Pensando en el futuro

Que los acontecimientos que no están evolucionando como a todos nos hubiese gustado, ni tan siquiera como nos prometía el Gobierno con una “rápida” recuperación, es un hecho tan evidente que no merece más mención que la que se desprende de los posibles efectos que sobre nuestro sector pudiera tener el cierre que se está produciendo en muchas de nuestras comunidades autónomas de la hostelería. Afrontar la Navidad bajo el panorama de restricciones en el movimiento de las personas, así como dificultar, si no impedir, las reuniones familiares y celebraciones típicas, como pudieran ser las comidas de empresa, puede suponer un quebranto de tal magnitud para el conjunto de nuestras bodegas que cualquier medida excepcional que pudiera aplicarse resultará totalmente insuficiente.

Y así parece estar entendiéndolo el ministro Planas, quien, en su reunión del Consejo de Política Agrícola con los consejeros autonómicos del ramo, anunció que solicitaría a la Comisión Europea que active nuevas medidas de mercado que, aunque sin especificar, muy probablemente irán en la línea de prorrogar las que se aplicaron al final de la pasada campaña y mantener la flexibilización en las tasas de cofinanciación de las medidas de promoción en terceros países hasta el 15 de octubre de 2021.

Medidas que, salvo sorpresa mayúscula, deberían ser retraídas de los fondos PASVE y que tendrán como consecuencia la reanimación de una vieja polémica sobre si lo que necesita el sector en estos momentos son este tipo de ayudas u otras encaminadas a abrir un hueco en los mercados internacionales que permitan mejorar el valor de nuestros elaborados.

Este cierre en el mercado puede generar un problema de graves consecuencias en las existencias de las bodegas, ya que se estima que un tercio de la facturación se concentra en la campaña navideña. Darle salida a semejante volumen con las medidas extraordinarias anti Covid resulta del todo imposible por lo que, muy posiblemente, se planteará un escenario que vaya mucho más allá de cuestiones circunstanciales, hacia problemas estructurales que requieran medidas mucho más contundentes como el arranque de viñedo.

Ambos aspectos: financiación exclusiva de las medidas extraordinarias con fondos PASVE y abandono voluntario del viñedo nos sitúan en una peligrosa situación ante la ausencia de fondos complementarios nacionales como los que sí han disfrutado nuestros competidores franceses e italianos; y los bajos precios y ausencia de rentabilidad en la que se maneja nuestro viñedo.

La vacuna de la esperanza

Es posible que, dentro de unos meses (¡ojalá sea así!), estemos hablando en pasado del Covid-19 y la vacuna de Pfizer, o de cualquier otro laboratorio, sea una realidad. Pero, mientras esto llega, el sector debe ir haciendo frente a un crudo día a día, marcado por una fuerte disminución del consumo, motivado por el cierre de la hostelería que afecta a la gran mayoría de los países consumidores del mundo. Las existencias se acumulan en las bodegas y, la llegada de una nueva cosecha no ha hecho sino incrementar los peores temores ante una campaña navideña que restricciones y confinamientos están poniendo en peligro.

Que el sector vitivinícola necesita de medidas extraordinarias con las que hacer frente a una situación excepcional es algo que pocos cuestionan y que todos los operadores que conforman su cadena de valor coinciden en que deben adoptarse inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde para algunos pequeños operadores, cuya capacidad de resistencia se encuentra al límite.

Sobre si las medidas tienen que ser unas u otras y su financiación provenir de unos fondos u otros, la coincidencia ya no es tanta, y lo que para unos resulta insuficiente y debería aprovecharse la medida al máximo posible, para otros es innecesaria y consideran que sus efectos sobre el mercado serán contraproducentes, al beneficiar a un colectivo muy específico al que se le permite abastecerse de producto a un precio por debajo del de mercado.

Ni destilaciones, inmovilizaciones, vendimia en verde o limitación de rendimientos han evitado que los precios hayan sido de los más bajos de la historia y, aunque es indiscutible que de no haberse tomado medidas la situación sería peor que la actual, no faltan quienes consideran que igual hubiese sido más conveniente dejar que el mercado cayese y aplicar, o no (porque también aquí los hay que no coinciden) estos fondos en medidas de mercado que acelerasen su recuperación.

