Quizás solo sea una entelequia

Días atrás Corpinnat, marca colectiva que reúne a nueve productores de cava anunciaba que había tomado la decisión de abandonar la Denominación de Origen Protegida Cava. Todo un jarro de agua fría.

Dejando a un lado cuestiones técnicas, como la limitación geográfica, controles de calidad y etiquetados; planteamientos filosóficos relacionados con el prestigio y el compromiso con el origen manifestado con la voluntad de utilizar solo determinadas variedades; su voluntad de pagar un precio mínimo por la uva o los procesos de elaboración, a los que aluden en su comunicado. Incluso considerando lo que de marketing pudiera haber detrás, esta decisión supone un duro golpe para el propio modelo de Indicaciones de Calidad existente en nuestro país.

No es el primer caso en el que un grupo de bodegueros va más allá en el cuestionamiento del papel de una denominación de origen que la simple aireación de posiciones encontradas sobre normas concretas y exigiendo una mayor diferenciación en sus productos dentro de la propia indicación de calidad.

El modo en que hasta hora se ha ido soslayando este problema; dotándolos de tipologías que permitan ir en esa dirección, no parece haber satisfecho a este grupo de cavistas cuyo abandono será efectivo en un plazo de un par de meses.

Podríamos pensar (sería lo más fácil) que las más prestigiosas bodegas no quieren que se les confunda con aquellas otras cuyos objetivos están más enfocados a volúmenes, donde cuestiones de calidad o prestigio pasan a un segundo plano ante la necesidad de operar con precios competitivos. O ir un poco más allá y preguntarnos si, con las herramientas con las que contamos, es posible, o más sencillo, alcanzar ese último objetivo que todo el sector vitivinícola español declara perseguir: aumentar el valor añadido de nuestros vinos. O, por el contrario, se hace necesaria alguna modificación que permita a los productores presentarse ante los consumidores con modelos diferentes que vayan más allá de esa manida “relación calidad/precio”.

Incluso podríamos llegar a plantearnos si detrás de este tipo de medidas no hay un cierto interés “marketiniano” en aras de una profunda diferenciación del resto.

El gran crecimiento experimentado por los vinos varietales, muchos de ellos nacidos a la sombra de D.O.P.s que han visto mermadas sus contraetiquetas de manera importante, es un buen ejemplo de que nuestro modelo está pidiendo cambios profundos.

El paso dado por la Unión Europea en la simplificación de los procedimientos para la modificación de los pliegos de condiciones y las normas de control es una buena muestra de esa necesidad y, al tiempo, de sensibilidad y voluntad de la Administración europea por hacerlo.

¿Suficiente? De momento ya hemos visto que no. Aunque es de esperar que acabe siéndolo y lo sucedido con el abandono de bodegas de cierto renombre, o la descalificación de algunos vinos de mayor prestigio, acabe por ser bastante y no quede ese extraordinario patrimonio vitivinícola de nuestras denominaciones de origen en un mero estuario en el que encuentren cobijo aquellas referencias cuyas marcas privadas requieren de la fuerza y el respeto de la colectiva que les confiere la contraetiqueta.

Tenemos un importante desequilibrio en el mercado entre lo que producimos y vendemos, y nada hace pensar que se trate de una situación coyuntural. Situaciones como estas no benefician a nadie en su resolución y pienso que bien haríamos si nos planteáramos seriamente qué queremos ser de mayores y cómo pretendemos llegar a ello como sector.

Quizás solo sea una entelequia.

También desde la producción

Parece bastante claro que sea mucho, o poco, la producción de la Unión Europea está bastante más cerca de los 179 Mhl producidos esta campaña, que de los 143,787 del pasado año. Podemos discutir si es mucho o poco para lo que consumimos. Si esta situación es sostenible en el tiempo, o sus posibles consecuencias sobre los precios en origen. Si el crecimiento mostrado por España (+39%), Francia (+30%) e Italia (+16%) tiene su origen en la entrada en producción de la superficie reestructura (estructural) o se debe a condiciones meteorológicas excepcionalmente favorables y la circunstancia de venir de una cosecha extraordinariamente corta (coyuntural).

Tomando como ejemplo lo sucedido en nuestro país, podríamos llegar a la conclusión de que esta producción ha venido para quedarse. Que los cincuenta millones de hectolitros están cada vez más cerca de lo que podríamos definir como una “cosecha normal”. A pesar de que seamos, de los tres grandes países productores del mundo, los que más hemos incrementado nuestra producción con respecto a la media de las últimas cinco campañas. Un trece por ciento, frente el siete de Francia o el dos de Italia.

