Jugando a las adivinanzas

Iniciamos el mes de septiembre y la atención del sector vitivinícola debe ir dirigida, obligatoriamente, hacia las vendimias. Asunto capital del que dependerá no solo la evolución de sus cotizaciones, tanto las referidas a las uvas, como mostos y vinos; sino la misma política empresarial que deberán desarrollar sus operadores de cara a establecer la estrategia de sus operaciones comerciales.

Y aunque ya llevamos, todos, muchas vendimias encima como para saber que cualquier previsión de la evolución del mercado no es más que ejercicios de imaginación, cuyo grado está mucho más cercano a los de los juegos de azar que la ciencia, nada de ello nos anima a no seguir haciéndolas y, jugando a las adivinanzas, intentar adelantarnos a lo que va a suceder.

Sabemos con un alto grado de certeza que el volumen de la cosecha va a ser muy superior a la anterior, prácticamente garantizado un veinte por ciento. Casi con la misma seguridad podríamos afirmar que los precios “sufrirán”, aunque en este sentido no podamos ser mucho más concretos, de momento, dado que no se han fijado prácticamente en ninguna bodega. E incluso podemos imaginar que la comercialización va a resultar mucho más complicada de lo que lo ha sido el pasado año como consecuencia de nuestra mayor oferta y la recuperación en las producciones de nuestros principales clientes: Francia e Italia.

Hasta la estabilidad que han demostrado las cotizaciones en origen de las escasas existencias podría resultarnos una pista válida para adivinar la horquilla posible sobre la que oscilarán las primeras partidas de mosto que se cierren. Pero todo esto no serían más especulaciones, que mejor dejar para la imaginación de cada uno.

Lo que sí sabemos es que nuestra producción está muy lejos de su potencial real. La fuerte reestructuración de nuestro viñedo hacia rendimientos que en muchos casos llegan a doblar los que tenían las parcelas que ocupan y la necesidad de obtener una rentabilidad que no somos capaces de alcanzar con los precios, nos obligan a plantearnos un escenario que va mucho más allá de los cuarenta y tres millones de hectolitros que estuviésemos manejando para este año.

Las grandes dificultades a las que nos enfrentamos de cara a la recuperación del consumo o la incorporación de nuevos consumidores, a pesar de los notables esfuerzos que se están realizando, dado lo complicado del asunto y lo lento que resulta obtener el resultado de esos esfuerzos; junto con la reducida capacidad del sector en contar con los recursos que serían necesarios para emprender campañas o las discrepancias que están mostrando algunas bodegas en los mecanismos establecidos hasta ahora con los que recabar esos fondos con los que poder llevarlas a cabo; es otro problema añadido a tener muy en consideración a la hora de intentar calibrar las posibles consecuencias que vayan a tener sobre el mercado las cifras de producción.

Y aunque excepciones las habrá, como no puede ser de otra manera, al menos la calidad podríamos decir que no solo no está en duda, sino que todo apunta a que resultará de unos niveles muy por encima de lo que podríamos definir como mínimo exigible.

Luego, si la producción estará por debajo de nuestro potencial, la calidad lo estará por encima de lo exigible y los precios no experimentarán cambios sustanciales, ¿de qué preocuparnos?

De momento vamos a contestarnos que de nada. Vamos a asumir que todo va a ir sobre lo previsto y según se vayan desarrollando los acontecimientos actualizando nuestra estrategia comercial y negociando con las grandes cadenas de distribución los acuerdos que nos hagan posible la colocación de la producción a precios más cercanos a su valor.

Por una información fiable

Posiblemente sea consecuencia de las vacaciones, periodo en el que mi mente debe haber quedado más ociosa que de costumbre, pero releyendo el magnífico extraordinario de estadísticas que publicamos antes de emprender este tiempo de descanso, no consigo evitar ponerme de los nervios ante tal falta de sensibilidad por parte del Ministerio de Agricultura en el trato que le da a este asunto. No es, ni tan siquiera, una cuestión de que resulten más o menos exactas, o que aborden asuntos de cierto calado, es que sencillamente no las publican o las que lo hacen son incompletas.

El mejor ejemplo de esta falta de interés por dotar al sector de una información adecuada (y para ello debe de cumplir con dos condiciones que son básicas: veracidad y actualidad); son las estadísticas que hacen referencia al consumo de vino en España.