Sea como fuere, el caso es que nos encontramos donde nos encontramos. El mercado mundial está operando bajo ralentí y las bodegas no saben muy bien si la llegada de una vacuna, o lo que tenga que llegar para recuperar la normalidad y el consumo, se producirá antes de que sea demasiado tarde para salvar una campaña que, con un volumen no muy importante, 160 millones de hectolitros estimados por el Copa-Cogeca en los principales Estados productores de la UE, puede acabar requiriendo de medidas traumáticas cuyas consecuencias tardemos varios años en superar.

Plantearse un paréntesis y asumir que debemos dar por perdida esta campaña es posible desde un punto de vista teórico, pero totalmente inasumible desde el práctico. Por lo que si, llegado el momento de levantar los contratos de inmovilización, la situación no ha cambiado radicalmente y el horizonte es esperanzador gracias a hechos concretos, como pudiera ser la aplicación inmediata de una vacuna, o disponer de un horizonte muy cercano en el que contar con ella; podemos enfrentarnos a la necesidad de aplicar medidas mucho más radicales, como la eliminación definitiva a un coste cero o muy próximo.

Por el contrario, si tal y como nos prometen, a primeros del próximo año contamos con esos primeros millones de dosis con los que empezar a generar esa inmunidad de rebaño que nos permita recuperar la normalidad; la elección de Joe Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos reactiva las negociaciones para el levantamiento del arancel adicional del 25% “ad valorem” impuesto por la administración Trump y se obliga al premier británico Johnson a llegar a un acuerdo con la UE en su Brexit; el escenario en el que debamos tomar esas medidas será mucho más halagüeño.

Certidumbre para un futuro incierto

Por más extraño que pueda parecer, algo está evolucionando tal y como era previsible y esta no es otra cosa que el sector vitivinícola mundial. Pérdida de consumo generalizada, rompiendo la tendencia alcista (aunque modesta) de estos últimos años, retracción de la economía doméstica, con una importante contención en el gasto “ante lo que pudiera venir”, por más que el consumo en el canal alimentación presente buenas cifras. O unos bodegueros que toman el testigo de los viticultores para reclamar unos ingresos que el mercado no es capaz de proporcionarles en la cantidad que consideran mínima para la subsistencia de sus negocios, mediante la aplicación de medidas de intervención en la producción. Son todo noticias de las que no podemos sentirnos satisfechos, pero que no pueden sorprender a nadie.

Lo que ya no tengo tan claro que no sorprenda a nadie es la decisión que pueda, o deba, tomar (según a quién le preguntes) nuestro Ministerio de Agricultura sobre la aplicación de nuevas medidas extraordinarias para eliminar una parte de esa producción que tanto está pesando en el mercado y que hace incapaces a sus operadores de vislumbrar un futuro próximo optimista.

Lo primero porque habría que considerar es que, por más evidentes que resulten los problemas a los que se enfrenta el sector vitivinícola, no es el único, ni el más perjudicado de los sectores productivos de nuestro país. Por no hablar de la importancia en su contribución al PIB. Lo segundo, porque ya cuenta con unos fondos, procedentes de sus fondos europeos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) con los que no cuentan otros sectores. Lo tercero, porque se trata de una bebida alcohólica, sobre la que algunos de nuestros políticos, haciendo gala de gran “competencia y conocimiento”, le han declarado la guerra, manifestándose felices si algún día desapareciera. Y lo cuarto, y mucho más importante, porque, como consecuencia de todo lo anteriormente descrito y mucho más (que ni el espacio permite, ni la necesidad requiere), la experiencia reciente de la pasada campaña con la aplicación de más de noventa millones de euros en intentar solucionar un problema, se ha demostrado totalmente insuficiente para hacerlo y, muy posiblemente, no hubiera dinero suficiente para emplearlo. Entre otras cosas, porque se trata de un problema de demanda que escapa completamente la capacidad de la oferta.

Así es que, por primera vez en muchos meses en los que la improvisación y el desconocimiento de lo que puede suceder ha imperado en nuestra sociedad, podemos decir que sabemos que vienen tiempos muy difíciles para el sector vitivinícola en España. Que, una vez más, se pondrá de manifiesto la enorme diferencia entre lo que representa el sector para los gobiernos de unos y otros países, incluso de unas y otras regiones españolas. Y que nos enfrentamos a tiempos muy complicados en los que, Dios no lo quiera, habrá que tomar medidas muy desagradables para intentar equilibrar la oferta y la demanda cuando seamos capaces de concretar cuál es esa demanda.