A diferencia de lo que ha sucedido en los otros países, al menos con los datos proporcionados por la Dirección General de Agricultura de la CE, España sigue apostando por la elaboración de mostos, ocupando el primer puesto en la UE con con cuatro millones ochocientos mil hectolitros, a gran distancia del segundo productor, Italia, que apenas alcanza el millón de hectolitros. Lo que tampoco parece haber sido suficiente para que el mercado se muestre capaz de absorber semejante volumen de producción.

Y aunque la solución a nuestros problemas deberá pasar por abordar la recuperación del consumo y el afianzamiento de las exportaciones, se antojan necesarias otras medidas dirigidas al lado de la producción si queremos valorizar uvas y vinos. Aumentar rendimientos para compensar los bajos precios a los que se paga el kilo de uva no puede ser una solución sostenible a corto y medio plazo. Es posible que a largo lo sea, si conseguimos destinar esas producciones de altos rendimientos hacia otras utilizaciones; pero no ahora.

Lo preocupante es que, en estos momentos, lo único que estamos obteniendo son volúmenes difícilmente absorbibles por el mercado y precios en caída libre que tienen su reflejo en precios de uva insostenibles para los viticultores.

Se aproximan momentos importantes

La publicación de los datos del Infovi correspondientes al mes de noviembre (fecha de extracción 10 de enero 2019), en el que se incluyen los productores de menos de 1.000 hectolitros de producción media; arroja una producción de 49.196.089 hl para la cosecha 2018/19, de los que 44.406.173 son de vino y 4.789.916 de mosto sin concentrar (los 96.460 hl de concentrados, rectificados y parcialmente fermentados, no se incluyen).

Una cosecha superior un 38,6% a la de la campaña 2017/18 y un 11,5% por encima de la media de las últimas cinco campañas. Con unas existencias de vino (productores >1.000 hl) un 17,24% superiores a las de final de noviembre de 2017. Lo que vendría a corroborar con datos la gran sensación de paralización que se respiraba en el mercado en esos momentos y que todavía hoy se arrastra.

Y aunque ni las cifras deberían sorprendernos mucho, ya que desde estas mismas páginas se había venido adelantando una cosecha que estaría rondando los cuarenta y ocho millones de hectolitros (47.723.607 hl fue el pronóstico que publicamos en nuestro extraordinario de vendimias); ni las informaciones que venimos publicando cada semana sobre la situación de los mercados, muestra ni la más mínima discordancia con esta situación de paralización, la preocupación entre los operadores se va agravando ante la falta de reacción del mercado y la nominalidad de unas cotizaciones que muestran escasa capacidad de reacción.

De momento, los llamamientos a la calma que se emiten desde todos los estamentos y organizaciones, profesionales y empresariales, están consiguiendo concienciar a los operadores de la necesidad de mantenerse firmes en sus pretensiones; ya que las verdaderas razones de la paralización no se encuentran en las cuestiones crematísticas, sino en el exceso de oferta existente en el mercado, ante la recuperación de las cosechas de los principales países productores.

¿Hasta dónde serán capaces de resistir? Es una pregunta que todos se hacen y para la que nadie parece tener respuesta. Y aunque la concienciación de que bajar los precios no es solución, todos temen el momento en el que alguno lo haga y dónde sitúe la cotización.

Los datos de consumo en el hogar, únicos disponibles, señalan que la recuperación del consumo no está resultando tan positiva como algunos confiaban con la puesta en marcha de la Interprofesional y sus campañas de promoción. Y a pesar de que no disponemos de datos en el canal Horeca, donde la sensación es que el consumo sí ha conseguido recuperarse un poco, la impresión, porque tampoco contamos con datos del balance de la última campaña, es que el consumo se mantiene estancado en el entorno de los diez millones de hectolitros.

Diez millones sobre una producción que roza los cincuenta es una pobre cifra que nos hace extremada y peligrosamente dependientes del mercado exterior, con todo lo que ello supone de bajos precios y vulnerabilidad ante los altibajos de las cosechas. Ser la “bodega de Europa” supone que cuando la producción de nuestros compradores llena sus depósitos, la mirada hacia nuestros vinos queda reducida a pequeñas partidas y momentos puntuales.

