Aprovechar el impulso

Nos acercamos a las fiestas más consumistas del año, en las que todos los hogares hacen meritorios esfuerzos por llevar a sus mesas los mejores manjares y bebidas, entre las que ocupan un lugar muy especial los vinos. Bodegas e instituciones organizan multitud de actividades con las que intentan atraer la atención de un consumidor, que a diferencia de su comportamiento a lo largo del año, está ávido de gastar. Captar su curiosidad es mucho más que ofrecer precios interesantes o excelentes calidades, requiere presentación y representación.

Calidad sabemos, los que estamos metidos en este extraordinario mundo de la vitivinicultura, que nuestros elaborados la tienen; hasta, si mucho me apuran, un buen número de consumidores que llevados por la curiosidad se han acercado a vinos de otros países, han podido comprobarlo por ellos mismos. Incluso hay expertos en marketing y estudios de mercados que llegan a situarnos como el país del mundo que mejor relación calidad/precio presenta. ¿Pero tenemos también representatividad?

Hasta hace unas décadas el vino era un producto alimenticio, parte importante de nuestra Dieta Mediterránea y que, como tal, ocupaba un lugar preferente en nuestras mesas, junto a vegetales y cereales. Desafortunadamente, nuestra dieta ha cambiado, y mucho, en este tiempo. Aspectos sociales, demográficos y económicos han contribuido a que no solo la dieta se haya modificado, sino también el tiempo y la forma en que comemos. Con un claro perjudicado: el Vino, que ha pasado de ocupar un sitio preferente en las mesas por sus características nutricionales a hacerlo por su aspecto físico, en el que pesa tanto o más que su contenido, su continente y el prestigio social que lleva asociado.

Ante las tasas actuales de consumo (las cuales evito concretar de forma totalmente consciente y voluntaria) hace ya algún tiempo que el sector ha interiorizado que hay que adoptar medidas de manera urgente. Que el consumo en nuestro país está sufriendo una sangría que amenaza la supervivencia de muchas bodegas, cuya desaparición, lejos de conducirnos a un sector más concentrado y fuerte, nos lleva a un debilitamiento y pérdida de competitividad.

Aprovechar el impulso de la campaña navideña, muy posiblemente sea precipitado y el sector no cuente con los mecanismos necesarios para hacerlo colectivamente; pero puede ser un excelente punto de inflexión entre la postura anodina y pasota mostrada hasta ahora por todos los agentes involucrados, y una nueva era de unidad, caracterizada por la optimización de recursos y la obtención de sinergias.

Mucho más que una cuestión de producción

Según datos del último Comité Consultivo Vino, celebrado el pasado miércoles 26 de noviembre, la cosecha 2014/15 en la Unión Europea será un 8% inferior a la anterior, alcanzando los 166,7 millones de hectolitros. Y si bien será una de las más bajas de la historia reciente, estará muy en consonancia con las obtenidas desde la campaña 2007/08, excepción hecha de la del pasado año en la que se disparó la producción hasta los 181,186 Mhl (especialmente por el incremento habido en nuestro país) y la anterior que con 151,606 fue la más baja de este siglo. Aunque con la información facilitada por Bruselas no sea posible concretar tales extremos, ya que parece haberse subido al carro de las estadísticas deficientes, y en este año no ha publicado desglose por países o tipo de vino.

Sabemos, quizá nosotros más que nadie, que el sector vitivinícola tiene vasos comunicantes que funcionan muy bien. Que los precios de los mercados de vinos a granel están fuertemente condicionados por lo que sucede a nivel mundial, pero especialmente comunitario, con la producción. Situarnos en el entorno de lo producido en la cosecha del diez y once, nos puede dar una idea bastante aproximada de cuál pueda ser la evolución de los mercados y precios en esta campaña. Aunque sepamos sobradamente que ni el mercado se comporta siempre igual, ni sus cotizaciones responden a lo largo de toda la campaña en función de lo que se ha producido, haciéndolo más mirando a lo que viene, que a lo habido, a partir de los meses de abril o mayo.

