La crisis como oportunidad

Los últimos datos macroeconómicos publicados sobre España no son lo que podríamos calificar de alentadores. Aun así, sin entrar en muchas disquisiciones sobre cuáles son las razones que lo explican, siguen siendo mejores que los del resto de nuestros socios comunitarios, excepción hecha del dato concerniente al paro. Mal endémico de nuestro país y en el que las cifras de noviembre se han visto agravadas por los números del sector agrícola, tradicionalmente con un buen comportamiento y que en esta ocasión ha sido uno que ha tenido peor comportamiento, junto al de la hostelería, tradicionalmente también positivo. Dos sectores que afectan directamente al vino y que, en opinión de reputados economistas, ponen de relieve la desaceleración de nuestra economía en un marco europeo y global de recesión, antesala de una crisis.

Confiemos en que hayamos aprendido de lo vivido en el 2008, las medidas adoptadas por las entidades financieras y la prudencia con la que el tejido empresarial español fue superando la crisis, nos ayuden a mitigar sus efectos y que su reflejo en los datos de consumo no sea tan alarmante como lo fue en aquella reciente ocasión.

Y es que, si hay un sector extraordinariamente sensible a estas situaciones, ese es el vitivinícola. La concepción del vino como un producto de lujo lo hace extraordinariamente sensible a cualquier dato económico negativo, con pérdida en valor y reducción del volumen.

Un producto cuya funcionalidad es la de aportar placer, con elementos sociales empleados como marcadores sociales positivos. Las emociones placenteras que produce su consumo nos hace sentir únicos y especiales. Esto define a la perfección las principales razones por las que hoy es consumido el vino, al tiempo que marca la propuesta de valor del producto.

Quizás situaciones económicas adversas nos puedan llegar a ayudar a superar la reducción de consumo de vino en nuestro país, gracias, precisamente, a entender mejor que los valores que lo definen apenas tienen que ver con aquellos que manejábamos hace treinta años y que, si queremos acercarnos a nuevos consumidores y recuperar momentos de consumo, es necesario utilizar códigos y mensajes muy diferentes a los que sirvieron entonces.

Una falta de rigor inadmisible

Todos aquellos que nos dedicamos al sector vitivinícola, pensábamos que España tenía un serio problema con el consumo doméstico, tanto en lo referido al hogar como al canal extradoméstico. Lo que no sabíamos (o pensábamos que ya habíamos superado) es que las informaciones publicadas al respecto por los medios escritos, en los que contrastar las informaciones es su mayor hecho diferenciador frente los online, en los que cualquier tiene la posibilidad de publicar cualquier cosa sin más referencia que el autor; también era un problema.

Que alguna empresa, por rimbombante nombre que tenga, se permita publicar un estudio propio, cuyos datos difieren radicalmente de los que maneja el sector (y es contrastable con un sencillo estudio de las estadísticas oficiales) es grave y totalmente inadmisible. Que esta empresa tenga por objeto la enseñanza de los que en un futuro deberán ser los máximos responsables de grandes empresas, dice mucho de la calidad de la enseñanza en nuestro país y el futuro que podemos esperar de nuestros dirigentes, en este caso empresariales, pero que podríamos hacer extensivo a otros colectivos.

Pero es preocupante que el mismo Ministerio de Agricultura, último responsable de velar porque la información que se publique del sector sea fidedigna y actualizada; así como por el futuro de un sector, que todavía hoy (no sabemos por cuanto tiempo), sigue siendo considerado agrícola y alimentario, dos de sus funciones según reza el título de su Ministerio, no haga nada, aunque solo sea sacar una nota de prensa dando una información desmintiendo aquella y aportando datos reales. Algo tan sencillo como pudiera ser la información que se desprendería de sus datos publicados sobre el consumo en los hogares en el mes de julio 2019 y que cuantifica en 436,58 millones de litros en consumo interanual de vinos y derivados, 359,58 de vinos. Lo que dividiendo por 46.934.632 personas que es la población española a 1 de enero de 2019 según el Instituto Nacional de Estadística (INE) daría un consumo en hogares de 9,30 litros por persona y año de vinos y derivados y de 7,66 solo de vino. Que podría complementarse con los datos de años naturales a los que se refiere dicho estudio y que cifra el consumo de vino en España durante el año 2018 en 433,15 millones de litros de vinos y derivados, 361,08 de vino; frente los 445,57 y 370 respectivamente del 2017. Que en datos per cápita representaban 7,78 y 7,93 litros; mientras que el gasto se quedaba en 22,5 euros por persona y año en el 2019 de vino y 21,58 en el 2017.

