El sector afronta el futuro más inmediato con medidas excepcionales

Parece que el sector bodeguero no está dispuesto a dejar pasar la oportunidad que esta crisis del Covid-19 le presenta, de regular su producción y evitar la acumulación de unos vinos que le está resultando muy complicado comercializar.

Los graves efectos que la paralización de la economía ha tenido en el sector de la hostelería y restauración han llevado a numerosas bodegas, de prácticamente todas las regiones españolas, a anunciar que, o bien no comprarán uva en la próxima vendimia, o bien reducirán drásticamente el volumen de sus adquisiciones.

La acumulación en sus depósitos de los vinos de esta campaña, una climatología benigna, con lluvias abundantes, temperaturas propicias y ausencia de episodios de heladas. Así como el anuncio de un periodo estival donde el gasto se verá fuertemente afectado por la reducción en la renta que experimentaremos los ciudadanos. Unido a la pérdida de un altísimo porcentaje de los turistas que normalmente nos visitan. Dibujan un panorama de excesos de producción que podría verse fuertemente agravado por una gran cosecha que, si bien en estos momentos resulta completamente imposible vaticinar, bien podría pensarse en que estuviera al más alto nivel de las históricamente elevadas de 2013 y 2018.

Amalgama que vendría a provocar importantes problemas de capacidad de almacenamiento en algunas bodegas, que se verían sin depósitos suficientes en los que dar cabida a todo el vino disponible.

Producción a la que hay que encontrarle una colocación adecuada, más allá de destilaciones o medidas extraordinarias con las que retirar temporalmente de los mercados una pequeña parte de una producción que resulta excedentaria estructuralmente y que circunstancias extraordinarias, como las actuales, no hacen sino agravar sus volúmenes, pero nunca generar un problema que no tuviéramos antes.

El Ministerio de Agricultura, después de casi tres meses de confinamiento y paralización absoluta de la economía mundial; sigue sin hacer público el Real Decreto de medidas extraordinarias por las que se autoriza la destilación de dos millones de hectolitros que deberán ir, obligatoriamente, a usos industriales con una dotación presupuestaria de 65 M€. Otros dos que podrán ser inmovilizados mediante los contratos de almacenamiento por un periodo de 6, 9 o 12 meses (9,9 M€) y una cosecha en verde (4 + 6 M€) que, ante la obligatoriedad de verse afectada el total de la parcela, es muy posible que no logre superar la barrera de lo testimonial.

Los rendimientos máximos autorizados se verán reducidos, como ya han anunciado algunas denominaciones de origen y el propio Ministerio limitaría a los vinos no sujetos a ninguna indicación de calidad a 18.000 kilos por hectárea para variedades tintas y 20.000 para blancas. Medidas que se verían complementadas con la elevación del porcentaje del contenido de alcohol de los subproductos hasta el quince por ciento.

Todo ello con un presupuesto de 78,9 millones de euros que serán retraídos del presupuesto anual del Plan de Apoyo al Sector de este año y 6 M€ del que viene a costa de otras medidas como la inversión (17,63 M€), promoción (16,47 M€) y reestructuración (23,326 M€). Sin haberse conseguido por el sector que, a igual de lo sucedido en Francia o Italia, la Administración nacional viera complementado con ayudas nacionales este presupuesto.

Sin duda, medidas demandas por el sector y necesarias para atajar las graves consecuencias de una economía paralizada y amenazada por una profunda recesión, pero que no pone remedio al grave problema histórico que tenemos en España de desequilibrio entre lo que producimos y lo que utilizamos. Vender fuera está bien y es tan digno como hacerlo dentro, pero aspirar a tener un sector fuerte y competitivo consumiendo una cuarta parte de lo que elaboramos y a un precio medio de 3,26 €/litro en los hogares, según el último informe publicado por la OIVE, requiere medidas que van mucho más allá de destilaciones o inmovilizaciones. Requiere devolver un equilibrio del que ya no tenemos memoria de haber disfrutado alguna vez.

