Una gran oportunidad

Todo parece indicar que nos enfrentamos a una gran oportunidad para nuestro desarrollo como sector vitivinícola de calidad, con fuerza suficiente con la que reclamar en los mercados internacionales un valor para nuestros elaborados como pocas veces antes hemos tenido. ¿Sabremos aprovecharlo? Esa es la gran pregunta que todos nos hacemos.

Las estimaciones, claramente a la baja, presentadas por los otros dos grandes productores mundiales, Francia e Italia, nos colocan en una posición muy competitiva de cara a defender un incremento en el precio de nuestros vinos y mostos con el que se aproximen al valor de su calidad. Pero también sabemos, porque nos ha pasado en otras ocasiones, que en situaciones parecidas, en las que teníamos una cierta posición dominante en el mercado, nos hemos pasado de frenada y nosotros mismos hemos reventado nuestras expectativas con incrementos en nuestras exigencias que iban mucho más allá de lo que el mercado era capaz de soportar. ¿Haremos lo mismo en esta ocasión?

La sanidad del fruto a causa de la sequía es, en términos generales, extraordinaria, buenísima, como también están resultando los mostos obtenidos. Y aunque los episodios de fuertes y abundantes lluvias en toda la geografía española de esta semana podrían obligarnos a poner en cuarentena esta afirmación en algunos lugares, mucho tendrían que cambiar las cosas como para que tuviéramos que hacerlo.

Los precios de la uva, aunque sensiblemente superiores a los establecidos el año pasado para las uvas, están más o menos acordes a lo que está previsto suceda con la producción, por lo que tampoco parece que estos puedan llegar a suponer un grave problema para contener esa “fiebre del oro” que invade a los productores que, de momento, se niegan a ceder su producción en aras de conocer con más detalle lo sucedido en el mercado internacional y valorar la fuerza de sus existencias.

Sabemos que los consumidores, o los que más próximos están a ellos, que son los distribuidores, especialmente los grandes líderes mundiales; no están por la labor de aceptar incrementos que vayan más allá de lo razonable y que cualquier intento de superar esa barrera supone la paralización y el posterior hundimiento del mercado.

¿Dónde está lo razonable? Esa sería la cuestión. El problema está en que no lo sabemos.

Si queremos trasladar la pérdida de cosecha a los precios para mantener la renta de los viticultores, tal y como parecen haber hecho los dos grandes grupos bodegueros de Castilla-La Mancha, con incrementos que oscilan entre el quince y veinte por ciento con respecto a las cotizaciones de la campaña pasada; muy posiblemente vayamos a tener un problema serio. Si este incremento es asumido en parte por las bodegas con cargo a reducir sus márgenes operativos y aumentar la productividad, es posible que salgamos fortalecidos de la situación. Y si esta oscilación de cosecha es asumida en su parte por la distribución y trasladada en una parte proporcional al precio final de producto, podríamos encontrarnos ante la primera oportunidad de ese objetivo que el sector se ha marcado de sostener el volumen y aumentar el valor de unas exportaciones que suponen dos veces y media el consumo interno.

Herramientas para conocer lo que va sucediendo de forma más o menos actualizada tenemos. Conocimiento sobre lo que deben ser nuestros objetivos a medio y largo plazo en los mercados, tanto nacionales como internacionales, y por donde deben ir nuestras estrategias comerciales; también. Profesionalidad en los departamentos comerciales y de dirección de nuestras bodegas es quizá nuestro punto débil y por el que podría darse al traste con la gran oportunidad que se nos presenta. Confiemos en que esto no suceda y que dentro de un año podamos felicitarnos por el trabajo bien hecho.

Inusitado adelanto

Con un inusitado adelanto, buena parte de la España vitivinícola, se encuentra ya con las vendimias generalizadas. Algo excepcional y fruto de las características del año agronómico que hemos vivido. El campo nos está hablando, nos grita y nos alerta sobre los cambios que el clima está sufriendo y no deberíamos obviarlo.

