2012-13, una campaña curiosa

Quizá sea un tanto exagerado calificar lo sucedido durante esta campaña 2012-13 con los precios de los vinos como de histórico. Pero ni los valores alcanzados y que han superado con ámpliamente los seis euros por hectogrado para los vinos blancos; ni el hecho de que el tinto estuviera, prácticamente desde el inicio de la campaña por debajo del blanco; ni la verticalidad con la que subieron y posteriormente han bajado. Son cuestiones que deberíamos ignorar y admitir que hemos asistido en esta campaña a una situación que difícilmente volveremos a ver en los próximos años.

Deberíamos remontarnos a campañas anteriores, con producciones más o menos estabilizadas en el entorno de los cuarenta millones de hectolitros en España, pero también ligeramente reducidas con respecto a sus volúmenes habituales en Francia e Italia, para entender que las existencias con las iniciáramos esta vendimia fueran notablemente más cortas de lo habitual. O que las previsiones que se tuvieran para esta vendimia unánimes impresiones a la hora de calibrar el volumen como inferior a esa cosecha media a la que hacía referencia.

Menos existencias iniciales, con menos producción y un consumo “mundial” al alza, tuvieron como resultado lo que era de esperar: un alto nerviosismo en la producción que no veía más alternativa a la subida de los precios de las uvas para abastecerse de aquella cantidad de producción que le permitiera hacer frente previsiones.

Uvas al alza con incrementos que superaban el cincuenta por ciento, no tardaron en tener su traslación natural en los mostos y los vinos, dando lugar a otra situación curiosa (y es que este año hemos ido de “curiosidad” en “curiosidad”), que aquellos vinos tradicionalmente de menor precio fueran los que mayores aumentos tuvieron, en contra de los más valorizados que vieron como sus cotizaciones apenas sí crecían para compensar el incremento de los costes generales. Provocando que aquellas bodegas que tenían contratos firmados con grandes cadenas de distribución a precio fijado y que coinciden con aquellas que mayores inversiones han hecho en estos años atrás por abrirse un hueco en el mercado con su propia marca y crearse así un cierto valor añadido en su producto, fueran las que peor lo pasaran. Mientras los que basan su negocio en la comercialización de vinos a granel de bajo valor añadido fueran los que subiéndose a esa ola de altos precios, aprovecharan mejor el fuerte oleaje.

Pero todo esto había que pagarlo y para ello era necesario no solo vender los productos elaboradores, básico, sino que además había que encontrar la financiación necesaria para poder hacerlo. Y aquí ya comenzamos a comprobar que todo no iba a ser tan sencillo. Que las entidades de crédito españolas no andaban sobradas de capital con el que financiar a nuestras bodegas y que muchas operaciones deberían ser firmadas sin las suficientes garantías de retirada y plazo que asegurasen el cumplimiento de los contratos.

Y entre tanto llegó el invierno con intensas lluvias que paliaban la cruenta sequía que nos llevó a una cosecha tan corta. Y luego la primavera, en la que siguió lloviendo y empapando una tierra que daba muestras de saturación. Y con ellas, al fin, allá por el mes de abril, la publicación de las Declaraciones de Producción, con cuyos datos pudimos comprobar que las cosechas no habían sido tan cortas como se estimó, ni las previsiones de la cosecha 2013-14 nos permitirían olvidarnos de los excedentes y tener que volver a enfrentarnos a producciones por encima de las utilizaciones previsibles.

Y como si con todo esto no tuviéramos bastante llegaron los “chinos”, esos mismos que calificamos como los “salvadores” del sector porque son muchos y a poco que aumenten su consumo no habrá vino suficiente con el que aplacar su sed. Y decidieron que para una barrera (la que le pusimos a sus paneles solares), otra; y escogieron al sector vitivinícola. Por qué, pues seguramente porque los millones de euros que supone un sector y otro, son difícilmente comparables y por lo tanto achacables a una “represalia”, porque es un sector en alza en el que todos los países productores tienen sus ojos puestos, o porque en los países productores europeos la vitivinicultura tiene un peso social que va mucho más allá de lo que económicamente pueda representar y con muy poco valor pueda generar mucho desgaste político a sus dirigentes.

El caso es que a los casi cinco millones de hectolitros de exportaciones que llevamos perdidos desde que comenzó todo este asunto de los precios de las uvas, y los mostos, y los vinos, y… ahora nos enfrentamos a un sector que recupera su capacidad productiva, con mucha mayor fortaleza al ir entrando en producción miles de hectáreas reestructuradas que duplican y triplican rendimientos pasados y un mercado que nuestros altos precios han erosionado gravemente.