El beneficio de la duda

Que el sector vitivinícola necesita el apoyo de la administración para salir del embrollo en el que este maldito Covid-19 le ha metido es una realidad que apenas requiere más ejercicio que el de imaginar el momento por el que están pasando bares y restaurantes. Calibrar el peso de este consumo en Horeca es un poco más sencillo gracias al estudio de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) sobre el consumo de vino en nuestro país, en el que se le estima un valor de 3.710,8 M€ (54’5%) y un volumen 3.167 Mhl (31,4%) anuales.

Cuánto de esta parte de la tarta hemos perdido irremediablemente y cuánto seremos capaces de recuperar en lo que nos queda de año, es una incógnita cuya repuesta dependerá, especialmente, de si se produce algún rebrote del virus o de cuál acabe siendo la capacidad de gasto que deje en la población la profunda recesión que nos auguran.

En exportación, a las ya de por si grandes dificultades que encuentran nuestras bodegas por hacerse con un hueco en el mercado y mejorar el mix de su producto, los operadores del sector deben enfrentase a una pandemia cuyas primeras consecuencias ya se han puesto de manifiesto en los datos del primer trimestre. Periodo en el que, hablando de vino (sin vino aromatizado, mosto ni vinagre), hemos perdido 34,17 M€, con respecto al primer trimestre del año anterior, alcanzando 603,22 M€ (-5,4%). Cifras mucho mejores que las referidas al volumen, en el que la cantidad perdida asciende a 59,17 millones de litros, al haber pasado a exportar 472,82 Mltr (-11,1%). Datos que, en cualquier otra circunstancia, hubieran hecho saltar todas las alarmas, dada la importancia que en nuestro mapa de utilizaciones tiene el mercado exterior. Y que, en cambio, ha sido asumido por el sector como algo irremediable e incluso menos grave de lo que inicialmente pudiera preverse. Claro que, estamos hablando de que el estado de alarma en España se dictó el 14 de marzo y en el resto de países europeos, cinco días arriba o abajo.

Y como si esto no fuera lo suficientemente importante para tomar medidas urgentes y contundentes que nos ayudaran a devolver el equilibrio al mercado, la climatología, que hasta entonces se había mostrado condescendiente con el sector, con escasas lluvias y temperaturas más elevadas de lo habitual, decidió dar un giro de 180º con precipitaciones muy por encima de los valores medios y una bajada brusca de la temperatura. Otorgándole a la viña un chute de recursos con los que transformar la preocupación por una cosecha corta, en la inquietud por los anuncios de algunas bodegas sobre su decisión de no comprar uva este año, o las de algunas otras mostrándose preocupadas por no saber si dispondrán de depósitos donde fermentar los mostos y almacenar los vinos.

Un panorama en el que convendría no olvidar que, en ningún momento, se está cuestionando la calidad de los vinos, ni de los de esta campaña, ni de los que pudieran surgir de la nueva vendimia. Tratándose de un problema de cantidad circunstancial y del que, ¿quién sabe?, podríamos vernos beneficiados.

La cuestión está en si sabremos aprovechar esta nueva oportunidad.

Hasta el momento, el Ministerio no ha hecho público todavía el RD definitivo con las medidas extraordinarias, jugamos en inferioridad de condiciones con respecto franceses e italianos que ya han anunciado un mayor apoyo de sus gobiernos nacionales. Y aunque las presiones están siendo muchas para que esto cambie; también están muy esquilmadas las arcas públicas como para pensar en ello. Pero habrá que darles el beneficio de la duda.

Medidas extraordinarias

A pesar de la gravedad del asunto, y de las últimas noticias que van en sentido de imponer mayores restricciones de las indicadas para cada fase de la desescalada en algunas zonas atendiendo a razones de alta movilidad; la “normalidad” va volviendo, poco a poco, a la sociedad, sus empresas y colectivos.

Noticias como la evolución del viñedo, con sus enfermedades y posibles estimaciones de cosecha, van recuperando el protagonismo que merecen, tomando gran importancia todas aquellas noticias relacionadas con las medidas que, desde el Gobierno de España, pudieran tomarse a fin de evitar que, en octubre o noviembre, el sector del vino acabe enfrentándose a un problema mucho mayor.