En campañas como a la que nos enfrentamos, donde las previsiones apuntan hacia volúmenes muy superiores a los del año pasado y vaticinan serios problemas en la exportación; conocer los datos de consumo en nuestro mercado interno supone una información vital. Si además esa información fuera capaz de concretarnos lo que corresponde a hogar, horeca, venta directa y on line; y permitiera conocer cuánto de ese volumen lo han adquirido los millones y millones de turistas que nos visitan, a los que, dicho sea de paso, da gusto verlos en las terrazas de nuestros pueblos y ciudades con una botella de vino en la mesa disfrutando de la gastronomía, o simplemente del sol; ya sería perfecto.

Pero qué va. No solo esa información no está disponible, sino que la que lo está es tan imprecisa como inútil. Atreverse a publicar que en España apenas consumimos 4,847 millones de hectolitros de los 35,467 de vino y mosto elaborados según los avances, o los 31,835 de las declaraciones a treinta y uno de marzo en su “informe del consumo de alimentación en España 2017” (asumiendo que es un dato totalmente inexacto que se justifica por una “cuestión metodológica” al no incluirse el consumo de los turistas), es una muestra palpable de la falta de sensibilidad que se tiene con el sector.

Casi la misma que demostraron con las negociaciones imprescindibles que requiere la elección de un español al frente de la Dirección General de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV).

En fin, superado este primer calentón que, sin duda achaco al haber dispuesto de tantos días para poder darle vueltas, confío en que las cosas mejoren y algún día tengamos la oportunidad de conocer cuál ha sido el verdadero efecto de todos los esfuerzos que se están realizando por aumentar el consumo de vino en España.

Paciencia y prudencia con la vendimia

Tal y como era de esperar, la inauguración de la campaña 2018/19 el pasado día 1 de agosto, ha llegado acompañada de un sinfín de valoraciones de cosecha y estimaciones de volúmenes posibles. Y aunque todas son muy interesantes y merecen ser tomadas en consideración, la primera premisa que hay que tener muy en cuenta a la hora de considerar el peso de la información es su procedencia. La gran importancia que estas cifras pueden tener en los precios que se marquen para las uvas o sus efectos sobre la mayor o menor fluidez en la contratación de mostos; hacen que en muchas ocasiones estén un tanto dirigidas. Siempre dentro de un orden y respetando la orientación de la estimación, pero llevada hasta uno u otro extremo de la horquilla, atendiendo a los intereses de cada uno.

Sabemos con total seguridad que, salvo catástrofe impredecible, nos enfrentamos a una cosecha que se presenta entre diez y veinte días más tarde de lo que lo hizo la anterior; aunque es previsible que en las próximas semanas ese plazo se vaya acortando. Que la sanidad del fruto y su calidad son buenos, a pesar de los numerosos episodios de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu, a los que han tenido que hacer frente los viticultores. Y que el volumen será considerablemente superior, con porcentajes prácticamente garantizados por encima del veinte por ciento con respecto a la del año anterior y, muy posiblemente, por encima de esos valores.

Apreciaciones que podríamos considerarlas como afirmaciones categóricas en la gran mayoría de las regiones vitivinícolas españolas. Aunque, si quisiéramos concretar un poco más, podríamos incluso añadir una pequeña observación y señalar como excepción a aquellas comarcas en las que el año pasado no tuvieron tantos problemas, caso especialmente significativo de Galicia, donde el incremento con respecto a la pasada cosecha no está tan claro. Para el resto, en mayor o menor medida, estas tres características podrían resultar aplicables.

También podríamos asegurar que el nominal de las tablillas con las que se elaborarán los contratos obligatorios, será inferior. Pero aquí sería más fácil que nos encontráramos con excepciones motivadas por las características de las partidas, o el propio acuerdo plurianual firmado por bodegas y viticultores. Así es que tendremos que limitarnos a señalar que, de momento, la aspiración más generalizada por todos es la de mantener la renta y asegurar lo poco que con tanto esfuerzo se ha ido consiguiendo en la valorización de la producción vitícola. Todo lo que sea ir más allá no es más que pura especulación que responde más a “globos sonda” destinados a medir el alcance de la posición, que a situaciones precisas.