La reforma de la PAC abre un horizonte esperanzador

Es posible que algunos consideren que las medidas a las que se destinan pudieran ser otras, o que su eficiencia estaría más justificada atendiendo a criterios diferentes de los que se utilizan. Pero pocos, o muy pocos, se atreverían a decir que los fondos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE, en el caso de España) no son una herramienta necesaria y eficaz para poner en el horizonte mundial a los vinos de la Unión Europea.

Convendría recordar que estos fondos nacieron de la necesidad de mejorar la competitividad de los vinos de la Unión Europea en un mercado que se globalizaba a marchas forzadas y donde los excedentes crecían de manera preocupante en los países que concentraban dos tercios de la producción mundial. Dilema ante el cual solo cabían dos respuestas: reducir el potencial de producción mediante el arranque de viñedo, o aumentar la demanda con medidas encaminadas a hacer más competitivo nuestro sector. Afortunadamente para todos, pero muy especialmente para el medioambiente, se optó por la segunda opción. Y, aunque son muchas las cosas que todavía nos quedan por hacer en este largo camino de la competitividad de la mayoría de los vinos europeos, donde el Covid-19 ha supuesto una piedra (esperemos que pequeña) en el camino, podemos asegurar que lo estamos consiguiendo y que fue una decisión acertada.

Y así lo deben considerar también los responsables de gestionar los fondos europeos con los que se financian esas medidas, pues, en un escenario de recortes, amenazas económicas y arancelarias, la reforma de la Política Agrícola Común, en la que se integra la vitivinícola, ha optado por mantener la ficha presupuestaria. Es más, incluso ha llegado a definirla como “clave en la transición de este sector hacia una mayor competitividad, innovación y calidad”.

Esa es una de las principales conclusiones a las que ha llegado la Comisión Europea a través de su informe “Evaluación de las medidas de la PAC aplicables al sector vitivinícola”. Destacando que han contribuido a aumentar la competitividad de los productores, acelerado la modernización del sector y asegurado su viabilidad y competitividad, fomentado el uso de nuevas tecnologías y mejorado las condiciones de comercialización.

Medidas coherentes con los objetivos medioambientales de la Unión Europea para los próximos años y que vienen a marcar los pasos a seguir en un mercado en el que los vinos con Indicación de Calidad Geográfica, rosados y espumosos, junto con los elaborados al amparo del cultivo ecológico y los de menor graduación alcohólica marcan la demanda mundial.

Origen, diferenciación y respeto al medio ambiente, son tres valores sobre los que podríamos decir se sustenta el futuro del sector y que, junto con la digitalización, marcarán el camino por el que deberán transcurrir todos los esfuerzos en que viticultores y bodegueros se empeñen. Afortunadamente, la búsqueda de la calidad ya ha superado la barrera de lo característico para afianzarse en el terreno de lo fundamental y eso abre todo un nuevo escenario en el que las nuevas tecnologías deberían conducirnos a mejorar el valor de nuestros vinos, mediante la mejora en la percepción de los consumidores.

Circunstancias como las actuales nos han demostrado que contar con medidas como la destilación, inmovilización o eliminación parcial de la producción, pueden ser muy necesarias para hacer frente a un problema puntual. Pero nuestro esfuerzo debe desarrollarse en aquellas otras de carácter estructural como reconversión, inversiones e innovación que nos proporcionen vinos de calidad y adaptados a los gustos de los consumidores, capaces de aprovechar las medidas de promoción.

Paciencia y trabajo. No queda otra

Se hace muy complicado, con toda la que está cayendo, pensar en el sector vitivinícola como una isla en medio de un océano de incertidumbre y malas noticias, en la que se disfrute de una vida placentera exenta de problemas. Máxime cuando la recuperación en forma de “V” que muchas bodegas han experimentado en sus ventas en los meses estivales, a pesar del bajo número de turistas extranjeros, puede verse transformada en una “W” cuando, llegados el último trimestre, con su fundamental campaña navideña. presenten resultados.

Por más que sepamos, porque para eso los coach en sus cursos de desarrollo profesional insisten en ello, que hay que mantener una actitud positiva ante los problemas. Bajo el firme convencimiento de que seremos capaces de superarlos y salir fortalecidos aprovechando las oportunidades que toda crisis nos ofrece. Estar constantemente oyendo cifras de contagiados, hospitalizados, muertos, parados, caídas de PIB… previsiones para los próximos meses y amenazas de constantes confinamientos y cierres de la actividad hostelera o toques de queda… no ayuda mucho.

