¿Compensarán las medidas los efectos de la crisis?

Todo el mundo coincide en que de esta saldremos y, aunque los hay que consideran que con valores como el de la solidaridad y la familia reforzados, no hay ninguna duda de que pagaremos un alto coste por ello. Hasta dónde alcanzará la crisis y qué sectores serán los que se vean más afectados es una duda que, poco a poco, se va despejando, gracias a los datos concretos que se van conociendo.

Tras un primer momento de pánico por la paralización, casi absoluta de la economía y el cierre total de bares y restaurantes, el consumo de vino en el canal alimentación era el único capaz de darnos alguna alegría, con incrementos espectaculares y un interés inusitado de los compradores por utilizar las plataformas online en sus compras para un consumo que aumentaba su frecuencia.

Pero también sabíamos a ciencia cierta que, por más que estas ventas aumenten, van a quedarse a años luz de compensar todo lo que perdamos en Horeca, turismo y venta directa en bodega. Que la exportación, por estos mismos motivos, será imposible que mantenga su ritmo y que se verá fuertemente afectada; lo que provocará un agravamiento de la tensión que ya vivíamos en los mercados, con precios moderados y volúmenes reducidos, limitados a la reposición, en espera de nuevos acontecimientos que permitan tener una idea más precisa del futuro inmediato en disponibilidades y necesidades de abastecimiento. Lamentablemente, los acontecimientos no pudieron resultar más negativos para el sector y los peores escenarios imaginables al principio de la campaña se quedaron como un bello sueño ante la realidad de unos acontecimientos históricos.

Aunque, al menos (y eso hay que reconocerlo) la Comisión Europea, al contrario de la posición férrea mantenida en contra de aplicar cualquier medida que ayudase a paliar la situación excedentaria del sector, se ha mostrado dispuesta a adoptar medidas desde el primer momento: retiradas temporales, como contratos de almacenamiento, o definitivas, mediante la destilación, podas en verde; y todo a cuenta de los Programas Nacionales de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE). Lo que, sin duda, vendrá a paliar la delicada situación de los países mediterráneos que, en palabras del director de la OIV, Pau Roca, serán los que en mayor medida se vean afectados por esta situación.

«V U L»

Durante estas últimas semanas, yo mismo he intentado buscar aquellos aspectos que pudieran suponer un ápice de esperanza en una situación extraordinariamente preocupante. A la pérdida de vidas humanas, había que añadirle las posibles secuelas que, sobre la macroeconomía, pero, muy especialmente, sobre la micro de familias y pequeñas empresas, iba a tener este frenazo brusco de la actividad económica.

Todos somos conscientes, aunque existan estimaciones diferentes según provengan de un organismo u otro, de las consecuencias que, sobre todos nosotros, va a tener esta crisis serán muy graves. Y que la famosa “V” cada día está más lejana y toma fuerza la “U” como forma de la curva en la que se desarrollará esta profunda recesión, en el mejor de los casos. Y que no tengamos que deber enfrentarnos, cuando todavía no acabábamos de haber superado la crisis financiera del 2008, a un largo periodo de recuperación, que adopte la forma de la terrible “L”.

Para los millones de personas que perderán su empleo y los que se verán afectados por el debilitamiento de las políticas sociales, que serán completamente inviables ante el crecimiento desbocado de nuestro déficit, que les hablen de “V”, “U” o de “L” carece de la más mínima importancia.

La sola mención de un 8% de caída de nuestro PIB en este año, tasas de paro del 20% que nos devuelvan hasta los cinco millones de parados, la recuperación de las primas de riesgo como consecuencia de la emisión ingente de deuda pública que deberemos acometer para hacer frente al gasto que esta pandemia del Covid-19 ha provocado, la desaparición de cientos de miles de pequeños establecimientos de hostelería… son cifras que me ponen los pelos de punta.

Y, aun así, sigo pensando que el sector vitivinícola español tiene frente sí una gran oportunidad.

Al consumo en los hogares se le abre un gran camino por recorrer y las bodegas tienen la obligación de hacer un gran esfuerzo por recuperarlo. Para ello, deben potenciar ese tercer canal en el que encontraríamos venta directa, retail o clubes de vinos y que tan eficiente se ha demostrado en estas últimas semanas.

