Un año positivo para la exportación

Como parece que en estas últimas semanas no hay tema en el que no se cuele Estados Unidos y, aprovechando que han sido publicados por el Departamento de Inteligencia Económica de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) los datos de exportación de diciembre, con los que hemos cerrado el año 2024. Empezaremos diciendo que el efecto de la mera amenaza por parte de Trump (no había tomado todavía posesión del cargo) de nuevos aranceles al vino europeo ha tenido consecuencias positivas. De hecho, lo que ha provocado, ha sido un aumento en el valor exportado a este mercado del 22,12%, con respecto al mismo mes del año anterior, y del 27,15% en el volumen. Siendo la categoría que más ha variado, la de vino sin D.O.P. Pues el envasado es el que más crece, con nada menos que un 109,37% su volumen y un 89,94% el valor. Mientras que el granel sin D.O.P. es la que más disminuye, con un 9,69% y un 19,56% en valor. Habrá que estar pendiente con lo que haya sucedido en enero, febrero, mes en el que ya había comenzado su frenética firma de órdenes presidenciales y anuncios amenazantes a los acuerdos comerciales; y marzo, cuando anunció que aplicará aranceles para todos los productos agrícolas a partir del 2 de abril.

En términos generales, podríamos decir que no ha sido un mal año. Ya que 2024 cerró con un incremento del 1,6% en volumen y del 3,5% en valor en el total de productos vitivinícolas. Siendo de destacar que han sido los mostos los que nos han salvado los papeles. Pues gracias a su fuerte incremento del 24,3% y 18,0% respectivamente; se ha podido compensar la reducción del 5% del volumen que han sufrido los vinos en volumen y el apenas 1,4% en el que ha crecido en valor.

Por categorías, han sido los vinos de licor los que más han sufrido, con una pérdida del 18,2% de su volumen, seguidos de los espumosos que descienden un 9’1%; mientras que los vinos tranquilos lo hacen un 4,5% y, dentro de estos, los envasados con D.O.P. un 1,9%. En cuanto al valor, si bien los vinos de licor han facturado un 6,3% menos que el año anterior, el resto de categorías han conseguido elevarla: un 1,1% los espumosos, porcentaje similar al 1,5% de los vinos tranquilos y muy por encima de la apenas una décima en la que lo han hecho los vinos tranquilos con D.O.P. envasados.

Menos alentadoras son las noticias que nos llegan desde Europa, donde se ha dado a conocer el Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer, en el que se enumeran diversas propuestas para reducir el consumo de alcohol. Entre ellas el aumento de los impuestos sobre las bebidas alcohólicas, la introducción de advertencias sanitarias en las etiquetas, la limitación de los anuncios publicitarios y el incremento de los impuestos transfronterizos. Que se uniría al interés mostrado por nuestra Ministra de Sanidad por impedirnos utilizar las menciones “consumo moderado” y “consumo responsable” …

Batalla que viene de lejos, como así vienen advirtiéndonos con cierta insistencia desde las diferentes organizaciones sectoriales y que podríamos decir es una ola mundial que amenaza, con escasas posibilidades de evitarla, por acabar engulléndonos.

Sus efectos sobre el consumo y las derivadas que esto pudiera arrastrar sobre superficie, población, impacto medioambiental y tejido productivo es algo que no parece preocupar lo más mínimo a los gestores y a los que tendremos que ir acomodándonos.

Sanidad vuelve al ataque y Agricultura se pone la venda

Con unas existencias finales a 31 de diciembre en España de 47.009.062 de hectolitros de vino y 6.007.197 de mosto, según se desprende del Infovi (un 2,9% menos que el año pasado en vino y un 16,9% más en mosto), el Ministerio de Agricultura ha decidido, a instancia de algunas Comunidades Autónomas, activar la cosecha en verde por tercer ejercicio consecutivo, dotándola de 19,2 millones de euros. Una medida bajo la que se pretender “mejorar la situación del sector” y disminuir las “elevadas existencias” en prevención de una elevada cosecha 2025 que pudiera ocasionar problemas de almacenamiento.

Medida que, a tenor de tener que ser aplicada una campaña más (y ya serán tres consecutivas), no parece que haya tenido los efectos deseados sobre el mercado y la reducción de existencias. Pero que, además están por debajo de los 48.408.947 hl de vino al cierre de 2023, 54.791.795 hl con los que acabamos el 22, los 55.092.907 del 21 o los 58.843.290 del 20.