Sobre el peso que en las cotizaciones pudieran tener las producciones obtenidas allende las fronteras comunitarias, habría que destacar los graves problemas por los que están atravesando los productores argentinos, con descensos de dos dígitos porcentuales de sus exportaciones y considerar que con una cosecha europea más o menos “normal” conceder un gran protagonismo a estos países en el ámbito interno de nuestras cotizaciones quizá sea un tanto exagerado.

No así, considerando las exportaciones y los posibles precios, ya que una caída tan importante de su comercio y las perspectivas de una cosecha normalizada, con bastantes probabilidades, supondrá un fuerte hándicap a las aspiraciones españolas de incrementar nuestro valor sin perder volumen.

Así al menos lo apuntan los últimos datos conocidos de nuestra exportación y que están referidos al mes de septiembre, donde al valor consiguió remontar un 2,3%, aunque con suerte muy desigual para cada una de las categorías, ya que los graneles cayeron un 7%, mientras los envasados mejoraban un 8,2%. En el interanual, las cosas son un poco peores, ya que los vinos exportados en envases de capacidad superior a dos litros mantienen una caída del 5,4%, mientras los envasados apenas crecen el 0,6%, dejando en un descenso del 1,5% el valor de todos los vinos.

Lo que, considerando lo sucedido con el volumen, todavía es más preocupante, ya que mientras los envasados mantienen el precio medio interanual, y apenas se modifican un -0,2% quedando en 2,08 €/litro, los graneles bajan su precio medio hasta los cuarenta y dos céntimos de euro el litro, un treinta y dos por ciento menos, como consecuencia del aumento del volumen en un 39,1%.

Considerando que muchos viticultores declaran estar produciendo a pérdidas como consecuencia de los bajos precios a los que se pagan las uvas, y viendo que la única salida a nuestra producción es la exportación, en la que parece existir una relación directa inversa entre volumen y precio; bien podría ser esta cuestión una de las que, junto con la recuperación del consumo interno, primero se ocupara la recién constituida Interprofesional, de la que tanto se espera y que todavía está por definir cuestiones tan trascendentales como su propio funcionamiento.

Mucho gasto… ¿y los resultados?

Dejar de gastar algo siempre resulta curioso, ya que no parece que nuestro país esté, precisamente, como para no gastar. Pero a tenor de la información publicada por el FEGA, en el ejercicio 2014, comprendido entre el 16 de octubre de 2013 y 15 de octubre de 2014; 18.577.891 euros del Programa de Apoyo Nacional (PAN) al sector en España quedaron sin cubrirse. Todas las medidas presentan valores negativos entre su techo de gasto y el efectuado. Aunque es la medida de reestructuración y reconversión de viñedo la que más ficha presupuestaria deja sin cubrir, casi dieciséis millones de euros sobre un total de 128,5 M€. Si bien, proporcionalmente, es la destinada a la promoción en terceros países la que más presupuesto más deja por cubrir (21,12%). Y es que parece que los férreos controles a los que son sometidas estas ayudas, la gran burocracia que llevan aparejada, y la cofinanciación al 50% con fondos propios; han llevado a un buen número de bodegas a renunciar a ellas y no utilizarlas.

Pero especialmente curioso resulta el desglose por autonomías, pues mientras la madrileña gasta el 99,23% en la promoción en terceros países, Castilla-La Mancha, región que acapara el 43,92% del presupuesto, tan solo dirigió el 2,2% de su gasto a esta medida; centrando en la reestructuración y reconversión de su viñedo la mayor cantidad, con casi sesenta y cinco millones, un 70,37%; al tiempo que la destilación de subproductos se situaba como segunda medida más utilizada con un gasto del 24,22%.

¿Y todo esto para qué? Cabría preguntarnos viendo las estadísticas de exportación. Porque los resultados no pueden ser más desalentadores. ¿O sí?, pero mejor esto no nos lo vamos ni a plantear. Porque si con el potencial de producción que tenemos, hasta dónde ha caído nuestro consumo interno y las escasas posibilidades que tenemos de incrementar de forma relevante la colocación de productos derivados, como a las exportaciones no le pongamos remedio y seamos capaces de valorizar nuestros vinos en el exterior, tenemos un problema.

