Mucho más que una vendimia

En condiciones normales, a estas alturas, toda nuestra atención debería estar focalizada en conocer, con el máximo detalle posible, las diferentes estimaciones de producción que están manejando los operadores sectoriales, tanto a nivel nacional como internacional. Y estaríamos calibrando, en función de ellas, las posibilidades de nuestros mostos y vinos, para poder planificar la campaña y establecer si aumentar precios o, por el contrario, asumir una rebaja en los mismos. Aunque ella llevara aparejadas las consabidas protestas de los viticultores ante la imposibilidad de poder soportar, otro año más, precios para las uvas que consideran se encuentran por debajo de los propios costes de producción.

Discrepancias que apenas se dan cuando nos referimos al otro gran parámetro, la calidad. Que, en términos generales, calificaríamos de muy bueno. Aunque no haya estado la campaña exenta de las dificultades propias de una climatología caprichosa y cambiante, con ciclos más cortos que ha ocasionado un adelanto generalizado de entre siete y diez días con respecto al año anterior. O la proliferación de brotes de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu, en prácticamente todas las regiones. Adversidades superadas exitosamente gracias al buen hacer de nuestros excelsos viticultores.

Pero es que este año 2020 es de todo menos normal. ¿O no?

Porque cada vez tengo más la impresión de que este virus ha venido para quedarse y formar parte de nuestras vidas durante mucho tiempo. Haciendo necesario asumir que, si bien los diferentes grados de virulencia y expansión dependerán en buena medida de nuestra capacidad de controlarlo, nuestra incapacidad para erradicarlo en el medio plazo, al igual que ya sucede con la gripe o el Sars, resulta palmaria.

Esto ha supuesto un cambio de escenario en el que se desarrolla el comercio mundial y sus consecuencias pueden ser mucho más profundas de lo inicialmente previsto.

Vamos a suponer, siendo muy optimistas que debamos restringir durante varios trimestres, hasta que llegue la vacuna, nuestras reuniones sociales, no ya solo las referidas al ámbito extradoméstico sino incluso también las que tengan lugar en nuestros hogares. Ello tendrá un efecto negativo sobre el consumo mundial de vino. Su reducción nos obligará a plantearnos diferentes escenarios posibles, en función de cuales sean las características de nuestros elaborados, sus precios, canales de distribución, incluso imagen país que tengamos, etc. Y aunque a algunos este cambio les pudiera resultar muy beneficioso, sin duda habrá otros que acabarán viéndose obligados a desaparecer y su producción absorbida en parte por los supervivientes y otra definitivamente eliminada.

Mientras conseguimos adaptarnos a esta “nueva normalidad” el sector, al igual que todos, va a sufrir y la iniciativa sobre cómo queremos abordarla, qué queremos ser, en qué etapas y con qué herramientas conseguirlo (lo que viene a ser un Plan Estratégico) debería preocuparnos mucho más de lo que, aparentemente lo está haciendo.

Ni la Unión Europea, ni el MAPA saldrán en nuestro auxilio, más allá de pequeñas actuaciones puntuales como destilaciones, vendimia en verde o inmovilizaciones. Claramente muy convenientes, pero totalmente insuficientes y que deberán ser financiadas con unos fondos sectoriales que originalmente estaban pensados para abordar medidas estructurales como reconversión o reestructuración de viñedo, inversiones o promoción.

Entender que la respuesta debe surgir y desarrollarse por el propio sector se plantea como un primer paso que va mucho más allá de volúmenes y precios de una campaña que, por otra parte, presenta un gran número de interrogantes sobre su evolución ante un panorama mundial nunca antes dado.

43-44 Mhl que pasan a un segundo plano

Realizar una estimación de cosecha nunca es fácil. Hacerlo en los primeros compases, cuando poquísimas zonas han comenzado, y lo han hecho con sus variedades minoritarias, lo hace todavía más complicado. Pero, podríamos decir que, junto con las tormentas típicas de verano, olas de calor o episodios de granizo; agentes todos posibles y probables, son condiciones sobre las que se puede comenzar a trabajar en la elaboración de una horquilla en la que situar los millones de hectolitros que elaborarán nuestras bodegas en la vendimia 2020. Cosa bien diferente es la repercusión que sobre la misma vaya a tener la medida de cosecha en verde aprobada por el Ministerio y cuya dotación de diez millones de euros debe servir para restar la producción de casi mil novecientas hectáreas. Circunstancia a la que nadie hace referencia específicamente y, por consiguiente, deberemos asumir que se encuentra ya descontada en la estimación publicada.

Una de las más esperadas, es la de las Cooperativas Agro-alimentarias de España, la cual hacía pública su primera estimación de cosecha el pasado jueves, cifrándola entre los 43 y los 44 millones de hectolitros. Castilla-La Mancha es la que mejores perspectivas presenta gracias a la ausencia de heladas y lluvias al inicio de la brotación con un incremento que podría superar el 25% respecto al año pasado; y las que peor lo han pasado: Cataluña y Extremadura, donde las altas temperaturas y enfermedades criptogámicas como mildiu y oídio pueden provocar una reducción muy marcada sobre lo cosechado en 2019.

Y es que la presencia de estos hongos está llevando a maltraer a nuestros viticultores, pues si, en la mayoría de los años pasan sin pena ni gloria, ya que los fungicidas presentan una buena eficacia para luchar contra ellos. Cada cierto tiempo, se convierten en un verdadero quebradero de cabeza, por su resistencia o los constantes episodios de lluvias, que arrastran los tratamientos anteriores. Lo que, a diferencia de la piedra, cuyo grado de incidencia en el conjunto de la cosecha es apenas relevante, acaba afectando a grandes extensiones de viñedo y su incidencia sobre el volumen de la cosecha y su calidad puede llegar a ser importante.

Circunstancia esta que ha llevado a la organización agraria Unión de Uniones, a solicitar a Agroseguro y Enesa la inclusión de este riego en los asegurables en toda España. Puesto que los viticultores de Galicia, Castilla y León, Cataluña y La Rioja, se ven fuertemente perjudicados en campañas como estas al no tener la posibilidad de asegurarlo.

Pero, como era de esperar, no solo la climatología y la lucha contra las enfermedades y patologías, a las que, a las anteriormente mencionadas, hay que añadir: polilla, o botrytis como más importantes, puede dar al traste con estas previsiones. En esta campaña, hay que añadir un nuevo agente que tiene forma de virus y está dispuesto a cambiarnos la vida y la forma de trabajar.

Como los protocolos que en todas la regiones y ayuntamientos se han impuesto para las condiciones de estancia y trabajo de los miles de temporeros que llegan a nuestro país para la vendimia. A las frecuentes revisiones de la inspección de trabajo, este año se les unirán las propias de las condiciones sanitarias y medidas adoptadas para evitar los focos de rebrote.

Se les exigirán análisis PCR, vigilarán las condiciones de habitabilidad, e incluso se les facilitarán albergues en algunas localidades. Se intentarán minimizar los riesgos de contagio conformando “cuadrillas burbujas” que estén compuestas por pocos miembros, estables y, a ser posible, de la misma unidad de convivencia

Pero todo esto va a tener un coste que, todavía hoy, está por ver quién lo va a soportar. Confiemos que, por el bien de todos, no sea el precio de la uva.