Más especulación que realidad

A pesar de que el último granizo, caído la semana pasada y que afectó de forma muy importante a localidades como San Clemente, El Provencio, Fuenteálamo, Hellín, Jumilla o Yecla, sin ninguna duda deberá dejarse notar en la próxima cosecha; aventurarse sobre los efectos que pueda tener en el global de la producción nacional, con miles de hectáreas entrando en producción en toda España, pero de manera muy especial en Castilla-La Mancha; parece un tanto precipitado.

No hace falta que remarque lo que me parecen aquellas voces que se atreven en señalar una producción un quince por ciento por debajo de la campaña 2014/15, y que la cifran entre 36 y 37 millones de hectolitros. Cuando todavía son muchos los lugares donde la viña apenas ha comenzado a brotar.

Es posible que a la hora de realizar estas valoraciones haya influido más de la cuenta la pesadez con la que se está operando, con un mercado en el que las cotizaciones apenas presentan pequeñas variaciones de unos pocos céntimos de una semana a otra, y en el que la propiedad no encuentra quien se interese por partidas que vayan más allá de la estricta reposición de vinos con características muy concretas; y la demanda prefiere esperar acontecimientos antes de inmovilizar unos vinos de los que confía en no tener problema para ir abasteciéndose de cara al enlace con la próxima cosecha a precios similares o incluso más bajos.

Tampoco nada que difiera mucho de lo esperado para una campaña que resultó de calidad media, producción algo mayor de la prevista y un mercado, que en su vertiente exportadora mantiene el tipo con cierta solvencia, pero en su cara nacional no acaba de conseguir reaccionar.

Exportaciones que, conocidos los datos del primer trimestre, aguantan bien el paso de los meses, si por ir bien consideramos la cantidad de vino que vendemos, ya que el volumen en estos tres primeros meses del año ha crecido un 13,8%, elevándose este porcentaje hasta el 15,8% si tenemos en consideración vinos aromatizados, mostos y vinagres. Más complicado tendríamos valorar de positivo este primer trimestre si miramos hacia el lado de los euros, en el que el crecimiento tan solo ha sido del 2,1% y 3,1% respectivamente, si hablamos solo de vino o incluimos también el resto de productos vitivinícolas.

La primera consecuencia de esta situación: la caída del precio medio, que se sitúa en 0,99€/litro para el conjunto de productos y de 1,02 para los vinos. Siendo los vinos con D.O.P. tanto a granel como envasados, espumosos y aromatizados, y blancos con indicación de variedad envasado y tintos con I.G.P. a granel, los únicos que consiguen crecer más en valor de lo que lo han hecho en volumen y mejorar su precio medio.

Si tenemos en cuenta que los tres primeros países (Francia, Alemania e Italia) concentran más de la mitad del total del vino exportado y que sus precios medios son de 0,44 €/l, 0,86 €/l y 0,42 €/l respectivamente, comprenderemos mejor que lejos de considerar que tenemos un problema con el granel, deberíamos empezar a cuestionarnos si lo que tenemos es un problema con el tipo de vino que nos compran. Porque da la impresión de que lejos de vender, a la mayoría de nuestras bodegas y cooperativas lo que hacen es comprarles el producto más barato que encuentran con el que cubrir sus necesidades más básicas y de menor precio en los mercados de consumo.

Y aunque, efectivamente, podría decirse que lo que debemos hacer es trasladar lo que vendemos a granel a envasado; me da la sensación de que estaríamos haciendo un análisis muy simplista de la situación, al señalar al tipo de “envase” como responsable de nuestros bajos precios. En lugar de cuestionarnos sobre la tipología de vino que demanda de nosotros el mercado. Y ya metidos en reflexiones, preguntarnos si a 0,37 €/l al que vendemos más del 40% de nuestros vinos (sin D.O.P., I.G.P. o varietal y a granel) son rentables nuestras bodegas y sostenibles los viñedos.

¿Buen hacer?

