Cada vez nos quedan menos oportunidades

Son precisamente los momentos buenos en los que hay que tomar las decisiones clave en una empresa, de cara a su estrategia a medio y largo plazo. Hacerlo cuando el agua te está llegando al cuello y las dificultades económicas, y de cualquier tipo, te van asfixiando es muy difícil. Y, cuando se toman, es de manera restrictiva, con el único objetivo de ajustarse, con recortes, a la nueva situación.

Aprovechar la excelente calidad con la que están llegando las uvas a las bodegas, los grandes mostos y vinos que se están obteniendo para ir un poco más allá en la valorización de nuestros productos y la mejora en su comercialización; es una necesidad que muchas bodegas no están dispuestas a dejar pasar. Los acontecimientos ahora se suceden a velocidades de vértigo. Viéndose muchas veces sorprendidas las propias empresas por situaciones que no esperaban encontrarse hasta pasados unos años. Tomar decisiones y hacerlo de manera colectiva, de tal forma que sea todo el sector el que defina y se vea beneficiado, es algo más que un sueño utópico. Es una obligación de aquellas personas que se encuentran al frente de organizaciones, administraciones y colectivos que congregan a todos los agentes del sector.

Los dientes de sierra son una característica intrínseca de cualquier mercado libre. El famoso ajuste de la ley de la oferta y la demanda así lo requiere. El problema está en que todos debemos trabajar por conseguir que estas oscilaciones no vayan más allá de horquillas comedidas que permitan disfrutar de una cierta estabilidad con la que llevar a cabo planes expansivos para nuestro sector en el terreno comercial.

Hemos luchado por modernizar nuestras instalaciones, adaptado nuestros viñedos a variedades demandadas por los consumidores, mejorando sustancialmente la productividad de esas viñas. Invertido en ofrecer una imagen de calidad que haga atractivos nuestros vinos y gastado mucho dinero en promocionar nuestras zonas en el exterior. Pero seguimos teniendo pendiente la apuesta por el sentimiento de colectividad, necesario para unir fuerzas y alcanzar sinergias que aceleren estos procesos.

Ya nadie aspira a que sean las administraciones, en sus diferentes niveles, las que solucionen nuestros problemas. Hemos tenido ocasión de comprobarlo recientemente cuando, hace unos meses, los precios se desplomaban como consecuencia de la histórica cosecha a la que teníamos que hacer frente a nivel europeo y quienes tenían las competencias para hacerlo fueron totalmente incapaces de adoptar una sola medida encaminada a paliar la situación. Es cierto que tampoco las organizaciones que representan a los diferentes colectivos, o la que debiera hacerlo de toda la interprofesión lo consiguieron. Pero, a diferencia de otras ocasiones, hubo sus intentos, con discusiones profundas, sobre qué y cómo aplicar las diferentes medidas que la legislación actual les hubiera permitido. El hacerlo en una próxima ocasión que fuera necesario está mucho más cerca. Pero ahora hay que ir un paso más allá y tomar la iniciativa. Aprovechar esa concienciación de que hay que evitar que las oscilaciones se conviertan en profundos dientes de sierra que dejen en el camino a alguien y seguir avanzando en la definición de las condiciones bajo las que, de manera automática, entren en vigor dichas medidas.

Aspirar a que sean nuestros políticos los que lo hagan hubiera sido una aspiración lícita en otros momentos distintos a los actuales, donde tenemos a la vista unas elecciones generales. Hacerlo en la actualidad, vista la capacidad de maniobra con la que cuentan, o el escaso interés que han demostrado por hacerlo, sería, sencillamente, de una candidez inadmisible.

Es el sector el que debe definir qué quiere ser de mayor. El que defina sus estrategias y los medios con los que llegar a alcanzarlo. Cada vez nos quedan menos oportunidades.

España inicia la campaña con un +29,03% de existencias

Por extraño que nos pueda parecer, nuestras bodegas y viticultores también planifican sus campañas y deben disponer de una información actualizada y veraz con la que poder hacerlo. Especialmente en momentos tan decisivos como los inicios de campaña en los que las decisiones de volúmenes de compra y precios a los que hacerlo, tanto de uvas como mostos, e incluso vinos a medio plazo, representan un punto de difícil retorno que marcará el resto de temporada.

