¿Estamos haciendo algo mal?

Desde el primer momento en el que se confirmaron las peores previsiones sobre la cosecha, las bodegas españolas vieron en esta drástica reducción de producción una gran oportunidad para el aumento de los precios de los vinos que los acercaran un poco más a su valor, y una posibilidad de desarrollar los mercados nacionales e internacionales. Ambas aspiraciones, con el paso del tiempo, se han visto, en mayor o menor medida, frustradas.

De los mercados internacionales ya hemos hablado en ocasiones recientes, destacando el comportamiento tan desigual que han tenido graneles, en teoría un producto a ir sustituyendo por su escaso valor añadido y fidelización, con respecto a los envasados, que apenas han conseguido aumentar el volumen y cuyos precios han crecido proporcionalmente mucho menos. En cuanto al consumo en el mercado interno, las estadísticas y publicación de informes no han hecho sino confirmar la gran desorientación con la que trabaja el sector, carente de estadísticas fiables al respecto, lo que le obliga a trabajar con datos en muchas ocasiones contradictorios. Y aunque tomando como valor el que emana del Balance Vitivinícola y cuyo dato estimado parece el que más podría reflejar lo que verdaderamente está pasando con el consumo en el mercado interior, se sitúa en el entorno de los diez millones y medio de hectolitros, lo que reflejaría un ligero incremento con respecto a datos de años anteriores, así como un punto de inflexión claro sobre la tendencia bajista de años anteriores. Tanto la imposibilidad de contar con datos precisos sobre los diferentes canales de comercialización de esos vinos, como el precio al que son comercializados, nos deja en una situación bastante precaria de conocimiento de lo sucedido.

Y como si esto no fuera en sí mismo bastante preocupante, como para que sea urgente la búsqueda de alguna solución que nos permitiera disponer de estadísticas fiables y actuales sobre un dato tan importante para la evolución del mercado y la toma de decisiones como es el consumo interno; la cadena alemana Lidl, con una cuota de mercado del 7% del volumen de la gran distribución en España, se permite poner en negro sobre blanco que la importante reducción de cosecha que hemos tenido este año le impide ser más ambiciosa en sus planes de desarrollo que tienen por objetivo desbancar a Mercadona, Carrefour y DIA de los primeros puestos y pasan por el desarrollo del comercio online.

No es necesario volver a insistir sobre el fundamental papel que tiene la incorporación al mundo del vino de los jóvenes en el aumento del consumo interno. Como tampoco los nuevos medios de comunicación que se emplean y los nuevos canales de compra disponibles. También sabemos que los mensajes que les han de conducir a acercarse al mundo del vino distan mucho de los utilizados hasta ahora. Sus gustos, preferencias, aspiraciones y deseos a la hora de enfrentarse a la compra de una botella de vino son otras de las que motivaron a generaciones como la del Baby Boom o la Generación X.

Y, a pesar de todo ello, seguimos teniéndonos que enfrentar con la obviedad de no saber cuánto vino es comercializado por las bodegas españoles en este canal online o las propias ventas directas en sus bodegas. Disponiendo de datos desfasados en lo referente al canal de alimentación elaborados por el Mapama y sin rastro de cuál pueda ser el corresponde a un canal Horeca que, aunque superado, nos permitiese formarnos una idea más aproximada de la realidad.

Medir es fundamental en cualquier acción que pensemos desarrollar y uno de los principales objetivos marcados por la Interprofesional del sector en aras de un mejor conocimiento. No parece pues que deban existir muchas dudas sobre el apoyo que desde instituciones y organizaciones deba dársele a la OIVE, o a quien corresponda, en el desarrollo de esta información.

Un sector que busca la estabilidad

Ya en su momento, cuando hablamos de que la Comisión Europea había aprobado los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE) de 2019 a 2023, remarcamos que solo para los dos primeros ejercicios 2019 y 2020 estaban garantizados los fondos, los otros tres se encontraban pendientes de lo que pudiera suceder con la nueva PAC y el nuevo Marco Financiero Plurianual (MFP) 2021-2027. Leer la respuesta que ha dado el Comisario de Agricultura y Desarrollo Rural, Phil Hogan, a las organizaciones y asociaciones vitivinícolas al respecto, reiterando que “es imposible conocer con qué dinero contará el sector a partir de 2021”, puede inquietarnos, pero nunca sorprendernos.

