Sin sorpresa en las últimas cifras

A estas alturas, y después de lo que hemos pasado, no podemos decir que el ajuste del FEGA sobre las declaraciones de producción de la cosecha 2013/14 pueda, ni sorprendernos, ni importarnos. Pues los 155.427 hectolitros de diferencia entre los 52,615 Mhl avanzados y los 52,46 millones de hectolitros que han dado por definitivos, no son una cantidad que pueda ser calificada de importante. Como tampoco la diferencia existente entre el avance de producción del Magrama, que eleva hasta los 53,32 millones de hectolitros la producción y el dato del FEGA. Aunque en este caso la diferencia sea de casi un millón de hectolitros y, la recomendación del Magrama, sea la de darle más validez al avance de producción frente a las declaraciones.

Lo único cierto es que (con un millón más o menos) España se sitúa en el primer puesto mundial de producción y en el último de los países productores (si por productor consideramos los principales países del mundo) en términos de consumo. Lo que nos aboca a un grave problema de comercialización.

Pero eso ya lo sabemos. Lo saben nuestros viticultores, que venden sus uvas a precios que hacen insostenible su viñedo. También nuestras bodegas, que tienen que hacer frente a producciones para las que no tienen más alternativa que la colocación rápida de una parte muy importante de su producción; con lo que ello supone de tener que vender a “cualquier precio” y de forma rápida porque al año siguiente llega otra nueva cosecha excedentaria. Y lo saben los compradores, que aprietan en las condiciones hasta límites insospechados, gracias a la posición dominante que ocupan.

Los últimos datos de exportación disponibles, publicados por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), y referentes al mes de febrero, vienen a confirmar lo que se temía; y que no es otra cosa que, efectivamente, exportaríamos más cantidad, pero a costa de un precio más bajo.

Exactamente, para los dos meses de 2014 de los que disponemos información, un 15,8% más de cantidad, pero a un precio medio de 1,12 €/litro, lo que representa un 15,7% menos. Siendo los graneles sin denominación de origen la categoría de vinos que mayores crecimientos presenta. Que, dicho sea de paso y para que nadie se olvide, es la categoría en la que todas, y digo todas, las partes que componen el sector vitivinícola coinciden en que debe ser la categoría a transformar.

Sabemos que estamos consiguiendo grandes logros en esta transformación y que nuestras bodegas, ayudadas por unos cuantiosos fondos comunitarios, están en el camino de ir dándole la vuelta a las exportaciones y pasar de los anónimos graneles (que también hay graneles con nombre y apellido a los que no hay que tocar), a vinos perfectamente identificados que permitan mantener el valor añadido a los productores y mejorar la imagen de los vinos de España. Que es un camino largo y lleno de obstáculos y barreras arancelarias, y si no vean lo que ha pasado con China. Pero nuestras bodegas están convencidas de que es el único camino, que la etapa de grandes volúmenes de vino barato con el que ser la bodega europea ha pasado y que no queda otra que marca, marca y marca. Colectiva de país, región o denominación de origen; o individual. Pero marca. Y en ello están y estoy seguro que lo acabarán consiguiendo.

Pero mientras esto llega, las vendimias se suceden y a las producciones hay que ir encontrándoles acomodo en un mercado maduro donde la competencia es feroz. Y esto lo sabemos bien, porque nuestros mercados lo reflejan en sus cotizaciones y volumen de sus operaciones. Y porque nuestros viticultores, lejos de preocuparse por si hiela o graniza, deben ocuparse más de encontrar quién le compre una uva para la que cuidados y calidades están en un segundo plano frente a cantidad.

Siempre hay alguien o algo que lo estropea

Mientras denominaciones de reputación contrastada andan inmersas en luchas intestinas sobre la titularidad de una territorialidad que debiera estar solventada con sus reglamentos, perdiendo un valioso tiempo, dedicando grandes esfuerzos económicos en abogados, pero, sobre todo, menoscabando el prestigio de “todas“ y confundiendo a un consumidor que tiene “demasiadas” alternativas como para que le vayan complicando la vida con cuestiones que apenas le interesan y que no hacen sino cuestionar el modelo de las indicaciones geográficas protegidas; otras regiones han decidido tomar el camino contrario: unirse en asociaciones que les permitan acudir a los mercados de manera conjunta, aprovechar las sinergias que cada una de ellas tiene, y concentrar esfuerzos en un mercado altamente competitivo y sobremaduro, donde no hay otra para entrar que apartar al ya existente.

