Por una información seleccionada

Es habitual que en estas fechas los rumores sobre la nueva cosecha vayan adquiriendo protagonismo y desde instituciones y organizaciones profesionales y empresariales se viertan impresiones y estimaciones sobre lo que nos deparará la vendimia 2016. Cuando nos enfrentamos a una producción superior a la del año pasado y las condiciones generales permiten pensar en que es posible que esta situación, lejos de verse correspondida con una reducción en los precios de las uvas (lo que sería lo normal si atendiésemos exclusivamente a la ley de la oferta y la demanda), apunta hacia una recuperación de la cotización; la atención se hace todavía más notable y los cálculos se suceden en todos los medios de comunicación.

Lo que ya no es tan habitual es encontrarse con que estas estimaciones son tratadas con el rigor periodístico que requieren, ya que, en algunos casos, se confunden variaciones con respecto a la cosecha del pasado año con la de la media de la zona, o la “normal” (que seguimos sin conocer exactamente qué significa). Incluso confundiendo localidad, comarca o región con denominación de origen. Por no hablar de mezclar kilos con litros, o pesetas (euros sería lo más correcto, pero es que todavía sigue empleándose nuestra antigua moneda en el sector) por kilo, por el kilogrado, sin citar, por supuesto, el grado.

En fin, un sin número de “pequeños detalles” que, la mayoría de las veces sin ninguna mala intención, lejos de arrojar luz sobre la nueva vendimia, lo único que consiguen es sembrar las dudas y ocasionar un cierto desazón en el lector ante la inseguridad de estar entendiendo correctamente lo publicado.

Tampoco son ajenas a esta situación “las fuentes”, que en algunas ocasiones juegan a utilizar diferentes magnitudes para lanzar un mensaje confuso que beneficie sus intereses.

Sea como sea, y con el compromiso, como siempre, de ofrecerles la máxima información contrastada y homogeneizada, las primeras estimaciones realizadas por la organización agraria Asaja apuntan hacia una cosecha que podría resultar en el entorno de los cuarenta y seis millones de hectolitros de una uva de buena calidad. También los hay que consideran que esta cifra estaría muy por debajo de los cincuenta millones de hectolitros en los que sitúan la cosecha, pero a estas fuentes no las tenemos debidamente identificadas y sus estimaciones habrá que situarlas en cuarentena.

Sobre los rumores, que es lo único que de momento se conoce, relativos al precio de la uva, todo apunta hacia un sostenimiento de los pagados en la campaña pasada, o incluso a que sean algo superiores. Dependiendo de la calidad, variedad y zona de producción. Y aunque, en términos generales, podría decirse que los varietales foráneos comienzan a mostrar síntomas de debilidad en algunas zonas, dada la entrada en producción de numerosas hectáreas de las reconvertidas y reestructuras; tampoco aquí esos comentarios permitirían decir que, por norma general, fueran a ser inferiores sus cotizaciones.

Existencias a final de campaña ligeramente inferiores a las del año anterior, aun cuando los datos oficiales no los conoceremos hasta el mes que viene. Cosechas inferiores en el Hemisferio Sur, así como en Francia o Portugal y similares en Italia; albergan la esperanza de nuestras bodegas de enfrentarnos a una campaña en la que, a poquito que no nos pongamos nerviosos, sea posible mantener los mercados y el nivel de volúmenes récord de exportación de esta última campaña e incrementar un poco (cinco o diez por ciento) los precios.

Es más, incluso los hay (castellano-manchegos) que están dispuestos a solicitar del Ministerio la puesta en marcha de los mecanismos que tiene el sector a su alcance, para autorregularse y ordenar la producción y las disponibilidades en cada momento para facilitar esa recuperación de los precios.