Conocer bien las disponibilidades con las que se vaya a contar es el primer dato con el que hay que trabajar, si se quieren hacer las cosas bien. Lamentablemente el Ministerio hace ya varios años renunció a aportar esta información de estimación de cosecha y, escudándose en los datos que facilita del Infovi, ha eludido la parte de responsabilidad que en ese aspecto le compete. Afortunadamente no es así en todas las organizaciones, las cuales siguen haciendo públicas sus estimaciones de cosecha que, con mayor o menor grado de intencionalidad, porque también aquí hay que reconocer que los datos deben tomarse con cierta dosis de prudencia, sirven para que los operadores dispongan de una visión general bastante cercana a la realidad. De hecho, hoy, prácticamente las diferencias entre unas estimaciones y otras no existen más allá del momento en el que se han hecho públicas, pues con un margen de dos millones de hectolitros arriba o abajo podríamos decir que se encuentran todas en la misma horquilla.

Caso distinto son las existencias de inicio de campaña, la otra gran partida con la que conocer las disponibilidades del sector vitivinícola. Información que gracias al Infovi está disponible mucho antes de lo que era habitual cuando la tenía que hacer pública el MAPA y que nos ha permitido conocer con total exactitud que España inició la campaña 2019/20 con un veintinueve por ciento más de vino y mosto sin concentrar que lo hizo la pasada, e incluso la distribución por categorías y regiones de esos 38.846.179 hectolitros de stock.

Primeros precios y gran nerviosismo en el mercado

Aunque hay previsiones que llegan hasta los treinta y ocho millones y medio de hectolitros, la cifra de los cuarenta millones podría ser un buen punto de partida a partir del cual comenzar a planificar una campaña que, a priori, promete resultar bastante ajetreada.

Más como consecuencia de unas existencias considerablemente más elevadas que las de campañas anteriores (aunque hasta dentro de unos días no tendremos datos concretos del Infovi sobre las existencias a 31 de julio), que fruto de la producción, que a nivel europeo se presenta considerablemente más baja, con previsiones en Francia e Italia un doce y dieciséis por ciento respectivamente inferiores, y del veinte por ciento en lo que respecta a nuestro país. El sector productor parece haberse puesto nervioso con la reducción de campaña y haber encontrado en estas previsiones esa mínima excusa con la que justificar pretensiones que van mucho más allá de los precios a los que cerraron los vinos la pasada campaña.

Recuperar parte de lo mucho perdido durante la campaña anterior en las cotizaciones de los vinos con las pretensiones por los mostos actuales, está muy bien y es totalmente legítimo. Medir bien las consecuencias que estos altibajos tienen en los mercados, especialmente internacionales y de los que tan fuertemente dependemos, otra cuestión que está demostrado que no sabemos controlar. Con las repercusiones que al final acaban teniendo en el posicionamiento de nuestros vinos y la capacidad de abrir nuevos mercados con los que ir cambiando poco a poco el mix de nuestros productos. Cuestiones que, teóricamente, todos compartimos, pero por las que cada uno hace la guerra por su cuenta, con resultados que no hacen sino poner en evidencia la pérdida de las oportunidades que nos van dando los mercados.

Veintiséis millones de hectolitros, cifra que llevamos exportados en datos interanuales julio 2018-junio 2019 de vinos, mostos y vinagres, es una parte muy importante de una producción de cincuenta millones como la que obtuvimos el pasado año. Mantener la estabilidad, con crecimientos suaves y continuados en los precios, es la única forma de aumentar esos 1,20 €/litro de precio medio, que están muy lejos del verdadero valor de nuestros productos. Pero ya sabemos que las cosas valen lo que alguien está dispuesto a pagar por ellas. Así es que, o encontramos al comprador que esté dispuesto a quedarse con más de dos mil quinientos millones de litros a un mayor precio, o perseveramos en la idea de que la calidad se imponga. Permitiéndonos desbancar a vinos procedentes de otros países que encuentran en la calidad percibida por los consumidores (que no la intrínseca) la razón por la que los mercados están dispuestos a pagar ese diferencial de precio.

No sabemos lo que va a suceder con las pretensiones de los elaboradores y hasta dónde pueden llevar a las cotizaciones. Pero sí podemos intuir que el consumo no va a cambiar mucho de un año a otro. Ni el interno, sobre el que las campañas que se están realizando son lentas y de resultados tímidos. Ni el de nuestras exportaciones, cuya rigidez es tal que, prácticamente, cualquier variación que se produzca en los precios es respondida con una alteración en el volumen en sentido contrario en la misma intensidad.