Especialmente cuando la Comisión que él preside tiene entre sus principales objetivos la política medioambiental y nuestro sector viene demostrando su compromiso con nuevos estándares para la sostenibilidad y transparencia para los consumidores.

Programas que encuentran en los planes de reestructuración y reconversión del viñedo su principal medida y que en nuestro país ha permitido una adaptación al mercado de más de un tercio de su superficie y sigue presentándose como una medida imprescindible para alcanzar esa profesionalización en el sector de cara a la valorización del producto y que pasa irremediablemente por una reconversión hacia la mayor estabilidad y productividad que sea posible en un cultivo agrícola como es la viña.

Y aunque en estos momentos, en los que las borrascas profundas: Emma, Félix, Gisele se han sucedido de manera casi continuada pudiendo hacernos pensar que el episodio de sequía que vivimos en nuestro país está superado, la ausencia de lluvia y la necesidad de dotar al viñedo del agua necesaria con la que asegurarnos una cierta estabilidad en la producción, es fundamental. Una buena prueba de ese esfuerzo con los recientes datos publicados por la Esyrce 2017, según la cual el número de hectáreas de viñedo de transformación en regadío era de 368.100, habiendo aumentado un 3,53%, alcanzando casi el cuarenta por ciento del total de la superficie de viñedo, siendo, junto con el olivar el cultivo leñoso en el que más se ha implantado el riego localizado.

La primera impresión es la que cuenta

Con todos los años que llevo dedicándome en cuerpo y alma a esta tarea de comunicar lo que sucede en el sector vitivinícola, intentando aportar mi pequeño granito de arena para que las cosas funcionen mejor, no dejo de sorprenderme.

Hablar de comunicación y de cómo han cambiado las formas de hacerla efectiva nos podría llevar a cuestiones extremadamente profundas, para las que no estoy cualificado. Pero, al menos, permítanme la licencia de hacerles una sencilla observación sobre la dirección de los flujos entre emisor y receptor del mensaje. Cuestión que, dicho sea de paso, es aprovechada por algunos para sobreponderar el peso que deben tener los medios online frente los offline o tradicionales; obviando algunas otras cuestiones de tan escasa importancia como pudiera ser la calidad de la propia información o la veracidad de la misma.

Pero no es sobre eso sobre lo que quería llamar su atención, y sí más de lo importante que resulta disponer de una información actualizada, veraz y contrastada. Y más que de eso (que ya lo he denunciado en alguna ocasión), de lo necesario que se hace para mejorar la competitividad de un sector como el del vino, que se lamenta del escaso precio de sus productos y la gran diferencia hasta su valor real.

La posibilidad que nos ofrecen los medios digitales, en los que deberíamos incluir a las redes sociales (no en vano se están convirtiendo en un serio problema para una generación de jóvenes que están perdiendo humanidad en sus relaciones al ser reemplazadas por terminales electrónicos), es la capacidad de escuchar lo que los destinatarios de nuestros mensajes nos quieren decir, y poder dejar, de una vez por todas en este sector tan dado a caer en esa tentación, de repetirnos una y otra vez lo que todos sabemos, pero que apenas importa más allá del reducido círculo profesional vitivinícola.

Problemas tenemos todos, y no deseamos cargar con más penas ajenas que las estrictamente necesarias. Completamente todo lo contrario de lo que sucede con las buenas noticias. De las que también tenemos todos, pero nos alegramos de que nuestros amigos compartan las suyas con nosotros. Y eso es algo que no hemos sabido hacer nunca, y que ahora, con las nuevas formas de comunicarnos que tenemos somos capaces de cuantificar y medir.

A la gente, a esa persona que pasea, come y bebe como cualquiera de nosotros, le interesa el vino. Quiere saber de vinos, quiere poder hablar y presumir con sus amigos y familiares. Fijaros cuantas cosas en una sola frase que definen al vino: cultura, social, placentero, sencillo, cercano, atractivo… y en cambio la gran mayoría de las veces que sale una noticia en un medio de comunicación lo es para referirse a tediosas estadísticas, o noticias sobre los problemas a los que deben hacer frente sus empresas; por no hablar de cifras que además provocan confusión y generan una alarma que va mucho más allá de la realidad.