Ahora, sí

Si bien no faltan quienes ven en la Orden 1241/2016 publicada en el BOE del sábado 23 de julio por la que se extiende el acuerdo de la OIVE (Interprofesional del Vino) al conjunto del sector para las campañas 2016/17 a 2018/19, y por la que habrá que pagar una cuota de comercialización de 0,23 € por hectolitro si es envasado o de 0,065 €/hl si lo es a granel; un nuevo “impuesto al vino”; esto es “algo más” que una contribución obligatoria.

Es la confirmación de que el sector ha asumido que las soluciones a sus problemas de falta de transparencia, precios bajos, pérdida de consumo o escasa valorización, deben ser propiciadas por él mismo, lejos de ayudas o subvenciones. Y como para llevar a cabo cualquier medida es necesario el vil metal del dinero, el sector debe encontrar la forma de recaudarlo.

Seguro que habrá quienes encuentren otra manera de hacerlo, pero esta es una y, mientras no se demuestre lo contrario, la mejor posible para el conjunto del sector vitivinícola español representado en su Organización Interprofesional (OIVE).

Ahora habrá que exigirle un uso y control adecuado de esos fondos, pero al menos permítannos que mientras se pone en marcha su estructura, se pone a trabajar la persona elegida para ser su director, se comienza a recaudar con la colaboración de la AICA y se fijan los proyectos en los que se emplearán los fondos recaudados y auditado su pago… le demos un voto de confianza y afirmemos, a pies juntillas, que un gran paso en la mayoría de edad del sector vitivinícola español.

Para crecer en el consumo interno, mejorar la imagen de nuestro vino y hacer rentable el cultivo de la viña con estructuras económicas en las bodegas consolidadas, es necesario que sea el propio sector el que se involucre en su solución, imprescindible que exista una corresponsabilidad entre sus actores y una coordinación en sus actuaciones que hagan eficientes sus esfuerzos.

Tenemos un extraordinario potencial que debemos aprovechar para situarnos como el primer país productor y exportador, pero también debemos alcanzar puestos de privilegio en imagen y precios. Solo de esta manera será posible recuperar el consumo de vino.

Todos los expertos coinciden en señalar que el Vino dejó hace mucho años de ser un producto alimenticio, que sus cualidades emocionales superan en mucho las analíticas e incluso las organolépticas y que, por consiguiente, el mensaje que transmite su imagen juega un papel fundamental.

Los jóvenes y nuevos consumidores buscan en el consumo de vino placer, recuerdos, emociones y, todavía de forma tímida, pero con paso firme, va convirtiéndose en una bebida de moda. Es chic tener una copa de vino en la mano, disfrutar de una terraza en verano con una botella de vino,… generando atracción y adicción su cultura.

El problema es que, hasta hora, los intentos que desde el sector se han hecho por atraer a los nuevos consumidores han ido pasados de frenada. Se han intentado destacar sus valores organolépticos hasta tal punto que el efecto conseguido ha sido, precisamente, el contrario al buscado: rechazo y pánico en el consumidor. Hemos conseguido entre todos, especialmente los medios de comunicación, hacerle sentir al consumidor como un ignorante ante una copa de vino. Olvidándonos de que esta bebida requiere un aprendizaje previo a los conceptos de descripción sensorial de los que nos hemos valido.

La llegada de una nueva generación nos da la oportunidad de revisar nuestras actuaciones, nuestro lenguaje, el de nuestros vinos con sus características organolépticas, pero también de imagen. Para aprovechar esta oportunidad hay que conocer al consumidor, hay que investigar, hay que diseñar campañas de comunicación. Y hay que pagarlas.

Solo hace falta que no la fastidiemos

A diferencia de lo que venía sucediendo cuando en años anteriores se anunciaba una cosecha superior a la del año anterior, en esta ocasión el sector, en general, parece haber tomado conciencia de que la solución a sus problemas de consumo, precios y colocación de producción no está en la discrepancia y enfrentamientos, sino más bien en la coordinación y aprovechamiento de sinergias.