Mejor pensar que esto de vender fuera es muy complicado, que cuesta mucho tiempo y hay que dedicar muchos recursos. Que el consumidor es inteligente y el “esnobismo” puede superarse y que prevalezca la relación calidad/precio; porque en calidad y precio somos extraordinariamente competitivos. Pero, por favor ¡que sea ya!

El precio medio del litro de vino, en valores interanuales, está ya en 1,19 euros, pero es que el litro de granel está en 0,42, aunque el de envasado alcance los 2,08. Pero es que más del cincuenta y cuatro por ciento de lo que vendemos seguimos haciéndolo a granel; y lo que es mucho más preocupante, es la partida que concentra la totalidad del crecimiento de nuestro comercio exterior, pues mientras en el interanual crece el 39,1%, los envasados apenas lo hacen un 0,8%.

Otro gran paso

Una de las cuestiones en la que todos los actores involucrados en esto tan complicado que es vender vino coinciden es en la necesidad de disponer de una información fidedigna con la que poder tomar decisiones. Así como en el papel que deben desempeñar, en todo este asunto, las administraciones, poseedoras de la información y responsables de hacérsela llegar de forma gratuita y actualizada al sector. Dos aspectos: producción y existencias, son datos básicos a conocer si se quiere poder realizar una estrategia comercial adecuada y amoldada a la realidad de los mercados.

Conscientes de esta realidad, desde el Ministerio se trabaja en la publicación de un Real Decreto que modifique el actual 1244/2008 que establece las declaraciones obligatorias (producción y existencias) en las que no solo se produciría una anticipación de las fechas actuales, sino que se añadirían dos declaraciones más de existencias que permitieran hacer un seguimiento del mercado y aventurar posibles cambios en sus cotizaciones.

La de cosecha, cuyos datos no son comunicados al Magrama por parte de las CC.AA., y cuyo plazo de presentación actualmente finaliza el 10 de diciembre, se adelantaría al 20 de octubre y sus datos serían comunicados al Ministerio antes del 1 de noviembre. La de producción, se mantiene en fecha con el 10 de diciembre como fecha tope para su presentación, pero con una notable salvedad, ya que el 15 de febrero que hay fijado como tope para facilitar dicha información al Magrama, pasaría a ser el 20 de diciembre. Y las declaraciones de existencias pasarían a ser tres, una a final de campaña, 31 de julio, y otras dos intermedias, 31 de diciembre y de marzo, cuya información deberá estar en poder del Ministerio antes del 10 de septiembre, 30 de enero y de abril, respectivamente.

Superado este primer obstáculo de la información, podemos entrar a cuestionarnos sobre si la puesta en marcha de una destilación obligatoria a cargo del sector, mediante la publicación de una norma de comercialización, hubiese sido necesaria o no. Incluso ir un poco más allá imaginándonos que el conocimiento de las existencias puede permitirnos evitar los profundos dientes de sierra que son tan habituales en nuestras cotizaciones.

Mi impresión es que nada de todo esto es suficiente, pero todo es necesario, y que el sector ha dado importantísimos pasos en estos últimos meses hacia la concepción de un sector profesionalizado y autosuficiente, donde la corresponsabilidad y autorregulación han pasado a presentarse como cuestiones básicas de su funcionamiento; y la coordinación y colectividad, como objetivos irrenunciables de cara a conseguir un sector competitivo y potente en los mercados exteriores.

Por si todo eso no fuera bastante, la puesta en marcha de organizaciones de productores o la misma Interprofesional deberían ayudarnos a ir cubriendo etapas y objetivos que nos condujeran hacia ese horizonte de coherencia entre superficie, producción, calidad, consumo, exportaciones y precios. Tenemos que limar esas puntas que impiden disfrutar de un vino redondo y equilibrado.