Medios como este, especializado y profesional, son los que debieran tratar de las amenazas que acechan al sector, analizarlas y ser portavoz para su posible solución colectiva. Pero de ahí para fuera, ni una sola frase. Y cuando, por el interés de la noticia pueda el tema ser tratado por medios generalistas, en los que los profesionales cualificados para abordar estas noticias han ido reduciéndose en aras de mejorar una serie de ratios de productividad, competitividad, o rentabilidad,… que nada tienen que ver con la calidad de la información publicada; es obligación de quienes las generan ser extremadamente cuidadosos y prudentes. Decía Oscar Wilde: “Nunca hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”. Cuidémosla porque la primera impresión es la que cuenta.

El sector necesita información seria

Hace unos pocos días hablábamos de la conveniencia de aprovechar la inercia del éxito obtenido por la campaña desarrollada por la OIVE “Marida mejor tu vida con vino” de cara a mejorar el consumo de vino y acercarlo a los nuevos consumidores y nuevos momentos de consumo.

Tuvimos la ocasión de comentar que solo desde la iniciativa privada es posible obtener éxitos empresariales que trasladar a la cadena de valor. Y para que eso fuera una realidad, lo primero que deberíamos hacer es contar con fuentes de información solventes y datos estadísticos actualizados. Cosa que, si bien ha mejorado mucho en los últimos años con la entrada en funcionamiento del Infovi y el tratamiento de las exportaciones y estudios por parte del OEMV; todavía presenta muchas cuestiones de mejora. Y, en especial, todas aquellas que están relacionadas con el consumo.

Tal y como está la prensa y la fuerte adaptación que ha supuesto para los medios off line la irrupción de cientos de personajes que no necesitan más formación que la básica y más herramienta que un teléfono móvil para difundir una noticia cuya veracidad y contraste apenas superaría la mención de la fuente; contar con estudios serios y reputados resulta fundamental en la calidad de la información que se trasmite.

Recientemente hemos visto publicadas diferentes notas de prensa que hacen referencia a que España se consolidaba como tercer productor mundial de vino. El problema es que no acababa aquí la nota de prensa emitida desde el propio organismo que elaboraba el informe, pues en él se hacía mención también al gasto (consumo y valor) por habitante en España tanto en hogares como fuera de ellos: “En España, el consumo per cápita de vino ha aumentado en los hogares (de 8,88 litros en 2015 a 9,07 en 2016), aunque el recorte de consumo fuera de casa (bares, restaurantes), que ha pasado de 4,52 litros a 3,86 litros, hace que el consumo total haya bajado de los 13,40 a 12,93 litros por habitante”.

Ante tal descalabro de consumo y estudiando con algo más de detalle el estudio “Panorama actual y perspectiva del sector vitivinícola 2017” de EAE, encontramos que en su tabla T5 indica un consumo para España en 2018 de 1.002 (millones de litros). Considerando que el mismo informe cita en su T12 que durante el 2016 el consumo en el hogar fue de 398,7 millones de litros y fuera del Hogar de 124,6 millones de litros. Existe un desfase de 478,7 millones de litros que me resulta especialmente preocupante. Ya que es incuestionable que la diferencia temporal (datos 2018 y 2016) no puede explicar tal desfase, cuyas razones se antojan pudieran encontrarse en otros usos, como pudiera ser lo vendido en e-commerce o el realizado por los extranjeros que nos visitan. Y que desde luego merecería una aclaración en pro de aquellos que se hacen eco sin entender muy bien lo que están contando.

Un excelente primer paso

Más allá del reconocimiento obligado a la campaña realizada por la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) bajo el lema “Marida mejor tu vida con_vino”, cuyos primeros resultados publicados son espectaculares, con más de 108 millones de impactos, dos tercios en medios offline y un tercio en online. Evidenciando que los medios tradicionales siguen ocupando un lugar muy preponderante, al menos en todo lo relacionado con este sector.

Quizá lo más importante esté en su análisis cualitativo y algunas de las conclusiones que de él se obtienen. Como pudiera ser que la campaña ha contribuido a mejorar la actitud del público hacia el vino, aumentando la posibilidad de incrementar su consumo.