Se cumplieron las amenazas

Hasta ahora, el asunto de China cabía la posibilidad de que se tratara de una mera rabieta ante la reacción de la Unión Europea, más exactamente por la presión ejercida por Alemania para aumentar las cargas a las placas solares provenientes del gigante asiático. Lamentablemente, desde el 1 de julio, esas amenazas se han convertido en una realidad con el anuncio a la Delegación de la Unión Europea del inicio oficial de las investigaciones anti-dumping y anti-subvención contra los vinos comunitarios.

Cuestión nada desdeñable. No tanto por lo que pueda suponer el volumen exportado por España a ese país asiático, que durante el pasado año fue de 691.974 hectolitros, apenas un 3,4% del total exportado, y que en los primeros cuatro meses de 2013 apenas si supera los ciento sesenta y dos mil hectolitros, con una caída sobre el mismo periodo del año anterior del 36,1%, según información publicada por La Semana Vitivinícola. Como por lo que pudiera representar en el conjunto de la Unión Europea, especialmente en países como Francia con un volumen exportado en 2012 de 1,4 millones de hectolitros o Italia con trescientos veinticinco mil hectolitros; de los que una buena parte de ese vino es de origen español.

Tampoco es poca cosa el esfuerzo administrativo y económico que esta batalla va a suponerle a las empresas y operadores que exportan, que deberán registrarse como partes interesadas y demostrar su voluntad de cooperar, cumplimentando y enviando una serie de formularios, en chino y contando con un representante legal. Sin olvidar los cuantiosos emolumentos que los despachos de abogados pasarán a las bodegas y operadores implicados. Medidas preventivas todas ellas ante la posibilidad de que acaben siendo condenadas y se les impongan tasas más elevadas. Iniciativa que ha comandado la FEV

Esto supone un torpedo en toda la línea de flotación del modelo vitivinícola europeo y al que la recién aprobada PAC ha dado su visto bueno para los próximos siete años. Cuestión que nos debería servir para hacernos reflexionar sobre posible planes 2020 y el modelo europeo al que deberemos ir en un mercado internacional cada vez más abierto.

Con muchas dudas

Si podemos fiarnos del Gobierno y confiar en que cumplan, nuestras bodegas pueden respirar tranquilas, ya que los procedimientos de circulación de productos objeto de los impuestos especiales (II.EE.), con documento administrativo electrónico (e-DA) en el ámbito territorial interno, quedan aplazados al 1 de enero de 2014.

El  27 de junio, tres días antes de finalizara el plazo, colgaba en su su web un borrador de modificación del Real Decreto 1715/2012 por el que el que el Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas, que dirige el señor Cristóbal Montoro, prorroga el plazo de entrada en vigor de los EMCS.

¿Generosidad de la Administración? No, más bien ineficacia. Ya que el retraso en la puesta en marcha del entorno informático ha dificultado la adaptación de las aplicaciones informáticas que deberían permitir cumplir con esta obligación.

Considerando las elevadas sanciones previstas en el RD 1715/2012 para el incumplimiento de la puesta en marcha del EMCS, hay miles de pequeñas bodegas españolas que veían llegar el 1 de julio sin haber tenido la posibilidad de adaptarse al cumplimiento de esta norma; y sin ninguna información sobre la prórroga de su entrada en vigor, con el consiguiente problema que les está suponiendo el tener que hacer las cosas mal y rápido.

Como si vender no fuera ya suficiente quebradero de cabeza para las bodegas, que no hay día que no despierten con algún sobresalto, como el que ahora afecta a las exportaciones de vino a Estados Unidos. Un mercado cuyas autoridades están rechazando algunos de nuestros vinos, alegando que contienen trazas de determinados plaguicidas no autorizados en EE.UU. Parece que la Unión Europea ha tomado cartas en el asunto y está intentando encontrar una solución favorable, aprovechando las negociaciones abiertas en el marco del Acuerdo de Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI), que se inician el próximo 8 de julio, y que ha sido definido como el mayor acuerdo comercial bilateral de la historia entre EE.UU. y la UE.

Pacto en el que deberán ser abordadas reducciones arancelarias, tasas, medidas antidumping y compensatorias y las

 de salvaguardia; pero también temas más espinosos como el que hace referencia a la protección de las indicaciones geográficas

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Claras muestras de agotamiento

La falta de formalidad en algunas operaciones, no todas de escasa trascendencia dado el volumen comprometido, está llevando a muchas de las bodegas, que tan solo hace unos meses se las prometían muy felices, a tener que enfrentarse a un serio problema de existencias de cara a la próxima campaña.

