Muchos frentes abiertos para un verano caliente

Entre pactos políticos arancelarios, estimaciones de cosecha, evolución de las exportaciones, propuestas reglamentarias de la Comisión Europea sobre la PAC 2028-2034 y un buen número de noticias más que han trascendido esta semana…, podemos decir que las vacaciones se nos van a hacer muy largas.

Pues, si algo tienen en común todas ellas es la falta de concreción que las caracteriza y lo muy diferentes que pueden acabar siendo las consecuencias que estas puedan tener sobre el sector. Un sector que, dicho sea de paso, sigue mostrándose altamente preocupado por el futuro, sobre el que reina un profundo pesimismo. Quizá más teórico que real, pero que está haciendo seria mella en la moral de sus operadores. Circunstancia que acabará teniendo sus consecuencias en los mercados y, como primer hito, en los precios de las uvas de la próxima campaña 2025/26.

Hasta el momento, los anuncios que algunas bodegas han hecho públicos van más encaminados a garantizarse aquellas partidas de calidad especial a las que no quieren renunciar, que a fijar una tendencia. Confiemos en que no volvamos a enfrentarnos a una vendimia con precios ruinosos que pongan en peligro la propia supervivencia del viñedo y, con él, el de muchos de nuestros pueblos.

El Consejo Sectorial Vitivinícola de Cooperativas Agro-alimentarias de España ha hecho pública su primera estimación de cosecha. Si bien todavía es pronto para poder darle la suficiente precisión y tino, nos ayuda trazar esa línea gruesa en los treinta y ocho millones de hectolitros, desde la que comenzar a elaborar las necesarias correcciones que nos lleven a las cifras definitivas.

Lo que supondría un aumento sobre la 24/25 entre el 2% y el 3%. Y una Castilla-La Mancha que alcanzaría los 24 Mhl, superando ampliamente ese teórico cincuenta por ciento de la cosecha nacional que lleva varios años fulminando.

Producción a la que, sea cual acabe siendo, y ante la imposibilidad de hacerlo en el mercado interior, habrá que encontrarle acomodo allende nuestras fronteras, donde las bajas tasas de crecimiento que presentan las principales economías no dejan mucha renta disponible para muchos caprichos (el vino entre ellos). Y que el Sr. Trump se ha empeñado en empeorar más, rompiendo todos los acuerdos económicos de los últimos decenios y que, probablemente, acabará repercutiendo en un descenso de muchos más mercados, y muy próximos, que el estadounidense.

Y, cuando más necesaria resulta una política expansionista basada en la apertura de nuevos mercados (nunca sustitutivos del americano), aparece la Unión Europea con la intención de nacionalizar las ayudas sectoriales, poniendo en peligro las actuales de promoción en terceros países o la misma inversión en bodega o reestructuración; obligando a una cofinanciación que, más allá de las ya actuales provenientes del propio sector, incluya la del Ministerio o las de las Comunidades Autónomas.

Muchos temas, de gran calado todos ellos, sobre los que deberemos estar pendientes los próximos meses y que, confiemos, acaben valorizando un sector clave en la economía nacional y que juega un papel fundamental en la fijación de población en el medio rural.

Ahora más que nunca

Al ritmo al que van sucediéndose los acontecimientos y lo expuesto que el sector vitivinícola se va viendo sometido, es posible que, como diría un conocido vicepresidente que tuvimos, “a este país no lo va a reconocer ni la madre que lo parió”.

Aún así, lo bien cierto es que, entre leyes anti alcohol, de menores, trabas comerciales que van más allá de las meramente arancelarias, medidas proteccionistas, estrangulamiento de mercados, cambios sociales que llevan parejas profundas modificaciones en los hábitos de consumo y tipos de vinos, cambio climático que afecta a las condiciones de cultivo, pero también a las preferencias de los consumidores… Con ser de una extrema gravedad (y de consecuencias imprevisibles para nuestro sector, dada la actitud que tradicionalmente ha venido manteniendo nuestro Ministerio de Agricultura, con independencia de quién fuera su titular); las intenciones expuestas en su propuesta de presupuestos para el periodo 2028-34 por la presidenta de la Comisión Europea Úrsula con der Leyen, no dejan de ser extraordinariamente preocupantes.