Otro de los principales objetivos perseguidos era el de desmitificar los momentos de consumo ligados exclusivamente a la gastronomía, extendiéndolos a los hedonistas y desenfadados. Pues bien, la gran mayoría de los encuestados declaran haber entendido el mensaje, habiendo logrado impulsar la cercanía y simpatía hacia el vino como bebida a consumir con mayor cotidianidad y en compañía.

Alcanzados los principales objetivos perseguidos, cabría preguntarse ¿y ahora qué?

Es fácilmente imaginable que esta campaña, por exitosa que pueda haber resultado, no va a solucionar el grave problema de consumo de vino que tenemos en España, ni la alta concentración que existe en los momentos gastronómicos. Ni su escasa presencia entre los jóvenes y las muchas barreras conceptuales que separan consumidores de producción. Pero es un paso de gigante que no podemos dejar de aprovechar.

Ahora le toca a las bodegas y consejos reguladores dar un paso hacia delante y subirse al carro de este mensaje, desarrollando sus propias campañas de comunicación y acercamiento a los consumidores que doten de valor a su marca colectiva e individual y permitan trasformar en realidad el deseo que reclama a voz en grito un consumidor cansado de mensajes casposos y poco adecuados a sociedad, gustos y momentos de consumo actuales, que tienen que ver muy poco con los de hace veinte o treinta años.

Los sectores que han conseguido permanecer al lado de los consumidor, evolucionar con él y mantener, o incluso aumentar, su consumo; han entendido perfectamente que solo desde la unidad y una campaña de comunicación orquestada y con un mensaje claro es posible conseguirlo. Que lejos de perjudicar al peso de cada una de las marcas, lo que hacen estas campañas es fortalecer sus empresas y que la competencia está mucho más allá del elaborador de la zona o país.

Sinergias, socios estratégicos, marketing relacional… son solo algunos términos que los expertos no se cansan de repetir como herramientas necesarias en la recuperación del consumo de vino. Aunque, a juzgar por los resultados, no parecen haberlo conseguido.

La propia constitución de la Interprofesional ya fue, un éxito para el sector. Por primera vez fue posible romper barreras que separaron históricamente viticultores y bodegueros, administración y asociaciones. Tras este tiempo en funcionamiento se ha demostrado que su constitución no andaba muy alejada de esa última oportunidad como muchos la señalaron. Ahora toca seguir apostando por ella y trabajar por hacer realidad esos objetivos de crear una verdadera cadena de valor que repercuta en todos sus eslabones, haciendo rentable su existencia. Y eso solo es posible acercando el precio al valor y aumentando el consumo. Dos cuestiones perfectamente alcanzables en un medio plazo.

Al fin y al cabo el sector vitivinícola en España, con asociación o sin ella, y con un consumo de veinte o treinta litros, va a seguir existiendo. El que lo haga en un rango u otro de estos valores solo va a depender de quienes lo integran. Ellos son los que tienen la última palabra y la decisión de cómo hacerlo.

El PASVE, una herramienta vital para el sector

Por más que nos lamentemos de lo bajos que resultan los precios de nuestras uvas y vinos, haciendo muy difícil la sostenibilidad de nuestras explotaciones y el mantenimiento de nuestro tejido industrial allá donde muchas veces no hay alternativa posible. Hay que reconocer, y así lo hacen todos los estamentos, que sin los fondos provenientes de la Unión Europea con el Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE), una parte importante de nuestro viñedo hubiese desaparecido, un considerable número de bodegas y cooperativas cerrado y una vasta extensión de superficie hubiera quedado sometida a los efectos dramáticos del abandono poblacional y desertificación.

Es verdad que los hay que consideran que si estas ayudas no hubieran existido el propio sector se hubiera equilibrado y su futuro no hubiese sido tan negro como lo pintan. Pero, aun con todo y con ello, nadie discute que están resultando muy importantes y necesarias para el desarrollo del sector y su implantación en los mercados internacionales, donde orientamos más del doble de lo que consumimos internamente.