Podemos, y estamos en nuestro derecho de ello, pensar que para esas fechas el problema del Covid-19 será una situación que hayamos superado con éxito. Pero también podemos (y debemos), ser mucho más realistas y asumir que eso no va a suceder. Que a finales de año es posible que no dispongamos de una vacuna y que nos hayamos tenido que enfrentar a algún rebrote (confiemos que la experiencia haya servido para algo y resulte mucho mejor gestionado). Pero, sobre todo, que las secuelas que en la economía, empleo y hábitos sociales sean profundas y, altamente dañinas. Adoptar medidas que superen la barrera de lo soñado para situarnos en la de la realidad es obligación de quienes, voluntariamente, nos han pedido nuestra confianza.

El espectáculo al que estamos asistiendo en la definición, dotación y aplicación de medidas urgentes con las que hacer frente a un problema que dura ya más de dos meses, resulta totalmente inaceptable.

Somos un sector privilegiado. Contamos con 210,332 M€ de fondos europeos este año, y otros tantos el que viene, y el otro, hasta el 2023 para el desarrollo de un Programa de Apoyo al Sector (PASVE). Sabemos, con total seguridad, que una buena parte de esos recursos, destinados a medidas de promoción, reestructuración o inversiones, no se van a ejecutar. Somos conscientes, porque lo estamos sufriendo en el ámbito sanitario, que las medidas que se adoptan en los primeros momentos de un problema resultan menos traumáticas y mucho más efectivas. Y, a pesar de ello, llevamos más de dos meses y un viñedo que apunta amenazador con su cosecha 2020, sin tomar ninguna decisión. Asistiendo a una bochornosa subasta, que si 57,75, ahora 84,9 M€… para destilar 2 Mhl (0,5 de vinos con D.O.P. y 1,5 sin indicación de calidad), almacenar durante 6, 9 y 12 meses dos millones y poner en práctica una medida que, y esto es una opinión estrictamente personal, debiera estar en marcha desde el principio como es la cosecha en verde, así como la limitación de rendimientos o el mismo aumento de alcohol exigido en los subproductos.

Sería deseable que, en lugar de pensar qué hacemos con lo que no vendemos, pensáramos en cómo recuperar las ventas. Pero, si eso no es posible, al menos que tengamos unas reglas, lo más parecidas posible en toda la Unión Europea.

Un negro presente para un futuro esperanzador

Superado el primer shock que supuso para todos la pandemia de Covid-19 en el aspecto sanitario, con miles de muertos y servicios hospitalarios desbordados, llega el momento de hacerle frente a las consecuencias que las medidas adoptadas para frenar la pandemia tendrán sobre la sociedad, sus gentes y sus economías.

Todas las previsiones, con una triste unanimidad, coinciden en que nos enfrentamos a consecuencias nunca antes vividas. Lo que hará necesarias soluciones que escapan a la capacidad de un Gobierno, haciendo, más necesaria que nunca, la unión y coordinación en las medidas que cada uno de los Estados vayamos adoptando dentro de la economía mundial, pero, muy especialmente, de una Unión Europea que ha dejado ver una parte muy importante de sus profundas diferencias desde los primeros momentos de esta crisis.

Sin duda alguna, toda esta situación acabará teniendo consecuencias sobre el consumo. También sobre el de un sector tan conservador como es el del vino. Su alcance está por determinar, pero en estos dos primeros meses ya hemos tenido la oportunidad de evidenciar que apuestas decidas por el comercio online (que tanto se resistían) se han convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en una realidad. Algo, sin ninguna duda, muy positivo y cuyas consecuencias sobre el comercio mundial, sus trabas arancelarias y su forma de operar está todavía por ver, pero, que, sin duda, ha venido para quedarse.

