Dos buenos ejemplos

Mientras las Denominaciones de Origen, a través de la Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas (CECRV), toma la iniciativa y aborda el grave problema del consumo de vino en España, poniendo el dinero necesario para realizar una nueva campaña, esta vez bajo el título: “Movimiento Vino D.O.”, con la que revitalizar el consumo de vino entre los jóvenes;   la puesta en marcha de una Organización Interprofesional del Sector Vitivinícola (OIVE) hace agua por todos los sitios y desinfla una aspiración histórica del sector con la que disponer de una mayor, mejor y más actualizada información. Así como una herramienta con la que ser capaz de realizar acciones conjuntas a favor del sector en su conjunto y que, básicamente, repercutan sobre la rentabilidad, transparencia y recuperación del consumo de vino en España.

Parecía que la firma del documento de constitución de la OIVE era un principio lo suficientemente sólido como para creernos que podía ser verdad. Que el sector vitivinícola español, por fin, tendría una Interprofesional que defendiera los intereses colectivos y dispusiera de recursos con los que ejecutar medidas encaminadas a su desarrollo. Es más, incluso el acuerdo alcanzado en la redacción de la extensión de norma, por la que se establecía el importe que cada uno de los operadores tendría que aportar, permitía pensar que se habían superado los recelos de épocas anteriores y la profesionalización del sector se había impuesto a posiciones dominantes de unos pocos.

Con lo que no contábamos era con que el organismo que menos tenía que decir en todo esto, el que se había hartado de animar al sector a que la sacara adelante, el que en todas las ocasiones que tenía aprovechaba para advertir que haría lo que el sector le pidiese que hiciera… Ese mismo organismo público, el Ministerio de Agricultura, sería el que acabara torpedeando su puesta en marcha.

Que haya empresas cuyos intereses se vean amenazados e intenten boicotear el proyecto es, hasta cierto punto, entendible. Que estos intereses se lleven hasta organizaciones empresariales dominadas por este tipo de empresas, también. Incluso, si me apuran, que algunas administraciones lo quieran utilizar para reivindicar aspiraciones políticas era previsible y sus técnicos demostraron suficiente cintura y habilidad para armar un mecanismo por el que minimizar sus consecuencias.

Pero que sea el propio Magrama el que, por inacción esté torpeando su puesta en marcha, permitiendo que aquellos que están obligados a cumplir con las obligaciones que emanan de nuestro ordenamiento jurídico no lo hagan, eso es, sencillamente, inadmisible. No es de recibo que el mismo organismo que se ha vanagloriado de amenazar públicamente a las bodegas en la pasada vendimia de hacer un seguimiento inquisitorial a quienes no cumplieran con la Ley de la Cadena de Valor, realice semejante dejación de funciones a la hora hacer cumplir la Ley y perseguir a quienes no se inscriban en el REOVI y realicen las declaraciones en el INFOVI.

En mi opinión, nos estamos jugando algo más que unas declaraciones, una información, un mejorar el valor de nuestras producciones o una Interprofesional con la que recuperar algo de nuestro consumo. Nos estamos jugando la misma esencia de un estado de derecho basado en la estabilidad jurídica.

Entre tanto, los Consejos Reguladores haciendo gala del buen hacer y el oficio de sus integrantes, y con mucho menos ruido, ponen el dinero, idean, desarrollan y ponen en marcha una campaña para abordar el mismo problema que la Interprofesional se plantea combatir entre sus objetivos prioritarios.

Dos buenos ejemplos de la voluntad de cada uno.

Falta sensibilidad

De una forma o de otra, parece que todo el mundo se ha vuelto contra el modelo de indicaciones de calidad. Un modelo que ha hecho posible llevar a los vinos europeos al top de los vinos en el mundo, que ha facilitado el acceso de los consumidores a un producto complicado en su elección y que, especialmente, ha significado una garantía de origen de máximo nivel, cuando los organismos certificadores estaban en otros productos muy alejados de los alimenticios.

¿Tenemos que hablar en pasado? Eso me pregunto yo cada día, ya que en estos últimos meses no hay día que no amanezcamos con algunas noticias que de una forma u otra cuestionan la continuidad del modelo o ponen de relieve algunas de sus más destacables carencias.

No hay ninguna duda de que el papel que han jugado en estos últimos cincuenta años en el mundo del vino ha sido fundamental, como tampoco que al modelo le pueden quedar muchos años de vida. Eso sí, hay que adaptarse a los nuevos tiempos, sistemas de control, consumidores, medios de comunicación, etc., etc.

