Evolución de las vendimias

Ya van quedando pocos lugares donde las tareas de vendimias no vayan tocando a su fin, o lo vayan a hacer en los próximos días.

A pesar de ello, hablar de cuál ha sido el volumen cosechado o la calidad obtenida en sus mostos, se hace harto complicado, ya que la información de la que se dispone es aquella que cada uno ha conseguido ir elaborándose gracias a los medios y contactos con los que cuenta. Superada la primera quincena de octubre el Ministerio de Agricultura sigue sin decir esta boca es mía y permitiendo que el sector deba ir construyéndose sus estrategias comerciales en base a noticias oficiosas y notas de prensa no exentas de intereses particulares.

Insistir sobre el escaso papel que juega en el sector vitivinícola el Ministerio y, lo que todavía es mucho peor, la falta de interés que se demuestra, no nos lleva más que a generarnos mala sangre. Pero dado que es un mal común que afecta a los gobiernos de uno y otro signo político, habiéndose convertido en un mal estructural, la denuncia, y la exigencia de un cambio de actitud aconseja (en mi opinión) insistir hasta conseguir que si no es posible un cambio de actitud, al menos una explicación de esa desidia hacia un sector relevante en la agricultura y la cultura de nuestro país.

Sobrepuestos a esta falta de información oficial y haciendo uso de esa relevancia y respeto que nos proporcionan más de setenta años proporcionando una información fiable y actual del sector, digamos que nos reafirmamos en nuestra estimación de una cosecha cercana a los cuarenta y ocho millones de hectolitros, con incrementos muy importantes en zonas como Ribera del Duero o Rioja, donde las heladas del pasado año dejaron la cosecha en la mínima expresión, o aquellas otras como Castilla-La Mancha donde no solo un periodo de lluvias importante, sino especialmente la entrada en producción de miles de hectáreas con su correspondiente sistema de riego, llevarán la producción por encima de los veinticinco millones de hectolitros.

Volumen que aunque muy alejado de los 53.549.841 hectolitros de la histórica campaña 2013 o de los 35.467.447 de la pasada, supondrá un importante reto en su comercialización y la liquidación que de ella obtengan viticultores y bodegueros.

Los precios, en términos generales, y salvedad hecha de aquellas partidas especiales o provenientes de acuerdos plurianuales, podríamos decir que han descendido en torno a un veinte por ciento en las uvas, incluso algo más si hablamos de mostos. Si a ello le añadimos el descenso entre medio y un grado de los mostos, podríamos concluir que, gracias al aumento productivo, el importe total que percibirán será más o menos el mismo que el del año pasado.

Otra cosa será el que consigan obtener nuestros bodegueros por los vinos ya que considerando el cariz que está tomando el mercado nacional, la falta de operatividad, el descenso en las principales plazas internacionales y la falta de recuperación del consumo mundial permiten pensar en un comercio tremendamente complicado y competitivo para los próximos meses.

Quizá debiéramos plantearnos qué hacer

Más pronto que tarde deberemos abordar el tema de la ordenación del sector de una forma seria, responsable y siendo conscientes de la importancia que ello representa para el futuro de nuestros viticultores y bodegueros. Mantener precios que no permiten obtener una renta digna, es inasumible por un sector que quiera tener una cierta proyección. Solo cuando la viticultura se desarrolla como actividad secundaria a la que se obtiene la renta vital es posible enfrentarnos a esta situación, pero ni es factible desarrollar un sector basándonos en esta estructura productiva, ni imaginable que el relevo generacional no lleve parejo una profesionalización del sector que acabe con estas aberraciones comerciales.

Para cuando esta situación se haya dado la vuelta, será imposible mantener los actuales precios de las uvas en una parte muy importante de nuestra producción, los vinos deberán ser exportados a precios muy encima de lo que lo estamos haciendo, viéndose mermada de manera muy importante nuestra competitividad, y la producción tendrá que ser ajustada de manera imperativa.