Tampoco están muy claras cuáles serán las consecuencias que sobre el consumo mundial acabará teniendo, sus canales de venta, tamaño de los envases, precios de los productos, tiendas de proximidad… muchas cuestiones que, a buen seguro, se van a ver afectadas por esta situación a la que el sector debería estar adaptándose ya, previendo posibles escenarios que representan una excelente oportunidad para nuestras bodegas.

La cruz de esto es que, para poder tomar esta iniciativa, además de la imaginación, son necesarios recursos. Unos medios escasos y fuertemente diezmados que vienen a comprar mucho el futuro de un gran número de nuestras más de cuatro mil bodegas. Pero lo más positivo de todo es que esa oportunidad está ahí, y que deberíamos aprovecharla para conseguir romper, de una vez, con ese penoso mantra de la relación calidad/precio para situarnos en la franja de valor que por calidad nos corresponde.

Aunque la realidad de los hechos nos devuelva a un escenario en el que las decisiones tardan en tomarse, la escasez de los recursos económicos que debieran prevenir del Ministerio acaban dando con ellas al traste y la miseria provocada por los desplomes de los mercados, engullendo ilusiones y minando nuestro futuro.

Hacia una Europa de mayores acomodados

Es verdad que no son necesarias pandemias mundiales para evidenciar la pesadez con la que se desenvuelve la Unión Europea. Por todos es conocida, aunque, de manera muy especial, por aquellos relacionados con el sector vitivinícola y cuyas competencias emanan, en su gran mayoría, del acervo legislativo comunitario.

Y aunque, ocasiones de gran importancia hemos tenido para poder comprobarlo de primera mano, todo parece indicar que el Covid-19 no va a ser ni una excepción, ni un ejemplo de eficiencia.

En cuatro medidas podríamos concretar lo que está pidiéndole el sector a la Comisión: destilación, retirada temporal de producción, vendimia en verde y flexibilidad en los programas de promoción. Hasta la fecha ninguna de ellas puesta en marcha. Ya que, si bien existen ya los reglamentos por parte de la Comisión, que pueden consultar íntegros en www.sevi.net, su concreción y ejecución están todavía pendiente de ser trasladadas a los Estados miembros. Parece que las consecuencias que está teniendo la situación sobre bodegas y viticultores no están resultando lo suficientemente graves ya, como para tomar medidas de inmediato.

El viñedo evoluciona, inexorablemente y el tiempo para la vendimia en verde pasa, independientemente de protocolos administrativos, haciendo que esta lentitud suponga un retraimiento en su eficacia.

Es entendible que cuestiones sanitarias, sociales y económicas sean mucho más importantes y requieran mayor atención que un pequeño sector como el vitivinícola por parte de la Unión Europea, pero, ¿es tan difícil hacer dos cosas al mismo tiempo?

Nunca antes, una situación había puesto tan de manifiesto la importancia que en la toma de decisiones tiene el tiempo; así como las grandes diferencias que tiene en su grado de efectividad y coste el ser ágil en esa toma de decisiones, como con el Covid-19. Y, aun así, la celeridad con la que son resueltos los asuntos está brillando por su ausencia.

No tengo ni la más mínima duda de que solo unidos seremos capaces de afrontar los retos que nos presenta el siglo XXI, con la deslocalización de la economía hacia otros continentes y el valor residual en el que Europa se ha asumido como un continente de “mayores acomodados”. Creo en la moneda única y la libre circulación de bienes y servicios. Pero mucho me temo que es esta falta de eficiencia lo que más está poniendo en peligro la propia supervivencia de lo que hemos tardado más de sesenta años en construir. Con un notable debilitamiento de países, sectores y ciudadanos.

Dentro de muy poco asistiremos a campañas de todo tipo incentivándonos al consumo, con especial atención hacia los productos locales o regionales. Incluso apelarán a nuestros sentimientos para convencernos de que nuestra colaboración, como consumidores, es fundamental para hacer de esta “uve asimétrica”, en la que se debiera convertir la crisis económica a la que nos enfrentamos y su recuperación, lo más simétrica posible. Es decir, perder muy deprisa y recuperarlo también muy deprisa. Y hasta es muy posible que así tenga que ser, nos guste o no, porque la restricción en la libertad de movimientos de personas nos privará de la llegada de millones y millones de turistas que hacían de nuestras playas y ciudades la primera industria del país.