Conforme han ido pasando las semanas de recogida, con trabajos ya en julio en los puntos más tempranos de nuestra geografía, se han ido confirmando las previsiones de una menor producción. Las causas hay que buscarlas en la sequía que han padecido las regiones vitivinícolas y en las heladas de primavera que asolaron los viñedos de la parte norte del país. Luego, habrá que ver si los viñedos más jóvenes y vigorosos, implantados en las zonas más productivas de España y con el apoyo de riego, y que entrarán en producción en esta campaña son capaces de paliar (veremos en qué porcentaje) algo de esa merma, que podría dejar la producción española por debajo de los 38 Mhl.

Estos trabajos de recogida también han permitido constatar que la uva que está entrando en las bodegas muestra, en términos generales, una gran calidad y un estado sanitario óptimo, lo que redundará en la calidad de los vinos resultantes.

Y ante este escenario de menor producción (no solo en España, sino también en Francia e Italia) los grandes industriales han apostado por incrementar los precios a los que pagarán la uva esta vendimia. Las primeras tablillas hablan de aumentos de entre el 12 y el 20% según variedades en la zona de Valdepeñas. Algo que no es baladí, pues es la gran referencia que estaban esperando en otras zonas productoras para marcar los precios de inicio en esta campaña que se presenta prometedora. Buena vendimia a todos.

Más datos para menos información

Nada me gustaría más que, antes de tomarnos un par de semanas de vacaciones, poder dejar una amplia información de la vendimia que nos espera. Y, aunque lo vamos a intentar, debería comenzar por decir que no va a ser nada fácil.

En primer lugar porque nunca lo es. Predecir el comportamiento que vaya a tener cualquier cultivo, cuando todavía restan varias semanas para ser vendimiado es, siempre, muy complicado. Especialmente cuando ese cultivo es la uva, como es nuestro caso. Un fruto especialmente agradecido, que puede cambiar de manera sustancial con unas lluvias apropiadas en las últimas semanas de maduración.

En segundo lugar, pero no por ello menos importante, porque el desconocimiento que ahora mismo tenemos de nuestro potencial es bastante grande. Las informaciones mensuales del Infovi, lejos de aportar luz y taquígrafos a los mercados con estadísticas puntuales y periódicas de producción y existencias, se han convertido en un nuevo galimatías que todavía habrá que descifrar. Dos ejemplos con que ilustrarlo. A diferencia de lo que sucedía con el anterior sistema de declaraciones de producción, hoy es imposible saber cuánto de lo producido corresponde a vino y cuánto a mosto. Otro ejemplo, en los meses en los que se publican los datos de los productores, incluidos los de menos de 1.000 hl que solo están obligados a hacerlo de manera trimestral (noviembre y marzo hasta el momento) no se facilita información sobre las entradas y salidas, ni el movimiento, consumo y usos industriales.

Como además se trata de una información nueva, a estos inconvenientes habría que añadirle el de carecer de un periodo con el que poder comparar los datos, para tener una visión relativa de la evolución del mercado y si, efectivamente, su concepción numérica responde verdaderamente a lo que parece, o se trata de un efecto estacional.

Todo eso por no entrar en detalles sobre el propio desconcierto en el que los operadores se mueven, no sé si de una forma intencionada o no, pero que nos ha llevado en años recientes (el pasado mismo es un ejemplo perfecto) a situaciones tan incomprensibles como pasar de hablar de una cosecha histórica que estuviera cercana a los cincuenta millones de hectolitros, a otra por debajo de los cuarenta, para acabar con una cifra muy similar a la del año anterior. ¿Voluntario? ¿Fruto del desconocimiento? ¿Capricho de la naturaleza?… ¡No sé! Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Lo cierto y verdad es que, aunque no abandono la esperanza, seguimos igual o peor con el tratamiento estadístico de los datos de producción, consumo, movimiento y existencias que pudieran ofrecernos una información fiable con la que operar en los mercados.

Porque esa es otra, los mercados, que han disfrutado de una campaña con cierta estabilidad, dado que los crecimientos en los precios han sido moderados y continuados, sin una ruptura muy pronunciada a lo largo de la campaña; en estos momentos viven un retraimiento de la oferta casi absoluto, motivado por unas estimaciones de cosecha a nivel europeo, según las cuales no solo España, sino también Italia, Francia o Portugal están en la misma situación: vendimias notablemente inferiores a las del pasado año. ¿Cómo para no tener vino suficiente? Ni mucho menos, pero sí para que la oferta y la demanda estén mucho más equilibradas y los precios medios puedan experimentar una subida. Tal y como ya ponen en evidencia las primeras operaciones que se han cerrado de uvas, con incrementos que en algunos casos llegan a estar por encima del treinta por ciento con respecto a las del año anterior.