No seré yo quien le dé, ni le quite, ni un ápice de razón a los que defienden una postura y otra. Pero sí, quien realice un llamamiento a la cordura y reclame de sus representantes humildad y responsabilidad. Cualidades que no siempre son bien entendidas. En defensa de su aplicación, mejor harían si escucharan a los que saben y a los que se juegan su futuro con estas denominaciones y dejaran a un lado a quienes buscan notoriedad y un retorno inmediato en forma de votos.

Tenemos 52.460.057,48 hectolitros de vinos y mostos para comercializar de esta campaña, a los que hay que unir los 29.196.326 de existencias con la que la iniciamos. En el debe de este balance contamos con un consumo que apenas superará los nueve millones y unas exportaciones que, con mucha suerte, llegarán a los veintiuno. Cifras que, por sí solas, son lo bastante elocuentes como para no necesitar muchos más argumentos con los que justificar estas palabras de unidad y esfuerzo en el sector.

Luchamos en Europa por conseguir mantener los fondos con los que realizar las campañas de promoción en terceros países. Que nos autoricen las campañas en pro de la cultura y la formación en el consumo moderado dentro de la Unión Europea, campañas en las que, por cierto, la Comisión parece haber entendido que no tenía ningún sentido obligar a que el vino fuera acompañado de otros productos alimenticios. Y nosotros seguimos desgastándonos en luchas regionales cuyos frutos nunca compensarán el desgaste que han requerido, ni superarán el peor de los acuerdos que pudiera alcanzarse.

Y a la… ¿va la vencida?

Hasta ahora, al menos, cuando los agricultores miraban al cielo lo hacían temiendo la llegada de una helada, pedrisco o cualquier otra inclemencia meteorológica que pudiera dar al traste, o al menos poner en riesgo, su cosecha. Hoy, decir que los viticultores arrancan las hojas del calendario con desazón pensando que es una oportunidad perdida que venga cualquier accidente climatológico que reduzca su producción es exagerado, pero no se aleja tanto de la realidad como cabría pensar.

Aunque quizás no tanto para los bodegueros que, asustados por los importantes problemas a los que tuvieron que hacer frente en la anterior vendimia, ante la imposibilidad de dar cabida a toda la uva que les llegaba y almacenamiento a todos los vinos que producían; se plantean muy seriamente qué hacer en la próxima vendimia cuando una cosecha, incluso inferior a la pasada, podría representar un serio problema de capacidad dadas las previsiones de existencias que se barajan para final de campaña, considerando la evolución que están teniendo los mercados.

Los hay que piensan que la viña está agotada ante la gran producción, cincuenta y dos millones de hectolitros, cifra récord en España, de la presente campaña 2013/2014. Pero también los hay que consideran que esta cosecha es el resultado de la entrada en producción de las miles de hectáreas reestructuradas y cuyos rendimientos superan, en mucho, a los que estábamos acostumbrados. Llegando incluso a cifrar en cincuenta millones la cosecha media de nuestro país; con lo que eso supone de cosechas de cuarenta y cinco y otras por encima de los cincuenta y cinco. Lo que, por otro lado, no es más que la constatación de los temores que franceses e italianos tenían cuando nuestra incorporación a la CEE de que nos convirtiésemos en el primer país productor del mundo.

Algunos consideran que a estas producciones vamos a tener que ir acostumbrándonos e ir pensando en cómo darle salida en la exportación (está claro que el mercado interno está totalmente incapacitado para aumentar su consumo); e incluso ven con cierto optimismo la mejora en la productividad que estos mayores rendimientos suponen para los viticultores, que llegan a soñar con superar los veinticinco millones de hectolitros de exportación del 2011 y convertirnos en referente mundial de producción vinícola y bodega de la que abastecerse.

Incluso los hay, y de solvencia demostrada, que van más allá y confían en transformar en unos pocos años una parte muy importante de esos más de nueve millones de hectolitros que hemos vendido el pasado año a granel, en envasado; con el consiguiente aumento de valor que ello lleva aparejado.

Pero eso sí, todos, tanto viticultores, como bodegueros, o incluso la misma Administración, son conscientes que esta situación no se soluciona sola, que hay que tomar medidas a medio y largo plazo que permitan aprovechar todas las fortalezas de las que disfrutan los diferentes colectivos y hacer frente común a las debilidades.