Aun así, es fundamental entender que de esta situación saldremos y que, de una manera u otra, en el bar o restaurante, o en casa, el consumo de vino seguirá existiendo y situaciones como el teletrabajo, el comercio electrónico o el protagonismo del vino en la cesta de la compra resultarán muy beneficiosas para nosotros en el medio y largo plazo.

Sinceramente, no soy de la opinión de que esto vaya a solucionarse en un plazo de tres o cuatro meses con la llegada de una vacuna. Ni que las restricciones a la libre circulación y consumo sean cosa de una ciudad o comunidad, porque más tarde o más temprano acabarán llegándonos a todos. Pero sí estoy, totalmente convencido de que el consumo de vino en España acabará aumentando.

No mucho (tampoco nos vengamos arriba), que los cambios sociales que explican la evolución del consumo en el canal de alimentación son muy profundos y difíciles de corregir. Por más histórica que resulte una pandemia mundial que ha supuesto la paralización de la economía de todos los países de manera voluntaria. Y, aun así, estoy seguro de que acabará creciendo el consumo en el hogar, sin que ello suponga un perjuicio para el extradoméstico.

Mientras esto llega, no nos queda otra que paciencia. Mucha paciencia y confianza en que esta situación puede servirnos para poner en valor la calidad de nuestros vinos en el ámbito internacional y convertir en realidad esa excelente relación “calidad-precio” que con tanta ligereza utilizamos cuando queremos justificar los bajos precios de nuestros vinos.

Picasso decía que la inspiración le tenía que encontrar trabajando. Que así sea. Y, si es posible, juntos, con un plan sectorial.

Unas ayudas que nunca llegarán

Sin ni tan siquiera tener una información concisa de cuál es el volumen de la producción española, o la del resto de los principales países productores del planeta, cada día se pone más de manifiesto lo pequeño que es el mundo. Se hace muy complicado poder, ni siquiera imaginar, cuál puede ser la evolución del mercado, las muchas o pocas dificultades con las que nuestras bodegas se van a enfrentar en su difícil tarea de comercializar sus producciones y las repercusiones que esta incertidumbre acabará teniendo sobre las cotizaciones de sus distintos elaborados.

Porque, si una cosa hay clara es que toda esta situación se verá reflejada en las cotizaciones y, lo que todavía es mucho peor, en las negociaciones con los grandes operadores del canal de la alimentación.

Si algo podemos aseverar, sin ningún riesgo a equivocarnos, es que el consumo de vino en el mundo se ha visto afectado de manera importante por el Covid-19. Y, efectivamente, podemos decir que, como todos, pero no son los demás los que nos preocupan y ocupan. El vino, en todas sus facetas, desde los canales de comercialización a los tipos de productos, precios y preferencias se ha visto afectado por un cambio radical en un mercado que, si ya de por sí su alta competencia hacía muy complicado, en la actualidad podemos decir que lo hace casi imposible.

Producimos para vender, no para almacenar, ni para obtener alcoholes con los que elaborar productos industriales como geles hidroalcohólicos. Buscamos la calidad y excelencia en cada uno de los niveles, de su escala de valor, de su cliente. Y cuando circunstancias totalmente exógenas al sector trastocan de tal forma el mercado, los cimientos de muchas de las micro empresas que lo componen, tiemblan y ven tambalearse sus propios pilares.

Podemos pensar en una recuperación del consumo inmediata, pero en mi opinión no estaríamos más que engañándonos y negándonos a asumir que se trata de un problema de tan difícil resolución que cualquier cambio se producirá a una velocidad muchísimo más lenta de la que la clase política (en esto no hay diferencia entre unos países o partidos políticos y otros) nos ha querido hacer ver.

La esperanza es que la vacuna nos devolverá de manera inmediata a la situación anterior a la declaración de la pandemia y la paralización de la economía a nivel mundial. Y eso es totalmente imposible. Ni con vacuna, ni sin ella, volveremos a una tasa de consumo como la que teníamos, hasta mucho después de que la hayan conseguido y aplicado, que no es cuestión de un día.