Quizá no podamos (ni sea prudente) decir si el porcentaje será del cinco o del veinte, pero desde Sevi estamos por asegurar que, salvo hecatombe, el volumen será superior al obtenido el pasado año.

Ni cosecha, ni precios, ni operaciones, ni exportaciones; frenan el nerviosismo que parece comenzar a dominar a algunos elaboradores.

Es verdad que en condiciones como las de hace cinco o seis años, el volumen de vino con el que podría iniciarse la campaña 2013/14 no sería preocupante. Pero en la actualidad, con los importantes problemas de liquidez a los que deben hacer frente los compradores, cualquier pequeño soplo en la oreja se convierte en un angustioso problema capaz de originar un tornado de malas noticias en un paciente cuyo estado de salud no pasa por los mejores momentos.

Hasta donde yo me atrevería a decir, ni cuando el precio de los vinos superaba las mil pesetas por hectogrado y las bodegas se negaban a escuchar cualquier oferta que no fuera en esta línea; ni ahora, cuando los tenedores de vino no encuentran quién los atienda y se interese por sus vinos, el volumen lo justificaba. Pero es lo que tiene un sector que está acostumbrado a funcionar por impulsos y que va dando bandazos a tenor de quién “domina” la situación.

Precios y, más que guarismos, posiciones de total intransigencia, como las mantenidas por algunos productores, han llevado a las bodegas exportadoras y envasadoras a situaciones económicas muy comprometidas. Que, en algunos casos, consiguieron soslayar con la importación de países tan atípicos, por lo poco frecuentes de sus exportaciones a España, como Chile o Sudáfrica. Pero que en otros muchos tuvieron que asumir contra su cuenta de resultados o, sencillamente, perder clientes ante la imposibilidad de conseguir tener unos números asumibles.

Les quedan seis meses para compensar esas pérdidas y hacer que los números del ejercicio salgan. Y no parecen dispuestos a perder ese tren.

A lo más a lo que podemos aspirar los que no estamos ni a un lado ni en el otro de este río desbocado y contemplamos la situación desde lo alto de un puente, es a confiar en que el agua no acabe llevándose por delante el puente. Que cada uno aguante la parte del problema que han generado y que todos aprendamos algo de esta situación. Pero lejos de rencores y revanchas.

Un desplazamiento peligroso

Durante esta campaña estamos disfrutando a un equilibrio casi perfecto entre producción (252 millones de hectolitros) y consumo (243Mhl) a nivel mundial (según los datos del informe estadístico 2013 de la OIV, presentado recientemente), lo que ha propiciado un importante aumento en las cotizaciones, como es fácilmente comprobable con las cotizaciones que publica Sevi.

Estabilidad que poco a poco, y con la mirada ya puesta en la próxima cosecha, va diluyéndose, devolviendo los precios a niveles “más normales” para nuestro mercado que, especialmente, permitan afrontar la vendimia con costes asumibles por el mercado. De manera transcendental en el exterior, en el que vendemos más del doble de lo que consumimos dentro, y que cuya actividad exportadora se ha visto fuertemente afectada por estos altos precios t ay como se desprende de la información publicada en Sevi.

Aunque no solo los precios están alterando nuestras ventas exteriores, también represalias comerciales como la llevada a cabo por el gigante chino quien, en respuesta a las medidas provisionales adoptadas contra sus placas solares en Europa, ha decidido frenar las importaciones de vino con origen europeo alegando prácticas de dumping y subsidios ilegales. Situación que aunque todavía tardará unos meses en poder ser aplicada, podría suponer un importante problema para un buen número de nuestras bodegas, que han visto en este país un destino en el que colocar una parte importante de sus vinos de bajo precio, especialmente graneles.

La reacción de la Unión Europea no se ha hecho esperar, pero teniendo en cuenta los antecedentes en este tipo de conflictos, y la rapidez con la que actúa la UE y los diferentes intereses que debe defender –y no todos coincidentes-, es de esperar alguna consecuencia.