Tampoco ayuda mucho a aliviar la tensión que vivimos en los mercados la posibilidad de que acabemos teniendo un “Brexit duro”, poco probable en mi opinión, pero posible y para lo que nos deberíamos preparar. Un destino como R. Unido que es mucho más que el cuarto destino en valor y quinto en volumen con un precio medio de 1,82 €/litro, es la puerta de entrada a otros mercados y, muy posiblemente, el mejor escaparate para muchas de nuestras bodegas. Amén de todas aquellas complicaciones que en el seno de la UE causaría y que podía poner en peligro el PASVE al tener que retrasarse el Marco Financiero Plurianual (MFP) 2021-2027.

Más burocracia y menos información

Es de suponer que cuando se modifican los procedimientos y se exige una mayor información es para que los datos facilitados sean precisamente eso: información. Cumpliendo los dos requisitos básicos que a los que cualquier información se debe: fiabilidad y actualidad.

Que el segundo requisito no se cumple con los datos del Infovi (los publicados esta semana se corresponden con el mes de noviembre) es bastante evidente en una sociedad que camina hacia la dominación absoluta del Big Data. Tener que esperar mes y medio a conocer lo que los operadores han tenido que declarar informáticamente no parece de recibo para un sector que se muestra extraordinariamente sensible a la información en su actividad comercial.

Con la desaparición de las declaraciones de producción y las manifestaciones realizadas por el Ministerio de Agricultura comprometiéndose a una información actualizada que ayudase a aportar transparencia al mercado, pensábamos que todo sería más ágil. Craso error. Con el nuevo sistema no solo no hemos conseguido tener la información antes, sino que su propia estructura, diferenciando a los productores de menos de mil hectolitros del resto, ha resultado un foco de confusión e inexactitud sobre la información que manejamos en varios momentos de la campaña.

Centrándonos en los datos, digamos que el total de la producción española de vinos y mostos sin concentrar en la campaña 2018/19 ha sido de 49.196.089 hectolitros, un 38,6% superior a la de la campaña anterior y un 11,5% a la media de las últimas cinco, según nota del propio MAPA. De los que 44,406 Mhl lo han sido de vino (21,96 de tintos y rosados; 22,442 de blanco) y 4,790 de mosto (0,923 tinto y 3,867 blanco). A ese volumen, cabría añadir la producción de 96.460 hl de otros mostos.

Superada esta primera fase de publicación de los datos de producción 2018/19, habrá que esperar a conocer cuál es la reacción de los mercados, caracterizados por una pronunciada paralización en estas últimas semanas, lo que le otorga una marcada nominalidad a sus cotizaciones.

Mucho más que un conjunto de números

Que el sector vitivinícola está sometido a fuertes vaivenes que dificultan mucho la realización de cualquier tipo de previsiones a medio y largo plazo es un hecho incontestable. Lo que no evita que todos, en mayor o menor medida, lo intentemos, con vaticinios que en la mayoría de los casos difieren bastante de una realidad testaruda pues a la variabilidad propia de cualquier cultivo agrario se suman imponderables sociales y económicos.

Convendría reiterar la idea de que el vino ya no es un producto alimenticio de nuestra dieta diaria. Que su consumo se produce de manera esporádica y respondiendo a los criterios que le son propios a un bien de lujo. Por más que el precio de nuestros vinos diste mucho de esa imagen que todos tenemos de glamour y exclusividad de este tipo de bienes.

Aún así, como decía, no dejamos de empeñarnos en adelantarnos a los tiempos intentando cuantificar cuál será la producción de los próximos años, cuál su consumo o qué tipos de vinos serán los que presenten tendencia positiva y cuáles los que deberán ser actualizados.

Hace no más de diez años las personas pensantes de las administraciones que debían orientarnos sobre el camino que seguiría en las siguientes décadas el sector declaraban que el consumo de vino disminuiría porque el de baja calidad (entonces llamado de mesa) sería sustituido por el vino con Denominación de Origen. Que los vinos tintos darían paso a los blancos. Que las variedades internacionales les irían comiendo terreno a las autóctonas. O que la producción debería disminuir como consecuencia de la pérdida de superficie vitícola y el estancamiento de los rendimientos, directamente relacionados con la calidad de los vinos.