Coyuntura que, con las modificaciones naturales de cada mercado y país, podríamos hacer extensivas a Francia, Italia o Portugal, y que devolverán la cosecha de la Unión Europea a los niveles de las cosechas anteriores a la 2017, con cifras claramente por encima de los ciento sesenta y cinco millones de hectolitros, aproximándonos a los 168,522 Mhl que es la cosecha media de los últimos cinco años, 2012/13-2016/17.

Sobre las consecuencias que estos volúmenes pudieran acabar teniendo en los mercados y nuestras exportaciones, visto lo visto este año en el que la reducción de cosecha vaticinaba precios mucho mayores de a los que han acabado vendiéndose nuestros vinos, y oportunidades de negocio que iban mucho más allá de lo que han crecido las exportaciones de graneles; lo mejor será no hacer ninguna previsión. Al menos hasta conocer cuáles son los rangos de precio a los que se abre la vendimia, tanto en uvas como en mostos, y poder tantear el verdadero pulso del sector bodeguero.

Con mucha lentitud

A diferencia de lo sucedido en campañas anteriores, donde el adelanto sobre las fechas “tradicionales” era la nota más generalizada en la vendimia. Este año parece que volvemos sobre nuestros pasos y recuperamos las fechas que habían venido siendo las habituales. Con una evolución que puede considerarse más que correcta en la inmensa mayoría de las regiones y en las que las estimaciones, hasta ahora formuladas, señalan un claro aumento de la producción.

¿Hasta dónde puede llegar este aumento? Esa es la gran pregunta sobre la que nadie se atreve (o quiere) pronunciarse. El potencial de producción, con la incorporación de las campañas reestructuradas, es incuestionable que ha crecido de manera importante. Los cincuenta millones de hectolitros son una cosecha que está ahí y que en una campaña u otra acabaremos alcanzando sin más excepcionalidad que la propia de la naturaleza. Ahora bien, si será esta en la que nos tengamos que enfrentar a superar la barrera de los cincuenta o tendremos que esperar algún otro año es una cuestión sobre la que, de momento, no podemos concretar.

Los constantes episodios de lluvias, así como las continuadas granizadas, tampoco parecen que vayan a acabar teniendo un efecto muy importante en la cosecha. Ya que la calidad del fruto es muy buena y las hectáreas afectadas por la piedra, reducidas.

Y bajo este panorama, las bodegas van cerrando por vacaciones unos días y preparando sus instalaciones para días frenéticos y previsiblemente cargados de tensión, por un tema que sigue siendo una de las más importantes asignaturas que viticultores y productores tiene por resolver. Y que no es otra que la de dotarle de una cierta continuidad a la política de precios que asegure la estabilidad exigida por el consumidor, las fluctuaciones muy estrechas que impone la distribución y la subsistencia que demandan los viticultores.

Una proyección que, en cierto modo, tiene mucho que ver con el peso de nuestro país en el ámbito internacional vitivinícola y del que hemos tenido ocasión de comprobar su escaso nivel en los días pasados con varios episodios de naturaleza bien distinta.

El primero y más noticiado podría ser lo sucedido con Francia y nuestro rosado, asunto ante el que hemos tenido que salir a defendernos ¡como si fuéramos nosotros los acusados!, cuando en realidad lo que somos es las víctimas, al utilizarnos (nuestro vino) para beneficiarse otros engañando al consumidor.

Pero en mi opinión no ha sido el episodio más importante. Pues aunque mediáticamente es mucho menos relevante y así ha sido tratado por la prensa, en general, pero también la especializada. Lo sucedido en la OIV merece un comentario aparte. Ya que si bien las cifras de superficie, producción e incluso contribución a este organismo internacional, evidencian que España es una gran potencia mundial vitivinícola, su peso en esta organización podríamos calificarlo históricamente de “mediocre”, pero actualmente de “inadmisible”.