Pero es, precisamente, esa misma razón la que nos debiera percibir mejor la gran importancia que para nuestro país tiene la apertura de fronteras y la circulación fluida de mercancías. Específicamente en nuestro sector, en el que podemos afirmar, categóricamente, que vivimos de los de fuera. Como así demuestra el hecho de que vendamos dos veces y media más allá de nuestras fronteras lo que consumimos dentro (27,099 Mhl), de los que dos terceras partes lo fueron intra-UE. Recibimos más de ochenta y seis millones de turistas y la industria turística representa más del 12% de nuestro PIB.

¿Compensarán las medidas los efectos de la crisis?

Todo el mundo coincide en que de esta saldremos y, aunque los hay que consideran que con valores como el de la solidaridad y la familia reforzados, no hay ninguna duda de que pagaremos un alto coste por ello. Hasta dónde alcanzará la crisis y qué sectores serán los que se vean más afectados es una duda que, poco a poco, se va despejando, gracias a los datos concretos que se van conociendo.

Tras un primer momento de pánico por la paralización, casi absoluta de la economía y el cierre total de bares y restaurantes, el consumo de vino en el canal alimentación era el único capaz de darnos alguna alegría, con incrementos espectaculares y un interés inusitado de los compradores por utilizar las plataformas online en sus compras para un consumo que aumentaba su frecuencia.

Pero también sabíamos a ciencia cierta que, por más que estas ventas aumenten, van a quedarse a años luz de compensar todo lo que perdamos en Horeca, turismo y venta directa en bodega. Que la exportación, por estos mismos motivos, será imposible que mantenga su ritmo y que se verá fuertemente afectada; lo que provocará un agravamiento de la tensión que ya vivíamos en los mercados, con precios moderados y volúmenes reducidos, limitados a la reposición, en espera de nuevos acontecimientos que permitan tener una idea más precisa del futuro inmediato en disponibilidades y necesidades de abastecimiento. Lamentablemente, los acontecimientos no pudieron resultar más negativos para el sector y los peores escenarios imaginables al principio de la campaña se quedaron como un bello sueño ante la realidad de unos acontecimientos históricos.

Aunque, al menos (y eso hay que reconocerlo) la Comisión Europea, al contrario de la posición férrea mantenida en contra de aplicar cualquier medida que ayudase a paliar la situación excedentaria del sector, se ha mostrado dispuesta a adoptar medidas desde el primer momento: retiradas temporales, como contratos de almacenamiento, o definitivas, mediante la destilación, podas en verde; y todo a cuenta de los Programas Nacionales de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE). Lo que, sin duda, vendrá a paliar la delicada situación de los países mediterráneos que, en palabras del director de la OIV, Pau Roca, serán los que en mayor medida se vean afectados por esta situación.

«V U L»

Durante estas últimas semanas, yo mismo he intentado buscar aquellos aspectos que pudieran suponer un ápice de esperanza en una situación extraordinariamente preocupante. A la pérdida de vidas humanas, había que añadirle las posibles secuelas que, sobre la macroeconomía, pero, muy especialmente, sobre la micro de familias y pequeñas empresas, iba a tener este frenazo brusco de la actividad económica.

Todos somos conscientes, aunque existan estimaciones diferentes según provengan de un organismo u otro, de las consecuencias que, sobre todos nosotros, va a tener esta crisis serán muy graves. Y que la famosa “V” cada día está más lejana y toma fuerza la “U” como forma de la curva en la que se desarrollará esta profunda recesión, en el mejor de los casos. Y que no tengamos que deber enfrentarnos, cuando todavía no acabábamos de haber superado la crisis financiera del 2008, a un largo periodo de recuperación, que adopte la forma de la terrible “L”.

Para los millones de personas que perderán su empleo y los que se verán afectados por el debilitamiento de las políticas sociales, que serán completamente inviables ante el crecimiento desbocado de nuestro déficit, que les hablen de “V”, “U” o de “L” carece de la más mínima importancia.