Y aunque la Comisión Europea esté acostumbrándonos a un ir y venir en sus pretensiones, con documentos de trabajo iniciales que deben ser retirados y vueltos a plantear con políticas y visiones completamente diferentes. Eso debería, al menos a los del sector del vino, preocuparnos y alertarnos; ya que es un síntoma evidente de que la sensibilidad que antaño demostraba la Comunidad Económica Europea ha dado paso a un frío grupo de burócratas para los que las cuestiones de índole comercial y económica parecen haberse impuesto en la Unión Europea.

Hasta el momento, el sector puede presumir de ser el primero en haber echado atrás una propuesta de reforma de su Organización Común de Mercado, de haber conseguido levantar el veto impuesto por la todopoderosa China, o de obligar a la Comisión Europea a retirar el documento de trabajo inicial sobre las nuevas normas de comercialización de vino, que es lo último que ha sucedido la semana pasada.

¿Pero hasta cuándo seremos capaces de ir frenando estas iniciativas?

El sector se enfrenta a un consumidor con una visión del vino completamente diferente a la de sus padres y abuelos. Y debe luchar por conseguir llegar a él recuperando una parte del consumo perdido. Pero parece que también tiene un frente abierto en el ámbito político de la Comisión, y eso no es tan notorio.

Récord de exportaciones

Por más peros que se le puedan poner a nuestras exportaciones, no hay nadie que esté en disposición de renunciar a ellas, es más, ni tan si quiera de cuestionar su utilidad. Los más atrevidos llegan a plantearse la necesidad de ir dándoles la vuelta, trasladando una buen parte de lo que actualmente se exporta como vino a granel, hacia el envasado. Otros, algo más intrépidos si cabe, llegan a cuestionar a quiénes vendemos nuestros vinos y comienzan a denunciar que hay que cambiar la estructura comercial de las bodegas españolas para conseguir salir a encontrar compradores, en lugar de, como venimos haciendo hasta ahora, esperar a que llamen a nuestra puerta para comprarnos. Y todos, en eso sí coinciden, resaltan su importancia y las señalan como la única alternativa que presenta el sector ante un mercado interior hundido.

Incluso los hay que se esmeran en analizar lo que está sucediendo en el mercado interior con el consumo de vino, las grandes dificultades con las que se enfrentan las bodegas a la hora de llegar a los jóvenes, o el escaso número de ocasiones en las que se consume por semana y los valores que aspiran a encontrar los consumidores en cada botella cuando la adquieren.

El problema está en que esto, más que una vía de solución al endemoniado problema de excedentes que tenemos en España, se ha convertido en una especie de bucle que se retroalimenta y se va haciendo cada vez más grande sin que nadie sepa muy bien por dónde meterle mano. Hasta el punto de que se ha invertido la cadena de valor en la formación del precio y, lo que debía ser una actividad empresarial rentable para todos los integrantes del proceso, se ha convertido en una especie de “potro de tortura” en el que cada colectivo, conforme va alejándose del consumidor, asume una mayor parte de las pérdidas.

Y aunque los hay que, ayudados por la misma Unión Europea que les condiciona en sus actuaciones y les impide desarrollar campañas a favor de recuperar el consumo de vino, han optado por reestructurar sus viñedos y pasar a producir tres, cuatro o incluso cinco veces lo que producían, con el único fin de generarse ingresos suficientes que garanticen su supervivencia. Esa alternativa se demuestra totalmente inapropiada para la colectividad e incluso llega a poner en serio peligro la supervivencia del modelo tradicional vitivinícola español de calidad.

Producir a precio puede ser una alternativa para algunas bodegas y viticultores, pero nunca (en mi opinión) puede ser un modelo para un país, regiones o provincias como las españolas. Tenemos que entender que de la misma manera que en los años noventa los vinos españoles fueron ocupando el lugar que hasta entonces habían ocupado los italianos como productores de vinos con apenas valor añadido, llegarán otros que hagan lo mismo con nosotros. Y aunque hay quien, que de una forma muy optimista, piensa que eso sucederá cuando nosotros vayamos abandonando ese mercado porque vamos mejorando el valor añadido de nuestros elaborados; también los hay que consideran que las condiciones del mercado han cambiado, que nos enfrentamos a una saturación mucho mayor de la que entonces había, que los procesos se suceden de una forma mucho más rápida y que esta evolución supondrá que muchas hectáreas, bodegueros y cooperativas se queden por el camino. Y con ellos el papel medioambiental que representa en nuestra geografía el viñedo y su capacidad para la fijación de población al medio rural, que la mala situación económica vivida en estos últimos años ha ayudado a mantener a pesar de su rentabilidad negativa.