Actualmente contamos con un solo representante, Vicente Sotés, como vicepresidente, a menos de un año de ser relevado. Y los nombramientos que se están produciendo de cara al próximo mandato amenazan con dejarnos fuera de su estructura. Lo sucedido en las elecciones que tuvieron lugar a principios de este mes para elegir el nuevo director general, con Pau Roca, nuestro representante, es algo que resulta totalmente inaceptable. Y que va mucho más allá de personas, suponiendo un claro menosprecio a nuestra nación como país relevante en el ámbito vitivinícola. Tenemos hasta el 19 de septiembre. Fecha en la que se intentará desbloquear la situación actual en la que ninguno de los dos candidatos (España y Nueva Zelanda) hayan alcanzado los 2/3 de votos necesarios. Confiemos en nuestros Ministerios sepan ver la importancia del asunto y trabajen en ello como merecemos.

Un fraude a perseguir contumazmente

Si hay alguien que piense que los 198,08 millones de litros de vino que le llevamos enviando a Francia entre enero y abril, de los que 144,66 lo son sin D.O.P. y a granel. O los más de 643,92 con los que cerramos el 2017, con una clara mayoría de esa categoría de vinos sin D.O.P. y a granel (451,51), lo eran para ser embotellados en destino como vino español permitiendo que los consumidores identificaran claramente que se trata de vino envasado en Francia pero de origen español; o es que no conoce muy bien el funcionamiento de los mercados, o que su ingenuidad no tiene límite.

Como en el tema de los negocios la ingenuidad no existe y el buenismo acaba donde está en juego el primer céntimo. Los 0,42 €/litro del 2017 o los 0,59 de este primer cuatrimestre del 2018 no dejan mucho lugar a la duda sobre qué es lo que hacen con él y a qué lugares de venta van destinados principalmente.

Dicho esto, nada justifica que no se cumpla la ley. Y si la legislación europea obliga a que el vino envasado como “Vino de …” se trate de vino producido y envasado en ese país, y para aquellos vinos mezclados con los importados exista la leyenda de “Vino de la Comunidad Europea”; cualquier actividad que no cumpla con estas obligaciones es un fraude y un delito que debe perseguirse.

Y así lo han reclamado los sindicatos franceses que ven en nuestros vinos una preocupante amenaza, especialmente para aquellos productos de entrada de gama. Pero también las autoridades francesas que llevan realizando severos controles contra el “afrancesamiento” de los vinos importados, así como las españolas para las que supone una competencia desleal a nuestras bodegas que se ven gravemente perjudicadas en sus posibilidades de hacerse con un mercado para los que cuentan con el producto indicado.

Así pues, que nadie se engañe, pues todo lo sucedido con la comercialización de vinos rosados españoles como franceses no es más que el fraude de una bodega gala a la que habrá que sancionar con todo el peso de la Ley. Y que nuestros vinos, con estas prácticas, no son otra cosa que uno más, junto con los consumidores y distribuidores, de los engañados y perjudicados.

Un gran futuro por delante

Medir la salud de un sector es siempre complicado y requiere de valores de referencia que te permitan tener una visión lo más objetiva posible de la situación. Al margen de otras apreciaciones subjetivas relacionadas con aspectos como la calidad o valoración del producto, que requieren de estudios sociológicos complicados y no siempre coincidentes.

Centrándonos solo en esos primeros parámetros cuantificables y de los que tendrán ocasión de disponer en una completa gama en nuestro próximo Extraordinario de Estadísticas, podríamos concluir que el sector vitivinícola español goza de una buena salud y disfruta de unas extraordinarias perspectivas.

Lo sucedido con los precios de las uvas en la pasada vendimia; la correlación que esa subida tuvo en los mercados tanto de mostos y derivados como vinos; el aumento de las exportaciones en volumen y valor aumentando de manera considerable el precio medio; la solicitud de nuevas plantaciones (especialmente las que han realizado los jóvenes agricultores); la tasa de cumplimiento de los programas de apoyo; el crecimiento de la superficie de viñedo ecológico…, con la mácula de los datos de consumo. Son cifras que reflejan las grandes posibilidades de este sector.

Pero es que, además, en el terreno de lo intangible, podemos concluir que los éxitos de nuestros vinos en los concursos internacionales, el aumento de los vinos de mayor valor en las exportaciones, el incremento de los precios en los establecimientos españoles de los vinos, el aumento de referencias en las grandes cadenas de distribución; la misma compra por grupos inversores de cavas emblemáticas, pero también de pequeñas bodegas que no son noticias (pero que no por ello resultan menos importantes)… evidencian grandes posibilidades que en un periodo más o menos corto de tiempo deberían tener su reflejo en el valor de nuestros productos.