Parece bastante evidente que España está llamada a convertirse sino en el primer productor de vino del mundo, a ir alternando ese puesto con franceses o italianos; y eso requiere hacer frente a una producción por holgadamente por encima de los cincuenta millones de hectolitros. Lo que hacerlo de un país en el que su consumo interno está en los diez millones obliga a hacer un ejercicio de armonización algo más que imaginativo si queremos que buena parte de ese potencial de producción no acabemos perdiéndolo.

Las exportaciones nos están yendo bien y poco a poco vamos haciéndonos con nuevos mercados y consolidando los ya conquistados. Batacazos como los que ha tenido Chile este año con una cosecha inferior a la anterior casi un veinticinco por ciento y una calidad de la uva y, es de suponer que de  mostos y vinos obtenidos de ellas, que no es toda la que los mercados exigen. Abre un importante hueco para un país como el nuestro, con grandes volúmenes, precios muy competitivos y gran número de empresas ávidas de oportunidades por llenar esos huecos.

Conseguir poner un poco de orden en la producción, destinando el volumen necesario a la elaboración de mostos para abastecer el mercado mundial sin hacer tambalear los precios, elevar el precio medio de nuestros grandes volúmenes sin perder la competitividad y haciendo un poco más sostenible el cultivo de la viña con pequeños incrementos que marquen un futuro mejor para todos. Es posible, y para ello no hace falta mucho. Este año parecen que se alinean los astros, que calidad y cantidad nos son favorables. Solo hace falta que no la fastidiemos. Como los buenos enólogos, que seamos capaces de sacarle a la viña todo el potencial que tiene.

Un sueño al alcance de la mano

Llega el verano y con él la vendimia llama a su puerta, las previsiones y rumores sobre volúmenes, precios, calidades y posibles utilizaciones sobre la próxima cosecha se suceden como una gran torrentera, con el tradicional desorden que amenaza con llevarse por delante una buena parte de lo que de bueno tiene.

Año tras año, y ante la falta de una información imparcial y objetiva sobre lo que puede empezar siendo la campaña, las diferentes organizaciones empresariales y profesionales se apresuran a “arrojar luz al mercado” con sus vaticinios sobre la próxima vendimia. Y aunque a todos ellos les induce un espíritu de servicio, hemos tenido ocasión de comprobar como no siempre están exentas sus previsiones de un cierto interés por favorecer los intereses del colectivo al que representan, haciendo hincapié en aquellos aspectos que les son favorables y obviando, o pasando de puntillas, por aquellos otros que no les son propicios.

Lo que hasta ahora hemos podido saber a este respecto es que la cosecha viene bien, muy bien si atendemos a lo publicado hasta ahora en notas de prensa y hemos tenido ocasión de comprobar en el propio viñedo, pero, antes de empezar a intentar separar el grano de la paja y comenzar a publicar (como haremos a partir de la primera semana de septiembre) nuestras propias estimaciones y comentarios semanales, convendría recordarle al sector, en su conjunto, la conveniencia que tendría para “todos” una coordinación que permitiera disponer de toda la información necesaria sobre las existencias de vino y mosto con la que contamos al inicio de campaña, unas estimaciones contrastadas, una cierta coordinación a la hora de definir sus posibles utilizaciones, y (puestos a soñar) que permitiera alcanzar una mínima coordinación en las disponibilidades a lo largo de la campaña.

Hoy tenemos medios para poder hacerlo. Contamos con un servicio como el Infovi, que debería permitir disponer de las existencias; una Interprofesional que representa a todo el sector productor, un Ministerio que se muestra dispuesto a colaborar en lo que le demande el sector, con herramientas legales para poder hacerlo y organismos dispuestos a actuar como amalgama. ¿Seremos capaces de hacerlo?

Resulta escalofriante pensar que al fin lo podríamos conseguir. Esperemos que no sea tan solo un sueño.