De hecho, el pasado martes día 8, el director general de Alimentación del Magrama, Fernando Burgaz, se reunía con representantes del sector con el fin de promover la constitución de una Interprofesional y alentándoles a tomarse en serio esta posibilidad, ya que es un organismo vertebrador de la defensa de sus intereses que incrementa la competitividad y le permita dotarse de una visión estratégica ante los cambios de la demanda. Aunque dejándoles bien claro que esto tiene que ser una iniciativa del sector, que el Ministerio no puede más que servir de interlocutor y que solo los colectivos involucrados decidirán qué, cómo y a qué velocidad quieren ir.

Pero esto a los que llevamos años en el sector ya nos suena ¿verdad?

Los tiempos cambian, ¿y nosotros?

Parece bastante claro que el mercado del vino ha cambiado. Sus consumidores no son los de hace apenas una década. Las ocasiones de consumo han girado de la mesa a la barra, y los gustos han evolucionado hacia vinos más aromáticos y frescos. Y la sensibilidad por acercarse a la naturaleza, respetándola y sosteniéndola, va más allá de una cuestión “marketiniana” de diferenciación de producto, y comienza calar entre productores y consumidores.

Las ferias, antaño momentos indiscutibles en los que encontrarse con distribuidores y clientes, luchan por encontrar un nuevo modelo que se adapte a los actuales paradigmas de comercio que permitan hacer frente a inversiones inmobiliarias que actualmente resultan desproporcionadas e imposibles de amortizar.

Incluso la forma de llegar al consumidor tampoco es la misma. Internet, con sus redes sociales y las aplicaciones informáticas han revolucionado el mundo de la comunicación e, incluso, el comportamiento de los ciudadanos, que parecen vivir pegados a un smartphone o una tableta (los fabricantes conscientes de esta situación luchan por ser los primeros en conseguir móviles en las muñecas o en unas gafas).

Pero, ¿qué hacemos desde el sector vitivinícola por adaptarnos a todos estos cambios?

La respuesta no es fácil y, como casi siempre sucede cuando se presentan cuestiones tan complejas como esta, acaba siendo la misma: cada uno hace lo que puede y lo que mejor considera. Y todo ello bajo el común denominador de la individualidad y la ausencia de sinergias.

Es verdad que cada día surgen más voces reclamando asociaciones eficientes y eficaces, abandono de personalismos trasnochados, y planificaciones eficientes y que ayuden a una mayor optimización de unos recursos escasos e insuficientes. Pero seguimos a años luz de conseguirlo.

En escasas ocasiones conseguimos pasar de las palabras a los hechos y en prácticamente ninguna logramos hacerlo de manera colectiva y responsable. Y aunque los hay que se encargan de repetirnos constantemente que necesitamos bodegas mucho más grandes, que en la concentración está el éxito. Yo, cada día sigo pensando más que lo que nos falta es más corporativismo y sentimiento de orgullo por lo que hacemos. Un poco más de confianza en nuestro producto y mucho más creernos lo que intentamos predicar sin convencimiento.

Un acuerdo poco satisfactorio

Dejando a un lado las valoraciones “políticas” que pueda merecer el acuerdo entre las industrias vitivinícolas de la Unión Europea (CEEV) y la Asociación de Bebidas Alcohólicas de China (CADA) por el que se cierran las investigaciones anti-dumping y anti-subvención sobre el vino europeo; y que ya hemos visto que han propiciado un considerable número de declaraciones felicitándose por ello, este asunto nos ha salido muy caro.

Desde el punto de vista económico, porque las minutas de los despachos de abogados y los intérpretes jurados (toda la documentación presentada tenía que ser traducida al mandarín) han sido considerables. Pero nada, si lo comparamos con el coste que supondrá en términos de competitividad la información que nos han “obligado” a facilitarles a China y que ha puesto en evidencia los márgenes comerciales y la operatividad de las bodegas españolas seleccionadas para cooperar.

Ya comprendo que cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y el papel de las administraciones y asociaciones es hacer declaraciones políticamente correctas y zanjar el asunto sin más alboroto, reduciéndolo a destacar que se trata de un “acuerdo privado entre sectores”.

Pero lo único cierto es que hemos hecho lo que han querido los chinos, les hemos facilitado toda nuestra información y nos hemos comprometido a cooperar durante dos años, no solo en el ámbito comercial, sino también en otras áreas técnicas como experimentación, cultivo y técnicas de mecanización de viñedo, vinificación y control de calidad, marketing, catas de vinos y sistema de protección de las indicaciones geográficas.

Pero, ¡es lo que hay!

Intereses mucho más importantes, relacionados con los paneles solares alemanes, han prevalecido; y el vino, como en tantas veces anteriormente, ha sido la moneda de cambio.