No ha sucedido lo mismo con los mostos, cuyo mercado está funcionando mucho mejor, como así lo demuestran los datos de exportación del 2024, que alcanzaron una cifra de 6.461.279 hl (24,3%) con respecto a los 5.199.735 de 2023 o los 5.210.360 del 22. Y cuyas existencias, en cambio han aumentado, consecuencia, precisamente, de esta buena marcha del mercado que ha llevado a muchas bodegas a desviar parte de su producción a este producto vitivinícola en lugar de vinificarlo.

Claro que si (como todo parece indicar) acaba siendo aprobado el documento presentado por el Ministerio de Sanidad “Buenas prácticas en las relaciones de la Administración pública con la industria de las bebidas alcohólicas” en el que se reemplazaría la mención “consumo excesivo de alcohol” por el de “consumo de alcohol”; se prohibiría las menciones de “consumo moderado” y “consumo responsable”; y se excluiría al sector vitivinícola de la interlocución y colaboración con las Administraciones Públicas en temas relacionados con el consumo abusivo de alcohol. Amén de abogarse por que se elimine el servicio de vino en cualquier evento organizado por la Administración…

Igual no deberían haber dotado con 19,2 M€ a la cosecha en verde, sino haber destinado los doscientos millones de la Intervención Sectorial Vitivinícola (ISV) española al arranque de una viña cuya producción están haciendo lo imposible por cargarse.

¡¡¡Calla!!! Que, a lo mejor, lo que pretende la Ministra de Sanidad es que le vendamos a Trump el vino que no quiere que consumamos porque es perjudicial para nuestra salud.

Mucha incertidumbre para un sector en crisis

Si bien no hay nada que permita asegurar que el sector del vino será uno de los más perjudicados en esta guerra arancelaria que nos ha declarado el presidente Trump. No son pocos los que opinan que de esta no nos libramos, aunque que sus consecuencias, según sea uno u otro el modelo de aranceles que nos acabe imponiendo, no tienen por qué ser, necesariamente, perjudiciales para nuestros vinos.

Si su aplicación es discrecional y acaba imponiendo a unos países y a unos tipos de vinos, sí, y a otros no, las posibilidades de que nos salga la cara de la moneda se antojan bastante escasas. Si, por el contrario, se aplican de manera uniforme a todos los vinos de procedencia UE y a todos los tipos de vinos, sea cuál sea su graduación alcohólica, la cosa puede ser hasta beneficiosa. Pues a menor precio, menor impuesto y, consecuentemente, seríamos más competitivos.

De momento, lo que sí se está notando es un aumento considerable de la actividad exportadora, pues son muchos los importadores estadounidenses que, ante la amenaza más o menos segura de que acabará imponiéndolos, han optado por acaparar producto con el que hacer frente a la primera envestida de su aplicación. Medida que, como ya sucediera con el Brexit, de nada sirve a largo plazo, pero que permite disponer de un cierto tiempo en el que poder negociar con la distribución la cuantía y tiempo en el que acabar repercutiendo la subida.

Todo ello, claro está, partiendo de la base de que el consumo de vino, hablando de forma global, en el que es el primer país del mundo en consumo, no se vea afectado y derivado hacia otras bebidas. A lo que, salvado el primer asalto, confían hacer frente con ese apalancamiento de producto, para evitar que se produzca.

Un problema más a añadir a la crisis del sector que venimos padeciendo de forma más o menos crónica y a la que nadie parece encontrarle solución.

El propio comisario de Agricultura de la UE, Christophe Hansen, recién aterrizado en el puesto, como el resto de Comisión Europea, parece no tener muy claro ni el escenario en el que tendrá que desenvolverse en los próximos meses y años, ni las medidas con las que cuenta para hacerlo. Así al menos se podría desprender de su comparecencia ante la Comisión de Agricultura del Parlamento Europeo, donde las ideas sobre cuál iba a ser su “hoja de ruta” fueron muy poco más allá del reconocimiento de que nos enfrentamos a una crisis de demanda y exportaciones y que debemos actuar con rapidez.