Sin duda, traerá consecuencias. Ya muchos expertos nos insisten en que hay determinados comportamientos y hábitos que ya son su resultado: el teletrabajo, “han llegado para quedarse” o el desarrollo del comercio electrónico. Pero también el consumo de vino se verá afectado. Sea por el medio y la forma de adquisición, los precios, los tamaños de los envases, la proximidad y todo lo relacionado con el medio ambiente… quién sabe.

Partir de una posición baja tiene muchos problemas, pero una gran ventaja: que solo podemos mejorar.

Mejor haríamos en analizar cuáles son esas oportunidades que se presentan y estudiar cómo aprovecharlas que en preocuparnos de seguir mendigando ayudas que sabemos que nunca llegarán.

Momentos difíciles para un cambio de modelo

Entre las consecuencias que sobre el consumo mundial de vino está teniendo, y previsiblemente seguirá teniendo en el corto plazo, el Covid-19. La escasa voluntad de los máximos dirigentes británicos por llegar a un acuerdo con la Unión Europea que impida el cierre de fronteras que provocaría un “Brexit duro”. La prepotencia del presidente de los Estados Unidos, mostrándose dispuesto a seguir utilizando al vino como moneda de cambio con la que presionar el comercio mundial de productos industriales. O la disposición de los viticultores rusos por producir vinos de alta calidad que reemplacen la mayoría de las importaciones que en los últimos años han realizado. Por no seguir con otros asuntos que, no por menos notorios, no resultan tanto o más importantes para nuestro comercio… El panorama que se nos presenta para la colocación de esta vendimia 2020 presenta grandes retos que, en muchas ocasiones, traspasan las competencias de muchas de nuestras organizaciones y cuya resolución se antoja complicada y difícilmente solucionable en el corto plazo.
Y es que, sin querer insistir más que lo justo en estos temas, el mayor problema al que se enfrenta el sector vitivinícola mundialmente no es un problema de producción, tanto como de consumo. Asuntos todos ellos que, efectivamente, no son nuevos de esta campaña, ni tan siquiera el del coronavirus, que nos viene acompañando ya desde marzo, pero que se han juntado para provocar una “ciclogénesis explosiva” que amenaza con trastocar el mercado mundial y su débil equilibro del que hasta ahora disfrutábamos
Los problemas exceden con mucho la circunstancialidad de una cosecha o una campaña y su resolución requiere del esfuerzo colectivo de muchos más agentes que los estrictamente relacionados con el vitivinícola. Hablamos de asuntos internacionales de gran calado que bien poco tienen que ver con el vino, pero que lo han tomado como rehén de conflictos de los que, si nada lo remedia, podría salir muy mal parado en el corto plazo.
Lo que, lejos de desilusionarnos, debería servirnos de acicate y animarnos a encontrar aquellos elementos positivos y ser capaces de, utilizándolos inteligentemente, salir fortalecidos de una situación que, a priori, parece pintar todo en negativo, pero que puede resultar muy interesante para el sector.
Sin ningún ánimo de decir lo que se puede hacer (sencillamente no estoy capacitado para ello), sí hay temas que parecen más o menos evidentes que podrían abordarse desde la necesidad que imponen momentos como los actuales.
Uno de ellos sería asumir que estamos hablando de UN sector y que las soluciones deben venir de todos y beneficiar a todos. Lo que nos llevaría a la necesidad de adoptar acuerdos plurianuales de todo tipo sobre precios, producciones, clases de vino… de tal forma que disfrutáramos de una estabilidad durante unos años que nos permitiera adoptar todas aquellas medidas como las relacionadas con el consumo interno, promoción de país, exportaciones, imagen… que nos dieran la estabilidad a largo plazo.
Otro, el relacionado con asumir que las respuestas a nuestros problemas deben venir de nosotros mismos y que cada vez más los recursos se demuestran más escasos (y todo apunta a que serán todavía más reducidos en el futuro).
Aprovechar el desarrollo del comercio digital, modificar los tamaños de los envases adecuándolos a las necesidades de los hogares, elaborar vinos para momentos diferentes de consumo, utilizar un lenguaje más sencillo y comprensible, asumir que nunca volverá a formar parte de nuestra dieta diaria o que no es una medicina pero que juega un papel medioambiental fundamental o en la fijación de población… Y, de manera muy especial, asumir que hablamos de una actividad profesional que debe regirse por criterios empresariales. Son solo algunas de las premisas que deberíamos asumir.