Y algo de sensatez debe haber en este planteamiento cuando, ante la necesidad de reformar la Política Agraria Común (PAC) en 2021 y las consecuencias que pudiera tener sobre la aplicación de los Programas Nacionales de Apoyo (PNA), recién aprobados para el cuatrienio 2019-2023, todas las organizaciones europeas del sector vitivinícola: industria y comercio a través del Comité Europeo de Empresas del Vino (CEEV), productores de vino de origen representados por la EFOW, organizaciones agrarias y cooperativas reunidas en el COPA-Cogeca y la CEVI que salvaguarda los intereses de los viñedos independientes…, todas, han exigido a la Comisión Europea el mantenimiento de los programas nacionales al considerarlos un instrumento determinante para afrontar los desafíos de un sector altamente sensible a los cambios, dada su enorme fragilidad.

Y una buena prueba de lo que estamos hablando la podríamos encontrar en los mismos datos hechos públicos por el Mapama, que referidos al valor bruto de la producción de vino y mosto en origen durante 2017, evidencian un descenso del 2,46% como consecuencia de que el aumento en los precios del 21,3% no ha sido suficiente para compensar la pérdida de producción del 19,6%.

La ley del embudo

Pese a que las bolsas mundiales nos dieron un buen susto la semana pasada con caídas que no se veían desde el 2011, recordando los peores momentos de una etapa económica que mejor no olvidar para que no vuelva a repetirse; todos los indicadores macroeconómicos mundiales parecen señalar que nos encontramos en un periodo de crecimiento, con claras evidencias de una recuperación económica. Hasta nos permitimos presumir en España de que podemos ser, de entre las economías desarrolladas, la que más crezcamos.

Aunque todos hemos experimentado en nuestras propias carnes que esto, con ser importante, no es, para nada, suficiente para asegurarnos una recuperación del consumo. Y mucho menos del de vino, cuyas verdaderas razones de su desplome van sobradamente más allá de aspectos económicos, sociales y culturales. Claro que una recuperación económica, estabilidad en el empleo, mayor alegría en el gasto, impulsado por una renta disponible en aumento, ayuda y resulta imprescindible para recuperar el gasto en ocio. Pero no es suficiente.

El consumo de vino ya pocos aspiran a volver a situarlo en niveles de la alimentación, viendo en el ocio una ubicación más adecuada hacia la que orientar, la gran mayoría de las bodegas, sus estrategias de marketing y comunicación.

Esto, que en sí mismo no es ni bueno ni malo, tiene algunas consecuencias en las cifras de consumo, y una de ellas es su gran sensibilidad a las variaciones en los precios de los productos de más bajo nivel. Ya que solo una situación holgada permitiría asumir incrementos en los precios de consumo que fueran más allá de los aumentos que experimentaran sus ingresos, que para el 15% de la población lo hará con total seguridad y para el 62% muy posiblemente, según el reciente estudio sobre las Perspectivas del Consumidor elaborado por Millward Brown.

Situación que ha influido notablemente en la actitud frente a las marcas que muestran los consumidores, con una clara mayor atracción por las marcas conocidas, una tendencia hacia la búsqueda de marcas nuevas y una tendencia regresiva clara en las preferencias por las marcas de la distribución.

Lo que, a tenor de lo que está sucediendo en las grandes cadenas de distribución de nuestro país, resulta bastante evidente. Ya que frente a duras negociaciones con las bodegas en el establecimiento de precios y condiciones de distribución en sus establecimientos, parecen haber optado por una política más liberal en el más sentido estricto del término. Abrir sus lineales a más bodegas y referencias para que ellas mismas se hagan la competencia a la baja en los precios de sus productos, condicionados por su tasa de rotación del vino, rentabilidad del metro lineal, o cantidades mínimas de venta.

Así es como están consiguiendo que en una campaña que se presumía como una excelente oportunidad para aumentar el valor de nuestros vinos, con ligeros incrementos en los precios finales a pagar por los consumidores (que suplieran una pequeña parte del fuerte incremento que habían experimentado en origen); haya visto truncadas las expectativas. Hasta tal punto que no solo está resultando imposible repercutir de facto unos pocos céntimos en los precios, sino que en muchos casos se está convirtiendo en una verdadera amenaza de cara a mantener los acuerdos con la cadena.

Y aunque la mayoría de ustedes saben que cuando hablamos de productos no solo nos estamos refiriendo a vinos, mostos, vermuts, vinagres… son algunos de estos otros productos los que están viéndose afectados por esta situación. Convendría que prestaran atención a la nota pública en páginas interiores por la Asociación Española del Vinagre (AEVIN) en la que reclama la necesidad de vigilancia por parte de las autoridades competentes para evitar que se produzcan ventas a pérdidas en las cadenas de distribución.