Esperemos que dentro de muy poco podamos comenzar a poder dar información sobre los objetivos y proyectos de extensión de norma de la Organización Interprofesional del Vino, y aunque sus resultados se harán de rogar, habrá que tener paciencia, creer en la importancia de recuperar el consumo interno, valorizar nuestros productos y mejorar nuestra imagen en los mercados exteriores. Para ello harán falta recursos, pero también tiempo y confianza en que vamos todos en el mismo barco y así su navegación nos resultará fructífera a todos.

Un futuro ilusionante

Quizá sea muy pronto para decir que el sector está decidido a tomar medidas con el fin de mejorar su competitividad y disfrutar de una mejor distribución en la cadena de valor. Es posible que transitar de las buenas voluntades a las concreciones sea un paso difícil de dar y queden en el camino muchas de esas pretensiones. Incluso pudiera llegar a darse el caso de que algunos de los recelos que ha generado la forma en la que se han hecho las cosas, llegaran a suponer un importante hándicap en ese recorrido común que separa las buenas ideas de los planes concretos.

Pero, sea como fuere, lo que resulta totalmente incuestionable es que el sector es consciente de que se han acabado los paños calientes, que ahí fuera, en el mercado, hace mucho frío y, por lo tanto, hay que ir muy bien arropado, y que este viaje hay que hacerlo con todos, y que debe beneficiar a todos.

La Administración deberá conseguir dotar de un marco legal que resulte adecuado para atender la demanda de los mercados. Atraer el máximo de ayudas de la Unión Europea con las que llevar a cabo campañas de promoción en Terceros Países, pero también en el mercado interior. Facilitar información buena y actualizada con la que poder elaborar las estrategias y realizar su seguimiento. Además de defender en los organismos internacionales la definición de Vino como producto natural procedente de la uva. O incentivar la creación de organizaciones interprofesionales y de productores. Cuestiones todas ellas que están asumidas por esta Administración y que, o ya son una realidad, o los trabajos están muy adelantados.

Pero no basta con esto, también los viticultores deberán acomodar sus producciones a las necesidades de la industria, adecuando rendimientos, varietales y calidades sin perjuicio, ni un ápice, de la calidad final que debe seguir mejorando para mantenernos en ese grupo de países de primer nivel. Eso sí, aspirando a conseguir sentirse parte fundamental de este proyecto mediante la participación en los resultados, obteniendo precios que permitan ir más allá de la mera sostenibilidad del sector desarrollando una actividad rentable con sus naturales beneficios económicos.

Materia prima de la que deberán abastecerse los bodegueros para elaborar aquellos vinos, mostos, vinagres, alcoholes… que puedan competir en los mercados por calidad y precio. Mejorando la imagen de los productos españoles y consiguiendo ser competitivos por algo más que sus bajos precios. Situación que no viene tanto por desplazar a los que ya están, que también, como por acercarse a nuevos consumidores (jóvenes, mujeres…) a los que han ignorado y han permanecido sordos ante sus constantes y estridentes gritos que emitían, demandando una atención que no han recibido.

pero mientras esto llega, y los proyectos van cristalizando en resultados palpables que permitan tener confianza y mantenerse firmes en sus estrategias; hay que seguir peleando con el día a día y vendiendo cosechas que unas veces son extraordinariamente grandes como el año pasado, provocando el derrumbamiento de los precios; y otras, son más bien moderadas como en este, con precios muy competitivos y rentables para casi todos los que integran la cadena de valor. Los viticultores han tenido ingresos por hectárea que no siempre han cubierto sus propios costes de producción. Tener la cabeza fría en estos casos y no perdernos en incrementos inasumibles será uno de los primeros ejercicios que deberán realizar nuestras bodegas si, como pronostica la asociación de enólogos italiana Assoenologi, la cosecha de este país resulta un 17% menor que la anterior y deja sus cuarenta millones de hectolitros en una de las más bajas de la historia.

