Son buenos tiempos

Son tiempos de buenos deseos, en los que afrontamos el futuro cargados de optimismo y con inmensas ilusiones sobre proyectos que deberán aportarnos grandes satisfacciones. Días en los que, como por arte de magia, pasamos página ante los problemas que nos han venido agobiando en los últimos meses, planteándonos el porvenir con un optimismo, que solo el paso de las semanas nos devolverá a la cruda realidad de unos datos que evidencian la lenta evolución de un sector que parece tener más voluntad que hechos en sus aspiraciones.

Los datos referentes al consumo interno, exportaciones, financiación de nuevos proyectos de inversiones, existencias, balance,… que vamos conociendo son esperanzadores e indican que vamos en la buena dirección. Las herramientas con las que aspira a contar el sector para abordar su futuro de manera colectiva y alcanzar sinergias (hasta la fecha inexistentes), se mantienen intactas, aunque su evolución esté siendo mucho más lenta de la que sería deseable.

Y lo que todavía es más importante: viticultores y bodegas toman conciencia de su condición empresarial y asumen un panorama para los próximos años de importantes cambios en todo lo referido a ayudas y subvenciones. El mercado va imponiéndose y sus leyes, aplastando voluntades políticas que no viven sus mejores momentos.

Conocemos lo que queremos ser de mayores. Sabemos que las aspiraciones colectivas no siempre tienen por qué coincidir con las individuales y hemos determinado nítidamente esas líneas rojas que no pueden traspasarse y en las que todos coinciden. Tenemos potencial y contamos con medios para ir tomando decisiones que nos dirijan por el camino adecuado.

¿Será el 2016? Es posible. Cuando menos deseable.

Lo que sí parece bastante claro es que la transformación de nuestro sector hacia la adaptación a los nuevos mercados, consumidores y hábitos de consumo es un camino sin retorno, y solo la voluntad de recorrerlo de manera individual o colectiva será la que marque la diferencia en lo que tardemos en transitarlo.

Feliz 2016.

¡Por un año lleno de buenos deseos!

Todo parece indicar que las exportaciones españolas vitivinícolas se encaraman hacia un nuevo récord histórico en este año que toca a su fin. Los tres mil millones se antojan una cifra alcanzable. Tres mil millones de euros, por tres mil millones de litros. Cantidad nada despreciable para un sector que apenas alcanza los mil millones de litros en su consumo interno.

No obstante hay que ser prudente con estas estimaciones, ya que el comportamiento en estos dos últimos meses (los datos más actualizados están referidos a septiembre) no ha sido tan bueno como cabía esperar. Mayores producciones (+13%) en Italia, el tercer país más importante por volumen; y una cosecha más o menos similar en Francia, el país al que más vino vendemos, son un serio inconveniente para que se cumpla este alentador vaticinio. Como así lo están poniendo de manifiesto las escasas operaciones comerciales, muy por debajo de las cerradas en las últimas campañas, a tenor de lo manifestado por los operadores. Situación que está conteniendo unas cotizaciones que la producción califica de insuficientes para cubrir los costes de elaboración y los compradores de poco atractivas para abordar los mercados internacionales de granel.

Lo que nos llevaría de nuevo a la repetida conclusión de que tenemos que ser capaces de ir dotando de valor a nuestros vinos si queremos disfrutar de un mercado más estable, además de rentable.

Los últimos datos de producción hechos públicos por la Dirección General Agri y que están fechados el pasado día 9 de diciembre elevan la producción de la Unión Europea un 2,9% hasta cifrarla en 171,1 millones de hectolitros. Lo que no parece que fuera mucho incremento, si no fuera porque se da la circunstancia de que los dos principales países productores (Italia 50,34 y Francia 47,7 Mhl) son al mismo tiempo, nuestros principales clientes.

Pero no debemos preocuparnos en exceso. El consumo interno en España está dando claras muestras de recuperación. Las ventas navideñas presentan incrementos cercanos al ocho por ciento en la mayoría de productos, y aunque no disponemos de cifras referidas a la venta de vinos y cavas, todo parece indicar que no será muy diferente de los manejados por los fabricantes de turrones y polvorones, jugueteros o asociaciones de comerciantes y gran distribución. Beberemos más vino, mejoraremos su imagen y recuperaremos la presencia en las mesas y celebraciones en estos días.