En fin, que unas veces porque la cosecha es alta, otras porque los precios son bajos y otras porque el consumo interno no consigue despegar. El caso es que el sector sigue enfrentándose a los mismos males a los que lo hicieron nuestros antecesores, sin más horizonte que el de pequeñas producciones que siendo notables casos de éxito, apenas representan al sector español, ni tienen relevancia sobre el conjunto de sus empresas.

Atentos y prevenidos

Muy posiblemente no sea el momento más indicado para hablar de este tema y de las consecuencias que podría acabar teniendo sobre un sector tan delicado y sensible a las malas noticias como es el vitivinícola, especialmente el español. Pero es que llevamos ya muchos meses escuchando que nos enfrentamos a un nuevo periodo de recesión, en el que economías tan potentes en nuestro ámbito económico más cercano, como es la Unión Europea: Alemania y Francia, o lo han hecho ya (dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo) o están a punto de hacerlo.

Las consecuencias que esto pueda llegar a tener sobre nuestro sector son imprevisibles, pero, en el mejor de los casos, nada bueno.

Tampoco es que ayude mucho a afrontar con optimismo el futuro más cercano el hecho de que el primer ministro del Reino Unido siga empeñado en sacar a su país de la Unión Europea sin acuerdo. O que el presidente de Estados Unidos se haya enfrascado en una guerra comercial cuyo primer damnificado es China, pero de gran impacto en la Unión Europea, a la que parece haber puesto proa con sus anuncios de un acuerdo con el Reino Unido, el día siguiente a su salida de la UE.

Pensar en economías autárquicas es una gran estupidez (o eso creo yo). Casi tanto como defender políticas proteccionistas. Y, aunque la importancia del sector vitivinícola en el conjunto del comercio es apenas insignificante, el peso del mercado exterior en el sector español resulta vital.

Producciones en términos mundiales inferiores a las del año pasado nos ayudan y pueden hacernos afrontar el futuro inmediato con cierto optimismo, pero, aunque solo sea porque no nos pillen desprevenidos los giros que puedan dar los acontecimientos económicos mundiales, convendría estar atentos e ir tomando las medidas que estén a nuestro alcance.

Momentos como estos, de perspectivas de una cosecha muy ajustada y calidades excelentes, deberían servirnos para plantearnos posibles cambios en las estrategias comerciales en aquellos casos que se consideren necesarias.

Nervios en un mercado que no parece tendrá mayores precios

Hace un año por estas fechas, bien pocos eran los que se atrevían a vaticinar el volumen de una vendimia que recién iniciada, todos, o prácticamente todos, coincidían en señalar que sería superior a la anterior (cosa que decía muy poco dada la situación de la que partíamos). Pero muy pocos se atrevían entonces a poner cifra a ese incremento y llevarla hasta volúmenes históricos, como así acabó siendo. Ni el propio Ministerio, que no ha dejado de ir subiendo la cifra en cada estimación que ha ido publicando, osó a hacerlo en aquel momento.

Prudencia casi tanta como la que se mostraba a la hora de hablar de la calidad de un fruto, cuya maduración estaba dando serios problemas, cuyas fermentaciones obligaron a los enólogos a sacar lo mejor de sí mismos y los medios técnicos de los que disponían y se confiaba, reiteradamente, en que el paso del tiempo mejoraría la situación.

Situación casi antagónica a la de este año, en el que las estimaciones de producción y los comentarios sobre la calidad y grado de maduración del fruto se suceden a trompicones, compitiendo por ser los que antes publiquen sus cifras y alaben la magnífica calidad de un fruto que será transformado en excelentes vinos. Lo que, dicho sea de paso, viendo las calificaciones publicadas por los consejos reguladores, únicos organismos que hacen este esfuerzo, tampoco es que diga nada.

Mejor así. El sector necesita saber con la mayor precisión de la que seamos capaces, el volumen de producción al que se enfrenta, la calidad del producto con el que va a tener que operar y los precios de las uvas, que marcarán el punto de partida en la generación de la cadena de valor del vino. Y lo necesita lo antes posible. Hay que planificar, establecer estrategias comerciales y cuantas más informaciones haya, mejor para todos.