Veinte años, para seguir igual

Considerando que la adaptación del sector al mercado es más una cuestión de necesidad que una posibilidad. Teniendo en cuenta que con estudios de mercados, o sin ellos; con análisis de lo que buscan los consumidores o simplemente aplicando la pura lógica; el sector debe proceder a un cambio importante en su aspecto productivo, enfocando el problema tanto desde el punto de vista de los mercados (producir lo que demandan los consumidores), como de la producción (ajustar la oferta a las necesidades).      No debería sorprendernos mucho que el precio de la hectárea de viñedo de transformación en secano en España haya vuelto a bajar durante 2013 y sea el sexto año consecutivo en el que lo hace, situándonos a niveles del año 2000, con un precio de 12.553 euros.

Claro que, si en lugar de tomar este dato, hacemos los ajustes necesarios en la unidad monetaria para poder compararla y corregimos los efectos de la inflación con el deflactor del PIB a precios de mercado trabajando con euros constantes, nos encontraríamos con la desagradable sorpresa de que el precio de la hectárea está en los niveles de 1983, con 3.513 euros/hectárea en 2013 frente los 3.436 del mencionado año.

¿Significa esto que los viñedos viejos no tienen valor? ¿Que exigimos bajos rendimientos esgrimiendo criterios de calidad para unos productos que luego no son capaces de soportar sus mayores costes?

Sorprender, lo que se dice sorprender, no debería mucho. Ya que si bien veinte años son muchos para que el precio de la tierra no haya cambiado; la mayoría de los esfuerzos que se han hecho en nuestro viñedo con los planes de reestructuración y reconversión del viñedo han sido, precisamente, para transformarlos en regadío. También para sustituir variedades autóctonas y adaptadas a las condiciones del terreno por otras “mejorantes”, de las que apenas se sabía nada sobre sus posibilidades de acoplamientos en esas condiciones de producción. Pero desde luego, como primer objetivo, proceder a esa transformación por el dominio del agua.

Un recurso que cada vez se está mostrando más como “el petróleo del siglo XXI”, como ya lo definen algunos economistas y que se está demostrando se ha convertido en uno de los bienes más preciados y por el que siguen entablándose guerras violentas entre los pueblos.

Hacer un uso adecuado de este bien y mejorar la eficiencia de nuestros recursos no solo en el cultivo, sino también en todos los procesos de elaboración, crianza y puesta a disposición del producto; se ha convertido en un objetivo prioritario para algunas bodegas, y está llamado a extenderse a muchas otras en los próximos años.

Ya no solo estamos hablando de una mayor concienciación de viticultores y bodegueros por la utilización más sostenible de los recursos. Ni tan siquiera de la posibilidad de poder transmitir a sus clientes ese espíritu de responsabilidad medioambiental, o hasta qué punto las etiquetas de productos ecológicos se quedan en un ‘label’ identificativo de una filosofía de vida o van más allá y son utilizadas como argumentos comerciales que justifiquen mayores precios por un producto similar y atraiga a un determinado tipo de consumidor. Estamos hablando de recursos que son limitados y escasos, frente una población que crece a ritmo vertiginoso mucho más rápido que las alternativas a los tradicionales usos.

Dentro de unos pocos días tendrá lugar en Vilafranca del Penedès la 4ª Conferencia Internacional de Vitivinicultura Ecológica, Sostenible y Cambio Climático “EcosotenibleWine”, en la que se darán cita expertos mundiales para debatir sobre la situación actual y las posibles alternativas a los productos utilizados o los modelos productivos empleados.

La AICA lo tiene bastante claro

Dejando a un lado el personalismo que parecen encontrar algunos medios periodísticos en el importante problema al que se enfrenta el sector, al tener que pagar en un plazo máximo de treinta días la uva destinada a la vinificación; y que afecta a todos por igual y tiene su principal escollo en la calificación de la uva de vinificación como producto perecedero. Parece conveniente aclarar que la Agencia de Información y Control Alimentario (AICA), organismo competente en la aplicación de la Ley de la Cadena Alimentaria, mantiene el criterio de que se trata de un producto fresco de acuerdo con la definición legislativa y que, por consiguiente, le es de aplicación el pago a 30 días.