El sector, por su parte, ha tomado consciencia de la necesidad de apostar seriamente por el mercado interior, acercándose a los consumidores y haciéndoles partícipes de los grandes cambios entre estos vinos y los de hace unas décadas. Presentaciones, tipologías, envases y etiquetas, incluso tamaños y cierres; ponen de manifiesto que el vino de nuestros padres tiene muy poco en común con el que beben, o por el que se interesan nuestros hijos.

Lamentablemente, todavía nos queda mucho por hacer. No acabamos de encontrar la forma de llegar hasta ellos y nos resistimos a adaptarnos a sus exigencias. Pero tenemos lo más importante: su interés, su curiosidad, su predisposición a escuchar…

Afrontamos un nuevo año 2016 lleno de cambios y proyectos encaminados a adaptarnos mejor a una sociedad del siglo XXI que nos exige más y a menor precio. La profesionalidad se va apoderando de nuestro sector a pasos agigantados, las subvenciones van dejando paso a la eficiencia y competitividad y los políticos, ¡ay los políticos!, estos y los que vengan tomando consciencia de que su trabajo está en facilitar la labor de las empresas, no en convertirse en ellas, ni en ponerles obstáculos para que se desarrollen y creen empleo.

¿Se les ocurre mejor deseo para el nuevo año?

Feliz 2016

Nuestro futuro es una cuestión de velocidad

La lógica parece indicar que cualquier solución que quiera adoptarse a la hora de abordar el problema de excedentes que presenta el sector vitivinícola español debe ser analizada con la mirada puesta en Castilla-La Mancha. La alta concentración de superficie, de casi el cuarenta y siete por ciento del total del viñedo plantado, o el más del cincuenta y cinco por ciento que supone su producción; así lo hacen presumir.

Los precios a los que son pagados sus uvas, mostos y vinos, tampoco es que parezcan quitarle la razón a aquellos que ante cualquier análisis señalan a la región castellanomanchega como la “responsable de todos sus males”.

Claro que si consideramos que la profesionalización del sector es la mejor vía para hacer un sector competitivo y acoplado al mercado; y que esta llegada de profesionales lleva aparejada la existencia de un capital económico que sea gestionado con el principal objetivo de maximizar los beneficios, podría hacernos cambiar la perspectiva del problema y llegar a cuestionarnos algunas premisas bajo las que parecen pivotar la mayoría de los análisis que sobre el futuro del sector vitivinícola se elaboran.

No es discutible que ante la pregunta de qué queremos, la respuesta sea unánime: vender más y mejor. Y solo cuando entramos a definir qué, cómo, dónde y a quién, nacen las discrepancias. Complicando sobremanera la posibilidad de ponernos de acuerdo en la elaboración de un Plan Estratégico que nos conduzca hasta tan anhelado objetivo.

Vender más y mejor es hacerlo envasado y con indicación geográfica protegida, nos indican profesionales de reputado prestigio. Y es verdad, pero eso no significa que todo deba ser elaborado y vendido así, y que una buena parte de nuestra producción no podamos seguir vendiéndola a granel y sin I.G.P.

En precios unitarios, son los vinos con D.O.P. y envasados los que más caros vendemos, y los graneles de mesa (permítanme utilizar esta nomenclatura aunque ya no esté en uso) los más baratos. Pero ¿están seguros de que son las bodegas que más ganan las que venden los primeros vinos y las que venden el segundo tipo de vino las que más pierden?

Pretender tener un modelo único es algo más propio de economías dirigidas y países con un bajo nivel de libertad. Definir oportunidades y profundizar en el conocimiento de nuestro potencial productivo y los mercados parecen herramientas más acordes a la sociedad actual.

Valorizar el vino es fundamental, sea cual sea y lo vendamos en el formato en el que lo vendamos. Pero eso pasa por hacerlo nosotros mismos. Por conseguir que la población española lo considere un producto de calidad y por el que esté dispuesto a pagar un mayor precio. Somos el país del mundo en el que más barato se vende el vino, y en cambio somos de los que presentamos un consumo per cápita más reducido. Luego nuestro problema podría no estar tanto en el precio y sí mucho más en la educación y conocimiento de la población. Invertir en formación, educar en un consumo responsable, pueden ser dos de los ejes sobre los que deban desarrollarse nuestras estrategias de desarrollo.