Que estas noticias van por el lado de denunciar bajos precios en uvas y mostos y la necesidad de que el sector asuma, de una vez por todas, que garantizar la renta de sus viticultores es el primer paso para desarrollar un sector competitivo y de calidad; perfecto. Para eso están las negociaciones que debieran acabar en un acuerdo que medio satisfaga a todas las partes. Pero que la información sea variada y abundante. La que, para poder ser calificada como tal, debe ser fidedigna y actual.

Cosa bien diferente, pero eso ya es cuestión de la confianza que cada cual le otorgue a quien la realiza y la fuente de la que procede, es el índice de condicionalidad que lleva implícita, ya que las hay que son, o lo intentan, imparciales; y las que llevan implícito un mensaje a sus asociados sobre las razones por las que deben mantener una postura u otra en sus decisiones.

Hasta es de agradecer que una de las principales bodegas españolas, sin duda referente en el sector de los espumosos, haya tenido la gallardía de declarar claramente cuáles son sus intenciones de cara a la compra de la uva y las razones que le llevan a ello.

Habrá que esperar un poco más, creo que una semana será suficiente, para ver cuál es el camino que emprenden las otras grandes bodegas de referencia en España en su política de compra de uva y los precios a los que la demandan. De momento, lo único que ya podemos asegurar es que los precios conocidos hasta a hora, es verdad que, para variedades minoritarias, se acercan mucho a la estabilidad, manteniendo los pagados el año pasado.

Lo que, traducido a la renta de los viticultores de las zonas que concentran cerca de tres cuartas partes de la producción española, viene a suponer una pérdida, siempre en términos generales, casi inapreciable con respecto al año anterior. Ya que se habla de que la producción se verá mermada en torno al veinte por ciento, mientras que la graduación aumentará sobre los dos grados con respecto al año anterior.

Una menor cosecha no evita fuertes tensiones en los precios

Después de unas pequeñas vacaciones, las cosas no han hecho sino empeorar. Pues si bien las estimaciones de producción que manejábamos a principios de este mes no han cambiado apenas, manteniéndose la horquilla de cosecha entre los cuarenta y los cuarenta y cuatro millones hectolitros. La paz y estabilidad en los precios que se auguraba en esas fechas, se han tornado en un fuerte torbellino de acusaciones cruzadas donde se mezclan demandas legítimas de unos y otros.

Es normal que, en los primeros coletazos de vendimia, con la fijación de los primeros precios de las uvas, las tensiones crezcan y cada una de las partes intenten hacer alarde de sus fuerzas en defensa de sus intereses legítimos. Así pues, escuchar que los precios a los que la industria aspira a hacerse con la producción de los viticultores están por debajo de lo admisible, que no cubren los costes de producción o que resultan abusivos ante la imposibilidad de permitir obtener una renta digna por su producción; es algo “normal”. También los argumentos de aquellos que defienden que los mercados no admiten subidas de precios en los vinos y que nuestra competitividad está fuertemente condicionada por una franja de precios bajos y altamente sensible a posibles variaciones, que se traducen directamente en caída de volúmenes, especialmente en la categoría de vinos a granel sin indicación de origen (donde se concentran la mayor parte de nuestras exportaciones).

Lo que no ha sido tan frecuente es que sean las variedades destinadas a la elaboración de Cava las que soporten esta gran tensión y de manera muy especial el que sea la entrada en escena de una gran multinacional como es Henkell con la compra de la mayor productora de este vino: Freixenet, la que ocasione este revuelo con la fijación de unos precios que suponen una clara ruptura con el equilibrio que mantenían cavistas y viticultores hasta ahora.

Aspirar a generar un mix de producto del vino español de valor y enfrentarnos a que una de las categorías de mayor precio sea agitada con una pérdida del 30% en el precio la uva con la que se elabora es una situación que, por legítima que sea, debería hacernos reflexionar sobre el modelo de viticultura que queremos para España y las aspiraciones que desde los grandes grupos empresariales tienen para nuestro sector y el papel que deben desempeñar en el mercado vitivinícola mundial.

42 Mhl: una cosecha más que probable

No por conocida y esperada, la noticia deja de tener su importancia, ya que la puesta en marcha, a partir de este 1 de agosto de la extensión del Acuerdo de la Organización Interprofesional del Vino de España al conjunto del sector, fijando su aportación económica obligatoria de 0,18 €/hl de vino envasado y 0,052 €/hl del que se venda a granel; supone el afianzamiento de la Interprofesional del sector y la posibilidad de que cuente con fondos con los que realizar actividades de promoción e información, inteligencia económica, vertebración sectorial investigación, desarrollo e innovación tecnológica y estudios para las próximas cinco campañas.

