Leves caídas en datos macro que deberemos seguir con atención

El segundo avance de las Cuentas Económicas del Sector Agrario (CEA) que elabora el Ministerio de Agricultura, correspondiente a 31 de diciembre de 2024, incrementa el valor bruto de la producción en origen de vino y mosto del pasado año (campaña 2024/25), hasta los 1.353,9 millones de euros. Cifras que reflejan el valor bruto inicial a precios básicos corrientes de la producción de vino y mosto por las explotaciones vitivinícolas, desde la entrada de la cosecha de uva en bodega hasta la primera venta, mayormente a granel y sin incorporar más valor añadido.

Valores que nos situarían un 17,6% y 202,2 millones por encima de 2023/24. Y que encontrarían su explicación, básicamente, en el aumento de la producción vitivinícola en la pasada campaña, que, según los últimos datos estadísticos del MAPA (a 30 de noviembre de 2024), quedaría en poco más de 36,9 millones de hectolitros, frente a los casi 32,4 Mhl de la precedente. No obstante, con unos precios unitarios pagados en origen (salida de bodega a granel) a precios básicos (percibidos por el agricultor, al que se añaden en su caso las subvenciones directas al producto y se le restan los impuestos al producto y el IVA) que descienden un 3,8% respecto a la campaña precedente.

Datos que vendrían a corroborar la evolución de un mercado en el que las transacciones comerciales han evolucionado con cierta pesadez. Con volúmenes reducidos y precios muy contenidos, especialmente si nos referimos a los vinos tintos. Si bien es de destacar la recuperación que en estas últimas semanas están experimentando en cuanto a su valor.

Otro apunte que vendría a avalar esta errática evolución la podríamos encontrar en la cifra de consumo aparente del mes de febrero, último dato disponible del Infovi y que lo sitúa en 9.732.446 hectolitros, rompiendo la tendencia alcista de los últimos meses menos, aunque apenas represente un -0.16% sobre el del mismo mes del año anterior y un 1,52% si lo comparamos con el mes de enero. Cifra que, de momento, carece de importancia. Habrá que esperar a conocer la evolución de los meses venideros para poder sacar conclusiones sobre si esta pérdida de consumo se debe a los ajustes naturales de cualquier mercado o responde a cuestiones de desconfianza y temor a la posible caída del consumo mundial que provocaría la entrada en recesión de un gran número de las principales economías mundial por la guerra arancelaria iniciada por la Administración Trump.

Respeto, generosidad, colectividad…

Nada hay peor para la economía que la incertidumbre. Y, aunque es peligroso aseverar tajantemente cualquier cosa, creo que, hablando en términos económicos, es posible hacerlo. Por más que quien haya tomado la iniciativa de hacer volar los puentes y generar el caos en la economía mundial haya sido el presidente de la que, todavía hoy, es la primera economía del mundo.

Dejando a un lado su evidente falta de “saber estar” y el desprecio con el que trata al resto de mandatarios mundiales. Resulta mucho más preocupante sus delirios de grandeza que le llevan a tomar decisiones, cuyas consecuencias hubieran sido fácilmente cuestionables si las hubiera llegado a analizar con la profundidad que su cargo requeriría.

Actuar como el “matón de la clase” (una figura en la que el poder físico rara vez va de la mano con el intelectual) supone imponerse por la fuerza y sembrar el miedo. Pero nunca es una solución válida, ni desde el punto de vista moral ni desde el práctico. Porque tarde o temprano alguien encontrará la manera de que ese poder se vuelva en su contra. Pero, mientras tanto, siembra el pánico, genera zozobra y resta capacidad de evolución necesaria para el desarrollo.

De esta forma tan zafia y grotesca está desarrollándose la política y, lo que es mucho peor, se está educando a nuestros jóvenes.

Con un acuerdo entre Estados Unidos y el resto de países del mundo (aunque éste sea el mero asentimiento). Esta guerra arancelaria acabará, pero la forma en la que se ha gestionado dejará huella en nuestros jóvenes, no lo olvidemos: los dirigentes del futuro.