La mejor promoción, la formación

Es muy posible que resulte hasta insultante decir, con la que está cayéndole al sector turístico español, que España es un país que está de moda e interesa. Pero es algo incuestionable. O al menos lo era hasta que tuvimos que parar radicalmente la economía, prohibir la entrada de turistas y soportar todo tipo de trabas en modo de recomendaciones, cuarentenas o directamente prohibiciones realizadas desde los países emisores a la llegada de los millones de turistas que hasta entonces nos visitaban cada año.

El caso es que todo esto pasará y, con nueva o vieja normalidad, los turistas seguirán visitándonos, interesándose por nuestra gastronomía y nuestros vinos y disfrutando de nuestra oferta cultural y de nuestro sol, playa, montaña… y siempre de manera muy especial de nuestra hospitalidad. Nuestros vinos seguirán siendo un fuerte atractivo y motivo de no pocos viajes y el canal Horeca recuperará la necesidad de una oferta adecuada. Para entonces requeriremos de unos profesionales, dentro y fuera de nuestras fronteras, formados, que sepan transmitir sus cualidades, poniendo en valor nuestros vinos.

Desde las páginas de esta revista nos hemos cansado de repetir que no hay mejor promoción que la formación y que solo desde el conocimiento es posible valorizar un producto y luchar contra lacras tan graves como el alcoholismo, los consumos esporádicos pero desmesurados de nuestros jóvenes en los botellones, u otros aspectos de carácter económico en el que se sustenta una buena parte de cuál será el futuro de nuestro sector y que están relacionados con sus precios en origen, rentabilidad de los viticultores o incluso efectos medioambientales.

El Instituto de Comercio Exterior (ICEX) Exportación e Inversiones anunciaba recientemente la creación de un certificado oficial de Vinos de España. Un programa de formación integral en vinos españoles, dirigido a profesionales internacionales, que persigue profundizar en el conocimiento de España como potencia vitivinícola. Con dos titulaciones bien diferenciadas. Una dirigida a aquellos que busquen profundizar en el conocimiento de nuestro patrimonio enológico, “Spanish Wine Specialist”; y otra pensada para aquellos que pudieran estar interesados en convertirse en formadores del vino español en los diferentes países: “Spanish Wine Certified Educator”.

No nos queda más que felicitar tanto al ICEX como a los impulsores de esta idea, Pedro Ballesteros entre ellos, y desearles éxito. Porque su triunfo será el de todo nuestro sector.

Puro ejercicio de supervivencia

Si la pasada semana conocíamos el dato de existencias a final de campaña, en estos días el Ministerio ha hecho suya una estimación de producción para la cosecha 20/21, situándola en 37,5 millones de hectolitros. Resaltar que esta valoración está referida solo a vino y que, si tenemos en cuenta la producción de mosto que históricamente venimos teniendo y que podría rondar entre los cuatro millones y los cinco, esta cifra se aproximaría mucho a las previsiones que se barajan desde todas las organizaciones; incluso la que nosotros mismos elaboramos y que diariamente vamos actualizando con los datos de un gran número de bodegas que generosamente colaboran facilitándonos sus previsiones y datos finales de vendimia.

Esta cantidad, que junto a los 34,6 Mhl con los que iniciábamos la campaña nos darían unas disponibilidades de 72,1 Mhl, supondrá apenas un 1,84% y 1,3 millones de hectolitros más a la de hace un año. Cantidad que, de ninguna manera explicaría la caída tan brusca de las cotizaciones de uvas y mostos que estamos viviendo en prácticamente todas las zonas productoras españolas. Especialmente si tenemos en cuenta que al situarse esta cifra por encima de los 70,2 Mhl, disponibilidad media de los últimos cinco años, sería posible la aplicación de la medida para elevar la prestación vínica del 10 al 15% el alcohol que deben contener los subproductos. Con lo que, si tenemos en cuenta la circunstancias de que este año la uva presenta alrededor de medio grado menos que el año pasado, podríamos encontrarnos que, si el Ministerio acaba aprobando dicha medida (cosa que sabremos en los próximos días), estuviéramos hablando de unas disponibilidades inferiores a las de la campaña pasada.