En las siguientes páginas podrán encontrar gran detalle datos de superficie, producción, consumo, y exportaciones. Y todos ellos, analizados con algo más de miras que las de querer hacer grandes brindis al sol, vienen a demostrar que el sector vitivinícola español tiene un gran potencial, como así lo demuestran las grandes inversiones que importantes grupos financieros están haciendo. Que tenemos una deuda histórica con nuestros jóvenes a la hora de formarlos como enófilos. O que son precisamente las bodegas de las zonas más “deprimidas” las que más aumentan sus beneficios, donde más crece la superficie o más mejoran sus rendimientos.

La velocidad con la que aprovechemos estas oportunidades dependerá de nuestra capacidad de trabajar juntos.

¿Cómo queremos que nos tomen en serio?

Si no fuese porque es un tema demasiado serio como para poder pensar que se trata de una tomadura de pelo, diría que lo que está sucediendo con el nuevo sistema de declaraciones obligatorias mensuales que debe poner en marcha la Agencia de Información y Control Alimentarios (AICA) es totalmente incomprensible e inadmisible.

Que algunas Comunidades Autónomas no hayan volcado todavía los datos de los operadores en el REOVI es una flagrante falta de autoridad del Ministerio, organismo que debiera velar por el cumplimiento de las normas y permitir que los operadores españoles, pertenezcan a la Comunidad que pertenezcan, se sientan iguales ante la Ley.

Parece lógico y natural que la puesta en marcha de un nuevo sistema de declaraciones presente complicaciones en su puesta en marcha: rodaje de la aplicación informática, dudas, cuestiones no contempladas, matices que concretar… ¡Pero que quienes están obligados a cumplir la Ley no lo hagan! Eso lo único que demuestra es la ausencia de autoridad.

No es un problema de que las declaraciones se vayan a realizar cuatro meses más tarde, hasta el 31 de diciembre, de lo que estaba previsto. Y que el sector, consecuencia de esto, deba operar un año más sin más información para fijar sus estrategias comerciales que las estimaciones realizadas por diferentes organismos y asociaciones más o menos cualificadas. Al fin y al cabo es como llevan haciéndolo toda la vida (deben pensar). El problema es que ese mismo principio de autoridad podría hacer plantearse el cumplimiento de otras cuestiones. Como la obligatoriedad de que cualquier entrega de uva en la pasada vendimia vaya acompañada de su correspondiente contrato en el que figure el precio y compromiso de pago a los treinta días.

Afortunadamente el sector es bastante más serio que sus responsables políticos, y aunque no disponemos de datos concretos, parece que solo una pequeña parte de los viticultores, no más de un diez o quince por ciento, entregaron las uvas sin contrato escrito. Lo que hace presumir que tampoco haya sido mucha la incidencia que pudiera haberse producido en el pago de los mismos. Cuestión ante la que las bodegas se opusieron frontalmente y que, una vez cerrado el asunto con firmeza por el Magrama considerando la uva como un producto fresco perecedero, han cumplido sin rechistar.

¿Adónde vamos con estos precios?

Sabemos que el principal objetivo de cualquier empresa es maximizar el beneficio. O eso al menos era lo que nos explicaban en clase de Economía. También sabemos que la agricultura es una actividad cuyas reglas no siempre responden a criterios económicos, donde aspectos sociales, medioambientales y sentimentales permiten actividades que bajo aspectos estrictamente empresariales serían del todo impensables. Consecuencia de los cual se producen distorsiones en el mercado, que condicionan la evolución de su conjunto.

Así se explica que vendamos la uva por debajo de sus propios costes de producción, nuestros vinos como los más baratos del mundo y nuestras exportaciones vayan encaminadas a llenar las botellas de aquellos a quienes aspiramos a sustituir en los mercados internacionales.

