Leves caídas en datos macro que deberemos seguir con atención

El segundo avance de las Cuentas Económicas del Sector Agrario (CEA) que elabora el Ministerio de Agricultura, correspondiente a 31 de diciembre de 2024, incrementa el valor bruto de la producción en origen de vino y mosto del pasado año (campaña 2024/25), hasta los 1.353,9 millones de euros. Cifras que reflejan el valor bruto inicial a precios básicos corrientes de la producción de vino y mosto por las explotaciones vitivinícolas, desde la entrada de la cosecha de uva en bodega hasta la primera venta, mayormente a granel y sin incorporar más valor añadido.

Valores que nos situarían un 17,6% y 202,2 millones por encima de 2023/24. Y que encontrarían su explicación, básicamente, en el aumento de la producción vitivinícola en la pasada campaña, que, según los últimos datos estadísticos del MAPA (a 30 de noviembre de 2024), quedaría en poco más de 36,9 millones de hectolitros, frente a los casi 32,4 Mhl de la precedente. No obstante, con unos precios unitarios pagados en origen (salida de bodega a granel) a precios básicos (percibidos por el agricultor, al que se añaden en su caso las subvenciones directas al producto y se le restan los impuestos al producto y el IVA) que descienden un 3,8% respecto a la campaña precedente.

Datos que vendrían a corroborar la evolución de un mercado en el que las transacciones comerciales han evolucionado con cierta pesadez. Con volúmenes reducidos y precios muy contenidos, especialmente si nos referimos a los vinos tintos. Si bien es de destacar la recuperación que en estas últimas semanas están experimentando en cuanto a su valor.

Otro apunte que vendría a avalar esta errática evolución la podríamos encontrar en la cifra de consumo aparente del mes de febrero, último dato disponible del Infovi y que lo sitúa en 9.732.446 hectolitros, rompiendo la tendencia alcista de los últimos meses menos, aunque apenas represente un -0.16% sobre el del mismo mes del año anterior y un 1,52% si lo comparamos con el mes de enero. Cifra que, de momento, carece de importancia. Habrá que esperar a conocer la evolución de los meses venideros para poder sacar conclusiones sobre si esta pérdida de consumo se debe a los ajustes naturales de cualquier mercado o responde a cuestiones de desconfianza y temor a la posible caída del consumo mundial que provocaría la entrada en recesión de un gran número de las principales economías mundial por la guerra arancelaria iniciada por la Administración Trump.

Respeto, generosidad, colectividad…

Nada hay peor para la economía que la incertidumbre. Y, aunque es peligroso aseverar tajantemente cualquier cosa, creo que, hablando en términos económicos, es posible hacerlo. Por más que quien haya tomado la iniciativa de hacer volar los puentes y generar el caos en la economía mundial haya sido el presidente de la que, todavía hoy, es la primera economía del mundo.

Dejando a un lado su evidente falta de “saber estar” y el desprecio con el que trata al resto de mandatarios mundiales. Resulta mucho más preocupante sus delirios de grandeza que le llevan a tomar decisiones, cuyas consecuencias hubieran sido fácilmente cuestionables si las hubiera llegado a analizar con la profundidad que su cargo requeriría.

Actuar como el “matón de la clase” (una figura en la que el poder físico rara vez va de la mano con el intelectual) supone imponerse por la fuerza y sembrar el miedo. Pero nunca es una solución válida, ni desde el punto de vista moral ni desde el práctico. Porque tarde o temprano alguien encontrará la manera de que ese poder se vuelva en su contra. Pero, mientras tanto, siembra el pánico, genera zozobra y resta capacidad de evolución necesaria para el desarrollo.

De esta forma tan zafia y grotesca está desarrollándose la política y, lo que es mucho peor, se está educando a nuestros jóvenes.

Con un acuerdo entre Estados Unidos y el resto de países del mundo (aunque éste sea el mero asentimiento). Esta guerra arancelaria acabará, pero la forma en la que se ha gestionado dejará huella en nuestros jóvenes, no lo olvidemos: los dirigentes del futuro.