Si queremos felicitarnos por los datos de nuestras exportaciones, hagámoslo. Disfrutemos del momento. Pero seamos conscientes de que pende sobre nuestras cabezas como la Espada de Damocles.

¿Nos entendemos con el consumidor?

Siempre se ha dicho que no por más repetir las cosas son más reales. Y sin ánimo de cuestionar tal afirmación, también podríamos decir que las cosas que no se comunican no existen. No se asusten, que no tengo ninguna intención de aburrirles con disquisiciones filosóficas sobre la importancia de la comunicación, o el papel transcendental que jugamos en todo esto los medios. Eso lo dejo para encuentros más cercanos, cuerpo a cuerpo, en el que poder discutirlo. Me estoy refiriendo a algo tan sencillo como a lo que el sector del vino comunica, cómo lo hace, con qué lenguaje y de qué forma.

Es bastante evidente, al menos desde luego para mí, que el vino de hoy tiene muy poco que ver con el de hace unas décadas, no ya solo en cuestiones como los momentos y cantidades consumidas, sino incluso por sus propias características, eso que algunos se empeñan en llamar calidad e intentan justificar con contraetiquetas o precios más altos.

Lo que ya no tengo tan claro es si resulta tan evidente el papel que en este cambio han jugado las bodegas a la hora de “hablar” con los consumidores. Los cambios en las características técnicas de los vinos, sus envases, cierres, etiquetas, tamaños, lenguaje, promoción,… formas todas ellas en las que se entabla un diálogo con los consumidores y que muchas bodegas e instituciones se empeñan en circunscribir a los mensajes publicitarios, olvidándose de que su packaging y el responsable de recomendarles un vino son la forma más directa que tienen para establecer ese diálogo con los consumidores.

Cada vez son más los que “gritan” que los mensajes hay que actualizarlos, que los motivos por los que se adquiere una botella de vino han cambiado, que el momento de su consumo también; incluso el número de personas para las que va destinada una botella con el consiguiente efecto en su capacidad. Pero más importante que todo esto (que lo es, y mucho), es el superar de una vez por todas esos mensajes en los que tecnicismos y vocablos incomprensibles para la mayoría de las personas intentan convencernos de que el vino es algo que está mucho más allá del único motivo por el que un consumidor ha comprado una botella: pasar un buen rato, y si es posible, que se convierta en inolvidable.

El vino es eso: felicidad, placer, emociones, recuerdos…

¿Lo han entendido las bodegas, las organizaciones o las administraciones? Pues las hay que sí, pero todavía son muchas que no, que siguen empeñadas en hacernos saber de polifenoles, robles, resveratrol, suelos o viñedos.

Si no quieren escucharnos a nosotros, no lo hagan, pero sepan lo que dicen a los que más han reconocido mediante galardones por su labor en la recomendación de vino. Lean lo que dicen sobre lo que buscan los consumidores que hasta ellos llegan y verán como existe un gran entusiasmo por el mundo del vino, pero también un gran cansancio por la forma en la que se les está intentado convencer.

¿Quiénes somos nosotros?

Decir que una bodega, por emblemática que pueda ser, con su abandono de la Denominación de Origen, por notoria y representativa que resulte en los mercados, va a revolucionar el modelo y ponerlo patas arribas podría llegar a ser un tanto exagerado. Lo que, por otro lado, no impide que actúe como una espoleta y esté poniendo de manifiesto la necesidad de darle una pensada al modelo de Indicaciones de Calidad que tenemos y redefinirlo hacia algo que esté mucho más adaptado a los actuales mercados, demanda y conocimientos de los consumidores, así como a los medios de producción y técnicos con los que cuentan viticultores y bodegueros.

Cada día son menos los que mantienen la creencia de que los rendimientos son un parámetro de calidad. Cada vez es más evidente que hay viñedos con bajos rendimientos cuya calidad apenas alcanza la mediocridad, y otros con producciones muy por encima de la media, de los que se obtienen grandes vinos. Y lo mismo podríamos decir de variedades, zonas de producción, bodegas, etc. Y a pesar de ello, estos indicativos siguen siendo utilizados para ponerles límites a viticultores y bodegueros en sus decisiones o señalar la calidad del producto.