Ahora la Comisión Europea, a través de su informe “Perspectivas de los mercados agrarios a medio plazo 2018-2030” vaticina para este periodo de tiempo una ligera caída en la producción del 1,8% (3 Mhl) con respecto a los 168 millones de este año 2018; y una estabilidad en el consumo de 131 millones de hectolitros. Insistiendo sobre la globalización de los mercados con previsiones de crecimiento en las exportaciones de un 20,8% y de las importaciones del 7,1%. Siendo, junto con el 5,5% previsto para los rendimientos por hectárea que se situarían al final del periodo contemplado en 58 hl/ha, los únicos que crecen. Producción, anteriormente mencionada, consumo per cápita (-2,7%), otros usos (-16,7%), stocks finales (-1,9%) o el mismo desplazamiento de la producción de los países minoritarios (-11,1%) hacia los del Top5 (-1,3%).

¿Cuántas de estas previsiones se cumplirán?

Pues, como para dentro de doce años yo confío en estar todavía dándoles la matraca, lo veremos. Pero mucho me temo que muy pocas.

Primero porque los rendimientos es previsible que crezcan más, lo que supondrá un aumento de la producción por encima de los 170 millones de hectolitros. Segundo, porque no se están teniendo en consideración aspectos legales que podrían afectar mucho a la producción como pudiera ser la eliminación de las autorizaciones de plantación. Tercero, porque para aumentar nuestras exportaciones necesitamos, o bien que el consumo mundial crezca y lo acaparemos nosotros (cosa muy poco probable) o que el resto de países productores dejen de hacerlo; lo que no sé si visto lo sucedido con China, es todavía más difícil. Y cuarto, y último, porque no es cuestión de estar aburriéndoles con tantas cifras, porque respecto al consumo de vino es previsible que en algún momento comiencen a dar sus frutos las numerosas campañas que todos los países tradicionalmente productores están ejecutando para recuperar el consumo en sus países de origen.

Y, mientras el tiempo va pasando, mejor haríamos en centrarnos en ser más competitivos (que no es lo mismo que tener precios más bajos) y aumentar el consumo.

Una excelente noticia para un mercado preocupado por su futuro

Dentro de unos pocos días, el 1 de febrero, entrará en vigor el acuerdo de Asociación Económica entre la Unión Europea y Japón, con el que se aspira a mejorar la competitividad de los vinos europeos frente chilenos o australianos equiparando los aranceles a nivel tarifario y con los que se estima un ahorro de 112 M€.

Además este acuerdo supondrá la protección de 22 Indicaciones geográficas españolas de las 100 europeas que se verán beneficiadas de manera inmediata y el inicio de un plazo de cinco años para otras como Jerez.

Así como la autorización de 28 aditivos y auxiliares tecnológicos, once a la entrada en vigor del acuerdo, ocho en dos años y nueve en cinco. Y aunque el país nipón ocupa el undécimo destino en importancia con respecto al volumen y duodécimo en valor, son muchas las posibilidades que se abren para nuestras bodegas que confían poder aprovechar este cambio legislativo.

Excelente noticia con la que iniciar un año en el que existen grandes temores sobre los posibles efectos que acabe teniendo la recuperación, a nivel europeo, de una cosecha que retorna a valores “habituales” y a la que habrá que encontrarle acomodo.

Las opiniones más generalizadas señalan el 2019 como un año complicado. A la escasez de operaciones y reducción de volúmenes en el comercio exterior, se añade la fatalidad de unas cotizaciones que no encuentran suelo en su descenso.

La última organización en solicitar la intervención del Ministerio de Agricultura ha sido UPA, quien a través de su máximo responsable sectorial, Alejandro García-Gasco, plantea la realización de los antiguos contratos de almacenamiento privado a largo plazo, la homologación de los contratos, un sistema de arbitraje y la realización de controles para que tenga efectos sobre la cadena de valor. Todo ello a evitar profundos dientes de sierra en las cotizaciones que solo generan pérdida de valor en los viticultores.

Grandes deseos

Sabemos lo que tenemos que hacer, o al menos damos la sensación de que así es con nuestras declaraciones de intenciones y denuncia de los problemas más graves que nos rodean. Alertamos de la falta de profesionalización del sector, los bajos precios a los que se adquieren las uvas y el escasísimo valor añadido que nos dejan los vinos. Pedimos mayor firmeza en los operadores a la hora de defender en los mercados la calidad del producto con unos precios adecuados y señalamos a los grandes distribuidores o importadores como los culpables de que no podamos vender más caros nuestros vinos.

Llegamos a exigir medidas de intervención en los mercados como si de tiempos pasados se tratara y nos negamos a asumir que solo desde el sector y las empresas que lo conforman es posible el cambio.