Unos prometen la creación de instituciones, otros la separación de las actuales. Los hay que se atribuyen el éxito en la mejora de las ventas o el aumento de las exportaciones. Incluso quienes se atreven a firmar acuerdos a medio plazo por los que comprometen presupuestos públicos por varios años.   Sí, me estoy refiriendo a los políticos, de todo tipo y pelaje, que ante una de las campañas electorales más reñidas de la democracia no dudan en utilizar al sector vitivinícola como ejemplo de prosperidad y del buen hacer.

¿Buen hacer?

Con un país que ha visto perder una cuarta parte de su superficie de cultivo, aumentado su producción gracias a las ayudas llegadas de Bruselas para la reestructuración de un viñedo que en algunos casos no ha servido más que para perder viejos viñedos de variedades autóctonas por otras llamadas mejorantes que solo han servido para homogeneizar los vinos y aumentado de manera desordenada y descontrolada los rendimientos Que no encuentra la forma de frenar la sangría que sufre su consumo interno y que lo sitúa en su nivel más bajo, sin visos de recuperación a corto plazo. Cuyos precios mantienen en niveles de cuestionable rentabilidad el cultivo de la viña y obliga a las bodegas a buscar en el exterior lo que no encuentran dentro, vendiendo los vinos al nivel más bajo de todos los países productores.

Hemos mejorado mucho en los últimos veinte años. Hecho más eficiente nuestro viñedo. Tecnificado las bodegas. Profesionalizado el departamento técnico y generalizando la existencia de que las bodegas y cooperativas cuenten con su propio enólogo. Incluso los hay que se han atrevido con la creación de un departamento de exportación y otro de marketing y comunicación, aunque sean los que más han sufrido los recortes en estos últimos años, con la reducción de presupuestos.

¿Pero nos podemos sentir orgullosos?

Los españoles en general, pero especialmente en este sector, tendemos a pensar que los problemas nunca son nuestros, que en otras causas encuentran su origen y, por lo tanto, deberán ser otros los que los solucionen. Asumimos a duras penas responsabilidades, como sobre lo que ha sucedido con nuestros jóvenes, o para qué son comprados nuestros vinos.

Y ante una situación como lo que va a suponer la transformación de los derechos de plantación en concesiones administrativas y la pérdida patrimonial que ello va a suponer para los viticultores. O la falta de iniciativa nacional para desarrollar campañas de formación e información como marca “España” en los mercados exteriores. O cómo acercarnos a generaciones de consumidores que hemos despreciado. Permanecemos inmóviles, ajenos, ignorantes,…

Otra vez con lo mismo

¿Un millón de hectolitros es mucho o poco? Debe ser una cantidad insignificante, ya que es la diferencia que hay entre los datos facilitados en las declaraciones de producción, publicados por el FEGA el 14 de abril, y el avance de superficie y producción publicado por el Magrama el día 11 de mayo y referidos a marzo de 2015. Disponer de 43.435.011,31 hl que es la cantidad de las declaraciones de producción, o 44.364.502 que se obtiene del avance, son disparidades que podríamos considerar como “normales” y sin ninguna capacidad de alterar un mercado que lleva meses estancado en sus cotizaciones.

Que no es que yo diga que ese estancamiento se justifique por la discrepancia entre las estadísticas según provengan de un organismo u otro, aunque los dos sean fuentes oficiales. Pero claro, si tenemos en cuenta que el primer objetivo que se ha marcado la Organización Interprofesional del Vino en España ha sido el modificar el procedimiento y periodicidad de las declaraciones para disponer de una información más fiable y actualizada, que consideran básica para poder desarrollar cualquier programa encaminado a recuperar el consumo interno y hacer posible la extensión de norma necesaria con la que dotarse de fondos; no deja de resultar curioso. O quizá es que yo sea un poco rarito y solo me lo resulte a mí, que semejantes situaciones puedan seguir produciéndose.

Y eso por no entrar en otras valoraciones más rebuscadas como podrían ser las diferencias que hay entre la estimación de noviembre (41.611.759 hl) y la de marzo a la que nos referíamos anteriormente. Casi tres millones de hectolitros a los que el sector deberá encontrarle acomodo.