Por si todos estos datos no fueran suficientemente elocuentes para poner en evidencia la falta de rigor de ese estudio al que nos referimos, ya que en ellos solo está el consumo en los hogares y, por consiguiente, una parte muy importante de ese consumo en España, todo aquel que se realiza fuera del hogar o se compra fuera del canal de alimentación como pudiera ser compra directa o por internet, queda fuera. Podrían haber acudido a la propia Interprofesional del Vino en España en cuyo boletín encontramos los datos del consumo interno que cifra en septiembre 2019, último publicado, en 10.991.243 litros en dato interanual y que arrojaría un consumo de 23’42 litros por persona año. Cantidad suficientemente dispar con la obtenida en su estudio como para al menos indagar un poco más y ser prudente en lo publicado.

Sea como fuere, desde las organizaciones representativas del sector vitivinícola: MAPA, OIVE, OEMV, organizaciones agrarias, FEV, Cooperativas,… deberían tomarse de una vez por todas este tipo de información en serio y llegar a algún tipo de acuerdo por el que elaborar una estimación seria y actualizada de algunas macromagnitudes, especialmente la referida al consumo, que evitase la publicación de informaciones especialmente perjudiciales para el sector productor que con su contribución en la Extensión de Norma está haciendo un gran esfuerzo por recuperar el consumo de vino en España.

Innovación y comunicación

Aun cuando la opinión más generalizada (dentro y fuera del sector) es que el futuro de la viticultura es muy prometedor, presentando grandes oportunidades; también, para la mayoría de los expertos será necesario hacer grandes esfuerzos en buscar soluciones innovadoras y creativas con las que adaptarse a un mercado cada vez más global y volátil.

Tradicionalmente, el sector ha luchado por abrirse un hueco en los mercados de proximidad y fidelizar a un cliente cercano, haciendo valer su cultura y tradiciones. La globalización de los mercados, cambios sociales, logísticos, tecnológicos, etc., dieron un giro, que no siempre fue muy bien entendido, con plantaciones masivas de variedades foráneas, la inmensa mayoría de veces poco adaptadas al terreno, y llevaron la vista hacia consumidores lejanos a los que había que explicarles cosas tan sencillas como dónde radicaba el propio origen de esos vinos.

Afortunadamente, en estos momentos parece que estamos asistiendo a una vuelta a lo natural, aumentando notablemente la preocupación por el medio ambiente y todo lo que esté relacionado con una vida más sana. Valores todos ellos identitarios de nuestro sector, si no fuera por el contenido alcohólico que acompaña a nuestros vinos. Y aunque se están realizando exitosas experiencias en reducirlo, no siempre el producto desalcoholizado resultante mantiene el mínimo exigible de respeto al producto original.

Las posibilidades de cara a un futuro medianamente cercano podrían calificarse de innumerables, tanto a nivel mundial para el sector, como a nivel nacional para nuestros vinos y productos derivados. Pero la sociedad ha cambiado. Y, de la misma manera que nos desplazamos al otro lado del mundo con una gran comodidad y velocidad, del mismo modo que acontecimientos históricos que marcaron el cambio de una era se han sucedido en el plazo de apenas unos años; el sector debe trabajar por buscar la forma de hacerlo y, lo que todavía es mucho más importante, comunicarlo.

En una era en la que la información domina la sociedad, no es posible imaginar el desarrollo de un sector, o la simple venta de una botella de vino, sin una adecuada campaña de comunicación que no solo traslade al consumidor aquellos valores que busca, sino que le emocione lo suficiente como para elegir esa y no la marca de al lado. Y todo sabiendo que en la próxima ocasión habrá que volver a convencerlo, porque su fidelidad no existe.