Ya vaticinábamos, en estas mismas páginas, que los cambios en el orden mundial que estaban produciéndose, actualmente con el presupuesto en armamento, pero antes lo fue con nuestra exposición y dependencia de la fabricación de microchips y componentes, o la gestión de las mascarillas y vacunas cuando el Covid; podría traer consecuencias serias en un sector fuertemente intervenido, expuesto y dependiente de las ayudas.

Ya en el actual presupuesto vimos reducirse nuestra ficha financiera de la Intervención Sector Vitivinícola (ISV) a 202,15 M€, por lo que no debería sorprendernos que esta senda fuera por la que sigan los nuevos presupuestos. El problema está en que la concepción filosófica de cuál debiera ser el papel que jugara la Comisión Europea en el desarrollo del sector vitivinícola, un sector que produce una bebida de contenido alcohólico, pudiera verse afectada de lleno por todo este marco geopolítico cambiante.

Dados los antecedentes con los que contamos en medidas concretas para hacer frente a la eliminación de los excedentes generados por la pandemia, como pudieran ser la destilación o la aplicación de la cosecha en verde. Medidas que tuvieron que contar con fondos nacionales o regionales. O la propia propuesta de modificación de OCM vitivinícola presentada por el Comisario, Christophe Hansen, en la que se plantea la posibilidad de aplicar el abandono definitivo del viñedo con fondos nacionales…

Podríamos decir que irnos hacia una renacionalización de las ayudas no sólo no debería descartarse, sino que haríamos bien si comenzamos a trabajar, desde el sector y de la mano del Ministerio, con este horizonte en mente. Especialmente ante las profundas diferencias que esta situación podría llegar a generar entre los diversos Estados miembros, e incluso, entre regiones de un mismo país.

Y a todo esto habría que añadirle los fondos a reservar para hacer frente a acontecimientos extraordinarios, cada vez más frecuentes y de consecuencias mayores, para los que la Comisión debería dotarse económicamente.

Ahora, más que nunca es necesario que sector y Ministerio trabajen de la mano.

EE.UU., un mercado muy importante como para pensar en alternativas

Insistir sobre lo imprevisible que desde enero se ha convertido el mercado norteamericano con la llegada de la segunda Administración Trump es reiterarnos en la imposibilidad de saber, con la certeza mínima requerida, lo que va a pasar el próximo 1 de agosto. Fecha en la que ha anunciado un aumento de los aranceles actuales del 10% hasta el 30%.

Tras varios amagos de imponer tarifas aduaneras desorbitadas a la Unión Europea, todas las amenazas hasta ahora había sido aplazadas. Y, aunque en alguna de estas llegará el lobo y acabarán convirtiéndose en realidad. Han sido tantas las ocasiones en las que han sido vacuos ultimátums del peor de los tahúres que, cuando vaya a ser verdad, nos pillará por sorpresa. Tanto que ya será imposible discernir entre los efectos generados en nuestras exportaciones por los aranceles y aquellos que encuentran su explicación en una sociedad norteamericana empobrecida y que debe disminuir el consumo de cualquier producto que considere superfluo.

Sea como fuere, el caso es que esta situación está resultando lamentable para nuestro sector. Un mercado al que se le han dedicado tantos esfuerzos, de todo tipo; económicos, pero también humanos con la apertura de delegaciones propias. Un país que estaba llamado a convertirse en el primer país del mundo en volumen de vino consumido. No es de recibo que todo el trabajo se tire por la borda por la llegada de un personaje que tiene como lema no respetar ninguno de los acuerdos a los que las anteriores administraciones se habían comprometido.

Los datos de mayo correspondientes a las exportaciones de vino a este mercado, ponen de manifiesto que el efecto acopio del que hemos disfrutado en los meses anteriores parece haberse acabado.

No obstante, convendría no perder de vista lo sucedido en enero de 2023, cuando el volumen de sus importaciones comenzó una peligrosa senda bajista que duró todo el año, afectando especialmente a los vinos tintos. ¿Coincidencia con un cambio en los hábitos de consumo o un empobrecimiento de los americanos que buscaron en vinos más baratos una forma de hacer frente a la situación?