De momento quédense con esta cifra, cuarenta millones de hectolitros. Volumen por el que podría andar nuestra próxima vendimia

Ya están aquí

Las vendimias, y todo lo que con ellas está relacionado, son uno de los temas que más interés despierta en el sector, no ya solo el productor (que se juega una parte muy importante de la campaña en estas semanas con la fijación de los precios de las uvas y sus fuertes condicionantes sobre los que acaben fijándose para los primeros meses de campaña de los mostos y vinos); sino también para la distribución, cuyas plantillas anuales deberán confeccionarse atendiendo a estas previsiones de mercado.

Además, en este año, como consecuencia del cambio climático, dicen algunos, las tareas de vendimia se están viendo adelantadas de manera espectacular. Tres, incluso cuatro, semanas sobre las del año pasado son muchos días como para poder pensar que detrás de esta circunstancia se esconde solo un efecto estacional.

Y aunque este adelanto no es en sí mismo ni bueno, ni malo; solo una alteración importante en los calendarios de trabajo marcados por las bodegas (nada que no se solucione con un reajuste). El hecho de no darle a la planta la oportunidad de que lleguen las lluvias necesarias con las que paliar los importantes efectos negativos que están teniendo sobre la cantidad de la cosecha, la fuerte sequía vivida en la práctica generalidad de España, pero de manera muy marcada en el tercio norte peninsular; tendrá importantes consecuencias.

La primera, y de la que ya venimos informando hace ya varias ediciones, está siendo la evolución de los precios en origen. Con una propiedad que actúa como si se fuera a acabar el mundo y no fuéramos a ser capaces de contar con la producción suficiente como para cubrir las necesidades comerciales que se nos fueran presentando, y que ha provocado una retirada de la oferta prácticamente absoluta. Desde la creencia firme de que los precios experimentarán mayores crecimientos en las próximas semanas y que las bodegas pueden verse obligadas a tener que asumir incrementos que vayan mucho más allá de los que ya hoy reflejan los contratos. Los que todavía cuentan con alguna partida la retienen, sin mostrar el más mínimo interés por las ofertas que les puedan llegar.

Los que estuvieron atentos a la evolución y los acontecimientos han ido cerrando operaciones con las que garantizarse sus necesidades de las primeras semanas de campaña. Las suficientes para darle tiempo al mercado a normalizarse y superar la vorágine desmesurada que se considera que pudiera marcar los inicios de la campaña.

Estimaciones muy poco por debajo de los treinta y nueve millones de hectolitros no son cifras que en sí mismo pudieran hacer pensar en importantes problemas de abastecimiento que justifiquen este proceder, pero imagino que experiencias de años anteriores (como la que tuvieron grandes operadores el pasado año, y en el que los incrementos en el precio de las uvas por ellos marcados difícilmente se vieron correspondidos con la evolución de la campaña); así como las noticias que nos llegan de estimaciones de cosecha en Francia e Italia y que van en la misma dirección que la nuestra hacia una caída de cierta importancia, un diecisiete en el caso de Francia según la recientemente publicada por Agreste hace escasos días; digamos que no son un llamamiento a la calma y el mantenimiento de una prudencia en un sector, que por otro lado, ha dado sobradas muestras de que la estabilidad o el mantenimiento de un crecimiento moderado y sostenido, no figura entre sus cualidades.

No así en todo lo relacionado con la calidad. Parámetro que no solo resulta muy elevado para el conjunto de la cosecha, sino que cada año va un paso más allá, haciendo posible contar con los vinos y mostos más competitivos del mercado internacional por su relación calidad/precio.

Valor que, por otra parte, no es suficiente para asegurarnos una mayor presencia en los mercados internacionales con productos de mayor valor añadido.

En busca de rentabilidad en el viñedo

Resulta bastante habitual escuchar, cuando se habla de los problemas de excedentes a los que se enfrenta España y los bajos precios a los que vende sus vinos, que una parte muy importante del asunto se encuentra en una sola región española, donde se concentra alrededor de la mitad de la superficie total del viñedo y en la que se produce un porcentaje bastante similar de vino.