Un buen ejemplo de este buen hacer comunitario podría ser lo que está sucediendo con los derechos de plantación, asunto al que el sector asiste atónito a interminables discusiones sobre porcentajes de autorizaciones nacionales y plazos que, sin quitarle un ápice de la importancia que tienen, desvían bastante la mirada sobre el que a mi juicio es el “gran problema” al que deberíamos enfrentarnos: el desplazamiento del consumo hacia fuera de la Unión Europea. Al que estamos combatiendo con grandes cantidades de dinero, incentivando a nuestras bodegas a cubrir esas demandas justificando que es la única posibilidad de supervivencia que tienen, pero obviando todo aquello que va detrás del consumo, como es la producción, control de mercado, dominio de los precios, manejo de la distribución,… por no hablar de aquellas de la tercera ola de consecuencias relacionadas con el medio ambiente, despoblación de áreas rurales y pérdida de tejido productivo.

Adaptarse o morir

Ya comprendo que cada Denominación de Origen o colectividad es muy libre de elegir cuáles son las reglas con las que quiere jugar en el mercado; y sus empresas de acatarlas y adherirse a ellas. El problema viene cuando muchas de esas normas tienen su propia razón de ser en argumentos denostados y trastocados.
No vamos a descubrir nada nuevo si les digo que el vitivinícola puede ser uno de los sectores productivos en los que los cambios son más difíciles de realizar, precisamente por la gran carga de tradicionalidad que lleva implícita el propio vino. Aunque, a lo mejor, sí podría hacerlo si les digo que mientras nosotros seguimos mirándonos el ombligo, nuestros competidores se adaptan a los gustos y demandas de los consumidores. Pero tampoco esto es novedad. No al menos en estas páginas.
En las más de doscientas páginas que siguen a esta, van a tener ocasión de estudiar con detalle lo que ha sucedido con nuestro mercado exterior, sabrán cómo han evolucionado nuestras exportaciones por Denominaciones de Origen, pero también tendrán una visión más generalizada del conjunto que complementa a la perfección el caso particular de cada país de destino.
Si analizan con un poco de detalle una mínima parte de la información que les facilitamos en este número comprobarán que la situación va desde tipos de vino y mercados en los que apenas ha habido cambios con respecto a lo que ha venido sucediendo en años anteriores, a aquellos otros en los que prácticamente lo hemos perdido todo.
Desafortunadamente todavía hoy la gran mayoría de nuestras ventas son de vino a granel, por lo que hablar de presentaciones o tipos de envases podría sonarnos extraño o demasiado lejano. Pero algún día sustituiremos esa cisterna o contenedor por un envase con su presentación propia de la marca, generaremos valor añadido en el producto que nos permita la fidelización de los consumidores.
Los mercados evolucionan muy deprisa, las realidades de hoy son pasado en apenas cinco años. La distribución y canales de venta del vino pueden ser un buen ejemplo de lo que les estoy diciendo. Pero nosotros seguimos empeñados en manejar organizaciones con estructuras pesadas y excesivamente burocratizadas.