Esos mismos a los que desde el sector nos rompemos la cabeza por llegar y hacerles entender que sólo bajo el conocimiento y responsabilidad es posible el consumo y disfrute pleno de una bebida alcohólica como es el vino. A los que intentamos educar en la concienciación de que el consumo de alcohol tiene sus riesgos y que sólo ellos tienen la capacidad del control de lo que beben, para no sobrepasar esa línea, a partir de la que se pierde todo lo que de positivo habían tenido hasta entonces.

Conceptos, los de prudencia y moderación, que se encuentran en las antípodas de cómo están viendo comportarse a los hombres más poderosos del mundo.

En este contexto, que tampoco es que sea nuevo, sino más bien que se ha visto engrandecido por el poder de quien está actuando de esta manera, es posible entender que los políticos, los nuestros, los más cercanos, se hayan perdido el respeto, abandonado la cortesía parlamentaria que exige una mayor inteligencia; propiciando las ideas de “césares” y “salvapatrias”. Imponiendo la crispación ante el consenso.

El vino no va a conseguir parar este declive. No está capacitado para imponer criterios del bien común frente intereses particulares. Ni de devolver la generosidad de quienes más tienen hacia aquellos que más lo necesitan. O imponer el desarrollo frente al dominio.

Están por ver las consecuencias que este nuevo “orden mundial” y esa “geopolítica” nos traigan, pero no será más que un reto al que enfrentarnos y del que saldremos fortalecidos, seguro.

Sin embargo, habrán quedado cicatrices en la sociedad mucho más profundas y que, desde nuestro sector, deberemos seguir trabajando por superar.

Incertidumbre en un escenario inimaginable

Una de las pocas cosas que ha conseguido la Administración Trump, con la imposición de aranceles a la práctica totalidad de los países del mundo, pero también con sus políticas de defensa o participación en organismos internacionales, ha sido generar el pánico, sembrar de incertidumbre el futuro, empobrecernos a todos, asegurar la entrada en recesión de un buen número de las mayores economías del mundo (incluida la suya propia) y un largo etcétera para el que necesitaríamos mucho más que el espacio de esta editorial.

Pero, también ha logrado algo que, quizás ahora sea muy difícil de apreciar y ponderar correctamente, y que podría suponer el revulsivo que la “Vieja Europa” necesita. Con la brusquedad de quien no tiene modales, el Sr. Trump nos ha quitado la venda de los ojos y ha hecho evidente, en apenas dos semanas, nuestra gran dependencia de los demás y la necesidad de cambiarlo.

Acuerdos que se consideraban inviolables han saltado por los aires. La posición política de defensa, hecha añicos y los acuerdos de comercio, pulverizados. Demasiado si no fuera porque no estamos hablando de una novela.

Primero lo fue en el territorio de la defensa y el gasto que a este concepto destinábamos. Luego lo ha sido en el económico y la importancia que, para la gran mayoría de sector, representa el mercado norteamericano. Tampoco nos olvidemos de la política migratoria. Y luego, ¿quién sabe lo que vendrá luego?

El caso es que, más que nunca, se ha puesto en valor la importancia que, desde la Unión Europea, tiene mantenerse unidos y actuar como un Estado. La respuesta en esta primera etapa de la negociación dada por la Comisión ha sido la de tender la mano. Una mano que seguramente será ignorada y menospreciada, pero que, lejos de los desaires, supondrá mantener la esperanza de llegar a un acuerdo que ponga fin a este sinsentido.

Lo que está sucediendo no sólo es importante por ser el país hacia el que todos los productores tienen puestos sus ojos, por ser el que más volumen de vino consume o el que tiene uno de los niveles de precios más atractivos. Lo es porque provocará reajustes en el comercio mundial, confiemos en que contenidos con las negociaciones. Porque traerá la caída del consumo allí, por el aumento de los precios, por más que bodegas, importadores y distribuidores intenten asumir los sobrecostes. Y porque la competitividad de los diferentes países se verá alterada y provocará una reordenación del origen de los elaborados que importan.