El papel de las existencias en el mercado

Aunque a 30 de septiembre, fecha a la que están referidos los últimos datos extraídos el 30 de octubre y publicados por el Sistema de Información del Mercado del Vino (Infovi) no son representativos de la situación del sector, pues las vendimias se encontraban en pleno apogeo y eran muchas las bodegas y regiones que todavía andaban en plena recolección; es de destacar el fuerte incremento que experimentaron las existencias con respecto a las mismas fechas del año anterior, 57.120.442 hl, de los que 51,76 Mhl y 5,36 Mhl de mosto sin concentrar. Cifras que, hablando de vino, suponen un estocaje un 16% superior al que había en España a 30 de septiembre de 2018, con variaciones que se elevan al 21% en el caso del tinto/rosado a granel.

En cuanto a la entrada de uva en los dos primeros meses de campaña se habían alcanzado los 3.433 millones de kilos de los que 1.272 lo fueron de tintas y 2.161 de blancas. Lo que supuso la transformación en vino de 22.027.456 hl, 9,59 Mhl de tinto y rosado y 12,44 de blanco. Una producción en viñedo que representó un incremento de solo el 0,3% con respecto a la uva que había entrado en bodega la campaña anterior en esta fecha y una producción en vino un 1% inferior.

Variaciones que en absoluto tienen nada que ver con los datos finales que acabaríamos teniendo y que no conoceremos con algo más de concreción hasta disponer de los datos referidos, cuanto menos, al mes de octubre y con mucha más exactitud con los que recojan la información de noviembre.

Otros de los datos que nos han preocupado mucho en los primeros meses de campaña han sido aquellos que hacían referencia a las existencias con las que partían el resto de países productores de la UE, pues se consideraba que podían tener gran transcendencia en la operatividad del mercado en los primeros compases de la campaña. Para ello publicábamos en la edición 3.551 de SeVi, de fecha 28 septiembre, una infografía con aquellos datos que desde La Semana Vitivinícola estimamos que tendrían y que, en el caso de las existencias, han acabado siendo, según datos de la Comisión Europea, de 176,6 Mhl, veintidós millones más (+14,23%) que en la campaña anterior, superando ampliamente los 165 Mhl (110 en producción y 55 en el comercio) que podríamos considerar como valor “normal” si como tal se entiende el más repetido en los últimos diez años.

La OIV prevé un 10% menos de vino en el mundo

De las múltiples estimaciones de cosecha que se publican, la de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) era la que faltaba para poder completar este puzle que debe conducirnos a la composición del lienzo sobre el que cada bodega y organización dibujar su estrategia para esta campaña y definir los pasos a seguir en aspectos que van desde la propia segmentación de volúmenes por categorías y precios, hasta aquellas decisiones propias de nuevos productos o modificación de los existentes.

Sabíamos que la campaña 2019 no iba a ser muy grande, como así lo confirman los 263 millones de hectolitros estimados por la OIV. Pero faltaba saber hasta dónde podía llegar ese descenso y si las mayores existencias de las que disponía el sector para enlazar la campaña compensarían esta pérdida.

Conociendo que la cosecha a nivel mundial es un diez por ciento inferior a la del pasado año, podríamos asegurar, sin mucho riesgo a equivocarnos, que las declaraciones de existencias en la UE se acercarán lo suficiente a la pérdida de cosecha como para poder afirmar que las disponibilidades serán muy similares a las de la campaña anterior.

Además, las previsiones de la OIV también constatan otro dato que veníamos adelantando hace semanas: España será, de entre los principales productores, el que más cosecha pierda respecto a la abultada vendimia de 2018. En concreto, y según el informe de estimación del organismo internacional, con un retroceso del 24%, frente a las mermas del 15% que deberían experimentar en sus producciones de vino italianos y franceses, a la sazón primeros y segundos productores mundiales en 2019, respectivamente.

Otra cosa es lo que pueda suceder con los precios y las transacciones internacionales. Cotizaciones que, tras el primer tirón del inicio de la vendimia, han experimentado un frenazo bastante importante, con precios que mantienen sus valores, pero cuya nominalidad les resta la robustez suficiente para asegurar que seguirán así cuando los operadores decidan retornar al mercado recuperando una actividad comercial, que en estos momentos podríamos definir como de “extrañamente” paralizada.