Con estos datos se hace muy difícil comprender, al menos desde el lado de la producción, lo que está sucediendo en el mercado, donde las operaciones apenas son un tímido recuerdo de lo de otras campañas y los precios, acorde a estos volúmenes, se reducen de forma considerable sin más esperanza de que encuentren en las cotizaciones de hoy el suelo sobre las que aguantar y no hacer más grave el problema.

Y es que, está bastante claro que el problema no viene desde esa parte de la ecuación, sino de la que corresponde a la demanda. Un colectivo que, sometido a una situación totalmente nueva, desconoce qué pueda suceder en el futuro más inmediato, con una peligrosa espada de Damocles sobre sus cabezas que amenaza con la imposición de nuevas medidas que restrinjan los movimientos de las personas y repercuta sobre unas cuentas de resultados que difícilmente aguantarían un pequeño soplido

Pretender que el sector por sí mismo sea capaz de salir de esta situación que, por otro lado, es mundial, es una entelequia en toda regla, ya que excede amplísimamente la capacidad de cualquier sector, por grande y potente que este fuera. Lo que, además, no es el caso. Y, aunque la teoría económica diga que cuanto más pequeñas las empresas, mayor flexibilidad para adaptarse a los cambios, esto también tiene un límite que podríamos situar en el umbral de la propia supervivencia y al que parecen estar acercándose muchos viticultores y bodegueros de forma peligrosa.

Aguantar y confiar en que el consumo se recupere antes de que sea demasiado tarde para una parte importante de nuestro sector resulta imprescindible. Y aunque es lícito pensar en que las administraciones tienen el deber de velar por los intereses del tejido productivo que representan las bodegas y el medioambiente en el que encontraríamos a los viticultores, no parece que los recursos con los que hacerlo vayan a ser suficientes, como así lo corroboran los 91,579 millones de euros gastados en las medidas extraordinarias aprobadas el pasado mes de junio. Las que, sin duda, ayudaron a paliar la situación, pero se quedaron muy lejos de solucionarla.

Preocupan mucho las consecuencias de una reducción del consumo mundial

Hace un año nos planteábamos cuáles podrían acabar resultando las disponibilidades a las que se enfrentaría el sector, especialmente ante unas previsiones de cosecha corta y unas existencias que se presumían algo más elevadas que años anteriores. Combinación que acabó dejando las disponibilidades con las que afrontar la campaña en unos niveles más que aceptables, como así lo han ido demostrando las cotizaciones con una cierta estabilidad y una marcha de las exportaciones también bastante “normal”.

Como todos sabemos, esta normalidad se vio truncada de manera repentina por el confinamiento de la población a nivel mundial y la paralización, prácticamente total de un sector de básico en el consumo de vino, como es la restauración y hostelería.

Sus efectos inmediatos se dejaron ver en forma de caídas de ventas para la inmensa mayoría de bodegas, que miraban recelosas a las grandes superficies pero que se mostraban totalmente incapacitadas para compensar la enorme sangría que sufrían. Situación que, tras el levantamiento del confinamiento, se pensó mejoraría rápidamente con una recuperación inmediata de la situación “pre-pandemia”. Craso error que no solo se demostró equivocado en su vaticinio de la velocidad con la que se recuperaría ese consumo, sino que incluso se hizo patente el peor de los temores y es que el consumo fuera del hogar tardará mucho tiempo en recobrar, tanto sus hábitos de consumo, como niveles de venta de vinos.

Hoy, a pesar de trabajar con un escenario de menos existencias iniciales 34,6 millones de hectolitros de vino frente los 37,1 del año anterior y algo más de dos millones de mosto y una cosecha que, aunque superior a la del pasado año, difícilmente alcanzará los cuarenta y dos millones de hectolitros, arrojando unas disponibilidades que apenas difieren de las que el año pasado daban tranquilidad al sector; los importantes temores sobre las consecuencias que pudiera acabar teniendo en el consumo mundial la pandemia hacen que las bodegas se muestren extraordinariamente cautas en sus compromisos. Lo que les lleva a comprar lo justo y pagar por ello (uvas y mostos) precios muy por debajo de los del pasado año.

Lo que, en boca de todos los expertos, resulta tremendamente peligroso para un sector tan expuesto al mercado exterior y cuyas consecuencias pudieran resultar catastróficas para muchas de nuestras bodegas y viticultores que denuncian que siguen sin solucionar una baja productividad que les lleva a costes de producción por encima de los precios a los que se muestran dispuestos a comprarles sus uvas y mostos.