La globalización de la economía, camino sin retorno por más que algunas grandes potencias mundiales se empeñen en poderle freno, es una realidad que nos favorece, que nos da la oportunidad de hacer grandes cosas y que nos llevará de manera irremediable a mejorar la imagen de nuestros vinos y elevar su precio.

Aunque este camino no esté exento de baches y pequeñas curvas que nos puedan hacer pensar que lo truncamos. La próxima vendimia y los precios de sus uvas y productos pueden ser uno de esos momentos que nos hagan cuestionarnos si nuestras previsiones no habrán sido más que un bonito sueño de verano. Las grandes cadenas de distribución ya empiezan a cuestionar subidas todavía pendientes e incluso se atreven a demandar bajadas en los precios. Las producciones de nuestros principales compradores harán menos necesarias sus compras. Pero ni una cosa, ni otra, justificarán retroceder todo lo conseguido, cuestionándonos sobre el gran futuro que tenemos por delante.

Nuevos inversores, una gran oportunidad

Si hace unos meses Freixenet y el grupo alemán Henkell & Co. ocupaban las primeras páginas de los medios de comunicación, especializados y generalistas, por el acuerdo alcanzado de vender a los germanos la mayoría accionarial por 220 millones de euros (sorprendiéndonos posteriormente con las declaraciones del nuevo propietario del 50,75% de la cava en las que señalaba que su modelo de negocio era el de Jaume Serra). En esta ocasión, le ha tocado a Codorníu y al grupo inversor norteamericano Carlyle tener ese extraño honor de notoriedad por el anuncio de que se valoraba la compañía en 390 M€ (300 más los 90 que tiene de deuda) de la que los norteamericanos adquirían un porcentaje de entre el 55 y el 60%. Sin que, de momento, hayamos escuchado cuáles son sus intenciones, más allá de que Carlyle quiere convertir a Codorníu en la cabecera de su grupo europeo de vinos, doblando su facturación, lo que supondría alcanzar los 400 M€.

Ambas operaciones suponen una sacudida importante para el sector del cava español, ya que entre las dos facturan más de la mitad de toda la Denominación. Una indicación de calidad que se ha visto fuertemente criticada por lo que algunos han calificado de “apuesta por el producto barato”, con precios estancados y márgenes muy pequeños, que no permiten abordar las inversiones necesarias para crecer.

Que lleguen fuertes grupos inversores con recursos para abordar estos ataques al mercado es, en sí misma, una buena noticia. Que, por otro lado, no hace sino asimilarlo a lo sucedido en las otras grandes denominaciones del mundo: Champagne o Bordeaux donde, ya hace años, las más prestigiosas bodegas pasaron a manos de grupos financieros multinacionales, con una apreciable presencia de capital chino, todo sea dicho. Además, supone un fuerte espaldarazo al producto y la Denominación ya que ayudará a mejorar su visibilidad en el mercado exterior.

Hasta es posible que nos encontremos con estrategias diferentes entre una y otra, aunque ambas dieron un giro en su política comercial abandonando la marca blanca y apostando por fortalecer los cavas de más valor añadido, como son los de gama premium y ecológico; que el perfil de Carlyle como grupo de capital riesgo la revitalice para posteriormente buscar otros inversores a quien cedérsela. O incluso que pongan sus ojos en otras cavas. Y, puestos a soñar, por qué no también en el vino tranquilo.

Los hechos parecen hacen bastante evidente que el sector necesita de la llegada de grandes empresas de capital, con importantes recursos financieros con los que abordar los mercados internacionales, donde tanto volumen destinamos, pero tan pequeña es nuestra presencia, especialmente en aquellos de segmentos de precio medio-alto. El cava puede ser una primera aproximación de estas empresas al sector vitivinícola español que derive en la adquisición de otras bodegas.

Pero es que, además, por extraño que le pueda parecer a algunos, eso no tiene nada que ver con el apego a la tierra, ni con la defensa de nuestro patrimonio vitivinícola, ni la sostenibilidad. Valores todos ellos que solo tienen duración en el tiempo si van acompañados de otro criterio: rentabilidad.