Cierta calma en el mercado

Tras unos meses en los que el nerviosismo entre los operadores ha sido la característica más dominante de un mercado, donde la escasez de producción a nivel europeo hacía presagiar grandes oportunidades para las bodegas españolas, parece que la calma ha retornado y las cotizaciones comienzan a dar síntomas de un cierto sosiego, como consecuencia de la ralentización de operaciones y disminución de volúmenes.

Aun con todo y con ello, no podría decirse que las pretensiones de la oferta hayan experimentado más allá que ligeros ajustes propios de cualquier mercado en el que, cubiertas las primeras necesidades y ante el aumento de los precios, los compradores han optado por limitar sus apariciones a aquellas situaciones en las que o la necesidad imperiosa o las características del producto buscado no dejan más alternativa.

Habrá que esperar a conocer los datos de diciembre de existencias, próximos a publicar por el Infovi, para saber cuál es el grado exacto vino en propiedad de la producción para su venta. Aunque todo parece indicar que no es mucho y, desde luego, no lo suficiente como para debilitar los precios más allá de los ajustes propios de cualquier mercado.

Otra cosa bien distinta será lo que pueda suceder en los meses próximos, donde las nuevas cosechas del Hemisferio Sur, las primeras brotaciones y la posición sostenida de la distribución, tanto de las cadenas nacionales, como de las internacionales, están colocando a las bodegas en una posición muy delicada ante la imposibilidad de repercutir los aumentos de precios experimentados en origen; de los que tan bien han sabido aprovecharse los operadores de graneles.

Y aunque los hay que ya han comenzado a hacer públicas noticias bajo la apariencia de informes, con la intención de aprovechar el momento de debilidad, para forzar la caída de las cotizaciones bajo las posibles repercusiones que sobre la próxima cosecha en España pudieran tener los últimos episodios de lluvias; es de confiar que la madurez del sector se imponga, y si las cotizaciones deben disminuir, lo hagan de forma lenta y a lo largo de los meses, evitando profundos dientes de sierra, que no son más que campo abonado para especuladores.

Resistencias en la distribución

Dejando a un lado cuestiones de índole estadístico que, a pesar de resultar importantes, carecen de relevancia a la hora de conocer cuál es la producción que España ha elaborado de vinos y mostos en esta campaña. Conocidos los datos del Infovi correspondientes al mes de noviembre, esta se sitúa en treinta y cinco millones seiscientos mil hectolitros, procedentes de 4,72 millones de toneladas de uva de vinificación.

Esta producción de vino se concreta en 32,82 Mhl de vino y 2,76 de mosto; y por colores 16,89 (51,5%) lo han sido de tinto/rosado y 15,93 Mhl (48,5%) de blanco. Mientras que los mostos sin concentrar se distribuyen mayoritariamente en blanco con el 81,4% (2,24 Mhl) y apenas un 18,9% en tinto/rosado (0,513 Mhl). Cantidad a la que habría que añadir los 30.246 hectolitros de mosto concentrado, 9.745 de concentrado rectificado y 6.714 del parcialmente fermentado.

Unos datos que vendrían a coincidir exactamente con la previsión publicada por SeVi en su informe de Vendimias recogido en la edición 3.505/1738 del 28 de octubre y que representa un 19,37% de merma con respecto a la anterior.

Volumen que por otro lado tampoco parece haberse reducido lo suficiente como para concienciar a una distribución que se muestra muy fuerte en posición de no repercutir en sus clientes subidas, en términos generales y para el grueso de sus vinos, superiores al cinco o siete por ciento. Cifra muy alejada de los incrementos cercanos al cincuenta por ciento que han experimentado las cotizaciones de estos vinos en origen.

Las explicaciones que dan estas grandes cadenas para argumentar su posición: la gran rigidez de la oferta ante incrementos en precios. O dicho de una forma mucho más coloquial: que sus clientes ante subidas más importantes dejan de comprar vino. Como, además, el vino es un producto reclamo para todas ellas, reconocer la realidad de un sector que ha visto reducida su producción una quinta parte e incrementado sus precios un cincuenta, sería para sus interesantes de cadena un suicidio a corto plazo que, mientras tengan alternativas con los que hacerle frente, no están dispuestas a asumir.