Esos mismos a los que desde el sector nos rompemos la cabeza por llegar y hacerles entender que sólo bajo el conocimiento y responsabilidad es posible el consumo y disfrute pleno de una bebida alcohólica como es el vino. A los que intentamos educar en la concienciación de que el consumo de alcohol tiene sus riesgos y que sólo ellos tienen la capacidad del control de lo que beben, para no sobrepasar esa línea, a partir de la que se pierde todo lo que de positivo habían tenido hasta entonces.

Conceptos, los de prudencia y moderación, que se encuentran en las antípodas de cómo están viendo comportarse a los hombres más poderosos del mundo.

En este contexto, que tampoco es que sea nuevo, sino más bien que se ha visto engrandecido por el poder de quien está actuando de esta manera, es posible entender que los políticos, los nuestros, los más cercanos, se hayan perdido el respeto, abandonado la cortesía parlamentaria que exige una mayor inteligencia; propiciando las ideas de “césares” y “salvapatrias”. Imponiendo la crispación ante el consenso.

El vino no va a conseguir parar este declive. No está capacitado para imponer criterios del bien común frente intereses particulares. Ni de devolver la generosidad de quienes más tienen hacia aquellos que más lo necesitan. O imponer el desarrollo frente al dominio.

Están por ver las consecuencias que este nuevo “orden mundial” y esa “geopolítica” nos traigan, pero no será más que un reto al que enfrentarnos y del que saldremos fortalecidos, seguro.

Sin embargo, habrán quedado cicatrices en la sociedad mucho más profundas y que, desde nuestro sector, deberemos seguir trabajando por superar.

Incertidumbre en un escenario inimaginable

Una de las pocas cosas que ha conseguido la Administración Trump, con la imposición de aranceles a la práctica totalidad de los países del mundo, pero también con sus políticas de defensa o participación en organismos internacionales, ha sido generar el pánico, sembrar de incertidumbre el futuro, empobrecernos a todos, asegurar la entrada en recesión de un buen número de las mayores economías del mundo (incluida la suya propia) y un largo etcétera para el que necesitaríamos mucho más que el espacio de esta editorial.

Pero, también ha logrado algo que, quizás ahora sea muy difícil de apreciar y ponderar correctamente, y que podría suponer el revulsivo que la “Vieja Europa” necesita. Con la brusquedad de quien no tiene modales, el Sr. Trump nos ha quitado la venda de los ojos y ha hecho evidente, en apenas dos semanas, nuestra gran dependencia de los demás y la necesidad de cambiarlo.

Acuerdos que se consideraban inviolables han saltado por los aires. La posición política de defensa, hecha añicos y los acuerdos de comercio, pulverizados. Demasiado si no fuera porque no estamos hablando de una novela.

Primero lo fue en el territorio de la defensa y el gasto que a este concepto destinábamos. Luego lo ha sido en el económico y la importancia que, para la gran mayoría de sector, representa el mercado norteamericano. Tampoco nos olvidemos de la política migratoria. Y luego, ¿quién sabe lo que vendrá luego?

El caso es que, más que nunca, se ha puesto en valor la importancia que, desde la Unión Europea, tiene mantenerse unidos y actuar como un Estado. La respuesta en esta primera etapa de la negociación dada por la Comisión ha sido la de tender la mano. Una mano que seguramente será ignorada y menospreciada, pero que, lejos de los desaires, supondrá mantener la esperanza de llegar a un acuerdo que ponga fin a este sinsentido.

Lo que está sucediendo no sólo es importante por ser el país hacia el que todos los productores tienen puestos sus ojos, por ser el que más volumen de vino consume o el que tiene uno de los niveles de precios más atractivos. Lo es porque provocará reajustes en el comercio mundial, confiemos en que contenidos con las negociaciones. Porque traerá la caída del consumo allí, por el aumento de los precios, por más que bodegas, importadores y distribuidores intenten asumir los sobrecostes. Y porque la competitividad de los diferentes países se verá alterada y provocará una reordenación del origen de los elaborados que importan.

Muchas consecuencias para poder prever la política de una Administración a la que sólo sus incondicionales entienden bajo el criterio de una fe ciega.

Estados Unidos impone cambios en el comercio mundial

Tras el anuncio, al cierre de esta edición y parece que firme, por parte de Donald Trump de la imposición de un arancel a los productos de la Unión Europea que entren en EE.UU., entre los que se encontraría el vino, del 20%; es necesario comenzar por comprender que estamos hablando de una situación sobrevenida, no deseable, a la que habrá una respuesta desde la propia UE (aún no sabemos en qué medida). Aunque sí podemos aseverar que este nuevo escenario comportará consecuencias negativas para el sector en el corto plazo (confiemos que no a largo término).