Aunque, quizá, lo más preocupante, o lamentable, porque ya no sé muy bien dónde o en quién está el problema; es que ambos organismos son conscientes de la situación y de la poca fiabilidad que puede desprenderse de esta coyuntura. Y no son capaces, o no pueden, hacer nada por ponerle fin.

A por la siguiente

Hemos superado el primer asalto que supuso la reunión del Parlamento Europeo para discutir y votar la propuesta de resolución presentada por el Comité de Medio Ambiente, Salud y Seguridad Alimentaria de la Eurocámara, en la que se promovía la imposibilidad de realizar cualquier tipo de promoción del vino con fondos europeos; y en la que finalmente la Eurocámara ha acabado reconociendo “que no todo el consumo de alcohol tiene las mismas consecuencias, ya que depende en gran medida de los hábitos de consumo, y en particular de los productos que se consumen y de cómo se consumen…”, con un resultado que ha sido calificado por el sector como satisfactorio.

No es baladí, pues podía haber supuesto la exclusión del vino de cualquier campaña de promoción e información, pero hay que seguir ocupándonos del fondo de la cuestión: consumo interno y valorización del producto. Dos cuestiones que no difieren mucho de lo que ocuparía a cualquier productor de cualquier cosa, sino fuera porque la situación en el sector que nos ocupa es especialmente preocupante.

El consumo interno porque está en tasas de menos de veinte litros per cápita, lo que representa poco más de nueve millones de hectolitros sobre una producción media por encima de los cuarenta y cinco; para una población de unos cuarenta y cinco millones de habitantes a la que se suman más de sesenta millones de turistas al año. Y las razones que nos han llevado a esta situación son todavía discutidas y cuestionadas, sin acabar de encontrase la forma en la que recuperar niveles de consumo, ni se ponen en marcha las campañas concretas con las que conseguir esta importante meta.

La valorización del producto sigue siendo el principal objetivo de un sector en el que la viabilidad de muchas de sus explotaciones y bodegas es cuestionable; y en el que estas corren serio peligro de desaparecer, con el consiguiente quebranto económico, pero también social y medioambiental que supondría en muchos lugares de España.

Ser el país que más barato produce y a menor precio vende, podría definirse como un sello de productividad, pero lo bien cierto es que esta no existe si estamos hablando de actividades sin rentabilidad.

Hay quien piensa que con una mayor y actualizada información sobre la producción, existencias, exportaciones y precios a los que se está operando; las cosas podrían mejorar y permitir, a todos, un mayor control del mercado.

Para ello, el Magrama mantiene su apoyo a la Organización Interprofesional del Vino (OIVE) en su empeño por sacar adelante el Registro de Estatal de Operadores Vitivinícolas (REOVI) y un sistema de Información de Mercados del sector Vitivinícola (INFOVI) del que se encargaría la Agencia de Información y Control Alimentario (AICA) y que vendría a sustituir las actuales declaraciones de producción y existencias, por otras declaraciones mensuales informatizadas, que permitirán la consulta por parte de las Comunidades Autónomas de sus datos en cualquier momento y su publicación en agosto, diciembre y abril, con los datos a 31 de julio, 30 de noviembre y 31 de marzo. Al tiempo que el sistema será puesto a disposición de la OIVE para que pueda poner en marcha la “extensión de norma”, que le permita financiar sus proyectos.

Aunque también los hay que consideran que solo desde la unión y generación de fortalezas empresariales es posible hacer frente a mercados globalizados que amenazan seriamente el ‘status quo’ de nuestro país como primera superficie, primer exportador y, muy posiblemente dentro de unos años, primer productor mundial.

Modelos de crecimiento basados en los bajos precios se han demostrado hasta ahora poco recomendables, ya que siempre habrá alguien que pueda llegar a hacerlo más barato que tú.

Sí, pero no

Como casi todo lo que tiene que ver con la política, especialmente la europea, las cosas nunca acaban saliendo del todo bien. Efectivamente, y por ello debemos felicitarnos, ya que era lo que más perjuicio podía suponer para un sector que requiere de grandes esfuerzos en comunicación, educación y difusión de la cultura vitivinícola; será posible seguir recibiendo fondos para las medidas de promoción, tanto las referidas a las de información sobre consumo moderado y el sistema de I.G.P. de nuestros vinos, como para las de terceros países.