Es posible que a la incertidumbre propia de los primeros momentos de la campaña se unan aquellos aspectos derivados de asuntos políticos, como pudieran ser el Brexit o la guerra comercial emprendida por Estados Unidos y que ya nos ha afectado de lleno con el incremento arancelario a nuestros vinos. Pero el caso es que la actividad de operadores internacionales en nuestro mercado, tan importante para nuestro sector, está siendo más escasa de lo que una cosecha tan corta como esta hacía presagiar.

Tampoco es que ayude mucho el hecho de que los grandes operadores del mercado interior estén presionando fuertemente a la baja en la aceptación de ofertas para sus lineales, obligando a los productores a aceptar descuentos, ya sea en nominales o promociones, que están tirando hacia abajo de sus exiguas rentabilidades.

Al contrario que la medida puesta en marcha por el FEGA que, enmarcada dentro de la “Hoja de Ruta” de medidas para la estabilidad y la calidad del sector del vino, aprobada por el Ministerio, se encuadra en el nuevo Plan Nacional dentro de la medida de destilación de subproductos y con la que se pretende evitar que el alcohol contenido en los subproductos pueda ser vinificado para su consumo. La medida, consistente en intensificar y reforzar los controles sobre el terreno en las destilerías autorizadas, pretende detectar posibles fraudes y constatar que realmente se entregan a las destilerías los subproductos para su destilación y que estos no son utilizados para producir vino. Verificar que los subproductos entregados tienen el mínimo de alcohol exigido: 2,8% en el caso de los orujos y 4% en el de las lías.

España ajusta cuentas

Apenas hace una semana desde la publicación de nuestro Extraordinario dedicado a las vendimias, cuando las Cooperativas Agro-alimentarias de España avanzan una nueva estimación de cosecha para nuestro de 36.647.300 hectolitros, ligeramente por debajo de los 37.080.964 que estimábamos nosotros como rango inferior de la horquilla en la que situamos la cosecha española de 2019.

Diferencia que, en ninguno de los casos, ni tan siquiera considerando el rango superior de los 38,59 Mhl, debiera suponer ningún cambio de estimaciones que modifiquen en lo más mínimo la evolución de los mercados, tanto en operaciones, como en la posible evolución de sus cotizaciones.

Mientras que Europa, a través de Dirección General Agri, revisa a la baja su primera estimación y cifra ya la cosecha 2019/20 en 160,9 millones de hectolitros para el conjunto de sus Estados Miembros. Destacando entre los principales productores como país que más cosecha pierde: España con un 23%, mientras que Italia lo hace un 15%, Francia un 13%, Alemania 12% y Portugal aumenta un 10%. Vendimia muy alejada de los 189,13 de la anterior (2018) y muy cercana a los 168,36 Mhl que es la media de las últimas cinco campañas.

Más preocupante, sin duda, por lo que de pérdida de patrimonio vitícola representa y los motivos que de falta de rentabilidad económica o ausencia de relevo generacional pudiera representar, es la merma que nuestro potencial vitícola ha experimentado al final de la campaña 2018/19. Momento en el que contábamos con 995.622 hectáreas de potencial vitícola frente los 996.728 con los que la iniciamos; o las 950.077 hectáreas plantadas, cinco mil trescientas menos. Pero es que no acaba aquí la cosa. Es que los derechos de plantación también pasaban de 14.619 a 10.531 ha, un 27,96% inferiores.

Una mala noticia, sin duda. Pues si bien seguimos teniendo el privilegio de ser el país con mayor superficie de vitis vinífera del mundo, la reducción de potencial, superficie plantada y derechos de plantación, ponen en evidencia algunas de las debilidades de un sector que podríamos llegar a calificar de endémicas y muy preocupantes para nuestro patrimonio medioambiental y población rural.

El viñedo ecológico, una apuesta del sector

Altas temperaturas, un elevado número de horas de sol, escasa pluviometría y terrenos con una fertilidad media o baja; son unas condiciones que no podrían definirse como de muy esperanzadoras, pero son con las que contamos en España y a las que nuestros viticultores han tenido que ir adaptándose para encontrar la forma de producir y hacerlo con la máxima eficiencia y calidad. En el lado positivo de todo esto está la gran capacidad para producir de manera natural, sin el empleo de fertilizantes, fitosanitarios o sulfuroso en dosis más allá de pequeñas cantidades que se encuentren dentro de los márgenes establecidos para la certificación ecológica.