Trabajando por el sector

Con la extensión de norma de la Organización Interprofesional de Vino de España (OIVE) todavía por publicar en el Boletín Oficial del Estado (el Magrama se comprometió a hacerlo a mediados de este mes) y la imposibilidad de ponerla en marcha, aunque no está prevista que lo haga hasta el mes de septiembre y sea por tres campañas hasta la 2018/19; el sector comienza a moverse y a agilizar los trámites que permitan perder el menor tiempo posible.

Para ello, la OIVE parece haber llegado a un acuerdo con una entidad financiera que estaría dispuesta a adelantar el coste de funcionamiento necesario en los primeros meses hasta que comience a hacerse efectiva la recaudación de los 0,23 €/hl de vino vendido envasado y 0,065 €/hl si lo es a granel, establecidos como cuota en la extensión de norma. Ello permitiría a la OIVE disponer de una estructura estable mínima, compuesta en un primer momento por un gerente a tiempo completo, cuya selección por parte de una empresa de personal se encuentra ya muy avanzada, tan solo pendiente de que en los próximos días la Ejecutiva de la OIVE elija de entre los dos o tres seleccionados a la persona indicada.

Aunque en estos momentos todavía no es posible concretar el nombre de la persona escogida, por lo que hemos podido saber dos de los candidatos están íntimamente relacionados con el sector, su profesionalidad es excepcional y estamos seguros de que cualquiera de ellos sabrá manejar con discreción los naturales roces que su puesta en marcha generará.

Su profundo conocimiento de las gentes que componen el sector vitivinícola español les ayudará en esta “delicada” tarea, y su firme convencimiento de que nos enfrentamos a una oportunidad histórica y, muy posiblemente, la última que tengamos en las próximas décadas, jugará a su favor para hacerla realidad.

Los datos que van apareciendo sobre el consumo interno, no solo los relativos a productos vitivinícolas; junto con la evolución de las exportaciones, a pesar del “Brexit” y las oportunidades que otros países como Chile ven en esta ruptura europea para hacerse con una mayor parte del mercado anglosajón; y el propio convencimiento de viticultores y bodegueros españoles, conscientes de que es el momento de dar el paso hacia delante e ir orientando el mercado hacia vinos con un mejor precio, prometen unos años apasionantes que confiemos los nuevos políticos que lleguen al Magrama sepan entender y se pongan a disposición del sector, colaborando y ofreciendo el marco legislativo conveniente.

Sería deseable que compartiesen la creencia de que solo desde la formación y la información es posible luchar contra el alcoholismo. Que solo la cultura es capaz de superar las políticas restrictivas e inquisidoras de prohibir y perseguir. Pero considerando lo hecho hasta ahora y la postura mantenida, quizás esto sea mucho pedir. Así es que mejor aspiremos a que se estén quietos, dejen trabajar a los empresarios y organizaciones del sector y crean en nuestras posibilidades.

Un buen ejemplo de esto sería la decisión adoptada el pasado 30 de junio por la Conferencia Sectorial Magrama-CCAA de crear un Grupo de Alto Nivel que trabaje por salvaguardar más allá del 31 de julio de 2018 los Programa de Apoyo Nacional al Sector Vitivinícola Español (PASVE), acompasándolo a los plazos de la Política Agraria Común (PAC) vigente hasta el 2020.

Claro que para lo que no debería ser utilizado el sector también fue un buen ejemplo esta reunión, ya que en ella volvió a suscitarse el tema de la gestión de estos fondos que algunas CC.AA. reclaman para ellas, cuestionando el actual modelo nacional-regional y dándole mucha menor importancia a su efectividad, coordinación o incluso control.

Un momento histórico

De semana intensa y transcendental podríamos calificar lo acontecido en estos últimos días. Pues, si bien se han registrado dos acontecimientos que no están relacionados directamente con el sector vitivinícola, su alcance es tal que sus consecuencias se deberán hacer notar de forma considerable, también en el sector vitivinícola.