La teoría, al menos la que se manejaba al inicio de la campaña, era que ante la generalización del descenso en toda España, salvedad echa de Canarias, Andalucía y Galicia, los distribuidores no iban a tener muchas alternativas a la asunción de un incremento en los precios. Cosechas cortas en el resto de países europeos, casi del diecinueve por ciento con Francia y por encima del veinticinco en Italia, tampoco dejaban muchas puertas abiertas a este incremento en destino.

Aunque parece que sí la han tenido: un poco tirando de los contratos plurianuales que tenían firmados, otro poco apretando a los bodegas bajo la advertencia de que se jugaban su mantenimiento como interproveedores y un nada despreciable sentimiento de que es preferible reducir oferta a mantenerla a costa de subir los precios. Las bodegas se las están viendo y deseando a la hora de repercutir estas subidas.

Lo que podría estar hasta bien si hablásemos de un sector con un amplio margen de beneficio, o unos precios cercanos a con los que compiten los vinos de la misma calidad procedentes de países de nuestro entorno.

Pero es que ni una cosa, ni la otra. Ni tenemos unos precios que se aproximen a los de los vinos franceses o italianos, ni los costes de elaboración son asumibles si no es en grandes volúmenes, solo al alcance de unas pocas bodegas.

Una delicada situación que va mucho más allá de una mala cosecha o unos resultados negativos en las cuentas de un buen número de bodegas y que pone en evidencia las importantes resistencias existentes para acercar el precio de nuestros vinos a su valor y poder construir así una verdadera cadena de valor.

Puede que sea la última oportunidad

Para bien o para mal, nuestro futuro, el de todo el sector vitivinícola, depende en buena medida de Europa y más concretamente de los fondos que desde allí nos llegan. Gracias a ellos reconvertimos y reestructuramos nuestro viñedo (72,5 M€), realizamos campañas de promoción en terceros países (50 M€), destilamos los subproductos (31,8 M€), invertimos en nuestras bodegas (56 M€) y en el nuevo PASVE 2019-23, recién aprobado por el Ministerio, también se abre la posibilidad de que de los 210,3 M€ una parte pueda ir destinada a la vendimia en verde.

Cifras que apenas difieren de los pagos realizados en el Programa de Apoyo del 2016 por un importe total de 212,456 M€ y en el que la reestructuración concentró el 35,29%, las inversiones el 27,02%, la promoción el 23,37%y la destilación de subproductos el 14,31%.

La novedad del plan 2019-23 no reside tanto en el importe o las medidas de aplicación, que tal y como hemos visto apenas difieren de las utilizadas en los anteriores, como de las grandes incertidumbres que se ciernen sobre el presupuesto comunitario y sus posibles repercusiones en la Política Agraria Común (PAC) de la que dependen estos planes.

Una salida de la UE del Reino Unido efectiva en marzo del 2019, con el consiguiente quebranto económico que supone la pérdida de entre doce mil y catorce mil millones de euros de contribución neta que representa. Junto con voluntad de modificar las políticas sobre refugiados, defensa, exteriores, empleo, jóvenes, cambio climático, etc. hacen que solo para los dos primeros años 2019 y 2020 estén garantizados los fondos, mientras que para los tres restantes el Marco Financiero Plurianual pudiera sufrir como consecuencias una rebaja de esta cantidad.

Esta situación, la de rebajar sustancialmente los fondos que nos llegan de la Unión Europea, por más anunciada que esté siendo, llegará y debemos estar preparados para ese momento. El sector vitivinícola español está dedicando la parte más importante de los planes comunitarios a adecuar nuestros viñedos a las variedades y tipologías de vinos que demandan los consumidores con el fin de poder disponer de unos productos competitivos. Los resultados comienzan a resultar incontestables viendo la evolución de nuestras exportaciones. Confiemos que en estos años en los que todavía contemos con ayuda con la que hacerlo, seamos capaces de que esa competitividad se vea reflejada también en la rentabilidad de nuestros viticultores gracias a un precio que se aproxime más al valor de nuestros productos.