Pero tampoco hay que perder de vista la evolución que el sector ha tenido en las últimas décadas, donde la tecnificación en los viñedos, en buena parte gracias a las ayudas europeas con los planes de reconversión y reestructuración, ha hecho posible el milagro de los panes y los peces. Es decir, perder un treinta por ciento de la superficie y aumentar la producción en unos porcentajes similares. Lástima que ese milagro no haya tenido su traslación a los precios, cuyos valores unitarios apenas han disfrutado de algún pequeño incremento, motivado por los vaivenes de las cosechas (por otra parte cada vez más homogéneas).

Producir más parece que ha sido la única opción que les quedaba a nuestros viticultores para mantener sus cultivos. ¿A base de qué? Pues sin duda, a costa de una actividad secundaria, que permite situaciones que un mercado no admitiría. O de incrementar los rendimientos de las parcelas hasta niveles inimaginables, con las consiguientes consecuencias agronómicas sobre el suelo y el fruto.

Es fácil señalar a las bodegas como las culpables de esta situación. Acusarlas de que abusan del “pobre” viticultor y señalarlas como las “sanguijuelas” de un sector que tiene basado su negocio en la producción y venta de mucho vino barato. Y es muy posible que así sea, y que la política de algunas bodegas debiera ser revisada y adecuada a una corresponsabilidad acorde a la demanda de una sociedad que busca mayores cuotas de cooperación y correlación. ¿Pero solo de ellas? ¿El viticultor que está dispuesto a vender el fruto de su trabajo a semejantes precios no tiene ninguna responsabilidad?

No hay duda de que la tecnificación en nuestras bodegas las ha situado en los niveles más altos, comprables con las avanzadas del mundo. Como tampoco de que España dispone de unas condiciones naturales idóneas para el cultivo de la viña. Pero nuestro sector sigue sin abordar el problema de la comunicación como un reto, como un objetivo al que dedicar sus inversiones, como un fin prioritario con el que posicionar y valorizar sus producciones.

Dentro de unos pocos meses, si todo sale como está previsto, la Organización Interprofesional del Vino Española (OIVE) comenzará a recaudar fondos, pondrá en marcha campañas destinadas a recuperar el consumo de vino en el mercado interno y a intentar llegar a los jóvenes. ¿Pero qué harán las bodegas? ¿Pagar los céntimos que les correspondan? Mal.

Si queremos cambiar algo en el sector necesitamos mucho más que campañas, necesitamos concienciación sobre lo que es el vino actualmente, lo que representa para nuestros consumidores y la forma en la que estamos llegando a ellos. Las acciones colectivas son imprescindibles. Pero no más que las de cada una de las bodegas y cooperativas por adecuarse a las nuevas circunstancias del mercado y demandas de los consumidores. Y si queremos tener alguna mínima posibilidad de éxito en esas políticas, subir el precio al que están pagándose las uvas debe ser prioritario.

La OIVE va concretándose

Dado que la aportación a la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) es obligatoria para para cualquier operador, ya sea a granel o envasado, ya se trate de vino de esta campaña o de anteriores, ya tenga su origen en España o fuera de ella… parece bastante natural que deba existir una transparencia total y absoluta con el destino al que van a destinarse los fondos que logre a través de su extensión de norma. Cumpliendo con esta exigencia, el Magrama ha publicado en el BOE la Memoria Económica en la que se cuantifica unos ingresos previstos: entre 5,5 y 5,7 millones de euros y el destino.

El grueso de este importe, hasta el noventa por ciento, está previsto se destine a la promoción del consumo moderado de vino, haciendo realidad las palabras del secretario de Estado, Carlos Cabanas, quien, en su intervención en el reciente Congreso Internacional de la Monastrell, se declaraba “avergonzado” y “comprometido” con la recuperación del consumo de vino en España, especialmente en los jóvenes.

Hasta otro diez por ciento irá destinado al control, seguimiento, coordinación, puesta en marcha y propia gestión de la extensión de norma. Así como a la información y desarrollo de programas de investigación e innovación, así como la realización de estudios de mercado. Actualmente soportados, básicamente, por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), con la aportación de sus socios y donde la participación institucional del Magrama ha quedado reducida a pequeños convenios de colaboración simbólicos. Lo que impide que el conjunto del sector disponga de la valiosa información que genera.