Mirando al mercado

Les aseguro que mi último comentario sobre la demora con la que aparecen las estadísticas en nuestro país no ha tenido nada que ver con la publicación, el pasado lunes 15, por parte del Fega de las declaraciones de producción de la campaña 2012/13. Me gustaría decir que sí, que desde el Ministerio se nos lee (algo que sí podemos afirmar con rotundidad) y se nos escucha (lo que sin duda estaría mucho más cerca de la soberbia que de la realidad). Pero no, esto no ha sido más que una pura coincidencia que nos permite disponer de una cifra que va más allá de rumores y comentarios.
¿Sirve de mucho a estas alturas de campaña tener el “primer” dato oficial de la cosecha que se inició el 1 de agosto (hace ocho meses y medio)?
A esa pregunta mejor no voy a responder y si hay alguien a quien desde el Ministerio escuchen, o desde las comunidades autónomas, o delegaciones de agricultura, que también ellos tienen una buen parte de responsabilidad en este tema; pues si quiere hacerlo, que lo haga. Que exijan de una vez disponer de información fidedigna y actualizada de la situación de las cosechas que les permita planificar campañas y establecer precios acordes al mercado.
El caso es que la cosecha ha sido de 30.391.216,14 hectolitros de vino y 3.850.011,87 de mosto; lo que representa una pérdida con respecto a la declaración del año anterior del 6,37% y 18,77% respectivamente. Merma que, sin duda importante, no explicaría por sí misma el aumento que experimentaron los precios de las uvas que se incrementaban día a día, de los mostos o de los vinos. Para lo que tendríamos que considerar otros factores, a mi entender mucho más importantes, como serían lo sucedido con las cosechas de los países de nuestro entorno en aquellos momentos o los del hemisferio sur en estas últimas semanas.
¿Qué va a pasar a partir de ahora? Pues, muy posiblemente, lo mismo que si no hubiésemos tenido esta información hasta dentro de un tiempo. Que el sector irá amoldando sus cotizaciones a las condiciones del mercado e intentará aliviar parte de las pérdidas que cotizaciones anteriores, imposibles de repercutir en los productos envasados, les han obligado a soportar en sus estrechos márgenes.
Ya que mucho más importante que lo que ésta sucediendo en nuestro país, o incluso en los países de nuestro entorno geográfico, es lo que está ocurriendo en Argentina o Chile, donde los precios de las uvas han caído una media del 30% en Argentina y del 23% en Chile. Pero más destacable resulta el precio de sus vinos que van desde los 2,71 €/hgdo del vino País, a los 5,09 €/hgdo de los Cabernet Sauvignon, los 4,44 €/hgdo de los Semillón o los 3,05 €/hgdo de los tintos genéricos.
Cotizaciones que podrían ayudar a entender mejor lo que está sucediendo con los precios de nuestros vinos y el cumplimiento de los contratos: unos cayendo y otros viéndose incumplidos. Pues aunque preguntadas las bodegas no son tantos los plazos de retirada y pago que no están viéndose satisfechos; y menos todavía las partidas que restan en las bodegas disponibles para su venta, la sensación que tiene, al menos una parte de la demanda, es que esta situación puede estar sosteniéndose de una forma artificial y que, más tarde o temprano, las cotizaciones deberán ir al entorno de los cuatro euros por hectogrado para el tinto y sobre los cuatro cincuenta para los blancos. Precios que ya en alguna operación es posible encontrar, pero que, de momento, sigue resultando conveniente no dar por generalizados.
Sin duda, habrá que esperar próximos acontecimiento y estar muy pendiente del mercado, ya que se avecinan tiempos en los que nos tengamos que arrepentir de algunas cosas que nos han hecho perder mercado externo sin ganar valor. Aunque, de momento, el precio unitario del vino haya crecido de manera espectacular.

El sector, un poco más allá de esta campaña

Doctores tiene la Iglesia, y sesudos expertos el sector (casi tantos como bodegas), por lo que no vamos a descubrir ahora que la subida de los precios tendría una repercusión, más o menos acorde a la importancia del aumento, en las cifras de exportación. Como tampoco que gracias a la reducida cosecha de Francia o Italia, principalmente, ha sido posible sostener esas exportaciones y que sus repercusiones sobre el valor y volumen han resultado menos perjudiciales de lo que en un principio cabría esperar, vista la virulencia con la que se ha producido.

Datos que, a pesar de lo que podamos pensar a tenor de las declaraciones de algunos importantes bodegueros, preocupan menos que el simple hecho de simplemente imaginarse la posibilidad de que después de haber comprometido una parte importante de las compras para esta campaña, sufrieran un derrumbe sus cotizaciones que pusiera en jaque esas operaciones.

Incluso el simple hecho de tener que hacer frente a las necesidades de financiación de las bodegas llegada la fecha de retirada ya supone un problema que cada una está solucionando como sus arcas le permiten y dando cumplimiento a los contratos en un grado que podríamos calificar de bastante aceptable.

Quizá sea porque Argentina o Chile, países a los que se mira como posible punto de procedencia de esa producción alternativa no lo están siendo tanto hasta ahora y Brasil o Sudáfrica cuentan con unas producciones muy limitadas.

Sabemos que nuestro futuro, pero especialmente nuestro presente, pasa sí o sí por el mercado exterior, por el mantenimiento de las cuotas de exportación alcanzadas en estos últimos años y por el aumento de unos precios que nos sitúan a la cola del vagón de cola de los países productores. Llevamos muchos años haciendo grandes esfuerzos por conseguir mejorar la imagen de nuestros vinos en los mercados internacionales, por trasladar graneles con escaso valor añadido y reducida fidelización en el consumidor, hacia embotellados con mayor margen y conocimiento por parte del comprador; invirtiendo enormes cantidades de dinero que no podíamos ni imaginar fuéramos capaces de hacer en esta tarea. Y, sencillamente, no podemos permitir que se vaya todo al garete porque los precios en origen se disparen y hagan insostenible los mercados. Con un claro ejemplo en Rusia.

Cuidado con lanzar las campanas al vuelo

Si de algo podemos presumir desde este sector, es de exportar. Unas veces por miras de futuro y, otras más, por necesidad, la verdad es que las bodegas españolas llevan muchos años dedicando grandes esfuerzos, de todo tipo, a abrir nuevos mercados y consolidar los ya existentes.