Su puesta en marcha no impedirá que siga habiendo colectivos que, dirigidos por bodegas de gran predicamento, se muestren contrarios y ejerzan sus derechos a presentar sus objeciones de la forma que consideren más conveniente. No obstante, el hecho de que se haya aprobado esta segunda extensión de norma, supone un gran espaldarazo del sector a una Interprofesional que debiera representar a todo el colectivo, así como dar continuidad a las acciones de información puestas en marcha dirigidas a la recuperación del consumo de vino en España.

Precisamente, en una campaña en la que todas las previsiones apuntan hacia una producción considerablemente inferior a los cincuenta millones de hectolitros elaborados el pasado año, consecuencia, principalmente de la sequía, que ha afectado a prácticamente la totalidad de la geografía española, y a la que se han unido episodios de altas temperaturas, superando récord históricos y fuertes tormentas de granizo.

Emplear el término de “normalidad”, como están haciendo las organizaciones agrarias y cooperativas para definir este descenso, pudiera ser un tanto confuso ya que su fijación siempre resulta complicado de establecer. Especialmente cuando la superficie de viñedo en nuestro país se ha reestructurado en más de un tercio, hacia rendimientos que apenas soportan la comparación con los mejores años. Multiplicar por dos o tres (como mínimo) lo que históricamente se producía en las principales comarcas vitivinícolas hace muy difícil hablar de “anormalidad” cuando obtenemos cosechas que superan los cincuenta millones de hectolitros. Hay que recordar que nuestros competidores, Francia e Italia, los alcanzan con superficies muy inferiores a la nuestra.

El quince por ciento de merma podríamos decir que es el más utilizado por aquellas organizaciones que se han atrevido a publicar sus estimaciones de cosecha, lo que dejaría el extremo inferior de la horquilla en la que se mueven en el entorno de los cuarenta millones de hectolitros. Así, mientras cooperativas Agro-Alimentarias fijan la franja de producción entre los cuarenta y los cuarenta y cuatro millones de hectolitros; la Federación Española del Vino que agrupa a las principales bodegas españolas centra su atención en resaltar que la cosecha media en España de los últimos cinco años ha sido de cuarenta y dos millones de hectolitros. Cifra que coincide con la dada como posible por la organización agraria Asaja, o COAG para la que 42-43 Mhl podría ser la cantidad que acabáramos produciendo este año. De las organizaciones agrarias, es la Unión de Pequeños Agricultores la que se muestra más prudente, no acabando de concretar cifra alguna, limitándose a resaltar el estrés hídrico que está soportando el viñedo y los efectos negativos que sobre la cosecha pudiera acabar teniendo.

En terreno mucho más pantanoso se atreve a adentrarse el consejero de Castilla-La Mancha, Martínez Arroyo, para quien una cosecha que debiera ser “sustancialmente más corta” le lleva a confiar en que los precios de la uva no se vean arrastrados por lo sucedido con los de los vinos y se mantengan en niveles similares a los del pasado año.

Nuestra previsión, a la vuelta de vacaciones, aunque todo parece indicar que no se alejará mucho de esos cuarenta y dos millones de hectolitros.

Preocupación por la próxima cosecha ¿justificada?

Está claro que el volumen elevado de existencias en bodega a estas alturas de campaña preocupa y tiene en vilo a los operadores. Que ven en los bajos precios y las posibles repercusiones que una cosecha “normal” pudiera tener sobre los mercados una situación de consecuencias impredecibles.

Acabar (son todo suposiciones porque los datos a 31 de julio no estarán disponibles hasta septiembre) con cerca de treinta y siete millones de hectolitros de vino de stock, siete sobre la campaña anterior que son poco menos de los 8’5 que tenemos de más en los últimos datos conocidos del mes de abril, no debería alarmarnos tanto como parece estar haciéndolo a los operadores. O no al menos atendiendo exclusivamente al volumen de las existencias, ya que dicha cantidad vendría a parecerse mucho a la de los años 2005 (39,3 Mhl) y 2014 (37,1 Mhl), ambas consecuencias de cosechas históricas 50,062 en 2004 y 53,55 Mhl en 2013.