Aunque de momento no es posible conocer con más detalle ni la finalidad de los fondos, de las acciones concretas que se van a desarrollar y entre las que se incluyen las de fomento entre los operadores de buenas prácticas de comunicación comercial; convendría que alguien nos explicara cómo y de qué forma serán publicados los datos de recaudación, convocatorias de proyectos, asignaciones, seguimiento, resultados, publicación, etc. Porque, imagino, que si es el “sector” el que sufraga la extensión de norma, serán “todos” los integrantes del sector los que puedan beneficiarse de los resultados obtenidos, que van mucho más allá de campañas publicitarias o acciones comerciales.

Te invito a mi casa

El objetivo final de cualquier bodega parece cada día más claro que es el llegar al consumidor final, empleando todos los medios a su alcance. Aunque, conseguirlo no es tan fácil y se está revelando bastante más complicado para aquellas medianas bodegas que, sin volumen suficiente con el que generar los recursos financieros necesarios, se ven entre aquellos grandes grupos que marcan los precios de referencia de una categoría y zona de producción, y aquellos otros que con producciones muy reducidas, artesanales, se pueden permitir el lujo de considerar esta actividad más como un hobby que como un negocio donde la rentabilidad debe ser su principal objetivo si aspira a sobrevivir en el tiempo.

Que España cuenta con una estructura empresarial de un pequeño tamaño es algo evidente. Al igual que lo es que para la mayoría de estas bodegas cualquier acción comercial encaminada a dar a conocer sus vinos y abrir nuevos mercados está totalmente fuera de su alcance. El problema está en que, cada vez más, se confirma que el consumo de vino requiere de valores que van mucho más allá de la estricta calidad objetiva. Que los componentes de marca son muy importantes. O que la diferenciación resulta imprescindible.

¿Qué hacemos entonces?

No hay duda que la respuesta no es ni sencilla, ni puede ser para todos la misma. Y cada una de nuestras bodegas deberá encontrar esa forma en la que llegar al consumidor y hacer valer sus vinos. Ahora bien, ¿es que no hay nada que colectivamente pueda hacerse? Sin duda, y confiemos en que en los próximos meses veamos las primeras muestras de una acción globalizada encaminada a recuperar el consumo en España, hay muchas cosas que se pueden hacer.

Teniendo en consideración lo que han hecho en aquellas zonas de producción más recientemente incorporadas al mundo de la vitivinicultura, quizá debiéramos aprender que mucho más importante que contar con una gran obra civil que albergue nuestra prensa, nuestros depósitos, nuestra embotelladora, nuestras barricas… sería más importante tener un casa donde “recibir” a los invitados y compartir con ellos nuestros vinos.

¿Qué sentido tiene una bodega si no es el lugar donde nacen, crecen e incluso mueren los vinos?

¿Acaso alguno de nosotros no desea invitar a dónde vive a sus amigos y compartir con ellos su tiempo y su casa?       ¿Y nuestros invitados? ¿Creen que no se sienten halagados de ser recibidos y atendidos?

No sé lo que para cada uno de ustedes será el vino. Desde luego, para mí es mucho más que un producto con el que presumir y hacer gala de mi posición económica o mis conocimientos vinícolas. Para mí es un alimento con el que disfrutar y, como tal, poderlo compartir con los que quiero.

Hace escasos días se celebraba el día internacional del enoturismo, una actividad que si bien muy desarrollada en los últimos años en nuestro país, todavía se encuentra a años luz de australianos, californianos o sudafricanos. ¿Es que acaso no tenemos nada que enseñar? ¿Nos avergonzamos de nuestra casa? ¿No consideramos a los clientes como amigos?

El sector del vino en España puede haber cometido muchos errores en las últimas décadas en los vinos a elaborar, su presentación y el lenguaje y mensaje empleado. Pero en lo que seguro no se ha equivocado es en elaborar un producto de una excelente calidad.

No saber venderlo, o no contar con los recursos suficientes para ir a buscar al cliente, es posible que sea una cuestión que no esté al alcance de todos poder resolver de inmediato, pero ¿invitar a su casa a los que voluntariamente se interesan por ir? ¿Unirse y confeccionar rutas atractivas que hagan interesante el desplazamiento desde lugares a corta y media distancia?