No en vano, las 113.420 hectáreas de viñedo ecológico con la que contábamos en 2018 en España nos sitúan como el primer país del mundo en cultivo ecológico vitivinícola, y creciendo.

Lo que, sin ningún género de dudas y al margen de las ideas que cada uno tenga y la sensibilidad y compromiso que muestre hacia este tema; representa un hecho diferenciador de gran importancia y con una gran proyección de consumo en las próximas décadas.

Los jóvenes consumen poco vino, se muestran reacios a hacerlo de una forma continuada y los valores que encuentran en él están bastante alejados de sus cualidades intrínsecas y mucho más cercanas a las sociales. Pero su preocupación por el medio ambiente, su concienciación por el respeto al ecosistema, su compromiso con la naturaleza, hasta sus propias necesidades fisiológicas de buscar productos que no pongan en riesgo sus, cada vez más frecuentes, sensibilidades y alergias alimenticias; hacen de los productos ecológicos un gran filón con el que acercarnos a ellos y ofrecerles productos ajustados a sus inquietudes y compromisos personales.

Castilla-La Mancha vuelve a ser en superficie inscrita la que cuenta con mayor número de hectáreas, 59.251,36. Pero es Castilla y León, con un aumento del 19,7% con respecto al año anterior la que proporcionalmente más crece. Siendo Extremadura (-13,5%), Galicia (-7%) y Murcia (-0,6%) las tres únicas autonomías que pierden superficie de viñedo ecológico con respecto a 2017.

Buena prueba de que el producto ecológico vende y encuentra un nicho de mercado al que resulta más sencillo llegar es, también, el incremento en el número de bodegas y embotelladoras de vinos y cavas bajo control, que ha aumentado en 94 hasta alcanzar las 1.033, superando la barrera mítica de las mil, con especial mención a Cataluña que concentra algo más de un tercio de todas las nuevas industrias bajo control.

Lástima que todo no sean tan buenas noticias pues si bien el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, se ha visto obligado a solicitar una nueva prórroga a la Unión Europea en la que poder llegar a un acuerdo para formalizar el Brexit, alejándose de esta manera la amenaza de una salida no negociada y caótica; su intención sigue siendo la de abandonar la UE lo antes posible, sin más vuelta atrás que la presión a la que tengan la capacidad de someterle la oposición a su Gobierno, sin descartar del todo la celebración de un segundo referéndum.

Pero, la que sin duda es la peor noticia de todas, es la entrada en vigor de los nuevos aranceles al vino tranquilo envasado con la que amenazaba la semana pasada la Administración Trump. De todos los países afectados será Francia la que con un comercio de 1.200 millones de euros en esta categoría sea la más afectada, estimándose, por parte de la patronal de empresas exportadoras de vinos y espumosos (FEVS), un descenso pronunciado en aquellas botellas con precio por debajo de los 15 dólares. Lo que, por otro lado, es una excelente oportunidad para aquellos países que no se vean afectados por la subida, caso de Italia, pero también por aquellos otros que, aun viéndose implicados, sus precios estén por debajo de los vinos galos. Como es el caso de España, que, si sabe gestionarlo convenientemente, puede convertir la amenaza en una gran oportunidad.

Días decisivos para la economía

Muy posiblemente, dentro de cuatro días, cuando finaliza el plazo para la entrada en vigor de los nuevos aranceles a los vinos españoles en Estados Unidos, o la posibilidad de que el Reino Unido opte por un Brexit duro; podamos concretar algo más sobre en qué quedan estos dos asuntos tan importantes para la economía europea. Pero, lamentablemente, hoy solo podemos decir que la Comisaria de Comercio Cecilia Malmström sigue trabajando por, al menos, aplazar la entrada en vigor de los aranceles de Trump, prevista para el día 18, y el ministro español, Luis Planas, presionando para que haya compensaciones a los sectores afectados.