Considerando que se han recibido distintas comunicaciones sobre posibles incumplimientos por parte de algunas Comunidades Autónomas y organizaciones agrarias como COAG o Asaja, se ha procedido a la apertura de algunos procedimientos de diligencias previas para analizar los indicios, que en el caso de ser calificados de razonables, tendrán como consecuencia que el sector del vino pasaría a incluirse en el plan de control de inspecciones de oficio. Amén, claro está, de aquellos casos concretos que se denunciaran ante la Agencia por el incumplimiento de la Ley.

Sea como fuere que acabe este asunto, lo bien cierto es que la forma de proceder que tradicionalmente tenía el sector se va a ver modificada sustancialmente. Pues si bien no se puede aseverar, y mucho menos generalizar, que las bodegas en España dilataran el plazo de pago de la uva más allá de los 60 días que marcaba el marco jurídico anterior, sí se puede afirmar, con cierta rotundidad, que eran muy pocas las que lo hacían en ese plazo de treinta días que impuso la Ley 15/2010 y la Ley 12/2013 que entró en vigor el 3 de enero de este año, por la que se incluyó entre las infracciones graves el incumplimiento de estos plazos, con sanciones que van desde los 6.000 a los 30.000 euros.

Muy posiblemente, y a pesar de los recursos presentados por la D.O.Ca. Rioja y las conversaciones mantenidas por la FEV con la Ministra, parece poco probable que esta interpretación que se hace de la Ley en la AICA vaya a cambiar, y sus plazos modificarse.

El que no parece esperar es el consumo en los hogares, cuyos últimos datos publicados y referidos al mes de agosto, señalan una nueva caída en todas las categorías del 7,12% en volumen y 7,11% en valor, situando su precio medio en 1,89€/litro. En datos interanuales, solo los vinos con Indicación Geográfica Protegida o D.O.P. mantienen el tipo a duras penas, y aumentan su consumo un 1,19%, dejando el consumo per cápita para el conjunto de las categorías por debajo de los diez litros (9,89) por segundo mes consecutivo. Y para este problema, que a mi juicio es mucho más importante que si pagan a treinta o sesenta días la uva, nadie parece tener ideas. Ni tan siquiera una Interprofesional que avanza tan lentamente en su proceso constitutivo que confiemos no sea el preámbulo de sus iniciativas.

Hay que ser pacientes

Vender, vender y vender. Estas son las tres principales preocupaciones de nuestro sector y en las que venimos centrando todos nuestros esfuerzos desde hace años con resultados que podríamos calificar de poco gratificantes (si queremos ser benévolos) y decepcionantes si consideramos lo sucedido con la colocación de nuestra producción.

Hemos invertido grandes cantidades de dinero en dotar a nuestras bodegas de la última tecnología, incluso profesionalizando su elaboración hasta el punto de conseguir que prácticamente todas ellas tengan un enólogo de manera permanente al frente. Hemos transformado nuestro viñedo hacia variedades más afamadas, aunque en algunos momentos nos hayamos olvidado de lo que nos ha sido propio en cada zona; mejorado nuestras técnicas de cultivo, haciendo posibles rendimientos que no nos hubiésemos atrevido a soñar hace apenas uno o dos lustros. Pero nos hemos olvidado, o no hemos sabido hacerlo, de que había que salir a vender a un mercado cuyos consumidores y distribución han cambiado a más velocidad todavía que el propio sector. Invirtiendo poco en marketing y utilizando, en muchos casos, lenguajes incomprensibles por un consumidor que busca cosas muy diferentes en un vino a las que buscaban sus padres y abuelos.