Definir estrategias, establecer modelos, desarrollar herramientas y exigir medidas fiscales y de financiación de apoyo debería ser un compromiso claro y preciso de nuestras administraciones; y si (como es previsible), no lo fuera, de nuestras organizaciones sectoriales, que deberían poner en valor su representatividad sectorial y dar muestras de sensatez, uniéndose en esta tarea, superando la mediocridad de nuestros políticos, mucho más preocupados por ellos mismos que por sus representados.

Es muy posible que, sin olvidarnos del gran esfuerzo hecho hasta ahora en los mercados exteriores, haya llegado el momento de mirar hacia el mercado interior y aprovechar este pequeño impulso para acercarnos a los consumidores españoles y decirles que los vinos españoles están a la altura de cualquier otro en calidad, que sus precios son más bajos y que su consumo más frecuente es posible. La cercanía, condiciones de producción que rozan el cultivo ecológico, su papel medioambiental e influencia en la fijación de la población, son valores perfectamente compatibles como vinos modernos, actuales, variopintos y apropiados para un consumo responsable y de mayor frecuencia.

Sabemos que lo perdido en bares y restaurantes, venta en bodega y turistas está muy lejos de haber podido ser compensado por el incremento que ha experimentado la venta directa en retail o plataformas de venta. Pero lo sucedido nos debería servir de claro ejemplo de la gran oportunidad que se nos presenta. Los cambios en la logística, la digitalización de la población y la superación del miedo a la compra por internet conforman una realidad que, con este brutal confinamiento, ha venido para quedase y representa una extraordinaria posibilidad para miles de nuestras bodegas que carecen de tamaño para otro tipo de medidas.

La globalización se ha hecho patente como nunca antes y es nuestra obligación aprovechar la oportunidad que se nos presenta.

Una anormalidad que nos devuelva a la normalidad

Nos acercamos hacia el final del estado de alarma que fuera decretado el ya lejano catorce de marzo, aunque todavía no seamos capaces de ponerle fecha, y se van conociendo poco a poco las condiciones en las que saldremos de él. Sabemos que va a ser de una forma paulatina y para ello se van a utilizar herramientas muy variopintas, que van desde las mascarillas o test generalizados, hasta aplicaciones de geolocalización o limitaciones en las libertades de los ciudadanos. Por no hablar de aquellas relacionadas con la economía, con las que hacer frente a una recesión que ya nadie cuestiona y sobre la que se están poniendo cada vez más en evidencia las grandes diferencias sobre cuáles son las prioridades para los grupos políticos, así como la talla de nuestra clase dirigente.

La pérdida de más de ciento veintidós mil empresas inscritas en la seguridad social, ochocientos treinta y cuatro mil cotizantes menos, un IPC del mes de marzo que ha caído seis décimas, proyecciones de PIB que estiman en una caída del ocho por ciento en 2020… son cifras suficientemente elocuentes para saber que las cosas no van a ser tan rápidas como nos prometieron y, lo que es mucho peor, que sus consecuencias en el paro y la renta disponible de los españoles tendrán fuertes repercusiones en el consumo.

¿Cómo repercutirá esto en nuestro sector? Es la gran pregunta. Pues si bien podemos pensar que se verá afectado negativamente, dado que no se trata de un bien de primera necesidad, también podemos albergar la esperanza de que uno de los cambios que toda esta situación haya provocado en la sociedad, imposible de concretar en estos momentos, sea el de recuperar la presencia del vino en la mesa de nuestros hogares, con lo que ello supone de normalidad en la alimentación.

Sabemos que no es posible volver a cifras de consumo como las de los años setenta, pero sí podemos trabajar por aprovechar esta situación para apoyar la lucha contra algunos de los errores que, desde el propio sector, hemos cometido; como pudieran ser todos aquellos relacionados con un boato y conocimientos que han ido mucho, mucho más allá de lo que un consumo racional requiere. Acercándolo más al lado de la cotidianidad que de la celebración.

Afortunadamente, producimos suficiente cantidad, de diferentes tipos y calidades de vinos, como para poder llegar a cualquier consumidor y momento de consumo. También se ha demostrado que el sector es capaz de adaptarse a las nuevas tecnologías y llegar de una forma mucho más directa al cliente.

El mundo ha cambiado y es previsible que nuestras relaciones sociales también lo hayan hecho y tengamos la oportunidad de comprobarlo en los próximos meses. Y estoy seguro, el vino no va a permanecer ajeno a todos estos cambios.