Resulta difícil, al menos en tan corto plazo, una respuesta.

Sea como sea, el caso es que se presentan tiempos difíciles para los vinos en el mercado norteamericano y aunque lo de buscar mercados alternativos, como se empeñan en repetir nuestros políticos, está muy bien. Convendría recordarles que, ni un mercado se crea tan fácilmente, ni las condiciones sociales, políticas, culturales… de este mercado son fácilmente replicables en otros países.  

Una campaña “normal” en el aire

La Conferencia Sectorial de Agricultura y Desarrollo Rural acordaba recientemente el reparto territorial de los 212,3 millones de euros entre las comunidades autónomas para financiar las medidas de apoyo al sector vitivinícola y medidas de sanidad animal y vegetal.

De este montante, 195’177 M€, corresponden a actuaciones de la Intervención Sectorial Vitivinícola (ISV) distribuidas en reestructuración y reconversión de viñedos: 105’929 M€ y 89’249 M€ en inversiones en instalaciones de transformación, infraestructuras e instrumentos de comercialización.

Reunión en la que el ministro Luis Planas manifestó a los consejeros autonómicos su preocupación por la falta de relevo generacional. Un desafío complejo y urgente que necesita del compromiso conjunto de todas las administraciones y del sector; y un trabajo en colaboración para ofrecer respuestas reales y eficaces. Explicando que asegurar la rentabilidad de las explotaciones para que la actividad resulte atractiva a los jóvenes es la forma más efectiva de afrontarlo.

Todo ello queda reflejado en el documento que ha elaborado el Ministerio, que incluye propuestas en distintos ámbitos como: la mejora de acceso a la tierra y al crédito a los jóvenes, formación para reforzar las capacidades, flexibilización y optimización de las ayudas públicas específicas, el impulso de la digitalización, fomentar el prestigio social de la profesión agraria y otras actuaciones transversales que hagan más atractivo el ejercicio de la actividad y la vida en las zonas rurales.

En otro orden de cosas, cabe destacar la proliferación de las estimaciones de producción, todas ellas con cierto grado de condicionalidad por la organización que la confecciona.

Lo que sí parece incuestionable, es que la vendimia de 2025 en España será superior a los 35’58 millones de hectolitros del año pasado. A los 39’126 Mhl de lo que sería la cosecha media de los últimos cinco años, marcados por la sequía; e incluso a los 40’66 de los últimos diez ejercicios. Volúmenes que podríamos definir como “normales”, aunque estén muy alejados de los 50’355 producidos en la campaña 2018/19.

Las lluvias de esta primavera, más abundantes de lo habitual, han favorecido una buena brotación y un desarrollo vegetativo óptimo del viñedo. Pero, ese exceso de humedad, unido a temperaturas suaves, ha propiciado la aparición del mildiu y el oídio, que están provocando daños en numerosos viñedos. Tampoco las temperaturas extremas, especialmente las nocturnas, son una buena noticia para obtener una buena producción.

Mientras llegan las reformas, las exportaciones siguen cayendo

En palabras del comisario europeo de Agricultura y Alimentación, Christophe Hansen: “en un mundo marcado por la inestabilidad geopolítica y las presiones comerciales, una política sólida de I.G.s es más esencial que nunca para garantizar la resiliencia y la autonomía del modelo agroalimentario de la UE”.

Esperanzadoras declaraciones para un sector amenazado por la caída mundial del consumo y legislaciones antialcohol que pueden suponer un fuerte freno a la difusión de la Cultura del Vino y a las recomendaciones del propio sector sobre un consumo moderado y responsable.

Que sean las figuras de calidad, con un mayor apoyo a las campañas de promoción específicas, es un buen punto de partida en el reconocimiento de que las I.G.s, no sólo contribuyen a los ingresos de los agricultores y productores, sino que también crean puestos de trabajo, promueven la gestión sostenible de los recursos y contribuyen al crecimiento económico en las zonas rurales. Siendo un símbolo de la calidad y la tradición europeas.