También convendría señalar que las vendimias que sucedieron a estos grandes cosechones fueron de 41,119 y 44,415 millones de hectolitros, o lo que es lo mismo, cosechas consideradas “normales” por los operadores. Y aunque en estos momentos no seríamos capaces de aventurarnos en una cifra de producción para la cosecha que comienza dentro de siete días, todo parece indicar que estaremos en un volumen muy similar.

Si nos referimos a los precios de las uvas, es de señalar que el comportamiento no fue el mismo un año y otro, ya que si bien los precios pagados por la Airén en la zona de Mancha en el año 2004 fue de diecisiete céntimos de euro el kilo, en el año siguiente apenas aumentó a los dieciocho céntimos; mientras que en el otro episodio de cosechas históricas, el precio paso de los veintidós céntimos del 2013 a quince en el 2014, bajada muy sustancial que sí creó notable alarmismo entre los viticultores que vieron como se truncaba un periodo de recuperación en sus cotizaciones que se acercaban satisfactoriamente a niveles de rentabilidad ansiados históricamente. Lo que pueda suceder en esta campaña tras los veintiséis céntimos de la pasada pagados por la misma variedad y zona es una incógnita y habrá que esperar hasta mediados de septiembre previsiblemente, para conocer las primeras tablillas y la posición que adoptan los grandes grupos bodegueros.

Si nos centramos en los precios del vino, deberíamos decir que el precio del hectogrado del vino blanco en la región central comenzó la campaña 2004 a 2,05 € y la acabó a 1,9, para finalizar la 2005 a los mismos precios 2,09 €; situación similar a lo sucedido en los tinos que iniciaban 2004 a 2,73 € para acabar a 2,65 y recuperar hasta los 2,7 en la última semana de julio del 2006. Para el otro periodo de campañas históricas, decir que la 2013 se inició con precios de 3,95 €/hgdo y 3,80 para blancos y tintos respectivamente, cayendo hasta los 1,95 y 2,35 al final de campaña para no recuperarse en la campaña 2014, con precios al final de la misma de 1,85 y 2,85. Así es que aquí donde tenemos la primera explicación de la gran preocupación que se vive en el mercado sobre cuáles podrían ser las verdaderas consecuencias de unas elevadas disponibilidades, ya la actual campaña la iniciamos a unos precios de 3,95 y 4,95 euros por hectogrado para blancos y tintos respectivamente; y la hemos acabado con 2,05 para los blancos y 3,10 para los tintos.

Lo que nos podría llevar a una gran conclusión y es que los precios de nuestros elaborados no están tan influenciados por un tema de volumen como de capacidad de comercialización, en la que influyen otros muchos aspectos como las necesidades de nuestros principales compradores o el mix que componga nuestra cartera de productos. No obstante, conviene no olvidar que son las exportaciones las que sustentan nuestros mercados pues representan dos veces y media el volumen que comercializamos en el mercado interior.

Las incongruencias del sector

Todos los operadores del sector vitivinícola, desde el más humilde de los viticultores, hasta la bodega con mayor capacidad de elaboración, pasando por distribuidores e importadores, están de acuerdo en señalar que si queremos que nuestros productos vitivinícolas se desarrollen y adquieran mayor notoriedad en los mercados y disfruten de precios más altos repartidos a lo largo de toda su cadena de valor es imprescindible regular la producción e intentar limitar al máximo el efecto añada que provocan el clima y las patologías del viñedo.

No es posible que cada año el precio de la uva sea motivo de gran preocupación entre los operadores dada la importante fluctuación a la que está sometido, o que la producción de vino en disposición de los operadores oscile de manera considerable con fuertes dientes de sierra en sus cotizaciones; incluso que sean las propias bodegas las que le hagan el trabajo a la demanda con prácticas de competencia desleal al fijar sus precios en función de lo que ha hecho su vecino y no de sus propios costes de elaboración.

Hasta es frecuente leer y escuchar en los medios de comunicación, hasta en los generalistas donde la información no siempre es tratada con la profundidad que merece para un público totalmente ignorante de las condiciones en las que desarrolla su actividad un sector intervenido y que debe vender sus productos en mercados muy maduros; demandas en la dirección de contar con medidas de regulación que permitan al sector autorregularse. Palabra clave con la que la Administración ha justificado ante el sector su inacción, alegando que debe ser el propio sector el que decida lo que debe hacer y el Ejecutivo limitarse a dotarle del marco legal suficiente para que pueda hacerlo.