Hasta nos permitimos el señalar a los demás (poco importa quiénes sean, o qué sea) como los culpables de todo lo malo que nos sucede. Si baja el consumo, es culpa de la Administración y sus campañas de tráfico. Si el precio desciende, son los consejos reguladores que no defienden la calidad del producto con controles más estrictos. Y si otra bebida nos come el terreno, nos permitimos señalarlos como enemigos acérrimos a los que perseguir por haber conseguido lo que nosotros hemos sido incapaces. Por no hablar de esos inmisericordes compradores extranjeros que nos compran el vino a granel para envasarlo con sus marcas y dejar en sus países el valor añadido y la clientela del producto.

Estamos en tiempos de buenos deseos y gran generosidad. Hasta las Loterías del Estado nos dicen que lo mejor es compartir. Pues hagámoslo. Y como no todos vamos a poder hacerlo con el Gordo de Navidad, se me ocurre que podríamos hacerlo con la responsabilidad de lo que nos sucede, asumiendo la parte de culpa que cada uno tenemos en esta larga cadena de valor que compone el vino y adoptando conciencia colectiva de sector.

Me gustaría pensar que el hecho de haber alcanzado un acuerdo sobre la renovación de la extensión de norma para la Interprofesional de Vino es un paso hacia adelante en este camino colectivo de recuperar el sector. Que el nuevo récord alcanzado en el valor bruto en origen de la producción de vino y mosto en 2018 de 1.751 M€ (+12,2%) es una muestra de que vamos por el buen camino. O que las conclusiones alcanzadas por la Conferencia de Cooperativas Agro-alimentarias de España en su jornada sobre la “comercializar mejor para liquidar mejor” de abogar por la calidad y profesionalización como claves para mejorar la posición comercial de las bodegas cooperativas españolas (que concentran algo más del sesenta por ciento de la producción) serán una realidad a corto y medio plazo.

Me gustaría que esos sueños que todos tenemos en estos días se hicieran realidad y que el viñedo pudiera ser ese cultivo rentable, además de resaltar su papel medioambiental y elemento de fijación de la población.

Que el consumo aumentase ligeramente sus datos, gracias a la recuperación de frecuencia y no tanto en la cantidad diaria. Y que los nuevos consumidores tuvieran la oportunidad de acercarse a la cultura del vino de forma sencilla y desenfadada, exenta de estereotipos y prejuicios que los asustan.

Me gustaría que las administraciones no tuvieran que hacer más que dejar trabajar al sector, dotándolo de las herramientas y recursos necesarios.

No sé muy bien si algo de todo esto lo acabaremos consiguiendo este año que pronto estrenaremos. Pero en ello van todas mis esperanzas y animo a todo el mundo a que haga lo mismo. Uno solo no lo conseguirá. Entre todos sí. Apartar intereses personales en aras de la colectividad puede ser una inversión mucho más rentable a medio y largo plazo que la ceguera del cortoplacismo.

Feliz 2019 y ¡a trabajar por conseguirlo!

47 millones sin muchas explicaciones

Después de cuatro meses de campaña, el titular de Agricultura, Luis Planas, se ha decidido a dar una cifra sobre la vendimia española: cuarenta y sietes millones de hectolitros. ¿Basada en qué? Pues no sabemos muy bien, porque ni se ha publicado desglose alguno, ni los datos facilitados por el Infovi correspondientes al mes de octubre y publicados hace escasos días coinciden. Pero muy posiblemente tenga información suficiente para sostener su afirmación.

Sea cual sea el motivo que le ha llevado a hacer estas declaraciones en estos momentos (algunos piensan que están relacionadas con la escasa operatividad que están mostrando los mercados en estas últimas semanas), sean bienvenidas y ojalá sea el principio de más revelaciones que permitan al sector disponer de información e incrementar la sensación de que el Vino y su sector vitivinícola ocupa y preocupa al Ministerio del que depende.

Y es que los datos del Infovi cifran en 6.139 millones de kilos la entrada de uva en lo que llevamos de campaña (hasta final de octubre), con una producción de 40.850.206 hectolitros de vino distribuidos en 19.202.154 de tinto/rosado y 21.648.052 de blanco. Cantidad que es previsible varíe sustancialmente con los datos de noviembre dada la vendimia tan tardía que hemos tenido este año y que ha permitido que muchas bodegas, especialmente del tercio norte mantuvieran abiertas sus tolvas durante este mes.