Los consumidores apenas conocen más de cuatro o cinco denominaciones de origen o varietales. El criterio de compra más extendido sigue siendo el del precio y cada vez más estudios coinciden en señalar la confusión en la identificación de un vino como uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el consumidor en la elección de una botella de vino, llegando a cuestionar seriamente la lógica relación calidad/precio que debería existir.

Pero, por otro lado, ese consumidor sigue considerando algunos orígenes como un alto valor añadido en determinados vinos que le empuja a su elección, especialmente cuando el criterio de compra no es el consumo propio sino el obsequio a un tercero.

El problema está en que ni el interés del consumidor es lo suficientemente alto como para estar soportando muchas experiencia de prueba/error, ni los mensajes que percibe le resultan enriquecedores, más bien todo lo contrario: destructivos y negativos.

Encontrar un mensaje único que beneficie a todo el sector podría parecer tarea complicada y, en cambio, es tal la confusión que les generamos a los consumidores que, en mi opinión, bastaría con algo muy sencillo y que destacara alguna de las gratificantes emociones que pueden sentirse con una copa de vino, para fortalecer la percepción del mundo del vino que tienen.

Y es que resulta curioso cuán diferente es la realidad que vive el sector y la valoración que del mismo tienen la mayoría de los consumidores. Frente a los continuos lamentos sobre esta o aquella cuestión que nos encargamos en airear, como si buscáramos la complicidad de una opinión pública que no encontramos en nuestros argumentos, la gente de la calle valora al vino como un producto boyante, en alza, con un gran valor y al que rodea un gran boato.

Muy posiblemente todos y ninguno tendrán razón. Cada uno estará viendo una misma realidad desde dos puntos de vista bien distintos. Pero eso no hace sino decir muy poco de nosotros mismos, que lejos de tomar lo que de positivo tienen los mensajes y aprovecharlos como palanca con la que impulsarnos, nos empeñamos en insistir una y otra vez en nuestro mensaje negativo.

Todos nosotros tenemos amigos a los que cuando les preguntamos qué tal están, nos responden que ¡bueno, no estoy mal, pero tengo un pequeño constipado que no me deja dormir…! Y otros cuya respuesta es todo lo contrario, ¡de maravilla, voy a ver si me tomo un café que me espabile! ¿A cuál de los dos prefieren encontrarse?

¿Y nosotros? ¿Quiénes somos nosotros?

¿Tiene futuro un sector vitivinícola profesionalizado?

Analizar la rentabilidad y elaborar un Plan de Viabilidad es lo primero que cualquier empresario haría al plantearse invertir en un negocio. No digamos las entidades de crédito a la hora de concedernos los préstamos de liquidez con los que desarrollar nuestra actividad, o con los que realizar las inversiones necesarias que mejoren nuestra productividad que analizan los flujos de caja, rendimientos, fondos de maniobra o ratios con gran recelo y absoluta asepsia.

No parece descabellado pensar que si al sector vitivinícola español le estamos exigiendo profesionalidad en sus gestores, mejorar la comercialización de sus productos, expansión en nuevos mercados, calidad mantenida y certificada,… pero además le estamos privando de ayudas y subvenciones que distorsionan el mercado, o medidas de intervención o regulación que limiten su competitividad… tengamos que asumir que su futuro pasa, irremediablemente, por un cambio sustancial en lo que tenemos.

Si es que lo que tenemos podemos analizarlo con los datos denunciados por las organizaciones agrarias en numerosas ocasiones, o a través de los últimos datos publicados por la Subsecretaria de la Subdirección General de Análisis, Prospectiva y Coordinación del Magrama en su Estudio de Costes y Rentas de las Explotaciones Agrarias (ECREA) sobre 45 explotaciones vitícolas españolas. Que yo creo que sí. Aunque la muestra no parezca muy representativa, pero que, en mi opinión, el aval de los técnicos del Ministerio y la coincidencia con la estadística procedente de otras fuentes, nos deberían permitir, si no hilar muy fino y tomar decisiones precisas, sí deberían, al menos, ser suficientes para asumir cuál es la realidad de este sector y empezar a plantearnos la necesidad de tomar medidas encaminadas a remediar esta situación.