Para ello ha sido necesario enmendar la propuesta de resolución presentada por el Comité de Medio Ambiente, Salud y Seguridad Alimentaria de la Eurocámara, que promovía la imposibilidad de realizar cualquier tipo de promoción con fondos europeos. Reconociendo “que no todo el consumo de alcohol tiene las mismas consecuencias, ya que depende en gran medida de los hábitos de consumo, y en particular de los productos que se consumen y de cómo se consumen…”.

Pero como nada puede ser perfecto, el Parlamento Europeo ha encargado a la Comisión que antes de finalizar 2016 realice una propuesta para que en el etiquetado de las bebidas alcohólicas se incluya información sobre su contenido calórico y el riesgo que plantea su consumo para las mujeres embarazadas y conductores.

Considerando que el primer defensor de un consumo moderado e inteligente es el propio sector, los inconvenientes que esto genera no van más allá de los estrictamente técnicos y estéticos. Pues teniendo en cuenta la cantidad de información que debe figurar en el etiquetado y los numerosos pictogramas que las bodegas pueden utilizar en la identificación de sus vinos (D.O.P., ecológico, huella de carbono, huella hídrica, reciclado, viticultura sostenible, certificación, alérgenos…) las etiquetas y contras deberán someterse a profundos cambios, y el consumidor entenderá todavía menos lo que le quieren decir.

La repera «patatera»

Por más consciente que soy de ello, y orgulloso que me siento, no puedo más que preguntarme: ¿cuándo vamos a dejar de ser objeto de persecución por parte de las administraciones? Hasta la fecha, siempre que el sector se ha sentido amenazado en sus principios básicos, ha reaccionado bien e inteligentemente, y ha manejado los asuntos para evitar poner en riesgo su supervivencia. El problema es que cada vez son más, y en un periodo de tiempo más corto, las ocasiones en las que se exige de su reacción.

La próxima semana el Parlamento Europeo someterá a votación una resolución sobre el alcohol que supondría la obligatoriedad de incluir en el etiquetado de los vinos alertas sanitarias sobre su consumo. Lo que, además, supondría su exclusión de cualquier fondo para la promoción de su consumo, por más moderadamente que desde el propio sector se esté haciendo. Situación denunciada por todos los implicados en el asunto, los que no han escatimado esfuerzos en realizar las labores propias de lobby en las instancias europeas, pero cuyos resultados no conoceremos hasta la próxima semana.

De una forma mucho más cercana nos enfrentamos a la tramitación parlamentaria del proyecto de Ley para la Defensa de la Calidad Alimentaria, mediante la que se intenta homogeneizar el sistema de inspecciones y control a los alimentos en todas sus etapas, poniendo fin al maremágnum de procedimientos de control oficial y sancionador al que se enfrentan los operadores con diferentes normas en cada autonomía.

Comentar que el BOE del día 18 de abril publicaba el RD 288/2015 por el que se modifica el RD 1244/2008 que regula el potencial de producción vitícola y por el que se amplía hasta el 1 de junio el plazo de presentación de solicitudes para las transferencias de derechos de plantación, fijándose un plazo de seis meses el Magrama para resolver los expediente. De esta forma, el Ministerio se garantiza que para la entrada en funcionamiento del nuevo régimen de autorizaciones, el 1 de enero de 2016, ya estarán todos resueltos.

Y como si todo esto no fueran asuntos de suficiente calado por sí solos, como para ocuparnos con todas nuestras fuerzas, debemos repartirlas con aquellos otros dirigidos a producir, comercializar y vender los vinos, en un mercado completamente saturado y en el que todos son conscientes de que hay que hacer grandes esfuerzos por recuperar el mercado interior, pero pocos saben cómo hacerlo. Eso sí, todos coinciden en señalar que entre las principales razones que explicarían semejante brecha en el consumo de vino por parte de los jóvenes podríamos encontrar una presentación, lenguaje y un mensaje poco apropiados. Una tipología de producto, tamaño y envase no siempre adecuado a la actual sociedad española, donde los únicos hogares que crecen son los formados por uno o dos miembros. Y una información estadística sobre declaraciones de producción y existencias que apenas sirven de nada publicándose cuando se publican; y sirva de ejemplo que las declaraciones de producción de la campaña 2014/15 fueron publicadas por el FEGA a finales de la pasada semana.