Podemos aplicar la regla de la proporcionalidad a la hora de explicar el número de hectáreas reestructuradas en el total del periodo ejecutado 2001-2016 y que ascendió a 375.093 ha, de las que Castilla-La Mancha participó con 183.614 (48,89%). Aunque no sea la que ha tenido que modificar un mayor porcentaje de su superficie, tan solo el 38,79% mientras que otras regiones como Extremadura, Aragón o Cataluña lo han debido hacer en un sesenta y cuatro, cincuenta y seis y cincuenta y dos por ciento, respectivamente. Siendo Galicia, Madrid y Cantabria, 14,35%, 11,39% y 7,37% respectivamente, las que menos lo han hecho.

Y sin ánimo de restar ni un solo ápice de importancia de la que tiene esta región en el ámbito nacional vitivinícola, algo no debemos estar haciendo muy bien en el resto de regiones cuando Castilla-La Mancha ha sido la autonomía a la que mayor superficie se ha concedido de nuevas plantaciones, con 1.910 solicitantes, sobre un total de 4.408 y 2.428 hectáreas de las 4.989 concedidas para 2017. Lo que nos podría llevar a pensar que si el noventa y tres por ciento de esas superficies ha sido concedida a viticultores ya activos, encuadrados en el grupo 2 “Buen comportamiento, sin viñedo abandonado y/o ilegal”, el porvenir del sector y la rentabilidad de mismo es bastante buena y existe futuro.

¿Cambiando variedades o producciones? Pues sí, hay futuro. El problema lo tendrán aquellos otros que no habiendo hecho nada por adaptarse a estas nuevas condiciones que impone el mercado, bien porque no han sabido verlo; bien porque no han podido ya que sus disponibilidades de agua (el riego se impone como imprescindible) o económicas, (la ayuda solo cubre una parte de la inversión necesaria) no se lo han permitido; y que tendrán que competir con los que sí lo han hecho.

De momento, esto se palía bastante con la elevada edad de muchos de estos viticultores, pero llegará un momento en el que deberán ser sustituidos, e incluso es posible que ese momento coincida con una liberalización de plantación. Y cuando ese momento llegase ¿qué estamos haciendo para evitar que una buena parte de esa cubierta vegetal desaparezca, con el consiguiente problema medioambiental y de población que generaría?

El vino se populariza

Sabemos que el comercio online está llamado a ser uno de los grandes revulsivos de este sector en las próximas décadas, y así lo hemos expuesto en numerosas ocasiones. Lo que no sabíamos es a la velocidad a lo que lo haría y su cuota de penetración. Hoy, podemos asegurar que ya es una realidad y que, acorde a la evolución de los acontecimientos cuando hablamos de temas online, su progresión va a ser explosiva.

Las razones las podemos encontrar en dos aspectos bien diferentes. Uno sería las grandes necesidades que tienen las bodegas por llegar a los consumidores de la manera más directa posible. Esto, que hasta hace muy pocos años solo estaba al alcance de unas pocas bodegas que manejaban impresionantes capítulos presupuestarios en marketing y campañas comerciales; con la llegada de las redes sociales y el comercio electrónico está al alcance de la más pequeña y humilde de las bodegas, ya que la inversión que requiere está al alcance de cualquiera. El otro sería la necesidad de las bodegas por vender, y aunque las hay que apuestan por estrategias más tradicionales, como podría ser el comercio de proximidad, la inmensa mayoría del comercio se rige por normas donde la globalización se impone.

Pero para el desarrollo de este mercado eran necesarias superar algunas barreras legislativas relacionadas con el tratamiento fiscal que mantienen algunos países potencialmente muy interesantes, y otras vinculadas con aspectos logísticos centrados, principalmente, en el transporte y almacenamiento del producto.