En esta campaña hemos podido comprobar como aquellas empresas que han seguido apostando por el granel han conseguido mayores subidas en sus valores que los que luchaban por comercializar sus vinos envasados. ¿Y eso porque fueran de mayor o menor calidad? No. Porque unos responden directamente a la ley de la oferta y la demanda del mercado internacional, y otros llevan aparejados otros criterios subjetivos relacionados con el prestigio de la marca (privada o colectiva) que requieren de importantes recursos financieros, de los que nuestras bodegas carecen.

Comercio internacional

Entre Estados Unidos y Rusia se han propuesto generarnos un fuerte dolor de cabeza y un nuevo problema a nuestras exportaciones. Uno porque considera que el vino puede ser un producto con el hacerse fuerte en su política de proteccionismo y vender ante sus votantes que mantiene una política de mano dura frente los estados que se “aprovechan” de la generosidad de los Estados Unidos; y el otro porque el sector vitivinícola de ese país le presiona para que endurezca la importación de vinos alegando la necesidad de apoyar económicamente al sector que se encuentro en clara expansión y requiere de recursos económicos para poder hacerlo. Además en este caso, no solo piden un nuevo impuesto al vino importado, sino que se generen también barreras arancelarias a modo de endurecimiento de los controles de calidad y la exigencia de análisis de los vinos cuando están en los comercios; así como el establecimiento de un precio mínimo como el que ya existe para los vinos espumosos que es de 2,25€ por botella.

Las repercusiones que para nuestro sector pudieran tener estas políticas de marcha atrás en la globalización y apertura de los mercados y que cada vez más parecen estar tomando fuerza, amenazando la misma base filosófica sobre la que se fundó la Unión Europea, son impredecibles.

Pero sí podemos, al menos, cuantificar cuál es el volumen y valor de las exportaciones a ambos países en 2017, que fueron para el caso de Estados Unidos de 12,089 Mhl por un valor de 5.914,8 M$, de los que España aportó 0,792 Mhl por un valor de 359,5 M$, muy lejos de los 3,349 Mhl de Italia o los 1,417 Mhl de Francia cuyos valores fueron de 1.867,6 y 1.858 M$ respectivamente.

Para el caso ruso las cifras todavía son mucho más bajas, ya que su volumen fue de 4,472 Mhl y su valor de 58.550 millones de rublos (803,26 M€) siendo España, eso sí, el primer país en volumen con 1.207.155,74 Mhl, seguido de Italia con 815.707,1 y Francia 399.199,9; y en valor 9.570,66 Mrublos (131,30 M€), 17.008,04 (233,34 M€) y 10.580,54 (145,16 M€) respectivamente.

Dos casos bien diferentes ya que el propio mix de producto que nos adquieren los hace completamente incomparables, incluso sus propias perspectivas e interés para nuestras bodegas. Pero que deberían ser una clara llamada de atención sobre la posibilidad de modificar unas reglas de juego en el comercio internacional.

¿Cómo vender el vino?

A mí me da la sensación que, desde el momento en el que nos tenemos que plantear cómo vender un producto, la cosa no va demasiado bien. Es algo así como asumir que no es lo suficientemente bueno en sí mismo y requiere de una serie de argumentos y comparaciones que venzan las importantes reticencias que genera su consumo.

Reconocer que venderlo como si fuese un refresco es contraproducente es explicarlo mucho mejor y de una forma muy directa y se consigue no ofender a nadie. Pero claro esas declaraciones las ha hecho Pedro Ballesteros, una de las personas que más conoce y predica en el sector vitivinícola y cualquiera de sus valoraciones son asumidas como una crítica constructiva sobre la que reflexionar y asumir como una cuestión sobre la que habrá que adoptar algún tipo de cambio.

Lo que en un sector tan endogámico como este, y en el que la autocrítica resulta tan extrañamente frecuente, no es mala cosa. Además su gran formación intelectual y visión global del mundo de vino le permite acercarse mucho más a la realidad de unos consumidores de lo que la mayoría de nosotros jamás soñaremos en alcanzar.