¡Ah! Y para los que piensen que China no es una amenaza para nuestras exportaciones, yo les diría que, de momento, está claro que no, pero que en un futuro no muy lejano, no estaría yo tan seguro. Especialmente para aquellos vinos baratos, que hoy por hoy, siguen representando el grueso de nuestras exportaciones mundiales.

Lo de la asistencia china a las empresas europeas en la organización de catas allí, la mejora del conocimiento del vino entre los consumidores chinos y la promoción de la cultura del vino está muy bien. Pero España durante el pasado año exportó a China 415.047 hectolitros a un precio medio de 1,78 €/litro, lo que no se puede decir que sea un mercado de gran valor como para ser los que más nos beneficiemos de ese acuerdo.

Claro que, siempre podemos sentirnos satisfechos con el anuncio hecho por el ministro de Agricultura, Arias Cañete, sobre su total oposición a la aplicación de un impuesto al vino, tal y como recoge la propuesta “Lagares”. Es decir, que “anunciamos la posibilidad de ponerlo, pero no lo ponemos gracias a mí oposición”.

O mejor, nos olvidamos de todos estos asuntos y nos centramos más en el día a día de nuestras bodegas, le echamos un vistazo a los datos de exportación de enero, que indican una recuperación del volumen con respecto al mismo mes del año pasado de un 19,4% y confiamos en que a lo largo del año podamos mantener esta tasa de crecimiento y superar los holgadamente los veintiún millones de hectolitros.

Aunque no sepamos si será suficiente para frenar la sangría que están sufriendo los precios en origen, dado el elevado volumen de la cosecha (última cifra del Ministerio: 50.948.500 hl) y la incapacidad demostrada por el consumo interno para recuperarse, ante la impasibilidad de un sector que no encuentra la forma de llegar a los nuevos consumidores mientras los fieles se les van muriendo.

Tomémoslo en serio

Aunque desde el Ministerio se nos asegura que se luchará por convencer al resto de los miembros del Gobierno, especialmente a los responsables del área económica, de que la propuesta del grupo de expertos de la Comisión Lagares no ha tenido en cuenta aspectos que van mucho más allá de lo estrictamente relacionado con los impuestos y que, en estos momentos, son de vital importancia para el sector; habrá que estar muy atentos a los movimientos que se vayan produciendo, pues sería totalmente inadmisible en un sector que resulta locomotor del comercio exterior, que mejora la imagen de la “Marca España” y que está inmerso en una revolución profunda, marcada por una reconversión del viñedo dirigida a mejorar de la competitividad del sector, que pasa, necesariamente, por un aumento de la productividad y una mejora en su rentabilidad. Cuestiones ambas que no son precisamente compatibles con aumentos de impuestos.

Competitividad que va mucho más allá de euros por litro y que sitúa su principal problema en la comercialización, que ha mejorado mucho en la última década con una notoria profesionalización de las bodegas, que les ha permitido encontrar en el exterior una alternativa a un mercado interior hundido. De estas bodegas, una buen parte ya hace tiempo que ha tomado conciencia de la importancia de valorizar su producto si quiere tener alguna posibilidad de continuidad. Y aunque al otro gran asunto, que es la mejora de la comercialización en el mercado interior que permita aumentar un consumo per cápita que se sitúa entre los más bajos del mundo y el más preocupante de todos los grandes países productores del mundo, son muy pocas las que dedican recursos, los últimos movimientos realizados por las “grandes” en este sentido, permiten pensar que se lo están tomando en serio.

Es muy posible que un número importante de las más de cuatro mil bodegas españolas que hay registradas, consideren que los concursos tienen poca, o nula, influencia en el consumidor y que, por consiguiente, su participación dista mucho de ser rentable. Y es muy posible que tengan razón. Pero si es así ¿cómo se explica que se sucedan uno a uno sin cesar? ¿O que haya más y más organizaciones y administraciones públicas que organicen el suyo, importándoles poco o nada la enorme competencia que existe?

Los concursos son rentables, sin duda. Otra cosa es que esa rentabilidad les llegue desde el punto de vista económico, cuestión que prácticamente está reservada para uno o dos de todos los organizados a nivel nacional, y que, podrán imaginar, se trata de los de mayor prestigio y son los reconocidos por los organismos internacionales.