Estas dos cuestiones, y otras no menos baladís, como la comunicación y concentración de la oferta, han encontrado excelentes aliados en las grandes plataformas de comercio electrónico (e-commerce) mundiales, que han visto en el vino un producto altamente atractivo con el que desarrollar su negocio y atraerse un perfil de cliente que hasta ahora se ha mostrado reacio a su utilización. Amazon, que no solo ha decidido apostar por desarrollar el comercio de la alimentación, en la que incluye el vino, sino que ha ido un paso más allá elaborando sus propias referencias enológicas. Alibaba, el gigante asiático junto con JD, también ha puesto la mirada en el sector vinícola desarrollando una línea de comercio específica. Y como si esto no fuera suficiente Lidl consigue situar su espumoso de marca propia como uno de los mejores del mundo gracias a la repercusión que ha tenido en los medios de comunicación la medalla conseguida en un reputado concurso mundial.

La globalización y el e-commerce han popularizado el consumo, los grandes distribuidores mundiales, lo han favorecido. Y ahora, el vino, busca subirse con entidad propia a esta nueva línea de comercio donde tiene excelentes posibilidades de progresar y dar un vuelco radical al concepto mismo de consumo.

Una copa de vino para satisfacer el alma

Aunque el incremento de la superficie regada de viñedo de transformación apenas ha sido de un diecisiete por ciento con respecto a la que existía en 2006, es de destacar que según los últimos datos publicados por el Mapama en su análisis de los regadíos españoles en 2016, algo más de un tercio (el 36,7%) del viñedo español de transformación cuenta con algún sistema de riego que permita controlar mejor el desarrollo de la planta, aportándole en cada momento los recursos hídricos necesarios. De hecho, el noventa y siete por ciento del regadío emplea el riego localizado, permitiendo, además sistemas de fertirrigación.

Si bien ello no evita las heladas, a pesar de que puede minimizar considerablemente sus efectos, ni la aparición de enfermedades criptogámicas; su existencia supone un importante avance en el control del viñedo y la estabilidad de la producción en un país como el nuestro donde el agua se ha convertido en uno de los bienes más preciados.

Hasta ahora, cuando escuchamos hablar del cambio climático y sus posibles efectos sobre la producción vitícola tendemos todavía a relacionarlo con las temperaturas, especialmente las olas de calor, obviando o pasando muy de puntillas sobre una cuestión como es la sequía. De hecho, aunque todavía son pocas las bodegas españolas que identifican sus vinos con la emisión de dióxido de carbono (CO2) y las que han implementado sistemas de control para su medición. Son muchísimas más de las que lo han hecho sobre el control del agua y su identificación mediante la llamada huella hídrica. Ya sea porque su control resulta mucho más complicado, o porque en dos tercios de la superficie no existe posibilidad alguna de actuar sobre ella al encontrarse en secano, o porque la inclusión de un nuevo imagotipo en la etiqueta no haría más que aumentar el desasosiego de un consumidor que ya comienza a comparar la etiqueta de un vino con la de un prospecto de un producto farmacéutico. El caso es que no es tema que parezca preocupar mucho a la industria vitivinícola. Y debería hacerlo.

Quién sabe si tanto la huella hídrica como la de carbono pudieran ser una ayuda en ese camino que nos acabe conduciendo al 2025 exitosamente. Momento para el que el Observatorio Español del Mercado del Vino considera que España se acercaría a la primera posición del mundo a nivel exportador, no ya solo en volumen (que ya lo somos), sino también en valor, alcanzado cifras de 32 millones de hectolitros y 4.700 millones de euros.

Cifras que fueron presentadas recientemente en su jornada de internacionalización y complementadas perfectamente por el análisis efectuado por la MW Sarah Janes Evans en el que ponía de relieve dos de los grandes problemas que tiene nuestro sector para mejorar su posicionamiento internacional de los vinos finos: pocas referencias y volúmenes insuficientes para garantizar los suministros.

Vender la mitad de referencias en este tipo de vinos súper icónicos que Australia o diez veces menos que Italia, es un importante problema al desarrollo de esa vía con la que tanto soñamos desde el sector de mejorar el precio medio de nuestras exportaciones. Pues aunque cuando hablemos de exportaciones nos estemos refiriendo a volúmenes y esto sea en sí mismo una contradicción con la misma definición de este tipo de vinos “finos”, la percepción de valor que pueda existir en el mercado de origen está muy relacionada con el número y variedad que acabe ofertándose de estos vinos emblemáticos.

Y aunque las estrategias por las que desarrollarlos y comunicarlos nada tienen que ver con las que puedan ser convenientes para recuperar el consumo interno, no estaría de más que nos preguntáramos si lo que se busca al consumir una copa de vino es saciar la sed o satisfacer el alma.