Mientras tanto, y ante el escaso avance en las negociaciones, desde el Ministerio de Agricultura se recomienda estar preparados para las medidas de apoyo, corrección, promoción y mercados que puedan implantarse. Así como insuflar ánimos a un sector soliviantado al haber sido tomado como rehén de un conflicto comercial que poco, o nada, tiene que ver con sus productos y por el trabajo realizado durante años por abrirse un hueco en el principal país consumidor de vino del mundo.

Pero de lo que no se habla apenas en este asunto es de la situación de fortalecimiento en la que quedaría otro de los grandes productores de vino comunitario, Italia, al que no le afectarían las medidas anunciadas por la Administración Trump y que pasaría, de cumplirse las amenazas, a poder colocar en el gigante norteamericano sus vinos un veinticinco por ciento más baratos que los españoles o franceses.

En cuanto al tema del Brexit, casi mejor no opinar sobre lo que pueda acabar sucediendo cuando finalice el plazo que tiene el premier Boris Johnson, el día 17, para llegar a un acuerdo que ratifique el Parlamento británico. De momento, todo parece indicar que se va avanzando y que será posible contar con un texto legal que pueda ser ratificado por los Jefes de Estado y de Gobierno en su cumbre de este jueves y viernes, pero el tema es tan delicado y existen tantas sensibilidades que cualquier pequeño detalle podría hacer saltar por los aires la posibilidad de evitar el Brexit duro.

Y, por si todo esto no fuera suficiente, el Fondo Monetario Internacional anuncia un crecimiento del 3% de la economía mundial para el 2019, el más bajo desde la Gran Recesión, con la guerra comercial y el aumento de las barreras comerciales como uno de los principales motivos que explicarían esta desaceleración sincronizada.

Días decisivos e importantes para nuestro futuro más inmediato a los que nos enfrentamos.

Unos días de gran transcendencia

¿Recuerdan lo que pasó hace unos años con China y las placas fotovoltaicas alemanas, conflicto comercial por el que algunas bodegas españolas se vieron obligadas a facilitar su “know how” a las bodegas chinas, además de grandes costes en despachos de abogados y seminarios a los dirigentes de las bodegas chinas? Pues, para aquellos con tan poca memoria que ya lo hayan olvidado, les diré que fue un duro y traicionero golpe al comercio vitivinícola español.

Ahora es EE.UU., el otro gran contendiente de esta guerra comercial, que han emprendido las dos mayores potencias mundiales, el que amenaza con subidas del veinticinco por ciento de los aranceles a productos agroalimentarios españoles, afectando de manera muy especial al vino. Y todo porque el Sr. Trump ha decidido declararle la guerra a Europa, la que otrora fuera su gran aliada comercial y militar. Una Vieja Europa que otorgó ayudas a la compañía aeronáutica Airbus en algunos países de la Unión Europea (Francia, España, Alemania y Reino Unido) en contra del otro gran fabricante mundial, la norteamericana Boeing.

La imposición de un arancel adicional del 25% a los vinos tranquilos de menos de 14 grados y envases de capacidad inferior a dos litros, procedentes de algunos de los cuatro países mencionados se aplicaría a partir del 18 de octubre y afectaría no solo al vino a Estados Unidos que con datos interanuales julio 2019 se presenta como el principal país importador por precio, 4,14 €/litro, cuarto destino mundial por valor con un total de 301,4 millones de euros y 73 millones de litros de vino español, de los que 240 millones de euros serían los que se verían afectados. También otros muchos como el olivar, cítricos o textiles se verían afectados de manera directa.

La reacción, tanto de la comisaria Europea de Comercio, Cecilia Malmström, como del Ministerio de Agricultura español, Luis Planas, ha sido de contrariedad y esperanza en que el próximo día 14 pueda llegarse a un acuerdo que no abra lo que han calificado como “medidas miopes” y contraproducentes que empujarían a la Unión Europea a una situación en la que no tendría otra opción que hacer lo mismo.

Acabe como acabe el asunto, el caso es que, una vez más, es el vino el que resulta secuestrado por los gobiernos de turno para redimir viejas rencillas que nada tienen que ver con él. Atrás quedan los grandes esfuerzos que bodegas y consejos reguladores han venido haciendo por exportar al primer consumidor mundial. Por situar sus mejores vinos y hacer de este destino palanca de promoción para el resto de su comercio mundial.