Esta reconversión industrial, para la que hemos gastado insultantes cantidades de fondos en la reestructuración y reconversión de nuestro viñedo, inversiones en bodegas y desarrollo de mercados; expulsará del mercado a la gente que no haya sido capaz de ajustarse y cuando esto llegue las protestas de las organizaciones agrarias clamarán por la intervención de las administraciones que hagan menos dolorosa la situación.

Y yo me pregunto: ¿y si este proceso ya estuviéramos viviéndolo?

Sin querer hacer comparaciones, siempre odiosas y poco acertadas, hace unos años cuando hablábamos de los peligros del cambio climático y sus posibles efectos sobre la agricultura concluíamos que la viticultura encontraría la forma de adaptarse a estos cambios y amoldarse a los nuevos episodios de calor y ausencia de agua. Pero olvidábamos, o pasábamos por alto, que estos efectos no son inmediatos, y que vendrían acompañados de alteraciones en los periodos de lluvias y ciclos de temperaturas.

Este año hemos vuelto a las fechas en las que “tradicionalmente” tenían lugar las vendimias. Lo que en un principio no debería sorprendernos, pero las características del fruto no están resultando las mismas con las que vendimiábamos en aquellos años. Haciéndonos recordar aquellos vaticinios que auguraban episodios de sequía más largos y lluvias torrenciales, llevándonos a situaciones cada vez más extremas.

La verdad es que me declaro totalmente incapacitado para ni siquiera imaginar a lo que nos estamos enfrentando y si se trata de episodios aislados o es algo más transcendente y son las consecuencias de un cambio al que deberemos acostumbrarnos haciéndole frente.

Pero de una manera muy similar, me pregunto si no deberíamos utilizar esta alerta del clima e ir un poco más deprisa en este otro tema de la ordenación del sector.

Esta campaña tiene pinta de que va a ser muy complicada. Los incrementos en la producción se sitúan en porcentajes muy superiores a los que se han pactado de bajada en las cotizaciones de las uvas. Los mostos están reflejando esta disonancia y están cerrándose operaciones con importantes caídas en sus precios, no sabiéndose muy bien dónde se encuentra el suelo de las mismas. Y, de la misma manera que los vinos exportados de bajo precio a granel fueron los que más beneficiados salieron de una situación internacional de baja cosecha, es previsible que en esta campaña sean los que peor parte se lleven, devolviéndonos a cotizaciones que creíamos superadas.

Quizá, lo sucedido con las lluvias torrenciales de esta semana en Mallorca, Cataluña o la Costa del Sol no sean más que episodios extraordinarios. Quizá la cosecha y la caída de los precios, también lo sea. Pero igual deberíamos plantearnos qué hacer.

Evolución de las vendimias

Sin que debamos asustarnos, al menos de momento, sería conveniente ir planteándonos la posibilidad de que la cosecha esté muy por encima de los cuarenta y cuatro millones de hectolitros que se barajaban al inicio de vendimia.

El transcurrir de estas semanas no ha sido fácil, primeras lluvias generalizadas que ponían en peligro la calidad de muchos de los abundantes racimos con los que se presentaba la cosecha, y luego unas temperaturas que no acababan de subir; nos hacían temer lo peor en cuanto a la calidad de fruto, con importantes y generalizados brotes de podredumbre. Afortunadamente, las últimas semanas permitieron que los apretados y numerosos racimos que presentaba la cepa, se secaran, haciendo posible que, en aquellos casos donde los brotes no habían superado la barrera de la amenaza, se transformasen en sólidas esperanzas de una abultada cosecha de una calidad mucho más que aceptable.

En aquellos casos donde el tiempo resultó menos generoso, o simplemente la propia evolución no permitió superar la aparición de los brotes, el trabajo de los enólogos y la actual tecnología con la que cuentan nuestras bodegas, es previsible que permita pasar por alto estos incidentes, sin más reflejo en la producción que la elaboración de productos muy diferentes.

Cuarenta y ocho millones de hectolitros, cantidad que consideramos puede ser una cifra válida sobre la que elaborar nuestras previsiones para esta cosecha en España, dan para todo: para elaborar vinos de excelente calidad, también de calidad media con la que cubrir las necesidades de los primeros precios de entrada y de no tanta con la que elaborar otros productos.