El mercado huele las vendimias

Llegan los meses estivales por antonomasia y parece como si a los operadores les entraran todos los temores y debieran comenzar a planificar una vendimia sobre la que todavía restan muchos acontecimientos que pueden marcar profundamente sus resultados.

Y no será porque no tenemos ejemplos bien recientes, el del año pasado sin irnos más lejos, en los que hemos tenido la oportunidad de comprobar cómo las previsiones que se manejaban en estas fechas, cambiaban radicalmente en agosto y septiembre, para moderarse sustancialmente con los datos ya reales de octubre y noviembre. Pero nada de todo eso cuenta. La memoria es frágil y el dinero que está en juego mucho como para pasar por alto previsiones de cosecha y estimaciones de cotizaciones.

De hecho, en el mercado de vinos, al que las heladas en el tercio norte (fundamentalmente) del mes de mayo le provocaron una primera reacción al alza, especialmente en tintos; en estos momentos, lejos de relajarse las tensiones, no han hecho sino trasladarse también a las cotizaciones de los blancos.

Concretar si el paso de las semanas en julio destensará el mercado o por el contrario hará más complicado encontrar quién esté dispuesto a ceder su producción es complicado y demasiado arriesgado como para plantearnos siquiera cualquiera de los escenarios posibles.

Lo que sí podemos decir, porque está perfectamente demostrado, es que las cotizaciones de los vinos de estas semanas previas a las vendimias marcan el precio de las uvas. Y aunque es previsible que sigan existiendo grandes diferencias entre zonas, todo parece indicar que serán superiores a las del año pasado. ¿Cuánto? No lo sabemos, porque aquí entran en juego otros aspectos más relacionados con estrategias comerciales de las bodegas, algunas de ellas con peso suficiente como para orientar el mercado, y lo sucedido el año pasado pudiera llevarles a mantener una postura mucho más conservadora. O, quién sabe, acabar rompiéndolo con precios agresivos. No lo sabemos.

El caso es que los operadores, a más de un mes de las primeras tareas de recolección y con unos datos de exportación que han supuesto un freno a las grandes alegrías que surgieron en los primeros meses de este año, comienzan a analizar los diferentes escenarios posibles y a darle la importancia que a su juicio cada uno merece.

Un círculo vicioso

Cualquiera al que se le pregunte sobre el mayor problema al que se enfrenta el sector del Vino español dirá que es su bajo consumo. Ya después, como coletilla, cada uno podrá aportar su granito de arena al intentar explicar las razones por las que se ha llegado a esta situación y las diferentes maneras de salir de ella.

Tema que comprenderán que no es sencillo. Si lo fuera, no habría ninguna razón para las importantes cantidades de dinero que desde diferentes organizaciones se pagan a consultoras por analizar este problema. Y cuyos resultados están todavía por traducirse en una recuperación o, cuando menos, una sensación de que se está llegando al consumidor con un mensaje y lenguaje (también existe un lenguaje no verbal) diferente al que tradicionalmente se ha utilizado.

No esperen, por lo tanto, encontrar en estas palabras una solución rápida y sencilla al problema. Y confórmense con reflexionar sobre algunas cuestiones muy concretas de las que cada uno deberá sacar sus propias conclusiones. En lo que a la resolución de la parte colectiva del problema respecta no debiera haber muchas diferencias, dicho sea de paso; pero en lo referente a lo que cada uno de nosotros debiera hacer las conclusiones tendrán bien poco que ver unas con otras.

Y es aquí donde podríamos encontrar la primera de las cuestiones a plantear. ¿Es un problema que debemos solucionar desde el propio sector o esperar a que la Unión Europea o el Mapama, lo haga? En este caso, la respuesta parece bastante y es que, ¡al fin!, el sector ha tomado conciencia de que sus problemas los debe resolver él y no esperar que otros los solucionen en su lugar. Y aunque también se ha convencido de que se trata de una cuestión interdisciplinar, donde cuestiones del ámbito social, económico o demográfico (por citar tan solo algunas) son parte directa del problema, sigue simplificando mucho el asunto y atajándolo con una visión parcial muy pobre de cuáles han sido las razones que nos han traído hasta esta situación y las posibles soluciones.