Señaló, y eso me parece muy relevante, que sus propuestas serán extraordinarias ya que no se incluirían en la revisión en marcha de la OCM del sector, tal y como había solicitado el sector a través de su Grupo de Alto Nivel. Generando cierta preocupación el hecho de que las soluciones que haya dejado ver no se encuentren dentro de las medidas actuales con las que cuenta el sector.

Estabilidad y tranquilidad, dos de los requisitos imprescindibles para abordar con éxito una crisis y que el sector vitivinícola europeo no parece encontrar. Con problemas de gran envergadura a los que hacer frente de manera inmediata que, previsiblemente, requerirán de mucha atención y abultadas partidas presupuestarias.

Un futuro alentador mejorando la “imagen país”

Posiblemente se trate más de una ilusión que de una realidad, pero tengo la profunda sensación de que las cosas en este sector no están tan mal como nos las estamos pintando. A pesar de Trump.

Y digo, estamos, que ahí es donde radica la gravedad del asunto, pues somos nosotros mismos los que nos estamos fustigando con las amenazas que penden sobre nuestro sector. Planteando los problemas (que los hay y no se puede mirar hacia otro lado) como cuestiones insalvables y vaticinando consecuencias catastróficas.

Negar estas amenazas, fundamentalmente aquellas derivadas del contenido alcohólico de nuestra producción y los “esfuerzos” de las administraciones en reducir su consumo. Pero sin olvidarnos de las emanadas del Cambio Climático y los efectos que sobre los viñedos (y los vinos) está teniendo, con largos períodos de sequía que llegan a poner en peligro la propia supervivencia de la planta, llevándonos a cosechas erráticas e históricamente bajas. O las nacidas de políticas proteccionistas, que amenazan con la imposición de aranceles en el primer país del mundo por consumo, en el que las bodegas españolas llevan años, muchos años, luchando por abrirse un hueco.

Negar todo esto no sólo no sería serio, sino incluso irresponsable y necio. Ya que no se puede luchar contra lo que se ignora. Pero de ahí, a rendirnos y mirar al futuro con resignación y voluntad de asumir como insuperables estos retos, y alguno más que me he dejado por no extenderme demasiado, sencillamente no resulta aceptable. Sabemos que el vino seguirá produciéndose y consumiéndose, por lo que habrá mercado, y nosotros tenemos que luchar por mejorar el puesto que ocupamos en este tablero globalizado.

Aunque somos conscientes, con total seguridad, de que la falta de relevo generacional no es un problema que nos afecte sólo a nosotros y que en ello tienen mucho que ver cambios culturales y sociales poco o nada vinculados con el sector vitivinícola, tampoco podemos darle la espalda a este fenómeno. Debemos asumir que, detrás de esta falta de voluntad por seguir con la actividad vitivinícola que desarrollaron padres y abuelos, se esconde una falta de rentabilidad económica que lo dificulta mucho.

La concienciación cada vez más extendida de que también el sector primario debe guiarse por criterios económicos que hagan lucrativa la actividad y permitan vivir de forma digna de su trabajo está en el fondo de este problema y pesa mucho más que sequías, reducciones de consumo o barreras arancelarias.

Hasta ahora, todas las iniciativas que se han adoptado para solucionar este problema han resultado infructuosas y sus consecuencias, en forma de abandono del cultivo, están siendo nefastas para el sector, el medio ambiente y la despoblación de las zonas rurales. Las tres patas que sustentan la Política Agraria Común baja el término de sostenibilidad.

Los márgenes de los grandes volúmenes de nuestra producción no permiten muchos incrementos, es cierto. Pero no lo es menos que, con esta política de precios bajos, lo único que estamos haciendo es empobrecer nuestras producciones, perder patrimonio vitícola de calidad y renunciar a la valorización de nuestros productos.

Se hace necesario mejorar la “imagen país”, y eso sólo lo puede hacer el país.

¿También vamos a deslocalizar el cultivo del viñedo?