¿Qué sucede cuando los intentos por valorizar nuestros productos y aumentar nuestras ventas no tienen resultados y hay que vender para conseguir efectivo con el que seguir con la actividad? ¿Se lo imaginan, verdad? Se recurre a la única alternativa posible: bajar los precios. Lo hicieron nuestras bodegas en los últimos meses de la pasada campaña, para eludir tener que asumir el coste de la entrega a una destilación sin retribución. Primero con precios tan incomprensibles como los treinta y un céntimos de euro el litro a los que se exportaron en agosto novecientos mil hectolitros de vino sin indicación geográfica o varietal a granel. Y luego con campañas en cadenas de distribución de implantación nacional con precios que muchas bodegas califican de “a pérdidas”.

La cuestión está en saber si son las cadenas las que lo están haciendo por debajo del precio de adquisición, o son las propias bodegas las que, acuciadas por cuestiones como tener que pagar la uva en un plazo máximo de treinta días, y ante la imposibilidad de acceder a líneas crediticias, se ven obligadas a vender sus vinos a cualquier precio con tal de cobrar en efectivo.

Sea como fuere, lo que está bastante claro es que nos en enfrentamos a un grave problema que deberemos solucionar de una forma conjunta. En el que no valen acciones individuales, ni son posibles resultados inmediatos. Son cuestiones que no son nuevas, de las que llevamos muchos años siendo conscientes y sabemos cuál es el único camino posible para superarlas. Y aunque en los últimos tiempos se han producido grandes avances en esta línea y es posible albergar la esperanza de que se vayan haciendo cosas, los resultados tardarán en llegar. Y mientras llegan, tenemos que ser conscientes de que hay que ir haciendo frente al día a día, por lo que no nos deberíamos sorprender al encontrarnos con situaciones como las descritas anteriormente. Lo que hay que tener presente es que tenemos un objetivo perfectamente definido, un plan pormenorizado establecido y una apuesta decidida por llevarlo a cabo; lo demás son los costes colaterales que deberemos ir sorteando como mejor podamos conforme se vayan presentado.

Tenemos calidad y volumen para poder hacerlo. Contamos con ayudas de la UE, que nos facilitan su ejecución. Elementos paralelos como el turismo, la gastronomía, o la imagen de país; que nos dan ventaja. Y lo que todavía es más importante: no tenemos más alternativa, hay que adaptarnos a los consumidores manteniendo nuestras señas de identidad y llegar a ellos con los medios y lenguajes acordes a los tiempos.

Un gran reto por delante

Las previsiones macroeconómicas formuladas por todos los organismos internacionales para el último trimestre de este año y todo 2015 ponen a España a la cabeza de la economía europea, señalándolo como el país que más crecerá y como la nación que deberá tirar de una Unión Europea, que muestra síntomas de debilidad con graves riesgos de recaída en una tercera etapa de crecimiento negativo. A pesar de ello, nuestra economía, y especialmente el sector vitivinícola, pueden verse afectados muy negativamente por esta situación, si no sabemos hacer bien las cosas.

La exportación y el turismo, más bien en orden inverso al que se han citado, son los dos grandes pilares sobre los que estamos recuperándonos. Contar con un mercado con la suficiente capacidad económica para adquirir nuestros productos, tener clientes que dispongan de dinero para comprar nuestros vinos, no es un deseo sino una imperiosa necesidad, si queremos seguir creciendo.

Elaborar más o menos. Hacerlo a un precio u otro. Y vender a precios más bajos o menos que nuestros competidores. Son todo cuestiones transcendentales para aspirar a tener éxito; pero no suficientes. Sabemos, porque así lo ponen de manifiesto todos los estudios de mercado que se han elaborado, que el vino español está muy bien considerado por su nivel de calidad, pero el precio que se está dispuesto a pagar por él está muy lejos del que perciben nuestros socios-competidores italianos o franceses. Contar con unos clientes que mantengan su renta disponible con la que poder seguir acercándose al mundo del vino es muy importante para todos, pero especialmente para un país como el nuestro, que exporta casi dos veces y media lo que consume dentro de sus fronteras.