Por otro lado, la copresidenta del Intergrupo Vino del Parlamento Europeo, Esther Herranz, presentaba hace unos días ante la Comisión de Agricultura y Desarrollo Rural (Comagri) una serie de medidas para que, puedan ser negociadas y acordadas en el trílogo con la Comisión Europea y el Consejo

Del informe, cabe destacar la posibilidad de usar los fondos europeos sectoriales para financiar medidas de crisis como cosecha en verde, destilación y arranque. Así como permitir la transferencia de fondos sectoriales no utilizados al año siguiente para destinarlos a medidas de gestión de crisis.

Aumentar la cofinanciación al 80% en medidas de promoción exterior y adaptación al cambio climático, y permitir la prórroga de las campañas de promoción por cinco años extra en caso de que sea necesario para la consolidación de los mercados.

Prorrogar un año en caso de fuerza mayor la utilización de las autorizaciones de plantación. Garantizar la coherencia al evitar que los beneficiarios de medidas de arranque accedan a nuevas autorizaciones de plantación durante los cinco años siguientes. Simplificar las normas de etiquetado para vino destinado a la exportación a terceros países. E incluir la lucha contra enfermedades como la flavescencia dorada en los planes sectoriales.

Mientras todo esto tiene que ir evolucionando, las exportaciones españolas, entre mayo de 2024 y abril de 2025, según el informe elaborado por la Interprofesional (OIVE), presentaron una evolución negativa en volumen -8’6% y 179’8 millones de litros. Más contenida en valor que cayó apenas -1,4%, 41,5 millones de euros menos.

Los vinos a granel fueron el grupo más castigado, con una caída del 3% en valor (527,5 millones €) y del 9,9% en volumen (1.064,9 millones de litros). Mientras que, en los envasados, los I.G.P. fueron los que más cayeron -10,8% en valor y un 23,1% en volumen. Los varietales lo hicieron un -2,2% en valor y un -7,3% en volumen. Y los vinos sin ninguna indicación cerraron el periodo en positivo con un crecimiento del 3,5% en valor y +0,5% en volumen.

Los espumosos acusaron un descenso del 1,8% en valor y del 10,8% en volumen, marcado principalmente por la pérdida del cava (-8,7% en valor y -22,1% en volumen.

Un círculo vicioso de pesimismo que hay que romper

Resulta muy complicado mirar al futuro en un ambiente tan enrarecido como el que pesa sobre el sector. Máxime cuando desde todas las organizaciones se trasladan continuos mensajes de pesimismo sobre su futuro y se destacan los graves problemas que lo acechan.

Y, aunque es cierto que, bajo este panorama, se hace muy difícil encontrar un halo de optimismo bajo el que desarrollar nuevos proyectos, si algo caracteriza al sector vitivinícola es su resiliencia.

No obstante, convendría recordar, ahora más que nunca, que de la misma forma que la percepción que tenía el consumidor en los primeros años de este siglo: cuando las bodegas florecían ante la llegada de poderosos empresarios que habían hecho fortuna con otras actividades de negocio y aspiraban a hacer lo propio en el vino, se inundaban las vinotecas de nuevas referencias y los lineales aumentaban sus precios… Poco o nada tenía que ver con la realidad de un sector que tenía sumido su consumo en una profunda crisis, el abandono del viñedo resultaba alarmante y los jóvenes no se planteaban seguir los pasos de sus ancestros.

Tampoco ahora, cuando todo parece negativo y el futuro de la vitivinicultura parece estar seriamente cuestionado, la realidad resulta tan perversa.

Claro que tenemos problemas con el consumo, las producciones, la rentabilidad, el relevo generacional, la despoblación del ámbito rural, los momentos de consumo, cambio climático… y así podríamos elaborar una lista, tan larga como interminable. Pero ninguno al que el sector no esté capacitado para hacerle frente.

La ventaja que ahora tenemos respecto a lo que sucedía hace un cuarto de siglo es que la información es más precisa, la transmisión del conocimiento más universal y rápida y la profesionalización de sus operadores mucho más especializada.

A pesar de ello, es verdad. No son problemas fáciles de solucionar. Como tampoco hay una solución universal que aplicar a todo el sector. Cada caso requiere su propio análisis y su estrategia. Pero hay grandes oportunidades.