La verdad es que, si tenemos en cuenta que una de las recomendaciones realizadas por el Grupo de Alto Nivel es subvencionar el abandono definitivo del viñedo. El hecho de que se le pida a la Comisión Europea que lo considere como un paquete “integral y coherente”. Así como que, ante los desafíos estructurales y coyunturales a los que se enfrenta, avance en la aplicación de esta medida, mediante el desarrollo de un paquete legislativo propio, sin esperar a la próxima revisión de la PAC (prevista para más allá de 2027), como así lo han pedido desde la AREV (Asamblea de las Regiones Vitivinícolas Europeas), CEEV (Comité Européen des Entreprises Vins), CEVI (Confederation Européen des Vignerons Indépendants), COPA-Cogeca (cooperativas agrícolas europeas en la UE) y EFOW (Federación Europea de Vinos de Origen)…

No sé si es una buena noticia. Máxime si tenemos en cuenta que, de los 196’78 millones de euros de los pagos del PASVE e ISV en el año 2024, un tercio (60’75 M€) lo fueron para reestructurar y reconvertir viñedo, un poco menos de otro tercio (56’65 M€) se destinó a inversiones y sólo 25’62 M€ fueron a programas de promoción en terceros países.

En primer lugar, porque, como les he venido diciendo desde esta tribuna, no tengo muy claro que el abandono de viñedo en España subvencionado sea bueno para el sector. En segundo, porque rezuma una urgencia que resulta preocupante. En tercero, porque llevamos una época en la que sólo hablamos del sector vitivinícola desde un lado negativo. Donde no se atisba más futuro que la sumisión a los problemas y escasa, o ninguna alternativa de enfrentamiento a la pérdida de consumo y ausencia de rentabilidad económica. Y en cuarto, porque estamos gastando ingentes cantidades de millones de euros en hacer más competitivo un sector que queremos reducir.

Nos olvidamos o soslayamos sus tradiciones, su cultura, su aspecto social… y nos centramos en una sociedad a la que una parte importante parte de nuestra clase política está empeñada en dirigir diciéndonos lo que podemos y no podemos beber o comer. Sin más argumento que la imposición frente la formación y educación.

La Inteligencia Artificial, tan de actualidad y que en estos días ha puesto de manifiesto la gran fragilidad con la que construimos nuestras previsiones, como así lo demuestra el siete que ha hecho en las bolsas la entrada en competencia de una IA china que requiere de muchos menos recursos en ordenadores y chips, abaratando su uso hasta el punto de que su uso sea gratuito; y cuyas consecuencias en las empresas tecnológicas pudieran ser calamitosas.

Si estas visiones catastrofistas del sector acaban traduciéndose en el abandono de parte de nuestros viñedos, los más antiguos por resultar los menos productivos; y las previsiones acaban fallando, ¿vamos a volver a plantar entonces o es que dejaremos que sean otros países los que ocupen nuestro lugar?

Una producción contenida para un consumo estabilizado

Aunque se esperaba y estaba agendada, la toma de posesión del cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha causado un gran impacto mediático. Sus continuas amenazas sobre la implantación de altos aranceles a los productos procedentes de la Unión Europea y sus palabras, digamos que poco cariñosas, hacia nuestro país han disparado las alarmas. Y, aunque, con gran prudencia, el sector vitivinícola (uno de los productos que más negativamente pudiera verse afectado por sus políticas), sin alzar la voz, sí comienza a mostrar su preocupación, poniendo en valor los grandes esfuerzos que llevan haciendo nuestras bodegas por abrirse un hueco en ese mercado esencial. Trabajo que podría verse truncado, especialmente si la administración americana decidiese aplicar aranceles diferentes atendiendo al país de procedencia.

Pero, como bien destacan algunos expertos en cuestiones políticas, dejemos que el tiempo nos muestre hasta dónde llegan sus amenazas y trabajemos, desde la Unión Europea, como “dicen” estar haciendo desde que ganara las elecciones en el mes de noviembre, por estar preparados para afrontar cualquier contratiempo.

Mucho más cercano se nos presentan los datos de cosecha que se extraen de las declaraciones ampliadas del Infovi de noviembre. Según las cuales, se habrían vendimiado 4.945 millones de kilos de uva, de los que el cuarenta por ciento lo fueron de tintas y el sesenta de blancas. Volumen que se transformó en 35.803.148 hectolitros, de los que 31.026.486 se fermentaron como vino, el 42 por ciento en tintos y rosados y el resto en blanco. Mientras que 4.776.662 hl siguieron como mosto, siendo casi el setenta y ocho por ciento blanco.