Se nos presenta una gran oportunidad

En un periodo más o menos breve, al confinamiento al que nos han sometido para luchar contra la propagación del Covid-19 se le pondrá fin y con él pasaremos de tener que preocuparnos por el colapso de la Sanidad y los grandes esfuerzos para atender a los afectados; a tener que hacerle frente a una profunda recesión y a la obligación de reactivar nuestro tejido productivo.

Con una diferencia y es que, hasta ahora, cuando la economía se frenaba lo hacía de manera involuntaria, consecuencia en cadena de situaciones sobre las que no se tenía la capacidad de actuar directamente. En esta ocasión, han sido los propios Estados los que la han frenado, haciéndolo, además, de la manera más brusca que han podido.

Dado que es la primera vez que sucede, lo que vaya a pasar es una incógnita. Por más que la teoría sea que la recuperación debe producirse en un periodo de tiempo muy breve, según quienes la han provocado, y será algo mucho menos rápida (de doce o dieciocho meses), según algunos expertos. Por el bien de todos, vamos a confiar en que esto sea así y que la vuelta al trabajo de los cientos de miles de personas afectadas por los ERTE (o que, directamente, han sido despedidas o, sencillamente, sus empresas han cerrado) vuelvan a tener un salario que les permita recuperar el consumo y, con él, el crecimiento de nuestra economía, rápidamente.

Aún con ello esta reactivación tendrá efectos sobre nuestra sociedad más allá de los estrictamente sociales o políticos que, por profundas que sean, nunca serán comparables con las consecuencias a las que en el terreno económico y laboral debamos hacer frente de manera inmediata.

Limitarán temporalmente las grandes concentraciones y establecerán medidas que limiten la natural afectividad que tenemos los latinos. Reducirán los aforos de los establecimientos, nos obligarán a llevar equipos de protección, como mascarillas o guantes… y Dios sabe cuántas más cosas, que ni tan siquiera me puedo llegar a imaginar. Pero lo que no podrán conseguir es que el turismo vuelva a ser lo mismo en unos pocos meses, ni que las visitas a las bodegas se conviertan en una alternativa para una movilidad que dependerá mucho de la capacidad económica de los consumidores.

De hecho, ya se puede asegurar que los hábitos de compra han cambiado y lo que iba a suceder, irremediablemente, en las próximos lustros, se ha visto acelerado de manera exponencial, con una implantación del comercio electrónico obligatorio, que ha venido para quedarse; y que llevará a muchas de nuestras bodegas a tener que hacer grandes esfuerzos por adaptarse a un canal que, aunque existente, era considerado complementario a un modelo en el que alimentación y hostelería seguían figurando como los dos grandes clientes sobre los que centrar sus esfuerzos.

Y es que, si bien el Vino ha tenido unas buenas cifras de venta en estas últimas semanas en los canales “retail”, club de vinos e internet, incluso podríamos considerar las vinotecas y tiendas gourmet que tuviesen servicio a domicilio; todo lo relacionado con Horeca, Canarias y venta directa, bien podríamos decir que se ha perdido por completo.

Valorar cuánto representa esto, hasta la fecha, era completamente imposible, ya que no existía ningún estudio que lo cuantificara. Afortunadamente, desde hace una semana, y con todas las salvedades que queramos ponerle, ya no es así, y el sector dispone de un informe que, elaborado por el OEMV para la Interprofesional y que, previsiblemente, se hará público la próxima semana; hace posible cuantificar el peso de cada uno de estos canales de compra.

Eso, añadido a los cambios que esta situación ha provocado en los consumidores, especialmente en lo relacionado con sus criterios de compra, tal y como podemos leer en el artículo que hemos elaborado con el estudio realizado por Wine Intelligence, nos permite asegurar que la vuelta a la “normalidad” va a estar más cerca de ser un eufemismo que de la realidad. Esperemos que sepamos aprovechar esta gran oportunidad.

Una buena explicación

No sé si pesan más los días o el constante goteo de medidas que van haciendo más difícil el confinamiento de una población que tiene sobre sus cabezas una pesada “Espada de Damocles”, personalizada en un tejido empresarial que el Gobierno ha decidido poner a hibernar durante doce días.