La fuerza con la que el sector es capaz de reaccionar frente amenazas legislativas externas dista mucho de la que esgrime ante los problemas cotidianos, donde su reducido tamaño y, por ende, escasa capacidad económica, sigue lastrando acciones eficientes y reiterativas. Situación que se ve fuertemente agravada por su incapacidad para unirse y afrontar las actividades comerciales de manera conjunta. Lo que, sin duda, algún día cambiará, aunque solo sea por cuestiones económicas. La duda está en qué más tiene que suceder para que esto sea así.

Nueva amenaza al vino con alertas sanitarias

Las alertas sanitarias siempre suponen un importante problema, sea cual sea su presentación o su mensaje. No en vano, son precisamente eso “una alerta” que nos avisa de los riesgos que tiene para nuestra salud el consumo de un determinado alimento o producto. E insisto en lo de “tiene”, ya que la alerta asevera sobre los efectos negativos. Hasta el momento podemos decir que es una batalla que el Vino lleva ganada, haciéndole frente a todos los ataques que desde la Dirección de Sanidad y Consumo ha recibido. Pero, ¿hasta cuándo podremos resistir?

A finales de este mes, entre el 27 y 30 de abril, el pleno de la Eurocámara someterá a votación una resolución sobre una nueva estrategia para el alcohol en la UE que afectaría no solo a la política de salud, sino a todas y a cada una de las políticas comunitarias de la Unión, como las dirigidas a la agricultura, consumidores, economía…; además de buscar alinearse con la Estrategia global de la Organización Mundial de la Salud (OMS-ONU) y supondría la obligatoriedad de incluir en el etiquetado de los vinos alertas sanitarias sobre su consumo, así como su exclusión de cualquier fondo para la promoción para un consumo moderado.

Sin duda, un torpedo en toda la línea de flotación de un sector que ha hecho gala de una especial sensibilización frente al consumo abusivo de alcohol, que ha desarrollado campañas de formación e información dirigida defender y divulgar un consumo moderado y que ha aplicado reglas estrictas de autorregulación que deberían servir de ejemplo.

Otro de los grandes temas a debate en estos días es la transformación de los derechos de plantación en concesiones administrativas que entrarán en vigor a partir del próximo día 1 de enero, con una duración prevista hasta el 31 de diciembre de 2030 y cuyos Reglamento de ejecución 2015/561 y Delegado 2015/560 acaban de ser publicados, previéndose para junio-julio la aprobación por parte del Magrama del correspondiente Real Decreto en el que establezca las condiciones concretas de su aplicación. Entre ellas, el mecanismo que ofrecerá a autonomías y Consejos Reguladores para desarrollar esa ampliación de la superficie de viñedo dentro de los límites del 1% máximo anual fijado.

Un sistema flexible que deberá permitir al sector ampliar gradualmente su producción y adaptarse a la eliminación del sistema de cuotas como le ha sucedido a la leche y le sucederá en el 2017 al azúcar.

Nueva amenaza al vino con alertas sanitarias

Las alertas sanitarias siempre suponen un importante problema, sea cual sea su presentación o su mensaje. No en vano, son precisamente eso “una alerta” que nos avisa de los riesgos que tiene para nuestra salud el consumo de un determinado alimento o producto. E insisto en lo de “tiene”, ya que la alerta asevera sobre los efectos negativos. Hasta el momento podemos decir que es una batalla que el Vino lleva ganada, haciéndole frente a todos los ataques que desde la Dirección de Sanidad y Consumo ha recibido. Pero, ¿hasta cuándo podremos resistir?

