desaires, supondrá mantener la esperanza de llegar a un acuerdo que ponga fin a este sinsentido.

Lo que está sucediendo no sólo es importante por ser el país hacia el que todos los productores tienen puestos sus ojos, por ser el que más volumen de vino consume o el que tiene uno de los niveles de precios más atractivos. Lo es porque provocará reajustes en el comercio mundial, confiemos en que contenidos con las negociaciones. Porque traerá la caída del consumo allí, por el aumento de los precios, por más que bodegas, importadores y distribuidores intenten asumir los sobrecostes. Y porque la competitividad de los diferentes países se verá alterada y provocará una reordenación del origen de los elaborados que importan.

Muchas consecuencias para poder prever la política de una Administración a la que sólo sus incondicionales entienden bajo el criterio de una fe ciega.

Estados Unidos impone cambios en el comercio mundial

Tras el anuncio, al cierre de esta edición y parece que firme, por parte de Donald Trump de la imposición de un arancel a los productos de la Unión Europea que entren en EE.UU., entre los que se encontraría el vino, del 20%; es necesario comenzar por comprender que estamos hablando de una situación sobrevenida, no deseable, a la que habrá una respuesta desde la propia UE (aún no sabemos en qué medida). Aunque sí podemos aseverar que este nuevo escenario comportará consecuencias negativas para el sector en el corto plazo (confiemos que no a largo término).

No obstante, haciendo mías las palabras del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, también supone que “se abre una ventana de oportunidades” y, añadiría yo, si sabemos jugar bien nuestras cartas. No olvidemos que ya, en su anterior mandato, impuso un arancel del 25% para los vinos, esa vez sólo a franceses y españoles.

Comencemos por decir que, con 33,3 millones de hectolitros, según cifras de la Organización Internacional de la Viña y el Vino relativas a 2023, EE.UU. es el primer país en consumo de vino, por delante de Francia (24,4) e Italia (21,8) y a años luz de España, que apenas alcanza los 9,8 Mhl.

Que, según el informe publicado por la Interprofesional del Vino a través del OEMV, sus importaciones en 2024 alcanzaron los 12,27 Mhl y el valor de las mismas fue de 6.789,9 millones de dólares. Lo que situaría en 5,54 $/litro su precio medio. De los que el 15,31% del volumen fueron espumosos y el 55,78% vinos tranquilos envasados, puesto que los graneles supusieron el 28,25%. Mientras que, en valor, los espumosos representaron un 25,19% y los envasados el 70,51%, con apenas un 3,93% los graneles.

Considerando que el anuncio contempla la imposición arancelaria homogénea al conjunto de la Unión Europea, parece adecuado dedicarle un pequeño párrafo a quienes son los países que mayor presencia tienen en ese mercado.

Italia es el que más vino vende, con 353,9 millones de litros y una facturación de 2.253 M$ a un precio medio de 6,37 $/l. Mientras que es Francia con 177,9 Mltr es el que más factura (2.505 M$) a un precio medio de 14,09 $/l.

Por tipo de vino, podríamos decir que un tercio de lo facturado corresponde a espumosos, ya que para Francia representa el 35,43%, Italia el 30,34% y España 29,82%. No así en volumen, donde, mientras Francia eleva hasta el 75,32% el peso de vinos tranquilos envasados, Italia se queda en un 62,45% y España no alcanza el sesenta (59,44%).

España, dentro de ese gran mercado, ocupa el cuarto puesto por facturación con 391 M$ y el séptimo por volumen con 67,3 Mltr, lo que nos sitúa en tercer lugar por precio medio con 5,81 $/l, muy próximo a los 5,54 $/l de promedio. Siendo el 11,11% del valor de nuestras exportaciones y el 3,56% del volumen.

Especial mención requiere, por lo que pueda haber de debilidad en esa economía, la fuerte caída de las importaciones que se inició en junio del 23 y que durante un año mantuvo la caída en el valor, mientras que el volumen no lo hizo hasta el último trimestre.

Por otra parte, y aunque se le ha acusado de cierta tibieza, al dejar temas importantes sin abordar. El Comisario Hansen parece haberse tomado en serio al sector y, en apenas unos meses, ha presentado su “paquete Vino” con el que confía hacer frente a los retos que tiene el sector. Sin duda, una buena noticia.

Cuestiones ajenas al sector que lastran su recuperación

Desde que se elabora el informe, nunca antes hemos dispuesto de unas existencias de vino al cierre del mes de enero tan bajas como las de este año. 44.505.996 hectolitros de los que 42.389.907 se encuentran en manos de productores que elaboran al menos mil hectolitros. Lo que, atendiendo a la ley de la oferta y la demanda, debería estar provocando ciertas tensiones en los precios de los vinos.

Situación que, en términos generales y para el conjunto de nuestro país, no está sucediendo. Es verdad que las cotizaciones de los vinos tintos, los que más llevan sufriendo en los últimos años, parecen haber tocado fondo y su recuperación podríamos decir que acompaña a unos datos de consumo esperanzadores. Aun así, variaciones muy alejadas de lo que debiera corresponderse con unos niveles de existencias tan bajos.