La formación de un Gobierno estable, tras seis meses “en funciones” desde aquellas Elecciones Generales del 20 de diciembre de 2015 que pusieron de manifiesto la escasa altura moral de nuestra clase política, que antepuso los intereses particulares de sus cargos o partidos políticos a los de la nación, tuvieron su segunda vuelta el pasado domingo. Con un resultado que volverá a darles la oportunidad de demostrar lo que han aprendido de todo lo sucedido, llegando a un acuerdo que permita disfrutar de un Gobierno estable, capaz de hacer frente a situaciones históricas y de grandes consecuencias como es la salida clara y definitiva (esperemos) de la crisis económica y financiera; y el “Brexit” aprobado por el Reino Unido.

De momento, todo lo que podamos aventurar sobre los efectos que vaya a tener el “Brexit” en el sector vitivinícola español, es pura especulación. Ya que al hecho histórico que supone ser la primera vez que un país miembro de la UE solicita su salida voluntaria, hay que añadir la postura encontrada del resto de países miembros, entre los que los hay que apuestan por una salida rápida y con graves consecuencias para las relaciones entre ingleses y europeos con las que frenar los brotes a favor de algún referéndum similar en otros países; y aquellos otros que consideran que esta nueva situación, a largo plazo, no debería ir más allá del establecimiento de acuerdos comerciales preferenciales que permita mantener el importante mercado que para la Unión Europea representa el Reino Unido.

La importancia que para nuestra economía tienen los británicos apenas requiere ser mencionada. Es el tercer país en valor de nuestro sector vitivinícola en exportación y el cuarto en volumen. El más importante para los vinos de Jerez y pagan un precio medio que está un setenta y cinco por ciento, aproximadamente, por encima del precio medio al que exportamos.

Está bastante claro que esta “extraña decisión” está teniendo consecuencias inmediatas, como es la devaluación de la libra o la caída de los mercados bursátiles; que en el corto y medio plazo repercutirán sobre el turismo y la gran población inglesa residente en nuestro país. Pero la propia reacción que está habiendo dentro del mismo país, con los escoceses pidiendo un nuevo referéndum porque ellos no quieren salirse, o incluso las declaraciones de algunos de los dirigentes que apoyaron la salida, mostrando sus dudas sobre si hicieron lo correcto; incrementa la incertidumbre sobre lo que pudiera acabar sucediendo y permite albergar la esperanza de que a medio y largo plazo ambas partes encontrarán la forma de minimizar los daños.

Un falso debate

Es habitual encontrarnos con debates en los que se cuestiona qué debe prevalecer, si la calidad o la cantidad, ¡como si ello fuera posible!

Desde hace muchos lustros, el consumo de vino ha cambiado. Pero no solo en España, en el mundo entero. Es verdad que en nuestro país ese cambio ha resultado más importante, entre otros motivos porque ya no lo necesitamos para alimentarnos. Pero también en Francia o Italia, por hablar de países productores (podríamos hacer lo mismo de los consumidores), ha sucedido algo parecido. Los objetivos que deben cumplirse con la degustación de una botella de vino distan mucho de los que buscaban nuestros antepasados y se encuentran a años luz de factores cuantitativos. Aquí, más que nunca, se hace realidad que no es importante la cantidad sino la calidad.

Y es precisamente este aspecto y la confusión de algunos de nuestros administradores políticos y funcionarios (que de todo ha habido), donde se ha producido un falso debate sobre si lo que debe prevalecer es la calidad frente la cantidad.

En el consumo se nos ha insistido hasta la saciedad en que bebíamos menos vino, pero de mayor calidad, como si eso estuviera relacionado en un país con unos precios medios en la exportación (son los únicos datos existentes) de un euro el litro. En el terreno técnico se ha destacado que nuestros viticultores han hecho un importante esfuerzo por mejorar la calidad del viñedo, orientándose hacia variedades “mejorantes”, cuando precisamente ahora se está evidenciando la vuelta hacia variedades blancas y autóctonas (las que habían sido arrancadas años antes). En lo que respecta a nuestros enólogos e instalaciones de elaboración y crianza, las inversiones en bodega ha sido de tal magnitud que algunas (muchas) han tenido que cerrar sus puertas ante lo inadecuado de sus proyectos; y algunas otras se han visto obligadas a fusionarse para optimizar recursos, pudiéndose asegurar que somos uno de los países productores mejor equipados tecnológicamente.