Cifras que, si entramos en el detalle por CC.AA. nos permiten presumir que sufrirán modificaciones en los próximos informes, conforme se vayan conociendo con mayor exactitud unas declaraciones que, en esta ocasión, han ido más lentas de lo que debían. Una variación que, si bien algunas organizaciones llegan a cifrar en un millón más de producción mosto, hasta alcanzar una cosecha de 36’949 millones de hectolitros; no parece que pudiera ser suficiente para reactivar un mercado en el que amenazas comerciales y estancamiento del consumo pesan mucho más que unas producciones que según este Infovi aumentan un 9’9% en vino y 12’2% si incluimos el mosto.

Con una disminución en existencias del 0’5% hasta cuantificarlas en 58’237 Mhl: 6’589 de mosto, 22’956 de vino blanco y 28’692 de tinto. Lo que vendría a ayudar a entender lo que está sucediendo en el mercado, donde las bodegas están rebajando sus existencias en envasados, con descensos del 5’5% las de blancos y del 4’3% de los tintos. Mientras que en graneles, el stock de blancos resulta un 11’1% superior al del año pasado, como consecuencia de haber aumentado la producción de este tipo de vino un 20’5%. Mientras que la disminución en la producción de vinos tintos del 1’4% permite reducir sus existencias un 10’2%.

Todo ello con un consumo aparente que se mantiene estabilizado en los 9’78 Mhl (19’97 litros per cápita), con una ligera mejoría en tintos sostenida desde el mes de mayo.

¿Se puede solucionar la falta de relevo generacional con la actual rentabilidad del viñedo?

Sin entrar en discusiones sobre si es el principal reto al que debe enfrentarse el sector o, por el contrario, son más acuciantes aquellos desafíos relacionados con el consumo y todas las limitaciones que los políticos están luchando por imponerle por su contenido alcohólico; resulta incuestionable que la falta de relevo generacional en el sector primario es desafío apremiante, y de él, no sólo no escapa el vitivinícola, sino que puede ser uno en los que más acusada sea la situación.

¿Consecuencia de la dificultad del acceso a la tierra, de los problemas para encontrar financiación adecuada y la necesidad de formación y conocimiento, del trabajo que requiere, de lo reducido de sus explotaciones, de sus condiciones de cultivo, especialmente aquellas relacionadas con la gestión de los recursos hídricos, en muchas ocasiones estrictamente de secano? Incluso, por qué no, ¿de las trabas administrativas y fiscales que se encuentran a la hora de sucesión?

Muy probablemente haya de todo un poco, aunque, en mi opinión, no creo que ninguna de todas esas razones, ni tan siquiera de todas ellas en su conjunto, sean más determinantes a la hora de echar atrás a las nuevas generaciones del cultivo del viñedo como la baja o nula rentabilidad que prevén obtener.

Al mismo tiempo que nos quejamos frecuentemente de que los jóvenes no se encuentran comprometidos con el cultivo del viñedo, reconocemos que tienen una sensibilidad especial hacia todos aquellos temas relacionados con el cuidado del medio ambiente.

Recientemente Begoña García Bernal, secretaria de Estado de Agricultura y Alimentación, señalaba que el relevo generacional, más bien la falta de éste, es “uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos como país, al mismo nivel que la transición ecológica”, y que necesita para afrontarlo “la implicación de las instituciones, las organizaciones agrarias y el sector”.

“Sencillamente, nos va la vida en ello”, afirmó.

Toda la razón, en un bello discurso. Pero, yo me pregunto: ¿qué han hecho y están haciendo nuestros responsables políticos, de antes y de ahora, para remediarlo?

Podemos crear “grupos de trabajo de tierras agrarias infrautilizadas”, que estudien alternativas y soluciones para avanzar en la recuperación de la tierra abandonada y promover su aprovechamiento agrario. Elaborar una ley de Agricultura Familiar, en la que se aborde el relevo generacional necesario para atajar el envejecimiento de la población agraria. Publicar guías como “Tierra Firme”, para que “la juventud tenga referencias a la hora de incorporarse” …

Pero, ¿es posible solucionar este problema sin una rentabilidad adecuada que permita vivir dignamente del viñedo?

Un 2025 con grandes retos por delante

Sin datos definitivos sobre la cosecha 2024/25, el Ministerio va cerrando la horquilla sobre la que, previsiblemente, deberá encontrarse nuestra producción. Franja que, a diferencia de lo que ha venido sucediendo en años anteriores, no difiere mucho de la presentada por otras organizaciones sectoriales. Si bien, es previsible que algunas regiones, como la Región de Murcia o la Comunidad Valenciana, vean disminuida su producción con respecto a estas previsiones, si los efectos que la sequía haya podido acabar teniendo son más cuantiosos de lo inicialmente estimado.