Producir a pérdidas resulta completamente insoportable en el tiempo. Eso lo entiende y comparte cualquiera, incluso aquel que mantiene la propiedad de la tierra y cuida el viñedo por cuestiones de índole sentimental, teniendo asegurado su sustento con otra actividad. Pensar, por lo tanto, que un sector puede desarrollarse y tener futuro cuando sus viticultores han tenido una Renta Disponible de 8.279,13€, un Margen Neto de -62,95€ y un Resultado de -22.225,98€ por explotación durante 2014 según el ECREA del que encontrarán más detalle en www.sevi.net, es una necedad.

Las bodegas, según los datos del INE, publicados en ediciones anteriores, mantienen beneficios y, con estos datos parece bien claro que, a costa de los viticultores. ¿Esto es bueno? ¿Tiene futuro? ¿Es sostenible?… Estamos viviendo una época de grandes cambios en el sector vitivinícola, ¿hasta dónde estamos dispuestos a negociar e ir todos juntos?, o ¿podemos afrontar las exigencias de los actuales mercados de una forma deslavazada y disgregada?

¿Vamos a dejar pasar esta oportunidad?

Según se desprende de los últimos datos publicados referidos a las exportaciones vitivinícolas del mes de noviembre, nuestras ventas exteriores evolucionan muy favorablemente. A diferencia de lo que indicaban diferentes rumores que circulaban por el mercado y que señalaban que las buenas cosechas de Francia o Italia habían restado un notable volumen en las exportaciones, cuya consecuencia más inmediata habían sido precios estancados.

Crecer un 10,8% en valor en el mes de noviembre con respecto al mismo mes del pasado 2014; o un 14,1% en volumen, no se puede decir que sean malos datos. Que en los vinos a granel el crecimiento en valor haya sido del 15,5% y en volumen del 17,6%, tampoco se antojan cifras que justifiquen esa impresión que parecía inundar el mercado de paralización y escaso interés de franceses e italianos, a la postre nuestros principales compradores, por nuestros vinos.

Es verdad que si tuviéramos que ponerle alguna pega a estas cifras es que el precio medio ha bajado; pero en el caso de los graneles lo ha hecho un 1,7% frente al 2,9% en el que lo han hecho todos los vinos.

Mantener cifras por encima de los veintisiete millones y medio de hectolitros de exportación, incluyendo mostos y vinagres, o si lo prefieren de cerca de veinticuatro (23,987 Mhl) de vinos, como recogen los datos interanuales, no es tarea fácil y es algo que debería hacernos sentir satisfechos.

Claro que seguimos teniendo el problema del bajo valor, apenas 1,09 euros litro para el interanual en vinos, pero es que solucionar este asunto no es una cuestión que pueda hacerse de la noche a la mañana. No basta con que se nos diga que somos “la bodega de Europa”, de dónde se abastecen aquellos que tienen los mercados y obtienen el valor añadido. O que tenemos que desviar producción del granel (0,36 €/litro) al envasado (2,01 €/litro). Ya lo sabemos, todos, sin excepción. El problema es que para ello hay que llevar a cabo algo más que contundentes declaraciones de intenciones. Hay que definir programas y actuaciones que coordinen estrategias colectivas conjuntas. Y eso, hasta el momento, lo más cerca que hemos estado de ello ha sido en el plano teórico, pero nada, ni tan siquiera, puesto negro sobre blanco en un documento que comprometa a todos.

Estamos asistiendo a una situación política en España inédita. Venimos de un periodo en el que se han ido al traste cuestiones tan fundamentales para nuestra economía como el valor de los bienes raíces o las fuentes de crédito. Nos asomamos a un panorama imprevisible, con fuertes caídas en el precio del petróleo (en crisis anteriores había sido precisamente la subida del petróleo lo que las había ocasionado), que vienen acompañadas de desplomes en las bolsas mundiales.

¿Y nos sorprende lo que está pasando en nuestro sector? Pero si somos de los más “normales”.

Cuestiones políticas aparte, debemos asumir de una vez por todas que nos enfrentamos a un cambio de época. Que lo que está sucediendo supera con creces a crisis económicas, políticas o institucionales. La sociedad ha cambiado, sus necesidades también y las reglas de juego no pueden seguir como si nada hubiese pasado.