No obstante, haciendo mías las palabras del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, también supone que “se abre una ventana de oportunidades” y, añadiría yo, si sabemos jugar bien nuestras cartas. No olvidemos que ya, en su anterior mandato, impuso un arancel del 25% para los vinos, esa vez sólo a franceses y españoles.

Comencemos por decir que, con 33,3 millones de hectolitros, según cifras de la Organización Internacional de la Viña y el Vino relativas a 2023, EE.UU. es el primer país en consumo de vino, por delante de Francia (24,4) e Italia (21,8) y a años luz de España, que apenas alcanza los 9,8 Mhl.

Que, según el informe publicado por la Interprofesional del Vino a través del OEMV, sus importaciones en 2024 alcanzaron los 12,27 Mhl y el valor de las mismas fue de 6.789,9 millones de dólares. Lo que situaría en 5,54 $/litro su precio medio. De los que el 15,31% del volumen fueron espumosos y el 55,78% vinos tranquilos envasados, puesto que los graneles supusieron el 28,25%. Mientras que, en valor, los espumosos representaron un 25,19% y los envasados el 70,51%, con apenas un 3,93% los graneles.

Considerando que el anuncio contempla la imposición arancelaria homogénea al conjunto de la Unión Europea, parece adecuado dedicarle un pequeño párrafo a quienes son los países que mayor presencia tienen en ese mercado.

Italia es el que más vino vende, con 353,9 millones de litros y una facturación de 2.253 M$ a un precio medio de 6,37 $/l. Mientras que es Francia con 177,9 Mltr es el que más factura (2.505 M$) a un precio medio de 14,09 $/l.

Por tipo de vino, podríamos decir que un tercio de lo facturado corresponde a espumosos, ya que para Francia representa el 35,43%, Italia el 30,34% y España 29,82%. No así en volumen, donde, mientras Francia eleva hasta el 75,32% el peso de vinos tranquilos envasados, Italia se queda en un 62,45% y España no alcanza el sesenta (59,44%).

España, dentro de ese gran mercado, ocupa el cuarto puesto por facturación con 391 M$ y el séptimo por volumen con 67,3 Mltr, lo que nos sitúa en tercer lugar por precio medio con 5,81 $/l, muy próximo a los 5,54 $/l de promedio. Siendo el 11,11% del valor de nuestras exportaciones y el 3,56% del volumen.

Especial mención requiere, por lo que pueda haber de debilidad en esa economía, la fuerte caída de las importaciones que se inició en junio del 23 y que durante un año mantuvo la caída en el valor, mientras que el volumen no lo hizo hasta el último trimestre.

Por otra parte, y aunque se le ha acusado de cierta tibieza, al dejar temas importantes sin abordar. El Comisario Hansen parece haberse tomado en serio al sector y, en apenas unos meses, ha presentado su “paquete Vino” con el que confía hacer frente a los retos que tiene el sector. Sin duda, una buena noticia.

Cuestiones ajenas al sector que lastran su recuperación

Desde que se elabora el informe, nunca antes hemos dispuesto de unas existencias de vino al cierre del mes de enero tan bajas como las de este año. 44.505.996 hectolitros de los que 42.389.907 se encuentran en manos de productores que elaboran al menos mil hectolitros. Lo que, atendiendo a la ley de la oferta y la demanda, debería estar provocando ciertas tensiones en los precios de los vinos.

Situación que, en términos generales y para el conjunto de nuestro país, no está sucediendo. Es verdad que las cotizaciones de los vinos tintos, los que más llevan sufriendo en los últimos años, parecen haber tocado fondo y su recuperación podríamos decir que acompaña a unos datos de consumo esperanzadores. Aun así, variaciones muy alejadas de lo que debiera corresponderse con unos niveles de existencias tan bajos.

Por no insistir, sobre el tema de la vendimia en verde solicitada por algunas Comunidades Autónomas, y aceptada por el Ministerio de Agricultura. Y que, vistos los datos en cifras absolutas, no se entiende.