Así, el servicio de Estadística del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en su última previsión, con datos a 31 de octubre, la situó en 36.393.317 hectolitros, rebajándola en algo más de seiscientos mil hectolitros respecto a la realizada un mes antes. Lo que, en uva de vinificación, supone una producción de 4.932.878 toneladas.

De las estimaciones hasta ahora conocidas, y que no deberían diferir mucho en términos generales, llama especialmente la atención el peso que adquiere Castilla-La Mancha. Región que tradicionalmente venía representando el cincuenta por ciento del total nacional y que esta ocasión se sitúa en el sesenta. O la fuerte caída del tercio norte, con comunidades de la importancia de Cataluña, que sigue sufriendo los efectos de la grave sequía de años anteriores, donde caería un 22,49%, o Aragón, Navarra y Baleares; todas ellas con mermas por encima del veinte por ciento con respecto a la cosecha del año anterior.

Datos que, como nos referíamos al inicio de este comentario no deberían alejarse mucho de los recogidos por las declaraciones de producción y que conoceremos en fechas ya próximas. Y que (y he aquí lo más importante), en un entorno de bajas producciones a nivel mundial, están siendo totalmente incapaces de levantar los precios en un mercado que limita sus operaciones, marcado por fuertes amenazas legislativas sobre el consumo de alcohol o acontecimientos geopolíticos como la guerra de Ucrania, la estanflación en países de peso como Alemania, el control de la inflación en las principales economías o los efectos que pudiera tener para Europa la llegada de Trump a la presidencia de EE.UU., primer país del mundo por consumo.

Como así demuestran los datos de nuestras exportaciones, que si bien, con datos acumulados del mes de octubre   mantienen el tipo en valor, con aumentos del 5% para total de productos vitivinícolas (reducidos al 2,4% si nos referimos sólo a vino), no sucede lo mismo con el volumen, donde mantenemos un crecimiento del 3,3% para el total de productos, pero perdemos el 4,5% en vinos.

Volviendo al escenario nacional, destacar que, según los datos publicados por la Encuesta de Superficies y Rendimientos de Cultivos (Esyrce) hasta el pasado 30 de noviembre, el rendimiento del viñedo de uva de transformación en secano fue 5.058 kg/ha, un 15% más que en el año anterior (4.416 kg/ha). Mientras que el de regadío se situó en 8.705 kg/ha, un 4% por encima del rendimiento medio (8.361kg/ha) alcanzado en 2023.

Un 2025 que, según todo parece indicar, no va resultar fácil y en el que deberemos afrontar problemas de gran calado. Pero del que, dada la resiliencia de la que ha venido haciendo gala el sector a lo largo de su historia, conseguiremos salir fortalecidos.

El legislativo hace guiños al sector

Por fin, el Gobierno admite que también el viñedo y olivar deben poder acogerse a las ayudas extraordinarias para compensar las pérdidas de ingresos causadas por la guerra en Ucrania y la sequía; y, según una disposición adicional incluida en el proyecto de Ley de las pérdidas y el desperdicio alimentario, “establecerá en un plazo máximo de dos meses una ayuda”

En este mismo proyecto de ley, se modifica la Ley 24/2003, de 10 de julio, de la Viña y del Vino. En concreto, al valorar como infracción leve “la no utilización de una autorización de nueva plantación, de replantación o de conversión concedida, salvo en los casos fijados en la normativa nacional o de la Unión Europea”.

Asimismo, el Senado instaba recientemente al Gobierno a defender “de forma decidida al vino, a todo el sector vitivinícola que lo compone, y a nuestra rica tradición vitivinícola, reconociendo sus beneficios para la salud cuando se consume con moderación, su importancia económica y cultural, mientras se fomenta un consumo responsable y educado”. Así como a “apoyar medidas que protejan y promuevan la cultura del vino, garantizando al mismo tiempo la salud pública y el bienestar de nuestra sociedad, para lo cual proponemos, entre otras medidas culturales, sociales, saludables y sectoriales, implementar campañas divulgativas, que promuevan el conocimiento sobre la cultura e historia del vino; la comprensión de los beneficios y riesgos asociados al consumo de alcohol, y la promoción de hábitos de consumo responsable”.