Podemos mantener la postura del avestruz, como hemos hecho hasta ahora, y esperar a que sean otros los que nos den la solución a nuestros problemas. O, por el contrario, tomar la iniciativa, poner en marcha esos mecanismos de control, transparencia e información que se nos vienen anunciando desde hace meses y dar un giro en nuestro comercio. Podemos plantearnos qué esperan los consumidores de nuestro modelo de Indicaciones de Calidad y hacer las reformas necesarias para ofrecérselo. Podemos entender que el mercado se ha hecho muy grande (lo que es fantástico) y que ello requiere de muchos más recursos, que exigen unidad y coordinación. Podemos… pero no hacemos nada.

Mirando hacia otro lado

Hace apenas unos días, me preguntaba en este mismo espacio cuál debe ser el papel que han de jugar en un futuro nuestras denominaciones de origen, y si lo sucedido en varias de ellas no era más que la consecuencia evidente de que el modelo necesita un cambio, una adaptación a los nuevos tiempos, consumidores y mercados que encuentren en este patrimonio vitivinícola un elemento diferenciador y clarificador de calidad, superando viejas barreras de conceptos que apenas entienden y no acaban sino generando la confusión en los compradores y el malestar en la producción.

Mentiría si dijera que me ha sorprendido la cantidad de firmas autorizadas del sector que en estas últimas semanas han coincidido con esta apreciación. Incluso podría llegar a decir que me satisface encontrarme con algunas iniciativas que emanan desde el mismo sector, como la del Club Matador, pronunciándose en estos mismos términos.

Pero todavía lo haría más, lo de mentir digo, si dijera que me ha dejado atónito la impasibilidad con la que el tema está siendo abordado por los propios consejos reguladores. He de confesar que me sorprende que organizaciones como la misma Confederación de Consejos Reguladores no haya reaccionado organizado reuniones públicas (quiero pensar que de manera privada sí lo han hecho), en las que debatir este asunto. Tomando la iniciativa sobre un tema que les atañe de manera directa y que, en mi humilde opinión, abordado de mala manera puede llegar a poner en peligro a más de una de ellas y dañar seriamente la imagen de todo el modelo.

La campaña 2015/2016 se iniciaba allá por el mes de agosto repleto de nuevas iniciativas y proyectos que prometían poner al sector español en la senda de la mejora de su posición en los mercados internacionales y el aumento del valor añadido de sus vinos. Se anunciaba la creación de organizaciones transversales dirigidas a aprovechar las sinergias de todo el sector. Se contaba con las administraciones para coordinar y dotar de argumento legal estas iniciativas.

Y, no vamos a decir que todo esto se ha quedado en agua de borrajas, porque ni es verdad, ni me quiero imaginar, si quiera, esta posibilidad; pero lo cierto es que van pasando los meses, los problemas nos van saltando a la cara y el sector sigue haciendo lo mismo de siempre: mirar hacia otro lado, señalar como culpables a todos menos a él y desgastándose en apagar fuegos, en lugar de construir una base sólida sobre la que crecer.

Un sector que intenta adaptarse

A estas alturas, es poco discutible que el sector vitivinícola europeo es un sector claramente intervenido, en el que todavía hoy son muchos los aspectos, algunos de ellos de gran importancia, que están regulados, dificultando seriamente la ley de la oferta y la demanda, y la aplicación del principio básico de la competencia. Pero no por poco discutible la cuestión deja de tener su importancia y generar conflictos entre quienes optan por querer mantener esta situación y quienes aspiran a una liberalización total del sector.

Un buen ejemplo de esta situación la encontramos en la prohibición de plantación de viñedo, regulada anteriormente con los derechos de plantación, transformados desde el pasado 1 de enero en autorizaciones administrativas.

Y es que una de las primeras decisiones que debe adoptar el Ministerio presidido por la ministra en funciones, Isabel García Tejerina, es la fijación del porcentaje de nuevas plantaciones en España para el 2016.

Para ello el Magrama ha abierto las negociaciones con los representantes del sector, especialmente organizaciones agrarias y empresariales, con una propuesta de 6.000 hectáreas, un 0,6% de nuestra superficie y con el que pretende contentar a aquellos que aspiran a la liberalización y, consecuentemente, optan por acogerse al máximo posible, y aquellos otros que, con su limitación al 0,001% pretenden regular la oferta favoreciendo el aumento de los precios en origen de las uvas y vinos, ninguno de los dos productos en sus mejores momentos. Unas porque los precios a los que se han pagado las uvas han resultado insuficientes para cubrir los costes de producción en muchas de regiones vitícolas españolas, y otros (los mostos y vinos) porque, a pesar de una producción “moderada”, no consiguen levantar sus cotizaciones ni hacer del mercado una lonja con gran actividad, limitándose las operaciones a adquisiciones muy concretas de vinos con especificaciones muy precisas.