Pero, en unos momentos en los que se plantean tantas incertidumbres sobre los efectos que acabe pudiendo tener la guerra comercial desatada por el presidente Trump sobre el mercado mundial y el jaque en el que está poniendo a la globalización de la economía; por la que tanto ha apostado Europa, y tan transcendental resulta el sector vitivinícola español; merecen especial atención dos asuntos.

Uno, por alusiones: la fuerte caída del consumo que se viene produciendo en Estados Unidos desde junio del 2023. El que, si bien en un primer momento, se temió pudiera estar relacionado con la pérdida de interés de los consumidores americanos por el vino. Hoy, con el suficiente recorrido temporal y la información que disponemos de las cifras macroeconómicas de este país, podemos asegurar que no se trataba de un problema de producto, ni de consumo. Las raíces del problema eran mucho más profundas, encontrándose en una importante pérdida de renta de las economías domésticas.

El segundo lo encontraríamos en los vinos tintos. Condenados por muchos “expertos” en los últimos tiempos por carecer de la frescura, ligereza y facilidad de consumo como la que disfrutan blancos y espumosos. Y cuyas cifras estimadas de consumo aparente, demuestran una recuperación que podríamos calificar, dado el tiempo en el que está produciéndose, más de nueve meses, de sólida. Aunque su reflejo en las cotizaciones no esté teniendo toda la correlación deseada.

Un sector alicaído necesitado de alicientes

Sin apenas cambios sobre el anteproyecto, más allá de pequeños matices, como que se permita la publicidad de aquellas bebidas fermentadas con graduación inferior a 0,5% o “recomendar” que no se utilice la leyenda “consumo responsable” o “consumo moderado”; el Consejo de Ministros del pasado martes 11 de marzo daba luz verde a la tramitación de la Ley de prevención del consumo de bebidas alcohólicas y sus efectos en menores de edad. Con ella pretende hacer frente al problema de consumo de alcohol entre nuestros jóvenes, que según la última encuesta ESTUDES de 2023, señala que tres de cuatro adolescentes entre 14 y 18 años han bebido alcohol en el último año y algo más de la mitad en el último mes. Así como “desterrar de nuestro imaginario la idea de puede haber beneficios en un consumo moderado”. “No es verdad. No aporta ningún beneficio y, mucho menos, en los menores”, tal y como manifestó la ministra de Sanidad, Mónica García.

En otro orden de cosas, ya se conoce el proyecto de reglamento de medidas para el sector del vino de la UE elaborado por el Comisario Hansen cuya propuesta reglamentaria se presentará a que principios de abril y en la que, todo parece indicar, se recogerán gran parte de las recomendaciones presentadas el pasado 16 de diciembre por el Grupo de Alto Nivel (GAN) con el objetivo de potenciar la competitividad de los viticultores europeos, en especial las Denominaciones de Origen. Con las que aliviar a un sector fuertemente consternado por la evolución del consumo y el mercado, así como por las amenazas arancelarias.

Entre las medidas se encontraría la ampliación de 5 a 8 años de los derechos de plantación y replantación. La eliminación de las penalizaciones administrativas por las replantaciones no ejecutadas. La posibilidad de que los Estados Miembros puedan cofinanciar las destilaciones, arranque o vendimia en verde, hasta en un 20%. Permitir a las organizaciones de productores la adopción de normas encaminadas a mejorar la posición de los viticultores en la cadena de valor. O que los Estados establezcan límites a los rendimientos y medidas de gestión de las existencias.

Mantiene su apuesta por los vinos desalcoholizados, total o parcialmente; comprometiéndose a mejorar la comprensión de los consumidores mediante la utilización de términos como “cero alcohol” para contenido no superior al 0,1% vol.; “sin alcohol” si el contenido no sobrepasa el 0,5% vol. y “bajo contenido en alcohol” si superara ese medio grado. Abriéndolo a vinos espumosos o aromatizados. Así como por la armonización europea de la etiqueta electrónica o el desarrollo del enoturismo.

Un buen ejemplo de esta situación sectorial la podríamos encontrar en el porcentaje de ejecución del presupuesto asignado mediante los fondos de la Intervención Sectorial (ISV) y que ha sido en el ejercicio 2024 (periodo comprendido entre el 16 de octubre de 2023 y el 15 de octubre de 2024) de 202,15 M€, de los que 23,29 M€ se quedaron sin ejecutar (11,52%).