Pero hay otras rentabilidades mucho más intangibles que se corresponden con aquellas relacionadas con el prestigio, la notoriedad o el propio ámbito geográfico al que van dirigidos. Ámbitos todos ellos igual de respetables y que alcanzan los objetivos perseguidos con un alto grado de éxito. Ya que lo único a lo que aspiran alcanzar las bodegas inscribiendo, y pagando porque sus vinos participen no es otra meta que aumentar sus ventas y, si es posible, el precio. Lo que sin duda consiguen, a tenor de la proliferación de certámenes en los últimos años.

Por un cambio de consumo

Es lo suficiente evidente, tanto como para no dejar ningún lugar a la duda, que tan solo el mercado exterior es capaz de hacer sostenible el sector vitivinícola español. Ni tradiciones, ni culturas, por más que se empeñen algunos en señalar a nuestro país o sus ciudadanos como emblema de la vitivinicultura mundial. Ni consumo, ni negocio; que apenas permiten a las bodegas (aquí siempre hablamos en términos generales, que para excepciones ya tenemos cada uno las nuestras), hacen viables ni la viticultura, ni las bodegas. Incluso en aquellos casos en los que hay fuertes cuestiones medioambientales o de arraigo de la población; tampoco en estos casos es posible mantener que la vitivinicultura actúa suficientemente para ello.

Esto no es nuevo de este año. Ni tan si quiera de esta OCM, o de las anteriores. Es más una cuestión antropológica, que debemos llevar muy adentro, ya que nunca hemos sido capaces de valorizar suficientemente nuestros vinos, más allá de tipologías o zonas muy concretas en las que han sido otros los que lo han hecho. Británicos en Jerez, franceses en Rioja, o suizos e italianos en Valencia; y poco más. Son los únicos que, a lo largo de nuestra historia han encontrado en España un verdadero vergel vitícola capaz de elaborar productos de interés para sus mercados.

Hoy, muchas décadas después, se podría decir que seguimos igual. Hemos aprendido poco y seguimos dependiendo de los demás para mantener a duras penas un sector que paga ruinosamente la uva a sus viticultores y vende sus vinos a los precios más baratos de cualquier otro país productor (aunque haya campañas excepcionales en las que esto no sea así).

Congratularnos de esto, más que motivo de alegría sería resaltar una evidencia, y si queremos sentirnos orgullosos por algo debería ser del ejemplo de algunas bodegas españolas, que son capaces de valorizar sus vinos en los mercados exteriores… y en los interiores.

Porque yo me pregunto: ¿conocen alguna bodega que venda sus vinos en el mercado exterior a un buen precio y lo haga en los niveles más bajos de la cadena en el mercado nacional? ¿Verdad que quién vende bien fuera, lo hace, también, bien dentro?

Pues entonces, yo le agradecería al ministro que, en lugar de sentirse orgulloso porque nuestras bodegas sean una pieza importante en el saldo comercial de nuestra balanza de pagos, se preocupara también porque esos ímprobos esfuerzos que dedican al mercado exterior lo pudieran hacer en el interior, con más información y formación a los consumidores, única vía para atraer un consumo de copa y sorbo que sustituya a un consumo alimenticio perdido.

El vino como reclamo

Aunque los datos del 2013 representan un aumento considerable del volumen de vino importado (+33,7% si se tiene solo en cuenta el vino y +20,9% si se consideran también mostos y vinagres), y todo parece indicar que tal situación encuentra justificación en lo corta que resultó la cosecha del 2012, siendo la categoría de vinos sin indicación de origen ni variedad, la que más volumen concentró con el 62,8% del total de los 1,903 Mhl importados; hay algunos detalles, como pudiera ser crecimiento experimentado del 1692% de los vinos con D.O.P. a granel, que deberían hacernos reflexionar sobre la posibilidad de que nuestro consumo interno vaya internacionalizándose y abriéndose a vinos procedentes de otros países.

Aunque los poco menos de dos millones de hectolitros importados apenas representen un 9,11% de lo exportado, se antoja razón insuficiente la disminución del cinco por ciento de la cosecha para justificar este crecimiento. Parece más lógico pensar en clave de precio y competitividad de nuestros vinos.

Ya hace algún tiempo que políticos y gerentes se han dado cuenta de que el vino puede ser un excelente reclamo de cara a la llegada de nuevos visitantes. Al fin y al cabo somos el tercer país del mundo en turismo y aspiramos a consolidarlo como motor de un modelo económico que hemos tenido que cambiar a marchas forzadas.