Y así lo deben pensar los viticultores, o eso al menos se podría desprender de los últimos datos de la Esyrce y que corresponden a la superficie de viñedo de uva de transformación al 1 de agosto de 2024.

Según estos datos la superficie total de viñedo de uva de transformación en España era de 910.971 has, lo que supone un 3,63% menos que el año anterior cuando, sorpresivamente aumentó hasta los 945.315, alejando de los novecientos once mil de media de los años veinte, veintiuno y veintidós.

Y, aunque los motivos pueden ser miles, mirando el detalle de regadío y secano junto con lo sucedido en las diferentes comunidades autónomas. Todo parece indicar que los motivos de esta disminución están más ligados a problemas climáticos, especialmente los relacionados con la disponibilidad de recursos hídricos, que a una verdadera huida del sector.

Así nos encontramos con que la superficie de secano desciende el 1,22%, mientras que la de regadío lo hace un 6,94%, siendo las regiones del Levante español (C. Valenciana, Murcia y Andalucía) las que concentran las mayores pérdidas de superficie.

Adiós a la campaña de la “normalidad”

Con el permiso de impresionantes (y repetidas) granizadas que han afectado severamente a viñedos distribuidos por toda España, el mildiu sigue siendo la mayor preocupación del sector productor. La virulencia con la que se ha manifestado el hongo, con efectos que podríamos asegurar de gran importancia en la cosecha venidera, junto con su generalización geográfica, sin que haya región que se libre de sus consecuencias (con muy diferentes rangos de afectación, eso sí), está marcando una campaña que estaba llamada a ser la de la “normalidad” y que, al paso que vamos, puede pasar a ser de esas históricas, que quedan en nuestra memoria.

Según los últimos datos ofrecidos por Agroseguro, la superficie declarada y asegurada de viñedo de uva de vinificación con daños, principalmente por pedrisco, en las parcelas hasta el pasado 31 de mayo se elevó a 38.924 hectáreas… Sin contabilizar, por tanto, los siniestros acaecidos en junio.

La previsión de indemnizaciones se situó hasta esa fecha en 20,87 millones de euros, de los cuales, casi un 41,7% y 8,70 millones corresponden a viñedos damnificados en Castilla-La Mancha; otro 24% y 5 millones a La Rioja; un 11,5% y 2,40 millones a la Comunidad Valenciana; un 10,5% y 2,2 millones a Castilla y León; un 5,3% y 1,1 millones a la Región de Murcia, y otros 1,47 millones de euros a viñedos del resto de regiones.

La sensación de que el mercado se encuentra sumido en la paralización, con un consumo a la baja y un cambio en las preferencias desde los tintos a blancos y espumosos, hace más llevadera una situación en el viñedo que, en otras condiciones, hubiese generado un importante alarmismo ante los elevados costes que esta afectación criptogámica está generando y los efectos de reducción de vendimias que pudiera acabar teniendo.

Con el objetivo de paliar esta situación, el Consejo de Ministros de Agricultura de la UE podría alcanzar en estos días un primer acuerdo político sobre el paquete de medidas de flexibilización y simplificación en apoyo del sector vitivinícola comunitario “Paquete Vino”.

En términos generales, las medidas planteadas para la promoción en terceros países, el apoyo las medidas destinadas a la prevención de la flavescencia dorada u otro tipo de plagas que afectan al cultivo del viñedo. La posibilidad de eximir a los vinos destinados a la exportación de la obligación de tener que indicar la lista de ingredientes y la declaración nutricional en la etiqueta. Que la terminología que se vaya a utilizar para los vinos de baja graduación alcohólica sea mucho más precisa, con el fin de evitar fraude o confusión a los consumidores.

El mildiu pone en peligro la cosecha

De preocupante podría calificarse el momento que vive el sector productor. Pues si las abundantes lluvias caídas en la práctica totalidad de nuestra geografía permitían pasar página a los nefastos efectos que la pertinaz sequía había ocasionado en nuestras producciones. Ahora era la presencia de esta, la que ocasionaba daños de consideración.