Y aun siendo verdad que cada campaña, según sean los precios, las existencias y las previsiones de campaña son unos u otros los que con mayor insistencia reclaman esa regulación. En el fondo, todos quieren lo mismo. El sector hasta cuenta con una Organización Interprofesional que debiera ser reflejo de todo el sector vitivinícola español y, por consiguiente, el organismo, o al menos uno de ellos desde el que debieran nacer propuestas concretas que condujeran a esta autorregulación.

Pues, de momento, y tampoco en esta campaña ni en la siguiente va a ser, el sector no ha sido capaz de dar trigo y poner en marcha la iniciativa. ¿Hasta cuándo y qué deberá pasar para que lo haga?

Incapaz de dar una respuesta concreta, confío en que en ese horizonte desconocido quede una campaña menos.

A vueltas con la cosecha

Hasta el momento, se decía que el granizo “hacía pobre al que le caía y rico al vecino”. Y aunque argumento sólido para cuestionar este dicho no tenemos, la generalización de lluvias torrenciales y piedra en la geografía española animan la proliferación de informaciones que constatan serios daños en el viñedo, avalando a los que vaticinan un descenso de cierta consideración en la próxima vendimia a nivel nacional.

La menor muestra de fruto que presentan algunas comarcas, tampoco es que ayude mucho a mantener las estimaciones de una cosecha similar al año pasado, dándose por prácticamente segura la reducción de producción.

Para algunos la cuestión está en concretar esa merma y poder estimar las consecuencias que sobre las cotizaciones de los vinos tendrá en los próximos meses. Pues, ante el importante descenso sufrido en estos meses, no faltan quienes ven en la especulación una excelente oportunidad de hacerse con una suculenta ganancia.

El problema está en que según los últimos datos publicados por el Infovi y referidos al cierre del mes de mayo, las existencias eran de 41,8 Mhl de vino frente a los 33,9 de la campaña anterior, o lo que es lo mismo 7,9 millones de hectolitros más (+23,3%).

Volumen que el mercado interior no parece que vaya a ser capaz de absorber, ya que los datos conocidos del consumo en hogares arrojan un descenso para el 2018 del 2,79% y nuestras exportaciones de vino a mes de abril tampoco es que estén como para echar cohetes, teniendo en cuenta que han descendido en periodo interanual un 9,7%.

Llegados a este punto, plantearse que el mercado pueda presentar un problema de abastecimiento en los próximos meses, por escasa que pudiera resultar la cosecha, no parece muy probable y, en consecuencia, tampoco que las cotizaciones puedan recuperar lo perdido en esta campaña.

No obstante, es verdad que una buena parte de lo que pueda suceder con los precios en las próximas semanas dependerá en buena medida de lo que acontezca en Francia o Italia, principales países productores y compradores. Lugares en los que las estimaciones de producción también parecen apuntar hacia un descenso con respecto al año pasado.

Si menos producción en Francia, Italia y España será suficiente como para que el mercado exterior se anime y los precios aumenten, lo dejo para cada uno y su espíritu comercial. A mí, me preocuparía más el saber si el sector será capaz de ponerse de acuerdo y alcanzar un procedimiento por el que autorregular su producción y equilibrar los precios.

Aspirar a que con un consumo de diez millones (aproximadamente) de hectolitros y una producción estimada en cincuenta el hecho de que una cosecha sea un poco mejor o peor que la anterior nos vaya a solucionar el problema es una verdadera estupidez. Casi tanta como no pretender que con las campañas llevadas a cabo para la recuperación del consumo en España solucionemos algo más que aumentar la frecuencia de consumo o la incorporación de nuevos consumidores. Cuestiones cuantitativas mucho menos importantes que aquellas cualitativas que nos deberían llevar a encontrar un mecanismo con el que romper la barrera de entrada a la categoría, incidiendo sobre la formación e información que resulta básica para contar con la cultura vitivinícola mínima requerida por un país consumidor.

Asumir que el vino es mucho más que una simple bebida con la que acompañar una comida o celebración nos lleva de lleno a la obligación de admitir la necesidad de crear nuevos mensajes con los que despojar de prejuicios a los consumidores. Pero también nos obliga a asumir que la política del precio más bajo se volverá contra nosotros en algún momento.