Me parece que esto es algo más que una cuestión de recursos económicos.

Por un mensaje claro e inequívoco al consumidor

Decir que la sociedad ha cambiado y que todos debemos adaptarnos, modificando hábitos de consumo, productos, frecuencias, presentaciones, representatividad en nuestra cesta de la compra, etc., puede resultar muy obvio. Tanto como innecesario. Ver lo que sucede con el consumo de vino, las presentaciones, oferta de productos, tamaños, precios, mensajes,… nos podría hacer pensar que esas reflexiones no son tan obvias.

La mayoría de los viticultores y bodegueros no han dedicado ni cinco minutos a analizar algunos de estos aspectos. Los que lo han hecho han llegado a la conclusión de que son problemas que exceden sus competencias y que deben ser “otros” los que los solucionen. Y solo unos pocos han tomado medidas y establecido planes de negocio diferentes a los que venían aplicando.

Para acabar de arreglarlo, los que antes solucionaban los problemas, los que buscaban la forma de recuperar los precios que el mercado había hundido con la aplicación de medidas de intervención, carentes de herramientas con las que hacerlo, no están dispuestos a perder un puñado de votos, en un país que está constantemente en procesos electores.

Y para tener la fiesta completa, alimenta este inmovilismo una sincera creencia de que lo que sucede con los consumidores no tiene nada que ver con un sector que solo ha hecho que invertir, e invertir, modernizando sus instalaciones, reestructurando sus viñedos y dedicando millones de euros a abrir nuevos mercados con resultados poco alentadores. Que el problema no es exclusivamente del sector del vino y que desde este no se ha hecho más que gastar es un problema que no les corresponde a ellos solucionar.

Y algo de razón deben tener pues, sin duda, nos enfrentamos a un problema multidisciplinar, donde hay cuestiones de índole social, demográfica, política, cultural y/o económica que exceden en mucho la capacidad de un minúsculo sector vitivinícola.

Pero nada de todo esto justifica nuestro inmovilismo. Una ignorancia que roza la ofensa hacia un consumidor nacional al que se ha menospreciado, y al que, solo cuando otros canales como el de la restauración y hostelería se han hundido, se le ha dirigido la mirada, con la celebración de actividades, antaño dirigidas exclusivamente a profesionales.

Aun así, no es tarde. Los españoles olvidamos fácilmente. Nos conformamos con un poco de atención. Solo sería recomendable que de todo esto tomáramos buena nota, y si cada bodega, denominación de origen o comunidad autónoma debe definir sus propias estrategias, mercados y consumidores objetivo; al menos sería deseable que todos mantuviésemos un mensaje común, que permitiera percibir al consumidor ese mensaje claro, nítido, inequívoco, que le llevara a un mundo del vino distinto de aquel que mantiene o del que carece.

El vino en el «afterwork»

Parece que todos los que conforman la cadena de valor del vino están concienciados de la necesidad de tomar medidas encaminadas a la recuperación del consumo de vino. Un consumo responsable y moderado, bajo la premisa de la información y la formación como mejor forma de acceder a los consumidores y enriquecer su cultura vitivinícola.

Sabemos, porque los datos están ahí y resultan totalmente irrefutables, que somos capaces de tener un consumo de setenta y cinco litros por persona y año. Pero de la misma manera tan incuestionable, sabemos que también somos capaces de situarnos en consumos por debajo de los veinte litros, como sucede actualmente.

Hemos realizado suficientes estudios de mercado y analizado el problema profundamente como para poder afirmar que este cambio tan rotundo en el consumo de vino en España no responde a una sola causa, y sí más bien a un cúmulo de ellas de muy diferente categoría. Pues no solo las hay de índole social o económico, sino también las que tienen su explicación en la propia estructura de un sector vitivinícola atomizado y poco profesionalizado o, incluso, una clase política que no ha sabido ver, o no se ha atrevido a hacerlo, más allá del lado negativo que representa el contenido alcohólico del vino.