Por no insistir, sobre el tema de la vendimia en verde solicitada por algunas Comunidades Autónomas, y aceptada por el Ministerio de Agricultura. Y que, vistos los datos en cifras absolutas, no se entiende.

Pero, en unos momentos en los que se plantean tantas incertidumbres sobre los efectos que acabe pudiendo tener la guerra comercial desatada por el presidente Trump sobre el mercado mundial y el jaque en el que está poniendo a la globalización de la economía; por la que tanto ha apostado Europa, y tan transcendental resulta el sector vitivinícola español; merecen especial atención dos asuntos.

Uno, por alusiones: la fuerte caída del consumo que se viene produciendo en Estados Unidos desde junio del 2023. El que, si bien en un primer momento, se temió pudiera estar relacionado con la pérdida de interés de los consumidores americanos por el vino. Hoy, con el suficiente recorrido temporal y la información que disponemos de las cifras macroeconómicas de este país, podemos asegurar que no se trataba de un problema de producto, ni de consumo. Las raíces del problema eran mucho más profundas, encontrándose en una importante pérdida de renta de las economías domésticas.

El segundo lo encontraríamos en los vinos tintos. Condenados por muchos “expertos” en los últimos tiempos por carecer de la frescura, ligereza y facilidad de consumo como la que disfrutan blancos y espumosos. Y cuyas cifras estimadas de consumo aparente, demuestran una recuperación que podríamos calificar, dado el tiempo en el que está produciéndose, más de nueve meses, de sólida. Aunque su reflejo en las cotizaciones no esté teniendo toda la correlación deseada.

Un sector alicaído necesitado de alicientes

Sin apenas cambios sobre el anteproyecto, más allá de pequeños matices, como que se permita la publicidad de aquellas bebidas fermentadas con graduación inferior a 0,5% o “recomendar” que no se utilice la leyenda “consumo responsable” o “consumo moderado”; el Consejo de Ministros del pasado martes 11 de marzo daba luz verde a la tramitación de la Ley de prevención del consumo de bebidas alcohólicas y sus efectos en menores de edad. Con ella pretende hacer frente al problema de consumo de alcohol entre nuestros jóvenes, que según la última encuesta ESTUDES de 2023, señala que tres de cuatro adolescentes entre 14 y 18 años han bebido alcohol en el último año y algo más de la mitad en el último mes. Así como “desterrar de nuestro imaginario la idea de puede haber beneficios en un consumo moderado”. “No es verdad. No aporta ningún beneficio y, mucho menos, en los menores”, tal y como manifestó la ministra de Sanidad, Mónica García.

En otro orden de cosas, ya se conoce el proyecto de reglamento de medidas para el sector del vino de la UE elaborado por el Comisario Hansen cuya propuesta reglamentaria se presentará a que principios de abril y en la que, todo parece indicar, se recogerán gran parte de las recomendaciones presentadas el pasado 16 de diciembre por el Grupo de Alto Nivel (GAN) con el objetivo de potenciar la competitividad de los viticultores europeos, en especial las Denominaciones de Origen. Con las que aliviar a un sector fuertemente consternado por la evolución del consumo y el mercado, así como por las amenazas arancelarias.

Entre las medidas se encontraría la ampliación de 5 a 8 años de los derechos de plantación y replantación. La eliminación de las penalizaciones administrativas por las replantaciones no ejecutadas. La posibilidad de que los Estados Miembros puedan cofinanciar las destilaciones, arranque o vendimia en verde, hasta en un 20%. Permitir a las organizaciones de productores la adopción de normas encaminadas a mejorar la posición de los viticultores en la cadena de valor. O que los Estados establezcan límites a los rendimientos y medidas de gestión de las existencias.

Mantiene su apuesta por los vinos desalcoholizados, total o parcialmente; comprometiéndose a mejorar la comprensión de los consumidores mediante la utilización de términos como “cero alcohol” para contenido no superior al 0,1% vol.; “sin alcohol” si el contenido no sobrepasa el 0,5% vol. y “bajo contenido en alcohol” si superara ese medio grado. Abriéndolo a vinos espumosos o aromatizados. Así como por la armonización europea de la etiqueta electrónica o el desarrollo del enoturismo.

Un buen ejemplo de esta situación sectorial la podríamos encontrar en el porcentaje de ejecución del presupuesto asignado mediante los fondos de la Intervención Sectorial (ISV) y que ha sido en el ejercicio 2024 (periodo comprendido entre el 16 de octubre de 2023 y el 15 de octubre de 2024) de 202,15 M€, de los que 23,29 M€ se quedaron sin ejecutar (11,52%).

Si bien, a este importe cabría añadir 17,92 M€ gastados correspondientes al ejercicio anterior, lo que elevaría el total de lo ejecutado a 196,8M€, que todavía se sitúa por debajo del importe anual asignado.

Bajo este panorama, es posible asegurar que el sector está apesadumbrado por la situación coyuntural que está viviendo. Lo que no resulta tan sencillo es medir las consecuencias estructurales que esta situación acabe teniendo.