Daños por inundaciones, como los ocasionados en la provincia de Valencia, aparte. Digamos que los niveles de precipitaciones no debieran haber ocasionado ningún perjuicio en las cosechas. Más bien, todo lo contrario. Fueron recibidas por los viticultores con los brazos abiertos y la esperanza de poder dar por superado un episodio que duraba varios años y que había llegado a poner en peligro de supervivencia la propia planta; era plena.

Pero como la dicha nunca es completa, a estas lluvias le sucedieron altas temperaturas que trajeron un idílico escenario para el desarrollo de enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Cuya virulencia puso de manifiesto lo que ya algunos viticultores, los más viejos del lugar, preveían. Y es que la sequía de los años atrás, había favorecido el desarrollo larvado de la enfermedad que, cuando se han dado las condiciones adecuadas, ha aflorado con gran celeridad. Haciendo prácticamente inútil los primeros tratamientos y obligando a repetirlos con una alta frecuencia.

Con lo que de coste supone, lo que ya de por sí es un alto inconveniente para muchos viticultores que rozan la nula rentabilidad al precio al que venden sus uvas. Pero que, además, tendrá sus efectos sobre el conjunto de la producción al encontrarse la vid en un estado fenológico muy delicado como es la floración-cuajado, cuando la viña es especialmente sensible. Siendo bastante generalizado que la enfermedad haya traspasado las hojas al racimo.

Afortunadamente esta situación se ha dado antes de que, en aquellas regiones donde vaya a aplicar la vendimia en verde, haya tenido lugar y provocará que muchos de esos miles de viticultores que lo hubieran solicitado, se vuelvan atrás y no tiren ningún racimo al suelo.

Mientras la viña evoluciona, el mercado parece mantener cierta inapetencia. Con operaciones de escaso volumen y cotizaciones que se mantienen bastante estables.

Manteniéndose esa extraña sensación que llevamos meses y meses soportando, de unas salidas desde bodega con tendencia positiva para los tintos y rosados, mientras los blancos caen. Situación que se compagina con una demanda por los operadores que parecen estar más interesados en los blancos que tintos.

Con los últimos datos del Infovi, correspondientes al mes de abril, en la mano. Podemos asegurar que el consumo aparente de vino blanco cae, con respecto al mismo mes del año anterior, un 10’0%, mientras que el de tintos y rosados, aumenta el 6’9%.

O que las existencias de vino blanco son un 15’53% superiores, en tanto que las de tintos se sitúan un 12’19% por debajo. Aunque, en este caso, hay que reconocer que desconocemos la cantidad de vino que, con uvas tintas pudiera haberse vinificado en blanco.

La desalcoholización, ¿una forma de conectar con nuevos consumidores?

No hay ninguna duda de que uno de los temas que más preocupa al sector vitivinícola es el consumo de vino, especialmente entre los jóvenes. Resulta bastante habitual escuchar que “los clientes se nos están muriendo”, en referencia a la escasa tasa de reposición que encuentra nuestro sector entre los jóvenes.

Y, aunque muy posiblemente no todo sea cuestión de reposición, pudiendo haber una parte de esa recuperación del consumo que debamos buscarla en aumentar la frecuencia de consumo (actualmente cifrada en tres copas a la semana, concentradas en fines de semana); es incuestionable que la incorporación de nuevos consumidores resulta vital para nuestro futuro.

Encontrar la forma de llegar a ellos con un mensaje, presentación y tipología de vinos adecuados lleva años convertido en el principal objetivo de cualquier país productor, colectivo sectorial o bodega individual. Y, aunque cada uno ha tomado, toma y tomará su propia estrategia, todos coinciden en señalar que, en esta batalla, la incorporación de vinos de bajo (o nulo) contenido alcohólico resulta primordial.

Gracias a diferentes estudios realizados con anterioridad, sabemos que los jóvenes a la hora de elegir un vino tienen en cuenta cuestiones que van allá de las características del vino, que argumentos relacionados con la salud, sostenibilidad y autenticidad juegan un papel importante en esa decisión.