Dicho esto y sin restarle ni un solo ápice de razón a sus declaraciones realizadas con motivo de la celebración el pasado fin de semana en Logroño el IX Congreso Mundial del Vino Master of Wine, está claro que en el mundo, pero especialmente en esa parte de los llamados países tradicionalmente productores, tenemos un importante problema con la pérdida de consumo y la incorporación de nuevos consumidores. Llegar hasta ellos resulta muy complicado cuando la educación en su consumo que tenía lugar antaño en los hogares ha desaparecido y su consumo ha pasado de considerarse un alimento a un elemento de lujo. Con todas las consideraciones que esta transformación supone de cara a las características que se persiguen en su comercialización, el peso de los mensajes que se trasladan en su packaging, los estilos empleados en la comunicación o en el mismo canal de compra y ocasiones de consumo.

Efectivamente mi amigo Pedro Ballesteros, creo que me puedo permitir el lujo de considerarlo así, tiene razón en que es un error olvidar el contenido alcohólico del vino y que es necesario beberlo con “madurez, inteligencia, alegría y evitando malos efectos”, luchar porque los “jóvenes tengan más oportunidades, ganar más dinero, vivir mejor y sentirse mejor” y “cuando sean menos jóvenes, si a algunos les encanta el vino, lo consuman con inteligencia y responsabilidad”. Pero todos los que a través de grandes envases, pequeños o medianos venden vino saben que no es fácil. Que los mercados están saturados, que cada país y región tiene una imagen en los mercados con unas características de precio, calidad y valor diferentes; y que resultan extraordinariamente difíciles de cambiar.

Tenemos que asumir que, de manera muy similar a lo que ha pasado en la sociedad, en la que los cambios se han sucedido a velocidades de vértigo y valores fundamentales arraigados en su cultura han sido desplazados por otros apenas relevantes hace dos generaciones; en el consumo de vino, el aprendizaje que se adquiría en el hogar con la presencia diaria del vino y la gaseosa en la mesa ha desaparecido y empresas con importantes recursos en estudios del consumidor quieren llenar ese hueco, carro al que (de manera no siempre muy afortunada) muchas bodegas han querido subirse, viendo en esta tipología de producto una puerta de entrada a los jóvenes; nuevos consumidores por definición.

Efectivamente, cuando dejan de ser jóvenes, una parte importante de esos consumidores se interesa por el vino, viéndose atrapados por su cultura y ese consumo moderado e inteligente y responsable. Pero me pregunto ¿cómo llegamos a romper esa barrera de entrada que tiene el vino?

La UE profundiza en el acercamiento a los consumidores

A pesar de los múltiples mensajes que nos llegaban desde Bruselas desmintiendo posibles consecuencias en los Planes Nacionales de Apoyo al Sector Vitivinícola a partir del 2021 como resultado de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el comisario de Agricultura Phil Hogan presentaba el pasado 1 de junio unas previsiones de un recorte de 43 M€. Al igual que sucederá con el resto de la PAC el sector vitivinícola se verá afectado con cerca de 8,2 millones menos cada año con respecto al actual, que en el caso de nuestro país, pasa de los 210,332 a 202,147 millones de euros. Recorte del 3,89% que le ha sido aplicado a todos los Estados miembros por igual, con independencia de cuál sea el importe de su ficha financiera.

El cambio también afectará a las medidas incluidas en los planes, a las que se unen a las nueve existentes (promoción en terceros países, reestructuración de viñedo, vendimia en verde, fondos mutuales, seguro de cosecha, inversiones, innovación, destilación de subproductos, destilación de uso de boca) las de información que fomenten el consumo responsable o que promuevan los regímenes de calidad que regulan las denominaciones de origen e indicaciones geográficas.

De forma voluntaria los Estados miembros podrán establecer un porcentaje mínimo de gastos para actuaciones destinadas a la protección del medio ambiente, adaptación al cambio climático, mejora de la sostenibilidad, reducción del impacto ambiental, ahorro energético y mejora de la eficiencia energética.

Como pueden ver, cambios que no solo incumplen el anuncio reiterado del mantenimiento de los fondos, sino que van mucho más allá dándole cabida a nuevas medias con las que darle solución a problemas económicos, ambientales y climáticos que han aparecido desde la aprobación de la actual OCM; así como apostar por un sistema de Indicaciones Geográficas más sencillo, y eficaz que permita un registro más rápido en la aprobación de las modificaciones de los pliegos de condiciones. Todo ello con el fin de hacerlo más comprensible para los consumidores, más fácil de promocionar y eficiente en la reducción de costes administrativos.