La sola mención de un 8% de caída de nuestro PIB en este año, tasas de paro del 20% que nos devuelvan hasta los cinco millones de parados, la recuperación de las primas de riesgo como consecuencia de la emisión ingente de deuda pública que deberemos acometer para hacer frente al gasto que esta pandemia del Covid-19 ha provocado, la desaparición de cientos de miles de pequeños establecimientos de hostelería… son cifras que me ponen los pelos de punta.

Y, aun así, sigo pensando que el sector vitivinícola español tiene frente sí una gran oportunidad.

Al consumo en los hogares se le abre un gran camino por recorrer y las bodegas tienen la obligación de hacer un gran esfuerzo por recuperarlo. Para ello, deben potenciar ese tercer canal en el que encontraríamos venta directa, retail o clubes de vinos y que tan eficiente se ha demostrado en estas últimas semanas.

Definir estrategias, establecer modelos, desarrollar herramientas y exigir medidas fiscales y de financiación de apoyo debería ser un compromiso claro y preciso de nuestras administraciones; y si (como es previsible), no lo fuera, de nuestras organizaciones sectoriales, que deberían poner en valor su representatividad sectorial y dar muestras de sensatez, uniéndose en esta tarea, superando la mediocridad de nuestros políticos, mucho más preocupados por ellos mismos que por sus representados.

Es muy posible que, sin olvidarnos del gran esfuerzo hecho hasta ahora en los mercados exteriores, haya llegado el momento de mirar hacia el mercado interior y aprovechar este pequeño impulso para acercarnos a los consumidores españoles y decirles que los vinos españoles están a la altura de cualquier otro en calidad, que sus precios son más bajos y que su consumo más frecuente es posible. La cercanía, condiciones de producción que rozan el cultivo ecológico, su papel medioambiental e influencia en la fijación de la población, son valores perfectamente compatibles como vinos modernos, actuales, variopintos y apropiados para un consumo responsable y de mayor frecuencia.

Sabemos que lo perdido en bares y restaurantes, venta en bodega y turistas está muy lejos de haber podido ser compensado por el incremento que ha experimentado la venta directa en retail o plataformas de venta. Pero lo sucedido nos debería servir de claro ejemplo de la gran oportunidad que se nos presenta. Los cambios en la logística, la digitalización de la población y la superación del miedo a la compra por internet conforman una realidad que, con este brutal confinamiento, ha venido para quedase y representa una extraordinaria posibilidad para miles de nuestras bodegas que carecen de tamaño para otro tipo de medidas.

La globalización se ha hecho patente como nunca antes y es nuestra obligación aprovechar la oportunidad que se nos presenta.

Una anormalidad que nos devuelva a la normalidad

Nos acercamos hacia el final del estado de alarma que fuera decretado el ya lejano catorce de marzo, aunque todavía no seamos capaces de ponerle fecha, y se van conociendo poco a poco las condiciones en las que saldremos de él. Sabemos que va a ser de una forma paulatina y para ello se van a utilizar herramientas muy variopintas, que van desde las mascarillas o test generalizados, hasta aplicaciones de geolocalización o limitaciones en las libertades de los ciudadanos. Por no hablar de aquellas relacionadas con la economía, con las que hacer frente a una recesión que ya nadie cuestiona y sobre la que se están poniendo cada vez más en evidencia las grandes diferencias sobre cuáles son las prioridades para los grupos políticos, así como la talla de nuestra clase dirigente.

La pérdida de más de ciento veintidós mil empresas inscritas en la seguridad social, ochocientos treinta y cuatro mil cotizantes menos, un IPC del mes de marzo que ha caído seis décimas, proyecciones de PIB que estiman en una caída del ocho por ciento en 2020… son cifras suficientemente elocuentes para saber que las cosas no van a ser tan rápidas como nos prometieron y, lo que es mucho peor, que sus consecuencias en el paro y la renta disponible de los españoles tendrán fuertes repercusiones en el consumo.