Y aunque, si en algún el tema ha cambiado nuestro sector es en la comercialización, donde la concentración ha sido tal que apenas cuatro empresas concentran cifras muy superiores al cincuenta por ciento del consumo interno; ni tan siquiera esta circunstancias justifican el debate cantidad vs. calidad.

El rendimiento medio del viñedo en España ha aumentado en 9,3 hectolitros en quince años, pasando de los 35 de la campaña 2000/01 a los 45 hectolitros por hectárea que tuvimos en la 2014/15, siendo Castilla-La Mancha y Extremadura dos de las regiones que presentan mayores cifras con 54,7 y 50,1 hl/ha respectivamente. Y a pesar de ello, no hay nadie que pueda siquiera imaginar que la calidad de lo producido hoy es menor que lo de hace quince años.

Razones muchas, principalmente aquellas relacionadas con los planes de reconversión y reestructuración del viñedo que nos han permitido no solo cambiar el mapa vitícola de nuestro país con la entrada de variedades foráneas reconocidas internacionalmente, sino emplazar los viñedos en terrenos más productivos, dotarlos de riego y utilizar la espaldera. Pero, por encima de todas ellas dos: una la adaptación de las producciones a las demandas del mercado (donde la globalización se impone a marchas forzadas) y, la otra, la necesidad de mejorar la rentabilidad de sus producciones.

Hablamos del sector con mucha ligereza, pensando en puntuaciones y medallas y pasando por alto que la gran mayoría de lo que se consume dista mucho de grandes premios y emblemáticas bodegas. Olvidamos que se tratan de negocios, unidades productivas que deben ser rentables por sí mismas y que para ello el primer requisito es que sean competitivas.

Hoy cualquier debate sobre calidad vs. cantidad es pura demagogia. La calidad se ha convertido en un requisito mínimo indispensable y la cantidad en una necesidad para la supervivencia.

Un sector con grandes proyecciones

Con los datos de las solicitudes de nuevas plantaciones de viñedo en España e Italia, podemos asegurar que el sector vitivinícola goza de una excelente salud. ¿Cómo si no se entiende que en España se haya pedido autorización para nueve mil hectáreas, cuando el límite que estableció el Gobierno español fue de 4.173 hectáreas? ¿O que en Italia se hayan solicitado en torno a las sesenta y siete mil, cuando la superficie fijada por el gobierno transalpino fue de 6.376 hectáreas?

Solo un sector que apuesta decididamente por su expansión y competitividad es capaz de superar con estas ratios las limitaciones impuestas por los propios Estados Miembros en la fijación de nuevas superficies, que estableció Bruselas en un máximo del uno por ciento de la superficie plantada en la campaña anterior. Que en el caso de España quedó reducido a un 0,44% por decisión del Gobierno. No así en el de Italia que ha autorizado el uno por ciento máximo al que tenía derecho.

Claro que, si consideramos la distribución geográfica de esas solicitudes, entenderemos un poco mejor cuáles son las zonas por las que apuestan sus empresarios y el perfil de los vinos a los que van encaminadas esas nuevas plantaciones. Veneto y Friuli Venecia Julia en Italia y Rioja en España, son las zonas geográficas protagonistas de esta situación, ya que casi dos tercios de las hectáreas italianas solicitadas se concentran en estas regiones y en el caso de España poco menos de la mitad.