Bien, sea como sea, y sin olvidarnos de lo que ha sucedido hasta hora, entre otras cosas porque no podemos volver a caer en los mismos errores; el sector declara estar profundamente concienciado del problema y comprometido con buscar una solución. Incluso, aunque esto todavía está por venir, recaudar dinero con el que financiar estas acciones, asumiendo algo que todavía es más importante y es que debe ser él mismo (el sector) el que le ponga solución y no los políticos o las administraciones.

Que tenemos margen para mejorar es algo obvio. Hasta dónde, asumiendo que el consumo diario en las comidas no va a volver, es la pregunta que nos deberíamos hacer para orientar nuestras estrategias y recursos.

Aunque no tenemos cifras concretas, vamos a dar por válidos los diez millones de hectolitros que se desprenden de los balances vitivinícolas como consumo interior. Vamos a asumir que entre población nacional y turistas estamos hablando de cincuenta millones de personas, y de esta manera, vamos a establecer que actualmente nuestro consumo nacional es de veinte litros por persona y año.

Dado que cuando hablamos de recuperar el consumo asumimos que este debe ser de una forma moderada, transformemos este consumo en copas y por semana, lo que nos llevaría a estar hablando de una cantidad aproximada de tres copas de 125 ml por persona. Con estos datos parece bastante indiscutible que cuando hablamos del consumo de vino en España estamos haciendo casi exclusivamente en unos términos de fin de semana.

Si tenemos en cuenta que todavía mantenemos el deseo de acompañar las comidas familiares y celebraciones con vino, podríamos llegar fácilmente a la conclusión de que en España solo se consume vino en las comidas y cenas de los fines de semana.

¿Qué pasa entonces que en España no ha calado el fenómeno del “afterwork” que tanto funciona en otros países con mucha menos tradición de relacionarse los compañeros de trabajo después de haber acabado la jornada laboral? O es que acaso lo que se consume en esos momentos son otras bebidas, como cócteles, cervezas o combinados de trago largo.

Hemos vivido la evolución de algunas bebidas destiladas y participado en su transformación como fenómeno social. Sabemos lo que sucede en otros países como Reino Unido o Estados Unidos con el vino por copas. Conocemos lo que ello representa de mejora en la imagen del producto.

¿Y no nos interesa?

Muchos cambios para una sola campaña

Al paso que vamos, en la campaña 2015/16 nos va a pasar lo mismo que nos ha venido sucediendo hasta ahora con la información de existencias y producciones, y es que no conozcamos sus datos hasta entrado el próximo año. Y es que la puesta en marcha del sistema de información INFOVI por el que los operadores están obligados a presentar las declaraciones de existencias, producciones, entradas y salidas de cada una de sus instalaciones, ya sean bodegas o almacenes, ha vuelto a prorrogarse. Esta vez tendrán tiempo de volcar la información hasta el 30 de noviembre y, además, a diferencia de lo que había sucedido en la anterior prórroga, solo será necesaria la realización de una declaración con los datos correspondientes a los meses de agosto, septiembre y octubre.

De cumplirse los plazos previstos, la información agregada debería estar disponible para la tercera semana del mes de diciembre, coincidiendo casi en el tiempo con el 10 de diciembre, fecha en la expira el plazo de presentación de la declaración de cosecha que, junto con la de existencias, se mantienen esta campaña de manera transitoria.

Considerando los problemas a los que el Magrama está teniendo que hacer frente a la hora de poner en marcha este sistema de información INFOVI, ya hay algunas bodegas que se preguntan si la Agencia de Información y Control Alimentarios (AICA) será igual de beligerante con el cumplimiento de los contratos, especialmente en lo referente a los treinta días de los que disponen las bodegas para hacer efectivo el pago de la uva y que tanta polémica despertó a principios de campaña.

Circunstancias que confían no se produzcan en la puesta en marcha de la Extensión de Norma de la Interprofesional a partir de enero y que debe suponer la verdadera puesta en marcha de una Organización Interprofesional ante la que no faltan escépticos.

Sin duda muchos cambios para una sola campaña y un sector muy tradicional e inmovilista al que le cuesta mucho adaptarse a los cambios. Aunque Estos los valore positivamente y coincida en la necesidad de ponerlos en marcha.