Entrar a discutir sobre la conveniencia de esta medida por la que se regula un permiso retribuido recuperable para las personas trabajadoras por cuenta ajena que no presten servicios esenciales, con el fin de reducir la movilidad de la población en el contexto de la lucha contra el Covid-19; no es, ni debe ser objeto de esta editorial. Tiempo habrá para ver si las consecuencias sobre el sector vitivinícola que se derivan de esta medida, y el resto de las adoptadas con motivo de este estado excepcional de alarma, han resultado adecuadas y proporcionadas.

De momento, lo que debemos hacer entre todos es entender que es obligación nuestra la de intentar adaptarnos. Nosotros, pero también (especialmente) nuestras empresas, a esta situación y hacerla lo más llevadera posible. Manteniendo la confianza en que la recesión económica que se nos viene encima tenga forma de “V” y no de “L”, como fue la derivada de la crisis financiera del 2008 y de la que todavía quedan trazas en nuestras pequeñas empresas.

Hasta ahora, la información que vamos recibiendo es un tanto contradictoria, pues mientras desde el sector productor se nos transmite una paralización casi absoluta de la actividad; la recibida desde la distribución es la contraria, con un crecimiento en las ventas vino, que han aumentado de forma muy considerable. Aquí, cada uno tendrá que valorar qué es para él “considerable”.

Una buena explicación a lo que está sucediendo con estos mensajes la podríamos encontrar en estudios como el que hará público en los próximos días la Organización Interprofesional del Vino en España (OIVE). Elaborado por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) y bajo el título “Estimación del consumo del vino en España”, pretende acercarse a conocer, con cierto grado de detalle, el consumo real de vino en España. Detallando no solo el consumo per cápita estimado, que cifra en 20,76 litros, sino incluso ir un poco más allá y, además de cuantificar su valor, concretar qué parte de ese consumo estimado tiene lugar en hogares, cuál en Horeca, y cuánto en un tercer canal compuesto por: vinotecas y tiendas gourmet, clubes de vinos, internet no “retail”, Canarias, venta directa y autoconsumo; del que hemos oído hablar mucho en estos últimos años, pero sabemos más bien poco, o nada. Tampoco se olvida de otro gran asunto como es el peso de los turistas en el consumo, que en número por encima de los 85 millones nos llevan visitando los últimos años y entre los que la gastronomía (en la que el vino juega un papel importante) es uno de sus principales motivos por el que nos eligen como destino. Un documento interesante al que deberíamos prestarle atención en estos días.

Juntos contra el coronavirus

Pretender encontrar en lo que nos está sucediendo algo positivo puede resultar un tanto complicado, especialmente cuando los resultados de las severas medidas adoptadas distan mucho de ser los que se preveían, o nos transmitía el Ejecutivo; y el desánimo y cansancio de las gentes viene a sumarse al temor de lo que nos vamos a encontrar cuando salgamos de esta.

Sabemos que ninguna de estas duras medidas está encaminada a evitar otro problema que no sea el del colapso de la Sanidad y, con él, la cruda decisión de tener que decidir quién tiene derecho al tratamiento con el que salvar su vida y quién no. Duras palabras, sin duda, pero que reflejan la triste realidad con la que nos está tocando vivir. El documento de recomendaciones UCI y Covid-19 que ha elaborado el Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc) y cuyo contenido han consensuado con la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), así lo especifica.

Solo con que cada uno de nosotros nos pusiéramos en la piel de ese facultativo que tiene que tomar esa decisión cuando nos sentimos agobiados por el confinamiento y dispuestos a saltárnoslo, sería suficiente para dar un paso atrás y asumir la realidad que nos está tocando vivir.

Bien distinta es la situación económica que todo esto nos dejará. Totalmente imprevisible, ya que, nunca en la historia nos hemos enfrentado a una situación así, ni tan siquiera lo vivido durante la II Guerra Mundial es comparable. Nos va a costar un inmenso número de empleos, la desaparición de muchas empresas y el endeudamiento de los Estados hasta niveles que nos obligarán a cuestionarnos el propio modelo económico de crecimiento.

Y, a pesar de todo, saldremos adelante, el sol volverá a brillar con fuerza y, poco a poco, avanzaremos individualmente y como sociedad.