Cuando se analiza el problema desde una visión de la edad del consumidor, se llega rápidamente a la conclusión de que tenemos toda una generación, los millennials, perdida. Pero difícilmente se va más allá en las conclusiones y se pronostica si se trata de un grupo de gente (el 15,66% de la población española, cosa que tampoco se concreta normalmente) que debemos dar por perdida irremediablemente; o lo que ha sucedido es que su incorporación al mundo del vino se produce más tarde de lo que lo hicieron generaciones pasadas y de manera diferente. ¿Y con la Generación Z (15 a 20 años) qué está pasando?

Otro de los argumentos más frecuentemente empleado para explicar lo que ha sucedido con el consumo en nuestro país es el vocabulario empleado y la constante referencia a términos y conceptos que la mayoría de los consumidores no conocen. Lo que ha generado rechazo y antipatía hacia lo que debiera ser motivo de placer. Porque el vino se consume por placer, ¿no? ¿O qué es lo que espera recibir un consumidor cuando se debe una copa de vino? Volviendo a la cuestión anterior del vocabulario, ¿qué es lo que están haciendo los cerveceros, esos grandes “enemigos” (yo no estoy de acuerdo con esta catalogación)? ¿Enriquecer el mundo de la cerveza con nuevas variedades, tipologías y vocabulario, o ningunear al consumidor?

Y para acabar con mis reflexiones, quisiera referirme al maltraído precio. Magnitud como ninguna empleada para explicar una cosa y la contraria. Vendemos barato, tanto que no somos capaces de pagar la uva a un precio digno; pero tenemos un grave problema cuando hablamos de lo que deben pagar los consumidores por disfrutar de una copa de vino.

Como verán, muchas cuestiones para un pequeño trozo de papel escrito por alguien mucho menos cualificado que esas grandes consultoras.

Campañas basadas en discursos trasnochados

Si queremos recuperar el consumo de vino y potenciar la cultura vinícola, tendremos que hacer mucho más que campañas basadas en discursos trasnochados.

De una forma u otra estoy seguro que en los próximos años vamos a llevarnos grandes sorpresas en este sector. Unas relacionadas con nuestras exportaciones, donde destinamos casi dos veces y media lo que consumimos en el mercado interior, y que suponen la piedra angular en la que se sustenta nuestro sector. Otra en el propio consumo interno, que mostrará una clara recuperación. Y la última, y no menos importante, en la misma estructura sectorial, donde bodegas, pero también viticultores y asociaciones, deberán ajustarse a unas nuevas reglas de mercado donde todo no es producir bien y barato, sino también, o especialmente, darlo a conocer.

Y no es que tenga dotes adivinatorios (qué más me gustaría), sino porque está bien claro que la misma sociedad está cambiando. Como bien demuestran los resultados de los referéndum y elecciones que se convocan y que ponen de manifiesto que la sociedad (conjunto de personas que la componen) ni tienen las mismas necesidades que hace apenas veinte o treinta años, ni la misma manera de reaccionar ante los acontecimientos.

Últimamente se habla mucho de los “millennial” señalándoles como responsables de los grandes cambios generacionales que estamos viviendo. Y aunque no todos los autores se ponen de acuerdo en su rango de edad, podríamos decir que se trata de los nacidos entre 1984 y 2000 y cuyas principales características son una personalidad más crítica, pensamiento estratégico, más sociales, donde la democratización de la información y los procesos de tomas de decisiones se han visto afectados fuertemente por la llegada de internet. En definitiva, gente que lo cuestiona todo, que lucha por ser independiente y que tiene en las redes sociales un excelente medio de comunicación en el que expresarse.

En el sector nos empeñamos por traer al consumo de vino a estos jóvenes y justificamos nuestro fracaso alegando que nos hemos olvidado de ellos.

Muy posiblemente sea cierto y nos hayamos olvidado de ellos, pero yo me pregunto ¿qué tienen en común estos consumidores con los de la generación silenciosa (1920-45), los del baby boom (1946-64) o incluso la Generación X (1965-83)? ¿Acaso les interesa lo mismo, utilizan los mismos medios para comunicarse, el mismo lenguaje, tiene los mismos gustos?