A finales de este mes, entre el 27 y 30 de abril, el pleno de la Eurocámara someterá a votación una resolución sobre una nueva estrategia para el alcohol en la UE que afectaría no solo a la política de salud, sino a todas y a cada una de las políticas comunitarias de la Unión, como las dirigidas a la agricultura, consumidores, economía…; además de buscar alinearse con la Estrategia global de la Organización Mundial de la Salud (OMS-ONU) y supondría la obligatoriedad de incluir en el etiquetado de los vinos alertas sanitarias sobre su consumo, así como su exclusión de cualquier fondo para la promoción para un consumo moderado.

Sin duda, un torpedo en toda la línea de flotación de un sector que ha hecho gala de una especial sensibilización frente al consumo abusivo de alcohol, que ha desarrollado campañas de formación e información dirigida defender y divulgar un consumo moderado y que ha aplicado reglas estrictas de autorregulación que deberían servir de ejemplo.

Otro de los grandes temas a debate en estos días es la transformación de los derechos de plantación en concesiones administrativas que entrarán en vigor a partir del próximo día 1 de enero, con una duración prevista hasta el 31 de diciembre de 2030 y cuyos Reglamento de ejecución 2015/561 y Delegado 2015/560 acaban de ser publicados, previéndose para junio-julio la aprobación por parte del Magrama del correspondiente Real Decreto en el que establezca las condiciones concretas de su aplicación. Entre ellas, el mecanismo que ofrecerá a autonomías y Consejos Reguladores para desarrollar esa ampliación de la superficie de viñedo dentro de los límites del 1% máximo anual fijado.

Un sistema flexible que deberá permitir al sector ampliar gradualmente su producción y adaptarse a la eliminación del sistema de cuotas como le ha sucedido a la leche y le sucederá en el 2017 al azúcar.

Tomar la iniciativa

Los datos del paro del mes de marzo han sido espectaculares, los mejores de la serie histórica, con más de ciento sesenta mil nuevos empleos y sesenta mil puestos de trabajo más. La bolsa está en máximos. La obra pública creció el pasado año más de un cuarenta por ciento… y por si nada de todo esto fuera suficiente, la deuda pública, que antes debíamos colocar con tasas de prima de riesgo propias de países en bancarrota, ahora nos la demandan a intereses negativos. Hasta el vino presenta en sus datos de exportación valores históricamente buenos, con crecimientos que rozan el veinticinco por ciento. Está claro que vivimos un momento económico de grandes oportunidades que deberemos saber aprovechar.

Por si eso fuera poco, nuestro calendario electoral está que arde, casi no hay un trimestre en que no vayamos a tener la oportunidad de ejercer nuestro derecho al voto. Momento de especial sensibilidad de los políticos que les acerca a los problemas más mundanos, mostrándose especialmente receptivos a unas demandas cuyos compromisos no siempre son cumplidos.

Aunque, en todo este parabién de situaciones, yo en echo en falta alguna relacionada con el aumento del consumo de vino en nuestro país. Es reiterativo, lo sé, pero es que este momento no se puede dejar escapar. Se da la práctica conjunción de todos los planetas para que tomemos medidas encaminadas a recuperar un consumo en el que llevamos muchas décadas conformándonos con que la pérdida sea poca de un año a otro.

Disponemos de suficiente información como para diseñar, y poner en marcha, campañas para informar y formar (única forma posible de atraer nuevos consumidores), y contamos con organizaciones cuya misión principal es esa. Hay políticos necesitados de mostrarse receptivos a nuevas ideas que les acerquen a los problemas de un sector con tan gran arraigo social. Existen serios y profundos estudios que nos orientan sobre lo que buscan estos nuevos consumidores, poniendo de manifiesto las grandes diferencias existentes con aquellos otros de consumo diario y en el hogar que hemos perdido.

¿Qué tiene que pasar entonces para que hagamos algo? ¿Esperar a que sean otros los que lo hagan por nosotros? Así creo que vamos mal. Hay que tomar la iniciativa. Transformarnos en ejemplo para otros productos agroalimentarios que lo llevan haciendo mucho mejor que nosotros con un futuro esperanzador.