En el ámbito comunitario, la Comisión Europea abrió el pasado 11 de diciembre y hasta el próximo 8 de enero una consulta pública sobre la ampliación del periodo de solicitud para obtener una autorización de replantación de viñedo, tras el arranque. El objetivo es que los viticultores cuenten con más tiempo para decidir la replantación, analizando si pueden replantar viñedo con una variedad diferente, por ejemplo, que sea más resistente a las enfermedades y mejor adaptada a la evolución de las condiciones climáticas y de la demanda de unos mercados cambiantes.

Mientras que, en términos estadísticos, el MAPA ha recortado considerablemente su previsión de producción de vino y mosto de la actual campaña 2024/25, rebajándola, con datos hasta el 31 de octubre, de los 37 millones de hectolitros de su estimación de finales de septiembre a 36.393.300 hectolitros; es decir, en algo más de 600.000 hectolitros respecto a entonces. La vendimia alcanzó algo más de 4,93 millones de toneladas de uva para transformación, con un aumento del 10,1% y 451.400 toneladas más con relación a la anterior (4.481.500 t), muy afectada por la sequía y por los episodios de exceso de calor.

Un círculo vicioso que es necesario romper

Estoy firmemente convencido de que uno de los principales problemas que tiene este sector es el pesimismo que impera entre sus operadores. Un círculo vicioso que es posible romper y ese es el deseo que guarda mi petición navideña.

La creencia de que el futuro de una comercialización adecuada de los productos vitivinícolas sólo está al alcance de unos pocos privilegiados y que el “común de los mortales” debe sobrevivir con escasas esperanzas de salir del pozo de bajos precios y baja o nula rentabilidad es predominante en el sector.

Esta actitud es, en muchas ocasiones, consecuencia de la escasa autoconfianza en la calidad de nuestros productos y los complejos con los que acudimos a los mercados. Más acuciados por la necesidad de vender, que con la esperanza de posicionarnos en el lugar que nos correspondería por calidad, tradición y peso en el sector.

Situación que nos lleva a perder ese positivismo que es imprescindible para salir de una mala situación.

Cierto es que con una producción que fácilmente cuadriplica lo que consumimos en España (donde tampoco es que seamos capaces de defender el verdadero valor de nuestras producciones) y un mercado exterior en el que nos enfrentamos a inquebrantables barreras de dominio de los otros grandes productores (competidores) mundiales; no ya sólo tradicionales, como franceses o italianos, sino al que cada vez más se van incorporando californianos, australianos, chilenos, sudafricanos…, se hace muy complicado hablar de futuro.

Más aún con un relevo generacional cuestionado y una profesionalización en entredicho, tanto en viticultores como elaboradores (con un peso muy especial de las cooperativas), que no alcanza los niveles suficientes para impedir ventas en cuyos costes de producción no se han tenido en cuenta los costes de mano de obra.

Claro que, si esto no fuese suficiente, el panorama mundial no es que pinte muy esperanzador. Los datos de las dos últimas campañas publicados por la Organización Mundial de la Viña y el Vino (OIV) nos indican que estamos en niveles mínimos históricos de producción. Con los datos de consumo mundial disminuyendo y las perspectivas de futuro manteniendo estas tendencias.

Las organizaciones sectoriales, no sólo agrarias, pues también en ese planteamiento se han sumado otras, abogando por el abandono del viñedo subvencionado.

Y, para más inri, una Unión Europea, previendo unl horizonte sectorial bastante negativo.

Como el que se interpreta de la publicación del Informe de Perspectivas Agrícolas de la UE al horizonte 2035 en el que, para el sector vitivinícola, prevé que continúe disminuyendo el consumo de vino, consecuencia de una menor incorporación de los jóvenes, que rechazan su contenido alcohólico por motivos de salud. Argumento que encuentra un potente refuerzo en los gobiernos con políticas claramente antialcohólicas y en las que apuntan al vino directamente. Así como una traslación del consumo de los países tradicionalmente elaboradores y consumidores hacia otros con latitudes más norteñas (Chequia, Polonia y Suecia). Consecuencia de lo cual contempla como probable una pérdida de la producción impulsada por la disminución de la superficie.