Solo espero que cuando llegue el momento, los responsables de adoptar esas decisiones que supondrán un nuevo escenario bajo el que recuperar ese modelo productivo tengan la humildad y honestidad de mirar lo que cada uno de los individuos a los que van dirigidas esas políticas ha hecho y, dejando a un lado los intereses cortoplacistas de unas elecciones, estén dispuestos a sacrificar sus intereses propios en aras de la colectividad. Es decir, lo mismo que cada uno de nosotros les habremos demostrado haber hecho.

Los datos obtenidos por Gelt, tras analizar las compras en supermercados de toda España, reflejan que la composición de la cesta de la compra ha dado un vuelco en la última semana y el acopio de alimentos parece haber finalizado. Entre los productos cuyo consumo se incrementa más en la última semana está la cerveza (78%). Para Carlos Prieto, consejero delegado y cofundador de Gelt hemos “asumido y desdramatizado” este hecho y empezamos a gestionar nuestro consumo de forma más racional. Lo más positivo es que la semana pasada las compras de vino aumentaron un 42%, con cifras récord, y durante esta aún las mantiene.

¡Que sea de la mejor manera posible!

Es difícil hacer un pronóstico sobre cuáles puedan acabar siendo las consecuencias que la declaración de pandemia por el Covid-19 pueda acabar teniendo en nuestro sector. Sabemos que a nivel sanitario ha llevado a nuestro Gobierno a declarar el estado de alarma y, con él, el confinamiento de las personas. Que los supermercados se han visto “asaltados” y muchos productos básicos arrasados, poniendo en evidencia el comportamiento más deleznable del ser humano. O que las empresas hemos tenido que ponernos las pilas a marchas forzadas con las nuevas tecnologías, convirtiendo el teletrabajo en la menos mala de las formas de mantener una actividad productiva que se verá fuertemente afectada y cuyas consecuencias auguran tiempos muy difíciles para todas las economías del mundo.

Pero también ha puesto en evidencia la solidaridad de mucha gente, que no ha dudado en trabajar hasta límites insospechados por hacer de esta situación lo más llevadera posible y hacerle frente a la enfermedad con el menor daño.

Durante muchos años hemos venido discutiendo sobre las verdaderas razones por las que el consumo de vino ha descendido a las tasas a las que lo ha hecho en los países tradicionales, señalando a su cambio de consideración de un producto alimenticio, a un bien de lujo, como el verdadero motivo de esta disminución.

Lamentablemente, la llegada de una pandemia y la declaración del estado de alarma han puesto en evidencia la verdadera importancia que para los consumidores tiene cada producto. Según un estudio hecho público el pasado viernes 13 de marzo por la plataforma de datos de compra del consumidor Gelt, el vino incrementó sus ventas un 41,9% convirtiéndose, solo después de la leche en polvo (173%) y amoniaco (85,7%) en el producto que más lo ha hecho.

A pesar de ello, lo más llamativo de este comportamiento compulsivo de compra, motivado por la necesidad de aislarse de los consumidores, ha sido lo sucedido con el papel higiénico, literalmente arrasado, cuando sus ventas, según este mismo estudio, realizado con el análisis del comportamiento de la cesta de 860.000 hogares, tan solo ha crecido un 8,2%. Sus grandes dimensiones y las imágenes virales que hemos visto, incluso la gran sorpresa que ha provocado este comportamiento entre los expertos, se podrían explicar con el argumento de que su acopio simboliza el control puesto en el orden y la limpieza personal y del hogar frente a la sensación de caos y suciedad.

Y en cambio, ¿por qué las compras de vino no nos han llamado la atención?

Lo cierto es que no he encontrado ningún experto que explique este comportamiento con respecto al vino. Pero es muy posible que, en el fondo, todos nosotros mantengamos en nuestro interior la creencia de que es un alimento que nos ayuda a hacer esta situación de aislamiento más llevadera, mitigando los sentimientos negativos que genera. Al margen de sus cualidades de producto no perecedero que permite su almacenaje más allá de lo que pueda durar esta crisis, al final va a resultar que, efectivamente, en la conciencia colectiva de nuestro pueblo el vino sigue siendo una parte fundamental de su estilo de vida y que su mera presencia en nuestras alacenas representa un sentimiento de seguridad y bienestar del que puede que no seamos conscientes en toda su extensión.

¡Ya que lo tenemos que pasar, que sea de la mejor manera posible!