Muchas consecuencias para poder prever la política de una Administración a la que sólo sus incondicionales entienden bajo el criterio de una fe ciega.

Estados Unidos impone cambios en el comercio mundial

Tras el anuncio, al cierre de esta edición y parece que firme, por parte de Donald Trump de la imposición de un arancel a los productos de la Unión Europea que entren en EE.UU., entre los que se encontraría el vino, del 20%; es necesario comenzar por comprender que estamos hablando de una situación sobrevenida, no deseable, a la que habrá una respuesta desde la propia UE (aún no sabemos en qué medida). Aunque sí podemos aseverar que este nuevo escenario comportará consecuencias negativas para el sector en el corto plazo (confiemos que no a largo término).

No obstante, haciendo mías las palabras del ministro de Economía, Carlos Cuerpo, también supone que “se abre una ventana de oportunidades” y, añadiría yo, si sabemos jugar bien nuestras cartas. No olvidemos que ya, en su anterior mandato, impuso un arancel del 25% para los vinos, esa vez sólo a franceses y españoles.

Comencemos por decir que, con 33,3 millones de hectolitros, según cifras de la Organización Internacional de la Viña y el Vino relativas a 2023, EE.UU. es el primer país en consumo de vino, por delante de Francia (24,4) e Italia (21,8) y a años luz de España, que apenas alcanza los 9,8 Mhl.

Que, según el informe publicado por la Interprofesional del Vino a través del OEMV, sus importaciones en 2024 alcanzaron los 12,27 Mhl y el valor de las mismas fue de 6.789,9 millones de dólares. Lo que situaría en 5,54 $/litro su precio medio. De los que el 15,31% del volumen fueron espumosos y el 55,78% vinos tranquilos envasados, puesto que los graneles supusieron el 28,25%. Mientras que, en valor, los espumosos representaron un 25,19% y los envasados el 70,51%, con apenas un 3,93% los graneles.

Considerando que el anuncio contempla la imposición arancelaria homogénea al conjunto de la Unión Europea, parece adecuado dedicarle un pequeño párrafo a quienes son los países que mayor presencia tienen en ese mercado.

Italia es el que más vino vende, con 353,9 millones de litros y una facturación de 2.253 M$ a un precio medio de 6,37 $/l. Mientras que es Francia con 177,9 Mltr es el que más factura (2.505 M$) a un precio medio de 14,09 $/l.

Por tipo de vino, podríamos decir que un tercio de lo facturado corresponde a espumosos, ya que para Francia representa el 35,43%, Italia el 30,34% y España 29,82%. No así en volumen, donde, mientras Francia eleva hasta el 75,32% el peso de vinos tranquilos envasados, Italia se queda en un 62,45% y España no alcanza el sesenta (59,44%).

España, dentro de ese gran mercado, ocupa el cuarto puesto por facturación con 391 M$ y el séptimo por volumen con 67,3 Mltr, lo que nos sitúa en tercer lugar por precio medio con 5,81 $/l, muy próximo a los 5,54 $/l de promedio. Siendo el 11,11% del valor de nuestras exportaciones y el 3,56% del volumen.

Especial mención requiere, por lo que pueda haber de debilidad en esa economía, la fuerte caída de las importaciones que se inició en junio del 23 y que durante un año mantuvo la caída en el valor, mientras que el volumen no lo hizo hasta el último trimestre.

Por otra parte, y aunque se le ha acusado de cierta tibieza, al dejar temas importantes sin abordar. El Comisario Hansen parece haberse tomado en serio al sector y, en apenas unos meses, ha presentado su “paquete Vino” con el que confía hacer frente a los retos que tiene el sector. Sin duda, una buena noticia.