Si bien, a este importe cabría añadir 17,92 M€ gastados correspondientes al ejercicio anterior, lo que elevaría el total de lo ejecutado a 196,8M€, que todavía se sitúa por debajo del importe anual asignado.

Bajo este panorama, es posible asegurar que el sector está apesadumbrado por la situación coyuntural que está viviendo. Lo que no resulta tan sencillo es medir las consecuencias estructurales que esta situación acabe teniendo.

Un año positivo para la exportación

Como parece que en estas últimas semanas no hay tema en el que no se cuele Estados Unidos y, aprovechando que han sido publicados por el Departamento de Inteligencia Económica de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) los datos de exportación de diciembre, con los que hemos cerrado el año 2024. Empezaremos diciendo que el efecto de la mera amenaza por parte de Trump (no había tomado todavía posesión del cargo) de nuevos aranceles al vino europeo ha tenido consecuencias positivas. De hecho, lo que ha provocado, ha sido un aumento en el valor exportado a este mercado del 22,12%, con respecto al mismo mes del año anterior, y del 27,15% en el volumen. Siendo la categoría que más ha variado, la de vino sin D.O.P. Pues el envasado es el que más crece, con nada menos que un 109,37% su volumen y un 89,94% el valor. Mientras que el granel sin D.O.P. es la que más disminuye, con un 9,69% y un 19,56% en valor. Habrá que estar pendiente con lo que haya sucedido en enero, febrero, mes en el que ya había comenzado su frenética firma de órdenes presidenciales y anuncios amenazantes a los acuerdos comerciales; y marzo, cuando anunció que aplicará aranceles para todos los productos agrícolas a partir del 2 de abril.

En términos generales, podríamos decir que no ha sido un mal año. Ya que 2024 cerró con un incremento del 1,6% en volumen y del 3,5% en valor en el total de productos vitivinícolas. Siendo de destacar que han sido los mostos los que nos han salvado los papeles. Pues gracias a su fuerte incremento del 24,3% y 18,0% respectivamente; se ha podido compensar la reducción del 5% del volumen que han sufrido los vinos en volumen y el apenas 1,4% en el que ha crecido en valor.

Por categorías, han sido los vinos de licor los que más han sufrido, con una pérdida del 18,2% de su volumen, seguidos de los espumosos que descienden un 9’1%; mientras que los vinos tranquilos lo hacen un 4,5% y, dentro de estos, los envasados con D.O.P. un 1,9%. En cuanto al valor, si bien los vinos de licor han facturado un 6,3% menos que el año anterior, el resto de categorías han conseguido elevarla: un 1,1% los espumosos, porcentaje similar al 1,5% de los vinos tranquilos y muy por encima de la apenas una décima en la que lo han hecho los vinos tranquilos con D.O.P. envasados.

Menos alentadoras son las noticias que nos llegan desde Europa, donde se ha dado a conocer el Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer, en el que se enumeran diversas propuestas para reducir el consumo de alcohol. Entre ellas el aumento de los impuestos sobre las bebidas alcohólicas, la introducción de advertencias sanitarias en las etiquetas, la limitación de los anuncios publicitarios y el incremento de los impuestos transfronterizos. Que se uniría al interés mostrado por nuestra Ministra de Sanidad por impedirnos utilizar las menciones “consumo moderado” y “consumo responsable” …

Batalla que viene de lejos, como así vienen advirtiéndonos con cierta insistencia desde las diferentes organizaciones sectoriales y que podríamos decir es una ola mundial que amenaza, con escasas posibilidades de evitarla, por acabar engulléndonos.

Sus efectos sobre el consumo y las derivadas que esto pudiera arrastrar sobre superficie, población, impacto medioambiental y tejido productivo es algo que no parece preocupar lo más mínimo a los gestores y a los que tendremos que ir acomodándonos.

Sanidad vuelve al ataque y Agricultura se pone la venda

Con unas existencias finales a 31 de diciembre en España de 47.009.062 de hectolitros de vino y 6.007.197 de mosto, según se desprende del Infovi (un 2,9% menos que el año pasado en vino y un 16,9% más en mosto), el Ministerio de Agricultura ha decidido, a instancia de algunas Comunidades Autónomas, activar la cosecha en verde por tercer ejercicio consecutivo, dotándola de 19,2 millones de euros. Una medida bajo la que se pretender “mejorar la situación del sector” y disminuir las “elevadas existencias” en prevención de una elevada cosecha 2025 que pudiera ocasionar problemas de almacenamiento.