Pongamos lo máximo posible de nuestra parte por hacer que esta situación sea lo más corta posible y trabajemos por convertir la amenaza que supone para nuestras exportaciones en una gran oportunidad.

Adelantarnos a lo que nos pueda venir

El hecho de que las repercusiones que pueda llegar a tener el tema del coronavirus en nuestro sector, especialmente en su vertiente exportadora, estén a años luz de lo que vaya a significar este virus para la economía mundial, o los múltiples efectos que sobre la población y su salud pueda llegar a tener; no significa que no vayamos a padecerlas y que sus consecuencias resulten preocupantes e, incluso, alarmantes para el sector vitivinícola.

Es pronto para saber cuál será el impacto que la confinación de los italianos pueda llegar a tener sobre el comercio y las posibles alternativas que busquen los países receptores a los vinos procedentes del país transalpino. Pero también está por ver cuál será el efecto que en el consumo de un bien, que no es de primera necesidad, tenga este virus Covid-19.

Aun así, es fácil predecir que nada bueno.

La puesta en marcha de una “economía de guerra” en la que las bolsas de todo el mundo se desploman, ante las graves consecuencias que va a tener esta crisis, no puede resultar positivo para nadie. Como así lo corroboran los primeros datos del país donde se originó la enfermedad. Las exportaciones a China durante el año pasado fueron altamente negativas, y no ya tanto porque descendieran un cinco por ciento en el volumen, hasta llegar a 77,7 millones de litros y un 11,8% en valor, cifrándolas en 138 millones de euros; sino porque veníamos de un año, en el que la caída del valor había sido del 17,8%, pero la del volumen de un 46,8%, lo que nos situaban en un escenario que nos obligaba a presentar cifras positivas que marcaran una tendencia de recuperación.

Los motivos que explicarían esta ralentización de nuestras exportaciones al gigante asiático las podríamos encontrar en la falta de definición de nuestro vino en ese mercado, según apunta la Ofecomes de España en Shanghái y que concreta en insuficientes labores de promoción, que tienen como consecuencia el desconocimiento de nuestras regiones u otras cuestiones, mucho más difíciles de solucionar, como son los propios nombres de nuestras variedades y las grandes dificultades que tienen los consumidores chinos para pronunciarlas y recordarlas. Pero confiar en que vayan a quedarse ahí los efectos que sobre este y el resto de países del mundo vaya a tener el Covid-19 durante este año, se aleja mucho de lo que sería predecible. Por lo que no estaría de más ir trabajando sobre un escenario de excedentes y la definición de posibles medidas que nos ayuden a paliar sus efectos.

Concretar objetivos y como alcanzarlos

Con los datos de exportación de 2019 en la mano, ya podemos aseverar que no ha sido un buen año para nuestro comercio exterior en lo referente al sector vitivinícola. Perder un 8% del valor con respecto al año anterior, hasta alcanzar los 2.690,64 M€ en el total de vinos, o un 8,8% si tenemos en cuenta mostos, vinagres y aromatizados, en cuyo caso el total del valor alcanza los 3.014,71 M€; es una pésima noticia, si tenemos en cuenta que nuestro volumen aumentaba un 6,5% y 6,2% respectivamente, hasta situar en 21,242 Mhl los vinos y 27,099 Mhl el total de productos vinícolas.

El porqué de lo sucedido es bastante fácil de imaginar, máxime cuando llevamos muchas campañas evidenciando que cualquier modificación en el volumen de exportación tiene una repercusión, muy similar, pero con signo contrario en el valor. Consecuencia de ello, una fuerte alteración en los precios unitarios que, con un descenso del 13,6% nos devuelve a valores muy parecidos a los del 2017, con un precio medio entonces de 1,24 €/litro frente al 1,27 de este año, o los 1,12 €/litro Vs. 1,11 para el conjunto de productos.

Con estas cifras, no parece muy arriesgado afirmar que nuestro vino, en términos generales, se comporta como una especie de commodity, fuertemente sujeto a los vaivenes de la producción y con un escaso valor añadido que le permita disfrutar de la necesaria estabilidad en los precios para generar verdadero valor añadido.