Otra de las cuestiones que llama profundamente la atención de esta cosecha, o de los dos tercios que finalizaron las tareas de vendimia la pasada semana; ha sido el bajo grado que presentaba el fruto, con descensos que llegaban a superar el 1,5% vol. y que llevaron en Castilla-La Mancha a solicitar la autorización de un aumento de grado empleando mosto concentrado rectificado.

En lo referente a los precios de las uvas y mostos a los que están formalizándose las primeras operaciones, podríamos concluir que no hay grandes sorpresas y que, en términos generales, están respondiendo a una reducción en torno al veinte por ciento con respecto a las cotizaciones pagadas el año pasado. Si bien en aquellos casos en los que se habían firmados contratos plurianuales, estos se están respetando sin ningún problema y, en aquellos otros en los que no existían, las tablillas están cumpliéndose tal y como aparecieron al inicio de campaña, con las consabidas penalizaciones atendiendo al grado de glucónico que pudiera presentar el fruto.

Una campaña 2018/19 a la que todavía le restan muchas incógnitas por resolver, especialmente aquellas que hacen referencia a la colocación de un volumen que, sin ser excesivamente importante, ha venido a coincidir con importantes recuperaciones de cosecha en los países de nuestro entorno.

¿Qué estamos dispuestos a hacer?

El mercado es libre y sus operadores, desde el viticultor hasta el distribuidor, pasando por la bodega, tienen derecho a actuar de la mejor manera que consideren para defender sus intereses. Esa al menos es la teoría que todos exigimos. Aunque llegado el momento de ser la parte que sufre las consecuencias ya no estemos tan de acuerdo con esta libertad y lleguemos a exigir cierto grado de intervencionismo.

De esta manera, cada parte busca lo mejor para ella, alcanzando un punto de equilibrio en el que los intereses del conjunto pueden operar. Esa es la teoría del libre mercado y la forma en la se desarrollan económicamente las sociedades capitalistas.

Lo que provoca que no siempre valor y precio coincidan, generando distorsiones en su sintonía, que pueden llegar a resultar chirriantes e incluso inasumibles, poniendo en peligro la propia supervivencia de aquellas empresas que no alcanzan el nivel de competencia exigido.

En el sector vitivinícola sabemos bastante de esto. Nuestros viticultores se quejan de que los precios a los que son adquiridas sus uvas no permiten obtener una renta digna. Las bodegas, de que los precios a los que pueden vender sus elaborados no les dejan margen para incrementar sus costes de elaboración. Y los distribuidores, de que el consumidor no está dispuesto a pagar un mayor precio por unos productos que tiene catalogados como de “calidad muy aceptable y bajo precio”.

La forma de romper este círculo vicioso, yo la desconozco. A pesar de lo cual, y si me lo permiten, lo que sí creo es saber la forma en la que no se soluciona. Y es bajando y bajando los precios.

Muy posiblemente, como nos dicen los que “de verdad saben de esto”, necesitemos más bodegas que vendan vinos caros, más vinos de alto precio y mayores separaciones de productos, generando barreras muy claras y marcadas entre lo que serían las diferentes categorías de vinos. Contamos con ayudas para hacerlo, e incluso con bodegas que están empeñadas en llevarlo a cabo; hasta con administraciones involucradas que se suman a la idea de “ordenar por ley el sector”. Pero nada de todo esto es ni eficaz en el corto plazo, ni fácil. Requiere de una conciencia colectiva, de un plan estratégico y de unos actores líderes. Pero lo más importante, y lo que no parece que tengamos tanto, es consciencia de que si quiero que algo cambie, no puedo seguir haciendo lo mismo.

Campañas como la que iniciábamos el pasado uno de agosto con grandes ilusiones por la recuperación de la cosecha, tras años nefastos, pudieran ser un buen momento para hacerlo. O para agravar más la situación.

¿Qué queremos que sea? Y lo que todavía es mucho más importante, ¿qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo?