¿Cuántas de estas solicitudes acabarán convirtiéndose en autorizaciones? Y ¿qué parte de estas solicitudes responden al criterio de distribución y la amenaza real que existía de quedarse fuera del reparto, incitando a solicitar mucho más de lo que realmente se está dispuesto a plantar? Para responder a estas cuestiones todavía habrá que esperar algún tiempo. En el caso de España, a que se disponga de “toda” la información (todavía faltan algunas CC.AA. por facilitar los datos) y se proceda a analizar la información para aplicarles los criterios de prioridad en la concesión. En Italia, sin embargo, al haber optado por un prorrateo lineal, será mucho más sencillo, aunque haya quienes piensen que se ha solicitado mucho más de lo que en realidad se deseaba, ante la creencia de que acabaría produciéndose, como así será, un fuerte prorrateo.

Echando un vistazo al inventario vitícola español 2015 (todavía parcial) observamos cómo son las variedades blancas las que han tomado la iniciativa y, prácticamente las únicas, excepción hecha de la Garnacha Tintorera, que aumentan su superficie con respecto a los datos del 2014. ¿Consecuencia de que la diferencia de los precio entre blancos y tintos está muy lejos de los que auguraban? ¿Recuperación del consumo en blancos y rosados? ¿Valorización de estos vinos frente estabilidad o bajadas en los tintos?

Una receta sencilla para triunfar

Aunque dar por superada una primera etapa, en la que asumir que el Vino es el que debe adaptarse a los mercados y encontrar el hecho diferenciador que le permita ser atractivo al consumidor, podría sonar demasiado pretencioso (especialmente considerando la evolución de muchas de nuestras bodegas y la escasa estructura comercial, tanto en el mercado nacional como de exportación); son pocas las que todavía hoy mantienen que deben producir lo que tradicionalmente han venido elaborando y descargar en los “comerciales” toda la responsabilidad de encontrar compradores que reconozcan su calidad y estén dispuestos a pagar por sus elaborados.

Y aunque los hay que consideran la globalización como una gran amenaza a la que es muy difícil hacer frente con nuestras condiciones de cultivo, la insistencia de todos los estudios que se publican y la validación que supone la experiencia de un notable número de bodegas españolas, de todo tamaño, estructura y localización geográfica, permiten asegurar que mantener la personalidad del origen, su terruño, variedades autóctonas, prácticas tradicionales…, lejos de ser un hándicap para darse a conocer por el mundo, suele ser un valor añadido mucho más preciado allende nuestras fronteras que en los mercados locales o de cercanía.

A pesar de los numerosos e interesantes estudios realizados por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), algunos elaborados por la consultora Nielsen, los de Rabobank, y alguna otra fuente que estoy dejándome fuera de manera totalmente involuntaria, el sector vitivinícola español sigue estando necesitado de estudios que pongan en negro sobre blanco lo que una gran mayoría de nuestras bodegas ya conocen, y las que no, lo intuyen. Para eso son necesarios fondos, muy cuantiosos si quienes deben hacer frente son bodegas de manera individual, de cierta importancia para organizaciones empresariales o profesionales, pero totalmente asumibles para el total del colectivo vitivinícola español, representado (como esperemos que así sea) por su Organización Interprofesional del Vino Español (OIVE), cuya próxima extensión de norma le dotará de recursos financieros suficientes para abordarlos.

Vinos fáciles, sencillos, “para todas las ocasiones”, en los que predominen los aromas frutales y frescos. Presentaciones joviales, desenfadas y elegantes en tamaños adecuados a una sociedad en la que abundan los hogares monoparentales y en la que el consumo está prácticamente limitado a una o dos copas al día. Con una clara concienciación medioambiental de sus bodegas y viticultores por dejar a sus hijos un planeta mejor del que encontraron. Sin perder de vista que el vino debe ser una bebida que nos haga disfrutar, emocionarnos y sacar lo mejor que de cada momento seamos capaces. Sin más parafernalia de servicio o términos en su descripción que los estrictamente necesarios para disfrutar de sus cualidades con plenitud. Incluso la elaboración de productos dirigidos a mercados muy concretos y campañas de comunicación acordes a estos valores. Son cuestiones en las que, estoy seguro, coincidirán todos conmigo y por cuya puesta en marcha están trabajando muchas bodegas y viticultores, algunas organizaciones y unas pocas instituciones que bajo el lema de “mínima intervención” mantienen posturas expectantes ante las necesidades del sector.