Sobre las salidas al mercado acumuladas en el primer trimestre de esta campaña, destacan los 322.000 hl que fueron destilados (+88,3%) y los 58.000 (-16%) destinados a vinagrería. Mientras que la exportación habría absorbido 4,55 Mhl. (-19’8%) y 1,12 millones de hectolitros menos que el mismo periodo de la campaña 2017/18. Mientras las existencias a 31 de octubre quedaban en 61.191.222 hl. de vino y 7.336.101 de mosto sin concentrar.

Cifras que no hacen sino confirmar la paralización que se detecta en la actividad comercial de unas bodegas que, conscientes de las circunstancias de una importante recuperación de la producción a nivel mundial, confían en que la necesidad de recuperar los paupérrimos stocks dejados por la pasada campaña y los atractivos precios de nuestros vinos y mostos permitan reactivar el comercio a la vuelta de estas navidades.

¿Seremos capaces de sostener el mercado?

Las cifras dadas a conocer por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) referidas a las exportaciones del mes de septiembre podríamos decir que, no habiendo sorprendido a nadie, sí han provocado cierta preocupación en un sector que tiene en el mercado exterior nada menos que dos tercios de su comercialización. Pues si esperado era que los datos no fueran buenos, dado el cariz que estaban tomando los acontecimientos en nuestras bodegas y las abundantes noticias que iban siendo publicadas sobre las abultadas recuperaciones en las cosechas de los principales países productores del mundo; pocos se atrevían a aventurar hasta dónde podía llegar el descalabro.

Perder un 41,8% del volumen de vino a granel y un 17,4% en el envasado en el mes de septiembre con respecto al mismo mes del año anterior es una cifra preocupante que no puede ser adornada de manera alguna. El hecho de que en los datos acumulados anuales esas cifras se rebajen hasta el 17,1% y 13,7% respectivamente no es más que consecuencia de la buena evolución que había tenido nuestro mercado exterior en los primeros meses de este año. Como que en el dato interanual hayamos perdido un 7,0% en los vinos con D.O.P., un 13,0 en los I.G.P. y un 17,1% en aquellos que no disfrutan ni de indicación de origen, ni I.G.P., ni mención de variedad; siendo precisamente estos últimos, los vinos con indicación varietal los únicos que sostienen tasas de crecimiento positivas (8,5%), junto con los mostos que crecen un 6,9%.

Si, por el contrario, nos centramos en los datos de valor de nuestras exportaciones, aunque en la comparación mensual presentamos tasas negativas: 9,3% en los envasados y 17,0% en los graneles, tanto en las cifras acumuladas del año, como en las interanuales las cifras siguen siendo positivas (excepción hecha del vino tranquilo envasado en cifras acumuladas).

Somos conscientes, todos, desde los que elaboran vinos para ser vendidos en grandes volúmenes con escaso valor añadido, hasta los que lo hacen envasado y con altos precios, que nos enfrentamos a una campaña muy complicada. Tanto en el mercado interior, donde la competencia está resultando brutal y provocando ciertas tensiones en los precios con ofertas que tiran a la baja con fuerza; hasta en el exterior en el que las necesidades de abastecimiento se han reducido considerablemente con respecto a años anteriores, especialmente el pasado, y cuya reducción en los precios no siempre resulta suficiente atractiva como para que nos adquieran partidas de un producto del que disponen en origen.

¿Hasta dónde puede llegar la rebaja en los precios? ¿Caer el volumen de nuestras exportaciones? ¿Generar tensiones en los mercados internos de nuestros principales países importadores cuyos vinos nacionales cotizan con importantes diferenciales sobre los nuestros?  Son grandes cuestiones que todos los operadores se hacen y que ninguno se atreve a responder.

Sabemos que la solución no está en bajar nuestros precios, que generar valor es fundamental para el sostenimiento de nuestro sector productor. Que existen ciertas líneas rojas que marcan los propios costes de producción que no es posible traspasar. Incluso que la propia estructura productiva que tenemos en nuestro país con una alta concentración en manos de las cooperativas debería ser aprovechada para sostener el mercado. O que existen medidas de intervención que podrían ayudarnos a llevar mejor esta situación y evitar un desplome que vuelva a generar profundos dientes de sierra que resultan difícilmente asumibles por los mercados, especialmente los exteriores.

¿Seremos capaces de hacerlo? La experiencia nos dice que no. Que más tarde o más temprano acaba reventando el mercado y saltando por los aires cualquier estrategia comercial que se haya planteado. Pero quién sabe, igual en esta ocasión es la vencida.