Evolución sobre las vendimias

Las estimaciones de cosecha se van hacia arriba como si de vino espumoso se tratara. La generalización de las vendimias en el tercio norte de la península está permitiendo obtener una idea más aproximada de lo que ya en la viña pintaba como una buena cosecha.

Entrar a describir lo que el calificativo de “buena” supone es ya otro cantar. Pues si, en un principio, el recuperar producción y acercarnos al potencial que ofrece nuestra superficie de viñedo debe ser considerado como algo positivo. Lo sucedido con los precios de la uva, con caídas generalizadas que están en el entorno del veinte por ciento con respecto a los pagados en la campaña anterior. La misma recuperación de la que están disfrutando nuestros principales países importadores. Incluso las muchas complicaciones que están ocasionando los constantes episodios de tormentas en la calidad de la uva, con claras muestras de podredumbre en algunas partidas que están obligando a un control muy severo en la recepción y selección del fruto a su llegada a bodega. Son algunas de las circunstancias que podrían ensombrecer lo que, “a priori”, podríamos valorar como una muy buena cosecha.

Los precios, en términos generales, serán compensados por el aumento de producción. Las partidas que pudieran llegar a bodega con índices de glucónico altos, elaboradas aparte y destinadas a la obtención de productos que no vayan dirigidas al consumo. E incluso los aumentos de producción podrían ser una buena noticia al permitirnos destinar parte de ella a la obtención de vinagres, destilados y mostos; productos sin duda a potenciar; e incluso nos permitiría diferenciar más los precios por calidades dándole valor a las partidas que así lo merecen.

Ahora habrá que esperar que todo esto se haga realidad. Pero de momento, y es lo más importante, mimbres para una buena campaña tenemos.

Un sector que exige libertad de competencia

Exigimos y reclamamos que el mercado sea libre, que la libre circulación de mercancías sea una realidad y que la libertad de competencia impere. Todo en aras de disfrutar de mejores condiciones sobre las que desarrollar nuestra actividad económica, con la esperanza de que el mercado reconozca la calidad y sea recompensada en su valor.

Y un buen ejemplo de que esta política comercial funciona podría ser lo sucedido con Canadá, país norteamericano con el que la Unión Europea, firmó hace un año, un Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG), conocido coloquialmente por sus siglas inglesas (CETA) y cuyos primeros resultados no pueden ser más esperanzadores. Nuestras exportaciones crecieron un 17,4% en volumen, alcanzado los treinta y siete millones de litros; y su valor lo hizo por encima del once por ciento superando los cien millones de euros.

La misma libertad y competencia que exigen las bodegas a la hora de fijar los precios a los que firman sus contratos con los viticultores para la compra de sus uvas y que es cuestionada por las organizaciones agrarias ante la gran similitud que existe entre las publicadas por los más importantes operadores. Pero que, al mismo tiempo, es esgrimida por estos sindicatos agrarios, para reclamar el cumplimiento de la normativa para la mejora de la cadena alimentaria que les obliga a conocer, antes de entregar su cosecha, el precio y vencimiento al que será pagada.

Exigencias que se han tornado en denuncias por parte de las organizaciones agrarias de Castilla-La Mancha y Extremadura ante el organismo competente (la Agencia de la Información y Control Alimentario) por la supuesta ausencia del contrato. Llevando al citado organismo a anunciar la puesta en marcha de su programa anual de control e inspecciones.

Un sector que después del de frutas y hortalizas (1.321) y lácteo (712) ha sido el más inspeccionado (699) en lo que tiene de vida (desde enero 2014) el organismo; con veintiuna denuncias, de las que dos estaban relacionadas con la prohibición de “venta a pérdidas”; frente el centenar que acumula el lácteo, cuarenta y nueve de frutas y hortalizas y treinta y una de aceite y aceituna de mesa. El incumplimiento de los plazos de pago, la ausencia de contratos, no cumplir con el contenido mínimo, no contestar a los requerimientos, y las modificaciones unilaterales de los contratos son los motivos por los que se han incoado la mayor parte de los expedientes sancionadores. Recayendo la mitad de ellos en la distribución y el 43% en la industria alimentaria.