¿Cómo repercutirá esto en nuestro sector? Es la gran pregunta. Pues si bien podemos pensar que se verá afectado negativamente, dado que no se trata de un bien de primera necesidad, también podemos albergar la esperanza de que uno de los cambios que toda esta situación haya provocado en la sociedad, imposible de concretar en estos momentos, sea el de recuperar la presencia del vino en la mesa de nuestros hogares, con lo que ello supone de normalidad en la alimentación.

Sabemos que no es posible volver a cifras de consumo como las de los años setenta, pero sí podemos trabajar por aprovechar esta situación para apoyar la lucha contra algunos de los errores que, desde el propio sector, hemos cometido; como pudieran ser todos aquellos relacionados con un boato y conocimientos que han ido mucho, mucho más allá de lo que un consumo racional requiere. Acercándolo más al lado de la cotidianidad que de la celebración.

Afortunadamente, producimos suficiente cantidad, de diferentes tipos y calidades de vinos, como para poder llegar a cualquier consumidor y momento de consumo. También se ha demostrado que el sector es capaz de adaptarse a las nuevas tecnologías y llegar de una forma mucho más directa al cliente.

El mundo ha cambiado y es previsible que nuestras relaciones sociales también lo hayan hecho y tengamos la oportunidad de comprobarlo en los próximos meses. Y estoy seguro, el vino no va a permanecer ajeno a todos estos cambios.

Se nos presenta una gran oportunidad

En un periodo más o menos breve, al confinamiento al que nos han sometido para luchar contra la propagación del Covid-19 se le pondrá fin y con él pasaremos de tener que preocuparnos por el colapso de la Sanidad y los grandes esfuerzos para atender a los afectados; a tener que hacerle frente a una profunda recesión y a la obligación de reactivar nuestro tejido productivo.

Con una diferencia y es que, hasta ahora, cuando la economía se frenaba lo hacía de manera involuntaria, consecuencia en cadena de situaciones sobre las que no se tenía la capacidad de actuar directamente. En esta ocasión, han sido los propios Estados los que la han frenado, haciéndolo, además, de la manera más brusca que han podido.

Dado que es la primera vez que sucede, lo que vaya a pasar es una incógnita. Por más que la teoría sea que la recuperación debe producirse en un periodo de tiempo muy breve, según quienes la han provocado, y será algo mucho menos rápida (de doce o dieciocho meses), según algunos expertos. Por el bien de todos, vamos a confiar en que esto sea así y que la vuelta al trabajo de los cientos de miles de personas afectadas por los ERTE (o que, directamente, han sido despedidas o, sencillamente, sus empresas han cerrado) vuelvan a tener un salario que les permita recuperar el consumo y, con él, el crecimiento de nuestra economía, rápidamente.

Aún con ello esta reactivación tendrá efectos sobre nuestra sociedad más allá de los estrictamente sociales o políticos que, por profundas que sean, nunca serán comparables con las consecuencias a las que en el terreno económico y laboral debamos hacer frente de manera inmediata.

Limitarán temporalmente las grandes concentraciones y establecerán medidas que limiten la natural afectividad que tenemos los latinos. Reducirán los aforos de los establecimientos, nos obligarán a llevar equipos de protección, como mascarillas o guantes… y Dios sabe cuántas más cosas, que ni tan siquiera me puedo llegar a imaginar. Pero lo que no podrán conseguir es que el turismo vuelva a ser lo mismo en unos pocos meses, ni que las visitas a las bodegas se conviertan en una alternativa para una movilidad que dependerá mucho de la capacidad económica de los consumidores.

De hecho, ya se puede asegurar que los hábitos de compra han cambiado y lo que iba a suceder, irremediablemente, en las próximos lustros, se ha visto acelerado de manera exponencial, con una implantación del comercio electrónico obligatorio, que ha venido para quedarse; y que llevará a muchas de nuestras bodegas a tener que hacer grandes esfuerzos por adaptarse a un canal que, aunque existente, era considerado complementario a un modelo en el que alimentación y hostelería seguían figurando como los dos grandes clientes sobre los que centrar sus esfuerzos.