Sensible ante estas cuestiones se lleva años trabajando desde la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) en todo lo vinculado con las prácticas enológicas relacionas con la desalcoholización total o parcial de los vinos. Desde la Comisión Europea, en autorizarlas y modificar el etiquetado de los vinos permitiendo las menciones de “alcohol cero”, si el % vol no supera el 0,1; “sin alcohol” cuando sea superior a 0,1% e inferior al 0,5% vol, o “bajo contenido alcohólico” para aquellos de graduación superior al 0,5% vol e inferior al grado alcohólico anterior a la desalcoholización.

Y, por último, pero no menos importante, las bodegas por elaborar un producto que cumpla con unos mínimos de calidad y organolépticos para poder ser considerado “vino”.

Gracias a un estudio realizado por dos profesores de la Universidad de León, Rosana Fuentes y José Luis del Campos, hoy podemos confirmar, con cierto rigor científico, que la mayoría de los consumidores, cerca del ochenta por ciento, estarían dispuestos a probarlos. Porcentaje que sube hasta más del ochenta y siete, si hablamos de los jóvenes. 

Señales positivas, a pesar de todo

Cuando no es por una cosa es por otra, el caso es que el sector no consigue tener un mes en el que no haya algo que genere una inestabilidad anímica que está poniendo en peligro la propia autoestima de unos viticultores y bodegueros que se preguntan cuándo y cómo saldrán de la situación de desesperación en la que se encuentran.

A la falta de rentabilidad que lleva pareja la problemática de la falta de relevo generacional, se suman cosechas calamitosas que agudizan más una situación agravaba por la pérdida de consumo y una grave sensación generalizada de estar viviendo el peor momento de la historia del sector.

Primero fueron tres años de pertinaz sequía que, si bien afectaron a todo el mundo, dejando unas producciones que nos retrotrajeron a hace más de sesenta años, resultaron especialmente importantes en nuestro país, llegando a poner en riesgo la propia supervivencia de la planta en numerosas regiones. Afortunadamente, con las lluvias del 2023 la gran mayoría de estas situaciones se vieron superadas y en las que no lo hicieron, especialmente el sur del Levante, lo han sido este año. Y, aunque los granizos tampoco es que hayan dado tregua, pues han resultado de una alta importancia y gran generalización, sus efectos sobre la producción venidera no debieran ser relevantes. No así la otra gran amenaza a la que ahora deben hacer frente los viticultores: las enfermedades criptogámicas, especialmente el mildiu. Que ha encontrado un ideal campo de cultivo en los altos índices de humedad y elevadas temperaturas. Focos, todos ellos que, de momento, están controlados con los tratamientos adecuados; si bien suponen un mayor coste para una producción sobre la que hay grandes dudas ante los precios a los que podría operarse.

Y, aunque las exportaciones, en datos interanuales a marzo’25 cayeron en volumen, respecto al mismo periodo del año anterior, un 3,2%, hasta sumar 2.695,67 millones; su valor presenta un ligero aumento del 1,6%, alcanzando los 3.491,2 millones de euros.

Centrándonos sólo en vino, el descenso del volumen cae hasta el 7% y mientras que el valor apenas crece un 0,3%. Siendo la categoría de graneles la que más sufre en volumen con una pérdida del 8,7%, mientras que los envasados pierden el 5,3% y los bag in box aumentan un 7,9%. Mientras que en valor sigue siendo el bag in box el que mejores datos presenta con un aumento del 4,1%, mientras que en los envasados crece un 0,8% y en los graneles cae un 1,2%. Resultando especialmente llamativo el descenso del 21,8% en volumen y 7,9% en valor del cava.

Considerando los múltiples frentes abiertos en el mercado internacional: amenazas de aranceles que llevarían a una guerra comercial mundial, la guerra en Ucrania, el conflicto en la franja de Gaza… Y el grave perjuicio que todo ello está generando en la confianza de los consumidores y sus consecuencias que ello acaba teniendo sobre el consumo, especialmente cuando hablamos de bienes que no son de primera necesidad, como es el vino; tampoco podemos considerar malos los datos del infovi de marzo, donde el consumo estimado mantiene, prácticamente, la misma cifra del mes anterior y confirma la tendencia de positiva de los tintos y rosados frente una caída de los blancos.