Datos de los que podría concluirse que está lejos de poder ser considerado un sector que incumple con sus obligaciones y al que hubiese que vigilar de cerca en aras de un mayor respeto por las normas existentes.

Lo que para nada quiere decir que haya que relajar su vigilancia y control sobre los contratos y su cumplimiento. Precios bajos y mercados excesivamente condicionados por las cotizaciones hacen que los contratos con los suministradores de la materia prima resulten especialmente sensibles a engaños motivados por posiciones dominantes que imponen condiciones de entrega contrarias a la ley. Perseguir estas prácticas, a quienes pudieran realizarlas y sancionar ejemplarmente es un acto de justicia. Tanto como no extender la creencia y propagar el bulo de que es una práctica habitual entre sus operadores. Ya que lejos de traernos efectos beneficiosos, su difusión solo hace que cuestionar nuestra honradez y seriedad en el trabajo. Además de ser mentira, como así lo demuestran los datos hechos públicos por la AICA desde su constitución.

Evolución sobre las vendimias

Septiembre va tocando su ocaso y las vendimias comienzan a ser una realidad generalizada en los caminos y lagares españoles.

A diferencia de lo que había venido sucediendo en los últimos años, en los que los adelantos sobre las fechas del anterior eran la tónica dominante, en esta ocasión las labores de vendimia han experimentado un retraso, con respecto al año precedente, que podríamos establecer (como valor medio) de entre dos y tres semanas. Lo que dicho así podría parecer mucho, pero que no hace sino devolver a las fechas “tradicionales” el momento de su recolección de la uva.

Vuelta a una normalidad que está siendo aprovechada por alguno para poner en tela de juicio todos esos comentarios que aludían a los efectos del cambio climático como responsable de esta anomalía. Aunque en nuestra opinión carezcan de fundamento tales valoraciones, ya que en este tema las conclusiones deben obtenerse tras el estudio de series históricas de un amplio periodo de años.

Sea como sea, el hecho es que no ha sido hasta finales de septiembre cuando la generalización de las vendimias ha llegado a España, y con ella la modificación de algunas de las estimaciones que sobre el volumen de cosecha se habían publicado. La más importante, sin duda alguna por el peso específico que tiene en el conjunto de la producción nacional, ha sido la realizada por las cooperativas de Castilla-La Mancha y que la eleva por encima de los veinticinco millones de hectolitros.

Lo que hace buena esa creencia de que cuando la cosecha apunta alta, acaba resultando más abultada de lo que se creía. Claro que, puestos a utilizar típicos tópicos de la vendimia, mejor haríamos si no proyectásemos lo que pueda suceder en esta región al resto de la producción nacional, y que dice que la cosecha de esta región viene a representar la mitad del total en España. Suposición que nos llevaría a una cosecha de cincuenta millones de hectolitros. Cifra muy bonita, pero extremadamente peligrosa y complicada a la que darle salida y que nos traería, previsiblemente, bajadas mucho más sustanciales en los precios de los vinos que las que estamos viviendo en los de las uvas y mostos.

De momento, todo lo que sabemos es que, salvo en aquellas zonas en los que existen contratos plurianuales por los que se fija el precio de la uva, o los pagados en aquellas comarcas y variedades donde las variaciones de producción han sido negativas o irrelevantes, las condiciones a las que están firmándose los contratos obligatorios entre bodega y viticultor están siéndolo a precios entre un catorce y un veinte por ciento inferiores a los del año pasado. Reducción que está por debajo de lo que se estima aumentará la cosecha pero que no satisface a nadie. A los viticultores porque consideran que son precios a los que es imposible mantener la rentabilidad del viñedo y a los bodegueros, porque supondrá costes de producción difícilmente defendibles en los mercados, especialmente internacionales que es donde se destinada el grueso de nuestra producción.