Sea como fuere, el caso es que el sector debe acoplarse a un mercado mucho más competitivo del que actualmente disfruta por cuestiones de índole internacional, económica y de oportunidad para nosotros. Somos el país con mayor extensión de viñedo y con precios más bajos, pero también uno con una calidad media más elevada. Somos extraordinariamente competitivos y cuanto antes nos lo creamos y vayamos en esa dirección, más rápidamente alcanzaremos precios dignos y rentables para nuestras uvas, mostos, vinos y alcoholes.

La indicación de calidad ¿cuestionada?

¿Cuánto hay de decisión política, cuánto de estrategia empresarial y cuánto de responsabilidad por parte del Consejo Regulador? Es la pregunta que todos en el sector vitivinícola español se hacen tras la decisión adoptada por Bodegas Artadi de abandonar la D.O.Ca. Rioja. Por más que su propietario, Juan Carlos López de Lacalle, haya intentado quitarle hierro al asunto declarando que su decisión está basada en cuestiones “estrictamente empresariales”, son muchos los rumores que la sitúan como la punta de lanza de un movimiento rupturista de un grupo de bodegas alavesas que apuestan por la creación de una denominación propia para “Rioja Alavesa”.

A lo que no está ayudando mucho el Gobierno vasco, quién en lugar de dejar en manos de las bodegas y viticultores sus propias decisiones, se ha apresurado a decir que “por responsabilidad” escuchará y atenderá las iniciativas que procedan del sector, entre las que podría encontrarse la diferenciación que acabara con la creación de una denominación propia.

Claro que el respeto institucional mostrado por el propio Consejo Regulador a la decisión empresarial, no ha hecho más que poner de manifiesto su incapacidad de darle solución a un problema que viene arrastrándose desde hace varios años y que nace de la exigencia de un grupo de bodegas por una mayor diferenciación de sus vinos, atendiendo a las zonas de producción y características de sus vinos de “terroir” o de finca.

Para algunos, este asunto, como el de otras bodegas que ni siquiera han querido integrarse nunca en una denominación de origen, son decisiones que responden a estrategias puramente empresariales. Aunque, en mi opinión, el modelo de denominaciones de origen es un gran patrimonio cultural a proteger y una excelente herramienta comercial que nos ha permitido llegar a muchos mercados, a los que, de otra manera, hubiese sido completamente imposible acceder. Pero, de igual manera que han cambiado los hábitos de consumo, evolucionado los tipos de vinos, trasladada la carga de compra de unos canales a otros, o transformadas las mismas cualidades hacia las aspiraciones de los consumidores; no parece descabellado pensar que el mismo modelo de las indicaciones geográficas protegidas requiere una revisión profunda, que lo adapte mejor a los actuales tiempos. Hacerlo de una forma inteligente y dialogada parece lo más indicado para un sector que se caracteriza por su inmovilismo y su escasa capacidad de adaptarse a los cambios.

A mi juicio, olvidamos con demasiada frecuencia la gran diferencia existente entre la realidad del sector y la percepción (y conocimiento) que del mismo tienen los consumidores; tendiendo a confundirlo con frecuencia, sin considerar que, en muchas ocasiones, su respuesta es la indiferencia o la elección de otro producto “más sencillo”. Está claro que cada denominación, bodega y marca tiene su propio consumidor más o menos avezado en la cultura vitivinícola, pero ni para los más adelantados resultan positivas este tipo de noticias que no hacen sino generar desconfianza y confusión.

El nuevo aplazamiento hasta el 31 de enero de la presentación telemática de las declaraciones de producción y existencias, tampoco es que venga a ayudar mucho a la imagen del vino español. Un vino que aspira a elevar el valor añadido de su producción con la potenciación del envasado y que se está viendo incapaz de poner en marcha mecanismos técnicos con los que ofrecer una información fiable y actualizada.

Para vender más, pero, sobre todo, mejor, es necesario mucho trabajo, una gran perseverancia y una calidad acorde al precio. Pero por encima de todas estas cualidades está la seriedad que proporciona un Estado, una denominación o una bodega.