Por primera vez en la historia, durante el primer trimestre de este año nuestro saldo comercial general (diferencia entre los bienes y servicios que vendemos y los que compramos) ha registrado un dato positivo de 600 millones de euros. Consolidando así las previsiones formuladas por la Comisión Europea, en el pasado mes de febrero, en el que le auguraba a nuestro país ocupar la cabeza en el crecimiento de sus exportaciones, dando por válidas las previsiones del Ejecutivo que prevé este año se cierre con un saldo positivo.

Dicho así no parecería una mala noticia, si no fuera porque frente al aumento de la competitividad de nuestras empresas, que les ha permitido aguantar el chaparrón mucho mejor que Francia (-2,3%) o Reino Unido (-3,1%) en febrero (los datos de marzo no se conocerán hasta el viernes), se encuentra la caída del consumo e inversión de nuestras mercantiles.

Las cifras de nuestras exportaciones ponen en evidencia el gran esfuerzo realizado por el conjunto del sector, pero no solo eso. También sacan al aire algunas de nuestras miserias, como la gran rigidez de los mercados ante el crecimiento de los precios y que ha provocado un descenso notable en su volumen.

Dejando a un lado cuestiones de índole macroeconómico, convendría no olvidar que no es lo mismo productividad que competitividad, o que los datos de crecimiento no siempre son positivos, especialmente si estos encuentran su razón de ser en la caída del consumo interno.

Ya sé que dicho bajo este panorama puede sonar un tanto cicatero, pero es que es fundamental recuperar el consumo interno, de vino y de los demás bienes y servicios. Los aires que hoy nos son favorables pueden volverse contra nosotros y no podemos olvidarnos de que nuestro futuro está en los jóvenes y que estos necesitan una educación y formación en el consumo, también de vino.

Más allá de los simples datos

Después de lo que sucedió en enero y vista la situación de los mercados, a bien pocos habrán sorprendido los últimos datos de nuestro comercio exterior, referidos al mes de febrero y hechos públicos días atrás por el Observatorio Español del Mercado del Vino. Y digo poco, pues si en el mes de enero el volumen de nuestras exportaciones disminuía en un 27,9%, en febrero esa caída se situaba en el 15,6% para el total de productos vitícolas (incluyendo mostos y vinagres), elevándose el precio medio hasta 1,37 euros/litro (+33,7%).

Aunque, en mi opinión, el problema no está tanto en lo que sucede con el volumen, valor o precio medio, como en la situación de lo que está pasando destino por destino. Sabemos, porque lo hemos dicho muchas veces y demostrado otras tantas, que una parte importantísima de nuestras exportaciones van a Francia e Italia a granel y sin marca, para ser reexpedidas desee allí a los mercados con sus propias marcas.

Lo que ya no sé si es tan conocido es lo que en algunos de los mercados emergentes está sucediendo con nuestras exportaciones y que, a mi entender, es mucho más preocupante. No nos puede traer al pairo que en Rusia hayamos perdido en lo que llevamos de año (dos meses) el 69,1%, o que en China ese porcentaje sea del casi cincuenta y siete por ciento. Por más que Estados Unidos, destino estrella de nuestros vinos, la pérdida solo represente un cinco por ciento menos.

Vista semejante falta de elasticidad en la curva de demanda, convendría preguntarse por la rentabilidad de nuestro sector. Pues si resulta que cuando el precio de la materia prima hace rentable una explotación, el precio al que se coloca el producto acabado (vino) en el mercado es mal digerido por los compradores que se muestran reacios a pagar semejantes cotizaciones; habrá que plantearse si somos capaces de producir más barato. Y para ello solo se me ocurren dos caminos: o bajamos los costes, a saber, tratamientos, cuidados del viñedo, vendimia,… y poco más; o aumentamos la producción para que en ratio disminuya. ¿Es posible?

Lo que me lleva de cabeza a dos asuntos de gran relevancia, por un lado la insuficiente asistencia al 8º Encuentro Enológico que organizó la Fundación para la Cultura del Vino y que tenía por objeto analizar la mejora de la rentabilidad de los cultivos mediante la viticultura de precisión, ya que la sala tendría que haber estado abarrotada, resultando insuficientes el más de un centenar de asistentes.

Y el otro, y más importante en el plazo inmediato, la importante bajada de temperaturas que hemos padecido durante el pasado fin de semana, que viene a suponer un nuevo quebradero de cabeza para nuestros viticultores.