Medida que, a tenor de tener que ser aplicada una campaña más (y ya serán tres consecutivas), no parece que haya tenido los efectos deseados sobre el mercado y la reducción de existencias. Pero que, además están por debajo de los 48.408.947 hl de vino al cierre de 2023, 54.791.795 hl con los que acabamos el 22, los 55.092.907 del 21 o los 58.843.290 del 20.

No ha sucedido lo mismo con los mostos, cuyo mercado está funcionando mucho mejor, como así lo demuestran los datos de exportación del 2024, que alcanzaron una cifra de 6.461.279 hl (24,3%) con respecto a los 5.199.735 de 2023 o los 5.210.360 del 22. Y cuyas existencias, en cambio han aumentado, consecuencia, precisamente, de esta buena marcha del mercado que ha llevado a muchas bodegas a desviar parte de su producción a este producto vitivinícola en lugar de vinificarlo.

Claro que si (como todo parece indicar) acaba siendo aprobado el documento presentado por el Ministerio de Sanidad “Buenas prácticas en las relaciones de la Administración pública con la industria de las bebidas alcohólicas” en el que se reemplazaría la mención “consumo excesivo de alcohol” por el de “consumo de alcohol”; se prohibiría las menciones de “consumo moderado” y “consumo responsable”; y se excluiría al sector vitivinícola de la interlocución y colaboración con las Administraciones Públicas en temas relacionados con el consumo abusivo de alcohol. Amén de abogarse por que se elimine el servicio de vino en cualquier evento organizado por la Administración…

Igual no deberían haber dotado con 19,2 M€ a la cosecha en verde, sino haber destinado los doscientos millones de la Intervención Sectorial Vitivinícola (ISV) española al arranque de una viña cuya producción están haciendo lo imposible por cargarse.

¡¡¡Calla!!! Que, a lo mejor, lo que pretende la Ministra de Sanidad es que le vendamos a Trump el vino que no quiere que consumamos porque es perjudicial para nuestra salud.

Mucha incertidumbre para un sector en crisis

Si bien no hay nada que permita asegurar que el sector del vino será uno de los más perjudicados en esta guerra arancelaria que nos ha declarado el presidente Trump. No son pocos los que opinan que de esta no nos libramos, aunque que sus consecuencias, según sea uno u otro el modelo de aranceles que nos acabe imponiendo, no tienen por qué ser, necesariamente, perjudiciales para nuestros vinos.

Si su aplicación es discrecional y acaba imponiendo a unos países y a unos tipos de vinos, sí, y a otros no, las posibilidades de que nos salga la cara de la moneda se antojan bastante escasas. Si, por el contrario, se aplican de manera uniforme a todos los vinos de procedencia UE y a todos los tipos de vinos, sea cuál sea su graduación alcohólica, la cosa puede ser hasta beneficiosa. Pues a menor precio, menor impuesto y, consecuentemente, seríamos más competitivos.

De momento, lo que sí se está notando es un aumento considerable de la actividad exportadora, pues son muchos los importadores estadounidenses que, ante la amenaza más o menos segura de que acabará imponiéndolos, han optado por acaparar producto con el que hacer frente a la primera envestida de su aplicación. Medida que, como ya sucediera con el Brexit, de nada sirve a largo plazo, pero que permite disponer de un cierto tiempo en el que poder negociar con la distribución la cuantía y tiempo en el que acabar repercutiendo la subida.

Todo ello, claro está, partiendo de la base de que el consumo de vino, hablando de forma global, en el que es el primer país del mundo en consumo, no se vea afectado y derivado hacia otras bebidas. A lo que, salvado el primer asalto, confían hacer frente con ese apalancamiento de producto, para evitar que se produzca.

Un problema más a añadir a la crisis del sector que venimos padeciendo de forma más o menos crónica y a la que nadie parece encontrarle solución.