Cierto es que no todos los productos que componen nuestra cesta de exportación han tenido el mismo comportamiento en sus precios; y que, frente al descenso del 28,6% que han soportado los vinos a granel, tenemos apenas una caída del 3,6% en los envasados. Siendo los tintos con D.O.P. y envasados los únicos que presentan crecimiento (del 2,8%), con un precio unitario en 3,9 €/litro. Dándose la paradoja de ser el mayor precio al que vendemos y con un crecimiento constante en la última década. Luego, podemos concluir que no es el precio lo que justifica la alta variabilidad de nuestras exportaciones.

Otro buen ejemplo lo podríamos tener en los BiB, pues si, como decía anteriormente, los graneles presentan cifras de caída muy notables, si entramos en el detalle de esta categoría, mientras los vinos con indicación de variedad crecen, nada menos que un 36,4%, los que exportamos a granel sin mención de variedad, ni origen (los antiguamente conocidos como vinos de mesa) pierden el 32%.

Lo que no sería muy importante si no fuera porque es precisamente en este tipo de vino, de mesa, en el que concentramos el 54,72% del volumen, mientras que el BiB apenas representa el 1,67% y los vinos con D.O.P. envasados el 15,16%.

Con estos números, que tampoco es que difieran mucho de las de otros años, es relativamente sencillo concluir que debemos cambiar el mix de producto si queremos otorgarle el valor añadido necesario para disfrutar de mayor estabilidad y rentabilidad en todas las fases que componen la cadena de valor.

El problema lo tenemos en concretar: conocer cuál puede ser un objetivo real a corto y largo plazo y establecer una estrategia con medidas concretas con las que alcanzarlos. Lo que a nivel particular de cada una de las bodegas puede resultar complicado, pero no les quiero contar si a la complejidad innata de los mercados le añadimos la heterogeneidad del sector, con elaborados y condiciones de producción que no soportan la más mínima comparación.

Intentar seguir lo hecho por otros países puede resultar necesario para plantearnos qué queremos hacer, pero resulta totalmente insuficiente para saber lo que tenemos que hacer. Las condiciones de mercado, los consumidores, la distribución, momentos de consumo, logística… nada tienen que ver con los de hace una década, ya no les digo con los de hace dos o tres.

Pero, aun así, hay algo que resulta totalmente incuestionable, y es que no podemos permanecer quietos. Solo nosotros tenemos la solución y solo de nosotros depende su éxito.

¡Basta ya!

Han tenido que salir a la calle agricultores y ganaderos con sus tractores y pancartas reclamando un trato justo para sus productos para que el Gobierno se haya puesto manos a la obra y adoptado una serie de medidas encaminadas a evitar la venta a pérdidas y garantizar la existencia y cumplimiento de los contratos.

La tan cacareada cadena de valor, con la formación teórica de los precios, desde el origen hasta el consumidor, se sabe, desde el primer momento de su puesta en marcha, que no era más que una falacia. Una aspiración con la que los diferentes gobiernos han querido justificar su inoperancia en el camino a la ruina de nuestros agricultores y ganaderos y el consecuente vaciado de nuestra España rural.

Ahora, “aseguran” que con esta reforma no se realizará venta alguna en origen que no vaya acompañada de su correspondiente contrato en el que, figure, entre otras, el precio al que es adquirido el producto por el comprador; cosa que, por otro lado, ya era obligatorio en nuestro sector. Y que este no podrá ser inferior a los costes propios de producción. Sin concretar muy bien cuál será la fórmula para fijar esos costes, ya que todos sabemos, y aquí sí que ya me estoy refiriendo solo al sector vitivinícola, que no son los mismos, ni en todas las regiones españolas, ni para todas las variedades, ni para todos los tamaños y grado de mecanización. Establecer un mínimo puede llegar a suponer un importante agravio comparativo entre diferentes explotaciones.

Preocupado y ocupado como está el sector por este asunto, ya en los principios fundacionales de la Interprofesional figuraba la obligación de realizar un estudio independiente que aportara cifras concretas que permitieran fijar ese umbral de rentabilidad. El estudio está hecho y presentado. En él se fijan diferentes precios en función de zona, sistema de cultivo y disponibilidad de agua para riego. Confiemos en que sea un primer paso al que sumar la nueva iniciativa legislativa en este tortuoso camino de la dignificación del campo. Pero, cuidado con las expectativas que nos formemos, porque una de las interprofesionales que “mejor” ha funcionado y más años viene existiendo es la del aceite de oliva; y han sido, precisamente, los olivicultores los que han protagonizado las principales protestas que nos han traído hasta aquí.