Excepción hecha de campañas que promuevan el consumo de vino entre la población, totalmente impensables en España, que vayan en detrimento de bebidas de mayor graduación. Como hacen en otros países con una grave problema de alcoholismo entre su población y donde están utilizando al vino como producto alternativo con el que combatirlo. Campañas que solo pueden tener una orientación formativa, frente aquellas otras de incitación al consumo desbocado de cinco o más bebidas alcohólicas en una día, el “binge drinking”.

Críticas todas, pero con fundamento

Ni yo soy Raphael Minder, ni La Semana Vitivinícola el ‘The New York Times’. Pero, una vez hecha esa aclaración, convendría poner en valor algunas de las cosas que ese prestigioso diario neoyorkino sostiene de la industria del vino española en el reportaje que publicó el pasado 28 de mayo.

No se asusten que no voy a empezar a criticar al mensajero, acusándolo de poco informado o con una visión parcial y muy poco profesional del sector vitivinícola español. Eso sería lo más probable que hubiese sucedido si el bueno de Minder hubiese atrevido a hacer estas declaraciones en una conferencia o cualquier acto público. Una buen parte de los asistentes, de toda pluma y pelaje, hubieran llegado a la conclusión de que este “americano” (es suizo, en realidad) no tiene ni idea de nuestro sector y mejor debiera haber dedicado su espacio en el prestigioso diario a ensalzar las virtudes de nuestros vinos; “sus lectores se lo habrían agradecido”.

¿Autocrítica? ¿Qué es eso? Una visión parcial y condicionada de la realidad de un sector que no ha sabido comprender.

Es verdad que yo no estoy muy de acuerdo con lo que dice sobre que España, y sobre todo Castilla-La Mancha, hayan apostado por la producción de grandes cantidades en detrimento de la calidad. Pues, aunque en términos estadísticos la primera cuestión numérica es incuestionable, habría que recomendarle que estudiara las razones que han llevado a este incremento, los datos de rendimientos, rentabilidad de las explotaciones o la reestructuración y reconversión a la que se ha visto sujeto nuestro viñedo,… para que entendiese mejor lo que ha sucedido y su razón de ser.

En cuanto al tema subjetivo de la calidad, para opiniones cada uno tiene la suya, pero un simple vistazo a las críticas de sus colegas de los vinos españoles (también los castellano-manchegos) quizás le pudiera hacer cambiar de opinión.

No le falta razón al hacerse eco de las evidencias que nosotros, el propio sector reconoce, sobre que nos hemos convertido en la bodega mundial y que nuestros competidores utilizan nuestros vinos para llegar a los mercados que nosotros con nuestra marca no conseguimos. Como tampoco en el reconocimiento de otras zonas o denominaciones de origen al apostar por la creación de marca en el mercado mundial.

Muy posiblemente estemos ante un caso más de no saber muy bien que es primero si el huevo o la gallina. Y el Sr. Minder y yo estemos de acuerdo en que el sector vitivinícola español está inmerso en una revolución que cuestiona el modelo actual. En que hay que dotarle de mayor valor añadido a nuestros vinos, en que hay que apostar por la calidad antes que por la cantidad, o que mejorar la imagen de nuestros vinos se hace imprescindible. Pero de ahí, a que las bodegas deberían ser “viñedos románticos con barriles y cuevas” y criticar las tuberías o grandes depósitos de alguna de nuestras cooperativas solo merece una recomendación: que viaje más, que vaya a Australia, por ejemplo, y se atreva luego a juzgar la calidad de sus vinos por el número de tuberías o depósitos en medio de un patio.