El propio comisario de Agricultura de la UE, Christophe Hansen, recién aterrizado en el puesto, como el resto de Comisión Europea, parece no tener muy claro ni el escenario en el que tendrá que desenvolverse en los próximos meses y años, ni las medidas con las que cuenta para hacerlo. Así al menos se podría desprender de su comparecencia ante la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo, donde las ideas sobre cuál iba a ser su “hoja de ruta” fueron muy poco más allá del reconocimiento de que nos enfrentamos a una crisis de demanda y exportaciones y que debemos actuar con rapidez.

Señaló, y eso me parece muy relevante, que sus propuestas serán extraordinarias ya que no se incluirían en la revisión en marcha de la OCM del sector, tal y como había solicitado el sector a través de su Grupo de Alto Nivel. Generando cierta preocupación el hecho de que las soluciones que haya dejado ver no se encuentren dentro de las medidas actuales con las que cuenta el sector.

Estabilidad y tranquilidad, dos de los requisitos imprescindibles para abordar con éxito una crisis y que el sector vitivinícola europeo no parece encontrar. Con problemas de gran envergadura a los que hacer frente de manera inmediata que, previsiblemente, requerirán de mucha atención y abultadas partidas presupuestarias.

Un futuro alentador mejorando la “imagen país”

Posiblemente se trate más de una ilusión que de una realidad, pero tengo la profunda sensación de que las cosas en este sector no están tan mal como nos las estamos pintando. A pesar de Trump.

Y digo, estamos, que ahí es donde radica la gravedad del asunto, pues somos nosotros mismos los que nos estamos fustigando con las amenazas que penden sobre nuestro sector. Planteando los problemas (que los hay y no se puede mirar hacia otro lado) como cuestiones insalvables y vaticinando consecuencias catastróficas.

Negar estas amenazas, fundamentalmente aquellas derivadas del contenido alcohólico de nuestra producción y los “esfuerzos” de las administraciones en reducir su consumo. Pero sin olvidarnos de las emanadas del Cambio Climático y los efectos que sobre los viñedos (y los vinos) está teniendo, con largos períodos de sequía que llegan a poner en peligro la propia supervivencia de la planta, llevándonos a cosechas erráticas e históricamente bajas. O las nacidas de políticas proteccionistas, que amenazan con la imposición de aranceles en el primer país del mundo por consumo, en el que las bodegas españolas llevan años, muchos años, luchando por abrirse un hueco.

Negar todo esto no sólo no sería serio, sino incluso irresponsable y necio. Ya que no se puede luchar contra lo que se ignora. Pero de ahí, a rendirnos y mirar al futuro con resignación y voluntad de asumir como insuperables estos retos, y alguno más que me he dejado por no extenderme demasiado, sencillamente no resulta aceptable. Sabemos que el vino seguirá produciéndose y consumiéndose, por lo que habrá mercado, y nosotros tenemos que luchar por mejorar el puesto que ocupamos en este tablero globalizado.

Aunque somos conscientes, con total seguridad, de que la falta de relevo generacional no es un problema que nos afecte sólo a nosotros y que en ello tienen mucho que ver cambios culturales y sociales poco o nada vinculados con el sector vitivinícola, tampoco podemos darle la espalda a este fenómeno. Debemos asumir que, detrás de esta falta de voluntad por seguir con la actividad vitivinícola que desarrollaron padres y abuelos, se esconde una falta de rentabilidad económica que lo dificulta mucho.

La concienciación cada vez más extendida de que también el sector primario debe guiarse por criterios económicos que hagan lucrativa la actividad y permitan vivir de forma digna de su trabajo está en el fondo de este problema y pesa mucho más que sequías, reducciones de consumo o barreras arancelarias.

Hasta ahora, todas las iniciativas que se han adoptado para solucionar este problema han resultado infructuosas y sus consecuencias, en forma de abandono del cultivo, están siendo nefastas para el sector, el medio ambiente y la despoblación de las zonas rurales. Las tres patas que sustentan la Política Agraria Común baja el término de sostenibilidad.

Los márgenes de los grandes volúmenes de nuestra producción no permiten muchos incrementos, es cierto. Pero no lo es menos que, con esta política de precios bajos, lo único que estamos haciendo es empobrecer nuestras producciones, perder patrimonio vitícola de calidad y renunciar a la valorización de nuestros productos.

Se hace necesario mejorar la “imagen país”, y eso sólo lo puede hacer el país.