Y aunque no son pocas las voces que reclaman una ordenación de la producción, recomendando la desviación de partidas de uva a la elaboración de mostos, vinagres o vinos para la destilación; la falta de un plan concreto y la experiencia de otras campañas nos hacen ser muy reservados.

Las cosas no cambian

A la hora de redactar estas líneas, mediodía del miércoles, solo podemos decir que las votaciones para Director General de la OIV siguen como si nada hubiese pasado desde el mes de julio en el que tuvieron lugar, y debieron ser aplazadas ante el bloqueo existente. En el que el candidato español, Pau Roca, alcanzaba mayoría sobresaliente tanto en el número de votos 84,1 como de países 25, pero insuficiente para alcanzar la requerida de 92,1 y 24 respectivamente.

Como ya hemos denunciado en alguna ocasión, no se trata de un tema estrictamente personal, sobre cuál es el candidato, ni tan siquiera el país al que representa. Es un tema que va mucho más allá de estas cuestiones, un asunto que está poniendo en cuestión la primacía de los países tradicionalmente productores ante el modelo impuesto en los del Nuevo Mundo.

Y como sea cual sea el que acabe siendo el resultado, la vida seguirá y deberemos enfrentarnos a una nueva campaña, con una nueva cosecha y unos nuevos precios. Casi mejor va a ser dejar este asunto para cuando esté resuelto y ocuparnos de cuestiones mucho más cercanas a nuestras preocupaciones más inmediatas. Aunque estas puedan resultar mucho menos transcendentales para el sector, pero que nos preocupan mucho más en estos momentos.

De todo lo que ha sucedido esta semana con la publicación de las tablillas por parte de las principales bodegas manchegas, así como de los contratos transcendidos entre viticultores y bodegueros de otras zonas de España es muy posible que la primera conclusión que podamos sacar es que tampoco en este tema el tiempo transcurrido en la pasada campaña haya servido de mucho. La recuperación estimada de la cosecha a nivel europeo, no ha hecho sino devolvernos a cotizaciones en las uvas similares a las de la campaña 2016, y las de los mostos y vinos, tienen pinta de seguir el mismo camino.

Todas aquellas esperanzas de aprovechar las circunstancias de la pasada campaña para abrirnos un hueco en el mercado y aproximar el precio de nuestro elaborados a su valor, se han visto frustradas. Al menos en el corto plazo, pues yo creo que en fondo sí ha servido de algo y ha sido una buena base para seguir trabajando en ello. Aunque sea con la esperanza de verlo reflejado en las cotizaciones y tipología de vinos en un futuro a medio y largo plazo.

Prudencia extrema con los precios

Las vendimias, los constantes episodios tormentosos que están afectando gran parte de nuestra geografía, sus posibles consecuencias sobre la calidad y cantidad de la cosecha y los precios a los que acaben firmándose los contratos; o incluso las denuncias realizadas por las organizaciones agrarias sobre las entradas de uva que se están produciendo sin los obligados contratos que fijen plazo y precio, son los temas que verdaderamente ocupan a todos los operadores del sector.

Hasta el momento, todo lo que conocemos son rumores, con una opacidad bastante importante en la difusión de los precios a los que están entrando las uvas y que en la zona centro estarían en torno a los del año pasado o ligerísimamente por encima para algunas partidas seleccionadas.

Y es que, si en campañas anteriores las tablillas representaban un claro cartel anunciador, esta campaña está siendo aprovechada por las grandes bodegas para, acogiéndose a la obligatoriedad de los contratos que impone la Ley de la Cadena Alimentaria, obviarlas y demorar lo máximo posible la generalización que supone su publicación. Nadie quiere ser el primero, corriendo el riesgo de pisarse los dedos con unos precios que podrían ponerles en una situación muy delicada de cara a defender las cotizaciones de sus vinos y derivados a lo largo de la campaña.