Es verdad que el peso del turismo en nuestro Producto Interior Bruto es elevado desde hace muchos años, que siempre ha sido uno de nuestros principales puntales, pero ahora, y ahí es donde está la diferencia, queremos cambiar ese turismo de “chancleta” por un turismo de mayor calidad y valor añadido. Y para eso la gastronomía y de forma muy especial, los vinos, están llamados a jugar un papel muy relevante.

¿Cómo mejorar y avanzar en el conocimiento y la información que tienen quienes nos visitan de nuestras denominaciones de origen, bodegas o marcas?

Mucha estadística y el mercado parado

Son muchos los temas que se acumulan esta semana y que resultan de gran trascendencia para el sector: desde la apuesta del Ministerio por contar con datos de producción más cercanos y que verdaderamente ayuden a las bodegas en la toma de sus decisiones y planificación de la campaña, hasta los que hacen referencia al mercado exterior, tanto en su vertiente exportadora como importadora durante el pasado año 2013. O los referidos al consumo en el hogar hasta noviembre; sin olvidarnos de la estimación de cosecha publicada por la UE, o el aviso dado por la Comisión advirtiendo que las ayudas a la inversión no pueden restringirse atendiendo al tamaño de las empresas. De todos estos temas encontrarán una amplia información en nuestras páginas y en la web www.sevi.net que hemos renovado pensando en ustedes.

Muy posiblemente, el modificar las fechas para las declaraciones de existencias, de cosecha y de producción pueda parecer la información menos relevante. Pero si tenemos en cuenta cuál ha sido la reacción del mercado a la estimación hecha pública por el Ministerio de una cosecha por encima de los cincuenta millones de hectolitros; y que los representantes del sector demandan que esta información se sepa cuanto antes y que se traslade a los operadores de manera rápida y automática como sucede en otros sectores muy similares como el del aceite de oliva, quizá entendamos que no es tan banal y que sus consecuencias van mucho más allá de los datos de una campaña concreta.

Si además nos fijamos en que los operadores que tendrán la obligación de completar estas declaraciones se amplían a: productores de vino, productores de otros productos distintos al vino y no productores que lo hayan adquirido; es posible que acabemos con esas diferencias entre la información de unas declaraciones y otras que tantas veces hemos denunciado y logremos que los diversos colectivos que integran el sector cuenten con una información solvente y actualizada.

Lo que igual ayuda a que la Comisión en esas estimaciones europeas también actualice sus datos y los ajuste más a la realidad, pues cuando España ya ha publicado los 50,5 Mhl, en los balances comunitarios siguen figurando dos millones menos para nuestro país.

En cuanto a nuestro mercado exterior, pues qué les voy a contar, que seguimos manteniendo un buen ritmo en nuestras exportaciones, gracias al cual funciona el mercado, pues el consumo interno mantiene un estancamiento endémico. Aunque las esperanzas de recuperar los cuatro millones y medio de hectolitros perdidos sigue pareciéndome un sueño lejano.

¿Un nuevo modelo productivo?

Hay temas que por más recurrentes que puedan parecer, siguen siendo de gran importancia para el desarrollo del sector. Sin duda, uno de ellos es el relativo al consumo interno que tenemos y los pocos esfuerzos que desde los colectivos implicados se hacen por darle una solución satisfactoria.

Llevamos años lamentándonos de que el consumo cae, que la única alternativa para nuestro sector es la exportación y que cada vez más nuestras bodegas e instituciones le dan la espalda al mercado interior y a sus consumidores.

Porque si resulta que la salida de la crisis va a estar en el turismo, las exportaciones y los compradores de vivienda en España van a ser los extranjeros ¿qué somos los españoles? Mano de obra barata para mejorar la productividad de las multinacionales y producir barato para poder vender fuera. Es posible que este sea el modelo que queremos de país. Desde luego en él encaja perfectamente que todas nuestras aspiraciones sean seguir exportando y hacerlo (¡menos mal!) cada vez con mayor valor añadido. Pero me parece una pobre aspiración.

Yo, desde luego, preferiría que nuestros jóvenes, altamente cualificados no se formaran aquí con nuestros impuestos y luego produjeran en otros países. Que nuestras empresas produjeran productos con alto valor añadido, que el turismo de interior creciese y las viviendas recuperasen parte del valor perdido por el aumento de la demanda interna. Pero, sobre todo, que nuestros vinos no fueran ese producto del que abastecerse a bajo precio con el que resultar más competitivos en los mercados internacionales.

Y para todo ello son necesarias muchas cosas, desde luego muchísimas más de las que yo soy capaz ni tan si quiera de imaginar, pero sobre todo hay una que es básica: la voluntad de querer hacerlo.