Tenemos que tomar las riendas, porque los detractores de nuestro sector están ahí, amenazando con limitar o disminuir las campañas de promoción, señalando al vino como responsable de problemas sociales tan importantes como el alcoholismo entre los jóvenes, utilizándolo como moneda de cambio en las relaciones comerciales aumentando las accisas o eliminando las ayudas. Decir que el tiempo se nos acaba sería, sin duda, un tanto exagerado, pero afirmar que disfrutamos de un magnífico momento que no sabemos cuándo volveremos a disfrutar es una realidad incuestionable.

Abrir nuevos mercados es lento y muy costoso, valorizar el producto y alcanzar tasas de valor añadido aceptables solo está al alcance de unos pocos. Pero mejorar nuestro posicionamiento en los mercados locales, de proximidad, facilita mucho las cosas. Algunos expertos en mercados exteriores señalan la evolución del granel hacia el envasado como la única (o casi) vía de mejorar nuestro valor, poniendo como ejemplo a países con tanto peso en los mercados como Italia. Pero obvian, quizás porque es mucho más complicado de cuantificar, las razones cualitativas que nos han posicionado como primer país del mundo en extensión, producción y exportación; nuestro bajo consumo interno y la tipicidad de nuestros vinos, muchos de ellos elaborados para destilar o exportar con restituciones. Bajos rendimientos y bajos precios, no dan muchas alternativas. Romper este círculo es vital si queremos mejorar el valor de nuestros elaborados y para ello nada mejor que empezar por lo más cercano, lo que menos recursos requiere y que necesita menos explicaciones.

Ahora la leche, y el vino ¿cuándo?

Tener una perspectiva alejada de lo que está sucediendo ayuda en muchas ocasiones a ver mejor los problemas y, especialmente, a tener un visión a largo plazo sobre lo que puede acabar sucediéndonos, mucho más enfocada. Aunque los del vino siempre nos hemos creído algo especiales. Hemos luchado, y conseguido hasta ahora, tener una legislación propia y una concepción de producto que va mucho más allá de sus estrictas características físicas, pero convendría no olvidar que cada vez son más los que están empeñados en que esto deje de ser así.

Ya sé que la leche tiene bien poco que ver con el vino, salvo que se trata de dos productos de los que conforman la Dieta Mediterránea. Aunque precisamente por eso, me ha llamado tanto la atención que la, tan polémica, cuota láctea, haya pasado a la historia desde el 1 de abril. Poniendo fin a un periodo de treinta años, en los que ha provocado graves problemas en un sector tan débil y que se caracteriza por una grandísima oferta y una escasa distribución. A partir de ahora imperará la ley de la oferta y la demanda, y los ganaderos deberán acomodarse a ella.

Por otro lado el recién nombrado presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no se cansa de repetir que una de sus máximas prioridades es la simplificación de la norma, la reducción de un acervo legal comunitario que complica mucho su interpretación y la aplicación de la libre circulación de personas y mercancías que preside la esencia de esta institución. Por no hablar de los graves problemas que tienen algunos gobernantes para explicar en sus respectivos países su aportación a las arcas de una Unión Europea, que en su opinión mantiene políticas económicas de una época pasada, basada en la subvención de la producción y que debería evolucionar hacia la libertad de mercado y la competitividad.

De momento, el sector del vino mantiene su propia OCM, la dotación a los Planes de Apoyo Nacional, Pagos Únicos y regula, de alguna manera, con los derechos o futuras autorizaciones administrativas, la producción. Al tiempo que anima sus operadores a adaptarse a los mercados, lo que les obliga a conocer mejor los mercados y salir fuera a vender.

En España, aún afectados por todas estas circunstancias, tenemos que afrontar un importante reto, que es la valorización de nuestros vinos. No solo hay que recuperar un consumo interno hundido, sino que, además, lo que vendemos fuera lo debemos hacer a un precio mucho más alto si queremos tener futuro.

No sé si la leche y el vino se parecen mucho. Hasta dónde pueden llegar sus similitudes y diferencias. Pero sí sé que las cosas están cambiando a marchas forzadas, que nada es lo que era y que el modelo económico de los próximos años se caracteriza por unos recursos financieros limitados. La reconversión del modelo productivo es imparable y, más tarde o más temprano, acabará afectando a nuestro sector en lo que hasta ahora ha sido su línea de flotación.