Ninguna campaña es fácil, pero esta se presenta especialmente delicada ya que no sabemos muy bien cuál puede ser el comportamiento de nuestro mercado exterior, fundamental para nuestro sector, al que la recuperación de la producción a nivel mundial, el retorno a una cierta normalidad en los países de nuestro entorno y principales compradores; genera grandes dudas. Lo que no parece afectar a las pretensiones de los viticultores, expresada a través de sus organizaciones agrarias, y que son las de que aumenten las cotizaciones de las uvas entre un cinco y un diez por ciento respecto a las del año pasado; todo ello aludiendo a que las existencias han descendido este porcentaje.

Y no será porque no existan otros temas de gran importancia como pudieran ser las posibles modificaciones que se está planteando la Comisión Europea con el fin de simplificar el proceso de identificación de los vinos como “indicaciones geográficas” y que afectaría tanto a los vinos con I.G.P. como D.O.P. Según el anuncio realizado, los cambios que se realicen pasarán a clasificarse de dos maneras: las “enmiendas de la Unión”, las cuales cubrirán y se aplicarán solo a los cambios importantes en una I.G, como su nombre, su categorización, su vínculo con el área geográfica o cualquier cosa que restrinja la comercialización del producto; modificaciones que serán adoptadas a nivel de la UE. Y aquellas otras que denominan “enmiendas estándar”, que cubrirán todo lo demás, serán adoptadas a nivel nacional. Esto permitirá una definición más clara de las diferentes modificaciones y reducirá los plazos dedicados al proceso de registro.

Lo que pueda acabar pasando con nuestro candidato a la Dirección General de la OIV, Pau Roca, cuya votación tendrá lugar el próximo día 19 de septiembre en París y para lo que el ministro de Exterior, Josep Borrell, ha declarado su apoyo incondicional; tampoco es un tema baladí, pues en esta elección nos jugamos desempeñar un papel relevante en el mundo vitivinícola. Confiemos en que la labor desarrollada en estos tres meses dé sus frutos y ocupemos el puesto que merecemos.

Pero no acaban aquí las noticias ya que el Ministerio de Agricultura está preparando unos cambios en el RD de medidas del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE) 2019/23, que afectarían a diversos aspectos relacionados con las condiciones de aplicación de las medidas de promoción, reestructuración de viñedo e inversiones; así como el adelanto en un mes de los plazos de tramitación.

Por una ordenación del sector

Con las vendimias como una realidad palpable ya en muchas regiones españolas, adquieren especial relevancias todos los asuntos relacionados con la “colocación” de la producción.

Somos el primer país del mundo por extensión de viñedo de uva de vinificación, hecho que nos conduce de manera irremediable a escalar posiciones en la producción de vino, mostos y derivados. Y nuestros datos de consumo mejoran tan lentamente y en unas circunstancias tan hostiles que la simple imaginación de alcanzar incrementos sustanciales resulta totalmente utópica.

Y aunque las exportaciones nos han ido solucionando el problema de los saldos generados entre producciones y utilizaciones, todo parece indicar que estamos cerca de nuestro techo en el exterior y que cada año será más complicado mantener los volúmenes exportados si queremos aumentar el valor.

¿Qué hacer entonces? ¿Cuál es la solución?

Sabemos que no existe una respuesta fácil a ninguna de estas dos preguntas y que cada bodega busca la forma de hacerlo que mejor se adapte a sus posibilidades y circunstancias. Pero esto no es suficiente para el conjunto del sector. Adoptar pues, medidas de índole regulador que permitan ordenar la producción en aras de una mejor competitividad se presenta cada vez más como una opción a tener en cuenta.

Castilla-La Mancha es consciente de que concentrando la mitad de toda la producción y viñedo de España es el “problema” del sector, pero que también puede ser la “solución” y en ello llevan trabajando sus administraciones. Un buen ejemplo de esto lo podemos encontrar en su Plan Estratégico del Vino, actualmente en periodo de alegaciones y en el que se contemplan diferentes medidas reguladoras, todas ellas encaminadas a mejorar el valor medio de la producción y la rentabilidad de todas las partes que la hacen posible: viticultores, bodegueros/cooperativas y comercializadores. Para ello la reducción de los excedentes desviando parte de la producción hacia otros productos que no sean estrictamente vino resulta una medida a tener en consideración seriamente.