Claro que también lo podríamos ver como una excelente oportunidad. Si seleccionan más lo que compran, es posible que consigamos hacerles entender que nuestra calidad puede competir sin ningún complejo con esos vinos que tradicionalmente han comprado. Y si nosotros hacemos un esfuerzo por mejorar nuestra presencia con campañas genéricas, presentaciones, mayor presencia en las grandes cadenas de distribución y tiendas especializadas,… podemos hacer que lo que puede suponer una amenaza para lo que es nuestra tabla de salvación (la exportación), nos fortalezca y consigamos mantener cuotas de mercado y aumentar precios.

Con un gran futuro por delante

El pasado 23 de septiembre se reunía, por primera vez, la Organización Interprofesional del Vino en España (OIVE), al objeto de fijar sus objetivos prioritarios y definir el funcionamiento interno de la organización.

Con respecto a sus objetivos, resultan tan concretos como ambiciosos ya que si bien podrían resumirse en dos: recuperar el consumo interno del vino y mejorar la organización y coordinación del sector; cualquiera que conozca medianamente este sector sabe que son tanto como querer darle la vuelta a todo lo que, hasta ahora, ha sido.

La falta de coordinación entre los distintos productores, los industriales y la distribución es tal que parece que lo que es bueno para unos tiene que ser, obligatoriamente, a costa de los otros. Que no hay posibilidad de establecer una organización sectorial que permita fijar objetivos comunes y acciones conjuntas que aprovechen las sinergias de cada parte.

Con la creación de la OIVE se inicia una etapa llena de esperanzas y buenos deseos que confiemos tenga mejor desarrollo del que han tenido hasta ahora los anteriores intentos que a nivel regional ha habido.

Comenzar por asumir que tradición no es sinónimo de calidad, ni de valoración de un producto o una zona de producción; podría ser un buen inicio para entender que hay que cambiar, adaptarse a un mercado y unos consumidores que son muy diferentes a los de hace tan solo unas décadas y que hablan un lenguaje distinto.

Utilizamos el término tradición como si con él quisiéramos justificar lo que hacemos. Y en la mayoría de los casos, lo único que estamos queriendo argumentar es por qué no hacemos nada por cambiar las cosas. Nos mantenemos inmóviles ante pérdidas de consumo que han dejado al vino como una bebida residual, reservada a ocasiones especiales, sacándola de nuestra cotidianidad. Intentamos justificar que los que deben cambiar son los consumidores, que ellos son los que se han alejado de forma temeraria de una bebida que forma parte de su acervo cultural. Pero olvidamos que la cultura de un pueblo se escribe con su comportamiento colectivo y no se le puede imponer.

Recuperar el consumo interno mediante campañas de promoción del vino. Qué bonito suena, pero qué poco dice.

Consumimos menos de nueve millones de hectolitros en España, tenemos que exportar a un precio que apenas supera el euro por litro más de veinticuatro millones de hectolitros para eludir medidas de intervención en el mercado tan dolorosas como la destilación obligatoria que el sector tuvo que acordar con el Magrama ante los momentos tan difíciles que atravesaba con precios en picado; y en la que solo la incapacidad financiera del Ministerio le obligó a mantenerse firme en su propósito de que fuera el propio sector el que se autorregulara.

Recuperar el consumo interno más que un objetivo, parece una necesidad para la supervivencia. Pero una necesidad que no es nueva, que llevamos sufriendo muchos lustros y de la que llevamos viendo venir sus consecuencias desde hace más tiempo todavía. Y hemos sido incapaces de hacer nada cuando había recursos y apoyos institucionales para hacerlo.

Ahora tenemos una nueva herramienta para intentar sacar adelante esta tarea. ¿Tendremos suficiente paciencia para mantenernos firmes en el objetivo y el camino que nos marquemos? ¿Habrá suficientes recursos para hacer frente al coste que suponga? ¿Los personalismos darán paso al sentimiento de colectividad y bien común?

Por nuestro propio bien, espero que sí. Quiero pensar que hemos tocado fondo, que no podemos caer más abajo y que a partir de aquí solo queda mejorar. Dejémosles trabajar y mantengamos una crítica constructiva. Es lo que se nos exige a los demás.