Algo vital, si queremos encontrar acomodo a una producción que el Ministerio ha estimado en 38,1 millones de hectolitros para la campaña 2019/20 según las cifras facilitadas a la Unión Europea, un 24,3% inferior a la del año anterior, 12,2 millones de hectolitros menos. Estimación que afectaría de especial manera a los mostos, para los que calcula la pérdida en el 29,6% hasta dejarlos en 3,8 Mhl y vinos con I.G.P. (3,4 Mhl) que rozaría el 29,2% de reducción. En el lado contrario encontraríamos los vinos sin indicación de calidad ni variedad (antiguos mesa) en los que la reducción sería tan solo del 20,6% cifrando su producción en 11,2 Mhl. Los acogidos a alguna denominación de Origen (-24,1% y 12,6 Mhl) y los varietales (-24,5% con 7,1 Mhl) completarían una producción que elevaría hasta las 77,2 Mhl las disponibilidades del sector para esta campaña. Una cifra que, considerando la reducción generalizada de la vendimia del resto de países productores comunitarios, es considerada por las organizaciones agrarias como aceptable de gestionar, sin necesidad de entrar en “guerras” comerciales que acaban siendo perjudiciales para todos.

Interesante futuro el que nos espera al que deberemos permanecer muy atentos.

Por la vertebración del sector

Si queremos ser un sector potente y tener alguna posibilidad de hacerlo atractivo para generaciones futuras, lo primero que debemos conseguir es hacerlo sostenible económicamente. Se hace muy difícil imaginar que aquellas personas que tengan una alternativa de futuro laboral escojan quedarse cultivando la viña si no reciben unos ingresos suficientes como para obtener una renta digna de ella.

Lo de la sostenibilidad medioambiental es posible que sea mucho más importante que la económica y sus consecuencias, sin duda, mucho más transcendentales para el futuro de la humanidad. Pero no nos equivoquemos, que los ideales, sin un plato caliente garantizado, lo tienen muy difícil para salir adelante.

Y eso, que dicho así puede llegar a sonar obsceno, es una realidad que mejor haríamos en asumir cuanto antes si queremos encontrar la forma de avanzar.

Para ello hay que seguir insistiendo en eso de “valorizar” el producto. Lo que como objetivo a largo plazo está genial. Pero, para llegar a ello, tenemos que ir cubriendo ciertas etapas que resultan ineludibles. Y aún con todo y con eso, todavía seguiríamos teniendo el mayor de los problemas sin resolver: su venta. Porque, no lo olvidemos, producimos vino para venderlo, no para almacenarlo, quemarlo o retirarlo temporalmente del circuito. Nuestro objetivo es que la gente consuma nuestros vinos.

Para alcanzarlo es necesario definir con cierto detalle: producciones, rendimientos, grados, zonas, técnicas de cultivo, rentabilidades, precios… En definitiva: cuál es el modelo de producción con el que soñamos. Después, concretar a un cierto nivel de detalle todos estos parámetros. Y, por si todo esto no fuera ya lo bastante complicado, encontrar la forma de hacerlo sin entrar en conflicto con la libertad de mercado y la competencia.

Y mientras esto llega (si es que lo conseguimos), parece necesario dotar al sector de herramientas con las que poder actuar. Así como de organizaciones con la capacidad para implantarlas. Sobre lo segundo, está bastante claro que está la Interprofesional, como así lo indican sus objetivos fundacionales. Y en cuanto a lo primero, las propuestas presentadas al Ministerio, órgano con capacidad legislativa para implantarlas, se han concretado en un documento que bajo la denominación “Hoja de Ruta” para la estabilidad y la mejora de la calidad de los vinos, pretende exigir unos requisitos mínimos de calidad para la uva de vinificación, intensificar el control de subproductos para la destilación y establecer mecanismos de regulación de la oferta. Todo ello con el plazo de puesta en marcha del primero de noviembre próximo para la intensificación de los controles en los subproductos destinados a la destilación; y la campaña 20/21 para las relacionadas con la norma de calidad y mecanismos de regulación, de tal forma que sean conocidas por los operadores antes de que comience la campaña.