Y es que, si bien el Vino ha tenido unas buenas cifras de venta en estas últimas semanas en los canales “retail”, club de vinos e internet, incluso podríamos considerar las vinotecas y tiendas gourmet que tuviesen servicio a domicilio; todo lo relacionado con Horeca, Canarias y venta directa, bien podríamos decir que se ha perdido por completo.

Valorar cuánto representa esto, hasta la fecha, era completamente imposible, ya que no existía ningún estudio que lo cuantificara. Afortunadamente, desde hace una semana, y con todas las salvedades que queramos ponerle, ya no es así, y el sector dispone de un informe que, elaborado por el OEMV para la Interprofesional y que, previsiblemente, se hará público la próxima semana; hace posible cuantificar el peso de cada uno de estos canales de compra.

Eso, añadido a los cambios que esta situación ha provocado en los consumidores, especialmente en lo relacionado con sus criterios de compra, tal y como podemos leer en el artículo que hemos elaborado con el estudio realizado por Wine Intelligence, nos permite asegurar que la vuelta a la “normalidad” va a estar más cerca de ser un eufemismo que de la realidad. Esperemos que sepamos aprovechar esta gran oportunidad.

Una buena explicación

No sé si pesan más los días o el constante goteo de medidas que van haciendo más difícil el confinamiento de una población que tiene sobre sus cabezas una pesada “Espada de Damocles”, personalizada en un tejido empresarial que el Gobierno ha decidido poner a hibernar durante doce días.

Entrar a discutir sobre la conveniencia de esta medida por la que se regula un permiso retribuido recuperable para las personas trabajadoras por cuenta ajena que no presten servicios esenciales, con el fin de reducir la movilidad de la población en el contexto de la lucha contra el Covid-19; no es, ni debe ser objeto de esta editorial. Tiempo habrá para ver si las consecuencias sobre el sector vitivinícola que se derivan de esta medida, y el resto de las adoptadas con motivo de este estado excepcional de alarma, han resultado adecuadas y proporcionadas.

De momento, lo que debemos hacer entre todos es entender que es obligación nuestra la de intentar adaptarnos. Nosotros, pero también (especialmente) nuestras empresas, a esta situación y hacerla lo más llevadera posible. Manteniendo la confianza en que la recesión económica que se nos viene encima tenga forma de “V” y no de “L”, como fue la derivada de la crisis financiera del 2008 y de la que todavía quedan trazas en nuestras pequeñas empresas.

Hasta ahora, la información que vamos recibiendo es un tanto contradictoria, pues mientras desde el sector productor se nos transmite una paralización casi absoluta de la actividad; la recibida desde la distribución es la contraria, con un crecimiento en las ventas vino, que han aumentado de forma muy considerable. Aquí, cada uno tendrá que valorar qué es para él “considerable”.

Una buena explicación a lo que está sucediendo con estos mensajes la podríamos encontrar en estudios como el que hará público en los próximos días la Organización Interprofesional del Vino en España (OIVE). Elaborado por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) y bajo el título “Estimación del consumo del vino en España”, pretende acercarse a conocer, con cierto grado de detalle, el consumo real de vino en España. Detallando no solo el consumo per cápita estimado, que cifra en 20,76 litros, sino incluso ir un poco más allá y, además de cuantificar su valor, concretar qué parte de ese consumo estimado tiene lugar en hogares, cuál en Horeca, y cuánto en un tercer canal compuesto por: vinotecas y tiendas gourmet, clubes de vinos, internet no “retail”, Canarias, venta directa y autoconsumo; del que hemos oído hablar mucho en estos últimos años, pero sabemos más bien poco, o nada. Tampoco se olvida de otro gran asunto como es el peso de los turistas en el consumo, que en número por encima de los 85 millones nos llevan visitando los últimos años y entre los que la gastronomía (en la que el vino juega un papel importante) es uno de sus principales motivos por el que nos eligen como destino. Un documento interesante al que deberíamos prestarle atención en estos días.